EL EXILIO EN LA HISTORIA DEUTERONOMISTA

 

José Luis Sicre

 

Hace cuarenta años

 

Hace exactamente cuarenta años, en 1958, comenzó en gran parte de España el proceso de emigración a diversos países europeos (Alemania, Suiza, Francia, Gran Bretaña) que marcaría toda una época. Andaluces, extremeños, gallegos, castellanos... debían abandonar su tierra, su familia, su lengua y sus costumbres en busca de un trabajo que aquí no existía. Al cabo de los años, a ninguno de ellos se le ocurrió escribir una Historia de España, ni siquiera una historia de los emigrantes de su región. ¿Para qué? No había grandes gestas que contar. Sólo mucha soledad y muchas lágrimas. Tampoco había nada que explicar, todos conocían lo ocurrido. Las cosas iban mal; luego, peor. Y entonces dijeron los políticos que hacía falta un "plan de estabilización". Nadie entendía esas palabras, pero sonaban bien. Por lo menos a quienes no tuvieron que marcharse al extranjero y consiguieron mejorar su nivel de vida.

 

Hace 2596 (o 2584) años

 

        La situación descrita anteriormente nos ayuda, con sus semejanzas y diferencias, a entender lo ocurrido a los judíos a comienzos del siglo VI a.C. En el año 598 tuvo lugar una primera deportación a Babilonia, encabezada por el rey Jeconías. El segundo libro de los Reyes ofrece datos distintos sobre los deportados; en un momento dice que fueron al destierro los jefes y los ricos (diez mil), los herreros y cerrajeros (2 Re 24,14). Dos versículos después ofrece una cantidad más reducida: siete mil personas importantes y mil herreros y cerrajeros. Para complicar las cosas, el libro de Jeremías da una cantidad aún menor: 3.023 deportados (Jer 52,28).

        Por una ironía de la historia, la deportación más famosa no fue la más numerosa. Tuvo lugar doce años después (586), tras la caída de Jerusalén y el incendio de la ciudad y del templo. El libro de los Reyes no da la cantidad de deportados; en realidad, según su autor no tuvo lugar una auténtica deportación del pueblo. El libro de Jeremías sí ofrece una cantidad muy exacta: 832 personas de Judá (Jer 52,29). Y añade que cinco años más tarde (581 a.C.) tuvo lugar una tercera deportación de 745 judíos. El total de las tres deportaciones sumó 4.600 personas (Jer 52,29-30).

        Prescindiendo de las cifras, hay dos diferencias capitales con el fenómeno que comentábamos al comienzo. Ante todo, los judíos no emigran, son deportados; no buscan mejorar su situación (aunque sea con muchos sacrificios) sino que sufren un castigo por haberse rebelado contra Babilonia. En segundo lugar, los que marchan al extranjero no son los pobres, sino la clase alta (ricos, autoridades, cortesanos) y los que hoy llamaríamos "obreros cualificados" (herreros y cerrajeros).

        Estas diferencias repercutirán decididamente en la formación de las tradiciones y de los libros bíblicos. Los desterrados son personas capaces de escribir. Más aún, sienten la necesidad de escribir, de expresar sus sentimientos y de meditar sobre la terrible catástrofe que les va venido encima. Porque detrás del destierro no hay un "plan de estabilización", sino un misterio que podemos sintetizar en tres preguntas: ¿por qué se ha llegado a esta situación?, ¿cabe alguna esperanza de futuro?, ¿que podemos hacer ahora mismo? A ellas intentará responder lo que hoy día se conoce como segunda edición de la Historia deuteronomista.

 

La enseñanza de la historia

 

Gran parte de los biblistas actuales aceptan que durante los años del destierro (586-538 a.C.) fue cuando se terminó de redactar la llamada "Historia deuteronomista", es decir, los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, precedidos por la gran introducción histórico-teológica del Deuteronomio. Entre la clase alta desterrada a Babilonia se encontraban muchos sacerdotes y escribas, que habían conseguido salvar del incendio de Jerusalén numerosos documentos. A partir de ellos se intentó explicar el pasado y hablar del futuro.

        En realidad, la redacción de la Historia deuteronomista supone un proceso bastante complejo. Aunque no todos los autores estarían de acuerdo, podemos distinguir dos etapas principales, de acuerdo con Frank M. Cross y su escuela. La primera edición (de finales del siglo VII, durante el reinado de Josías), escrita en un momento de entusiasmo, habría sido una obra de propaganda religiosa y política. Una invitación a servir a YHWH, único Dios verdadero, y a recuperar la antigua unión de las tribus del norte y del sur (Israel y Judá), tal como se dio en tiempos de David. Esta historia del pueblo de Dios, que comenzaba con la época de Moisés (Deuteronomio) y contaba la conquista y reparto de la tierra (Josué), los orígenes de la monarquía (Samuel) y las vicisitudes de  los dos reinos (Reyes), terminaba en con el reinado de Josías.

        Pero la época de Josías, con todas sus ilusiones y esperanzas, terminó de forma trágica el año 609 a.C., cuando este rey murió en la batalla de Meguido.  Los veintitrés años que median entre esta fecha y la destrucción de  Jerusalén son un puro sucederse de desgracias. En otros sitios, utilizando el título de un drama de Eugene O'Neill, los he llamado "Viaje de un largo día hacia la noche". Y todo culmina con la mayor de las catástrofes: destrucción de la ciudad y del templo, pérdida de la tierra y de la libertad, el descendiente de David encarcelado, gran parte del pueblo deportado a Babilonia o huido a Egipto.

 

La segunda edición de una antigua historia

 

¿Para qué sirve en este momento una historia escrita en años de esplendor y de esperanza? Aunque parezca raro, para mucho. Bastará completarla con ciertos datos (los posteriores a la muerte de Josías) y retocarla en ciertos momentos para intentar explicar la catástrofe.

        Como dijimos antes, en esta segunda edición, tres temas parecen fundamentales para la reflexión deuteronomista: el castigo pasado, la posible esperanza de futuro, y la actitud que se debe adoptar en el momento presente. Estos tres temas aparecen a veces juntos, como en Dt 4 y en la alianza en Moab (Dt 29-30); otras veces encontramos sólo alusiones al tema del castigo pasado.

 

El castigo pasado

 

De todas las desgracias mencionadas anteriormente, dos atraen especialmente la atención de los deuteronomistas: la destrucción del país y el destierro del pueblo. Ambas se interpretan como castigo por no observar la alianza y se presentarán como un castigo anunciado de antemano y como un castigo justificado.

 

        Un castigo anunciado

 

        La relación entre alianza y castigo (en caso de que no se cumpla) es tan normal como entre el código de circulación y la multa correspondiente. Todos los pactos de vasallaje terminaban con una serie de amenazas y maldiciones dirigidas al vasallo que no cumpliese lo pactado. Por eso, no debe extrañarnos que la primera edición de la Historia anunciase ya el castigo que vendría sobre el pueblo en caso de no observar la alianza: "Si olvidas al Señor, tu Dios, y sigues a dioses extranjeros, les das culto y te prosternas ante ellos, yo os garantizo hoy que pereceréis sin remedio. Como los pueblos que el Señor va a destruir a vuestro paso, así pereceréis vosotros, por no obedecer al Señor, vuestro Dios" (Dt 8,19-20). Pero tanto aquí como en otros casos se trata de amenazas globales, que no hacen referencia expresa al destierro.    

        En cambio, la revisión de tiempos del exilio anuncia expresamente esta posibilidad. Y lo hará poniendo el anuncio en boca de los dos personajes más importantes de los comienzos: Moisés y Josué. Moisés, el revelador de la voluntad de Dios, avisa también ahora el enorme peligro de perder la tierra. Los textos procedentes de esta revisión se encuentran en Dt 4; 28 (maldiciones); 29-30 (alianza en Moab), y 31 (últimas disposiciones de Moisés).

        "Cuando engendres hijos y nietos y os hagáis veteranos en la tierra, si os pervertís haciéndoos ídolos de cualquier figura, haciendo lo que el Señor, tu Dios, reprueba ... desapareceréis muy pronto de la tierra de la que vas a tomar posesión pasando el Jordán; no prolongarás tus días en ellas, sino que seréis destruidos. El Señor os dispersará por las naciones, y quedaréis unos pocos en los pueblos adonde os deportará el Señor" (Dt 4,25-28).

        En el c.28 encontramos otra referencia al destierro, al final de las maldiciones:

        "Como gozó el Señor haciéndoos el bien, haciéndoos crecer, igual ha de gozar destruyéndoos y exterminándoos; seréis arrancados de la tierra adonde vas a entrar para tomarla en posesión, y el Señor os dispersará entre todos los pueblos, de un extremo a otro de la tierra" (Dt 28,63-68).

        En los cc. 29-30, sobre la alianza en Moab, el anuncio de la pérdida de la tierra queda muy claro al final:

        "Pero si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que después de pasar el Jordán y de tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella" (Dt 30,17-18).

        Por consiguiente, en la ficción de la Historia deuteronomista, el lector no puede llamarse a engaño. Sabe desde el principio a qué se debe el destierro: a no haber observado la alianza. Pero este tema reaparece en un momento muy significativo: en el discurso de despedida de Josué (c.23). Se acaba de contar la conquista y reparto de la tierra entre las tribus. Es un momento de inmenso optimismo. Todas las promesas de Dios se han cumplido. Pero, de repente, escuchamos la voz de Josué que, con siglos de antelación, anuncia la desgracia del destierro.

        "Pues lo mismo que han venido sobre vosotros todas las bendiciones que os anunció el Señor, vuestro Dios, lo mismo enviará el Señor contra vosotros todas las maldiciones, hasta exterminaros de esta tierra magnífica que os ha dado el Señor, vuestro Dios. Si quebrantáis el pacto que el Señor, vuestro Dios, os dio, y vais tras otros dioses rindiéndoles adoración, el Señor se encolerizará contra vosotros, y pareceréis inmediatamente en la tierra magnífica que os ha dado" (Jos 23,15-16).

 

        Un castigo justificado

 

Lo anterior no precisa demasiado comentario. Estaremos más o menos de acuerdo con esas ideas, pero son claras. Sin embargo, a los deuteronomistas les gusta el estilo oratorio. Disfrutan repitiendo, hablando al corazón del pueblo como un padre educa a su hijo. Por eso, a lo largo de la Historia encontramos una serie de referencias a lo justificado del castigo. De nuevo comienzan con Moisés, poniendo en su boca una visión del futuro:

        "Las generaciones venideras, los hijos que os sucedan y los extranjeros que vengan de lejanas tierras, cuando vean las plagas de esta tierra, las enfermedades con que la castigará el Señor ... se preguntarán: ¿Por qué trató el Señor así a esta tierra? )Qué significa esta cólera terrible? Y les responderán: Porque abandonaron la alianza del Señor... el pacto que hizo con ellos al sacarlos de Egipto... por eso la ira del Señor se encendió contra esta tierra, haciendo recaer sobre ella todas las maldiciones escritas en este código; por eso el Señor los arrancó de su suelo con ira, furor e indignación, y los arrancó a una tierra extraña, como sucede hoy" (Dt 29,21-27).

        Más extraño resulta encontrar el mismo tema durante la segunda aparición de Dios a Salomón. Pero los deuteronomistas no desaprovechan ninguna ocasión de justificar el castigo.

        "Si vosotros o vuestros hijos apostatáis, o no guardáis los preceptos y mandatos que os he dado, y vais a dar culto a otros dioses y los adoráis, borraré a Israel de la tierra que yo le di, rechazaré el templo que ha consagrado a mi Nombre e Israel será el refrán y la burla de todas las naciones. Este templo será un montón de ruinas; los que pasen se asombrarán y silbarán comentando: ¿Por qué ha tratado así el Señor a este país y a este templo? Y les dirán: Porque abandonaron al Señor, su Dios, que había sacado a sus padres de Egipto; porque siguieron a otros dioses, los adoraron y les dieron culto; por eso el Señor les ha echado encima esta catástrofe" (1 Re 9,6-9).

        Palabras parecidas pueden leerse en la acusación a Manasés (2 Re 21,11-15), en la profecía de Hulda (2 Re 22,16-17), al final del reinado de Josías (2 Re 23,26-27) y al comentar las catástrofes en tiempos de Joaquín (2 Re 24,3-4). Basta fijarse en las citas para advertir que las amenazas se acumulan en los últimos tiempos. Así, no extraña que cuando llegamos al final de la historia y se produce la gran catástrofe, los autores no se sienten obligados a justificarla. Lo han avisado ya con tanta frecuencia que el lector puede interpretar los hechos por sí mismo.

 

El destierro como posibilidad de nuevo comienzo

 

Sin embargo, la Historia no pretende sólo justificar una desgracia. La revisión exílica del Dt acentúa en tres momentos muy importantes la posibilidad de un futuro mejor a través de la conversión.

        "Desde allí buscaréis al Señor, tu Dios, y lo encontrarás si lo buscas de todo corazón y con toda el alma. Cuando al cabo de los años te alcancen y te estrechen todas estas maldiciones, volverás al Señor, tu Dios, y le obedecerás. Porque el Señor, tu Dios, es un Dios compasivo: no te dejará, ni te destruirá, ni olvidará el pacto que juró a vuestros padres" (Dt 4,29-31).

        La teología que reflejan estas frases no es absolutamente nueva. Se basa en Oseas 5,15-6,1 y, sobre todo, coincide con lo expuesto por los marcos del libro de los Jueces, con su ciclo de pecado-castigo-conversión-salvación. Pero las afirmaciones son muy genéricas y escasas, no dicen nada del final del destierro.

        Muy emparentado en lenguaje con el texto anterior se encuentra Dt 30,1-10. Aquí se subraya los beneficios concretos que traerá la conversión: vuelta del destierro, conversión espiritual (circuncisión del corazón), con cumplimiento de la Ley, éxito y fecundidad. La temática, aunque formulada de manera distinta, recuerda a las promesas que encontramos en la redacción deuteronomistas del libro de Jeremías y en Ez 36.

        "Cuando se cumplan en ti todas estas palabras ... te convertirás al Señor, tu Dios; escucharás su voz, lo que yo te mando hoy, con todo el corazón y con toda el alma, tú y tus hijos. El Señor, tu Dios, cambiará tu suerte, compadecido de ti; el Señor, tu Dios, volverá y te reunirá sacándote de todos los pueblos por donde te dispersó; aunque tus dispersos se encuentren en los confines del cielo, el Señor, tu Dios, te reunirá, te recogerá allí, el Señor, tu Dios, te traerá a la tierra que habían poseído tus padres y tomarás posesión de ella" (Dt 30,1-9).

 

El presente: conversión, observancia de la Ley

 

Para los deuteronomistas, el pecado queda claramente justificado por el pecado del pueblo y de sus reyes. El futuro está abierto a la esperanza. ¿Y el presente? ¿Qué hacer en este momento? Los apartados anteriores lo dejan intuir fácilmente. Ahora se trata de convertirse, de volver al Señor y abandonar los ídolos. Wolff indicó la importancia del tema en la Historia e hizo ver que el verbo Aconvertirse" aparece en momentos claves. Cross y su escuela piensan que estos textos pertenecen a la primera edición. Es la obra de tiempos de Josías la que invita a la conversión. La segunda edición, la del exilio, se contenta con justificar el castigo. Esta forma de argumentar me parece inaceptable. Es como decirle al lector: AVa usted a encontrar muchos textos sobre la conversión. Pero no les haga caso. Son de la primera edición". Por otra parte, el texto con el que termino, tomado de la oración de Salomón, es muy probable que sea de tiempos del exilio, no de la época de Josías, y en él se habla claramente de la conversión:

        "Cuando pequen contra ti -porque nadie está libre de pecado- y tú, irritado contra ellos, los entregues al enemigo, y los vencedores los destierren a un país enemigo, lejano o cercano, si en el país donde vivan deportados reflexionan y se convierten, y en el país de los vencedores te suplican, diciendo: Hemos pecado, hemos faltado, somos culpables=; si en el país de los enemigos que los hayan deportado se convierten a ti con todo el corazón y con toda el alma, y te rezan vueltos hacia la tierra que habías dado a sus padres, hacia la ciudad que elegiste y el templo que he construido en tu honor, escucha tú desde el cielo, donde moras, su oración y súplica y hazles justicia; perdona a tu pueblo los pecados cometidos contra ti, sus rebeliones contra ti, haz que sus vencedores se compadezcan de ellos, porque son tu pueblo y tu heredad, los que sacaste de Egipto del horno de hierro" (1 Re 8,46-51).