Prevención y asistencia a los enfermos de sida; propuestas de la Iglesia

Discurso del arzobispo Lozano Barragán en la ONU

NUEVA YORK, 28 junio 2001 (ZENIT.org).- Presentamos a continuación la intervención del arzobispo Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, jefe de la Delegación de la Santa Sede a la XXVI Sesión Especial de la Asemblea General de las Naciones Unidas acerca del SIDA, que pronunció en Nueva York el 27 junio de 2001.

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El Santo Padre Juan Pablo II estima como una prioridad el esfuerzo del mundo para combatir la pandemia del sida, así ha respondido a la carta que Su Excelencia el Secretario General de las Naciones Unidas, Señor Kofi Annan, le ha enviado a este respecto con la misiva que me honro en traer y entregársela. El mensaje se distribuye junto con el texto de mi intervención.

Ante la magnitud del flagelo del sida, 36.1 millones de afectados a la fecha, la Santa Sede siempre ha manifestado su deseo de combatirla; desde cuando apareció, hace veinte años, se han muerto debido a ella 21.8 millones de personas en el mundo, de las cuales, 15 millones en Africa. Hasta la fecha la epidemia ha dejado 13.2 millones de huérfanos. El Papa, en diferentes ocasiones, ha afirmado que el enfermo de sida debe ser objeto de toda asistencia y de todo respeto, que se le debe dar toda clase de alivio moral y espiritual, más aun, que debe ser tratado como Cristo mismo. Frente a los huérfanos de padres que murieron por el sida dice que debe mostrarse en especial el amor misericordioso de Dios. Siguiendo el llamado del Papa, el 12% de quienes se ocupan de los enfermos de SIDA en el mundo son organismos eclesiales católicos y el 13% son Organizaciones no Gubernamentales católicas, teniendo así la Iglesia católica un 25% del cuidado total, que la acreditan como el mayor sostén de los Estados en la lucha contra el SIDA.

Son dos las acciones que se exigen frente a este mal: prevenirlo y curarlo. Las dos son de suma importancia, pero vale más prevenir que remediar. Para prevenir esta enfermedad hay que entrar de lleno en su propia naturaleza que de una manera especial envuelve a toda la persona y en muchos casos se da simultáneamente en el plano de los valores existenciales siendo una verdadera patología del espíritu, que no daña solamente al cuerpo sino toda la persona, sus relaciones personales, su vida social y muchas veces lleva consigo crisis de valores morales.

En cuanto al sida que se transmite sexualmente la prevención más profunda y a la vez más eficaz es la formación en los auténticos valores de la vida, el amor y el sexo. Su recta perspectiva hará conscientes a las mujeres y hombres de hoy, de cómo a través de estos valores llegan a su plena realización personal en una madurez afectiva y en una sexualidad ordenada, que da exclusividad a la pareja y la lleva a seguir normas de conducta que la preserva del contagio sexual del sida. No se escapa a nadie que las libertades sexuales aumentan el peligro de contagio. En este contexto se entienden los valores de la fidelidad matrimonial y de la castidad. Así, la prevención y la información que conlleva, se realizan respetando la dignidad del hombre y su destino trascendente, excluyendo campañas que impliquen modelos de comportamiento que destruyan la vida y favorezcan la extensión del mal.

Un factor muy importante que condiciona su rápido contagio es la situación de miseria en la que vive gran parte de la humanidad. No cabe duda que será decisiva para combatirla una mayor justicia social internacional, que desplace la economía como horizonte exclusivo de una globalización salvaje. El Papa exhorta a los diversos Gobiernos y a la comunidad científica a continuar la investigación sobre la enfermedad. Por desgracia en muchos países es imposible el cuidado de los pacientes de sida debido a los altos costos de los medicamentos patentados. El Papa recuerda que "La Iglesia ha enseñado consistentemente que hay una "hipoteca social" sobre toda propiedad privada, y que este concepto hay que aplicarlo a la "propiedad intelectual". La sola ley de la ganancia no puede ser aplicada a lo que es esencial en la lucha contra el hambre, la enfermedad y la pobreza.

Para una mayor efectividad en la lucha contra el sida la Santa Sede sugiere apoyar los planes globales mundiales para coordinar el combate a la enfermedad; invita a todos los Gobiernos a aprovechar cabalmente el poder y la autoridad del Estado para hacer frente a la epidemia y en especial sugiere dedicar presupuestos suficientes para combatir este flagelo; incrementar la educación escolar y extra escolar de los valores de la vida, del amor y del sexo, así como insistir en la igualdad del hombre y la mujer; eliminar toda forma de discriminación de los enfermos de SIDA; apoyarlos espiritualmente; recomienda multiplicar los centros para su debida atención; informar y educar adecuadamente sobre el sida; invitar a una mayor participación de la sociedad civil en la lucha contra el sida; invitar a la gente de buena voluntad a comprometerse más en combatirlo; pedir a los países industrializados que, evitando toda forma de colonialismo, ayuden en esta campaña a los países que lo necesiten; erradicar la explotación sexual especialmente la ligada al turismo o a las migraciones; abaratar al máximo los medicamentos antiretrovirales para el sida; intensificar las campañas para evitar la transmisión materno infantil del mal; poner un especial cuidado en el tratamiento de los infectados y en la protección de los huérfanos del sida; y atender especialmente a los grupos sociales más vulnerables.

N.B.: Texto original en español .


Carta de Juan Pablo II con motivo de la Asamblea de la ONU sobre el sida

El pontífice medicamentos para los enfermos de países pobres

NUEVA YORK, 26 junio 2001 (ZENIT.org).- Se celebra en Nueva York, en los días 25 a 27 de junio de 2001, la XXVI Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas, dedicada a la pandemia del VIH/SIDA. Con este motivo, Juan Pablo II ha dirigido una carta a Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas.

Publicamos a continuación el mensaje.

A su Excelencia, Señor Kofi Annan Secretario general de la Organización de las Naciones Unidas

La celebración en Nueva York del 25 al 27 de junio de una Sesión especial de la Asamblea general de las Naciones Unidas encargada de examinar, bajo diferentes aspectos, el problema del VIH/sida, es una iniciativa sumamente oportuna y deseo expresarle, al igual que a todas las delegaciones presentes, mis mejores auspicios, deseando que vuestras labores constituyan una etapa decisiva en la lucha contra la enfermedad.

La epidemia de VIH/sida representa indudablemente una de las catástrofes más grandes de nuestra época, en particular para África. No se trata sólo de un problema de sanidad, pues la infección tiene consecuencias dramáticas para la vida social, económica, y política de las poblaciones.

Aliento los esfuerzos que se están realizando en este momento a nivel nacional, regional e internacional para responder a este desafío, gracias a la elaboración de un programa de acción orientado a la prevención y al tratamiento de la enfermedad. El anuncio que usted ha hecho de la creación del Fondo mundial "sida y salud" es un motivo de esperanza para todos. Deseo de todo corazón que las tomas de posición favorables que se han pronunciado en un primer momento se concreten rápidamente en un apoyo efectivo.

La temible difusión del sida se inscribe en un universo social caracterizado por una seria crisis de valores. En este dominio, como en otros, la comunidad internacional no puede ignorar su responsabilidad moral; al contrario, en la lucha contra la epidemia, tiene que inspirarse en una visión constructiva de la dignidad del hombre e invertir en la juventud, ayudándole a que crezca en una madurez afectiva responsable.

La Iglesia católica sigue afirmando, con su magisterio y su compromiso al lado de los enfermos de sida, el valor sagrado de la vida. El esfuerzo que realiza, tanto en la prevención como en la asistencia de las personas afectadas, muchas veces en colaboración con las instituciones de las Naciones Unidas, se inscribe en el marco del amor y del servicio a la vida de todos, desde la concepción hasta su ocaso natural.

Me preocupan particularmente dos problemas que sé que serán tratados con gran atención en los debates de la sesión especial.

La transmisión del VIH/sida de la madre al niño es una cuestión sumamente dolorosa. Mientras en los países desarrollados, gracias a terapias adaptadas, se logra reducir sensiblemente el número de niños que nacen con el virus, en los países en vías de desarrollo, en particular en África, quienes vienen al mundo con la infección son muy numerosos, lo cual constituye un grave sufrimiento para las familias y la comunidad. Si añadimos a este sombrío cuadro el desamparo de los huérfanos de padres muertos de sida, nos damos cuenta que nos encontramos ante una situación que no puede dejar indiferente a la comunidad internacional.

El segundo problema es el del acceso de los enfermos de sida a los tratamientos médicos y, en la medida de lo posible, a las terapias anti-retrovirales. Sabemos que los costes de estos medicamentos son excesivos, a veces incluso exorbitantes, para las posibilidades de los ciudadanos de los países más pobres. La cuestión comprende diferentes aspectos económicos y jurídicos, entre los que se encuentran ciertas interpretaciones del derecho a la propiedad intelectual.

En este sentido, me parece oportuno recordar lo que subrayaba el Concilio Vaticano II y que menciono en la encíclica "Centesimus Annus" sobre el destino universal de los bienes de la tierra: "Por su naturaleza misma, la propiedad privada tiene también un carácter social, fundado en la ley del destino común de los bienes" ("Gaudium et spes", n. 71, "Centesimus Annus", n. 30). En virtud de esta hipoteca social, traducida en el derecho nacional, entre otros modos, con la afirmación del derecho de cada individuo a la salud, pido a los países ricos que respondan a las necesidades de los enfermos de sida de los países pobres con todos los medios disponibles, para que estos hombres y mujeres, probados en su cuerpo y en su alma, puedan tener acceso a las medicinas que necesitan para curarse.

No puedo terminar este mensaje sin agradecer a los sabios y a los investigadores del mundo entero sus esfuerzos para encontrar terapias contra este terrible mal. Mi gratitud se dirige también a los profesionales de la salud y a los voluntarios por el amor y la competencia que han demostrado en la asistencia humana, religiosa y médica de sus hermanos y hermanas.

Invoco las bendiciones de Dios Todopoderoso para todos aquellos que están comprometidos en la lucha contra el VIH/sida, en primer lugar para los enfermos y sus familiares, así como para los participantes en la Sesión especial.

Ciudad del Vaticano, 21 de junio de 2001

IOANNES PAULUS II

[Texto original, francés. Traducción realizada por Zenit]