EL LÍDER ¿NACE O SE HACE?

Jorge Yarce, instituto latinoamericano de liderazgo


 

La clásica pregunta que la gente se hace en torno al liderazgo es ésta: el líder, ¿nace o se hace?. Puede que al plantearse la pregunta, flote en el ambiente la idea de un liderazgo carismático, unido al poder, a la sangre o a factores de otro orden (religiosos, familiares, etc.)

En algunos casos incluso puede tratarse de hijos de líderes famosos, que en alguna forma podría afirmarse que han heredado de sus padres esa condición o, al menos, esa inclinación que puede convertirse en vocación para ellos. Sinceramente pienso que son casos minoritarios en torno a los cuales, sobre todo hoy en día, no cabría apoyarse la tesis de un  liderazgo hereditario como tesis dominante a la hora de explicar el fenómeno.

Los líderes en el sentido tradicional del término saltan desde la mente sin dificultad porque son sinónimo de grandes hombres (Alejandro Magno, Julio César,  Gandhi, etc.) Más recientemente podríamos decir Einstein, John F. Kennedy, Juan Pablo II, Gorbachov, la Madre Teresa de Calcuta, Walea, Mandela, o unos cuantos grandes generales, deportistas o  científicos. Figuras de primer orden que ha ejercido una influencia notoria como forjadores de la sociedad actual.

No ponemos en esa categoría personajes como Hitler, que pueden representar un tipo de liderazgo a nuestro modo de ver deficiente en un aspecto fundamental que son los valores, lo cual de por sí lo reduce a una influencia carismática pero manipuladora sobre las masas. Digamos que es el liderazgo o mal llamado liderazgo de ese tipo de  hombres excepcionales en su capacidad para el mal.

Sin entrar a discutir este tipo de liderazgo, cabría afirmar que no es el que primariamente nos interesa cuando tratamos de responder a la pregunta si el líder nace o se hace. No estamos averiguando por los líderes que nacen o que heredan esas características, ni aquellos que por su grandeza han ejercido una particular influencia en las colectividades. Nos parece que encarna un  tipo de liderazgo muy digno de ser tenido en cuenta.

Pero aquí nos preguntamos más bien por un liderazgo que tiene que ver con el grupo humano que rodea al líder, con la comunidad en la que ejerce su influencia. Entonces la superficie para encontrar esos líderes, se torno más amplia, porque no necesariamente se está pensando en grandes personales de la historia o del acontecer mundial.

Para responder si el líder nace o se hace quisiéramos preguntarnos por un liderazgo que dependa más del efecto del líder en los seguidores que de la personalidad misma del líder o de sus condiciones excepcionales, sin que éstas dejen de ser importantes a la hora de considerar su actuación frente al grupo de que se trata.

Con esa idea delante, entonces la respuesta más pertinente  a esa pregunta  es que el líder no nace sino que se hace. Eso quiere decir que estamos hablando de un liderazgo accesible a muchas personas, no reservado a una élite o a una minoría, ni a los grandes personajes a los que antes nos referimos.

Es un  liderazgo que se asume,  que resulta o que aparece en la vida de muchas personas: en la empresa, en la familia, en la escuela, en la universidad, en la iglesia, en el gobierno, en la política. Puede tratarse incluso de un liderazgo situacional, ligado a unas circunstancias determinadas y a un  tipo de relaciones.

Digamos que hay líderes que no sólo no nacen, sino que no necesariamente se hacen, como fruto de un proceso deliberado de construcción del liderazgo, sino que surgen y crecen en ciertos ambientes. Pero sí hay otros que se lo proponen explícitamente y se hacen líderes en virtud de las responsabilidades que asumen y de la influencia que llegan a ejercer sobre los demás por la ejemplaridad en su conducta y por su capacidad de arrastre y de ayuda para conseguir determinados objetivos.

Son los líderes a los que corresponde la afirmación que hace Toynbee: Aquellas personalidades creadoras que dan siempre respuestas exitosas a los desafíos del medio y que en razón de su integridad y de su compromiso con el grupo son libremente seguidos por la mayoría. Nos parece que esta definición encarna de una manera bastante aproximada la esencia del liderazgo, sin encorsetarlo en fórmulas psicológicas.

Dentro de la tesis de que el líder se hace cabe más una concepción democratizante y participativa del liderazgo que una elitista. Y tiene que ver más con un líderazgo que delega en el grupo la posibilidad de tomar las decisiones (liderazgo democrático) que con un liderazgo autoritario (que toma las decisiones unilateralmente o que se sirve del grupo como una disculpa para aparentar la participación).

Aportes del liderazgo empresarial

Un aspecto que debemos destacar en esta consideración del liderazgo como algo que se hace es la comprensión del mismo proveniente desde el ámbito de la empresa. Esta ha asumido desde hace varias décadas u n liderazgo social bastante significativo. Y no resultad nada extraño que se haya preocupado del tema del liderazgo como de un tema de gran importancia, hasta el punto de que los grandes teóricos del mismo están lkigados con ese mundo (Kotter, Heiftz, Drucker.)

El liderazgo gerencial ha relacionado, inicialmente, más con la transmisión y la influencia acerca de la Visión y la Misión de la empresa y con el señalamiento de objetivos y metas (liderazgo estratégico), y con la comunicación, el apoyo y la recompensa al trabajo de la gente.

Con Stephen Covey  surge en 1990 la idea del liderazgo centrado en principios, en la que el líder ve su vida como una aventura dirigida en forma equilibrada, más centrada en el carácter que en los rasgos psicológicos de personalidad, líderes que apoyan su acción más en principios (inmnutables) y en valores (cambiantes), que están en actitud permanente de aprendizaje, de vocación hacia el servicio, que irradian energía positiva, credibilidad y sinergia en el grupo, además de estar autoevaluándose permanentemente.

Podemos entonces, ya en este terreno, hablar del líder que se hace porque hay en él un proceso formativo y un proceso de acción, que lo llevan desde la motivación (la razón por la cual es impulsado a actuar, especialmente si es de tipo trascendente: el servicio a los demás), hasta la actuación, previo unas capacidades intelectuales, emocionales, y productivas, administrativas, gerenciales y directivas  y unas habilidades personales de comunicación y manejo de los grupos, de trabajo en equipo de administración del tiempo o negociación.

Es un liderazgo que impulsa la visión, promueve el cambio, genera compromiso y credibilidad, fija metas, da recompensas, establece sanciones, delega responsabilidades, produce resultados, ofrece ejemplaridad en los valores, asume riesgos y consigue seguidores.

Construcción del liderazgo

No resulta, pues, exagerado, hablar propiamente de la construcción del liderazgo en las personas como un proceso que, basado en determinadas oportunidades, permite el desarrollo de capacidades, habilidades y hábitos que permiten actitudes y virtudes estables y que configuran lo que podemos denominar liderazgo: la capacidad de asumir la responsabilidad de conducir a otros al logro de sus objetivos personales y sociales.

Un proceso de construcción es una tarea progresiva que parte de unas bases, que apunta a unos objetivos y que se puede evaluar permanentemente.  Hay que partir de unas oportunidades de manifestar ese liderazgo, unas capacidades de encarnarlo, una necesidades sociales de manifestarlo, y un grupo humano en el cual expresarlo.

Un carácter definido, una personalidad lograda, un esfuerzo que se convierte poco a poco en hábito constante, ponen a una persona en camino de potenciar sus capacidades de liderazgo.

Las oportunidades permiten que surjan los líderes. A veces un gran vacío en la familia, en un grupo intermedio o en un medio empresarial, son la oportunidad óptima para que alguien en el que no se había pensado para que asumiera esas responsabilidades, está en condición de hacerlo porque se ha presentado la ocasión.

Ahí es cuando la persona necesita ese empujón para que demuestre que si es capaz de asumir ese papel.

La construcción arranca, como afirma Drucker, no con la pregunta qué es lo que quiero sino qué es lo qué debo hacer para cambiar la situación. La diferencia entre un líder y un gerente es que el gerente hace lo que debe hacer según la organización y el líder hace lo que toca para que las cosas marchen.

Y la construcción es construcción de lo que –siguiendo a Drucker— son los cuatro pilares básicos del liderazgo: tener seguidores, porque se influye en personas concretas, que hacen lo que deben hacer, y el líder les da ejemplo para que lo haga, y obra con responsabilidad.

El liderazgo, bien lo reafirma Drucker no es popularidad, ni rango, ni privilegio. Es ante todo responsabilidad. Y yo añadiría, entendida ella como capacidad de dar respuestas adecuadas a las necesidades del medio.

El liderazgo es construcción porque exige estructurar la persona de tal manera que aparte de su conducta aquellos comportamientos que estorban su acción con los demás, especialmente en las relaciones interpersonales.

Si el líder es el hombre de la visión, tiene que estar en capacidad de ver más allá de lo corriente, de trascender con su conocimiento y su pensamiento para poder impulsar la organización hacia el sueño colectivo y para hacer que se cumpla la misión.

No es una construcción hecha de simples habilidades para comunicarse o para persuadir. Es ante todo, desarrollo de hábitos estables, de valores y virtudes que le dan coherencia de vida, consistencia de actuación, entusiasmo por la tarea y una confianza en los demás que genera credibilidad, optimismo e iniciativa.

El liderazgo de que hablamos y cuya impronta se lleva en el espíritu no es un privilegio o una posición de prepotencia frente a los demás. Es una visión esperanzada a la que corresponde una misión que no es otra cosa que la responsabilidad de construir el futuro con las propias manos.

Producir resultados, seguimiento y credibilidad

El líder de que hablamos lo es en cuanto produce resultados, consigue adhesiones libres e influye en sus seguidores, que ven en él un ejemplo y una ayuda para conseguir sus objetivos.

Es líder porque genera credibilidad. Precisamente el vacío actual de liderazgo está marcado profundamente por la falta de credibilidad de la gente en el gobierno, en el Estado, en los políticos y en la clase dirigente en general. El líder hace-hacer, y ofrece respuestas distintas de lo rutinario, muchas veces fuera de los ámbitos del poder porque demuestra autoridad moral.

El Espíritu de Liderazgo nace desde dentro y desde ahí desencadena las acciones de servicio que se traducen en resultados. Es, más propiamente hablando, un autoliderazgo. Ser actor del cambio conduce al líder al compromiso y al logro de objetivos.

La palanca del gran cambio es su voluntad, un querer firme que se afirma en el presente mediante la toma de decisiones acertadas y en el futuro en forma de propósitos realizables.

Sólo la fidelidad a los principios le inspira la acertada elección de los medios y la no confusión de éstos con los auténticos fines.

Este Liderazgo implica visión del futuro, dar alas a la esperanza para llegar muy lejos, pero también valores personales acendrados en la propia lucha diaria por sacar adelante el proyecto personal de vida –para que este sea coherente, unitario, y convergente a las metas–,  y mucha valentía para abrirse paso contracorriente de la vida fácil y el consumismo estéril.

“Sólo se merece la libertad y la vida aquel que se esfuerza por conquistarla cada día” (Goethe). En último término lo que está en juego en la sociedad es el uso y sentido de la libertad. Existe demasiada gente entendiéndola en forma individualista y egoísta cuando debería entenderse en forma comprometida y solidaria.

El líder crea espacios desde su libertad comprometida para hacer valer las libertades públicas esenciales a una sociedad.

Voluntad permanente de hacer el bien

Si la peor miseria del hombre no es no tener sino no querer, el líder fortalece su corazón en la voluntad permanente de hacer el bien y de buscar el bien común, para ser y para dar, para servir y para comunicar, para participar y ser solidario.

Hoy más que nunca hay que hacer frente al individualismo egoísta que invade todas las capas de la sociedad, y desplazar el relativismo moral dominante por una ética basada en principios naturales y en valores encarnados en virtudes personales.

Bien comprobado tenemos que sin una ética realista que lleve a una conciencia cierta y recta la sociedad se desmoraliza y se corrompe. “Sin moral -dice San Agustín en palabras actualísimas- los imperios, los reinos y principados no son sino empresas de bandolerismo”. Sin virtudes, el alma del hombre sería desértica como un paisaje lunar desolador y frío.

El líder debe  conjugar el nosotros de la participación, y poner corazón en lo que hace, pasión y entusiasmo. Y comprender que el paso de los años lo deben alejar cada vez más de sí mismo y acercarlo más a los demás.

El líder necesita bucear en la corriente escondida de su fuerza espiritual y llenarse de un sentimiento afirmativo, asertivo, para trazar la vertical sobre el negativismo llorón y desolador. Necesita el líder  un poco de la inspiración de los poetas, de la ternura de los niños y de la locura de los santos.

Y así podrá remover su fondo íntimo y profundo para hallar la emoción sentida, la ventaja de dar sin esperar calculadoramente la respuesta en términos de bienestar. 

Trabajo en equipo y solidaridad

La sociedad no da espera. No podemos pensar que “después” se podrán arreglar los problemas. Como dice algún autor “El que se mete en el camino del después acaba en el nunca”. Hay que correr riesgos.  Y “para los individuos y las colectividades, los mayores éxitos siempre los obtienen quienes saben correr los mayores riesgos (Thibon).

No olvidemos que el alma del hombre, que es como un disparo hacia el infinito, da sentido a todo lo que le rodea De ella surge la fuerza para preferir lo mejor a lo bueno. Para un líder lo que hay que hacer es lo que parece imposible, pues lo posible ya está hecho..

La construcción del liderazgo se acendra en la convivencia fecunda y en el trabajo en equipo. Vivimos en una sociedad en la que nadie se pierde o se salva sólo. Necesitamos por vocación constitutiva del hombre la presencia de los temas, propósitos comunes, tareas colectivas. El futuro es impensable sin ese trabajo mancomunado y sin los mecanismos de participación hechos realidad en la familia, en la empresa, en todas las instituciones de la sociedad.

Ha llegado la hora de mostrar con obras que los líderes son más capaces de construir el futuro porque se han atrevido a pensarlo y rediseñarlo.

Los líderes saben que el cambio de la sociedad exige ante todo un cambio profundo personal y un tener los pies en el contexto social para poder construir una sociedad donde la participación, la solidaridad y los valores éticos son la columna vertebral del bien común.

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Acción Católica Mexicana Diócesis de Querétaro