CAPÍTULO
10
En
que se trata de la fundación de la casa de Valladolid. Llámase
este monasterio la Concepción de Nuestra Señora del Carmen.
1.
Antes que se fundase este monasterio de San José en Malagón, cuatro o cinco
meses, tratando conmigo un caballero principal (1), mancebo, me dijo que, si
quería hacer monasterio en Valladolid, que él daría una casa que tenía, con
una huerta muy buena y grande, que tenía dentro una gran viña, de muy buena
gana, y quiso dar luego la posesión; tenía harto valor. Yo la tomé, aunque no
estaba muy determinada a fundarle allí, porque estaba casi un cuarto de legua
del lugar. Mas parecióme que se podría pasar a él (2), como allí se tomase
la posesión. Y como él lo hacía tan de gana, no quise dejar de admitir su
buena obra, ni estorbar su devoción.
2.
Desde a dos meses, poco más o menos, le dio un mal tan acelerado que le quitó
el habla, y no se pudo bien confesar, aunque tuvo muchas señales de pedir al
Señor perdón. Murió muy en breve, harto lejos de donde yo estaba (3). Díjome
el Señor que había estado su salvación en harta aventura, y que había habido
misericordia de él por aquel servicio que había hecho a su Madre en aquella
casa que había dado para hacer monasterio de su orden, y que no saldría de
purgatorio hasta la primera misa que allí se dijese, que entonces saldría. Yo
traía tan presente las graves penas de esta alma, que aunque en Toledo deseaba
fundar, lo dejé por entonces y me di toda la prisa que pude para fundar como
pudiese en Valladolid.
3.
No pudo ser tan presto como yo deseaba, porque forzado me hube de detener en San
José de Avila, que estaba a mi cargo, hartos días, y después en San José de
Medina del Campo, que fui por allí, adonde estando un día en oración, me dijo
el Señor que me diese prisa, que padecía mucho aquel alma; que, aunque no
tenía mucho aparejo, lo puse por obra y entré en Valladolid día de San
Lorenzo (4). Y como vi la casa, diome harta congoja, porque entendí era
desatino estar allí monjas sin muy mucha costa; y aunque era de gran
recreación, por ser la huerta tan deleitosa, no podía dejar de ser enfermo,
que estaba cabe el río.
4.
Con ir cansada, hube de ir a misa a un monasterio de nuestra Orden (5), que vi
que estaba a la entrada del lugar, y era tan lejos, que me dobló más la pena.
Con todo, no lo decía a mis compañeras por no las desanimar. Aunque flaca,
tenía alguna fe que el Señor, que me había dicho lo pasado, lo remediaría.
Hice muy secretamente venir oficiales y comenzar a hacer tapias para lo que
tocaba al recogimiento, y lo que era menester. Estaba con nosotras el clérigo
que he dicho, llamado Julián de Avila, y uno de los dos frailes que queda
dicho, que quería ser descalzo (6), que se informaba de nuestra manera de
proceder en estas casas. Julián de Avila entendía en sacar la licencia del
Ordinario, que ya había dado buena esperanza antes que yo fuese. No se pudo
hacer tan presto que no viniese un domingo antes que estuviese alcanzada la
licencia; mas diéronnosla para decir misa adonde teníamos para iglesia, y así
nos la dijeron.
5.
Yo estaba bien descuidada de que entonces se había de cumplir lo que se me
había dicho de aquel alma; (7) porque, aunque se me dijo "a la primera
misa", pensé que había de ser a la que se pusiese el Santísimo
Sacramento. Viniendo el sacerdote adonde habíamos de comulgar, con el
Santísimo Sacramento en las manos, llegando yo a recibirle, junto al sacerdote
se me representó el caballero que he dicho, con rostro resplandeciente y
alegre; (8) puestas las manos, me agradeció lo que había puesto por él para
que saliese del purgatorio y fuese aquel alma al cielo. Y cierto que la primera
vez que entendí estaba en carrera de salvación, que yo estaba bien fuera de
ello y con harta pena, pareciéndome que era menester otra muerte para su manera
de vida; que aunque tenía buenas cosas, estaba metido en las del mundo. Verdad
es que había dicho a mis compañeras que traía muy delante la muerte. Gran
cosa es lo que agrada a nuestro Señor cualquier servicio que se haga a su
Madre, y grande es su misericordia. Sea por todo alabado y bendito, que así
paga con eterna vida y gloria la bajeza de nuestras obras y las hace grandes
siendo de pequeño valor.
6.
Pues llegado el día de nuestra Señora de la Asunción, que es a quince de
agosto, año de 1568, se tomó la posesión de este monasterio.
Estuvimos
allí poco, porque caímos casi todas muy malas. Viendo esto una señora de
aquel lugar, llamada doña María de Mendoza, mujer del comendador Cobos, madre
del marqués de Camarasa, muy cristiana y de grandísima caridad (sus limosnas
en gran abundancia la daban bien a entender), hacíame mucha caridad de antes
que yo la había tratado, porque es hermana del obispo de Avila que en el primer
monasterio nos favoreció mucho y en todo lo que toca a la Orden. Como tiene
tanta caridad y vio que allí no se podrían pasar sin gran trabajo, así por
ser lejos para las limosnas, como por ser enfermo, díjonos que le dejásemos
aquella casa y nos compraría otra. Y así lo hizo, que valía mucho más la que
nos dio, con dar todo lo que era menester hasta ahora, y lo hará mientras
viviere.
7.
Día de San Blas (9), nos pasamos a ella con gran procesión y devoción del
pueblo; y siempre la tiene, porque hace el Señor muchas misericordias en
aquella casa, y ha llevado a ella almas, que a su tiempo se pondrá su santidad,
para que sea alabado el Señor, que por tales medios quiere engrandecer sus
obras y hacer merced a sus criaturas. Porque entró allí una que dio a entender
lo que es el mundo en despreciarle, de muy poca edad. Me ha parecido decirlo
aquí, para que se confundan los que mucho le aman, y tomen ejemplo las
doncellas a quien el Señor diere buenos deseos e inspiraciones, para ponerlos
por obra.
8.
Está en este lugar una señora, que llaman doña María de Acuña, hermana del
conde de Buendía (10). Fue casada con el Adelantado de Castilla. Muerto él,
quedó con un hijo y dos hijas, y harto moza. Comenzó a hacer vida de tanta
santidad y a criar sus hijos en tanta virtud, que mereció que el Señor los
quisiese para sí. No dije bien, que tres hijas la quedaron: la una fue luego
monja; otra no se quiso casar, sino hacía vida con su madre de gran
edificación; (11) el hijo de poca edad comenzó a entender lo que era el mundo
y a llamarle Dios para entrar en religión, de tal suerte que no bastó nadie a
estorbárselo, aunque su madre holgaba tanto de ello, que con nuestro Señor le
debía ayudar mucho, aunque no lo mostraba, por los deudos. En fin, cuando el
Señor quiere para sí un alma, tienen poca fuerza las criaturas para
estorbarlo; así acaeció aquí, que con detenerle tres años con hartas
persuasiones, se entró en la Compañía de Jesús. Díjome un confesor de esta
señora, que le había dicho que en su vida había llegado gozo a su corazón
como el día que hizo profesión su hijo.
9.
¡Oh Señor! ¡Qué gran merced hacéis a los que dais tales padres, que aman
tan verdaderamente a sus hijos, que sus estados y mayorazgos y riquezas quieren
que los tengan en aquella bienaventuranza que no ha de tener fin! Cosa es de
gran lástima que está el mundo ya con tanta desventura y ceguedad, que les
parece a los padres que está su honra en que no se acabe la memoria de este
estiércol de los bienes de este mundo y que no la haya de que tarde o temprano
se ha de acabar. Y todo lo que tiene fin, aunque dure, se acaba, y hay que hacer
poco caso de ello, y que a costa de los pobres hijos quieran sustentar sus
vanidades y quitar a Dios, con mucho atrevimiento, las almas que quiere para
sí, y a ellas un tan gran bien que, aunque no hubiera el que ha de durar para
siempre, que les convida Dios con él, es grandísimo verse libre de los
cansancios y leyes del mundo, y mayor es (12) para los que más tienen.
Abridles, Dios mío, los ojos; dadles a entender qué es el amor que están
obligados a tener a sus hijos, para que no los hagan tanto mal y no se quejen
delante de Dios, en aquel juicio final, de ellos, adonde, aunque no quieran,
entenderán el valor de cada cosa.
10.
Pues como, por la misericordia de Dios, sacó a este caballero, hijo de esta
señora doña María de Acuña (13) (él se llama don Antonio de Padilla), de
edad de diecisiete años, del mundo, poco más o menos, quedaron los estados en
la hija mayor, llamada doña Luisa de Padilla; porque el conde de Buendía no
tuvo hijos, y heredaba don Antonio este condado y el ser Adelantado de Castilla.
Porque no hace a mi propósito, no digo lo mucho que padeció con sus deudos
hasta salir con su empresa. Bien se entenderá a quien entendiere lo que precian
los del mundo que haya sucesor de sus casas.
11.
¡Oh Hijo del Padre Eterno, Jesucristo, Señor nuestro, Rey verdadero de todo!
¿Qué dejasteis en el mundo? ¿Qué pudimos heredar de Vos vuestros
descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y
deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de
la muerte? En fin, Dios mío, que los que quisiéremos ser vuestros hijos
verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer.
Vuestras armas son cinco llagas.
¡Ea,
pues, hijas mías!, ésta ha de ser nuestra divisa, si hemos de heredar su
reino; no con descansos, no con regalos, no con honras, no con riquezas se ha de
ganar lo que El compró con tanta sangre. ¡Oh gente ilustre! Abrid por amor de
Dios los ojos. Mirad que los verdaderos caballeros de Jesucristo y los
príncipes de su Iglesia, un San Pedro y San Pablo, no llevaban el camino que
lleváis. ¿Pensáis por ventura que ha de haber nuevo camino para vosotros? No
lo creáis. Mirad que comienza el Señor a mostrárosle por personas de tan poca
edad como de los que ahora hablamos.
12.
Algunas veces he visto y hablado a este don Antonio. Quisiera tener mucho más
para dejarlo todo. Bienaventurado mancebo y bienaventurada doncella, que han
merecido tanto con Dios, que en la edad que el mundo suele señorear a sus
moradores le repisasen ellos. Bendito sea el que los hizo tanto bien.
13.
Pues como quedasen los estados en la hermana mayor, hizo el caso de ellos que su
hermano; porque desde niña se había dado tanto a la oración que es adonde el
Señor da luz para entender las verdades, que lo estimó tan poco como su
hermano. ¡Oh, válgame Dios a qué de trabajos y tormentos y pleitos y aun a
aventurar las vidas y las honras se pusieran muchos por heredar esta herencia!
No pasaron pocos en que se la consintiesen dejar. Así es este mundo, que él
nos da bien a entender sus desvaríos si no estuviésemos ciegos. Muy de buena
gana, porque la dejasen libre de esta herencia, la renunció en su hermana, que
ya no había otra, que era de edad de diez u once años. Luego, porque no se
perdiese la negra memoria, ordenaron los deudos de casar esta niña con un tío
suyo, hermano de su padre, y trajeron del Sumo Pontífice dispensación, y
desposáronlos (14).
14.
No quiso el Señor que hija de tal madre y hermana de tales hermanos quedase
más engañada que ellos, y así sucedió lo que ahora diré. Comenzando la
niña a gozar de los trajes y atavíos del mundo que, conforme a la persona,
serían para aficionar en tan poca edad como ella tenía, aun no había dos
meses que era desposada cuando comenzó el Señor a darla luz, aunque ella
entonces no lo entendía. Cuando había estado el día con mucho contento con su
esposo, que le quería con más extremo que pedía su edad, dábale una tristeza
muy grande viendo cómo se había acabado aquel día, y que así se habían de
acabar todos. ¡Oh grandeza de Dios, que del mismo contento que le daban los
contentos de las cosas perecederas, le vino a aborrecer! Comenzóle a dar una
tristeza tan grande que no la podía encubrir a su esposo, ni ella sabía de
qué ni qué le decir, aunque él se lo preguntaba.
15.
En este tiempo ofreciósele un camino adonde no pudo dejar de ir, lejos del
lugar. Ella sintió mucho, como le quería tanto. Mas luego le descubrió el
Señor la causa de su pena, que era inclinarse su alma a lo que no se ha de
acabar, y comenzó a considerar cómo sus hermanos habían tomado lo más seguro
y dejádola a ella en los peligros del mundo. Por una parte esto; por otra,
parecerle que no tenía remedio (porque no había venido a su noticia que siendo
desposada podía ser monja, hasta que lo preguntó), traíala fatigada; y, sobre
todo, el amor que tenía a su esposo no la dejaba determinar, y así pasaba con
harta pena.
16.
Como el Señor la quería para sí, fuela quitando este amor y creciendo el
deseo de dejarlo todo. En este tiempo sólo la movía el deseo de salvarse y de
buscar los mejores medios; que le parecía que, metida más en las cosas del
mundo, se olvidaría de procurar lo que es eterno, que esta sabiduría le
infundió Dios en tan poca edad, de buscar cómo ganar lo que no se acaba.
¡Dichosa alma que tan presto salió de la ceguedad en que acaban muchos viejos!
Como se vio libre la voluntad, determinóse del todo de emplearla en Dios, que
hasta esto había callado, y comenzó a tratarlo con su hermana. Ella,
pareciéndole niñería, la desviaba de ello y le decía algunas cosas para
esto, que bien se podía salvar siendo casada. Ella le respondió que por qué
lo había dejado ella. Y pasaron algunos días. Siempre iba creciendo su deseo,
aunque a su madre no osaba decir nada, y por ventura era ella la que la daba la
guerra con sus santas oraciones.
NOTAS
CAPÍTULO 10
1
D. Bernardino de Mendoza, hermano del Obispo de Avila D. Alvaro de Mendoza, y de
doña María de Mendoza: los tres personajes entrarán en acción en este
capítulo. - Mancebo, en la acepción de "joven y soltero". - La finca
ofrecida para la fundación era Río de Olmos, a poco más de un kilómetro de
la puerta del Carmen, al sur de la ciudad, junto al río. Unico resto del paso
de la Santa es una ermita abandonada.
2
Pasar a él: al lugar, o sea, a la ciudad.
3
Murió en Ubeda, a primeros de 1568, mientras la Santa se hallaba en el convento
de La Imagen de Alcalá.
4
Diez de agosto de 1568. Etapas de su viaje: El 19 de mayo sale de Malagón; el
29, de Toledo para Escalona; del 2 al 30 de junio está en Avila, donde es
Priora. El 30 sale de Avila, pasa por Duruelo y Medina, donde está del 1 al 9
de agosto, y el 10 entra en Valladolid.
5
El de Carmelitas Calzados. - La palabra vi fue tachada por un corrector. -
Acompañaban a la Santa tres monjas fundadoras.
6
De Julián de Avila habló en el c. 3, n. 2; el fraile descalzo era San Juan de
la Cruz que en Valladolid se sometió a un delicado aprendizaje de vida
carmelitana, bajo la dirección y el magisterio de la Reformadora.
7
Cf. n. 2.
8
D. Bernardino (cf. n. 1), puestas las manos, es decir, con ellas juntas y
erigidas en actitud orante. JULIAN DE AVILA, actor en aquella escena, refiere:
"... y cuando di el Santísimo Sacramento a la Madre, la vi con grande
arrobamiento, el cual tenía muchas veces antes o después que le recibía"
(Vida de la Santa, P. 2, c. 8, p. 263 y cf. B.M.C., t. 18, p. 221). Rubens
inmortalizó la escena.
9
Tres de febrero de 1568. - Unas líneas más adelante escribió dos veces la
frase entró allí una, que luego fue tachada.
10
Duque, había escrito la Santa, que se apresuró a corregir su confusión de
títulos. - Las ediciones antiguas, hasta la de 1572 suprimieron cuanto sigue de
este capítulo y el siguiente: todo el episodio de Casilda de Padilla. Para
facilitar la intelección del relato, basten los datos siguientes: doña María
de Acuña, viuda de don Juan de Padilla y Manrique, Adelantado Mayor de
Castilla, tuvo cuatro hijos: D. Antonio, heredero de los títulos, María de
Acuña, Luisa de Padilla y Casilda de Padilla. El primero se hizo jesuita
(novicio en Valladolid bajo el P. Baltasar Alvarez, confesor de la Santa); doña
Luis se hizo franciscana; doña María, dominica; Casilda, a los doce años, se
desposó (no se casó) con su tío D. Martín de Padilla, pero en seguida burló
al esposo y entró carmelita. Para salvar el título, hubo de salir de su
convento la franciscana, doña Luisa (con dispensa pontificia), quien casó con
el fracasado don Martín.
11
De la tercera, protagonista de esta historia, hablará en el n. 13.
12
Mayor es...: el es fue escrito entre líneas por la Santa, para aclarar el
pensamiento: mayor es el cansancio o trabajo, para quien más bienes del mundo
tiene.
13
Ordenando la frase: Dios sacó del mundo a este caballero, hijo de esta Sra...
(él se llama D. Antonio...) de edad de 17 años poco más o menos.
14
Desposáronlos: celebraron los esponsales, con mutua y solemne promesa de
matrimonio.
Prosíguese
en la materia comenzada del orden que tuvo doña Casilda de Padilla para
conseguir sus santos deseos de entrar en religión.
1.
En este tiempo ofrecióse dar un hábito (1) a una freila en este monasterio de
la Concepción, cuyo llamamiento podrá ser que diga, porque aunque diferentes
en calidad, porque es una labradorcita, en las mercedes grandes que la ha hecho
Dios, la tiene de manera, que merece, para ser Su Majestad alabado, que se haga
de ella memoria. Y yendo doña Casilda (que así se llamaba esta amada del
Señor), con una abuela suya a este hábito, que era madre de su esposo,
aficionóse en extremo a este monasterio, pareciéndole que por ser pocas y
pobres podían servir mejor al Señor; aunque todavía no estaba determinada a
dejar a su esposo, que como he dicho (2) era lo que más la detenía.
2.
Consideraba que solía antes que se desposase, tener ratos de oración; porque
la bondad y santidad de su madre las tenía, y a su hijo, criados en esto, que
desde siete años los hacía entrar a tiempos en un oratorio y los enseñaban
cómo habían de considerar en la pasión del Señor y los hacía confesar a
menudo; y así ha visto tan buen suceso de sus deseos, que eran quererlos para
Dios. Y así me ha dicho ella que siempre se los ofrecía y suplicaba los sacase
del mundo, porque ya ella estaba desengañada de en lo poco que se ha de
estimar. Considero yo algunas veces, cuando ellos se vean gozar de los gozos
eternos y que su madre fue el medio, las gracias que le darán y el gozo
accidental que ella tendrá de verlos; y cuán al contrario será los que, por
no los criar sus padres como a hijos de Dios (que lo son más que no suyos), se
ven los unos y los otros en el infierno, las maldiciones que se echarán y las
desesperaciones que tendrán.
3.
Pues tornando a lo que decía, como ella viese que aun rezar ya el rosario
hacía de mala gana, hubo gran temor que siempre sería peor, y parecíale que
veía claro que viniendo a esta casa tenía asegurada su salvación. Y así, se
determinó del todo; y viniendo una mañana su hermana y ella con su madre acá,
ofrecióse que entraron en el monasterio dentro, bien sin cuidado que ella
haría lo que hizo. Como se vio dentro, no bastaba nadie a echarla de casa. Sus
lágrimas eran tantas porque la dejasen, y las palabras que decía, que a todas
tenía espantadas. Su madre, aunque en lo interior se alegraba, temía a los
deudos y no quisiera se quedara así, porque no dijesen había sido persuadida
de ella, y la priora también estaba en lo mismo, que le parecía era niña y
que era menester más prueba. Esto era por la mañana. Hubiéronse de quedar
hasta la tarde, y enviaron a llamar a su confesor y al padre maestro fray
Domingo, que lo era mío, dominico, de quien hice al principio mención, aunque
yo no estaba entonces aquí (3). Este padre entendió luego que era espíritu
del Señor, y la ayudó mucho, pasando harto con sus deudos (¡así habían de
hacer todos los que le pretenden servir, cuando ven un alma llamada de Dios, no
mirar tanto las prudencias humanas!), prometiéndola de ayudarla para que
tornase otro día.
4.
Con hartas persuasiones, porque no echasen culpa a su madre, se fue esta vez.
Ella iba siempre más adelante en sus deseos. Comenzaron secretamente su madre a
dar parte a sus deudos; porque no lo supiese el esposo, se traía este secreto.
Decían que era niñería y que esperase hasta tener edad, que no tenía
cumplidos doce años. Ella decía que como la hallaron con edad para casarla y
dejarla al mundo, ¿cómo no se la hallaban para darse a Dios? Decía cosas que
se parecía bien no era ella la que hablaba en esto.
5.
No pudo ser tan secreto que no se avisase a su esposo. Como ella lo supo,
parecióle no se sufría aguardarle, y un día de la Concepción, estando en
casa de su abuela, que también era su suegra, que no sabía nada de esto,
rogóla mucho la dejase ir al campo con su aya a holgar un poco; ella lo hizo
por hacerla placer, en un carro con sus criados. Ella dio a uno dinero, y
rogóle la esperase a la puerta de este monasterio con unos manojos o
sarmientos, y ella hizo rodear de manera que la trajeron por esta casa. Como
llegó a la puerta, dijo que pidiesen al torno un jarro de agua, que no dijesen
para quién y apeóse muy aprisa. Dijeron que allí se le darían; ella no
quiso. Ya los manojos estaban allí. Dijo que dijesen viniesen a la puerta a
tomar aquellos manojos, y ella juntóse allí, y en abriendo entróse dentro, y
fuese a abrazar con nuestra Señora (4), llorando y rogando a la priora no la
echase. Las voces de los criados eran grandes y los golpes que daban a la
puerta. Ella los fue a hablar a la red y les dijo que por ninguna manera
saldría, que lo fuesen a decir a su madre. Las mujeres que iban con ella
hacían grandes lástimas. A ella se le daba poco de todo. Como dieron la nueva
a su abuela, quiso ir luego allá.
6.
En fin, ni ella ni su tío ni su esposo, que había venido y procuró mucho de
hablarla (5) por la red, hacían más de darla tormento cuando estaba con ella,
y después quedar con mayor firmeza. Decíala el esposo después de muchas
lástimas, que podría más servir a Dios haciendo limosnas. Ella le respondía
que las hiciese él; y a las demás cosas le decía que más obligada estaba a
su salvación y que veía que era flaca y que en las ocasiones del mundo no se
salvaría, y que no tenía que se quejar de ella, pues no le había dejado sino
por Dios, que en esto no le hacía agravio. De que vio que no se satisfacía con
nada, levantóse y dejóle.
7.
Ninguna impresión la hizo, antes del todo quedó disgustada con él, porque al
alma que Dios da luz de la verdad, las tentaciones y estorbos que pone el
demonio la ayudan más; porque es Su Majestad el que pelea por ella, y así se
veía claro aquí que no parecía era ella la que hablaba.
8.
Como su esposo y deudos vieron lo poco que aprovechaba quererla sacar de grado,
procuraron fuese por fuerza; y así trajeron una provisión real para sacarla
fuera del monasterio y que la pusiesen en libertad. En todo este tiempo, que fue
desde la Concepción hasta el día de los Inocentes (6), que la sacaron, se
estuvo sin darle el hábito en el monasterio, haciendo todas las cosas de la
religión como si le tuviera y con grandísimo contento. Este día la llevaron
en casa de un caballero, viniendo la justicia por ella. Lleváronla con hartas
lágrimas, diciendo que para qué la atormentaban, pues no les había de
aprovechar nada. Aquí fue harto persuadida así, de religiosos como de otras
personas; porque a unos les parecía que era niñería, otros deseaban gozase su
estado. Sería alargarme mucho si dijese las disputas que tuvo y de la manera
que se libraba de todos. Dejábalos espantados de las cosas que decía.
9.
Ya que vieron no aprovechaba, pusiéronla en casa de su madre para detenerla
algún tiempo, la cual estaba ya cansada de ver tanto desasiego y no la ayudaba
en nada; antes, a lo que parecía, era contra ella. Podía ser que fuese para
probarla más; al menos así me lo ha dicho después, que es tan santa que no se
ha de creer sino lo que dice; mas la niña no lo entendía. Y también un
confesor que la confesaba le era en extremo contrario, de manera que no tenía
sino a Dios y a una doncella de su madre, que era con quien descansaba. Así
pasó con harto trabajo y fatiga hasta cumplir los doce años, que entendió que
se trataba de llevarla a ser monja al monasterio que estaba su hermana, ya que
no la podían quitar de que lo fuese, por no haber en él tanta aspereza (7).
10.
Ella, como entendió esto, determinó de procurar, por cualquier medio que
pudiese, procurar su contento con llevar su propósito adelante. Y así, un
día, yendo a misa con su madre, estando en la iglesia, entróse su madre a
confesar en un confesonario, y ella rogó a su aya que fuese a uno de los padres
a pedir que le dijesen una misa; y en viéndola ida, metió sus chapines en la
manga (8) y alzó la saya y vase con la mayor prisa que pudo a este monasterio,
que era harto lejos. Su aya, como no la halló, fuese tras ella; y ya que
llegaba cerca, rogó a un hombre que se la tuviese. El dijo después que no
había podido menearse, y así la dejó. Ella, como entró a la puerta del
monasterio primera y cerró la puerta y comenzó a llamar, cuando llegó la aya
ya estaba dentro en el monasterio, y diéronle luego el hábito, y así dio fin
a tan buenos principios como el Señor había puesto en ella. Su Majestad la
comenzó bien en breve a pagar con mercedes espirituales, y ella a servirle con
grandísimo contento y grandísima humildad y desasimiento de todo.
11.
¡Sea bendito por siempre!, que así da gusto con los vestidos pobres de sayal a
la que tan aficionada estaba a los muy curiosos y ricos, aunque no eran parte
para encubrir su hermosura, que estas gracias naturales repartió el Señor con
ella como las espirituales, de condición y entendimiento tan agradable que a
todas es despertador para alabar a Su Majestad. Plega a El haya muchas que así
respondan a su llamamiento.
NOTAS
CAPÍTULO 11
1
Un hábito: una profesión, había escrito primero, y luego, por exactitud
histórica, se corrigió. La freila (Hermana de velo blanco, o no corista), era
Estefanía de los Apóstoles, que tomó el hábito el 2 de julio de 1572, y fue
famosa entre las Descalzas primitivas.
2
En el c. 10, n. 15.
3
Priora era María Bautista, sobrina de la Santa y una de las más privilegiadas
en correspondencia espistolar con ésta. Confesor de la Madre era el P. Báñez.
No pudiendo datar con precisión el episodio, no es fácil puntualizar dónde se
hallaba la Fundadora; es probable que coincidiese con su permanencia en
Salamanca, desde fines de julio de 1573 hasta enero del año siguiente.
4
Esta imagen de la Virgen preside todavía el coro de la Comunidad.
5
En otras ediciones se lee: "alelarla por la red". Pero el autógrafo
teresiano dice "ablarla". - Por la red: es decir, a través de las
rejas del locutorio monástico.
6
Desde el 8 al 28 de dic. de 1573.
7
Convento de monjas dominicas de Valladolid.
8
Sus chapines, especie de zapatos o chanclos de postín, de alto tacón de
corcho, usados por las mujeres de entonces para añadir altura y esbeltez al
talle.
En
que trata de la vida y muerte de una religiosa que trajo nuestro Señor a esta
misma
1.
Entró en este monasterio por monja una doncella llamada doña Beatriz Oñez,
algo deudo de doña Casilda. Entró algunos años antes (2), cuya alma tenía a
todas espantada por ver lo que el Señor obraba en ella de grandes virtudes; y
afirman las monjas y priora (3) que en todo cuanto vivió jamás entendieron en
ella cosa que se pudiese tener por imperfección, ni jamás por cosa la vieron
de diferente semblante, sino con una alegría modesta, que daba bien a entender
el gozo interior que traía su alma. Un callar sin pesadumbre, que con tener
gran silencio, era de manera que no se le podía notar por cosa particular. No
se halla haber jamás hablado palabra que hubiese en ella que reprender, ni en
ella se vio porfía ni una disculpa, aunque la priora, por probarla, la quisiese
culpar de lo que no había hecho, como en estas casas se acostumbra para
mortificar. Nunca jamás se quejó de cosa ni de ninguna hermana, ni por
semblante ni palabra dio disgusto a ninguna con oficio que tuviese, ni ocasión
para que de ella se pensase ninguna imperfección, ni se hallaba por qué
acusarla ninguna falta en capítulo, con ser cosas bien menudas las que allí
las celadoras dicen que han notado. En todas las cosas era extraño su concierto
interior y exteriormente. Esto nacía de traer muy presente la eternidad y para
lo que Dios nos había criado. Siempre traía en la boca alabanzas de Dios y un
agradecimiento grandísimo. En fin, una perpetua oración.
2.
En lo de la obediencia jamás tuvo falta, sino con una prontitud y perfección y
alegría a todo lo que se le mandaba. Grandísima caridad con los prójimos, de
manera que decía que por cada uno se dejaría hacer mil pedazos a trueco de que
no perdiesen el alma y gozasen de su hermano Jesucristo, que así llamaba a
nuestro Señor. En sus trabajos, los cuales con ser grandísimos, de terribles
enfermedades como adelante diré (4) y de gravísimos dolores, los padecía con
tan grandísima voluntad y contento, como si fueran grandes regalos y deleites.
Debíasele nuestro Señor dar en el espíritu, porque no es posible menos,
según con la alegría los llevaba.
3.
Acaeció que en este lugar de Valladolid llevaban a quemar a unos por grandes
delitos. Ella debía saber no iban a la muerte con tan buen aparejo como
convenía, y diole tan grandísima aflicción, que con gran fatiga se fue a
nuestro Señor y le suplicó muy ahincadamente por la salvación de aquellas
almas; y que a trueco de lo que ellos merecían, o porque ella mereciese
alcanzar esto que las palabras puntualmente no me acuerdo, le diese toda su vida
todos los trabajos y penas que ella pudiese llevar. Aquella misma noche le dio
la primera calentura, y hasta que murió siempre fue padeciendo. Ellos murieron
bien, por donde parece que oyó Dios su oración.
4.
Diole luego una postema dentro de las tripas con tan gravísimos dolores, que
era bien menester para sufrirlos con paciencia lo que el Señor había puesto en
su alma. Esta postema era por la parte de adentro, adonde cosa de las medicinas
que la hacían no la aprovechaba; hasta que el Señor quiso que se la viniese a
abrir y echar la materia, y así mejoró algo de este mal. Con aquella gana que
le daba de padecer, no se contentaba con poco; y así oyendo un sermón un día
de la Cruz, creció tanto este deseo, que, como acabaron, con un ímpetu de
lágrimas se fue sobre su cama y, preguntándole qué había, dijo que rogasen a
Dios la diese muchos trabajos y que con esto estaría contenta.
5.
Con la priora trataba ella todas las cosas interiores y se consolaba en esto. En
toda la enfermedad jamás dio la menor pesadumbre del mundo, ni hacía más de
lo que quería la enfermera, aunque fuese beber un poco de agua. Desear trabajos
almas que tienen oración es muy ordinario, estando sin ellos; mas, estando en
los mismos trabajos, alegrarse de padecerlos no es de muchas. Y así, ya que
estaba tan apretada, que duró poco y con dolores muy excesivos y una postema
que le dio dentro de la garganta que no la dejaba tragar, estaban allí algunas
de las hermanas, y dijo a la priora (como la debía consolar y animar a llevar
tanto mal), que ninguna pena tenía, ni se trocaría por ninguna de las hermanas
que estaban muy buenas. Tenía tan presente a aquel Señor por quien padecía,
que todo lo más que ella podía rodear (5) para que no entendiesen lo mucho que
padecía. Y así, si no era cuando el dolor la apretaba mucho, se quejaba muy
poco.
6.
Parecíale que no había en la tierra cosa más ruin que ella, y así, en todo
lo que se podía entender, era grande su humildad. En tratando de virtudes de
otras personas, se alegraba muy mucho. En cosas de mortificación era extremada.
Con una disimulación se apartaba de cualquiera cosa que fuese de recreación,
que, si no era quien andaba sobre aviso, no lo entendían. No parecía que
vivía ni trataba con las criaturas según se le daba poco de todo; que de
cualquiera manera que fuesen las cosas, las llevaba con una paz, que siempre la
veían estar en un ser; (6) tanto que le dijo una vez una hermana que parecía
de unas personas que hay muy honradas, que aunque mueran de hambre, lo quieren
más que no que lo sientan los de fuera, porque no podían creer que ella dejaba
de sentir algunas cosas, aunque tan poco se le parecía.
7.
Todo lo que hacía de labor y de oficios era con un fin que no dejaba perder el
mérito, y así decía a las hermanas: "No tiene precio la cosa más
pequeña que se hace, si va por amor de Dios; no habíamos de menear los ojos,
hermanas, si no fuese por este fin y por agradarle". Jamás se entremetía
en cosa que no estuviese a su cargo; así no veía falta de nadie, sino de sí.
Sentía tanto que de ella se dijese ningún bien, que así traía cuenta con no
le decir de nadie en su presencia, por no las dar pena. Nunca procuraba
consuelo, ni en irse a la huerta ni en cosa criada; porque, según ella dijo,
grosería sería (7) buscar alivio de los dolores que nuestro Señor le daban; y
así nunca pedía cosa, sino lo que le daban: con eso pasaba. También decía
que antes le sería cruz tomar consuelo en cosa que no fuese Dios. El caso es
que, informándome yo de las de casa, no hubo ninguna que hubiese visto en ella
cosa que pareciese sino de alma de gran perfección.
8.
Pues venido el tiempo en que nuestro Señor la quiso llevar de esta vida,
crecieron los dolores y tantos males juntos, que, para alabar a nuestro Señor
de ver el contento como lo llevaba, la iban a ver algunas veces. En especial
tuvo gran deseo de hallarse a su muerte el capellán que confiesa en aquel
monasterio, que es harto siervo de Dios; que, como él la confesaba, teníala
por santa. Fue servido que se le cumplió este deseo, que como estaba con tanto
sentido y ya oleada, llamáronle para que, si hubiese menester aquella noche
reconciliarla o ayudarla a morir. Un poco antes de las nueve, estando todas con
ella y él lo mismo, como un cuarto de hora antes que muriese, se le quitaron
todos los dolores; y con una paz muy grande, levantó los ojos y se le puso una
alegría de manera en el rostro, que pareció como un resplandor; y ella estaba
como quien mira a alguna cosa que la da gran alegría, porque así se sonrió
por dos veces. Todas las que estaban allí y el mismo sacerdote, fue tan grande
el gozo espiritual y alegría que recibieron, que no saben decir más de que les
parecía que estaban en el cielo. Y con esta alegría que digo, los ojos en el
cielo, expiró, quedando como un ángel, que así podemos creer, según nuestra
fe y según su vida, que la llevó Dios a descanso en pago de lo mucho que
había deseado padecer por El.
9.
Afirma el capellán, y así lo dijo a muchas personas, que al tiempo de echar el
cuerpo en la sepultura, sintió en él grandísimo y muy suave olor. También
afirma la sacristana que de toda la cera que en su enterramiento y honras
ardió, no halló cosa desminuída de la cera. Todo se puede creer de la
misericordia de Dios. Tratando estas cosas con un confesor suyo de la Compañía
de Jesús, con quien había muchos años confesado y tratado su alma, dijo que
no era mucho ni él se espantaba, porque sabía que tenía nuestro Señor mucha
comunicación con ella.
10.
Plega a Su Majestad, hijas mías, que nos sepamos aprovechar de tan buena
compañía como ésta y otras muchas que nuestro Señor nos da en estas casas.
Podrá ser que diga alguna cosa de ellas, para que se esfuercen a imitar las que
van con alguna tibieza, y para que alabemos todas al Señor que así resplandece
su grandeza en unas flacas mujercitas.
NOTAS
CAPÍTULO 12
1
En el autógrafo, el título de este capítulo no está escrito de mano de la
Santa, sino de la misma que escribió el índice de capítulos del Camino,
autógrafo escurialense.
2
Vistióel hábito en Valladolid el 8/9/1569 y profesó el 17/9/1570. Murió a
los tres años, 5/5/1573 (?).
3
M. María Baurista, cf. c. 11, n. 3 nota.
4
En el n. 4 y ss.
5
Elipsis violenta: habría que leer rodeaba (en vez de rodear) o bien completar
la frase: que rodeaba todo lo más que ella podía, para que...
6
Estar en un ser: sin alterarse.
7
La Santa omitió el sería, incurriendo una vez más en su típico desliz de
haplografía: grosería sería.
En
que trata cómo se comenzó la primera casa de la Regla primitiva, y por quién,
de los descalzos carmelitas. Año de 1568 (1).
1.
Antes que yo fuese a esta fundación de Valladolid, como ya tenía concertado
con el padre fray Antonio de Jesús, que era entonces prior en Medina, en Santa
Ana, que es de la Orden del Carmen, y con fray Juan de la Cruz como ya tengo
dicho (2) de que serían los primeros que entrasen, si se hiciese monasterio de
la primera Regla de Descalzos, y como yo no tuviese remedio para tener casa, no
hacía sino encomendarlo a nuestro Señor; porque como he dicho ya estaba
satisfecha de estos padres (3). Porque al padre fray Antonio de Jesús había el
Señor bien ejercitado un año que había que yo lo había tratado con él, en
trabajos y llevádolo con mucha perfección. Del padre fray Juan de la Cruz
ninguna prueba había menester, porque aunque estaba entre los del paño,
calzados, siempre había hecho vida de mucha perfección y religión. Fue
nuestro Señor servido que como me dio lo principal, que eran frailes que
comenzasen, ordenó lo de demás.
2.
Un caballero de Avila, llamado don Rafael (4), con quien yo jamás había
tratado, no sé cómo que no me acuerdo vino a entender que se quería hacer un
monasterio de Descalzos; y vínome a ofrecer que me daría una casa que tenía
en un lugarcillo de hartos pocos vecinos (5), que me parece no serían veinte
que no me acuerdo ahora, que la tenía allí para un rentero que recogía el pan
de renta que tenía allí. Yo, aunque vi cuál debía ser, alabé a nuestro
Señor y agradecíselo mucho. Díjome que era camino de Medina del Campo, que
iba yo por allí para ir a la fundación de Valladolid, que es camino derecho y
que la vería. Yo dije que lo haría, y aun así lo hice, que partí de Avila
por junio con una compañera y con el padre Julián Dávila, que era el
sacerdote que he dicho (6) que me ayudaba a estos caminos, capellán de San
José de Avila.
3.
Aunque partimos de mañana, como no sabíamos el camino, errámosle; y como el
lugar es poco nombrado, no se hallaba mucha relación de él (7). Así anduvimos
aquel día con harto trabajo, porque hacía muy recio sol. Cuando pensábamos
estábamos cerca, había otro tanto que andar. Siempre se me acuerda del
cansancio y desvarío que traíamos en aquel camino. Así llegamos poco antes de
la noche.
Como
entramos en la casa, estaba de tal suerte, que no nos atrevimos a quedar allí
aquella noche por causa de la demasiada poca limpieza que tenía y mucha gente
del agosto (8). Tenía un portal razonable y una cámara doblada con su desván,
y una cocinilla. Este edificio todo tenía nuestro monasterio. Yo consideré que
en el portal se podía hacer iglesia y en el desván coro, que venía bien, y
dormir en la cámara.
Mi
compañera, aunque era harto mejor que yo y muy amiga de penitencia, no podía
sufrir que yo pensase hacer allí monasterio, y así me dijo: "cierto,
madre, que no haya espíritu, por bueno que sea, que lo pueda sufrir. Vos no
tratéis de esto". El padre que iba conmigo, aunque le pareció lo que a mi
compañera, como le dije mis intentos, no me contradijo (9). Fuímonos a tener
la noche en la iglesia, que para el cansancio grande que llevábamos no
quisiéramos tenerla en vela.
4.
Llegados a Medina, hablé luego con el padre fray Antonio, y díjele lo que
pasaba y que si tendría corazón para estar allí algún tiempo, que tuviese
cierto que Dios lo remediaría presto, que todo era comenzar (paréceme tenía
tan delante lo que el Señor ha hecho, y tan cierto a manera de decir como ahora
que lo veo, y aun mucho más de lo que hasta ahora he visto; que al tiempo que
ésta escribo, hay diez monasterios de Descalzos (10) por la bondad de Dios), y
que creyese que no nos daría la licencia el provincial pasado ni el presente
(que había de ser con su consentimiento, según dije al principio) (11), si nos
viesen en casa muy medrada, dejado que no teníamos remedio de ella, y que en
aquel lugarcillo y casa que no harían caso de ellos. A él le había puesto
Dios más ánimo que a mí; y así dijo que no sólo allí, mas que estaría en
una pocilga. Fray Juan de la Cruz estaba en lo mismo.
5.
Ahora nos quedaba alcanzar la voluntad de los dos padres que tengo dichos,
porque con esa condición había dado la licencia nuestro padre General. Yo
esperaba en nuestro Señor de alcanzarla, y así dejé al padre fray Antonio que
tuviese cuidado de hacer todo lo que pudiese en allegar algo para la casa. Yo me
fui con fray Juan de la Cruz a la fundación que queda escrita de Valladolid
(12). Y como estuvimos algunos días con oficiales para recoger la casa, sin
clausura, había lugar para informar al padre fray Juan de la Cruz de toda
nuestra manera de proceder, para que llevase bien entendidas todas las cosas,
así de mortificación como del estilo de hermandad y recreación que tenemos
juntas, que todo es con tanta moderación, que sólo sirve de entender allí las
faltas de las hermanas y tomar un poco de alivio para llevar el rigor de la
Regla. El era tan bueno, que al menos yo podía mucho más deprender de él que
él de mí; mas esto no era lo que yo hacía, sino el estilo del proceder las
hermanas.
6.
Fue Dios servido que estaba allí el provincial de nuestra Orden, de quien yo
había de tomar el beneplácito, llamado fray Alonso González. Era viejo y
harto buena cosa y sin malicia. Yo le dije tantas cosas y de la cuenta que
daría a Dios si tan buena obra estorbaba, cuando se la pedí, y Su Majestad que
le dispuso como quería que se hiciese, que se ablandó mucho. Venida la señora
doña María de Mendoza y el obispo de Avila, su hermano, que es quien siempre
nos ha favorecido y amparado, lo acabaron con él y con el padre fray Angel de
Salazar, que era el Provincial pasado, de quien yo temía toda la dificultad.
Mas ofrecióse entonces cierta necesidad que tuvo menester el favor de la
señora doña María de Mendoza, y esto creo ayudó mucho, dejado que, aunque no
hubiera esta ocasión, se lo pusiera nuestro Señor en corazón, como al padre
General, que estaba bien fuera de ello.
7.
¡Oh, válgame Dios, qué de cosas he visto en estos negocios, que parecían
imposibles y cuán fácil ha sido a Su Majestad allanarlas! ¡Y qué confusión
mía es, viendo lo que he visto, no ser mejor de lo que soy! Que ahora que lo
voy escribiendo, me estoy espantando y deseando que nuestro Señor dé a
entender a todos cómo en estas fundaciones no es casi nada lo que hemos hecho
las criaturas. Todo lo ha ordenado el Señor por unos principios tan bajos, que
sólo Su Majestad lo podía levantar en lo que ahora está. Sea por siempre
bendito, amén.
NOTAS
CAPÍTULO 13
1
En orden... cómo y por quién se comenzó la p. casa de la Regla primitiva de
los descalzos c. - Véase este mismo giro en el n. 1: monasterio de la 1a Regla
de descalzos.
2
En el c. 3, nn. 16-17. - La Santa escribió esta vez fray Juan de la .
3
En realidad, sólo de fray Juan de la Cruz estaba satisfecha. Por dos veces ha
dicho del P. Antonio que "con todo esto, no estaba muy satisfecha de
él" (c. 3, n. 16), y que "todavía no estaba tan satisfecha del
prior" (c. 3, n. 17).
4
Llamábase D. Rafael Mejía Velázquez, como constaba en el libro primitivo de
Duruelo.
5
Al margen del autógrafo anotó Gracián: "Duruelo se llamaba el
lugar".
6
Cf. c. 3, n. 2 y c. 10, n. 4.
7
De Duruelo a Avila había 8 ó 9 leguas de camino. - Eran más nombrados los
Duruelos de Segovia y Soria.
8
Gente del agosto. No se atrevieron a quedarse en aquella alquería aquella
noche, no solamente por el abandono y poca limpieza que había en toda la casa,
sino más bien a causa de la gran cantidad de parásitos de verano que había en
ella.
9
La compañera era Antonia del Espíritu Santo, una de "las cuatro
primitivas" de San José de Avila. - El Padre era Julián de Avila, a quien
la casa pareció "de gran pobreza, a manera de alcairía (=
alquería)": Vida de Santa Teresa (Madrid, 1881, parte II, c. 8, p. 265.
10
A saber, los conventos de descalzos fundados hasta entonces eran: Duruelo
(trasladado a Mancera en junio de 1570), Pastrana, Alcalá de Henares, Altomira,
La Roda, San Juan del Puerto, Granada, La Peñuela y Los Remedios de Sevilla. En
total nueve, no diez como indica la Samta, a no ser que el presente capítulo
esté escrito desdpués de 1575, año en que se fundó el convento de Almodóvar
del Campo, inaugurado en marzo de ese año.
11En
el c. 2, n. 5. - Provincial pasado: Angel de Salazar. Provincial presente:
Alonso González. - Dejado que no teníamos remedio de ella: además de no tener
medio de adquirirla.
12
Cf. el c. 10, n. 4.
Prosigue
en la fundación de la primera casa de los descalzos carmelitas.
Dice algo de la vida que allí hacían, y del provecho que comenzó a hacer
nuestro Señor en aquellos lugares, a honra y gloria de Dios.
1.
Como yo tuve estas dos voluntades (1), ya me parecía no me faltaba nada.
Ordenamos que el padre fray Juan de la Cruz fuese a la casa, y lo acomodase de
manera que comoquiera pudiesen entrar en ella; (2) que toda mi prisa era hasta
que comenzasen, porque tenía gran temor no nos viniese algún estorbo; y así
se hizo. El padre fray Antonio ya tenía algo allegado de lo que era menester;
ayudábamosle lo que podíamos, aunque era poco. Vino allí a Valladolid a
hablarme con gran contento y díjome lo que tenía allegado, que era harto poco;
sólo de relojes iba proveído, que llevaba cinco, que me cayó en harta gracia.
Díjome que para tener las horas concertadas, que no quería ir desapercibido;
creo aún no tenía en qué dormir.
2.
Tardóse poco en aderezar la casa, porque no había dinero, aunque quisieran
hacer mucho. Acabado, el padre fray Antonio renunció su priorazgo con harta
voluntad y prometió la primera Regla; que aunque le decían lo probase primero,
no quiso. Ibase a su casita con el mayor contento del mundo. Ya fray Juan estaba
allá.
3.
Dicho me ha el padre fray Antonio que cuando llegó a vista del lugarcillo, le
dio un gozo interior muy grande y le pareció que había ya acabado con el mundo
en dejarlo todo y meterse en aquella soledad; adonde al uno y al otro no se les
hizo la casa mala, sino que les parecía estaban en grandes deleites (3).
4.
¡Oh, válgame Dios! ¡Qué poco hacen estos edificios y regalos exteriores para
lo interior! Por su amor os pido, hermanas y padres míos, que nunca dejéis de
ir muy moderados en esto de casas grandes y suntuosas. Tengamos delante nuestros
fundadores verdaderos, que son aquellos santos padres de donde descendimos, que
sabemos que por aquel camino de pobreza y humildad gozan de Dios.
5.
Verdaderamente he visto haber más espíritu y aun alegría interior cuando
parece que no tienen los cuerpos cómo estar acomodados, que después que ya
tienen mucha casa y lo están. Por grande que sea, ¿qué provecho nos trae,
pues sólo de una celda es lo que gozamos continuo? Que ésta sea muy grande y
bien labrada, ¿qué nos va? Sí, que no hemos de andar mirando las paredes.
Considerado que no es la casa que nos ha de durar para siempre, sino tan breve
tiempo como es el de la vida por larga que sea, se nos hará todo suave viendo
que mientras menos tuviéremos acá, más gozaremos en aquella eternidad, adonde
son las moradas conforme al amor con que hemos imitado la vida de nuestro buen
Jesús. Si decimos que son estos principios para renovar la Regla de la Virgen
su Madre, y Señora y Patrona nuestra, no la hagamos tanto agravio, ni a
nuestros santos padres pasados, que dejemos de conformarnos con ellos. Ya que
por nuestra flaqueza en todo no podamos, en las cosas que no hace ni deshace
para sustentar la vida habíamos de andar con gran aviso; pues todo es un
poquito de trabajo sabroso, como le tenían estos dos padres; y en
determinándonos de pasarlo, es acabada la dificultad, que toda es la pena un
poquito al principio.
6.
Primero o segundo domingo de adviento de este año de 1568 (que no me acuerdo
cuál de estos domingos fue), se dijo la primera misa en aquel portalito de
Belén, que no me parece era mejor (4). La cuaresma adelante, viniendo a la
fundación de Toledo, me vine por allí. Llegué una mañana. Estaba el padre
fray Antonio de Jesús barriendo la puerta de la iglesia, con un rostro de
alegría que tiene él siempre. Yo le dije: "¿qué es esto, mi padre?,
¿qué se ha hecho la honra?". Díjome estas palabras, dociéndome el gran
contento que tenía: "Yo maldigo el tiempo que la tuve".
Como
entré en la iglesia, quedéme espantada de ver el espíritu que el Señor
había puesto allí. Y no era yo sola, que dos mercaderes que habían venido de
Medina hasta allí conmigo, que eran mis amigos, no hacían otra cosa sino
llorar. ¡Tenía tantas cruces, tantas calaveras! Nunca se me olvida una cruz
pequeña de palo que tenía para el agua bendita, que tenía en ella pegada una
imagen de papel con un Cristo que parecía ponía más devoción que si fuera de
cosa muy bien labrada.
7.
El coro era el desván, que por mitad estaba alto, que podían decir las horas;
mas habíanse de abajar mucho para entrar y para oír misa. Tenían a los dos
rincones, hacia la iglesia, dos ermitillas, adonde no podían estar sino echados
o sentados, llenas de heno (porque el lugar era muy frío y el tejado casi les
daban sobre las cabezas), con dos ventanillas hacia el altar y dos piedras por
cabeceras, y allí sus cruces y calaveras. Supe que después que acababan
maitines hasta prima no se tornaban a ir, sino allí se quedaban en oración,
que la tenían tan grande, que les acaecía ir con harta nieve las hábitos
cuando iban a prima y no lo haber sentido. Decían sus horas con otro padre de
los del paño, que se fue con ellos a estar, aunque no mudó hábito, porque era
muy enfermo, y otro fraile mancebo, que no era ordenado, que también estaba
allí (5).
8.
Iban a predicar a muchos lugares que están por allí comarcanos sin ninguna
doctrina, que por esto también me holgué se hiciese allí la casa; que me
dijeron, que ni había cerca monasterio ni de dónde la tener, que era gran
lástima. En tan poco tiempo era tanto el crédito que tenían, que a mí me
hizo grandísimo consuelo cuando lo supe. Iban como digo a predicar legua y
media, dos leguas, descalzos (que entonces no traían alpargatas, que después
se las mandaron poner), y con harta nieve y frío; y después que habían
predicado y confesado, se tornaban bien tarde a comer a su casa. Con el
contento, todo se les hacía poco.
9.
De esto de comer tenían muy bastante, porque de los lugares comarcanos los
proveían más de lo que habían menester; y venían allí a confesar algunos
caballeros que estaban en aquellos lugares, adonde los ofrecían ya mejores
casas y sitios. Entre éstos fue uno don Luis, Señor de las Cinco Villas (6).
Este caballero había hecho una iglesia para una imagen de nuestra Señora,
cierto bien digna de poner en veneración. Su padre la envió desde Flandes a su
abuela o madre (que no me acuerdo cuál), con un mercader. El se aficionó tanto
a ella, que la tuvo muchos años, y después, a la hora de la muerte mandó se
la llevasen. Es un retablo grande, que yo no he visto en mi vida (y otras muchas
personas dicen lo mismo) cosa mejor. El padre fray Antonio de Jesús, como fue a
aquel lugar a petición de este caballero y vio la imagen; aficionóse tanto a
ella, y con mucha razón, que aceptó de pasar allí el monasterio (7). Llámase
este lugar Mancera. Aunque no tenía ningún agua de pozo, ni de ninguna manera
parecía la podían tener allí, labróles este caballero un monasterio conforme
a su profesión, pequeño, y dio ornamentos. Hízolo muy bien.
10.
No quiero dejar de decir cómo el Señor les dio agua, que se tuvo por cosa de
milagro. Estando un día después de cenar el padre fray Antonio, que era prior,
en la claustra con sus frailes hablando en la necesidad de agua que tenían,
levantóse el prior y tomó un bordón que traía en las manos e hizo en una
parte de él la señal de la cruz, a lo que me parece, aunque no me acuerdo bien
si hizo cruz; mas, en fin, señaló con el palo y dijo: "ahora, cavad
aquí". A muy poco que cavaron, salió tanta agua, que aun para limpiarle
es dificultoso de agotar; y agua de beber muy bueno, que toda la obra han
gastado de allí, y nunca como digo se agota. Después que cercaron una huerta,
han procurado tener agua en ella y hecho noria y gastado harto. Hasta ahora,
cosa que sea nada, no la han podido hallar.
11.
Pues como yo vi aquella casita, que poco antes no se podía estar en ella, con
un espíritu, que a cada parte, me parece, que miraba, hallaba con qué me
edificar, y entendí de la manera que vivían y con la mortificación y oración
y el buen ejemplo que daban, porque allí me vino a ver un caballero y su mujer
que yo conocía, que estaba en un lugar cerca, y no me acababan de decir de su
santidad y el gran bien que hacían en aquellos pueblos, no me hartaba de dar
gracias a nuestro Señor, con un gozo interior grandísimo, por parecerme que
veía comenzado un principio para gran aprovechamiento de nuestra Orden y
servicio de nuestro Señor. Plega a Su Majestad que lleve adelante, como ahora
van, que mi pensamiento será bien verdadero.
Los
mercaderes que habían ido conmigo me decían que por todo el mundo no quisieran
haber dejado de venir allí. ¡Qué cosa es la virtud, que más les agradó
aquella pobreza que todas las riquezas que ellos tenían, y les hartó y
consoló su alma!
12.
Después que tratamos aquellos padres y yo algunas cosas, en especial como soy
flaca y ruin les rogué mucho no fuesen en las cosas de penitencia con tanto
rigor, que le llevaban muy grande; y como me había costado tanto de deseo y
oración que me diese el Señor quien lo comenzase y veía tan buen principio,
temía no buscase el demonio cómo los acabar antes que se efectuase lo que yo
esperaba. Como imperfecta y de poca fe, no miraba que era obra de Dios y Su
Majestad la había de llevar adelante. Ellos, como tenían estas cosas que a mí
me faltaban, hicieron poco caso de mis palabras para dejar sus obras; y así me
fui con harto grandísimo consuelo, aunque no daba a Dios las alabanzas que
merecía tan gran merced.
Plega
a Su Majestad, por su bondad, sea yo digna de servir en algo lo muy mucho que le
debo, amén; que bien entendía era ésta muy mayor merced que la que me hacía
en fundar casas de monjas.
NOTAS
CAPÍTULO 14
1
La licencia de los dos Provinciales (cf. c. 13, n. 6)
2
Salió para Duruelo a fines de septiembre de 1568.
3
El P. Antonio llegó a Duruelo el 27/11/1568.
4
Fue probablemente el primer domingo de adviento (29/11/1568). - En la frase
siguiente, datando la propia visita a los descalzos de Duruelo, comenzó la
Santa a escribir: la primera semana, palabras que luego tachó. Sin embargo, la
visita acaeció hacia la primera semana de cuaresma del 1569: el 22 de febrero
salió de Valladolid para Toledo, pasando por Medina, Duruelo y Avila. El 23 del
mismo mes fue aquel año, miércoles de ceniza: por tanto, los fundadores de
Duruelo fueron sorprendidos en pleno fervor de su primera cuaresma reformada...
5
Eran estos: el P. Lucas de Celis y el Hno. José de Cristo.
6
Las cinco villas: Salmoral, Naharros, San Miguel, Montalvo y Gallegos. Dos hijos
de D. Luis fueron carmelitas: Enrique e Isabel.
7
El traslado a Mancera de Abajo se hizo el 11 de junio de 1570.
En
que se trata de la fundación del monasterio del glorioso San José en la ciudad
de Toledo, que fue el año de 1569.
1.
Estaba en la ciudad de Toledo un hombre honrado y siervo de Dios, mercader, el
cual nunca se quiso casar, sino hacía una vida como muy católico, hombre de
gran verdad y honestidad. Con trato lícito allegaba su hacienda con intento de
hacer de ella una obra que fuese muy agradable al Señor. Diole el mal de la
muerte. Llamábase Martín Ramírez. Sabiendo un padre de la Compañía de
Jesús, llamado Pablo Hernández, con quien yo estando en este lugar me había
confesado cuando estaba concertando la fundación de Malagón, el cual tenía
mucho deseo de que se hiciese un monasterio de éstos en este lugar, fuele a
hablar, y díjole el servicio que sería de nuestro Señor tan grande, y cómo
los capellanes y capellanías que quería hacer las podía dejar en este
monasterio, y que se harían en él ciertas fiestas y todo lo demás que él
estaba determinado dejar en una parroquia de este lugar (1).
2.
El estaba ya tan malo, que para concertar esto vio no había tiempo, y dejólo
todo en las manos de un hermano que tenía, llamado Alonso Alvarez Ramírez, y
con esto le llevó Dios (2). Acertó bien; porque es este Alonso Alvarez hombre
harto discreto y temeroso de Dios y de mucha verdad y limosnero y llegado a toda
razón, que de él, que le he tratado mucho, como testigo de vista, puedo decir
esto con gran verdad.
3.
Cuando murió Martín Ramírez, aún me estaba yo en la fundación de
Valladolid, adonde me escribió el padre Pablo Hernández, de la Compañía, y
el mismo Alonso Alvarez, dándome cuenta de lo que pasaba y que si quería
aceptar esta fundación me diese prisa a venir; y así me partí poco después
que se acabó de acomodar la casa. Llegué a Toledo víspera de nuestra Señora
de la Encarnación (3), y fuime en casa de la señora doña Luisa, que es adonde
había estado otras veces, y la fundadora de Malagón. Fui recibida con gran
alegría, porque es mucho lo que me quiere. Llevaba dos compañeras de San José
de Avila, harto siervas de Dios (4). Diéronnos luego un aposento, como solían,
adonde estábamos con el recogimiento que en un monasterio.
4.
Comencé luego a tratar de los negocios con Alonso Alvarez y un yerno suyo,
llamado Diego Ortiz, que era, aunque muy bueno y teólogo, más entero en su
parecer que Alonso Alvarez; no se ponía tan presto en la razón. Comenzáronme
a pedir muchas condiciones, que yo no me parecía convenía otorgar. Andando en
los conciertos y buscando una casa alquilada para tomar la posesión, nunca la
pudieron hallar aunque se buscó mucho que conviniese; ni yo tampoco podía
acabar con el gobernador que me diese la licencia (que en este tiempo no había
Arzobispo) (5), aunque esta señora adonde estaba lo procuraba mucho y un
caballero que era canónigo en esta iglesia, llamado don Pedro Manrique, hijo
del Adelantado de Castilla: era muy siervo de Dios, y lo es, que aún es vivo, y
con tener bien poca salud, unos años después que se fundó esta casa se entró
en la Compañía de Jesús, adonde está ahora; (6) era mucha cosa en este
lugar, porque tiene mucho entendimiento y valor; con todo, no podía acabar que
me diesen esta licencia, porque cuando tenía un poco blando el Gobernador, no
lo estaban los del Consejo (7). Por otra parte, no nos acabábamos de concertar
Alonso Alvarez y yo, a causa de su yerno, a quien él daba mucha mano (8). En
fin, vinimos a desconcertarnos del todo.
5.
Yo no sabía qué me hacer, porque no había venido a otra cosa y veía que
había de ser mucha nota irme sin fundar. Con todo, tenía más pena de no me
dar la licencia que de lo demás; porque entendía que, tomada la posesión,
nuestro Señor lo proveería, como había hecho en otras partes. Y así me
determiné de hablar al Gobernador, y fuime a una iglesia que está junto con su
casa y enviéle a suplicar que tuviese por bien de hablarme. Había ya más de
dos meses que se andaba en procurarlo y cada día era peor. Como me vi con él,
díjele que era recia cosa que hubiese mujeres que querían vivir en tanto rigor
y perfección y encerramiento, y que los que no pasaban nada de esto, sino que
se estaban en regalos, quisiesen estorbar obras de tanto servicio de nuestro
Señor. Estas y otras hartas cosas le dije con una determinación grande que me
daba el Señor. De manera le movió el corazón, que antes que me quitase de con
él, me dio la licencia.
6.
Yo me fui muy contenta, que me parecía ya lo tenía todo, sin tener nada;
porque debían ser hasta tres o cuatro ducados lo que tenía, con que compré
dos lienzos (9) (porque ninguna cosa tenía de imagen para poner en el altar) y
dos jergones y una manta. De casa no había memoria. Con Alonso Alvarez ya
estaba desconcertada. Un mercader, amigo mío, del mismo lugar, que nunca se ha
querido casar, ni entiende sino en hacer buenas obras con los presos de la
cárcel, y otras muchas obras buenas que hace, y me había dicho que no tuviese
pena, que él me buscaría casa (llámase Alonso de Avila), cayóme malo.
Algunos días antes había venido a aquel lugar un fraile francisco, llamado
fray Martín de la Cruz, muy santo. Estuvo algunos días y cuando se fue,
envióme un mancebo que él confesaba, llamado Andrada, nonada rico, sino harto
pobre, a quien él rogó hiciese todo lo que yo le dijese. El, estando un día
en una iglesia en misa, me fue a hablar y a decir lo que le había dicho aquel
bendito, y que estuviese cierta que en todo lo que él podía que lo haría por
mí, aunque sólo con su persona podía ayudarnos. Yo se lo agradecí, y me
cayó harto en gracia y a mis compañeras más ver el ayuda que el santo nos
enviaba, porque su traje no era para tratar con Descalzas.
7.
Pues como yo me vi con la licencia y sin ninguna persona que me ayudase, no
sabía qué hacer ni a quién encomendar que me buscase una casa alquilada.
Acordóseme del mancebo que me había enviado fray Martín de la Cruz y díjelo
a mis compañeras. Ellas se rieron mucho de mí y dijeron que no hiciese tal,
que no serviría de más de descubrirlo (10). Yo no las quise oír, que, por ser
enviado de aquel siervo de Dios, confiaba había de hacer algo y que no había
sido sin misterio. Y así le envié a llamar y le conté con todo el secreto que
yo le pude encargar, lo que pasaba, y que para este fin le rogaba me buscase una
casa, que yo daría fiador para el alquiler. Este era el buen Alonso de Avila,
que he dicho (11) que me cayó malo. A él se le hizo muy fácil y me dijo que
la buscaría. Luego, otro día de mañana, estando en misa en la Compañía de
Jesús, me vino a hablar y dijo que ya tenía la casa, que allí traía las
llaves, que cerca estaba, que la fuésemos a ver, y así lo hicimos; y era tan
buena, que estuvimos en ella un año casi (12).
8.
Muchas veces, cuando considero en esta fundación, me espantan las trazas de
Dios; que había casi tres meses al menos más de dos, que no me acuerdo bien
que habían andado dando vuelta a Toledo para buscarla personas tan ricas y,
como si no hubiera casas en él, nunca la pudieron hallar, y vino luego este
mancebo, que no lo era, sino harto pobre, y quiere el Señor que luego la halla;
y que pudiéndose fundar sin trabajo estando concertada con Alonso Alvarez, que
no lo estuviese, sino bien fuera de serlo, para que fuese la fundación con
pobreza y trabajo.
9.
Pues como nos contentó la casa, luego di orden para que se tomase la posesión
antes que en ella se hiciese ninguna cosa, porque no hubiese algún estorbo; y
bien en breve me vino a decir el dicho Andrada que aquel día se desembarazaba
la casa, que llevásemos nuestro ajuar. Yo le dije que poco había que hacer,
que ninguna cosa teníamos sino dos jergones y una manta. El se debía espantar.
A mis compañeras les pesó de que se lo dije, y me dijeron que cómo lo había
dicho, que de que nos viese tan pobres no nos querría ayudar. Yo no advertí en
eso y a él le hizo poco al caso; porque quien le daba aquella voluntad, había
de llevarla adelante hasta hacer su obra; y es así que con la que él anduvo en
acomodar la casa y traer oficiales, no me parece le hacíamos ventaja. Buscamos
prestado aderezo para decir misa, y con un oficial nos fuimos, a boca de noche,
con una campanilla, para tomar la posesión, de las que se tañen para alzar,
que no teníamos otra; y con harto miedo mío anduvimos toda la noche
aliñándolo, y no hubo adónde hacer la iglesia, sino en una pieza, que la
entrada era por otra casilla, que estaba junto, que tenían unas mujeres, y su
dueño también nos la había alquilado.
10.
Ya que lo tuvimos todo a punto que quería amanecer y no habíamos osado decir
nada a las mujeres porque no nos descubriesen, comenzamos a abrir la puerta, que
era de un tabique, y salía a un patiecillo bien pequeño. Como ellas oyeron
golpes, que estaban en la cama, levantáronse despavoridas. Harto tuvimos que
hacer en aplacarlas, mas ya era a hora que luego se dijo la misa y aunque
estuvieran recias, no nos hicieran daño; y como vieron para lo que era, el
Señor las aplacó (13).
11.
Después veía yo cuán mal lo habíamos hecho, que entonces con el
embebecimiento que Dios pone para que se haga la obra, no se advierten los
inconvenientes. Pues, cuando el dueño de la casa supo que estaba hecha iglesia,
fue el trabajo, que era mujer de un mayorazgo. Era mucho lo que hacía. Con
parecerle que se la compraríamos bien, si nos contentaba, quiso el Señor que
se aplacó. Pues cuando los del Consejo supieron que estaba hecho el monasterio,
que ellos nunca habían querido dar licencia, estaban muy bravos, y fueron en
casa de un señor de la iglesia (a quien yo había dado parte en secreto) (14),
diciendo que querían hacer y acontecer. Porque el Gobernador habíasele
ofrecido un camino después que me dio la licencia y no estaba en el lugar.
Fuéronlo a contar a éste que digo, espantados de tal atrevimiento que una
mujercilla, contra su voluntad, les hiciese un monasterio. El hizo que no sabía
nada y aplacólos lo mejor que pudo, diciendo que en otros cabos lo había hecho
y que no sería sin bastantes recaudos (15).
12.
Ellos, desde a no sé cuántos días, nos enviaron una descomunión para que no
se dijese misa hasta que mostrase los recaudos con que se había hecho. Yo les
respondí muy mansamente que haría lo que mandaban, aunque no estaba obligada a
obedecer en aquello. Y pedí a don Pedro Manrique, el caballero que he dicho
(16), que los fuese a hablar y a mostrar los recaudos. El los allanó, como ya
estaba hecho; que si no, tuviéramos trabajo.
13.
Estuvimos algunos días con los jergones y la manta, sin más ropa, y aun aquel
día ni una seroja de leña no teníamos (17) para asar una sardina, y no sé a
quién movió el Señor que nos pusieron en la iglesia un hacecito de leña, con
que nos remediamos. A las noches se pasaba algún frío, que le hacía; aunque
con la manta y las capas de sayal que traemos encima nos abrigábamos, que
muchas veces nos aprovechan. Parecerá imposible, estando en casa de aquella
señora (18) que me quería tanto, entrar con tanta pobreza. No sé la causa,
sino que quiso Dios que experimentásemos el bien de esta virtud. Yo no se lo
pedí, que soy enemiga de dar pesadumbre; y ella no advirtió, por ventura; que
más que lo que nos podía dar, le soy a cargo (19).
14.
Ello fue harto bien para nosotras, porque era tanto el consuelo interior que
traíamos y la alegría, que muchas veces se me acuerda lo que el Señor tiene
encerrada en las virtudes: como una contemplación suave me parece causaba esta
falta que teníamos, aunque duró poco, que luego nos fueron proveyendo más de
lo que quisiéramos el mismo Alonso Alvarez y otros. Y es cierto que era tanta
mi tristeza, que no me parecía sino como si tuviera muchas joyas de oro y me
las llevaran y dejaran pobre; así sentía pena de que se nos iba acabando la
pobreza y mis compañeras lo mismo; que como las vi mustias, les pregunté qué
habían, y me dijeron: "¡qué hemos de haber, Madre!: que ya no parece
somos pobres".
15.
Desde entonces me creció deseo de serlo mucho, y me quedó señorío para tener
en poco las cosas de bienes temporales; pues su falta hace crecer el bien
interior, que cierto trae consigo otra hartura y quietud.
En
los días que había tratado de la fundación con Alonso Alvarez, eran muchas
las personas a quien parecía mal, y me lo decían, por parecerles que no eran
ilustres y caballeros, aunque harto buenos en su estado como he dicho (20), y
que en un lugar tan principal como éste de Toledo que no me faltaría
comodidad. Yo no reparaba mucho en esto, porque, gloria sea a Dios, siempre he
estimado en más la virtud que el linaje; mas habían ido tantos dichos al
Gobernador, que me dio la licencia con esta condición que fundase yo como en
otras partes.
16.
Yo no sabía qué hacer, porque hecho el monasterio, tornaron a tratar del
negocio; mas como ya estaba fundado, tomé este medio de darles la capilla mayor
y que en lo que toca al monasterio no tuviesen ninguna cosa, como ahora está.
Ya había quien quisiese la capilla mayor, persona principal, y había hartos
pareceres, no sabiendo a qué me determinar. Nuestro Señor me quiso dar luz en
este caso, y así me dijo una vez cuán poco al caso harían delante del juicio
de Dios estos linajes y estados; y me hizo una reprensión grande porque daba
oídos a los que me hablaban en esto, que no eran cosas para los que ya tenemos
despreciado el mundo (21).
17.
Con estas y otras razones yo me confundí harto y determiné concertar lo que
estaba comenzado de darles la capilla, y nunca me ha pesado; porque hemos visto
claro el mal remedio que tuviéramos para comprar casa, porque con su ayuda
compramos en la que ahora están, que es de las buenas de Toledo, que costó
doce mil ducados y, como hay tantas misas y fiestas, está muy a consuelo de las
monjas, y hácele a los del pueblo. Si hubiera mirado a las opiniones vanas del
mundo, a lo que podemos entender, era imposible tener tan buena comodidad, y
hacíase agravio a quien con tan buena voluntad nos hizo esta caridad.
NOTAS
CAPÍTULO 15
1
Al interés del P. Hernández por la fundación, respondió la Santa enviándole
un poder para tratar en su nombre (véase en B.M.C., t. 5, pp. 411-412). - La
cronología de esta efemérides puede fijarse así: el 21/2/1569 sale la Santa
de Valladolid; se detiene en Avila de donde parte a mediados de marco: el 24
llega a Toledo.
2
Murió el 31 de octubre de 1568.
3
Hoy decimos "Anunciación"; era el 24 de marzo de 1569. Se hospedaba
en casa de doña Luisa de la Cerda (cf. c. 9, n. 4).
4
Isabel de San Pablo e Isabel de Santo Domingo , muy famosa la segunda (cf.
Epistolario): quedó de Priora en Toledo, pasó luego de Priora a Pastrana
(1569), donde se enfrentará con la terrible princesa de Eboli (cf. c. 17, n.
17) y se trasladará con monjas y ajuar en una retirada épica a Segovia (1574),
siendo después todavía Priora de Zaragoza (1588) y Ocaña (1598).
5
Era Arzobispo el célebre Bartolomé Carranza, entonces envuelto en el
tristemente famoso proceso inquisitorial.
6
D. Pedro Manrique era tío de Casilda de Padilla, cuya historia nos ha referido
la Santa: cc. 10-11.
7
Este Gobernador era el presidente del Consejo eclesiástico de Gobernación, que
administraba los bienes de la primada diócesis de Toledo. Lo era entonces D.
Gómez Tello Girón.
8
Daba mucha mano: apoyaba, daba poderes.
9
Estos dos cuadros (de 1,30 X 1,07; y de 1,12 X 0,82) se veneran aún en la
Comunidad y representan, el uno a Jesús caído bajo la cruz, y el otro al
Señor sentado y sumergido en profunda meditación.
10
No serviría de más descubrirlo: no serviría sino para hacer público el
secreto plan de fundación.
11
En el n. 6.
12
Desde el 14 de mayo hasta fines del mismo mes de 1570.
13
Un episodio delicado: aquella mañana entra en la iglesia un niño "de la
calle", y al verla tan aliñada y aseada, exclama en voz alta:
"¡bendito sea Dios y qué lindo está esto!". Y la Santa a sus
monjitas: "Por solo este acto de gloria de Dios que ha hecho este angelico,
doy por bien empleado el trabajo de esta fundación" (FRANCISCO DE S. M.,
Reforma de los Descalzos, t. I, P. II, c. 24, p. 285).
14
El mencionado D. Pedro Manrique (cf. n. 4). - Que querían hacer y acontecer:
bravata de quien lanza amenazas con palabras gruesas.
15
Diciendo que en otros cabos lo había hecho, es decir, que en otras ciudades
había fundado, y de seguro procedería con la debida autorización (cf. n. 15
fin). - Recaudos: poderes y documentos probatorios, como en el n. 12.
16
En los nn. 4 y 11.
17
Seroja: hoja seca, hojarasca, desperdicios de leña.
18
Doña Luisa de la Cerda.
19
Le soy a cargo: le estoy en deuda.
20
Cf. nn. 2 y 1.
21 Refiere esta misma intervención del Señor en la Relación 8, en términos más precisos: "Estando en el monasterio de Toledo,y aconsejándome algunos que no diese el enterramiento de él a quien no fuese caballero, díjome el Señor: Mucho te desatinará, hija, si miras a las leyes del mundo. Pon los ojos en mí, pobre y despreciado de él; ¿por ventura serán los grandes del mundo, grandes delante de mí, o habéis vosotras de ser estimadas por linajes, o por virtudes?".