POSTMODERNIDAD EUROPEA Y CRISTIANISMO LATINOAMERICANO
José I. González Faus
Este cuaderno tiene su origen en la conferencia de su Autor en el
curso Pragmatismo postmoderno o solidaridad? de Cristianisme i
Justícia (cuarto trimestre 1987), repetida después en el CEM de
Valencia, y reelaborada posteriormente para el curso sobre «Fe y
Justicia» de la Fundación Santa María, en Madrid. Remitimos al lector
al libro La interpelación de la iglesias latinoamericanas a la Europa
postmoderna y a las iglesias europeas, editado por la Cátedra de
Teología de la Fundación Santa María, donde se publica completo el
trabajo.
Reproducimos aquí la primera parte de dicho libro y un brevísimo
resumen de la segunda y tercera parte.
El Centre Cristianisme i Justícia está preparando un trabajo más
especifico sobre la postmodernidad, del que es autor Josep Mª
Lozano.
CRISTIANISME I JUSTICIA, Roger de Llúria 13, 1er.
08010 Barcelona - Tel. 317 23 38 1988 Marzo 1988
* * * * *
SUMARIO
1. Experiencias constitutivas de la postmodernidad
1.1. La revolución imposible
1.2. La sordidez de lo real
1.3. Conclusión: la «calle Melancolía»
2. Postmodernidad como antimodernidad
2.1. El milenarismo de la Modernidad primermundista
(o «Dios ha muerto; viva Marx»)
2.2. Contra el aura marxista de la Modernidad
(o «Marx ha muerto, viva Joaquín Sabina»)
3. Ambigüedades, preguntas y amenazas de la postmodernidad
(o «..Joaquin Sabina también ha muerto, viva Rambo»?)
3.1. Valores de la postmodernidad
3.2. Preguntas y amenazas de la postmodernidad
4. Balance
5. Postmodernidad e Iglesia institución
6. La interpelación de las Iglesias latinoamericanas
Notas
* * * * *
En un trabajo como este no es bueno exponer de manera genética
todos los pasos de un proceso de análisis. Voy a intentar, pues, una
exposición ya sistematizada, porque es mucho más clara y
pedagógica. He de remitirme al libro de G. Vattimo (1), y he de dar por
conocidos los recientes análisis de Rovira Belloso sobre Milan
Kundera y Umberto Eco (2). Para este escrito, yo he preferido echar
mano de puntos de referencia más cercanos a nosotros y de más
rápida evocación. Y creo haber encontrado un material para ese
empeño en uno de los ídolos de nuestra juventud actual: el cantante
Joaquín Sabina. Su estilo esloganístico resulta muy apto para
vehicular conclusiones. Por eso me referiré principalmente a él en
forma de comentario a la letra de sus canciones (3). Sin perjuicio de
que añada alguna que otra alusión a nuestros materiales de cada día,
cuando me parezca que tienen esa misma capacidad de vehicular
conclusiones o de formar lo que seria el resumen de todo un
proceso.
Puede parecer superficial o poco serio eso de tomar la canción
como material para una reflexión que quiere ser teológica. A esto
cabe responder, en primer lugar, que la postmodernidad,
precisamente porque renuncia a saberes y respuestas ..últimas»,
tampoco es demasiado pretenciosa en sus formulaciones. Por otro
lado se puede responder también que la canción tiene hoy un
innegable valor sintomático, desde el punto de vista sociocultural. Y la
prueba de ello está en su misma evolución. Si dispusiéramos de más
espacio podríamos comparar al Sabina que aquí comentaremos, con
alguno de los «clásicos» de los anos sesenta: por ejemplo aquel Paco
Ibáñez que, en el Olimpia de París, cantaba a los andaluces de Jaén:
«decidme en el alma de quién, de quién son esos 0livos»... y cantaba
al soldadito boliviano, armado «con un rifle americano regalo de
Mister Johnson, para matar a su hermano» ., o salmodiaba la
«amarga verdad» de Quevedo sobre el dinero y la pobreza.
Igualmente seria posible comparar esa misma evolución en un mismo
cantante, como podría ser J M. Serrat: ¡que diferencia entre sus
canciones actuales y aquellas letras de Machado, «golpe a golpe,
verso a verso», o aquel ignoto Manuel que «nació en España», cuya
casa era de barro, «de barro y caña» y cayo sudor y cayo llanto
«humedecían las tierras del señor día tras día,.. Todo aquello ha
terminado, y esta evolución es significativa.
A mi modo de ver, no entenderemos bien todo eso que se ha dado
en llamar «postmodernidad» (PM), si no percibimos que está hecha
de dolor o, al menos, de decepción. Un dolor al que cabria aplicar
aquellas famosas palabras de Buda: «esta es la noble verdad sobre el
origen del sufrimiento:... del deseo brota el dolor; del dolor brota el
miedo» A. En este caso ha sido el deseo loco y convencido del
cambio histórico total, que nos movía hace unos años, y que fue
bandera de la Modernidad. De aquí me gustaría que brotaran
nuestras reflexiones. Porque la PM, antes que una filosofía o un
sistema racional, es una experiencia y un estado de ánimo. Eso es lo
que hemos de intentar describir.
1. EXPERIENCIAS CONSTITUTIVAS DE LA POSMODERNIDAD
1.1. LA REVOLUCIÓN IMPOSIBLE
Quiero recordar que, antes de hablar de PM (postmodernidad),
estuvimos durante una temporada hablando del «desencanto»: esta
palabra me parece importante porque hace de eslabón-de-empalme
entre Modernidad y PM. La PM comienza a nacer cuando parece
constatarse palpablemente la imposibilidad de ese cambio histórico
soñado. Cuando el hombre cae en la cuenta de que ya «hace siglos
que pensaron: las cosas mañana irán mejor», (CC) y, por tanto,
cuando la ilusión de Prometeo se transforma en la repetida
constatacion de Sísifo.
Notemos además que ese desengaño de la revolución viene a
continuación del desengaño sobre la metafísica. La famosa frase de
Marx, de que no hay que interpretar el mundo, sino transformarlo,
había ido siendo leída en el sentido de que no es posible interpretar
adecuadamente al mundo, pero sí que es posible transformarlo
(aunque pueda discutirse si era ése su sentido original). Ahora se
constata que tampoco es posible transformarlo.
Por consiguiente, si Marx escribió antaño con pasión que
«Prometeo es el santo mayor del calendario laico», los postmodernos
proclaman hoy, con pasión no menor, que Prometeo solo era la mayor
idiota de la historia. Algunos incluso afirmarían que ni siquiera fue
idiota sino aprovechado: que Prometeo no robó el fuego a los dioses
para darlo a los hombres, sino para montarse con él algún «holding»
transnacional.
Pero quedémonos con que Prometeo fue sólo un idiota. La razón de
su idiotez es que se dejó devorar las entrañas por una empresa
desprovista de sentido. Pues todo cambio histórico radical que apunte
a realizar mas Justicia, más libertad y más humanidad, es un círculo
cuadrado histórico. Justicia, libertad y humanidad son palabras que no
significan nada o, en todo caso, son realidades que el hombre sólo
puede buscar por sí solo y para sí solo, y con cuentagotas. Esta es
una experiencia histórica innegable. Valdrá la pena preguntar a la PM
cómo teoriza esa experiencia, y por qué cree tan inamoviblemente que
toda revolución es imposible.
Y, substancialmente, yo creo encontrar dos tipos de respuestas:
a) la revolución es imposible porque el hombre no es de fiar, y el
hombre es precisamente el sujeto de la revolución pendiente. Al
menos vale esto del hombre blanco: «hombre blanco hablar con
lengua de serpiente», le canta J. Sabina a Felipe González. Y frente a
esa lengua de serpiente, todo presunto revolucionario sincero no
pasa de ser un «cuervo ingenuo». Preciosa y dolorida expresion!.(4)
Releyendo lo del .«hombre blanco» quizás habría que decir que la
PM es la crítica más atroz a las posibilidades de hacer esa revolución
soñada, dentro de los cánones y las coordenadas de la ilustración
occidental. En algún sentido esto mismo va lo había insinuado H.
Marcuse, pero sin proponer otra alternativa que la de un romántico
.«NO absoluto», y sin acabar de percibir que nosotros los
occidentales ni debemos, ni queremos, ni sabemos cómo renunciar a
esa ilustración. Este mismo error de esperar la revolución dentro de
los cánones de la Modernidad Occidental, ha sido probablemente el
gran fallo histórico del marxismo, del que algunas voces críticas ya
habían dicho antaño que era «hijo de la misma madre» que el
capitalismo occidental. Aquellas voces críticas y desatendidas quizás
reciben ahora una tardía legitimación inútil.
b) Y una segunda razón: la revolución es imposible además porque
crea represión, y la represión actúa sobre el mundo nuevo como «la
soda con el güisqui» (GSS), es decir: lo agua y lo falsifica.
Esta constatacion revela una curiosa confesión sobre el papel del
deseo en la pasada Modernidad. En el fondo fondo, la revolución se
quería hacer en realidad para «liberar el deseo,», aunque luego (para
hacerla creíble) se la presentaba como imperativo de la historia. Con
ello resultó que se aspiraba a liberar el deseo, pero por medios que
exigían la represión del deseo, y una represión que no iba a ser sólo
momentánea (el compromiso, la militancia y, en resumen, la entrega
de la vida). Esta contradicción tenía que saltar en algún momento. Y
ahora que ha saltado, el postmoderno decide no apuntarse ni al
engaño de una revolución que no libera al deseo ni, menos aun, al
esfuerzo de una revolución que exige reprimir el deseo. El
postmoderno opina con Sade que al deseo los frenos le sientan fatal,
(GSS). El postmoderno no tiene ante el deseo otra argumentación ni
otra salida que la del «¿qué voy a hacerle yo?»:
«¿qué voy a hacerle yo?
si me gusta el güisqui sin soda,
el sexo sin boda,
las penas con pan?»...(GSS).
Sólo que, con una confesión de este tipo, la PM se pone a la altura
del «hombre blanco». Y Felipe González podría contestarle a Joaquin
Sabina: ¿qué voy a hacerle yo, si me gusta el poder sin ellos, como a
ti el güisqui sin soda?. Y todos contentos, que es como decir: nadie
contento porque ya se ve que no hay cambio posible.
1.2. LA SORDIDEZ DE LO REAL
La PM ha hecho también la experiencia, dura pero innegable, de
que nuestra realidad es sórdida, y que la ilusión moderna no había
mas que enmascarar esa sordidez con bellas palabras altisonantes o
de color de rosa, pero que (para aludir a la famosa novela de Eco), de
rosa no tenían más que «el nombre».
Me parece sintomático, en este contexto, el que un director español
haya decidido filmar recientemente las «Divinas Palabras» del viejo
Valle Inclán. Sospecho que hay aquí algo mas que un retorno al
clásico tema de la España negra. Aparte de que la película le haya
salido con cierta belleza y cierta dignidad (un detalle que también es
muy postmoderno), lo significativo de ella está más bien en su tema y
en su titulo, es decir: la puesta en evidencia de una realidad sórdida,
cuyos únicos contenidos son avaricia secreta, envidia corrosiva y afán
de poder destructor; pero en la que todos esos contenidos van
envueltos siempre con palabras altisonantes de amor al desvalido, de
defensa de la moral, o de citas del evangelio. El significado de la
película me parece entonces claro: sólo las palabras son divinas; y
todo envoltorio verbalmente tranquilizador o racionalmente
convincente, vehicula en realidad unos contenidos sórdidos. (Puede
ser interesante insinuar cómo una critica de este género habrá de
afectar más intensamente a la Iglesia, dado que ésta es la que mas
pretende manejar palabras divinas o razones absolutas. Pero esto no
podemos desarrollarlo ahora, y nos hemos de limitar a apuntarlo).
En este sentido, la PM es simplemente el intento honrado de
quitarle a la realidad sus «divinas palabras», sus «nombres de rosa»,
encarando mas bien al hombre con la «insoportable levedad» de lo
real. Para quitar a la realidad todas esas palabras pseudodivinas, la
PM se vale sustancialmente de este doble recurso:
a) El uso destructor de la palabra
El empeño de «poner sus sucias manos sobre Mozart», para decirlo
con otro titulo conocido. Hay en la PM un afán ingénuo de
escandalizar, de «epater le bourgeois», de decir cosas fuertes, como
modo de defenderse contra ellas. Ahí esta la canción de Sabina sobre
este ,«fin de siglo cansado», (otra vez llamo la atención sobre el
adjetivo): hacia el fin de siglo, en lugar de llegar a «una tierra que
ponga libertad». hemos llegado a un «espectáculo» en el que
«perversas jóvenes rubias se masturban para Vds.», en el que
«hermosos jóvenes nazis bailan el rock and roll» y «el marqués de
Sade sodomiza a una monja» (OL). Es el uso demoledor de las
palabras, erigido en criterio o en defensa contra el engaño de las
«divinas palabras».
Las alusiones que acabo de hacer, tanto a U. Eco como a «la
insoportable levedad del ser», están más largamente comentadas en
el estudio de J.M. Rovira Belloso ya citado. que califica como «cultura
del gran Vacío» más o menos lo mismo que yo he calificado aquí
como «divinas palabras». Remito pues a sus análisis, que son
excelentes. Y quiero recoger otra evocación que allí se hace? muy de
pasada pero muy intuitivamente: una alusión al cineasta M. A.
Antonioni. Al leer a Rovira no pude menos de revivir una escena de
una de las películas de Antonioni (no sé con certeza cuál, pero quizá
sea El desierto rojo). En ella reaparece Mónica Vitti en su primer papel
de deprimida perpetua. Y cuando, en un momento dado, explica la
solución que dan los sabios a su desesperación insuperable, todo se
reduce a que tiene que comprender que «lle cose che mi capitano
sono la mia vita,l. Así de simple: no hay que apelar a nada ni a nadie:
nl a Dios, ni al psiquiatra, ni a traumas infantiles, ni al confesor, ni a
algún encuentro prometedor que deje todavía flotando la esperanza
de un «rayo verde» en medio del «desierto rojo». Nada de eso. No
hay que apelar más que a ese positivimos absolutizado de que «las
cosas que pasan son la vida». Esa canonización de lo fáctico, esa
renuncia a combatirlo o a cambiarlo que la protagonista de Antonioni
aún no lograba digerir, eso es lo que la PM parece haber digerido
ya.
b) El recurso a la «pequeña palabra»
Al pequeño envoltorio del que uno puede sospechar que, al menos,
podrá encerrar menos sordidez que el gran envoltorio. A ver si así el
«pequeño placer», que no tiene otra pretensión ni otro nombre que
ése, y que no esconde su afán de ser sólo pequeño placer, consigue
evitar la inagotable sordidez de la avaricia y del afán de poder. Por
aquí, la PM se abrirá al «carpe diem» y a la «áurea mediocritas» del
lejano poeta Horacio. Y este pequeño placer tiene además su raíz y
su justificación en toda la cosmovisión propia de la PM, que podría
resumirse en esta frase: la vida es tan dura y tan insoportable, que
vale más morirse viviendo a bien», que conservarse la vida
privándose de vivir bien. En el fondo, la ética del ,"egoísmo ilustrado"
de Fernando Savater, es todavía demasiado moderna y, por eso
mismo, demasiado anticuada. Al postmoderno ya no podemos decirle:
«eh, eh, Sabina, ten cuidado con la Josefina»... porque la respuesta
invariable será: «naranjas de la China» (ES). La rima es inevitable
vulgar, deliberadamente vulgar. Pero la notable capacidad
esloganesca con que formula el cantante da a sus palabras una
fuerza y una penetración, que son totalmente lo contrario de la
seductora poesía vácua de muchos mesianismos de antaño.
Y, para concluir este segundo apartado, quisiera llamar la atención
sobre cómo complementa al anterior: la PM no ha sido sólo la
destrucción de un mito (el mito moderno de la revolución), sino la
destrucción de todos los mitos. En la «divina» palabra de la revolución
no había sólo un error de cálculo histórico, que dejaba intactas otras
grandes palabras, sino un error metafísico de visión de la vida: en
esta vida no cabe ninguna gran palabra y, por eso, la PM se
desmarca incómodamente tanto de la izquierda como de la derecha, y
hace que a nosotros nos sea tan difícil enjuiciarla, o que la
enjuicemos sólo parcialmente, desde nuestras posturas previas más
revolucionarias o más conservadoras.
Pero de hecho, además del mito de la revolución social, quedan
destrozados otros mil mitos que enumeraré aludiendo otra vez a
canciones de Sabina:
El mito del progreso
El tan cacareado progreso se reduce a la cenestesia que uno tiene
cuando es joven: «mañana era nunca y nunca llegaba pasado
mañana»; y por eso era posible esperar. Pero cuando «mañana»
llega, se acaba toda esperanza, y se acaba de la manera más
ramplona: «pasaron los años, terminé la mili, me metí en un piso -hice
algunos discos, senté la cabeza, me instalé en Madrid,» Y eso es
todo. Eso es la vida, como tenía que aprender Mónica Vitti. Podrá ser
que uno añore el ayer, que uno sepa que «cuando era más joven la
vida era dura, distinta y feliz». Mientras que ahora: «hoy como
caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte- pero algunas veces
pierdo el apetito y no puedo dormir» (CMJ). Eso podrá ocurrir y
ocurre. Pero no queda más que el derecho a la añoranza. «Hacen
quinielas, hacen hijos, van al bar»: esto es lo que queda de los
componentes de un antiguo grupo, y a esto se han limitado las
seductoras promesas de los antiguos pontífices del progreso.
El mito del amor y de la mujer
El Sabina que quiere «sexo sin boda» y «sexo y rock and roll»,
siente sin embargo así de sus compañeras de relación:
hay mujeres envueltas en pieles sin cuerpo debajo,
hay mujeres que van al amor como van al trabajo...
hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no,
hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,
hay mujeres que ni cuando mienten dicen la verdad,
hay mujeres que empiezan la guerra firmando la paz»...(HM).
El amor será por tanto otra «divina palabra». Es posible que alguna
vez le toque a uno la lotería en alguna «rebaja de enero» (título de
Sabina que expresa precisamente la historia de un amor que resulta
inesperadamente afortunado). Y seguramente los hombres seguirán
soñando con esa lotería rápida, porque también «hay mujeres
capaces de hacerme perder la razón» y contra eso no puede hacerse
nada. Pero al menos será conveniente no abrigar ilusiones
desrazonadas y, por supuesto, no arriesgar nada para que, si el
asunto falla, quede el consuelo de decir: «aquella noche que fallaste,
tampoco fui a la cita yo» (TI). Eso es todo. Hay un claro deseo de no
sufrir: «cómo decirte que el bien es el espejo del mal, cómo contarte
que al tren del desconsuelo, si subes no es tan fácil bajar»... (CDCC).
Pero se trasluce también un deseo vengativo de aprovecharse de
esta realidad que obliga al hombre a arriesgar tanto: deseo calculado,
incapaz de entregar nada, y muy semejante al de Ulises en los mitos
de Circe o de las sirenas: «el cielo está en el suelo» y «el alquitrán del
camino embriaga mas que el suave vino del hogar» (CDCC).
El mito de la diversión
En nuestra juventud de modernos la diversión apuntaba a
«pasárselo de puta madre»: expresión pretendidamente desaforada y
contradictoria, que utilizaba el insulto mayor para expresar la felicidad
mayor, y que traslucía así un afán no sólo de traspasar todo limite y
toda barrera de finitud, sino incluso de encontrar la armonía plena en
esa transgresión. Ahora no: la diversión es simplemente «zumo de
neón -contra la depresión» (ZN). Es simplemente «una especie de
mueca en lugar de sonrisa» (P). Quizá los ingenuos padres modernos
continúen recelosos ante los posibles «desmanes nocturnos» de sus
hijos postmodernos. Pero deberían saber que no hay tal. Que lo único
que ocurre es que «el club del desengaño -de madrugada está
superpoblado»: este club en el que «todos se miran, na-na-nadie se
toca»; y en el que a lo mejor «acabo vomitando en los lavabos de un
antro moderno» mientras que, en perfecta desconexión con lo que
pasa por el interior de nadie, «un grupo está tocando rock and roll a
las puertas del infierno» (ZN).
Estas son las posibilidades postmodernas de felicidad. A pesar de
todo, se mantiene la voluntad de no salir de ellas: «¿que voy a
hacerle yo?»,
El mito del empeño ético
¿Por qué se mantiene esa voluntad? Pues porque el empeño ético
no pasa de ser otro mito a derribar: «después de toda una vida
sublimando los instintos... después de toda una vida poniendo diques
al mar... de pronto un día pasaste de pensar qué pensarían tu mujer,
tus hijos, tu portera, cuando supieran...» (JL). Si tales son las
perspectivas «¿qué voy a hacerle yo?»
Y es así porque la PM está convencida de que el empeño ético no
tiene más objetivo que el «qué dirán» ambiental (5). En cuando se ve
desligado de ese que dirán, el hombre se muestra como realmente es:
carente de todo norte ético, ancestralmente insolidario e
incansablemente trepador. Lo saben muy bien el cantante joven, el
pintor inexperto, el escritor primerizo, el «joven aprendiz» de lo que
sea, que se vieron duramente rechazados por todos cuando
comenzaban y, ahora que han llegado, perciben cómo todos se les
acercan amablemente:
«La propia Caballé que me negó sus favores,
la diva que pasaba tanto de cantautores,
llamó para decirme: estoy en deuda contigo,
mola más tu Madrid que el Aranjuez de Rodrigo....»
«Y ¿qué decir del manager audaz y decidido,
que no me recibió, que siempre estaba reunido?
Hoy, moviendo la cola, se acercó como un perro
a pedir que le diéramos vela en este entierro»...(JAP)
Eso es el ser humano. Y aquel famoso «hombre nuevo» por el que
tanto se desvivió el Che Guevara, no era más que otro mito estúpido,
del que no quedan mas que esos escombros humanos por entre los
que debe aprender a caminar «el joven aprendiz».
Y así sucesivamente: «cada noche un rollo nuevo. Ayer el yoga, el
tarot, la meditación. Hoy el alcohol y la droga. Mañana el aerobic y la
reencarnación» (CDCC)... Ya he aludido antes a la destrucción del
mito de la política (otra de las divinas palabras de la Modernidad) que
se contiene en la canción «cuervo ingenuo». Yo personalmente he
echado de menos alguna alusión al «mito de la ciencia», porque
quizás es el único mito que se mantiene en pie entre los budas de
esta España postmoderna; y se mantiene precisamente cuando ya ha
caído -como mito- en el resto de Europa. Pero este detalle no hace
ahora al caso. El resultado de toda esta destrucción es el
descompromiso mas absoluto. No hay partido, ni iglesia, ni causa, ni
ser humano, ni objetivo histórico con el que valga la pena
comprometerse: «desconfía de quien te dice "ten cuidado" -solo
busca que no escapes de su lado» (PA). Pero desconfía también de
quien parezca tocarte el corazón:
«cuando unos labios amenazan
con devorarme el corazón,
enciendo la señal de alarma
y escapo en otra dirección (AA).
Y así, del descompromiso mas absoluto, la PM pasa a la soledad
mas total: soledad de padres y hermanos, de maestros y de amigos,
de dioses y de amantes..Unos y otros solo buscan siempre «que no
escapes de su lado». Y por eso, el único consejo que se atreve a dar
J. Sabina es el de «pisar el acelerador»: «sientete viva, no este
cautiva -mientras tengas gasolina tu motor, pisa el acelerador».
1.3. CONCLUSIÓN: LA CALLE MELANCOLÍA
En conclusión: no hay salida. Y como no hay salida, sólo queda la
misma realidad de antes (y de siempre), pero con burla cínica en
lugar de exaltación mítica. En todo caso cabrá preguntar por el papel
catártico que, en esa realidad sórdida, juegan la música, la burla, la
misma calidad de la frase.
Esta es quizá la conclusión mas llamativa y más destacable: la PM
tampoco es feliz. Quizás es incluso menos feliz que aquella
Modernidad esforzada y voluntarista, y supuestamente engañada. La
PM sabe que «si dos no se engañan, mal pueden tener desengaños»
(RE). Perfecto. Pero esta receta resulta también insuficiente porque,
eliminada la posibilidad del desengaño, queda aún la nostalgia
producida por la prohibición de soñar, queda la melancolía, y la
añoranza de algo en lo que ya no se cree. Ante una constatación así,
Camus daría, como es sabido, el consejo de «imaginarse a Sísifo
dichoso», como única salida para el ser humano. La PM tampoco se
aviene a eso: y unas veces prefiere imaginarse a Sísifo cínicamente
corrosivo, mientras que otras veces optará por otra pequeña cátharsis
romántica que consiste en cantar la propia desdicha. Ahí está esa
canción, terriblemente nostálgica, pero también terriblemente
egótica:
«Vivo en el número siete. calle Melancolía,
quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento, ha salido ya el tranvía.
Y en la escalera me siento, a silbar mi melodía» (CM).
¿Por qué esa imposibilidad de subir al vehículo que lleva a la
alegría? Porque todo es inalcanzable: el cielo está «cada vez más
lejano y más alto». Pero ¿y la tierra? ¿Y esa tierra nueva en la que
tanto creyeron los modernos? En la tierra, es verdad, hay campos
verdes y primaveras; pero «el barrio donde habito no es ninguna
pradera - desolado paisaje de antenas y de cables» (CM). En la tierra
parece haber también tiendas y puertas, pero son sólo «puertas que
niegan lo que esconden» (CM). Y es cierto que existen en la tierra
grandes supermercados repletos; pero el postmoderno se pasea a
veces por ellos gritando: «¿quién me vende un poco de
autenticidad?» (CDCC). En la tierra, el hombre presiente la posibilidad
de «un encuentro que me ilumine el día», pero luego ese
presentimiento es «como una enredadera que no encuentra ventanas
donde agarrarse»; y no le queda más salida que «abrazarse a la
ausencia que dejas en mi cama» (CM). Esta es, no ya la calle, sino la
ciudad Melancolía; porque la melancolía ya no es nombre de un sólo
individuo, sino que engloba a todos sus moradores; y deja de ser
enfermedad personal para convertirse en epidemia: «esa absurda
epidemia que sufren las aceras». O para convertirse en «un barco
enloquecido que viene de la noche y no va a ninguna parte» (CM).
Sólo queda efectivamente cantar la desdicha.
Y la razón de esa melancolía es un desequilibrio que parece
inherente, no ya a la realidad ambiental, sino al ser humano mismo: el
desequilibrio entre lo que llamaríamos «esperanza expectante» y la
«esperanza esperada». La primera es la que «busca acaso un
encuentro que le ilumine el día», como acabamos de decir. Pero la
esperanza esperada se ha de limitar a «encender un cigarrillo y
resolver un crucigrama». En estas condiciones siempre ocurrirá que
«es pronto para el deseo y muy tarde para el amor» (CC). Doy
importancia a esta frase, que me parece una de las definiciones más
intuitivas del fenómeno que estamos analizando: siempre será «pronto
para el deseo» porque éste lo quema todo; pero también «muy tarde
para el amor» porque en el amor uno ya no se atreve a creer. Será
pronto para el deseo porque, por culpa del deseo.
«vivo del cáncer a un paso,
del trabajo me han echado,
....
me he quedado tan delgado
como un papel de fumar»(ES)
Pero, a pesar de ello, «¿qué voy a hacerle yo si me gusta...?» Y
sobre todo: ¿cómo voy a hacer caso de los que me dicen: «eh
cuidado», si no creo que me lo digan por amor a mí, sino «para que
no escape de su lado»? Decididamente, es pronto para el deseo y
tarde para el amor. Esta es la vida.
Y si es así, ¿cómo no va a vivir el hombre en el número 7 (que
además es el número perfecto) de la Calle Melancolía?
2. POSTMODERNIDAD COMO ANTIMODERNIDAD
Una vez hecha esta breve descripción, quisiera mostrar ahora, en
un comentario sociocultural, que la PM no se limita simplemente a
suceder en el tiempo a la Modernidad, sino que más bien reacciona (y
muy duramente) contra ella. Es por eso antimodernidad más que
postmodernidad. Quiero mostrar esto aunque yo sospecho que, a
pesar de todo y por paradójico que parezca (pero por una ley que se
repite en muchos procesos históricos), la PM no deja de estar
marcada por la Modernidad, aun en medio de su dura reacción contra
ella (6).
Esta última observación dejara abierta una pregunta futura a la que
aun no podemos responder, a saber: que pesará mas a la larga: si el
ser hijo de tal padre, o la reacción contra el padre. A esta pregunta
responderán los años futuros. Nosotros ahora nos limitamos a analizar
qué factores son aquellos en los que se percibe el talante reactivo y
hostil de la PM para con la Modernidad, Esos factores componen en
mi opinión un proceso que podemos describir así: la Modernidad puso
la utopía humana en lugar de Dios; y la PM ha puesto el pequeño
burgués en lugar de la utopía.
Con ello tenemos, casi sin querer, las dos partes de este apartado
2.
2.1. EL MILENARISMO PRIMER MUNDISTA DE LA MODERNIDAD O:
"DIOS HA MUERTO, VIVA MARX"
Hay un detalle elemental, pero no sé si olvidado en muchos
discursos, y es que lo que llamamos Modernidad no se identifica sin
más con todo empeño «revolucionario» o de transformación del
mundo, sino sólo con la revolución europea o primermundista. Y una
característica fundamental de esas revoluciones europeas (desde la
revolución francesa hasta mayo del 68), han sido sus escatologismos,
sus promesas de felicidad paradisíaca, y su falta de respeto a los
medios. Nuestra Modernidad confundió probablemente la llamada de
la solidaridad (y de la libertad), con el mito voluntarista del «cielo en la
tierra».
Y este mito es infinitamente nefasto, porque acaba generando la
convicción inconsciente de que no es necesaria la educación del
hombre (pues está claro que, para vivir en el cielo, no necesitamos
educación: ¡el cielo mismo nos la comunica!). Yo me he planteado
varias veces esta pregunta por las relaciones entre Modernidad y
educación; y no precisamente ahora que tengo que hablar sobre la
PM, sino mucho antes, en el contacto con gente joven o en el trato
con sus padres preocupados. No hace demasiado tiempo que un
matrimonio obstinadamente ateo, que andaba buscando un lugar de
estudios para su hijo mayor (y ya problemático), me decían
textualmente que les importaba un comino que fuera un lugar
confesional o no, «carca» o «progre»: que lo único que querían es
que el chico aprendiera «que no todo el monte es orégano». Sólo
eso.
Y efectivamente, habría que preguntar hasta que punto nuestra
modernidad europea y prometeica, prometiendo el cielo en la tierra o
el paraíso en la historia, educó a sus hijos inculcándoles la tácita
convicción de que "todo el monte es orégano" (7). La airada reacción
postmoderna se produce entonces ante la constatación cruel de que
no es así. Más aún: que la gran mayoría del monte no es orégano. Y
que la raíz de ese desengaño no puede reducirse a que uno tiene la
particular desgracia de que «sus padres -o sus familiares- no le
quieren» (que es lo que piensa todo adolescente hijo de la
Modernidad, antes de cuajar como postmoderno). Sino que eso
pertenece a la estructura misma de la realidad. De toda realidad.
Y este detalle me parece muy importante porque, en su despertar
aún balbuciente, nuestra Modernidad había cifrado todas sus
esperanzas en «la educación del género humano». Dos siglos
después hay que constatar quizás que esa educación es lo que no se
ha dado. En su lugar, la Modernidad «real» prefirió la capacitación
técnica del género humano (y hasta llegó a confundir capacitación
técnica con educación). Quizá porque el mito del «cielo en la tierra» le
hizo apartar cada vez más los ojos del interior del hombre, y volverlos
hacia el exterior de la tecnología, único lugar en el que siguen
pareciendo posibles todos los milagros y hasta la llegada al cielo (8).
Pero esa desviación ha acabado por pasar su factura: y el hecho es
que los postmodernos se han limitado a rebelarse con toda razón
contra aquella seguridad, gestada en el desarrollismo v el consumo
loco, de que la vida era un camino de rosas. Ellos han vuelto a
descubrir con horror que la vida es un valle de lágrimas (aunque en
ese valle también crezcan las rosas, regadas tantas veces por las
lágrimas. Pero ahora este inciso les importa poco: ellos han hecho su
descubrimiento sin la posibilidad de otra patria que permita percibir
este valle de lágrimas como destierro (y a si mismos como
«desterrados hijos de Eva»), y sin la posibilidad de algún Rostro
materno al que acudir «gimiendo y llorando en este valle de
lágrimas».
Y, una vez hecha esta primera constatación, se imponen unas
breves observaciones sobre ella.
a) En primer lugar cabe señalar que todo el continente
latinoamericano (a pesar de la impresionante colonización cultural por
parte nuestra), no tuvo exactamente la misma «modernidad» que
Europa y, por eso, tampoco está teniendo (hoy por hoy al menos) la
misma postmodernidad. La historia de A.L. siguió siendo (no sólo tras
la conquista, sino incluso) tras la independencia, una historia de
despojo y esclavitud. El mito del «cielo en la tierra» resulta bastante
innecesario cuando uno se sentiría satisfecho con una simple «tierra
habitable». Y las posibilidades de enmascaramiento del proceso
transformador o modernizador, son mucho más escasas y más
burdas, por cuanto las tareas primeras o urgentes siguen siendo
mucho más evidentes: sólo con una ceguera voluntaria se podría, por
ejemplo, calificar a la Contra nicaragüense como «luchadores de la
libertad» y este juicio es absolutamente independiente de la hipotética
o real degradación del proceso nicaragüense a lo largo de estos
últimos años.
Este parece ser el aspecto de la Teología de la Liberación que
nosotros europeos percibimos peor, quizás porque hay que estar
hambriento o sangrando para poder percibirlo. La Teología de la
Liberación no es hija de la modernidad europea sino del dolor
latinoamericano. Uno de los importantes errores científicos (no
precisamente teológico) del primer documento del cardenal Ratzinger
contra la Teología de la Liberación, era la confusión imperdonable
entre los elementos marxistas que puede haber en algunas teologías
de la liberación, y el marxismo cosmovisional y pseudoescatológico de
aquellos »marxistas bien alimentados» que Ratzinger debió conocer
en la Alemania del 68 (y que según algunos están en las raíces
psicológicas de su involución). Recuerdo la impresión de un obispo
latinoamericano (de la que fui testigo), cuando leía alguno de los
papeles previos a aquel Documento: el pobre hombre no sabía
literalmente de qué le estaban hablando. Su reacción era algo
parecido a la reacción de Domitila Barrios, cuando ve confundido su
feminismo con el de las lesbianas norteamericanas (9).
b) En segundo lugar, resulta casi una obviedad el decir que, en la
PM que hemos presentado, se adivina con facilidad un triunfo de
elementos existencialistas y anarquistas sobre el marxismo
revolucionario. De este último -del derrotado- hablaremos dentro de
poco. Ahora quisiera decir una rápida palabra sobre los vencedores
del momento. Pues ese triunfo tiene algo de venganza contra aquel
ambiente de nuestros años setenta, en el que citar a Heidegger o a
Proudhon, entre la gente más de vanguardia, equivalía a traicionar
toda la revolución y a privarse de toda credibilidad. Mi comentario va a
ser muy breve:
b.1.-Por lo que toca al existencialismo me parece que, en la PM,
falta aquella altura trágica que fue típica de éste. Hay si una cierta
dignidad, pero... sin demasiados riesgos. Más que con la belleza de lo
trágico, el postmoderno se contenta con la tragedia de lo
limitadamente bello. Más que asumir heroicamente la nada, la
contingencia o la muerte, el postmoderno procura paliarla o acallarla
con la pequeña evasión, la mujer del momento, «un vino y una buena
titi» como ya hemos citado.
b.2.-Y, por lo que toca al anarquismo, no tiene demasiado mérito
indicar esto, cuando el propio autor comentado afirmaba que, por lo
«zurdo» de sus ideas, «escora Bakunin». Sin embargo si que
merecería un comentario un poco más detenido. Antaño afirmé varias
veces que el contencioso marxismo-anarquismo había sido la gran
tragedia y el «pecado original» de la revolución moderna en el primer
mundo. Ahora sólo quiero evocar que esa enemistad secular
contribuye a que todas las osicilaciones del péndulo de la historia
hacia un lado o al otro, sean siempre reactivas y unilaterales. Y
entonces, si el marxismo acabó confundiendo solidaridad con
imposición, será casi inevitable que el Bakunin sabiniano, al
reaccionar hostilmente contra la imposición, arrastre con ella a la
solidaridad. Ello hace aflorar la cuestión de si lo que «escora» por el
izquierdismo sabiniano es Bakunin, o más bien Nietzsche como ahora
diremos. Pues me parece válida la ley que afirma que, así como Marx
sin Bakunin degenera en Stalin, así Bakunin sin Marx acaba travestido
en Nietzsche (10).
c) Estas dos observaciones permiten comprender en qué sentido lo
que se ha llamado postmodernidad es, en el fondo, una
antimodernidad, como habíamos apuntado. En este contexto sólo
quisiera añadir aquí, en otro rápido comentario, que la verdadera
postmodernidad fue quizás eso que se llama «Escuela de Frankfurt»,
primera corriente que constató las decepciones de la Modernidad,
mucho antes de que fueran moneda de uso común; y que se preguntó
preocupada por sus causas, pero desde dentro de los afanes mismos
de la Modernidad, y sin renunciar a ella. Esta creo yo que seria la
diferencia entre un Horkheimer o un Adorno, y cualquiera de los
filósofos postmodernos que ya tienen algo o mucho de antimodernos.
Pero habría que preguntarse además por qué fracasó también el
intento de la Escuela de Frankfurt, dando lugar, o a una integración
excesiva y resignada en el sistema (algo de eso sería la que se llama
«segunda generación»), o a una mera «nostalgia de lo enteramente
otro», cuando no a una intranquilizadora profecía de
''autodestrucción'' (11).
2.2. CONTRA EL AURA MARXISTA DE LA MODERNIDAD O: "MARX
HA MUERTO, VIVA JOAQUIN SABINA"
Además de esa protesta genérica contra la ambición prometeica de
la Modernidad, hay en el talante postmoderno una reacción muy clara
contra otra forma particular de aquel prometeísmo: me estoy
refiriendo al profundo desengaño frente al marxismo. Que el lenguaje
de «crisis del marxismo» es coetáneo del lenguaje de
«postmodernidad», constituye un dato de observación cotidiana. Pero
pienso que conviene precisar bien y centrar lo más posible ese
desengaño, dado que puede servir para usos muy interesados.
En realidad, y en paralelismo con la reacción antimilenarista ya
comentada, habría que decir ahora que la PM no niega los análisis de
Marx, sino sus soluciones. Que la sociedad capitalista no es más que
sordidez envuelta en divinas palabras (como la de «libertad»), debe
haber quedado claro a estas alturas de nuestra exposición. Por si
acaso, evoquemos otra vez lo que piensa el «cuervo ingenuo» de J.
Sabina:
«Tú no tener nada claro
Cómo acabar con el paro.
Tú ser en eso paciente.
Pero hacer reconversión,
y, aunque haber grave tensión,
tú actuar radicalmente».
Digamos entre paréntesis que esta canción es anterior a Reinosa,
por ejemplo. Pese a ello, la crítica de la PM al marxismo no ha sido
menos brutal. Y, si tomamos como punto de partida que el verdadero
nervio de esa crítica reside en las promesas no cumplidas más que en
las injusticias denunciadas, creo que podremos llegar hasta su raíz
más claramente marxiana (no ya simplemente marxista): me refiero a
los duros ataques de Marx y Engels contra los llamados «socialistas
utópicos» de su época. En el fondo, aquellos ataques, que pretendían
sustituir toda la interpretación utópica o ética por una garantía
científica, acabaron convirtiéndose en una utilización de la ciencia
como seguridad tecnocrática, para eludir así la «travesía por el
desierto» necesaria para toda liberación. Marx y Engels solían decir
que «cuando se es hombre de ciencia no se tienen ideales». No
sospechaban ellos de qué distinta manera suena hoy esa frase, y
cómo puede volverse contra ellos bajo la forma de esta respuesta
(que es, a la vez, una deducción lógica): «cuando no se tienen ideales
hay que conformarse con los hechos». No lo sospecharon porque
ellos estaban religiosamente (¡que no científicamente!) convencidos
de que los hechos estaban a su favor. Pero hoy, cuando ya hemos
experimentado los hechos, sí que podemos dar esa respuesta a los
padres del marxismo.
El engaño de Marx y Engels consistió por tanto en llamar ciencia a
lo que (secretamente) eran sólo sus ideales, sus más nobles ilusiones
humanas. Se enseñaron con los socialistas utópicos no porque éstos
no tuvieran nada que aportar, sino porque podían descubrirles ese
cortocircuito tan anticientífico. Pero luego, la venganza de la PM ha
sido cruel: la verdad de los postmodernos ha consistido en quitar los
ideales. (Debemos dejar colgada la pregunta de si, en la raíz de la
actitud de Marx y Engels, no estaba precisamente su ateísmo: una vez
eliminado Dios, Marx no sabía dónde fundar los ideales humanos; no
quedaba más remedio que fundamentarlos en la ignorancia, pero
ésta, naturalmente, se supone vencida en el hombre de ciencia. Esta
pregunta es importante, pero no vamos a seguir en ella). Ahora nos
interesa descubrir ese fallo-raíz que estamos comentando, aun en
épocas posteriores a la de Marx y Engels. Para ello voy a hacer una
rápida alusión a nuestro pasado reciente.
En la España de nuestros años setenta, poblada de generosos
marxistas en lucha, en aquellos días en que «mañana era nunca y
nunca llegaba pasado mañana», la inmensa mayoría de los militantes
se caracterizaban por una «furiosa hostilidad contra todo reformismo»
o revisionismo. Estas eran las palabras-tabú de aquel momento. De
este modo, los luchadores utilizaban fraudulentamente la utopía y la
ética, para eludir la gradualidad y la lentitud típicas de todo proceso
creador humano. Pero las utilizaban no como tales, sino
enmascaradas como ciencia: pues eso era lo que Marx había hecho al
no saber integrarlas como utopía y como ética. Y eso es lo que trajo
como consecuencia el que ahora reaparecieran triunfantes la utopía y
la ética. pero en la forma en que suele reaparecer todo lo reprimido:
camufladas.
¿Qué ocurrió después, a partir de esa situación? Pues
probablemente lo que tenía que ocurrir: desaparecidas oficialmente la
utopía y la ética nos quedamos prácticamente donde estábamos: con
unos márgenes mínimos de maniobra. Y por eso, de aquel rechazo
radical de todo reformismo se ha pasado ahora en la reacción
postmodernas a un triunfo del posibilismo más pragmático. Pero ahora
se trata de un posibilismo sin generosidad ya que antes la
generosidad había desparecido, pretendidamente sustituída por la
ciencia.
Y si de nuestro cercano ayer pasamos a nuestro hoy, la referencia
antimarxista reviste otra forma. Así, p. ej., la PM no ignorará las
enormes posibilidades que abre la actual revolución informática. Pero
de lo que duda muy seriamente es de que los hombres vayan a
usarlas para bien. En cambio Marx no dudó ni un momento de que la
revolución industrial de su epoca iba a ser utilizada por los hombres
«para bien». Este es probablemente el último punto de la gran
distancia entre modernos y postmodernos (12).
A partir de esta evolución se asienta un dogma fundamental: visto lo
inútil que es la generosidad, y el poco fundamento que tiene, se
concluye que «nadie tiene que morir por nadie» (13).Lo cual significa:
nadie tiene que sacrificarse por nadie (14). Los antiguos
revolucionarios inconformes se convierten así en los actuales
pequeños funcionarios florecientes. Y el que no quiera entrar por ahí,
se verá reducido a formar parte de una auténtica «reserva de indios»
(y además de indios delincuentes) de nuestra sociedad occidental.
Y, una vez establecido ese dogma de que «nadie tiene que morir
por nadie», ya no se dice naturalmente que la ciencia va a aportar
todo lo que los ingenuos utópicos asignaban a la generosidad (esto
es lo que quedó enterrado con Marx y el marxismo). Ahora se dice
solamente, y más modestamente, que vamos a ver qué es lo que
puede dar de sí la racionalidad, a partir de ese principio de que nadie
tiene que morir por nadie. Estamos con eso en el pragmatismo actual
del PSOE. Lo que todavía no se dice es que esa racionalidad
pragmática da de sí poquísimo: puede, p. ej., inventar los semáforos,
pero no puede evitar que se encuentren poblados de mendigos en
desesperada espera. Y es que, como bien escribió M. Horhjeimer, «la
añoranza de que el verdugo no triunfe sobre la víctima no es una
verdad científica» desde luego. Pues «la ciencia no puede producir ni
justificar un solo acto de amor» como más tarde ha dicho J.B. Metz.
Quizá pues lo único que puede dar de sí esa racionalidad es que el
verdugo se coma a la víctima «con tenedor y cuchillo», en lugar de a
mordisco limpio.
Al llegar aquí, quizás quepa resumir, de una manera gráfica, que lo
ocurrido con la política económica de Reagan se convierte en una
parábola cultural de la PM. La supresión de impuestos lleva a un
aumento insoportable del déficit publico, el cual se traduce en fuertes
bajadas de la Bolsa que amenazan cuartear el sistema. De modo
parecido, la negación de toda obligación comunitaria o de esos
«impuestos» no simplemente económicos: el dar un poquito de
nuestra vida a los demás), lleva a una sociedad con un brutal déficit
de solidaridad, que se traduce en un desconfiado deshacerse de toda
participación en la construcción de este mundo. El problema es que,
en mera política económica, la cosa puede arreglarse si Reagan se
decide a imponer impuestos. Pero en el campo moral ¿quien puede
imponernos alguna obligación comunitaria? Y ¿qué le vamos a hacer
si nos gusta más «el güisqui sin soda»?.
Y, con esta ultima observación entramos en un nuevo apartado: el
paso de una descripción cultural a un intento de valoración humana
de la PM (15).
3. AMBIGÜEDADES, PREGUNTAS Y AMENAZAS DE LAS
POSTMODERNIDAD O:
JOAQUIN SABINA TAMBIÉN HA MUERTO. VIVA RAMBO?...
Para quienes hemos cuajado como hombres y como creyentes en el
difícil despertar de España (y de la Iglesia del Vaticano II) a la
Modernidad, sería ahora muy tentador pronunciar ya de entrada una
condena global. Tampoco nos sería difícil: nuestros esquemas
mentales suministrarían para ello palabras y razones abundantes.
Pero precisamente por eso, semejante balance resultaría muy
sospechoso. Seguramente, y aunque se dijera hecho en nombre de la
fe, estaría mucho más hecho desde la Modernidad que desde el
cristianismo. No nos daríamos cuenta, pero sería así.
Por eso, y para no precipitarnos, puede ser oportuno comenzar
este balance recordando que también a la Modernidad (en sus inicios)
se la desautorizó como intrínsecamente falsa: por ejemplo con el
argumento de que hablaba de los derechos del hombre en lugar de
los derechos de Dios. Convendría no perder de vista que ese
lenguaje teológico para nosotros tan familiar (el de un Rahner, el de
un Metz, hasta el mismo lenguaje wojtilianao sobre los derechos del
hombre), son en realidad una recuperación tardía que se realiza
luego de haber negado el pan y la sal a aquella Modernidad
naciente.
¿Diremos ahora con la misma precipitación que la PM es
intrínsecamente falsa, aunque aleguemos para ello que ignora los
derechos del hombre, o cualquier otra razón aparentemente
irrefutable?. A mí no me gustaría proceder así. Y por eso quisiera
comenzar este balance provisional atendiendo a los aspectos que
pueden ser más positivos del fenómeno postmoderno.
3.1. VALORES DE LA POSTMODERNIDAD
3.1.1. Siempre ha sido mucho más fácil acertar en la crítica de
defectos que en la solución positiva con que se pretende sustituirlos.
Si recordamos esto no nos será difícil sospechar que quizás la PM
tiene toda la razón en su crítica a una Modernidad que se apoyaba
casi toda en el «mito del futuro mejor» y en la hipocresía de llamar
liberación (o cualquier otra divina palabra) a lo que no era más que
«la real gana». Desmascarar esa hybris de la Modernidad era
absolutamente necesario. Recordarle al infatuado hombre moderno
(parodiando al viejo poeta):
como a nuestro parecer
cualquiera tiempo futuro
será mejor,
es por sí mismo un acto de valentía y lúcida honradez: el hombre es
en algún sentido más pequeño de lo que pretende, y la realidad de
este valle de lágrimas quizá «no da mucho más de sí». Denunciar esto
es un primer valor de la PM (16).
3.1.2. Además es posible percibir un sentido de dignidad y de amor
a lo bello en medio de esta tragedia de la mediocridad, un innegable
afán de dignificar (siquiera sea con algo de estilo) esa «insoportable
entidad de lo leve», que quizá sería el verdadero significado del
conocido título de M. Kundera. Un afán muy amenazado pero que, por
ejemplo, es aún claramente perceptible en un Nietzsche quien, en
muchas de sus páginas y de sus aforismos, es uno de los padres de
la PM: un Nietzsche sin superhombre, pero con su sentido dionisíaco
de lo trágico. La única pregunta que me suscita este segundo valor es
si, a la larga, logrará mantenerse y dignificar esa levedad del ser, o si
más bien no estará fatalmente amenazado por la vulgaridad, aún más
insoportable que la levedad. Hay razones para sospechar que
estamos viviendo ya, en muchos postmodernos, un afán de
nietzscheanismo sin dignidad, desde el momento en que se atisba que
la dignidad nietzscheana también acaba teniendo su tragedia: el
drama de la locura de Nietzsche.
Esto me sugiere una cuestión ulterior, a la que quizá nos arroja la
misma PM, desde dentro de ella misma: ¿no será que -para lograr
corregir un poco la finitud- es preciso no instalarse en la finitud? Al
menos a este nivel de pregunta y de sospecha siempre acuciante,
creo yo que semejante cuestión no debe ser eludida (17).
Pero en cualquier caso, y desde los dos valores enunciados, podría
seguirse una conclusión formulable más o menos así: la busca de lo
comunicativo (aunque pequeño y aún no encontrado) ha pasado por
encima del afán de lo productivo. Esto nos llevaría al último valor que
queremos señalar.
3.1.3. Heidegger ha citado varias veces aquel verso de Holderlin;
»ahora que somos diálogo. Según Vattimo ese ser-diálogo
acontecería como consecuencia de la imposibilidad de la metafísica
(18). El texto completo de Holderlin dice en realidad: «el hombre ha
aprendido mucho y ha dado nombre a muchas cosas celestiales,
desde que nosotros somos un diálogo y podemos oírnos unos a
otros». A mi modo de ver, en esta estrofa sería todavía moderna la
consecuencia: que el hombre haya dado nombre a realidades
celestiales. Pero sería postmoderno el enunciado: que somos un
diálogo.
Es decir: es postmoderna la tesis heideggeriana de que la verdad
no reside en el juicio. No es por tanto una especie de «fotografía» del
ser. Pero si no existe esa fotografía, sí que hay la posibilidad de
sentarse y dialogar. Es decir: queda la verdad como acogida abierta,
la verdad como comunión. Sin que nadie pretenda venir al diálogo con
toda la verdad ya construida, como una pretensión absoluta. Algo de
esto parece decir Heidegger en su famoso escrito sobre la esencia de
la verdad. Y algo de esto explicaría el desconcierto de la PM ante
todos los dogmatismos (marxistas, musulmanes, batasuneros o
católicos..., todos por igual).
Pues bien: desde este valor, yo quisiera preguntarme también por
la necesidad de su superación, en una especie de pequeño análisis
trascendental del diálogo. En primer lugar, parece necesario afirmar
que si dialogamos es porque no somos tan radicalmente distintos,
sino que algo en común tenemos (llámesele la razón, la humanidad o
como se prefiera). En segundo lugar también cabe establecer que si
dialogamos es porque «alguien somos». Y en este sentido puede
decirse que una identificación global y una identidad personal son
condiciones de posibilidad del hecho mismo del diálogo.
Pero el hecho es que, aun siendo alguien y teniendo una
identificación global, podemos acabar matándonos a menos que
añadamos: si dialogamos es porque el otro es alguien. Sin este tercer
factor no acaba de nacer el diálogo. Y esto es lo que parece
convertirse para la PM en una llamada a la ética que la supera, pero
que está detectada también por el mismo Vattimo:
«El pensamiento europeo, nacido de los griegos -dice Levinas-
siempre trató de formularse en conceptos generales; por ejemplo, y
sobre todo, el concepto de ser el concepto de hombre, etc. con el fin
de controlar por adelantado todo lo que la experiencia nos ofrece.
Así? de acuerdo con el concepto general de hombre, el prójimo que
me encuentro no será más que un ejemplar de una especie que ya
conozco (y que domino). Pero considerar al otro hombre sólo como un
ejemplar de la humanidad es la máxima violencia, ya que no lo respeta
en lo que tiene de particular, de imprevisible y, en el fondo, de
infinito»(19).
Todos estos y otros valores de la PM son importantes y de
recuperación necesaria. Pero la manera como aquí los hemos
presentado (como transidos por la pregunta o la llamada hacia su
propia trascendencia) nos lleva hacia los aspectos más cuestionables
o que más perplejidad humana crean, de nuestra PM.
3.2. PREGUNTAS Y AMENAZAS DE LA POSTMODERNIDAD
De entrada, y para mantenerme en paralelismo con lo que antes he
dicho, me gustaría apuntar que, si malo es el mito del futuro, no
parece mejor sustituirlo por otro mito del presente, por el mito del
momento. Y que si malo es hacer «la real gana» llamándole
hipócritamente liberación, tampoco se arregla demasiado con hacerla
llamándole «real gana». Es una conducta tan reactiva que no se la
puede mirar como definitiva. El dolor del mundo, y el dolor que
causamos los hombres, también sigue estando ahí y clamando
cuándo «apretamos el acelerador». Y apretar el acelerador a tiempo,
parece que sólo conduce a sustituir la hipocresía en el hablar por la
hipocresía en el mirar...
Estas sospechas se vuelven particularmente angustiosas cuando
intentamos mirar un poco hacia adelante, calcular la probable
evolución de las actitudes postmodernas, y preguntarnos
sencillamente: ¿en qué puede ir a dar todo esto?. Entonces afluye
otra vez una serie de preguntas como éstas:
3.2.1. A pesar de su vuelta a la realidad ¿no acaba siendo la PM
una especie de «principio de placer» como protesta contra el
«principio de realidad» (más que en integración con él)?. O, con
terminología menos freudiana y más sencilla: ¿no amenaza la PM con
ir a dar en un individualismo irredento, que no es sólo postmoderno,
sino muy antiguo en Occidente?. Si en definitiva:
opino con Sade que al deseo los frenos le sientan fatal,
nunca entiendo el móvil del crimen, a menos que sea pasional...
y siempre que la muerte viene tras mi pista me escapo por pies,
entonces no será difícil imaginar que aquel «hombre blanco con
lengua de serpiente», que no cumplía sus promesas y que se
codeaba con el otro gran presidente, le llamara un día por teléfono a
Joaquín Sabina para explicarle su conducta, y le dijera sencillamente:
«mola más tu egoísmo que el socialismo de Tierno». Porque el
problema es que el crimen, aunque sea pasional, también produce
víctimas, y hay veces en que no se puede escapar por pies de la
muerte más que colgándosela a otro. Negar esto sería desconocer
esa realidad ante la cual la PM ha querido precisamente no ser ciega.
Y sin embargo, el Sabina despectivo, que percibe mordazmente la
existencia de «mujeres que dicen que sí cuando dicen que no», o
«que buscan deseo y encuentran piedad», no parece dispuesto a
preguntarse a sí mismo si el hecho de que existan mujeres así no
tendrá nada que ver con el pequeño detalle de que hay muchos
varones que dicen que no cuando dicen que sí, o que anuncian
piedad cuando empuñan deseo... Era una pregunta tentadora, sobre
todo dado el gusto de nuestro poeta por la agudeza mental y el
retruécano afortunado. Pero cuando se trata de uno mismo parece
que no hay nada que preguntar: sólo aquel «¿qué voy a hacerle yo si
me gusta así?». Y basta. Dudo mucho de que con esto hayamos
salido de las «divinas palabras».
3.2.2. Lo anterior es para mí la pregunta más importante ahora.
Pero se puede llegar a conclusiones parecidas pensando en otras
amenazas. Por ejemplo; en los elementos de agresividad latentes en
la PM (aunque quizá latentes como autodefensa; pero ¡esa ha sido
siempre la justificación de todas las agresividades!). Cuando Sabina
denuncia a todos los trepadores que antaño le despreciaron y ahora
le rodean, cuando les grita «No, no, no... ya está marchita la
margarita», está quizá recayendo otra vez en una forma de divinas
palabras. O con otro ejemplo, ajeno a los textos que aquí hemos
comentado: un día me comenta un amigo que Fernando Savater ha
escrito un artículo realmente intolerante para protestar contra la
intolerancia esencial a todo lo religioso (20). Mi comentario es que
quizá la intolerancia no se debe a una incoherencia personal de
Savater: quizá es que algún «fanatismo», es esencial a todo lo
humano, en cuanto que lo que percibimos como verdad (aunque no le
llamemos dogma) lo percibimos como absoluto. Savater tenía, por
desgracia, bastante razón en varias alusiones de aquel artículo. Pero
¿cómo expresar lo absoluto de una razón, sin dar sensación de
intolerancia? ¿No pone esto de relieve que el hombre necesita alguna
dosis de absolutez, aun para defender lo relativo?
En mi opinión, algo de esto se mostraría también atendiendo a la
evolución de los nacionalismos en los últimos años: parece como si
hubieran pasado de ser liberación de un pueblo, a ser mayúsculas (o
divinas palabras) de un grupo. (En mi modesta opinión, ETA por
ejemplo se habría encontrado metida en esta evolución sin haberse
enterado de nada; y esto sería parte de su drama). Este ejemplo, sólo
rápidamente evocado ¿no vuelve a mostrar que la PM sólo puede
mantenerse como tal a base de algo que no es nada postmoderno?
¿O que el hombre necesita alguna »divina palabra» hasta para
mantener sus palabra sencillas y humanas?...
O dicho de otra manera: el individualismo tan radical de que hace
gala la PM (y aun sin olvidar que todo enfermo y todo sufriente tiende
a volverse individualista), ¿no lleva por su misma dinámica a la lucha
de todos contra todos, en lugar de llevar a la convivencia de todos
con todos?. Para llegar hasta esto último ¿no es absolutamente
necesario algún proyecto supraindividual en el que todos tienen que
morir un poco? Y aquí ¿no se encuentra la PM en la alternativa de
destruirse, o trascenderse a sí misma?(21).
Esta pregunta podemos dejarla colgada por el momento. Con los
rasgos positivos y negativos que hemos ido intentando apuntar, quizá
sea posible esbozar ya un pequeño balance.
4. BALANCE
4.1. Dicho cristianamente podríamos formular así: la PM tiene razón
en protestar contra la divinización de la historia: pero no la tiene en
cuanto hace esa protesta perdiendo la dimensión teologal de la
historia.
Dicho de manera mas laica podríamos formular así: la PM sucumbe
ante la famosa pregunta de A. Camus: ¿tiene un hombre derecho a
ser feliz en una ciudad invadida por la peste? Por más que el
postmoderno reivindique ese derecho se encontrará con que no es
posible, aunque sólo sea por la amenaza. Y al final resultará que no
se podrá ser feliz sin unas fuerzas del orden cada vez más «fuertes».
Pero yo creo que no sólo por la amenaza sino también por la
conciencia. En una línea semejante a la de Camus, afirma otro
personaje de Le diable et le bon Dieu de J.P. Sartre; «en esta tierra
sangrante toda alegría es obscena». Quizá sea esa la única
obscenidad o el verdadero sentido de toda obscenidad. Porque el
dolor sigue estando ahí. Y si quizá no depende de nosotros el
enjugarlo del todo, sí que depende de nosotros el aumentarlo, e
incluso el aumentarlo «sin querer». Pues como escribió muy
agudamente Vázquez Montalbán: «cada neopositivismo tiene la
realidad que se merece».(22)
Si esto es así, podríamos estar plenamente de acuerdo en que toda
Modernidad sin una dosis de PM se convierte en puro
fundamentalismo, o en un fanatismo acrítico. Pero deberíamos
convenir también en que un exceso de esa dosis amenaza con
convertirse en puro veneno: la sola PM irá degenerando en una
complicidad cada vez menos encubierta, y una colaboración cada vez
más hipócrita con todos los franquismo, los pinochetismos y los
reaganismos de la historia humana. La receta postmoderna ya la
utilizó aquel ministro franquista que escribió un libro sobre «El ocaso
de las ideologías». Tal ocaso -tan postmoderno él- implicaba
subliminalmente la aurora de la dictadura...
Y por eso, lo que hay que decir a la PM no es aquello de «ten
cuidado con la nicotina, ten cuidado con la Josefina o ten cuidado con
el Paternina». No. La verdadera advertencia será mas bien esta otra:
«eh Sabina, ten cuidado con América Latina».
4.2. Nuestro balance no sería justo si, a la vez que presenta las
preguntas que nosostros le hacemos a la PM, no presentara también
las preguntas que la PM nos deja a nosotros. Preguntas que quizá
son algo más que cuestiones; son tareas a emprender, si es que, por
amor a los hombres, queremos que la llamada PM sea sólo una etapa
necesaria pero transitoria en la historia del genero humano. Pues la
enfermedad no se arregla diagnosticándola; es preciso saber además
cómo salir y hacia donde. Pues parece claro que ya no podemos
regresar a aquel talante «quinceañero» de nuestra pasada
Modernidad.
Pues bien: en este contexto son dos las preguntas que a mí me
resultan fundamentales y que resumen el reto de la PM. Helas aquí:
a) ¿Cómo dar alguna vigencia a la esperanza utópica del hombre
de tal modo que éste, ni crea posible vivir en «la ciudad de la
alegría», ni tampoco se sienta viviendo siempre en la «calle
Melancolía»?
b) ¿Donde encontrar la fuerza para una transformación del deseo
egoísta, de tal modo que el hombre ni se sienta fatalmente
encadenado a el, ni vía el desprendimiento de él como mera
represión? Pues sí, al comienzo de este trabajo hicimos alusión a la
teoría de Buda sobre el deseo y el dolor, habría que concluir ahora
que la PM, mientras ha caído en una especie de «nirvana» respecto
al afán de transformar al mundo, sin embargo no ha eliminado el
deseo del «güisqui sin soda». Se ha limitado a decir «¿que voy a
hacerle yo?». Pero cabría preguntar si ello ha sido así por debilidad
personal, o por sola inconsecuencia, o por algún atisbo de que, a
pesar de todo, vale más vivir con deseo y con dolor que «morir» en la
insensibilidad del nirvana. Que ese atisbo es bien legítimo lo expresan
aquellos versos de M. Machado: «el cuerpo joven pero el alma
helada, -sé que voy a morir porque no amo ya nada».
Y si ese atisbo es real ¿cómo se explica y cómo manejarlo? He aquí
otra variante de esta misma cuestión.
5. POSTMODERNIDAD E IGLESIA INSTITUCIÓN*
1) La postmodernidad parece tener su correspondiente paralelismo
religioso en la actual restauración eclesial. Parece salir al encuentro
de la tradicional «antimodernidad» de la Iglesia, si bien por razones
distintas (la antimodernidad de la Iglesia obedecía a miedo o retraso;
la de la PM obedece más bien a desengaño o cansancio). Pero, en la
medida en que Vaticano II representaba un proyecto de reconciliación
entre la Iglesia y la Modernidad, puede hablarse ahora de la actual
restauración eclesial como «postvaticanidad ».
2) En este contexto, la critica del mundo a la Iglesia cambia de
sentido. El mundo ya no atacará a la Iglesia por ser «infiel» a su
utopía evangélica, sino que tratará de «ponerla en evidencia», para
mostrar que tampoco la Iglesia tiene utopía, que tampoco ella cree -al
menos prácticamente- en esas Divinas Palabras que predica, y que
vive centrada sobre sí misma y sobre sus propios intereses. El
cristiano comprometido ya no se encuentra hoy con militantes que le
acusan, sino más bien con perdonavidas que sonríen ante él. Al tratar
de este modo a la Iglesia, la PM intenta justificar su renuncia a los
ideales de la Modernidad, aduciendo la renuncia de la Iglesia a los
ideales evangélicos.
3) Precisamente por eso, en este nuevo contexto cambia también
de sentido la crítica profética hecha desde el interior de la Iglesia
misma y desde una eclesialidad irrenunciable. Ahora no significa
«alianza» con los enemigos de la Iglesia, sino testimonio de que en la
Iglesia sigue funcionando la instancia de lo utópico, que la Iglesia no
puede renunciar al Evangelio ni aun cuando siente que le viene
grande. Porque el Evangelio la constituye como Iglesia aunque, a la
vez, no la deje vivir tranquila. Por otro lado, la palabra libre y dialogal
en el seno de la Iglesia, cuando es realmente evangélica, sale al
encuentro de ese afán por una comunidad de diálogo que es el mayor
resto de utopía que perdura en la PM.
6. LA INTERPELACIÓN DE LAS IGLESIAS LATINOAMERICANAS**
La trayectoria de América Latina no ha sido exactamente la misma
que la del Primer Mundo, a pesar de la enorme colonización cultural.
No cabe hablar allí de una modernidad revolucionaria y una
postmodernidad desengañada. Ello permite hoy constatar algunas
diferencias culturales, que se convierten en interpelaciones para la
Europa postmoderna y para los iglesias europeas.
1) Interpelación por su misma realidad. la historia de su sufrimiento
no ha terminado. Y ello lanza la pregunta de si ese «fin de la historia»,
que proclama la PM es, en realidad, el fin de toda historia o solo de la
historia que escriben los vencedores. Es la interpelación de que no
podemos seguir «fingiendo que no los conocemos», para luego decir
que «no sabíamos nada» (como intentaron hacer muchos alemanes al
revelarse los horrores de los campos de concentración nazis). Los
países del Tercer Mundo son, en algún sentido, nuestro «campos de
concentración y, por eso, es interesada la pretensión postmoderna de
descalificar toda preocupación hacia ellos, calificándola
despectivamente de «tercermundista».
2) Interpelación también por su fe. Al tomar tan en serio al hombre
Jesús y su muerte, frente a todos los religiosismos abstractos
occidentales, testifican que no creen en ningunas mayúsculas
meramente formales y en ninguna palabra pseudodivina, sino en la
Palabra de Dios hecha palabra humana, en las «mayúsculas»
despojadas de su condición «divina» para entrar en las minúsculas de
nuestra realidad.
Al tomar tan en serio el seguimiento de Jesús y el Sermón del
Monte, percibe que la «locura de la cruz» y la .« necesidad de las
bienaventuranzas» no pueden proclamarse como Gran Palabra
mágica, sino que sólo se vuelven creíbles desde una práctica
modesta de acercamiento a ellas. De ahí deriva un compromiso que
no se funda en promesas infalibles de futuros mejores, ni en ilusas
esperanzas mesiánicas, sino en el amor al hermano sufriente, que
abre hasta Dios mismo todo compromiso terrestre. (Por eso, uno de
los capítulos teológicos que han nacido en la teología de la liberación,
han sido las teologías «del cautiverio» y del martirio).
3) Interpelación finalmente a las mismas iglesias occidentales: no
sólo por el número de católicos latinoamericanos (para el ano 2000 se
cacula que serán la mitad de la Iglesia Católica), ni sólo por su
debilidad (casi todas las decisiones que afectan a su futuro pasan por
nuestras manos), sino también por su novedad: por realidades como
las comunidades de base, por buscar a Dios «en la calle y no en la
curia» (Casaldáliga), por no separar el sacramento «del altar» del
sacramento «del pobre», y por la exigencia evangélica que todo esto
implica para la institución eclesial.
J.I. González
Faus
CRISTIANISME 22
........................
NOTAS
*Reproducimos muy resumidas, y casi en forma de tesis, las otras dos
partes del trabajo.
** Esta tercera parte se expone mediante un comentario al libro de
poemas del obispo Casaldáliga: «El tiempo y la esperas» /Sal Terrae
1986/. En las poesías de ese libro puede encontrarse material muy
apto, tanto para mostrar las tesis aquí enunciadas, como para
contraponer a los versos de J. Sabina expuestos en la primera
parte,).
1. G. VATTIMO, El fin de la Modernidad, Barcelona 1986.
2 Cf. J.M. ROVIRA BELLOSO, Fe i cultura al nostre temps. Barcelona
1987.
3. Citaré las siguientes canciones y con las abreviaturas que aquí indico:
OL = Ocupen su localilad. / CMJ = Cuando era más joven. / P =
Princesa. / HM = Hay mujeres. / ZN = Zumo de neón. / JAP = El joven
aprendiz de pintor. / CDCC = Cómo decirte, como contarte. / TI =
Tratado de impaciencia. / QD = «Que demasiao». / JL = .Juana la
Loca. / CM = Calle Melancolía. / PHJ = Pongamos que hablo de
Joaquín. CC = Caballo de cartón. / Cl = Cuervo ingenuo. / GSS =
Güisqui sin soda. / RE = Rebajas de enero. / AA = Adiós, adiós. / PA =
Pisa el acelerador. / PHM = Pongamos que hablo de Madrid. ! ES = Eh
Sabina.
4. Mirando ya al caso español es inevitable la pregunta sobre el enorme
papel que ha debido .jugar en nuestra postmodernidad todo el
desengaño producido por el PSOE. La increíble mayoría de 1982 era,
sobre todo, expresión de una ilusión, más aún: de una confianza. Y la
cadena de decepciones con que el PSOE ha respondido a aquella
ilusión es precisamente el tema de la canción «Cuervo ingenuo», de J.
Sabina:
Tú decir que, si te votan, - tú sacarnos de la OTAN.
Tú convencer mucha gente, -tú ganar gran elección.
Ahora tú mandar nación, - ahora tú ser presidente.
Hoy decir que esa Alianza - ser de toda confianza.
incluso muy conveniente - Lo que antes ser muy mal,
permanecer todo igual - y resultar excelente.
Tú tirar muchos millones - en comprar tontos aviones
al otro gran Presidente. - En lugar de recortar
loco gasto militar, - tú ser su mejor cliente
Si los «nuevos filósofos» franceses, resultados de mayo del 68,
se confesaban «hijos de Marx y de la Cocacola» los postmodernos
españoles parecen «hijos de M. Boyer y de Isabel Preysler», con la
diferencia de que todavía parecen desconocer a sus padres Nuestro
cantante habla más bien de «hijo de la derrota y el alcohol», pero
creo que está en el mismo camino: la derrota de que «socialistas de
toda la vida» descubran ya maduros «los grandes valores del
mercado», y el alcohol que «se sube a la cabeza» como una mujer
fatal.
5. Sobre otra posible recuperación de la ética en la PM, ver lo que
diremos más abajo de la nota 19.
6. Esto se percibe por ejemplo en esa canción aguafuerte y autorretrato
de nuestro autor, que se titula «Pongamos que hablo de Joaquín».
.Junto a las llamadas a «vivir a tope», y a resistir con «un buen tinto y
una buena titi», afloran también frases como éstas: «amigo de causas
perdidas -desde aquel mayo de París»..., «medio profeta medio
quinqui»..., «tirando a zurdo en sus ideas -por donde escora
Bakunin»... Esta última alusión también es de interés y habremos de
comentarla.
7. Sobre los orígenes religiosos de ese milenarismo, remito al libro de N.
COHN (En pos del milenio, Barral 1972), dado que ahora no podemos
entrar ahí. Habría que analizar no sólo el carácter religioso de los
milenarismos, sino su dura represión por las iglesias, y lo que significa
el que este dato del inconsciente europeo reaparezca en la
conciencia moderna, desgajado ya de su raíz religiosa.
8. Quizás también porque hubo otro fallo en la Modernidad naciente, que
fue querer transformar el mundo sin arreglar la «lucha de clases» (o
mejor formulado: la agresión de clases) existente en el mundo. Esto
parecía presuponer que la educación (aunque se la llamara ,-del
género humano- ) no era pensada para todos, sino sólo para aquellos
que se creían ser «el auténtico» género humano, los «auténticos»
ciudadanos, que eran los burgueses... Este aspecto no quisiera
ignorarlo, aunque ahora tampoco lo considere en mi análisis. Incluso
se le podría fechar en 1848, año de la revolución social fracasada.
9. A las cuales ahora yo no juzgo ni tengo datos para hacerlo. Pero sí
que evoco la reacción de Domitila ante esa identificación. Cf. D.
BARRIOS, Si me permiten hablar. Ed. Siglo XXI.
10. G. VATTIMO coincide también en señalar a Nietzsche y a Heidegger
como mentores de la PM (cf. Op. cit., passim, o p. ej. p. 9).
11. Remito el significativo título (y obra) de J.F. SCHMUCHKER, Adorno
Logik des Zerfalls, Stuttgart 1977.
12. En este sentido habría que añadir que una obra como la de Y.
MASSUDA, (La sociedad informatizada como sociedad postindustrial,
Tecnos 1984), a pesar de lo «ultimísimo» de su título es todavía una
obra típica de la Modernidad. Y sus desarrollos le parecen a la PM
«demasiado esquemáticos y analíticamente ingenuos» (la expresión
es de CARLOS MOYA, en su capítulo-colaboración al libro Utopía y
Postmodernidad, Salamanca 1986, p. 56). Massuda está convencido
de que el hombre no se puede autodestruir y, por eso, espera y
pronostica un buen uso de la revolución informática: sus mayores
peligros serían, paradójicamente, sus mayores garantías. En cambio
la PM parece temer lo contrario: el género humano se puede
autodestruir (¡por eso se descuelga de él individualísticamente!). O
«se puede morir de hambre en el paraíso» (expresión de A. GORZ en
Les chemis du Paradis, París 1983); y por tanto el progreso puede
reducirse simplemente a que los antropófagos coman «con tenedor y
cuchillo y no con los dedos» pero sin haber dejado de ser
antropófagos.
13. «EI socialismo del futuro no debe esperar nada de los profetas ni
exigir de nadie que esté dispuesto a dar su vida por los demás»
(Ideas para el socialismo del futuro, por M.A. Quintanilla y R. Vargas
Machuca. En Noticias Obreras n. 960(15-30 sept. 1987) p. 668). La
frase resulta una obviedad si se limita a decir que nadie puede exigir
eso a otro: pero, por eso mismo, parece sugerir que nadie tiene que
sentirse llamado a dar la vida por nadie ni exigirse eso a si mismo. La
línea que empalma esta frase de muchos postmarxistas con el
marxismo de antaño, pasa probablemente por estas palabras de K.
Marx en La ideología alemana: «los comunistas, lejos de preconizar el
egoísmo contra la abnegación o la abnegación contra el egoísmo,
demuestran en cambio que tal contradicción tiene una base material,
con lo que ella desaparece por sí misma». La gran sorpresa se
produjo cuando, cambiada la base material, la contradicción no
desapareció por sí misma. Entonces la PM ha tenido que optar entre
los dos miembros del dilema marxiano. Y, como no tenía ninguna
razón para optar por el segundo. optó por el primero: por el egoísmo
contra la abnegación o que «nadie tiene que dar su vida por nadie».
Y el problema es que, mientras se escribe eso, se sigue exigiendo
fácticamente a muchos que den su vida por nosotros: se le exige eso
a los parados, a los nuevos pobres, al Tercer Mundo y a todas las
víctimas de programas económicos racionalmente perfectos gracias a
cuyas víctimas no tenemos que morir nosotros ni un poquito así,
mientras ellos mueren del todo o casi del todo.
14. ¿Por qué no decirlo? «El socialismo del futuro no está obligado a
romper con la sociedad burguesa» (Ibid. id).
15. Aunque sólo sea en una nota, porque no cabe en el texto, me gustaría
llamar la atención sobre el problema que plantea a la PM la
constatación de que (al igual o más aún que las personas), las
instituciones humanas no suelen ser en realidad términos medios («ni
buenos ni malos»), o fundidos grises de poca bondad y poca maldad,
sino que son más bien extremos paradójicos: buenos y malos a la vez
y, en ocasiones, con cosas muy buenas y muy malas. Este dato -que
va siendo constatado por muchos y en muchas partes- no permite los
antiguos juicios de indentificación institucional «tolerante pero total»
fruto de un balance global. Sólo permite provisionalidades o
parcialidades. Y esto lleva a la desintitucionalización, si no queremos
que lleve al profetismo (que cuando es auténtico, resulta más
doloroso para el profeta que para sus mismos oyentes).
Que una tal desinstitucionalización es típica de la PM me parece
claro (ahí están los descensos de militancia política, sindical o
eclesial).
Pero, contra lo que suele decirse, NO deriva sólo de la
incapacidad de compromiso de los sujetos sino también de la
incapacidad de las instituciones para «merecer» ese compromiso. Y la
única alternativa que la PM vislumbra (y rechaza con razón) es ese
fundamentalismo premoderno (pero muy actual) que se extiende
desde el Irán a Estados unidos, pasando por Herri Batasuna. De ahí
la importancia de lo que diremos en la tercera parte sobre el
profetismo intraeclesial.
16. No para dármelas de profeta pero sí para que se vea que no estoy
ahora haciendo «de la necesidad virtud» me permito evocar que este
tipo de denuncias constituyeron un de mis puntos de confrontación
con las ideologías revolucionarias de antaño. Me permito recordar en
este sentido la contraposición entre «la realidad como absoluto» y «la
realidad como maldición» propuesta (en 1974) en el último capítulo de
mi Cristología; así como la crítica a Marx y la Biblia de J. P. Miranda
(escrita en 1973), y el artículo Socialismo como espiritualidad de
(1975) en el que subrayé como aportaciones de la fe a la revolución
cosas como la «liberación de todo ensueño milenarista», la «voluntad
insobornable de rigor en el análisis» y el «no hacer la revolución en
provecho propio». (Cf. ambos escritos en Teología de cada día,
Salamanca 1976 (2.a ed.) pp. 390-418. Remito asímismo a las
frecuentes alusiones al tema de Acceso a Jesús (1 ,d ed. 1979) y al
Manifiesto para un pesimismo cariñoso (en Este es el Hombre, Madrid
1986, [3a. ed.j pp. 202-212).
17. Enuncio sólo la pregunta, porque la he tratado más detenidamente
(valiéndome de la misma referencia a Tierno Galván aludida en el
texto), en mi reciente reflexión: Proyecto de hermano, Visión creyente
del hombre, Santander 1987, pp. 104-108.
18. Cf. Op. cit., cap. IX
19. ver El País, 8 enero 1987, p. 9. Vattimo hace allí una calurosa
apelación a Levinas, contra los maestros de la sospecha,
precisamente porque la PM ha aprendido que tras la pretendida
destrucción de las ideologías que estos maestros llevan a cabo, sigue
sin quedar ninguna verdad absoluta sino otra nueva ideología. La
apelación de Lévinas a lo absoluto del «otro», jugaría un papel de
destructora de ideologías. Pero quisiera añadir que muchos
postmodernos no comparten ese entusiasmo de Vattimo por Lévinas
sino todo lo contrario. Lo cual es coherente con la forma como aquí lo
hemos presentado: como una llamada a la PM a superarse a sí misma
desde dentro de ella misma.
20. El Pais, 8 sep. 1987. (Embajador en el infierno)
21. Esto es algo bastante sabido. En economía lo demostró p. ej. Ricardo
contra el optimismo de Adam Smith (quién, de todos modos, ya
contaba con algún tipo de factor supraindividual: sólo que éste era
benéfico e independiente del hombre: era aquella famosa mano in
visible que lo armoniza todo como un l.deus ex machina. Ahora se
trata de comprender que lo que Ricardo demostró, no ocurre sólo en
economía sino en todos los campos de la vida. Y que la economía no
es aquí más que un reflejo del ser humano.
Por eso quisiera añadir ahora, que independientemente del uso
que el gobierno haga de la recaudación fiscal (lo cual es una cuestión
importantísima e ineludible, pero es otra cuestión), una de las cosas
más postmodernas que yo conozco es la ira con que la derecha bien
situada de nuestro país trina contra la política fiscal del gobierno. En
este punto, la PM resulta ser de lo más anticuado.
22. Cf. El País, 26 oct. 1987.