POSTMODERNIDAD EUROPEA Y CRISTIANISMO LATINOAMERICANO


José I. González Faus


Este cuaderno tiene su origen en la conferencia de su Autor en el 
curso Pragmatismo postmoderno o solidaridad? de Cristianisme i 
Justícia (cuarto trimestre 1987), repetida después en el CEM de 
Valencia, y reelaborada posteriormente para el curso sobre «Fe y 
Justicia» de la Fundación Santa María, en Madrid. Remitimos al lector 
al libro La interpelación de la iglesias latinoamericanas a la Europa 
postmoderna y a las iglesias europeas, editado por la Cátedra de 
Teología de la Fundación Santa María, donde se publica completo el 
trabajo.
Reproducimos aquí la primera parte de dicho libro y un brevísimo 
resumen de la segunda y tercera parte.
El Centre Cristianisme i Justícia está preparando un trabajo más 
especifico sobre la postmodernidad, del que es autor Josep Mª 
Lozano.

CRISTIANISME I JUSTICIA, Roger de Llúria 13, 1er.
08010 Barcelona - Tel. 317 23 38 1988 Marzo 1988

* * * * *

SUMARIO
1. Experiencias constitutivas de la postmodernidad 
1.1. La revolución imposible 
1.2. La sordidez de lo real 
1.3. Conclusión: la «calle Melancolía» 

2. Postmodernidad como antimodernidad 
2.1. El milenarismo de la Modernidad primermundista
(o «Dios ha muerto; viva Marx»)
2.2. Contra el aura marxista de la Modernidad
(o «Marx ha muerto, viva Joaquín Sabina»)

3. Ambigüedades, preguntas y amenazas de la postmodernidad
(o «..Joaquin Sabina también ha muerto, viva Rambo»?)
3.1. Valores de la postmodernidad
3.2. Preguntas y amenazas de la postmodernidad 

4. Balance 

5. Postmodernidad e Iglesia institución 

6. La interpelación de las Iglesias latinoamericanas 

Notas


* * * * *

En un trabajo como este no es bueno exponer de manera genética 
todos los pasos de un proceso de análisis. Voy a intentar, pues, una 
exposición ya sistematizada, porque es mucho más clara y 
pedagógica. He de remitirme al libro de G. Vattimo (1), y he de dar por 
conocidos los recientes análisis de Rovira Belloso sobre Milan 
Kundera y Umberto Eco (2). Para este escrito, yo he preferido echar 
mano de puntos de referencia más cercanos a nosotros y de más 
rápida evocación. Y creo haber encontrado un material para ese 
empeño en uno de los ídolos de nuestra juventud actual: el cantante 
Joaquín Sabina. Su estilo esloganístico resulta muy apto para 
vehicular conclusiones. Por eso me referiré principalmente a él en 
forma de comentario a la letra de sus canciones (3). Sin perjuicio de 
que añada alguna que otra alusión a nuestros materiales de cada día, 
cuando me parezca que tienen esa misma capacidad de vehicular 
conclusiones o de formar lo que seria el resumen de todo un 
proceso.

Puede parecer superficial o poco serio eso de tomar la canción 
como material para una reflexión que quiere ser teológica. A esto 
cabe responder, en primer lugar, que la postmodernidad, 
precisamente porque renuncia a saberes y respuestas ..últimas», 
tampoco es demasiado pretenciosa en sus formulaciones. Por otro 
lado se puede responder también que la canción tiene hoy un 
innegable valor sintomático, desde el punto de vista sociocultural. Y la 
prueba de ello está en su misma evolución. Si dispusiéramos de más 
espacio podríamos comparar al Sabina que aquí comentaremos, con 
alguno de los «clásicos» de los anos sesenta: por ejemplo aquel Paco 
Ibáñez que, en el Olimpia de París, cantaba a los andaluces de Jaén: 
«decidme en el alma de quién, de quién son esos 0livos»... y cantaba 
al soldadito boliviano, armado «con un rifle americano regalo de 
Mister Johnson, para matar a su hermano» ., o salmodiaba la 
«amarga verdad» de Quevedo sobre el dinero y la pobreza. 
Igualmente seria posible comparar esa misma evolución en un mismo 
cantante, como podría ser J M. Serrat: ¡que diferencia entre sus 
canciones actuales y aquellas letras de Machado, «golpe a golpe, 
verso a verso», o aquel ignoto Manuel que «nació en España», cuya 
casa era de barro, «de barro y caña» y cayo sudor y cayo llanto 
«humedecían las tierras del señor día tras día,.. Todo aquello ha 
terminado, y esta evolución es significativa.

A mi modo de ver, no entenderemos bien todo eso que se ha dado 
en llamar «postmodernidad» (PM), si no percibimos que está hecha 
de dolor o, al menos, de decepción. Un dolor al que cabria aplicar 
aquellas famosas palabras de Buda: «esta es la noble verdad sobre el 
origen del sufrimiento:... del deseo brota el dolor; del dolor brota el 
miedo» A. En este caso ha sido el deseo loco y convencido del 
cambio histórico total, que nos movía hace unos años, y que fue 
bandera de la Modernidad. De aquí me gustaría que brotaran 
nuestras reflexiones. Porque la PM, antes que una filosofía o un 
sistema racional, es una experiencia y un estado de ánimo. Eso es lo 
que hemos de intentar describir.


1. EXPERIENCIAS CONSTITUTIVAS DE LA POSMODERNIDAD

1.1. LA REVOLUCIÓN IMPOSIBLE

Quiero recordar que, antes de hablar de PM (postmodernidad), 
estuvimos durante una temporada hablando del «desencanto»: esta 
palabra me parece importante porque hace de eslabón-de-empalme 
entre Modernidad y PM. La PM comienza a nacer cuando parece 
constatarse palpablemente la imposibilidad de ese cambio histórico 
soñado. Cuando el hombre cae en la cuenta de que ya «hace siglos 
que pensaron: las cosas mañana irán mejor», (CC) y, por tanto, 
cuando la ilusión de Prometeo se transforma en la repetida 
constatacion de Sísifo.

Notemos además que ese desengaño de la revolución viene a 
continuación del desengaño sobre la metafísica. La famosa frase de 
Marx, de que no hay que interpretar el mundo, sino transformarlo, 
había ido siendo leída en el sentido de que no es posible interpretar 
adecuadamente al mundo, pero sí que es posible transformarlo 
(aunque pueda discutirse si era ése su sentido original). Ahora se 
constata que tampoco es posible transformarlo.

Por consiguiente, si Marx escribió antaño con pasión que 
«Prometeo es el santo mayor del calendario laico», los postmodernos 
proclaman hoy, con pasión no menor, que Prometeo solo era la mayor 
idiota de la historia. Algunos incluso afirmarían que ni siquiera fue 
idiota sino aprovechado: que Prometeo no robó el fuego a los dioses 
para darlo a los hombres, sino para montarse con él algún «holding» 
transnacional.

Pero quedémonos con que Prometeo fue sólo un idiota. La razón de 
su idiotez es que se dejó devorar las entrañas por una empresa 
desprovista de sentido. Pues todo cambio histórico radical que apunte 
a realizar mas Justicia, más libertad y más humanidad, es un círculo 
cuadrado histórico. Justicia, libertad y humanidad son palabras que no 
significan nada o, en todo caso, son realidades que el hombre sólo 
puede buscar por sí solo y para sí solo, y con cuentagotas. Esta es 
una experiencia histórica innegable. Valdrá la pena preguntar a la PM 
cómo teoriza esa experiencia, y por qué cree tan inamoviblemente que 
toda revolución es imposible.

Y, substancialmente, yo creo encontrar dos tipos de respuestas:

a) la revolución es imposible porque el hombre no es de fiar, y el 
hombre es precisamente el sujeto de la revolución pendiente. Al 
menos vale esto del hombre blanco: «hombre blanco hablar con 
lengua de serpiente», le canta J. Sabina a Felipe González. Y frente a 
esa lengua de serpiente, todo presunto revolucionario sincero no 
pasa de ser un «cuervo ingenuo». Preciosa y dolorida expresion!.(4)

Releyendo lo del .«hombre blanco» quizás habría que decir que la 
PM es la crítica más atroz a las posibilidades de hacer esa revolución 
soñada, dentro de los cánones y las coordenadas de la ilustración 
occidental. En algún sentido esto mismo va lo había insinuado H. 
Marcuse, pero sin proponer otra alternativa que la de un romántico 
.«NO absoluto», y sin acabar de percibir que nosotros los 
occidentales ni debemos, ni queremos, ni sabemos cómo renunciar a 
esa ilustración. Este mismo error de esperar la revolución dentro de 
los cánones de la Modernidad Occidental, ha sido probablemente el 
gran fallo histórico del marxismo, del que algunas voces críticas ya 
habían dicho antaño que era «hijo de la misma madre» que el 
capitalismo occidental. Aquellas voces críticas y desatendidas quizás 
reciben ahora una tardía legitimación inútil.

b) Y una segunda razón: la revolución es imposible además porque 
crea represión, y la represión actúa sobre el mundo nuevo como «la 
soda con el güisqui» (GSS), es decir: lo agua y lo falsifica.

Esta constatacion revela una curiosa confesión sobre el papel del 
deseo en la pasada Modernidad. En el fondo fondo, la revolución se 
quería hacer en realidad para «liberar el deseo,», aunque luego (para 
hacerla creíble) se la presentaba como imperativo de la historia. Con 
ello resultó que se aspiraba a liberar el deseo, pero por medios que 
exigían la represión del deseo, y una represión que no iba a ser sólo 
momentánea (el compromiso, la militancia y, en resumen, la entrega 
de la vida). Esta contradicción tenía que saltar en algún momento. Y 
ahora que ha saltado, el postmoderno decide no apuntarse ni al 
engaño de una revolución que no libera al deseo ni, menos aun, al 
esfuerzo de una revolución que exige reprimir el deseo. El 
postmoderno opina con Sade que al deseo los frenos le sientan fatal, 
(GSS). El postmoderno no tiene ante el deseo otra argumentación ni 
otra salida que la del «¿qué voy a hacerle yo?»:

«¿qué voy a hacerle yo?
si me gusta el güisqui sin soda,
el sexo sin boda,
las penas con pan?»...(GSS).

Sólo que, con una confesión de este tipo, la PM se pone a la altura 
del «hombre blanco». Y Felipe González podría contestarle a Joaquin 
Sabina: ¿qué voy a hacerle yo, si me gusta el poder sin ellos, como a 
ti el güisqui sin soda?. Y todos contentos, que es como decir: nadie 
contento porque ya se ve que no hay cambio posible.


1.2. LA SORDIDEZ DE LO REAL

La PM ha hecho también la experiencia, dura pero innegable, de 
que nuestra realidad es sórdida, y que la ilusión moderna no había 
mas que enmascarar esa sordidez con bellas palabras altisonantes o 
de color de rosa, pero que (para aludir a la famosa novela de Eco), de 
rosa no tenían más que «el nombre».

Me parece sintomático, en este contexto, el que un director español 
haya decidido filmar recientemente las «Divinas Palabras» del viejo 
Valle Inclán. Sospecho que hay aquí algo mas que un retorno al 
clásico tema de la España negra. Aparte de que la película le haya 
salido con cierta belleza y cierta dignidad (un detalle que también es 
muy postmoderno), lo significativo de ella está más bien en su tema y 
en su titulo, es decir: la puesta en evidencia de una realidad sórdida, 
cuyos únicos contenidos son avaricia secreta, envidia corrosiva y afán 
de poder destructor; pero en la que todos esos contenidos van 
envueltos siempre con palabras altisonantes de amor al desvalido, de 
defensa de la moral, o de citas del evangelio. El significado de la 
película me parece entonces claro: sólo las palabras son divinas; y 
todo envoltorio verbalmente tranquilizador o racionalmente 
convincente, vehicula en realidad unos contenidos sórdidos. (Puede 
ser interesante insinuar cómo una critica de este género habrá de 
afectar más intensamente a la Iglesia, dado que ésta es la que mas 
pretende manejar palabras divinas o razones absolutas. Pero esto no 
podemos desarrollarlo ahora, y nos hemos de limitar a apuntarlo).

En este sentido, la PM es simplemente el intento honrado de 
quitarle a la realidad sus «divinas palabras», sus «nombres de rosa», 
encarando mas bien al hombre con la «insoportable levedad» de lo 
real. Para quitar a la realidad todas esas palabras pseudodivinas, la 
PM se vale sustancialmente de este doble recurso:

a) El uso destructor de la palabra

El empeño de «poner sus sucias manos sobre Mozart», para decirlo 
con otro titulo conocido. Hay en la PM un afán ingénuo de 
escandalizar, de «epater le bourgeois», de decir cosas fuertes, como 
modo de defenderse contra ellas. Ahí esta la canción de Sabina sobre 
este ,«fin de siglo cansado», (otra vez llamo la atención sobre el 
adjetivo): hacia el fin de siglo, en lugar de llegar a «una tierra que 
ponga libertad». hemos llegado a un «espectáculo» en el que 
«perversas jóvenes rubias se masturban para Vds.», en el que 
«hermosos jóvenes nazis bailan el rock and roll» y «el marqués de 
Sade sodomiza a una monja» (OL). Es el uso demoledor de las 
palabras, erigido en criterio o en defensa contra el engaño de las 
«divinas palabras».


Las alusiones que acabo de hacer, tanto a U. Eco como a «la 
insoportable levedad del ser», están más largamente comentadas en 
el estudio de J.M. Rovira Belloso ya citado. que califica como «cultura 
del gran Vacío» más o menos lo mismo que yo he calificado aquí 
como «divinas palabras». Remito pues a sus análisis, que son 
excelentes. Y quiero recoger otra evocación que allí se hace? muy de 
pasada pero muy intuitivamente: una alusión al cineasta M. A. 
Antonioni. Al leer a Rovira no pude menos de revivir una escena de 
una de las películas de Antonioni (no sé con certeza cuál, pero quizá 
sea El desierto rojo). En ella reaparece Mónica Vitti en su primer papel 
de deprimida perpetua. Y cuando, en un momento dado, explica la 
solución que dan los sabios a su desesperación insuperable, todo se 
reduce a que tiene que comprender que «lle cose che mi capitano 
sono la mia vita,l. Así de simple: no hay que apelar a nada ni a nadie: 
nl a Dios, ni al psiquiatra, ni a traumas infantiles, ni al confesor, ni a 
algún encuentro prometedor que deje todavía flotando la esperanza 
de un «rayo verde» en medio del «desierto rojo». Nada de eso. No 
hay que apelar más que a ese positivimos absolutizado de que «las 
cosas que pasan son la vida». Esa canonización de lo fáctico, esa 
renuncia a combatirlo o a cambiarlo que la protagonista de Antonioni 
aún no lograba digerir, eso es lo que la PM parece haber digerido 
ya.

b) El recurso a la «pequeña palabra»
Al pequeño envoltorio del que uno puede sospechar que, al menos, 
podrá encerrar menos sordidez que el gran envoltorio. A ver si así el 
«pequeño placer», que no tiene otra pretensión ni otro nombre que 
ése, y que no esconde su afán de ser sólo pequeño placer, consigue 
evitar la inagotable sordidez de la avaricia y del afán de poder. Por 
aquí, la PM se abrirá al «carpe diem» y a la «áurea mediocritas» del 
lejano poeta Horacio. Y este pequeño placer tiene además su raíz y 
su justificación en toda la cosmovisión propia de la PM, que podría 
resumirse en esta frase: la vida es tan dura y tan insoportable, que 
vale más morirse viviendo a bien», que conservarse la vida 
privándose de vivir bien. En el fondo, la ética del ,"egoísmo ilustrado" 
de Fernando Savater, es todavía demasiado moderna y, por eso 
mismo, demasiado anticuada. Al postmoderno ya no podemos decirle: 
«eh, eh, Sabina, ten cuidado con la Josefina»... porque la respuesta 
invariable será: «naranjas de la China» (ES). La rima es inevitable 
vulgar, deliberadamente vulgar. Pero la notable capacidad 
esloganesca con que formula el cantante da a sus palabras una 
fuerza y una penetración, que son totalmente lo contrario de la 
seductora poesía vácua de muchos mesianismos de antaño.

Y, para concluir este segundo apartado, quisiera llamar la atención 
sobre cómo complementa al anterior: la PM no ha sido sólo la 
destrucción de un mito (el mito moderno de la revolución), sino la 
destrucción de todos los mitos. En la «divina» palabra de la revolución 
no había sólo un error de cálculo histórico, que dejaba intactas otras 
grandes palabras, sino un error metafísico de visión de la vida: en 
esta vida no cabe ninguna gran palabra y, por eso, la PM se 
desmarca incómodamente tanto de la izquierda como de la derecha, y 
hace que a nosotros nos sea tan difícil enjuiciarla, o que la 
enjuicemos sólo parcialmente, desde nuestras posturas previas más 
revolucionarias o más conservadoras.

Pero de hecho, además del mito de la revolución social, quedan 
destrozados otros mil mitos que enumeraré aludiendo otra vez a 
canciones de Sabina:


El mito del progreso

El tan cacareado progreso se reduce a la cenestesia que uno tiene 
cuando es joven: «mañana era nunca y nunca llegaba pasado 
mañana»; y por eso era posible esperar. Pero cuando «mañana» 
llega, se acaba toda esperanza, y se acaba de la manera más 
ramplona: «pasaron los años, terminé la mili, me metí en un piso -hice 
algunos discos, senté la cabeza, me instalé en Madrid,» Y eso es 
todo. Eso es la vida, como tenía que aprender Mónica Vitti. Podrá ser 
que uno añore el ayer, que uno sepa que «cuando era más joven la 
vida era dura, distinta y feliz». Mientras que ahora: «hoy como 
caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte- pero algunas veces 
pierdo el apetito y no puedo dormir» (CMJ). Eso podrá ocurrir y 
ocurre. Pero no queda más que el derecho a la añoranza. «Hacen 
quinielas, hacen hijos, van al bar»: esto es lo que queda de los 
componentes de un antiguo grupo, y a esto se han limitado las 
seductoras promesas de los antiguos pontífices del progreso.


El mito del amor y de la mujer

El Sabina que quiere «sexo sin boda» y «sexo y rock and roll», 
siente sin embargo así de sus compañeras de relación:

hay mujeres envueltas en pieles sin cuerpo debajo,
hay mujeres que van al amor como van al trabajo...
hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no,
hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,
hay mujeres que ni cuando mienten dicen la verdad,
hay mujeres que empiezan la guerra firmando la paz»...(HM).

El amor será por tanto otra «divina palabra». Es posible que alguna 
vez le toque a uno la lotería en alguna «rebaja de enero» (título de 
Sabina que expresa precisamente la historia de un amor que resulta 
inesperadamente afortunado). Y seguramente los hombres seguirán 
soñando con esa lotería rápida, porque también «hay mujeres 
capaces de hacerme perder la razón» y contra eso no puede hacerse 
nada. Pero al menos será conveniente no abrigar ilusiones 
desrazonadas y, por supuesto, no arriesgar nada para que, si el 
asunto falla, quede el consuelo de decir: «aquella noche que fallaste, 
tampoco fui a la cita yo» (TI). Eso es todo. Hay un claro deseo de no 
sufrir: «cómo decirte que el bien es el espejo del mal, cómo contarte 
que al tren del desconsuelo, si subes no es tan fácil bajar»... (CDCC). 
Pero se trasluce también un deseo vengativo de aprovecharse de 
esta realidad que obliga al hombre a arriesgar tanto: deseo calculado, 
incapaz de entregar nada, y muy semejante al de Ulises en los mitos 
de Circe o de las sirenas: «el cielo está en el suelo» y «el alquitrán del 
camino embriaga mas que el suave vino del hogar» (CDCC).


El mito de la diversión

En nuestra juventud de modernos la diversión apuntaba a 
«pasárselo de puta madre»: expresión pretendidamente desaforada y 
contradictoria, que utilizaba el insulto mayor para expresar la felicidad 
mayor, y que traslucía así un afán no sólo de traspasar todo limite y 
toda barrera de finitud, sino incluso de encontrar la armonía plena en 
esa transgresión. Ahora no: la diversión es simplemente «zumo de 
neón -contra la depresión» (ZN). Es simplemente «una especie de 
mueca en lugar de sonrisa» (P). Quizá los ingenuos padres modernos 
continúen recelosos ante los posibles «desmanes nocturnos» de sus 
hijos postmodernos. Pero deberían saber que no hay tal. Que lo único 
que ocurre es que «el club del desengaño -de madrugada está 
superpoblado»: este club en el que «todos se miran, na-na-nadie se 
toca»; y en el que a lo mejor «acabo vomitando en los lavabos de un 
antro moderno» mientras que, en perfecta desconexión con lo que 
pasa por el interior de nadie, «un grupo está tocando rock and roll a 
las puertas del infierno» (ZN).

Estas son las posibilidades postmodernas de felicidad. A pesar de 
todo, se mantiene la voluntad de no salir de ellas: «¿que voy a 
hacerle yo?»,


El mito del empeño ético 

¿Por qué se mantiene esa voluntad? Pues porque el empeño ético 
no pasa de ser otro mito a derribar: «después de toda una vida 
sublimando los instintos... después de toda una vida poniendo diques 
al mar... de pronto un día pasaste de pensar qué pensarían tu mujer, 
tus hijos, tu portera, cuando supieran...» (JL). Si tales son las 
perspectivas «¿qué voy a hacerle yo?»

Y es así porque la PM está convencida de que el empeño ético no 
tiene más objetivo que el «qué dirán» ambiental (5). En cuando se ve 
desligado de ese que dirán, el hombre se muestra como realmente es: 
carente de todo norte ético, ancestralmente insolidario e 
incansablemente trepador. Lo saben muy bien el cantante joven, el 
pintor inexperto, el escritor primerizo, el «joven aprendiz» de lo que 
sea, que se vieron duramente rechazados por todos cuando 
comenzaban y, ahora que han llegado, perciben cómo todos se les 
acercan amablemente:

«La propia Caballé que me negó sus favores,
la diva que pasaba tanto de cantautores,
llamó para decirme: estoy en deuda contigo,
mola más tu Madrid que el Aranjuez de Rodrigo....»
«Y ¿qué decir del manager audaz y decidido,
que no me recibió, que siempre estaba reunido?
Hoy, moviendo la cola, se acercó como un perro
a pedir que le diéramos vela en este entierro»...(JAP)

Eso es el ser humano. Y aquel famoso «hombre nuevo» por el que 
tanto se desvivió el Che Guevara, no era más que otro mito estúpido, 
del que no quedan mas que esos escombros humanos por entre los 
que debe aprender a caminar «el joven aprendiz».

Y así sucesivamente: «cada noche un rollo nuevo. Ayer el yoga, el 
tarot, la meditación. Hoy el alcohol y la droga. Mañana el aerobic y la 
reencarnación» (CDCC)... Ya he aludido antes a la destrucción del 
mito de la política (otra de las divinas palabras de la Modernidad) que 
se contiene en la canción «cuervo ingenuo». Yo personalmente he 
echado de menos alguna alusión al «mito de la ciencia», porque 
quizás es el único mito que se mantiene en pie entre los budas de 
esta España postmoderna; y se mantiene precisamente cuando ya ha 
caído -como mito- en el resto de Europa. Pero este detalle no hace 
ahora al caso. El resultado de toda esta destrucción es el 
descompromiso mas absoluto. No hay partido, ni iglesia, ni causa, ni 
ser humano, ni objetivo histórico con el que valga la pena 
comprometerse: «desconfía de quien te dice "ten cuidado" -solo 
busca que no escapes de su lado» (PA). Pero desconfía también de 
quien parezca tocarte el corazón:

«cuando unos labios amenazan
con devorarme el corazón,
enciendo la señal de alarma
y escapo en otra dirección (AA).

Y así, del descompromiso mas absoluto, la PM pasa a la soledad 
mas total: soledad de padres y hermanos, de maestros y de amigos, 
de dioses y de amantes..Unos y otros solo buscan siempre «que no 
escapes de su lado». Y por eso, el único consejo que se atreve a dar 
J. Sabina es el de «pisar el acelerador»: «sientete viva, no este 
cautiva -mientras tengas gasolina tu motor, pisa el acelerador».


1.3. CONCLUSIÓN: LA CALLE MELANCOLÍA

En conclusión: no hay salida. Y como no hay salida, sólo queda la 
misma realidad de antes (y de siempre), pero con burla cínica en 
lugar de exaltación mítica. En todo caso cabrá preguntar por el papel 
catártico que, en esa realidad sórdida, juegan la música, la burla, la 
misma calidad de la frase.

Esta es quizá la conclusión mas llamativa y más destacable: la PM 
tampoco es feliz. Quizás es incluso menos feliz que aquella 
Modernidad esforzada y voluntarista, y supuestamente engañada. La 
PM sabe que «si dos no se engañan, mal pueden tener desengaños» 
(RE). Perfecto. Pero esta receta resulta también insuficiente porque, 
eliminada la posibilidad del desengaño, queda aún la nostalgia 
producida por la prohibición de soñar, queda la melancolía, y la 
añoranza de algo en lo que ya no se cree. Ante una constatación así, 
Camus daría, como es sabido, el consejo de «imaginarse a Sísifo 
dichoso», como única salida para el ser humano. La PM tampoco se 
aviene a eso: y unas veces prefiere imaginarse a Sísifo cínicamente 
corrosivo, mientras que otras veces optará por otra pequeña cátharsis 
romántica que consiste en cantar la propia desdicha. Ahí está esa 
canción, terriblemente nostálgica, pero también terriblemente 
egótica:

«Vivo en el número siete. calle Melancolía,
quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento, ha salido ya el tranvía.
Y en la escalera me siento, a silbar mi melodía» (CM).

¿Por qué esa imposibilidad de subir al vehículo que lleva a la 
alegría? Porque todo es inalcanzable: el cielo está «cada vez más 
lejano y más alto». Pero ¿y la tierra? ¿Y esa tierra nueva en la que 
tanto creyeron los modernos? En la tierra, es verdad, hay campos 
verdes y primaveras; pero «el barrio donde habito no es ninguna 
pradera - desolado paisaje de antenas y de cables» (CM). En la tierra 
parece haber también tiendas y puertas, pero son sólo «puertas que 
niegan lo que esconden» (CM). Y es cierto que existen en la tierra 
grandes supermercados repletos; pero el postmoderno se pasea a 
veces por ellos gritando: «¿quién me vende un poco de 
autenticidad?» (CDCC). En la tierra, el hombre presiente la posibilidad 
de «un encuentro que me ilumine el día», pero luego ese 
presentimiento es «como una enredadera que no encuentra ventanas 
donde agarrarse»; y no le queda más salida que «abrazarse a la 
ausencia que dejas en mi cama» (CM). Esta es, no ya la calle, sino la 
ciudad Melancolía; porque la melancolía ya no es nombre de un sólo 
individuo, sino que engloba a todos sus moradores; y deja de ser 
enfermedad personal para convertirse en epidemia: «esa absurda 
epidemia que sufren las aceras». O para convertirse en «un barco 
enloquecido que viene de la noche y no va a ninguna parte» (CM). 
Sólo queda efectivamente cantar la desdicha.

Y la razón de esa melancolía es un desequilibrio que parece 
inherente, no ya a la realidad ambiental, sino al ser humano mismo: el 
desequilibrio entre lo que llamaríamos «esperanza expectante» y la 
«esperanza esperada». La primera es la que «busca acaso un 
encuentro que le ilumine el día», como acabamos de decir. Pero la 
esperanza esperada se ha de limitar a «encender un cigarrillo y 
resolver un crucigrama». En estas condiciones siempre ocurrirá que 
«es pronto para el deseo y muy tarde para el amor» (CC). Doy 
importancia a esta frase, que me parece una de las definiciones más 
intuitivas del fenómeno que estamos analizando: siempre será «pronto 
para el deseo» porque éste lo quema todo; pero también «muy tarde 
para el amor» porque en el amor uno ya no se atreve a creer. Será 
pronto para el deseo porque, por culpa del deseo.

«vivo del cáncer a un paso,
del trabajo me han echado,
....

me he quedado tan delgado
como un papel de fumar»(ES)

Pero, a pesar de ello, «¿qué voy a hacerle yo si me gusta...?» Y 
sobre todo: ¿cómo voy a hacer caso de los que me dicen: «eh 
cuidado», si no creo que me lo digan por amor a mí, sino «para que 
no escape de su lado»? Decididamente, es pronto para el deseo y 
tarde para el amor. Esta es la vida.

Y si es así, ¿cómo no va a vivir el hombre en el número 7 (que 
además es el número perfecto) de la Calle Melancolía?



2. POSTMODERNIDAD COMO ANTIMODERNIDAD

Una vez hecha esta breve descripción, quisiera mostrar ahora, en 
un comentario sociocultural, que la PM no se limita simplemente a 
suceder en el tiempo a la Modernidad, sino que más bien reacciona (y 
muy duramente) contra ella. Es por eso antimodernidad más que 
postmodernidad. Quiero mostrar esto aunque yo sospecho que, a 
pesar de todo y por paradójico que parezca (pero por una ley que se 
repite en muchos procesos históricos), la PM no deja de estar 
marcada por la Modernidad, aun en medio de su dura reacción contra 
ella (6).

Esta última observación dejara abierta una pregunta futura a la que 
aun no podemos responder, a saber: que pesará mas a la larga: si el 
ser hijo de tal padre, o la reacción contra el padre. A esta pregunta 
responderán los años futuros. Nosotros ahora nos limitamos a analizar 
qué factores son aquellos en los que se percibe el talante reactivo y 
hostil de la PM para con la Modernidad, Esos factores componen en 
mi opinión un proceso que podemos describir así: la Modernidad puso 
la utopía humana en lugar de Dios; y la PM ha puesto el pequeño 
burgués en lugar de la utopía.

Con ello tenemos, casi sin querer, las dos partes de este apartado 
2.


2.1. EL MILENARISMO PRIMER MUNDISTA DE LA MODERNIDAD O: 
"DIOS HA MUERTO, VIVA MARX"

Hay un detalle elemental, pero no sé si olvidado en muchos 
discursos, y es que lo que llamamos Modernidad no se identifica sin 
más con todo empeño «revolucionario» o de transformación del 
mundo, sino sólo con la revolución europea o primermundista. Y una 
característica fundamental de esas revoluciones europeas (desde la 
revolución francesa hasta mayo del 68), han sido sus escatologismos, 
sus promesas de felicidad paradisíaca, y su falta de respeto a los 
medios. Nuestra Modernidad confundió probablemente la llamada de 
la solidaridad (y de la libertad), con el mito voluntarista del «cielo en la 
tierra».

Y este mito es infinitamente nefasto, porque acaba generando la 
convicción inconsciente de que no es necesaria la educación del 
hombre (pues está claro que, para vivir en el cielo, no necesitamos 
educación: ¡el cielo mismo nos la comunica!). Yo me he planteado 
varias veces esta pregunta por las relaciones entre Modernidad y 
educación; y no precisamente ahora que tengo que hablar sobre la 
PM, sino mucho antes, en el contacto con gente joven o en el trato 
con sus padres preocupados. No hace demasiado tiempo que un 
matrimonio obstinadamente ateo, que andaba buscando un lugar de 
estudios para su hijo mayor (y ya problemático), me decían 
textualmente que les importaba un comino que fuera un lugar 
confesional o no, «carca» o «progre»: que lo único que querían es 
que el chico aprendiera «que no todo el monte es orégano». Sólo 
eso.

Y efectivamente, habría que preguntar hasta que punto nuestra 
modernidad europea y prometeica, prometiendo el cielo en la tierra o 
el paraíso en la historia, educó a sus hijos inculcándoles la tácita 
convicción de que "todo el monte es orégano" (7). La airada reacción 
postmoderna se produce entonces ante la constatación cruel de que 
no es así. Más aún: que la gran mayoría del monte no es orégano. Y 
que la raíz de ese desengaño no puede reducirse a que uno tiene la 
particular desgracia de que «sus padres -o sus familiares- no le 
quieren» (que es lo que piensa todo adolescente hijo de la 
Modernidad, antes de cuajar como postmoderno). Sino que eso 
pertenece a la estructura misma de la realidad. De toda realidad.

Y este detalle me parece muy importante porque, en su despertar 
aún balbuciente, nuestra Modernidad había cifrado todas sus 
esperanzas en «la educación del género humano». Dos siglos 
después hay que constatar quizás que esa educación es lo que no se 
ha dado. En su lugar, la Modernidad «real» prefirió la capacitación 
técnica del género humano (y hasta llegó a confundir capacitación 
técnica con educación). Quizá porque el mito del «cielo en la tierra» le 
hizo apartar cada vez más los ojos del interior del hombre, y volverlos 
hacia el exterior de la tecnología, único lugar en el que siguen 
pareciendo posibles todos los milagros y hasta la llegada al cielo (8). 
Pero esa desviación ha acabado por pasar su factura: y el hecho es 
que los postmodernos se han limitado a rebelarse con toda razón 
contra aquella seguridad, gestada en el desarrollismo v el consumo 
loco, de que la vida era un camino de rosas. Ellos han vuelto a 
descubrir con horror que la vida es un valle de lágrimas (aunque en 
ese valle también crezcan las rosas, regadas tantas veces por las 
lágrimas. Pero ahora este inciso les importa poco: ellos han hecho su 
descubrimiento sin la posibilidad de otra patria que permita percibir 
este valle de lágrimas como destierro (y a si mismos como 
«desterrados hijos de Eva»), y sin la posibilidad de algún Rostro 
materno al que acudir «gimiendo y llorando en este valle de 
lágrimas».

Y, una vez hecha esta primera constatación, se imponen unas 
breves observaciones sobre ella.

a) En primer lugar cabe señalar que todo el continente 
latinoamericano (a pesar de la impresionante colonización cultural por 
parte nuestra), no tuvo exactamente la misma «modernidad» que 
Europa y, por eso, tampoco está teniendo (hoy por hoy al menos) la 
misma postmodernidad. La historia de A.L. siguió siendo (no sólo tras 
la conquista, sino incluso) tras la independencia, una historia de 
despojo y esclavitud. El mito del «cielo en la tierra» resulta bastante 
innecesario cuando uno se sentiría satisfecho con una simple «tierra 
habitable». Y las posibilidades de enmascaramiento del proceso 
transformador o modernizador, son mucho más escasas y más 
burdas, por cuanto las tareas primeras o urgentes siguen siendo 
mucho más evidentes: sólo con una ceguera voluntaria se podría, por 
ejemplo, calificar a la Contra nicaragüense como «luchadores de la 
libertad» y este juicio es absolutamente independiente de la hipotética 
o real degradación del proceso nicaragüense a lo largo de estos 
últimos años.

Este parece ser el aspecto de la Teología de la Liberación que 
nosotros europeos percibimos peor, quizás porque hay que estar 
hambriento o sangrando para poder percibirlo. La Teología de la 
Liberación no es hija de la modernidad europea sino del dolor 
latinoamericano. Uno de los importantes errores científicos (no 
precisamente teológico) del primer documento del cardenal Ratzinger 
contra la Teología de la Liberación, era la confusión imperdonable 
entre los elementos marxistas que puede haber en algunas teologías 
de la liberación, y el marxismo cosmovisional y pseudoescatológico de 
aquellos »marxistas bien alimentados» que Ratzinger debió conocer 
en la Alemania del 68 (y que según algunos están en las raíces 
psicológicas de su involución). Recuerdo la impresión de un obispo 
latinoamericano (de la que fui testigo), cuando leía alguno de los 
papeles previos a aquel Documento: el pobre hombre no sabía 
literalmente de qué le estaban hablando. Su reacción era algo 
parecido a la reacción de Domitila Barrios, cuando ve confundido su 
feminismo con el de las lesbianas norteamericanas (9).

b) En segundo lugar, resulta casi una obviedad el decir que, en la 
PM que hemos presentado, se adivina con facilidad un triunfo de 
elementos existencialistas y anarquistas sobre el marxismo 
revolucionario. De este último -del derrotado- hablaremos dentro de 
poco. Ahora quisiera decir una rápida palabra sobre los vencedores 
del momento. Pues ese triunfo tiene algo de venganza contra aquel 
ambiente de nuestros años setenta, en el que citar a Heidegger o a 
Proudhon, entre la gente más de vanguardia, equivalía a traicionar 
toda la revolución y a privarse de toda credibilidad. Mi comentario va a 
ser muy breve:

b.1.-Por lo que toca al existencialismo me parece que, en la PM, 
falta aquella altura trágica que fue típica de éste. Hay si una cierta 
dignidad, pero... sin demasiados riesgos. Más que con la belleza de lo 
trágico, el postmoderno se contenta con la tragedia de lo 
limitadamente bello. Más que asumir heroicamente la nada, la 
contingencia o la muerte, el postmoderno procura paliarla o acallarla 
con la pequeña evasión, la mujer del momento, «un vino y una buena 
titi» como ya hemos citado.

b.2.-Y, por lo que toca al anarquismo, no tiene demasiado mérito 
indicar esto, cuando el propio autor comentado afirmaba que, por lo 
«zurdo» de sus ideas, «escora Bakunin». Sin embargo si que 
merecería un comentario un poco más detenido. Antaño afirmé varias 
veces que el contencioso marxismo-anarquismo había sido la gran 
tragedia y el «pecado original» de la revolución moderna en el primer 
mundo. Ahora sólo quiero evocar que esa enemistad secular 
contribuye a que todas las osicilaciones del péndulo de la historia 
hacia un lado o al otro, sean siempre reactivas y unilaterales. Y 
entonces, si el marxismo acabó confundiendo solidaridad con 
imposición, será casi inevitable que el Bakunin sabiniano, al 
reaccionar hostilmente contra la imposición, arrastre con ella a la 
solidaridad. Ello hace aflorar la cuestión de si lo que «escora» por el 
izquierdismo sabiniano es Bakunin, o más bien Nietzsche como ahora 
diremos. Pues me parece válida la ley que afirma que, así como Marx 
sin Bakunin degenera en Stalin, así Bakunin sin Marx acaba travestido 
en Nietzsche (10).

c) Estas dos observaciones permiten comprender en qué sentido lo 
que se ha llamado postmodernidad es, en el fondo, una 
antimodernidad, como habíamos apuntado. En este contexto sólo 
quisiera añadir aquí, en otro rápido comentario, que la verdadera 
postmodernidad fue quizás eso que se llama «Escuela de Frankfurt», 
primera corriente que constató las decepciones de la Modernidad, 
mucho antes de que fueran moneda de uso común; y que se preguntó 
preocupada por sus causas, pero desde dentro de los afanes mismos 
de la Modernidad, y sin renunciar a ella. Esta creo yo que seria la 
diferencia entre un Horkheimer o un Adorno, y cualquiera de los 
filósofos postmodernos que ya tienen algo o mucho de antimodernos. 
Pero habría que preguntarse además por qué fracasó también el 
intento de la Escuela de Frankfurt, dando lugar, o a una integración 
excesiva y resignada en el sistema (algo de eso sería la que se llama 
«segunda generación»), o a una mera «nostalgia de lo enteramente 
otro», cuando no a una intranquilizadora profecía de 
''autodestrucción'' (11).


2.2. CONTRA EL AURA MARXISTA DE LA MODERNIDAD O: "MARX 
HA MUERTO, VIVA JOAQUIN SABINA"

Además de esa protesta genérica contra la ambición prometeica de 
la Modernidad, hay en el talante postmoderno una reacción muy clara 
contra otra forma particular de aquel prometeísmo: me estoy 
refiriendo al profundo desengaño frente al marxismo. Que el lenguaje 
de «crisis del marxismo» es coetáneo del lenguaje de 
«postmodernidad», constituye un dato de observación cotidiana. Pero 
pienso que conviene precisar bien y centrar lo más posible ese 
desengaño, dado que puede servir para usos muy interesados.

En realidad, y en paralelismo con la reacción antimilenarista ya 
comentada, habría que decir ahora que la PM no niega los análisis de 
Marx, sino sus soluciones. Que la sociedad capitalista no es más que 
sordidez envuelta en divinas palabras (como la de «libertad»), debe 
haber quedado claro a estas alturas de nuestra exposición. Por si 
acaso, evoquemos otra vez lo que piensa el «cuervo ingenuo» de J. 
Sabina:

«Tú no tener nada claro
Cómo acabar con el paro.
Tú ser en eso paciente.
Pero hacer reconversión,
y, aunque haber grave tensión,
tú actuar radicalmente».

Digamos entre paréntesis que esta canción es anterior a Reinosa, 
por ejemplo. Pese a ello, la crítica de la PM al marxismo no ha sido 
menos brutal. Y, si tomamos como punto de partida que el verdadero 
nervio de esa crítica reside en las promesas no cumplidas más que en 
las injusticias denunciadas, creo que podremos llegar hasta su raíz 
más claramente marxiana (no ya simplemente marxista): me refiero a 
los duros ataques de Marx y Engels contra los llamados «socialistas 
utópicos» de su época. En el fondo, aquellos ataques, que pretendían 
sustituir toda la interpretación utópica o ética por una garantía 
científica, acabaron convirtiéndose en una utilización de la ciencia 
como seguridad tecnocrática, para eludir así la «travesía por el 
desierto» necesaria para toda liberación. Marx y Engels solían decir 
que «cuando se es hombre de ciencia no se tienen ideales». No 
sospechaban ellos de qué distinta manera suena hoy esa frase, y 
cómo puede volverse contra ellos bajo la forma de esta respuesta 
(que es, a la vez, una deducción lógica): «cuando no se tienen ideales 
hay que conformarse con los hechos». No lo sospecharon porque 
ellos estaban religiosamente (¡que no científicamente!) convencidos 
de que los hechos estaban a su favor. Pero hoy, cuando ya hemos 
experimentado los hechos, sí que podemos dar esa respuesta a los 
padres del marxismo.

El engaño de Marx y Engels consistió por tanto en llamar ciencia a 
lo que (secretamente) eran sólo sus ideales, sus más nobles ilusiones 
humanas. Se enseñaron con los socialistas utópicos no porque éstos 
no tuvieran nada que aportar, sino porque podían descubrirles ese 
cortocircuito tan anticientífico. Pero luego, la venganza de la PM ha 
sido cruel: la verdad de los postmodernos ha consistido en quitar los 
ideales. (Debemos dejar colgada la pregunta de si, en la raíz de la 
actitud de Marx y Engels, no estaba precisamente su ateísmo: una vez 
eliminado Dios, Marx no sabía dónde fundar los ideales humanos; no 
quedaba más remedio que fundamentarlos en la ignorancia, pero 
ésta, naturalmente, se supone vencida en el hombre de ciencia. Esta 
pregunta es importante, pero no vamos a seguir en ella). Ahora nos 
interesa descubrir ese fallo-raíz que estamos comentando, aun en 
épocas posteriores a la de Marx y Engels. Para ello voy a hacer una 
rápida alusión a nuestro pasado reciente.

En la España de nuestros años setenta, poblada de generosos 
marxistas en lucha, en aquellos días en que «mañana era nunca y 
nunca llegaba pasado mañana», la inmensa mayoría de los militantes 
se caracterizaban por una «furiosa hostilidad contra todo reformismo» 
o revisionismo. Estas eran las palabras-tabú de aquel momento. De 
este modo, los luchadores utilizaban fraudulentamente la utopía y la 
ética, para eludir la gradualidad y la lentitud típicas de todo proceso 
creador humano. Pero las utilizaban no como tales, sino 
enmascaradas como ciencia: pues eso era lo que Marx había hecho al 
no saber integrarlas como utopía y como ética. Y eso es lo que trajo 
como consecuencia el que ahora reaparecieran triunfantes la utopía y 
la ética. pero en la forma en que suele reaparecer todo lo reprimido: 
camufladas.

¿Qué ocurrió después, a partir de esa situación? Pues 
probablemente lo que tenía que ocurrir: desaparecidas oficialmente la 
utopía y la ética nos quedamos prácticamente donde estábamos: con 
unos márgenes mínimos de maniobra. Y por eso, de aquel rechazo 
radical de todo reformismo se ha pasado ahora en la reacción 
postmodernas a un triunfo del posibilismo más pragmático. Pero ahora 
se trata de un posibilismo sin generosidad ya que antes la 
generosidad había desparecido, pretendidamente sustituída por la 
ciencia.

Y si de nuestro cercano ayer pasamos a nuestro hoy, la referencia 
antimarxista reviste otra forma. Así, p. ej., la PM no ignorará las 
enormes posibilidades que abre la actual revolución informática. Pero 
de lo que duda muy seriamente es de que los hombres vayan a 
usarlas para bien. En cambio Marx no dudó ni un momento de que la 
revolución industrial de su epoca iba a ser utilizada por los hombres 
«para bien». Este es probablemente el último punto de la gran 
distancia entre modernos y postmodernos (12).

A partir de esta evolución se asienta un dogma fundamental: visto lo 
inútil que es la generosidad, y el poco fundamento que tiene, se 
concluye que «nadie tiene que morir por nadie» (13).Lo cual significa: 
nadie tiene que sacrificarse por nadie (14). Los antiguos 
revolucionarios inconformes se convierten así en los actuales 
pequeños funcionarios florecientes. Y el que no quiera entrar por ahí, 
se verá reducido a formar parte de una auténtica «reserva de indios» 
(y además de indios delincuentes) de nuestra sociedad occidental.

Y, una vez establecido ese dogma de que «nadie tiene que morir 
por nadie», ya no se dice naturalmente que la ciencia va a aportar 
todo lo que los ingenuos utópicos asignaban a la generosidad (esto 
es lo que quedó enterrado con Marx y el marxismo). Ahora se dice 
solamente, y más modestamente, que vamos a ver qué es lo que 
puede dar de sí la racionalidad, a partir de ese principio de que nadie 
tiene que morir por nadie. Estamos con eso en el pragmatismo actual 
del PSOE. Lo que todavía no se dice es que esa racionalidad 
pragmática da de sí poquísimo: puede, p. ej., inventar los semáforos, 
pero no puede evitar que se encuentren poblados de mendigos en 
desesperada espera. Y es que, como bien escribió M. Horhjeimer, «la 
añoranza de que el verdugo no triunfe sobre la víctima no es una 
verdad científica» desde luego. Pues «la ciencia no puede producir ni 
justificar un solo acto de amor» como más tarde ha dicho J.B. Metz. 
Quizá pues lo único que puede dar de sí esa racionalidad es que el 
verdugo se coma a la víctima «con tenedor y cuchillo», en lugar de a 
mordisco limpio.

Al llegar aquí, quizás quepa resumir, de una manera gráfica, que lo 
ocurrido con la política económica de Reagan se convierte en una 
parábola cultural de la PM. La supresión de impuestos lleva a un 
aumento insoportable del déficit publico, el cual se traduce en fuertes 
bajadas de la Bolsa que amenazan cuartear el sistema. De modo 
parecido, la negación de toda obligación comunitaria o de esos 
«impuestos» no simplemente económicos: el dar un poquito de 
nuestra vida a los demás), lleva a una sociedad con un brutal déficit 
de solidaridad, que se traduce en un desconfiado deshacerse de toda 
participación en la construcción de este mundo. El problema es que, 
en mera política económica, la cosa puede arreglarse si Reagan se 
decide a imponer impuestos. Pero en el campo moral ¿quien puede 
imponernos alguna obligación comunitaria? Y ¿qué le vamos a hacer 
si nos gusta más «el güisqui sin soda»?.

Y, con esta ultima observación entramos en un nuevo apartado: el 
paso de una descripción cultural a un intento de valoración humana 
de la PM (15).


3. AMBIGÜEDADES, PREGUNTAS Y AMENAZAS DE LAS 
POSTMODERNIDAD O:
JOAQUIN SABINA TAMBIÉN HA MUERTO. VIVA RAMBO?...

Para quienes hemos cuajado como hombres y como creyentes en el 
difícil despertar de España (y de la Iglesia del Vaticano II) a la 
Modernidad, sería ahora muy tentador pronunciar ya de entrada una 
condena global. Tampoco nos sería difícil: nuestros esquemas 
mentales suministrarían para ello palabras y razones abundantes. 
Pero precisamente por eso, semejante balance resultaría muy 
sospechoso. Seguramente, y aunque se dijera hecho en nombre de la 
fe, estaría mucho más hecho desde la Modernidad que desde el 
cristianismo. No nos daríamos cuenta, pero sería así.

Por eso, y para no precipitarnos, puede ser oportuno comenzar 
este balance recordando que también a la Modernidad (en sus inicios) 
se la desautorizó como intrínsecamente falsa: por ejemplo con el 
argumento de que hablaba de los derechos del hombre en lugar de 
los derechos de Dios. Convendría no perder de vista que ese 
lenguaje teológico para nosotros tan familiar (el de un Rahner, el de 
un Metz, hasta el mismo lenguaje wojtilianao sobre los derechos del 
hombre), son en realidad una recuperación tardía que se realiza 
luego de haber negado el pan y la sal a aquella Modernidad 
naciente.

¿Diremos ahora con la misma precipitación que la PM es 
intrínsecamente falsa, aunque aleguemos para ello que ignora los 
derechos del hombre, o cualquier otra razón aparentemente 
irrefutable?. A mí no me gustaría proceder así. Y por eso quisiera 
comenzar este balance provisional atendiendo a los aspectos que 
pueden ser más positivos del fenómeno postmoderno.


3.1. VALORES DE LA POSTMODERNIDAD

3.1.1. Siempre ha sido mucho más fácil acertar en la crítica de 
defectos que en la solución positiva con que se pretende sustituirlos. 
Si recordamos esto no nos será difícil sospechar que quizás la PM 
tiene toda la razón en su crítica a una Modernidad que se apoyaba 
casi toda en el «mito del futuro mejor» y en la hipocresía de llamar 
liberación (o cualquier otra divina palabra) a lo que no era más que 
«la real gana». Desmascarar esa hybris de la Modernidad era 
absolutamente necesario. Recordarle al infatuado hombre moderno 
(parodiando al viejo poeta):

como a nuestro parecer
cualquiera tiempo futuro
será mejor,

es por sí mismo un acto de valentía y lúcida honradez: el hombre es 
en algún sentido más pequeño de lo que pretende, y la realidad de 
este valle de lágrimas quizá «no da mucho más de sí». Denunciar esto 
es un primer valor de la PM (16).


3.1.2. Además es posible percibir un sentido de dignidad y de amor 
a lo bello en medio de esta tragedia de la mediocridad, un innegable 
afán de dignificar (siquiera sea con algo de estilo) esa «insoportable 
entidad de lo leve», que quizá sería el verdadero significado del 
conocido título de M. Kundera. Un afán muy amenazado pero que, por 
ejemplo, es aún claramente perceptible en un Nietzsche quien, en 
muchas de sus páginas y de sus aforismos, es uno de los padres de 
la PM: un Nietzsche sin superhombre, pero con su sentido dionisíaco 
de lo trágico. La única pregunta que me suscita este segundo valor es 
si, a la larga, logrará mantenerse y dignificar esa levedad del ser, o si 
más bien no estará fatalmente amenazado por la vulgaridad, aún más 
insoportable que la levedad. Hay razones para sospechar que 
estamos viviendo ya, en muchos postmodernos, un afán de 
nietzscheanismo sin dignidad, desde el momento en que se atisba que 
la dignidad nietzscheana también acaba teniendo su tragedia: el 
drama de la locura de Nietzsche.

Esto me sugiere una cuestión ulterior, a la que quizá nos arroja la 
misma PM, desde dentro de ella misma: ¿no será que -para lograr 
corregir un poco la finitud- es preciso no instalarse en la finitud? Al 
menos a este nivel de pregunta y de sospecha siempre acuciante, 
creo yo que semejante cuestión no debe ser eludida (17).

Pero en cualquier caso, y desde los dos valores enunciados, podría 
seguirse una conclusión formulable más o menos así: la busca de lo 
comunicativo (aunque pequeño y aún no encontrado) ha pasado por 
encima del afán de lo productivo. Esto nos llevaría al último valor que 
queremos señalar.

3.1.3. Heidegger ha citado varias veces aquel verso de Holderlin; 
»ahora que somos diálogo. Según Vattimo ese ser-diálogo 
acontecería como consecuencia de la imposibilidad de la metafísica 
(18). El texto completo de Holderlin dice en realidad: «el hombre ha 
aprendido mucho y ha dado nombre a muchas cosas celestiales, 
desde que nosotros somos un diálogo y podemos oírnos unos a 
otros». A mi modo de ver, en esta estrofa sería todavía moderna la 
consecuencia: que el hombre haya dado nombre a realidades 
celestiales. Pero sería postmoderno el enunciado: que somos un 
diálogo.

Es decir: es postmoderna la tesis heideggeriana de que la verdad 
no reside en el juicio. No es por tanto una especie de «fotografía» del 
ser. Pero si no existe esa fotografía, sí que hay la posibilidad de 
sentarse y dialogar. Es decir: queda la verdad como acogida abierta, 
la verdad como comunión. Sin que nadie pretenda venir al diálogo con 
toda la verdad ya construida, como una pretensión absoluta. Algo de 
esto parece decir Heidegger en su famoso escrito sobre la esencia de 
la verdad. Y algo de esto explicaría el desconcierto de la PM ante 
todos los dogmatismos (marxistas, musulmanes, batasuneros o 
católicos..., todos por igual).

Pues bien: desde este valor, yo quisiera preguntarme también por 
la necesidad de su superación, en una especie de pequeño análisis 
trascendental del diálogo. En primer lugar, parece necesario afirmar 
que si dialogamos es porque no somos tan radicalmente distintos, 
sino que algo en común tenemos (llámesele la razón, la humanidad o 
como se prefiera). En segundo lugar también cabe establecer que si 
dialogamos es porque «alguien somos». Y en este sentido puede 
decirse que una identificación global y una identidad personal son 
condiciones de posibilidad del hecho mismo del diálogo.

Pero el hecho es que, aun siendo alguien y teniendo una 
identificación global, podemos acabar matándonos a menos que 
añadamos: si dialogamos es porque el otro es alguien. Sin este tercer 
factor no acaba de nacer el diálogo. Y esto es lo que parece 
convertirse para la PM en una llamada a la ética que la supera, pero 
que está detectada también por el mismo Vattimo:

«El pensamiento europeo, nacido de los griegos -dice Levinas- 
siempre trató de formularse en conceptos generales; por ejemplo, y 
sobre todo, el concepto de ser el concepto de hombre, etc. con el fin 
de controlar por adelantado todo lo que la experiencia nos ofrece. 
Así? de acuerdo con el concepto general de hombre, el prójimo que 
me encuentro no será más que un ejemplar de una especie que ya 
conozco (y que domino). Pero considerar al otro hombre sólo como un 
ejemplar de la humanidad es la máxima violencia, ya que no lo respeta 
en lo que tiene de particular, de imprevisible y, en el fondo, de 
infinito»(19).

Todos estos y otros valores de la PM son importantes y de 
recuperación necesaria. Pero la manera como aquí los hemos 
presentado (como transidos por la pregunta o la llamada hacia su 
propia trascendencia) nos lleva hacia los aspectos más cuestionables 
o que más perplejidad humana crean, de nuestra PM.


3.2. PREGUNTAS Y AMENAZAS DE LA POSTMODERNIDAD

De entrada, y para mantenerme en paralelismo con lo que antes he 
dicho, me gustaría apuntar que, si malo es el mito del futuro, no 
parece mejor sustituirlo por otro mito del presente, por el mito del 
momento. Y que si malo es hacer «la real gana» llamándole 
hipócritamente liberación, tampoco se arregla demasiado con hacerla 
llamándole «real gana». Es una conducta tan reactiva que no se la 
puede mirar como definitiva. El dolor del mundo, y el dolor que 
causamos los hombres, también sigue estando ahí y clamando 
cuándo «apretamos el acelerador». Y apretar el acelerador a tiempo, 
parece que sólo conduce a sustituir la hipocresía en el hablar por la 
hipocresía en el mirar...

Estas sospechas se vuelven particularmente angustiosas cuando 
intentamos mirar un poco hacia adelante, calcular la probable 
evolución de las actitudes postmodernas, y preguntarnos 
sencillamente: ¿en qué puede ir a dar todo esto?. Entonces afluye 
otra vez una serie de preguntas como éstas:

3.2.1. A pesar de su vuelta a la realidad ¿no acaba siendo la PM 
una especie de «principio de placer» como protesta contra el 
«principio de realidad» (más que en integración con él)?. O, con 
terminología menos freudiana y más sencilla: ¿no amenaza la PM con 
ir a dar en un individualismo irredento, que no es sólo postmoderno, 
sino muy antiguo en Occidente?. Si en definitiva:

opino con Sade que al deseo los frenos le sientan fatal,
nunca entiendo el móvil del crimen, a menos que sea pasional...
y siempre que la muerte viene tras mi pista me escapo por pies,

entonces no será difícil imaginar que aquel «hombre blanco con 
lengua de serpiente», que no cumplía sus promesas y que se 
codeaba con el otro gran presidente, le llamara un día por teléfono a 
Joaquín Sabina para explicarle su conducta, y le dijera sencillamente: 
«mola más tu egoísmo que el socialismo de Tierno». Porque el 
problema es que el crimen, aunque sea pasional, también produce 
víctimas, y hay veces en que no se puede escapar por pies de la 
muerte más que colgándosela a otro. Negar esto sería desconocer 
esa realidad ante la cual la PM ha querido precisamente no ser ciega. 
Y sin embargo, el Sabina despectivo, que percibe mordazmente la 
existencia de «mujeres que dicen que sí cuando dicen que no», o 
«que buscan deseo y encuentran piedad», no parece dispuesto a 
preguntarse a sí mismo si el hecho de que existan mujeres así no 
tendrá nada que ver con el pequeño detalle de que hay muchos 
varones que dicen que no cuando dicen que sí, o que anuncian 
piedad cuando empuñan deseo... Era una pregunta tentadora, sobre 
todo dado el gusto de nuestro poeta por la agudeza mental y el 
retruécano afortunado. Pero cuando se trata de uno mismo parece 
que no hay nada que preguntar: sólo aquel «¿qué voy a hacerle yo si 
me gusta así?». Y basta. Dudo mucho de que con esto hayamos 
salido de las «divinas palabras».


3.2.2. Lo anterior es para mí la pregunta más importante ahora. 
Pero se puede llegar a conclusiones parecidas pensando en otras 
amenazas. Por ejemplo; en los elementos de agresividad latentes en 
la PM (aunque quizá latentes como autodefensa; pero ¡esa ha sido 
siempre la justificación de todas las agresividades!). Cuando Sabina 
denuncia a todos los trepadores que antaño le despreciaron y ahora 
le rodean, cuando les grita «No, no, no... ya está marchita la 
margarita», está quizá recayendo otra vez en una forma de divinas 
palabras. O con otro ejemplo, ajeno a los textos que aquí hemos 
comentado: un día me comenta un amigo que Fernando Savater ha 
escrito un artículo realmente intolerante para protestar contra la 
intolerancia esencial a todo lo religioso (20). Mi comentario es que 
quizá la intolerancia no se debe a una incoherencia personal de 
Savater: quizá es que algún «fanatismo», es esencial a todo lo 
humano, en cuanto que lo que percibimos como verdad (aunque no le 
llamemos dogma) lo percibimos como absoluto. Savater tenía, por 
desgracia, bastante razón en varias alusiones de aquel artículo. Pero 
¿cómo expresar lo absoluto de una razón, sin dar sensación de 
intolerancia? ¿No pone esto de relieve que el hombre necesita alguna 
dosis de absolutez, aun para defender lo relativo?

En mi opinión, algo de esto se mostraría también atendiendo a la 
evolución de los nacionalismos en los últimos años: parece como si 
hubieran pasado de ser liberación de un pueblo, a ser mayúsculas (o 
divinas palabras) de un grupo. (En mi modesta opinión, ETA por 
ejemplo se habría encontrado metida en esta evolución sin haberse 
enterado de nada; y esto sería parte de su drama). Este ejemplo, sólo 
rápidamente evocado ¿no vuelve a mostrar que la PM sólo puede 
mantenerse como tal a base de algo que no es nada postmoderno? 
¿O que el hombre necesita alguna »divina palabra» hasta para 
mantener sus palabra sencillas y humanas?...

O dicho de otra manera: el individualismo tan radical de que hace 
gala la PM (y aun sin olvidar que todo enfermo y todo sufriente tiende 
a volverse individualista), ¿no lleva por su misma dinámica a la lucha 
de todos contra todos, en lugar de llevar a la convivencia de todos 
con todos?. Para llegar hasta esto último ¿no es absolutamente 
necesario algún proyecto supraindividual en el que todos tienen que 
morir un poco? Y aquí ¿no se encuentra la PM en la alternativa de 
destruirse, o trascenderse a sí misma?(21).

Esta pregunta podemos dejarla colgada por el momento. Con los 
rasgos positivos y negativos que hemos ido intentando apuntar, quizá 
sea posible esbozar ya un pequeño balance.



4. BALANCE

4.1. Dicho cristianamente podríamos formular así: la PM tiene razón 
en protestar contra la divinización de la historia: pero no la tiene en 
cuanto hace esa protesta perdiendo la dimensión teologal de la 
historia.

Dicho de manera mas laica podríamos formular así: la PM sucumbe 
ante la famosa pregunta de A. Camus: ¿tiene un hombre derecho a 
ser feliz en una ciudad invadida por la peste? Por más que el 
postmoderno reivindique ese derecho se encontrará con que no es 
posible, aunque sólo sea por la amenaza. Y al final resultará que no 
se podrá ser feliz sin unas fuerzas del orden cada vez más «fuertes».

Pero yo creo que no sólo por la amenaza sino también por la 
conciencia. En una línea semejante a la de Camus, afirma otro 
personaje de Le diable et le bon Dieu de J.P. Sartre; «en esta tierra 
sangrante toda alegría es obscena». Quizá sea esa la única 
obscenidad o el verdadero sentido de toda obscenidad. Porque el 
dolor sigue estando ahí. Y si quizá no depende de nosotros el 
enjugarlo del todo, sí que depende de nosotros el aumentarlo, e 
incluso el aumentarlo «sin querer». Pues como escribió muy 
agudamente Vázquez Montalbán: «cada neopositivismo tiene la 
realidad que se merece».(22)

Si esto es así, podríamos estar plenamente de acuerdo en que toda 
Modernidad sin una dosis de PM se convierte en puro 
fundamentalismo, o en un fanatismo acrítico. Pero deberíamos 
convenir también en que un exceso de esa dosis amenaza con 
convertirse en puro veneno: la sola PM irá degenerando en una 
complicidad cada vez menos encubierta, y una colaboración cada vez 
más hipócrita con todos los franquismo, los pinochetismos y los 
reaganismos de la historia humana. La receta postmoderna ya la 
utilizó aquel ministro franquista que escribió un libro sobre «El ocaso 
de las ideologías». Tal ocaso -tan postmoderno él- implicaba 
subliminalmente la aurora de la dictadura...

Y por eso, lo que hay que decir a la PM no es aquello de «ten 
cuidado con la nicotina, ten cuidado con la Josefina o ten cuidado con 
el Paternina». No. La verdadera advertencia será mas bien esta otra: 
«eh Sabina, ten cuidado con América Latina».

4.2. Nuestro balance no sería justo si, a la vez que presenta las 
preguntas que nosostros le hacemos a la PM, no presentara también 
las preguntas que la PM nos deja a nosotros. Preguntas que quizá 
son algo más que cuestiones; son tareas a emprender, si es que, por 
amor a los hombres, queremos que la llamada PM sea sólo una etapa 
necesaria pero transitoria en la historia del genero humano. Pues la 
enfermedad no se arregla diagnosticándola; es preciso saber además 
cómo salir y hacia donde. Pues parece claro que ya no podemos 
regresar a aquel talante «quinceañero» de nuestra pasada 
Modernidad.

Pues bien: en este contexto son dos las preguntas que a mí me 
resultan fundamentales y que resumen el reto de la PM. Helas aquí:

a) ¿Cómo dar alguna vigencia a la esperanza utópica del hombre 
de tal modo que éste, ni crea posible vivir en «la ciudad de la 
alegría», ni tampoco se sienta viviendo siempre en la «calle 
Melancolía»?

b) ¿Donde encontrar la fuerza para una transformación del deseo 
egoísta, de tal modo que el hombre ni se sienta fatalmente 
encadenado a el, ni vía el desprendimiento de él como mera 
represión? Pues sí, al comienzo de este trabajo hicimos alusión a la 
teoría de Buda sobre el deseo y el dolor, habría que concluir ahora 
que la PM, mientras ha caído en una especie de «nirvana» respecto 
al afán de transformar al mundo, sin embargo no ha eliminado el 
deseo del «güisqui sin soda». Se ha limitado a decir «¿que voy a 
hacerle yo?». Pero cabría preguntar si ello ha sido así por debilidad 
personal, o por sola inconsecuencia, o por algún atisbo de que, a 
pesar de todo, vale más vivir con deseo y con dolor que «morir» en la 
insensibilidad del nirvana. Que ese atisbo es bien legítimo lo expresan 
aquellos versos de M. Machado: «el cuerpo joven pero el alma 
helada, -sé que voy a morir porque no amo ya nada».

Y si ese atisbo es real ¿cómo se explica y cómo manejarlo? He aquí 
otra variante de esta misma cuestión.



5. POSTMODERNIDAD E IGLESIA INSTITUCIÓN*


1) La postmodernidad parece tener su correspondiente paralelismo 
religioso en la actual restauración eclesial. Parece salir al encuentro 
de la tradicional «antimodernidad» de la Iglesia, si bien por razones 
distintas (la antimodernidad de la Iglesia obedecía a miedo o retraso; 
la de la PM obedece más bien a desengaño o cansancio). Pero, en la 
medida en que Vaticano II representaba un proyecto de reconciliación 
entre la Iglesia y la Modernidad, puede hablarse ahora de la actual 
restauración eclesial como «postvaticanidad ».

2) En este contexto, la critica del mundo a la Iglesia cambia de 
sentido. El mundo ya no atacará a la Iglesia por ser «infiel» a su 
utopía evangélica, sino que tratará de «ponerla en evidencia», para 
mostrar que tampoco la Iglesia tiene utopía, que tampoco ella cree -al 
menos prácticamente- en esas Divinas Palabras que predica, y que 
vive centrada sobre sí misma y sobre sus propios intereses. El 
cristiano comprometido ya no se encuentra hoy con militantes que le 
acusan, sino más bien con perdonavidas que sonríen ante él. Al tratar 
de este modo a la Iglesia, la PM intenta justificar su renuncia a los 
ideales de la Modernidad, aduciendo la renuncia de la Iglesia a los 
ideales evangélicos.

3) Precisamente por eso, en este nuevo contexto cambia también 
de sentido la crítica profética hecha desde el interior de la Iglesia 
misma y desde una eclesialidad irrenunciable. Ahora no significa 
«alianza» con los enemigos de la Iglesia, sino testimonio de que en la 
Iglesia sigue funcionando la instancia de lo utópico, que la Iglesia no 
puede renunciar al Evangelio ni aun cuando siente que le viene 
grande. Porque el Evangelio la constituye como Iglesia aunque, a la 
vez, no la deje vivir tranquila. Por otro lado, la palabra libre y dialogal 
en el seno de la Iglesia, cuando es realmente evangélica, sale al 
encuentro de ese afán por una comunidad de diálogo que es el mayor 
resto de utopía que perdura en la PM.



6. LA INTERPELACIÓN DE LAS IGLESIAS LATINOAMERICANAS**

La trayectoria de América Latina no ha sido exactamente la misma 
que la del Primer Mundo, a pesar de la enorme colonización cultural. 
No cabe hablar allí de una modernidad revolucionaria y una 
postmodernidad desengañada. Ello permite hoy constatar algunas 
diferencias culturales, que se convierten en interpelaciones para la 
Europa postmoderna y para los iglesias europeas.

1) Interpelación por su misma realidad. la historia de su sufrimiento 
no ha terminado. Y ello lanza la pregunta de si ese «fin de la historia», 
que proclama la PM es, en realidad, el fin de toda historia o solo de la 
historia que escriben los vencedores. Es la interpelación de que no 
podemos seguir «fingiendo que no los conocemos», para luego decir 
que «no sabíamos nada» (como intentaron hacer muchos alemanes al 
revelarse los horrores de los campos de concentración nazis). Los 
países del Tercer Mundo son, en algún sentido, nuestro «campos de 
concentración y, por eso, es interesada la pretensión postmoderna de 
descalificar toda preocupación hacia ellos, calificándola 
despectivamente de «tercermundista».

2) Interpelación también por su fe. Al tomar tan en serio al hombre 
Jesús y su muerte, frente a todos los religiosismos abstractos 
occidentales, testifican que no creen en ningunas mayúsculas 
meramente formales y en ninguna palabra pseudodivina, sino en la 
Palabra de Dios hecha palabra humana, en las «mayúsculas» 
despojadas de su condición «divina» para entrar en las minúsculas de 
nuestra realidad.

Al tomar tan en serio el seguimiento de Jesús y el Sermón del 
Monte, percibe que la «locura de la cruz» y la .« necesidad de las 
bienaventuranzas» no pueden proclamarse como Gran Palabra 
mágica, sino que sólo se vuelven creíbles desde una práctica 
modesta de acercamiento a ellas. De ahí deriva un compromiso que 
no se funda en promesas infalibles de futuros mejores, ni en ilusas 
esperanzas mesiánicas, sino en el amor al hermano sufriente, que 
abre hasta Dios mismo todo compromiso terrestre. (Por eso, uno de 
los capítulos teológicos que han nacido en la teología de la liberación, 
han sido las teologías «del cautiverio» y del martirio).

3) Interpelación finalmente a las mismas iglesias occidentales: no 
sólo por el número de católicos latinoamericanos (para el ano 2000 se 
cacula que serán la mitad de la Iglesia Católica), ni sólo por su 
debilidad (casi todas las decisiones que afectan a su futuro pasan por 
nuestras manos), sino también por su novedad: por realidades como 
las comunidades de base, por buscar a Dios «en la calle y no en la 
curia» (Casaldáliga), por no separar el sacramento «del altar» del 
sacramento «del pobre», y por la exigencia evangélica que todo esto 
implica para la institución eclesial.

J.I. González Faus
CRISTIANISME 22

........................

NOTAS
*Reproducimos muy resumidas, y casi en forma de tesis, las otras dos 
partes del trabajo.
** Esta tercera parte se expone mediante un comentario al libro de 
poemas del obispo Casaldáliga: «El tiempo y la esperas» /Sal Terrae 
1986/. En las poesías de ese libro puede encontrarse material muy 
apto, tanto para mostrar las tesis aquí enunciadas, como para 
contraponer a los versos de J. Sabina expuestos en la primera 
parte,).

1. G. VATTIMO, El fin de la Modernidad, Barcelona 1986.
2 Cf. J.M. ROVIRA BELLOSO, Fe i cultura al nostre temps. Barcelona 
1987.
3. Citaré las siguientes canciones y con las abreviaturas que aquí indico: 
OL = Ocupen su localilad. / CMJ = Cuando era más joven. / P = 
Princesa. / HM = Hay mujeres. / ZN = Zumo de neón. / JAP = El joven 
aprendiz de pintor. / CDCC = Cómo decirte, como contarte. / TI = 
Tratado de impaciencia. / QD = «Que demasiao». / JL = .Juana la 
Loca. / CM = Calle Melancolía. / PHJ = Pongamos que hablo de 
Joaquín. CC = Caballo de cartón. / Cl = Cuervo ingenuo. / GSS = 
Güisqui sin soda. / RE = Rebajas de enero. / AA = Adiós, adiós. / PA = 
Pisa el acelerador. / PHM = Pongamos que hablo de Madrid. ! ES = Eh 
Sabina.
4. Mirando ya al caso español es inevitable la pregunta sobre el enorme 
papel que ha debido .jugar en nuestra postmodernidad todo el 
desengaño producido por el PSOE. La increíble mayoría de 1982 era, 
sobre todo, expresión de una ilusión, más aún: de una confianza. Y la 
cadena de decepciones con que el PSOE ha respondido a aquella 
ilusión es precisamente el tema de la canción «Cuervo ingenuo», de J. 
Sabina:

Tú decir que, si te votan, - tú sacarnos de la OTAN.
Tú convencer mucha gente, -tú ganar gran elección.
Ahora tú mandar nación, - ahora tú ser presidente.
Hoy decir que esa Alianza - ser de toda confianza.
incluso muy conveniente - Lo que antes ser muy mal,
permanecer todo igual - y resultar excelente.
Tú tirar muchos millones - en comprar tontos aviones
al otro gran Presidente. - En lugar de recortar
loco gasto militar, - tú ser su mejor cliente

Si los «nuevos filósofos» franceses, resultados de mayo del 68, 
se confesaban «hijos de Marx y de la Cocacola» los postmodernos 
españoles parecen «hijos de M. Boyer y de Isabel Preysler», con la 
diferencia de que todavía parecen desconocer a sus padres Nuestro 
cantante habla más bien de «hijo de la derrota y el alcohol», pero 
creo que está en el mismo camino: la derrota de que «socialistas de 
toda la vida» descubran ya maduros «los grandes valores del 
mercado», y el alcohol que «se sube a la cabeza» como una mujer 
fatal.
5. Sobre otra posible recuperación de la ética en la PM, ver lo que 
diremos más abajo de la nota 19.
6. Esto se percibe por ejemplo en esa canción aguafuerte y autorretrato 
de nuestro autor, que se titula «Pongamos que hablo de Joaquín». 
.Junto a las llamadas a «vivir a tope», y a resistir con «un buen tinto y 
una buena titi», afloran también frases como éstas: «amigo de causas 
perdidas -desde aquel mayo de París»..., «medio profeta medio 
quinqui»..., «tirando a zurdo en sus ideas -por donde escora 
Bakunin»... Esta última alusión también es de interés y habremos de 
comentarla.
7. Sobre los orígenes religiosos de ese milenarismo, remito al libro de N. 
COHN (En pos del milenio, Barral 1972), dado que ahora no podemos 
entrar ahí. Habría que analizar no sólo el carácter religioso de los 
milenarismos, sino su dura represión por las iglesias, y lo que significa 
el que este dato del inconsciente europeo reaparezca en la 
conciencia moderna, desgajado ya de su raíz religiosa.
8. Quizás también porque hubo otro fallo en la Modernidad naciente, que 
fue querer transformar el mundo sin arreglar la «lucha de clases» (o 
mejor formulado: la agresión de clases) existente en el mundo. Esto 
parecía presuponer que la educación (aunque se la llamara ,-del 
género humano- ) no era pensada para todos, sino sólo para aquellos 
que se creían ser «el auténtico» género humano, los «auténticos» 
ciudadanos, que eran los burgueses... Este aspecto no quisiera 
ignorarlo, aunque ahora tampoco lo considere en mi análisis. Incluso 
se le podría fechar en 1848, año de la revolución social fracasada.
9. A las cuales ahora yo no juzgo ni tengo datos para hacerlo. Pero sí 
que evoco la reacción de Domitila ante esa identificación. Cf. D. 
BARRIOS, Si me permiten hablar. Ed. Siglo XXI.
10. G. VATTIMO coincide también en señalar a Nietzsche y a Heidegger 
como mentores de la PM (cf. Op. cit., passim, o p. ej. p. 9).
11. Remito el significativo título (y obra) de J.F. SCHMUCHKER, Adorno 
Logik des Zerfalls, Stuttgart 1977.
12. En este sentido habría que añadir que una obra como la de Y. 
MASSUDA, (La sociedad informatizada como sociedad postindustrial, 
Tecnos 1984), a pesar de lo «ultimísimo» de su título es todavía una 
obra típica de la Modernidad. Y sus desarrollos le parecen a la PM 
«demasiado esquemáticos y analíticamente ingenuos» (la expresión 
es de CARLOS MOYA, en su capítulo-colaboración al libro Utopía y 
Postmodernidad, Salamanca 1986, p. 56). Massuda está convencido 
de que el hombre no se puede autodestruir y, por eso, espera y 
pronostica un buen uso de la revolución informática: sus mayores 
peligros serían, paradójicamente, sus mayores garantías. En cambio 
la PM parece temer lo contrario: el género humano se puede 
autodestruir (¡por eso se descuelga de él individualísticamente!). O 
«se puede morir de hambre en el paraíso» (expresión de A. GORZ en 
Les chemis du Paradis, París 1983); y por tanto el progreso puede 
reducirse simplemente a que los antropófagos coman «con tenedor y 
cuchillo y no con los dedos» pero sin haber dejado de ser 
antropófagos.
13. «EI socialismo del futuro no debe esperar nada de los profetas ni 
exigir de nadie que esté dispuesto a dar su vida por los demás» 
(Ideas para el socialismo del futuro, por M.A. Quintanilla y R. Vargas 
Machuca. En Noticias Obreras n. 960(15-30 sept. 1987) p. 668). La 
frase resulta una obviedad si se limita a decir que nadie puede exigir 
eso a otro: pero, por eso mismo, parece sugerir que nadie tiene que 
sentirse llamado a dar la vida por nadie ni exigirse eso a si mismo. La 
línea que empalma esta frase de muchos postmarxistas con el 
marxismo de antaño, pasa probablemente por estas palabras de K. 
Marx en La ideología alemana: «los comunistas, lejos de preconizar el 
egoísmo contra la abnegación o la abnegación contra el egoísmo, 
demuestran en cambio que tal contradicción tiene una base material, 
con lo que ella desaparece por sí misma». La gran sorpresa se 
produjo cuando, cambiada la base material, la contradicción no 
desapareció por sí misma. Entonces la PM ha tenido que optar entre 
los dos miembros del dilema marxiano. Y, como no tenía ninguna 
razón para optar por el segundo. optó por el primero: por el egoísmo 
contra la abnegación o que «nadie tiene que dar su vida por nadie». 
Y el problema es que, mientras se escribe eso, se sigue exigiendo 
fácticamente a muchos que den su vida por nosotros: se le exige eso 
a los parados, a los nuevos pobres, al Tercer Mundo y a todas las 
víctimas de programas económicos racionalmente perfectos gracias a 
cuyas víctimas no tenemos que morir nosotros ni un poquito así, 
mientras ellos mueren del todo o casi del todo.
14. ¿Por qué no decirlo? «El socialismo del futuro no está obligado a 
romper con la sociedad burguesa» (Ibid. id).
15. Aunque sólo sea en una nota, porque no cabe en el texto, me gustaría 
llamar la atención sobre el problema que plantea a la PM la 
constatación de que (al igual o más aún que las personas), las 
instituciones humanas no suelen ser en realidad términos medios («ni 
buenos ni malos»), o fundidos grises de poca bondad y poca maldad, 
sino que son más bien extremos paradójicos: buenos y malos a la vez 
y, en ocasiones, con cosas muy buenas y muy malas. Este dato -que 
va siendo constatado por muchos y en muchas partes- no permite los 
antiguos juicios de indentificación institucional «tolerante pero total» 
fruto de un balance global. Sólo permite provisionalidades o 
parcialidades. Y esto lleva a la desintitucionalización, si no queremos 
que lleve al profetismo (que cuando es auténtico, resulta más 
doloroso para el profeta que para sus mismos oyentes).
Que una tal desinstitucionalización es típica de la PM me parece 
claro (ahí están los descensos de militancia política, sindical o 
eclesial).
Pero, contra lo que suele decirse, NO deriva sólo de la 
incapacidad de compromiso de los sujetos sino también de la 
incapacidad de las instituciones para «merecer» ese compromiso. Y la 
única alternativa que la PM vislumbra (y rechaza con razón) es ese 
fundamentalismo premoderno (pero muy actual) que se extiende 
desde el Irán a Estados unidos, pasando por Herri Batasuna. De ahí 
la importancia de lo que diremos en la tercera parte sobre el 
profetismo intraeclesial.
16. No para dármelas de profeta pero sí para que se vea que no estoy 
ahora haciendo «de la necesidad virtud» me permito evocar que este 
tipo de denuncias constituyeron un de mis puntos de confrontación 
con las ideologías revolucionarias de antaño. Me permito recordar en 
este sentido la contraposición entre «la realidad como absoluto» y «la 
realidad como maldición» propuesta (en 1974) en el último capítulo de 
mi Cristología; así como la crítica a Marx y la Biblia de J. P. Miranda 
(escrita en 1973), y el artículo Socialismo como espiritualidad de 
(1975) en el que subrayé como aportaciones de la fe a la revolución 
cosas como la «liberación de todo ensueño milenarista», la «voluntad 
insobornable de rigor en el análisis» y el «no hacer la revolución en 
provecho propio». (Cf. ambos escritos en Teología de cada día, 
Salamanca 1976 (2.a ed.) pp. 390-418. Remito asímismo a las 
frecuentes alusiones al tema de Acceso a Jesús (1 ,d ed. 1979) y al 
Manifiesto para un pesimismo cariñoso (en Este es el Hombre, Madrid 
1986, [3a. ed.j pp. 202-212).
17. Enuncio sólo la pregunta, porque la he tratado más detenidamente 
(valiéndome de la misma referencia a Tierno Galván aludida en el 
texto), en mi reciente reflexión: Proyecto de hermano, Visión creyente 
del hombre, Santander 1987, pp. 104-108.
18. Cf. Op. cit., cap. IX
19. ver El País, 8 enero 1987, p. 9. Vattimo hace allí una calurosa 
apelación a Levinas, contra los maestros de la sospecha, 
precisamente porque la PM ha aprendido que tras la pretendida 
destrucción de las ideologías que estos maestros llevan a cabo, sigue 
sin quedar ninguna verdad absoluta sino otra nueva ideología. La 
apelación de Lévinas a lo absoluto del «otro», jugaría un papel de 
destructora de ideologías. Pero quisiera añadir que muchos 
postmodernos no comparten ese entusiasmo de Vattimo por Lévinas 
sino todo lo contrario. Lo cual es coherente con la forma como aquí lo 
hemos presentado: como una llamada a la PM a superarse a sí misma 
desde dentro de ella misma.
20. El Pais, 8 sep. 1987. (Embajador en el infierno)
21. Esto es algo bastante sabido. En economía lo demostró p. ej. Ricardo 
contra el optimismo de Adam Smith (quién, de todos modos, ya 
contaba con algún tipo de factor supraindividual: sólo que éste era 
benéfico e independiente del hombre: era aquella famosa mano in 
visible que lo armoniza todo como un l.deus ex machina. Ahora se 
trata de comprender que lo que Ricardo demostró, no ocurre sólo en 
economía sino en todos los campos de la vida. Y que la economía no 
es aquí más que un reflejo del ser humano.
Por eso quisiera añadir ahora, que independientemente del uso 
que el gobierno haga de la recaudación fiscal (lo cual es una cuestión 
importantísima e ineludible, pero es otra cuestión), una de las cosas 
más postmodernas que yo conozco es la ira con que la derecha bien 
situada de nuestro país trina contra la política fiscal del gobierno. En 
este punto, la PM resulta ser de lo más anticuado.
22. Cf. El País, 26 oct. 1987.