LIBRO DE LAS
"FUNDACIONES"
INTRODUCCIÓN
Composición
de las fundaciones
Con
textos de la misma Santa podemos reconstruir la historia externa de este escrito
teresiano. Una historia también accidentada, aunque mucho menos y por motivos
distintos de las otras obras. La primera iniciativa de este libro es también
sobrenatural: "que escribiese la fundación de estas casas" (Relación
9, p. 1443) dice la Santa que le manifestó nuestro Señor, en fecha insegura,
pero antes de 1573. Seguramente en febrero de 1570. Mandato que ella misma
somete a su habitual prueba normativa: la aprobación de un confesor, que esta
vez viene a través del P. Jerónimo Ripalda tres años después 1573 cuando se
encuentra en Salamanca. Son once años de actividad fundacional, con el largo
intermedio desde S. José de Avila a S. José de Medina, 15621567 (Fundaciones,
Pról. 2, p. 1053) seguido del apretadísimo cuatrienio de 156772, lo que tiene
que historiar. Han surgido siete fundaciones, aparte del primer convento de los
padres: los de Medina (1567), Malagón (1568), Duruelo (1568), Valladolid
(1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570, Alba de Tormes (1571).
Desde
el 25 de agosto de 1573 en que comienza en Salamanca (Pról. 7, p. 1056) hasta
febrero de 1574 en que sale difinitivamente de esta ciudad para Alba y Segovia,
escribe los primeros capítulos: "Estando en el monasterio del glorioso San
José, que está allí [Salamanca] año de 1573, escribí algunas de ellas"
(c. 27, 22). No podemos precisar, pese a la afirmación de la Santa, cuántas
son. Con seguridad ha escrito los nueve primeros capítulos. La salida de
Salamanca, que la exime de la obediencia del P. Ripalda, esa obediencia
"que tanto le cuesta", y la marea de ocupaciones que siempre gravita
sobre ella, provocan una interrupción, que no parece sea total. Los últimos
meses de 1574 pasados en Avila, son de cierta trnquilidad. Durante ellos escribe
las Meditaciones sobre los Cantares. Es posible que avanzara también algunos
capítulos de las Fundaciones, pero no más allá del trece, que fue escrito en
1575, cuando con el convento de Almodóvar del Campo las fundaciones de
descalzos alcanzaban el número diez: "que al tiempo que ésta escribo, hay
diez monasterios de descalzos..." (13, 4). Seguirán otros capítulos
escritos en lugares y fechas imposibles de fijar hasta el c. 20, fundación de
Alba de Tormes. Seguramente no se sintió tan liberada de la obediencia del P.
Ripalda como para suspender enteramente su tarea.
Cuando
esta determinación se acentúa, "estando muy determinada a esto" (27,
22) "no pasar adelante" en la narración, otro precepto, esta vez del
Comisario, P. Gracián, hará avanzar la historia hasta lo realizado en este
momento. Sobre el particular nos ilumina la carta del 24 de julio de 1576 a
Lorenzo de Cepeda, pidiéndole los papeles que tiene en Avila, entre ellos
"unos en que están escritas algunas cosas de la fundación de Alba".
Es éste uno de los momentos de más intensa actividad literaria de Santa
Teresa. Desde primeros de octubre hasta el 14 de noviembre siguiente escribe
siete capítulos, hasta el 27, un verdadero sprint, aun teniendo en cuenta el
ritmo del escribir teresiano en otras ocasiones.
Cuando
la Santa escribe en esa fecha: "Hase terminado a catorce días del mes de
noviembre, año de 1576", y la súplica apremiante del párrafo final,
parece que está poniendo el colofón de su obra y de su libro. La continuación
de ambos entonces era imprevisible. Pero no tardando tuvo que recomenzar de
nuevo la doble tarea. Desde 1580 hasta su muerte cuatro nuevas fundaciones:
Villanueva de la Jara (1580), Palencia (1581), Soria (1581), Burgos, primavera
de 1582; el mismo ritmo de siempre, dos fundaciones por año. Al filo de las
nuevas fundaciones o inmediatamente después iba haciendo su historia, que queda
rematada con la de Burgos. Es de suponer que la presencia del P. Gracián,
además de recordar el precepto no suspendido, suponía un aliento y una ayuda
para rematar la tarea.
El
contenido
El
mandato del P. Ripalda era preciso y múltiple: Escribir la fundación de los
siete monasterios fundados después de San José de Avila esta fundación
quedaba incorporada a la Vida, cc. 3236 junto "con el principio de los
monasterios de padres descalzos de esta primera Orden" (Pról. 2). En
segundo lugar "me mandan, si se ofrece ocasión, trate algunas cosas de
oración y del engaño que podría haber para no ir más adelante las que la
tienen" (Pról. 5).
No
hubiera sido necesario. El relato de las innumerables incidencias multiplicaba
las oportunidades para que se desencadenara la avenida de su irreprimible
magisterio. Los cc. 4 al 8 son una larga interrupción en los que aporta
doctrina sobre la oración, sobre la conducta frente a las revelaciones y
visiones (c. 8) y el c. 7 que es un magistral tratado sobre las distintas formas
de neurosis humor, melancolía frecuentes entonces y ahora en los conventos;
sobre la obediencia, su necesidad en la vida del espíritu como clave para
evitar riesgos, presentada como secreto para superar la aparente antinomia entre
contemplación y acción (cc. 4, 2; 5, 67). Los consejos dirigidos a las
prioras, verdaderos guías espirituales de sus hijas (cc. 7, 8; 8, 9).
Desenmascara sabiamente las diversas formas de mixtificación espiritual, que
sobre todo en los comienzos colindan con ciertos fenómenos místicos (c. 6). La
larga experiencia teresiana de la vida espiritual, de los riesgos y
"embustes" que la amenazan hacen comprender el énfasis con que está
escrito el c. 8.
Son
sapientísimas las normas de gobierno que da a sus prioras (c. 18), resumidas en
una palabra: discreción (ib. 7), sobre todo en relación con la mortificación
y la obediencia. Preocupaciones constantes, como transfondo de sus inquietudes
son la perseverancia en la fidelidad y pureza de vida de los comienzos (c. 4,
67; 24, 6; 27, 12). La selección de las que han de vestir el hábito, almas
depuradas y selectas, ya que el adocenamiento es incompatible con la
inspiración teresiana y con las exigencias de la vocación en sus conventos
(27, 14); la pobreza, como criterio al recibir postulantes y como inspiración y
estado de vida de una carmelita (27, 1113); encomendar a los bienhechores, a
cuantos han ayudado en la larga y dura empresa de las fundaciones (21, 7; 25, 9;
27, 24; 28, 7; 29, 11; 30, 12; 31, 29). Termina con la relación del paso de las
descalzas de Avila a la jurisdicción de la Ordem, problema delicado, que
entonces se hizo necesario.
El
autógrafo
Después
de un breve intercambio de poseedores el autógrafo de las Fundaciones, estimado
ya antes de concluirse como verdadera reliquia, llegó a la biblioteca del
Monasterio del Escorial, reclamado por Felipe II. Es un volumen de 132 hojas de
303 x 210 mm. escrito con la ágil caligrafía teresiana, con cierta
discontinuidad en la firmeza de rasgos y en su misma redacción, sobre todo al
final, fundación de Burgos, en la que abundan los lapsus, las equivocaciones
materiales, como símbolo estremecido de haber empleado todas las energías en
la empresa; el fin está presentido en estas páginas finales.
El
P. Gracián puso la paginación en números arábigos y las consiguientes glosas
marginales, anotaciones y enmiendas, precisamente poco afortunadas, que más
tarde fueron canceladas por el P. Domingo Báñez.
La
primera edición de las Fundaciones, título que tampoco es de la Santa, y que
fue puesto más tarde, se hizo en Bruselas gracias a los desvelos y atención
del P. Gracián y de la V. Ana de Jesús, ya que por distintos motivos no había
sido incluida en la edición príncipe de Fray Luis de León.
En
la presente edición damos el texto teresiano autógrafo tras una atenta y
esmerada revisión y fijación.
LAS
FUNDACIONES
1.
Por experiencia he visto, dejando lo que en muchas partes he leído, el gran
bien que es para un alma no salir de la obediencia. En esto entiendo estar el
irse adelantando en la virtud y el ir cobrando la de la humildad; en esto está
la seguridad de la sospecha que los mortales es bien que tengamos mientras se
vive en esta vida, de errar el camino del cielo. Aquí se halla la quietud que
tan preciada es en las almas que desean contentar a Dios. Porque si de veras se
han resignado en esta santa obediencia y rendido el entendimiento a ella, no
queriendo tener otro parecer del de su confesor (1) y, si son religiosos, el de
su prelado, el demonio cesa de acometer con sus continuas inquietudes, como
tiene visto que antes sale con pérdida que con ganancia; y también nuestros
bulliciosos movimientos, amigos de hacer su voluntad y aun de sujetar la razón
en cosas de nuestro contento, cesan, acordándose que determinadamente pusieron
su voluntad en la de Dios, tomando por medio sujetarse a quien en su lugar
toman.
Habiéndome
Su Majestad, por su bondad, dado luz de conocer el gran tesoro que está
encerrado en esta preciosa virtud, he procurado aunque flaca e imperfectamente
tenerla; aunque muchas veces repugna la poca virtud (2) que veo en mí, porque
para algunas cosas que me mandan entiendo que no llega. La divina Majestad
provea lo que falta para esta obra presente.
2.
Estando en San José de Avila, año de mil y quinientos y sesenta y dos, que fue
el mismo que se fundó este monasterio (3), fui mandada del padre fray García
de Toledo (4), dominico, que al presente era mi confesor, que escribiese la
fundación de aquel monasterio, con otras muchas cosas, que quien la viere, si
sale a luz, verá. Ahora estando en Salamanca, año de mil y quinientos y
setenta y tres, que son once años después, confesándome con un padre rector
de la Compañía, llamado el maestro Ripalda (5), habiendo visto este libro de
la primera fundación, le pareció sería servicio de nuestro Señor que
escribiese de otros siete monasterios que después acá, por la bondad de
nuestro Señor, se han fundado (6), junto con el principio de los monasterios de
los padres Descalzos de esta primera Orden, y así me lo ha mandado.
Pareciéndome a mí ser imposible (a causa de los muchos negocios, así de
cartas, como de otras ocupaciones forzosas, por ser en cosas mandadas por los
prelados), me estaba encomendando a Dios y algo apretada (7), por ser yo para
tan poco y con tan mala salud que, aun sin esto, muchas veces me parecía no se
poder sufrir el trabajo conforme a mi bajo natural, me dijo el Señor: Hija, la
obediencia da fuerzas.
3.
Plega a Su Majestad que sea así y dé gracia para que acierte yo a decir para
gloria suya las mercedes que en estas fundaciones ha hecho a esta Orden.
Puédese tener por cierto que se dirá con toda verdad, sin ningún
encarecimiento, a cuanto yo entendiere, sino conforme a lo que ha pasado. Porque
en cosa muy poco importante yo no trataría mentira por ninguna de la tierra; en
esto, que se escribe para que nuestro Señor sea alabado, haríaseme gran
conciencia, y creería no sólo era perder tiempo, sino engañar con las cosas
de Dios, y en lugar de ser alabado por ellas, ser ofendido. Sería una gran
traición. No plega a Su Majestad me deje de su mano, para que yo la haga.
Irá
señalada cada fundación, y procuraré abreviar, si supiere, porque mi estilo
es tan pesado, que, aunque quiera, temo que no dejaré de cansar y cansarme. Mas
con el amor que mis hijas me tienen, a quien ha de quedar esto después de mis
días, se podrá tolerar.
4.
Plega a nuestro Señor, que, pues en ninguna cosa yo procuro provecho mío ni
tengo por qué, sino su alabanza y gloria, pues se verán muchas cosas para que
se le den, esté muy lejos de quien lo leyere atribuirme a mí ninguna, pues
sería contra la verdad; sino que pidan a Su Majestad que me perdone lo mal que
me he aprovechado de todas estas mercedes. Mucho más hay de qué se quejar de
mí mis hijas por esto, que por qué me dar gracias de lo que en ello está
hecho. Démoslas todas, hijas mías, a la divina bondad por tantas mercedes como
nos ha hecho. Una avemaría pido por su amor a quien esto leyere, para que sea
ayuda a salir del purgatorio y llegar a ver a Jesucristo nuestro Señor, que
vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por siempre jamás, amén.
5.
Por tener yo poca memoria, creo que se dejarán de decir muchas cosas muy
importantes, y otras que se pudieran excusar, se dirán. En fin, conforme a mi
poco ingenio y grosería (8), y también al poco sosiego que para esto hay.
También me mandan, si se ofreciere ocasión, trate algunas cosas de oración y
del engaño que podría haber para no ir más adelante las que la tienen.
6.
En todo me sujeto a lo que tiene la madre santa Iglesia Romana (9), y con
determinación que antes que venga a vuestras manos, hermanas e hijas mías, lo
verán letrados y personas espirituales. Comienzo en nombre del Señor, tomando
por ayuda a su gloriosa Madre, cuyo hábito tengo, aunque indigna de él, y a mi
glorioso padre y señor San José, en cuya casa estoy, que así es la vocación
(10) de este monasterio de Descalzas, por cuyas oraciones he sido ayudada
continuo.
7.
Año de 1573, día de San Luis, rey de Francia, que son 24 días de agosto (11).
Sea Dios alabado.
NOTAS:
PRÓLOGO
1
Otro parecer del de su confesor: equivale a "otro parecer que el
de..." o "sino el de su confesor". En el margen del autógrafo
Gracián, tras malentender ese giro típico de la Santa, anotó: "¡Ojo!
Enséñales a sus religiosas a obedecer a sus prioras y a que anden claras con
ellas y no a los confesores, y a ellas a los confesores, y mire que es punto
este sustancial, porque se debilita de otra manera la obediencia, tan necesaria
y tan preciada".
2
Repugna la poca virtud: se opone a ello mi poca virtud (cf. c. 31, n. 12).
3
Monasterio: entre líneas añadió de nuevo la Santa un "mismo"
superfluo.
4
P. García de Toledo, el destinatario por antonomasia del libro de la Vida.
5
Jerónimo Ripalda (1535-1618): fue Rector no sólo del Colegio de Salamanca,
sino de Villagarcía, Burgos y Valladolid.
6
Los y eran: Medina del Campo (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo
(1569), Salamanca (1570) y Alba de Tormes (1571).
7
Algo apretada: angustiada.
8
Grosería, en acepción de tosquedad, poca cultura.
9
Romana: lo añadió al margen la propia Santa en fecha evidentemente posterior a
la composición del prólogo. Es curioso adevertir que se da el mismo caso en el
prólogo (n. 3) y en el epílogo (n. 4) de las Moradas.
10
Vocación, por advocación o patronato. - Es el monasterio de San José de
Salamanca.
11
Se equivoca: era 25 de agosto.
COMIENZA
LA FUNDACIÓN
DE SAN JOSÉ DEL CARMEN DE MEDINA DEL CAMPO
CAPÍTULO
1
De
los medios por donde se comenzó a tratar de esta fundación y de las demás.
1.
Cinco años después de la fundación de San José de Avila estuve en él, que,
a lo que ahora entiendo, me parece serán los más descansados de mi vida, cuyo
sosiego y quietud echa harto menos muchas veces mi alma. En este tiempo entraron
algunas doncellas religiosas de poca edad, a quien el mundo, a lo que parecía,
tenía ya para sí según las muestras de su gala y curiosidad. Sacándolas el
Señor bien apresuradamente de aquellas vanidades, las trajo a su casa
dotándolas de tanta perfección, que eran harta confusión mía, llegando al
número de trece, que es el que estaba determinado para no pasar más adelante
(1).
2.
Yo me estaba deleitando entre almas tan santas y limpias, adonde sólo era su
cuidado de servir y alabar a nuestro Señor. Su Majestad nos enviaba allí lo
necesario sin pedirlo; y cuando nos faltaba, que fue harto pocas veces, era
mayor su regocijo. Alababa a nuestro Señor de ver tantas virtudes encumbradas,
en especial el descuido que tenían de todo, mas de servirle (2). Yo, que estaba
allí por mayor, nunca me acuerdo ocupar el pensamiento en ello; tenía muy
creído que no había de faltar el Señor a las que no traían otro cuidado,
sino en cómo contentarle. Y si alguna vez no había para todas el
mantenimiento, diciendo yo fuese para las más necesitadas, cada una le parecía
no ser ella, y así se quedaba hasta que Dios enviaba para todas.
3.
En la virtud de la obediencia, de quien yo soy muy devota (aunque no sabía
tenerla hasta que estas siervas de Dios me enseñaron, para no lo ignorar si yo
tuviera virtud), pudiera decir muchas cosas que allí en ella vi. Una se me
ofrece ahora, y es que estando un día en refectorio, diéronnos raciones de
cohombro (3). A mí cupo una muy delgada y por de dentro podrida. Llamé con
disimulación a una hermana de las de mejor entendimiento y talentos que allí
había, para probar su obediencia, y díjela que fuese a sembrar aquel cohombro
a un huertecillo que teníamos. Ella me preguntó si le había de poner alto o
tendido. Yo le dije que tendido. Ella fue y púsole, sin venir a su pensamiento
que era imposible dejarse de secar; sino que el ser por obediencia le cegó la
razón natural para creer era muy acertado (4).
4.
Acaecíame encomendar a una seis o siete oficios contrarios, y callando
tomarlos, pareciéndole posible hacerlos todos. Tenían un pozo, a dicho de los
que le probaron, de harto mal agua, y parecía imposible correr por estar muy
hondo. Llamando yo oficiales para procurarlo, reíanse de mí de que quería
echar dineros en balde. Yo dije a las hermanas, que ¿qué les parecía? Dijo
una: "que se procure; nuestro Señor nos ha de dar quien nos traiga agua, y
para darles de comer; pues más barato sale a Su Majestad dárnoslo en casa y
así no lo dejará de hacer". Mirando yo con la gran fe y determinación
con que lo decía, túvelo por cierto, y contra voluntad del que entendía en
las fuentes, que conocía de agua, lo hice. Y fue el Señor servido que sacamos
un caño de ello bien bastante para nosotras, y de beber, como ahora le tienen
(5).
5.
No lo cuento por milagro, que otras cosas pudiera decir; sino por la fe que
tenían estas hermanas, puesto que pasa así como lo digo, y porque no es mi
primer intento loar las monjas de estos monasterios; que, por la bondad del
Señor, todas hasta ahora van así. Y de estas cosas y otras muchas sería
escribir muy largo, aunque no sin provecho; porque, a las veces, se animan las
que vienen a imitarlas. Mas, si el Señor fuere servido que esto se entienda,
podrán los prelados mandar a las prioras que lo escriban.
6.
Pues estando esta miserable entre estas almas de ángeles (que a mí no me
parecían otra cosa, porque ninguna falta, aunque fuese interior, me encubrían,
y las mercedes y grandes deseos y desasimiento que el Señor les daba, eran
grandísimas; su consuelo era su soledad, y así me certificaban que jamás de
estar solas se hartaban, y así tenían por tormento que las viniesen a ver,
aunque fuesen hermanos; la que más lugar tenía de estarse en una ermita, se
tenía por más dichosa)..., considerando yo el gran valor de estas almas y el
ánimo que Dios las daba para padecer y servirle, no cierto de mujeres, muchas
veces me parecía que era para algún gran fin las riquezas que el Señor ponía
en ellas; no porque me pasase por pensamiento lo que después ha sido, porque
entonces parecía cosa imposible, por no haber principio para poderse imaginar,
puesto que mis deseos, mientras más el tiempo iba adelante, eran muy más
crecidos de ser alguna parte para bien de algún alma; y muchas veces me
parecía como quien tiene un gran tesoro guardado y desea que todos gocen de
él, y le atan las manos para distribuirle; así me parecía estaba atada mi
alma, porque las mercedes que el Señor en aquellos años la hacía eran muy
grandes y todo me parecía mal empleado en mí. Servía al Señor con mis pobres
oraciones; siempre procuraba con las hermanas hiciesen lo mismo y se aficionasen
al bien de las almas y al aumento de su Iglesia; y a quien trataba con ellas
siempre se edificaban. Y en esto embebía mis grandes deseos.
7.
A los cuatro años, (me parece era algo más), acertó a venirme a ver un fraile
francisco, llamado fray Alonso Maldonado (6), harto siervo de Dios y con los
mismos deseos del bien de las almas que yo, y podíalos poner por obra, que le
tuve yo harta envidia. Este venía de las Indias poco había. Comenzóme a
contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de
doctrina, e hízonos un sermón y plática animando a la penitencia, y fuese. Yo
quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí.
Fuime a una ermita (7) con hartas lágrimas. Clamaba a nuestro Señor,
suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su
servicio, pues tantas llevaba el demonio, y que pudiese mi oración algo, ya que
yo no era para más. Había gran envidia a los que podían por amor de nuestro
Señor emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes. Y así me acaece que
cuando en las vidas de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más
devoción me hace y más ternura y más envidia que todos los martirios que
padecen, por ser ésta la inclinación que nuestro Señor me ha dado,
pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración le
ganásemos, mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos
hacer (8).
8.
Pues andando yo con esta pena tan grande, una noche, estando en oración,
representóseme nuestro Señor de la manera que suele (9), y mostrándome mucho
amor, a manera de quererme consolar, me dijo: Espera un poco, hija, y verás
grandes cosas.
Quedaron
tan fijadas en mi corazón estas palabras, que no las podía quitar de mí. Y
aunque no podía atinar, por mucho que pensaba en ello, qué podría ser, ni
veía camino para poderlo imaginar, quedé muy consolada y con gran certidumbre
que serían verdaderas estas palabras; mas el medio cómo, nunca vino a mi
imaginación. Así se pasó, a mi parecer, otro medio año, y después de éste
sucedió lo que ahora diré (10).
NOTAS
CAPÍTULO 1
1
Cf. Vida, cc. 32-36, que pueden considerarse la primera parte del presente libro
de las Fundaciones. - Sobre el número de monjas de cada monasterio, es sabido
que la Santa cambió de opinión, ampliándolo a 21, cf. Vida, c. 36, n. 29
nota. - Pueden verse los nombre de las trece adalides de la Reforma teresiana en
la B. M. C., t. V, p. 7 nota. De una de ellas, María de Cristo, se lee en
ciertas informaciones sobre las virtudes de San Juan de la Cruz: "Se le
comunicaba mucho nuestro Señor en la oración...; le habló nuestro Señor a
nuestra M. Teresa de Jesús, diciendo que aquellas doce religiosas eran a sus
ojos doce flores muy agradables; que Su Majestad las tenía de su mano" (B.M.C.,
t. V, p. 8). Esta declaración fue recogida de labios de San Juan de la Cruz por
la Madre Lucía de San Alberto.
2
Descuido... de todo, mas de servirle: sino de o excepto de servirle. - A
renglón seguido, Mayor: la Superiora.
3
Cogombro: hoy preferimos escribir cohombro, especie de pepino alargado.
4
La religiosa tan ejemplarmente obediente fue María Bautista, sobrina de la
Santa y más tarde famosa Priora de Valladolid, destinataria de muchas y
hermosas cartas del espistolario teresiano.
5
Como ahora le tienen: El pozo existe aún hoy. La monjita
"providencialista" que decidió la sonda fue la misma protagonista de
la escena anterior "del cogombro". De ella se llamó el pozo:
"pozo de María Bautista", o, más a gusto de la Santa, "pozo de
la Samaritana".
6
Francisco de Maldonado, nacido hacia 1510/1516 y muerto hacia 1597/1600, había
sido misionero en Nueva España durante el decenio 1551-1561. A partir de esta
última fecha, peroró la causa de los indios en Madrid y Roma, ante el Rey y el
Papa. Hombre de celo extremoso, al fin de su vida fue procesado por la
Inquisición.
7
A una de las ermitas construidas en la huerta de San José de Avila.
8
Interesante documento del celo misionero de Santa Teresa. Gracián comenta:
"Quien quisiere ver este espíritu..., tratando con la santa Madre Teresa
de Jesús hallará una oración tan alta como se colige de sus libros, y un celo
de almas tan encendido, que mil veces suspiraba por poder tener la libertad,
talentos y oficios que tienen los hombres para traer almas a Dios, predicando,
confesando y convirtiendogentiles hasta derramar la sangre por Cristo; y nunca
me insistía en otra cosa, sino en que no cesase de predicar, dándome para esto
muchos avisos y consejos, y que entendiese en negocios con que se quitasen
ofensas de Dios y encaminasen almas al cielo, diciendo que era imposible querer
bien a Jesucristo crucificadoy muerto por las almas, quien las viese ir al
infierno, y con título de alcanzar un poco de quietud de espíritu se estuviese
encerrado" (Scholias y adiciones... a la vida de la Madre Teresa, de
Ribera, en El Monte Carmelo 68 [1960] p. 110). Este pasaje influyó
positivamente en la historia editorial del libro de las Fundaciones.
9
De la manera que suele: expresión con que acostumbra indicar las visiones
imaginarias de la Humanidad del Señor, por el estilo de la referida en Vida, c.
28, n. 3. Cf. Vida, c. 40, n. 5, nota; c. 29, n. 4.
10
Es fácil establecer la cronología de estos sucesos: Funda San José en agosto
de 1562; pasan 4 años (o "algo más", n. 7), y sucede la visita del
P. Maldonado, otoño de 1566. Por la misma fecha, la aparición del Señor;
"otro medio año" (n. 8), y estamos en agosto de 1567, fundación de
Medina: son los cinco de gran paz de que habló en el n. 1.
Cómo
nuestro padre General vino a Ávila, y lo que de su venida sucedió.
1.
Siempre nuestros Generales residen en Roma, y jamás ninguno vino a España (1),
y así parecía cosa imposible venir ahora. Mas como para lo que nuestro Señor
quiere no hay cosa que lo sea, ordenó Su Majestad que lo que nunca había sido
fuese ahora. Yo cuando lo supe, paréceme que me pesó; porque, como ya se dijo
en la fundación de San José, no estaba aquella casa sujeta a los frailes, por
la causa dicha (2). Temí dos cosas: la una, que se había de enojar conmigo y,
no sabiendo las cosas cómo pasaban, tenía razón; la otra, si me había de
mandar tornar al monasterio de la Encarnación, que es de la Regla mitigada, que
para mí fuera desconsuelo, por muchas causas, que no hay para qué decir. Una
bastaba, que era no poder yo allá guardar el rigor de la Regla primera y ser de
más de ciento y cincuenta el número (3), y todavía adonde hay pocas, hay más
conformidad y quietud. Mejor lo hizo nuestro Señor que yo pensaba; porque el
General es tan siervo suyo y tan discreto y letrado, que miró ser buena la
obra, y por lo demás ningún desabrimiento me mostró. Llámase fray Juan
Bautista Rubeo de Ravena (4), persona muy señalada en la Orden y con mucha
razón.
2.
Pues, llegado a Avila, yo procuré fuese a San José, y el Obispo tuvo por bien
se le hiciese toda la cabida que a su misma persona (5). Yo le di cuenta con
toda verdad y llaneza, porque es mi inclinación tratar así con los prelados,
suceda lo que sucediere, pues están en lugar de Dios, y con los confesores lo
mismo; y si esto no hiciese, no me parecería tenía seguridad mi alma; y así
le di cuenta de ella y casi de toda mi vida, aunque es harto ruin. El me
consoló mucho y aseguró que no me mandaría salir de allí.
3.
Alegróse de ver la manera de vivir y un retrato, aunque imperfecto, del
principio de nuestra Orden, y cómo la Regla primera se guardaba en todo rigor,
porque en toda la Orden no se guardaba en ningún monasterio, sino la mitigada
(6). Y con la voluntad que tenía de que fuese muy adelante este principio,
diome muy cumplidas patentes para que se hiciesen más monasterios, con censuras
para que ningún provincial me pudiese ir a la mano (7). Estas yo no se las
pedí, puesto que entendió de mi manera de proceder en la oración que eran los
deseos grandes de ser parte para que algún alma se llegase más a Dios.
4.
Estos medios yo no los procuraba, antes me parecía desatino, porque una
mujercilla tan sin poder como yo bien entendía que no podía hacer nada; mas
cuando al alma vienen estos deseos no es en su mano desecharlos. El amor de
contentar a Dios y la fe hacen posible lo que por razón natural no lo es; y
así, en viendo yo la gran voluntad de nuestro Reverendísimo General para que
hiciese más monasterios, me pareció los veía hechos. Acordándome de las
palabras que nuestro Señor me había dicho, veía (8) ya algún principio de lo
que antes no podía entender.
Sentí
muy mucho cuando vi tornar a nuestro padre General a Roma; habíale cobrado gran
amor y parecíame quedar con gran desamparo. El me le mostraba grandísimo y
mucho favor, y las veces que se podía desocupar se iba allá a tratar cosas
espirituales, como a quien el Señor debe hacer grandes mercedes: en este caso
nos era consuelo oírle. Aun antes que se fuese, el Obispo (que es don Alvaro de
Mendoza), muy aficionado a favorecer a los que ve que pretenden servir a Dios
con más perfección, y así procuró que le dejase licencia para que en su
obispado se hiciesen algunos monasterios de frailes descalzos de la primera
Regla. También otras personas se lo pidieron. El lo quisiera hacer, mas halló
contradicción en la Orden; y así, por no alterar la Provincia, lo dejó por
entonces.
5.
Pasados algunos días, considerando yo cuán necesario era, si se hacían
monasterios de monjas, que hubiese frailes de la misma Regla, y viendo ya tan
pocos en esta Provincia, que aun me parecía se iban a acabar, encomendándolo
mucho a nuestro Señor, escribí a nuestro P. General una carta suplicándoselo
lo mejor que yo supe, dando las causas por donde sería gran servicio de Dios; y
los inconvenientes que podía haber no eran bastantes para dejar tan buena obra,
y poniéndole delante el servicio que haría a nuestra Señora, de quien era muy
devoto. Ella debía ser la que lo negoció; porque esta carta llegó a su poder
estando en Valencia, y desde allí me envió licencia para que se fundasen dos
monasterios, como quien deseaba la mayor religión de la Orden (9). Porque no
hubiese contradicción, remitiólo al provincial que era entonces, y al pasado,
que era harto dificultoso de alcanzar. Mas como vi lo principal, tuve esperanza
el Señor haría lo demás; y así fue, que con el favor del Obispo, que tomaba
este negocio muy por suyo, entrambos vinieron en ello (10).
6.
Pues estando yo ya consolada con las licencias, creció más mi cuidado, por no
haber fraile en la Provincia, que yo entendiese, para ponerlo por obra, ni
seglar que quisiese hacer tal comienzo. Yo no hacía sino suplicar a nuestro
Señor que siquiera una persona despertase. Tampoco tenía casa, ni cómo la
tener. Hela aquí una pobre monja descalza, sin ayuda de ninguna parte, sino del
Señor, cargada de patentes y buenos deseos y sin ninguna posibilidad para
ponerlo por obra. El ánimo no desfallecía ni la esperanza, que, pues el Señor
había dado lo uno, daría lo otro. Ya todo me parecía muy posible, y así lo
comencé a poner por obra.
7.
¡Oh grandeza de Dios! ¡Y cómo mostráis vuestro poder en dar osadía a una
hormiga! ¡Y cómo, Señor mío, no queda por Vos el no hacer grandes obras los
que os aman, sino por nuestra cobardía y pusilanimidad! Como nunca nos
determinamos, sino llenos de mil temores y prudencias humanas, así, Dios mío,
no obráis vos vuestras maravillas y grandezas. ¿Quién más amigo de dar, si
tuviese a quién, ni de recibir servicios a su costa? Plega a Vuestra Majestad
que os haya yo hecho alguno y no tenga más cuenta que dar de lo mucho que he
recibido, amén.
NOTAS
CAPÍTULO 2
1
Pequeño desliz histórico de la Santa: nunca el P. General había venido a
Castilla. El General Juan Alerio había presidido en Barcelona el capítulo
general de 1324.
2
San José de Avila fue fundado bajo la obediencia del Obispo de la ciudad,
Alvaro de Mendoza, por haberla rehusado el P. Provincial Angel de Salazar: cf.
Vida, 32, nn. 13-15, y c. 33, n. 16.
3
"Llegaron en breve a ser 180 religiosas", escribe la historiadora del
monasterio María Pinel (Noticias del S. convento de la Encarnación de Avila,
B.M.C., t. II, p. 104).
4
El P. Juan Bautista Rubeo, en italiano Rossi (1507-1578), Vicario General en
1562, y electo General en 1564, vino a España en 1566, y después de visitar
Andalucía y Portugal, llegó a Avila hacia el 16-18 de febrero de 1567,
quedando prendado de la persona y de la obra teresiana.
5
Se le hiciese... cabida: C8cf. Vida, c. 2., n. 2 y c. 36, n. 1).
6
Se observaba la Regla primitiva al menos en el convento de religiosos de Monte
Oliveto, cerca de Génova, visitado por Rubeo al venir a España.
7
La patente de 27/4/1567 y la de 16/5/1567 pueden verse en B.M.C., t. V, pp.
333-335.
8
Cf. c. 1, n. 8.
9
No desde Valencia, sino desde Barcelona, con fecha 10 de agostode 1567: la
patente facultaba para fundar dos conventos de frailes reformados
("carmelitas contemplativos") en Castilla. Puede verse el texto de la
patente en Regesta Rubei del P. ZIMMERMAN (Roma 1936), pp. 56-58.
10
Entrambos Provinciales: Alonso González, desde el 12 de abril de 1567, y Angel
de Salazar, su predecesor.
Por
qué medios se comenzó a tratar de hacer el monasterio de San José en Medina
del Campo.
1.
Pues estando yo con todos estos cuidados, acordé de ayudarme de los padres de
la Compañía, que estaban muy aceptos en aquel lugar, en Medina, con quien como
ya tengo escrito en la primera fundación traté mi alma muchos años, y por el
gran bien que la hicieron siempre los tengo particular devoción (1). Escribí
lo que nuestro padre General me había mandado al rector de allí, que acertó a
ser el que me confesó muchos años, como queda dicho, aunque no el nombre.
Llámase Baltasar Alvarez, que al presente es provincial (2). El y los demás
dijeron que harían lo que pudiesen en el caso, y así hicieron mucho para
recaudar la licencia de los del pueblo y del prelado (3), que por ser monasterio
de pobreza en todas partes es dificultoso; y así se tardó algunos días en
negociar.
2.
A esto fue un clérigo muy siervo de Dios y bien desasido de todas las cosas del
mundo, y de mucha oración. Era capellán en el monasterio adonde yo estaba, al
cual le daba el Señor los mismos deseos que a mí, y así me ha ayudado mucho,
como se verá adelante. Llámase Julián de Avila (4).
Pues
ya que tenía la licencia, no tenía casa ni blanca para comprarla. Pues
crédito para fiarme en nada, si el Señor no le diera, ¿cómo le había de
tener una romera como yo? (5) Proveyó el Señor que una doncella muy virtuosa,
para quien no había habido lugar en San José que entrase, sabiendo se hacía
otra casa, me vino a rogar la tomase en ella (6). Esta tenía unas blanquillas,
harto poco, que no era para comprar casa, sino para alquilarla (y así
procuramos una de alquiler) y para ayuda al camino. Sin más arrimo que éste,
salimos de Avila dos monjas de San José y yo, y cuatro de la Encarnación (que
es el monasterio de la Regla mitigada, adonde yo estaba antes que se fundase San
José), con nuestro padre capellán, Julián de Avila (7).
3.
Cuando en la ciudad se supo, hubo mucha murmuración: unos decían que yo estaba
loca; otros esperaban el fin de aquel desatino. Al Obispo según después me ha
dicho le parecía muy grande, aunque entonces no me lo dio a entender ni quiso
estorbarme, porque me tenía mucho amor y no me dar pena. Mis amigos harto me
habían dicho, mas yo hacía poco caso de ello; porque me parecía tan fácil lo
que ellos tenían por dudoso, que no podía persuadirme a que había de dejar de
suceder bien.
Ya
cuando salimos de Avila, había yo escrito a un padre de nuestra Orden, llamado
fray Antonio de Heredia (8), que me comprase una casa, que era entonces prior
del monasterio de frailes que allí hay de nuestra Orden, llamado Santa Ana,
para que me comprase una casa. El lo trató con una señora (9) que le tenía
devoción, que tenía una que se le había caído toda, salvo un cuarto, y era
muy buen puesto. Fue tan buena, que prometió de vendérsela, y así la
concertaron sin pedirle fianzas, ni más fuerza de su palabra; (10) porque, a
pedirlas, no tuviéramos remedio. Todo lo iba disponiendo el Señor. Esta casa
estaba tan si paredes, que a esta causa alquilamos estotra, mientras que
aquélla se aderezaba, que había harto que hacer.
4.
Pues llegando la primera jornada, noche y cansadas por el mal aparejo que
llevábamos, yendo a entrar por Arévalo, salió un clérigo nuestro amigo que
nos tenía una posada en casa de unas devotas mujeres, y díjome en secreto
cómo no teníamos casa; porque estaba cerca de un monasterio de agustinos, y
que ellos resistían que no entrásemos ahí, y que forzado había de haber
pleito (11). ¡Oh, válgame Dios! Cuando Vos, Señor, queréis dar ánimo,
¡qué poco hacen todas las contradicciones! Antes parece me animó,
pareciéndome, pues ya se comenzaba a alborotar el demonio, que se había de
servir el Señor de aquel monasterio. Con todo, le dije que callase, por no
alborotar a las compañeras, en especial a las dos de La Encarnación (12), que
las demás por cualquier trabajo pasaran por mí. La una de estas dos era
supriora entonces de allí, y defendiéronle mucho la salida; entrambas de
buenos deudos, y venían contra su voluntad, porque a todos les parecía
disparate, y después vi yo que les sobraba la razón, que, cuando el Señor es
servido yo funde una casa de éstas, paréceme que ninguna admite mi pensamiento
que me parezca bastante para dejarlo de poner por obra, hasta después de hecho.
Entonces se me ponen juntas las dificultades, como después se verá.
5.
Llegando a la posada, supe que estaba en el lugar un fraile dominico, muy gran
siervo de Dios, con quien yo me había confesado el tiempo que había estado en
San José. Porque en aquella fundación traté mucho de su virtud, aquí no
diré más del nombre, que es el maestro fray Domingo Bañes (13). Tiene muchas
letras y discreción, por cuyo parecer yo me gobernaba, y al suyo no era tan
dificultoso, como en todos, lo que iba a hacer; (14) porque, quien más conoce
de Dios, más fácil se le hacen sus obras, y de algunas mercedes que sabía Su
Majestad me hacía y por lo que había visto en la fundación de San José, todo
le parecía muy posible. Diome gran consuelo cuando le vi; porque con su parecer
todo me parecía iría acertado. Pues, venido allí, díjele muy en secreto lo
que pasaba. A él le pareció que presto podríamos concluir el negocio de los
agustinos; mas a mí hacíaseme recia cosa cualquier tardanza, por no saber qué
hacer de tantas monjas; y así pasamos todas con cuidado aquella noche, que
luego lo dijeron en la posada a todas.
6.
Luego, de mañana, llegó allí el prior de nuestra Orden fray Antonio, y dijo
que la casa que tenía concertado de comprar era bastante y tenía un portal
adonde se podía hacer una iglesia pequeña, aderezándole con algunos paños.
En esto nos determinamos; al menos a mí parecióme muy bien, porque la más
brevedad era lo que mejor nos convenía, por estar fuera de nuestros
monasterios, y también porque temía alguna contradicción, como estaba
escarmentada de la fundación primera. Y así quería que, antes que se
entendiese, estuviese ya tomada la posesión, y así nos determinamos a que
luego se hiciese. En esto mismo vino el padre maestro fray Domingo.
7.
Llegamos a Medina del Campo, víspera de nuestra Señora de agosto, a las doce
de la noche. Apeámonos en el monasterio de Santa Ana, por no hacer ruido, y a
pie nos fuimos a la casa. Fue harta misericordia del Señor, que aquella hora
encerraban toros para correr otro día, no nos topar alguno. Con el
embebecimiento que llevábamos, no había acuerdo de nada; mas el Señor que
siempre le tiene de los que desean su servicio, nos libró, que cierto allí no
se pretendía otra cosa.
8.
Llegadas a la casa, entramos en un patio. Las paredes harto caídas me
parecieron, mas no tanto como cuando fue de día se pareció. Parece que el
Señor había querido se cegase aquel bendito padre para ver que no convenía
poner allí Santísimo Sacramento. Visto el portal, había bien que quitar
tierra de él, a teja vana, las paredes sin embarrar, la noche era corta, y no
traíamos sino unos reposteros, creo eran tres: para toda la largura que tenía
el portal era nada. Yo no sabía qué hacer, porque vi no convenía poner allí
altar. Plugo al Señor, que quería luego se hiciese, que el mayordomo de
aquella señora (15) tenía muchos tapices de ella en casa, y una cama de
damasco azul, y había dicho nos diesen lo que quisiésemos, que era muy buena.
9.
Yo, cuando vi tan buen aparejo, alabé al Señor, y así harían las demás;
aunque no sabíamos qué hacer de clavos, ni era hora de comprarlos.
Comenzáronse a buscar de las paredes; en fin, con trabajo, se halló recaudo.
Unos a entapizar, nosotras a limpiar el suelo, nos dimos tan buena prisa, que
cuando amanecía, estaba puesto el altar, y la campanilla en un corredor, y
luego se dijo la misa (16). Esto bastaba para tomar la posesión. No se cayó en
ello, sino que pusimos el Santísimo Sacramento (17), y desde unas resquicias de
una puerta que estaba frontero, veíamos misa, que no había otra parte.
10.
Yo estaba hasta esto muy contenta, porque para mí es grandísimo consuelo ver
una iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento. Mas poco me duró. Porque,
como se acabó misa, llegué por un poquito de una ventana a mirar el patio y vi
todas las paredes por algunas partes en el suelo, que para remediarlo era
menester muchos días. ¡Oh válgame Dios! Cuando yo vi a Su Majestad puesto en
la calle, en tiempo tan peligroso como ahora estamos por estos luteranos, ¡qué
fue la congoja que vino a mi corazón!
11.
Con esto se juntaron todas las dificultades que podían poner los que mucho lo
habían murmurado, y entendí claro que tenían razón. Parecíame imposible ir
adelante con lo que había comenzado, porque así como antes todo me parecía
fácil mirando a que se hacía por Dios, así ahora la tentación estrechaba de
manera su poder, que no parecía haber recibido ninguna merced suya; sólo mi
bajeza y poco poder tenía presente. Pues arrimada a cosa tan miserable, ¿qué
buen suceso podía esperar? Y a ser sola, paréceme lo pasara mejor; mas pensar
habían de tornar las compañeras a su casa, con la contradicción que habían
salido, hacíaseme recio. También me parecía que, errado este principio, no
había lugar todo lo que yo tenía entendido había de hacer el Señor adelante.
Luego se añadía el temor si era ilusión lo que en la oración había
entendido, que no era la menor pena, sino la mayor; porque me daba grandísimo
temor si me había de engañar el demonio.
¡Oh
Dios mío! ¡Qué cosa es ver un alma, que Vos queréis dejar que pene! Por
cierto, cuando se me acuerda esta aflicción y otras algunas que he tenido en
estas fundaciones, no me parece hay que hacer caso de los trabajos corporales,
aunque han sido hartos, en esta comparación.
12.
Con toda esta fatiga que me tenía bien apretada, no daba a entender ninguna
cosa a las compañeras, porque no las quería fatigar más de lo que estaban.
Pasé con este trabajo hasta la tarde, que envió el rector de la Compañía a
verme con un padre que me animó y consoló mucho. Yo no le dije todas las penas
que tenía, sino sólo la que me daba vernos en la calle. Comencé a tratar de
que se nos buscase casa alquilada, costase lo que costase, para pasarnos a ella,
mientras aquello se remediaba, y comencéme a consolar de ver la mucha gente que
venía, y ninguno cayó en nuestro desatino, que fue misericordia de Dios,
porque fuera muy acertado quitarnos el Santísimo Sacramento. Ahora considero yo
mi bobería y el poco advertir de todos en no consumirle; sino que me parecía,
si esto se hiciera, era todo deshecho.
13.
Por mucho que se procuraba, no se halló casa alquilada en todo el lugar; que yo
pasaba harto penosas noches y días. Porque, aunque siempre dejaba hombres que
velasen el Santísimo Sacramento, estaba con cuidado si se dormían; y así me
levantaba a mirarlo de noche por una ventana, que hacía muy clara luna, y
podíalo bien ver. Todos estos días era mucha la gente que venía, y no sólo
no les parecía mal, sino poníales devoción de ver a nuestro Señor otra vez
en el portal. Y Su Majestad, como quien nunca se cansa de humillarse por
nosotros, no parece quería salir de él.
14.
Ya después de ocho días, viendo un mercader la necesidad (que posaba en una
muy buena casa), díjonos fuésemos a lo alto de ella, que podíamos estar como
en casa propia (18). Tenía una sala muy grande y dorada, que nos dio para
iglesia. Y una señora que vivía junto a la casa que compramos, llamada doña
Elena de Quiroga (19), gran sierva de Dios, dijo que me ayudaría para que luego
se comenzase a hacer una capilla para donde estuviese el Santísimo Sacramento y
también para acomodarnos cómo estuviésemos encerradas. Otras personas nos
daban harta limosna para comer, mas esta señora fue la que más me socorrió.
15.
Ya con esto comencé a tener sosiego, porque adonde nos fuimos estábamos con
todo encerramiento, y comenzamos a decir las horas, y en la casa se daba el buen
prior mucha prisa, que pasó harto trabajo. Con todo tardaría dos meses; más
púsose de manera, que pudimos estar algunos años razonablemente. Después lo
ha ido nuestro Señor mejorando.
16.
Estando aquí yo, todavía tenía cuidado de los monasterios de los frailes, y
como no tenía ninguno como he dicho (20) no sabía qué hacer; y así me
determiné muy en secreto a tratarlo con el prior de allí, para ver qué me
aconsejaba, y así lo hice. El se alegró mucho cuando lo supo y me prometió
que sería el primero. Yo lo tuve por cosa de burla, y así se lo dije; porque,
aunque siempre fue buen fraile y recogido y muy estudioso y amigo de su celda,
que era letrado, para principio semejante no me pareció sería, ni tendría
espíritu ni llevaría adelante el rigor que era menester, por ser delicado y no
mostrado a ello. El me aseguraba mucho, y certificó que había muchos días que
el Señor le llamaba para vida más estrecha; y así tenía ya determinado de
irse a los cartujos y le tenían ya dicho le recibirían. Con todo esto, no
estaba muy satisfecha, aunque me alegraba de oírle, y roguéle que nos
detuviésemos algún tiempo y él se ejercitase en las cosas que había de
prometer. Y así se hizo, que se pasó un año, y en éste le sucedieron tantos
trabajos y persecuciones de muchos testimonios, que parece el Señor le quería
probar; y él lo llevaba todo tan bien y se iba aprovechando tanto, que yo
alababa a nuestro Señor, y me parecía le iba Su Majestad disponiendo para
esto.
17.
Poco después acertó a venir allí un padre de poca edad, que estaba estudiando
en Salamanca, y él fue con otro por compañero, el cual me dijo grandes cosas
de la vida que este padre hacía. Llámase fray Juan de la Cruz. Yo alabé a
nuestro Señor, y hablándole, contentóme mucho, y supe de él cómo se quería
también ir a los cartujos (21). Yo le dije lo que pretendía y le rogué mucho
esperase hasta que el Señor nos diese monasterio, y el gran bien que sería, si
había de mejorarse, ser en su misma Orden, y cuánto más serviría al Señor.
El me dio la palabra de hacerlo, con que no se tardase mucho. Cuando yo vi ya
que tenía dos frailes para comenzar, parecióme estaba hecho el negocio, aunque
todavía no estaba tan satisfecha del prior, y así aguardaba algún tiempo y
también por tener adonde comenzar.
18.
Las monjas iban ganando crédito en el pueblo y tomando con ellas mucha
devoción, y, a mi parecer, con razón; porque no entendían sino en cómo
pudiese cada una más servir a nuestro Señor. En todo iban con la manera del
proceder que en San José de Avila, por ser una misma la Regla y Constituciones.
Comenzó
el Señor a llamar a algunas para tomar el hábito; y eran tantas las mercedes
que les hacía, que yo estaba espantada. Sea por siempre bendito, amén; que no
parece aguarda más de a ser querido para querer.
NOTAS
CAPÍTULO 3
1
En la historia de la primera fundación, es decir, en los capítulos finales del
libro de la Vida. Véase lo dicho en el n. 2 del prólogo de Fund.
2
El P. Baltasar (1533-1580) no era de hecho Provincial por aquellas fechas
(1573), sino substituto del P. Gil González Dávila, Provincial que el año
anterior había salido para Roma.
3
El Prelado era D. Pedro González de Mendoza, Obispo de Salamanca, a cuya
diócesis pertenecía Medina.
4
Julián de Avila (1572-1605), hermano de María de San José (Dávila), una de
las cuatro fundadoras del primer Carmelo Teresiano. Acompañó a la Santa en
numerosos viajes y se preció de ser su "escudero".
5
Romera: pobre peregrina o andariega que hace su viaje de limosna. Con fino humor
teresiano, la Santa se lo llama a sí misma. - Poco antes: ni blanca (= moneda
de escaso valor), recuérdese que equivale a nuestro "sin un
céntimo".
6
Era Isabel Fontecha, en el Carmelo Isabel de Jesús, avilesa.
7
De San José tomó a María Bautista y Ana de los Angeles. De la Encarnación, a
Inés de Jesús y Ana de la Encarnación (Tapia), y a Teresa de la Columna
(Quesada) e Isabel de la Cruz (Arias).
8
Antonio de Heredia (en la Reforma Teresiana, Antonio de Jesús), 1510-1601,
inició enseguida la Reforma con San Juan de la Cruz. Véanse los nn. 16-17.
9
Doña María Suárez, señora de Fuente el Sol.
10
O sea: ni más fuerza que su palabra.
11
Era el convento de Nuestra Señora de Gracia. - El clérigo nuestro amigo se
llamaba Alonso Esteban.
12
Estas dos, de las cuatro venidas de la Encarnación, eran Isabel Arias y Teresa
de Quesada. Era Supriora la primera. - Defendiéronle la salida: en la acepción
de impedir, embarazar.
13
En aquella fundación, es decir, en la historia de la fundación de San José de
Avila. Sin embargo no es cierto que en ella habló mucho el P. Báñez: cf. c.
36, n. 15, y quizá c. 34, n. 14 y c. 39, n. 3.
14
Es decir: al parecer del P. Báñez la fundación no era tan dificultosa como
según el parecer de todos (pasaje generalmente corrompido por los editores). -
Iba hacer, elidió de nuevo la Santa. - Sigue una frase equívoca por culpa de
una construcción muy teresiana; equivale a: algunas mercedes que él sabía me
hacía Su Majestad.
15
Doña María Suárez (cf. el n. 3).
16
"Al rayar el sol, estando ya todo dispuesto y revestido el P. Prior para la
primera misa..., tañeron una campanilla las religiosas llamando a los fieles a
misa con grande espanto de la vecindad por la inopinada novedad. Acudió tanta
gente que no cabía en el portal, y viendo un monasterio hecho de la noche a la
mañana, mirábanse unos a otros, y ocupados del susto, no sabían qué
decir" (FRANCISCO DE S. MARIA, Reforma..., t. I, L. 2, c. 5).
17
Equivocadamente creía entonces la Santa que sin Santísimo no podía existir la
fundación (cf. el n. 12). Sólo años más tarde (1570) salió de este error,
al fundar el Carmelo de Salamanca (cf. c. 19, n. 3).
18
Llamábase este mercader Blas de Medina.
19
Era sobrina del Cardenal Quiroga y posteriormente tomó el hábito de carmelita
descalza (1581) con el nombre de Elena de Jesús en este Carmelo de Medina,
donde por aquellas fechas era ya religiosa su hija Jerónima de la Encarnación.
- En el texto las palabras de Quiroga fueron intercaladas entre líneas por la
propia Santa.
20
Cf. el c. 2, nn. 5-6.
21 Los dos estudiantes de la Salamanca eran fr. Pedro de Orozco y San Juan de la Cruz, entonces fr. Juan de Santo Matía. La cartuja tomada de mira por el segundo era la del Paular (Segovia).
En
que trata de algunas mercedes que el Señor hace a las monjas de estos
monasterios, y dase aviso a las prioras de cómo se ha de haber en ellas.
1.
Hame parecido, antes que vaya más adelante (porque no sé el tiempo que el
Señor me dará de vida ni de lugar, y ahora parece tengo un poco), de dar
algunos avisos para que las prioras se sepan entender y lleven las súbditas con
más aprovechamiento de sus almas, aunque no con tanto gusto suyo.
Hase
de advertir que cuando me han mandado escribir estas fundaciones (dejado la
primera de San José de Avila, que se escribió luego), están fundados, con el
favor del Señor, otros siete hasta el de Alba de Tormes, que es el postrero de
ellos; y la causa de no se haber fundado más, ha sido el atarme los prelados en
otra cosa, como adelante se verá (1).
2.
Pues mirando a lo que sucede de cosas espirituales en estos años en estos
monasterios, he visto la necesidad que hay de lo que quiero decir. Plega a
nuestro Señor que acierte conforme a lo que veo es menester. Y pues no son
engaños, es menester no estén (2) los espíritus amedrentados. Porque, como en
otras partes he dicho, en algunas cosillas que para las hermanas he escrito (3),
yendo con limpia conciencia y con obediencia, nunca el Señor permite que el
demonio tenga tanta mano que nos engañe de manera que pueda dañar el alma;
antes viene él a quedar engañado. Y como esto entiende, creo no hace tanto mal
como nuestra imaginación y malos humores, en especial si hay melancolía;
porque el natural de las mujeres es flaco, y el amor propio que reina en
nosotras muy sutil. Y así han venido a mí personas, así hombres como mujeres,
muchas, junto con las monjas de estas casas, adonde claramente he conocido que
muchas veces se engañan a sí mismas sin querer. Bien creo que el demonio se
debe entremeter para burlarnos; mas de muy muchas que, como digo, he visto, por
la bondad del Señor no he entendido que las haya dejado de su mano. Por ventura
quiere ejercitarlas en estas quiebras para que salgan experimentadas.
3.
Están, por nuestros pecados, tan caídas en el mundo las cosas de oración y
perfección, que es menester declararme de esta suerte; porque, aun sin ver
peligro, temen de andar este camino, ¿qué sería si dijésemos alguno? Aunque,
a la verdad, en todo le hay y para todo es menester, mientras vivimos, ir con
temor y pidiendo al Señor nos enseñe y no desampare. Mas, como creo dije una
vez (4), si en algo puede dejar de haber muy menos peligro es en los que más se
llegan a pensar en Dios y procuran perfeccionar su vida.
4.
Como, Señor mío, vemos que nos libráis muchas veces de los peligros en que
nos ponemos, aun para ser contra Vos, ¿cómo es de creer que no nos libraréis,
cuando no se pretende cosa más que contentaros y regalarnos con Vos? Jamás
esto puedo creer. Podría ser que por otros juicios secretos de Dios permitiese
algunas cosas que así como así habían de suceder; mas el bien nunca trajo
mal. Así que esto sirva de procurar caminar mejor el camino, para contentar
mejor a nuestro Esposo y hallarle más presto, mas no de dejarle de andar; y
para animarnos a andar con fortaleza camino de puertos tan ásperos, como es el
de esta vida, mas no para acobardarnos en andarle. Pues, en fin, fin, yendo con
humildad, mediante la misericordia de Dios, hemos de llegar a aquella ciudad de
Jerusalén, adonde todo se nos hará poco lo que se ha padecido, o nonada, en
comparación de lo que se goza.
5.
Pues comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen nuestra Señora,
comenzó la divina Majestad a mostrar sus grandezas en esta mujercitas flacas,
aunque fuertes en los deseos y en el desasirse de todo lo criado, que debe ser
lo que más junta el alma con su Criador, yendo con limpia conciencia. Esto no
había menester señalar, porque si el desasimiento es verdadero, paréceme no
es posible sin él no ofender al Señor. Como todas las pláticas y trato no
salen de él, así Su Majestad no parece se quiere quitar de con ellas. Esto es
lo que veo ahora y con verdad puedo decir. Teman las que están por venir y esto
leyeren; y si no vieren lo que ahora hay, no lo echen a los tiempos, que para
hacer Dios grandes mercedes a quien de veras le sirve, siempre es tiempo, y
procuren mirar si hay quiebra en esto y enmendarla.
6.
Oigo algunas veces de los principios de las órdenes decir que, como eran los
cimientos, hacía el Señor mayores mercedes a aquellos santos nuestros pasados.
Y es así. Mas siempre habíamos de mirar que son cimientos de los que están
por venir (5). Porque si ahora los que vivimos, no hubiésemos caído de lo que
los pasados, y los que viniesen después de nosotros hiciesen otro tanto,
siempre estaría firme el edificio. ¿Qué me aprovecha a mí que los santos
pasados hayan sido tales, si yo soy tan ruin después, que dejo estragado con la
mala costumbre el edificio? Porque está claro que los que vienen no se acuerdan
tanto de los que ha muchos años que pasaron, como de los que ven presentes.
Donosa cosa es que lo eche yo a no ser de las primeras, y no mire la diferencia
que hay de mi vida y virtudes a la de aquéllos a quien Dios hacía tan grandes
mercedes.
No
trato de los que fundan las Religiones, que como los escogió Dios para gran
oficio, dioles más gracia (6).
7.
¡Oh válgame Dios! ¡Qué disculpas tan torcidas y qué engaños tan
manifiestos! Pésame a mí, mi Dios, de ser tan ruin y tan poco en vuestro
servicio; mas bien sé que está la falta en mí, de no me hacer las mercedes
que a mis pasados. Lastímame mi vida, Señor, cuando la cotejo con la suya y no
lo puedo decir sin lágrimas. Veo que he perdido yo lo que ellos trabajaron y
que en ninguna manera me puedo quejar de Vos; ni ninguna es bien que se queje,
sino que, si viere va cayendo en algo su Orden, procure ser piedra tal con que
se torne a levantar el edificio, que el Señor ayudará para ello.
8.
Pues tornando a lo que decía que me he divertido mucho (7) son tantas las
mercedes que el Señor hace en estas casas, que si hay una o dos en cada una que
la lleve Dios ahora por meditación, todas las demás llegan a contemplación
perfecta; algunas van tan adelante, que llegan a arrobamiento (8). A otras hace
el Señor merced por otra suerte, junto con esto de darles revelaciones, y
visiones, que claramente se entiende ser de Dios; no hay ahora casa que no haya
una o dos o tres de éstas. Bien entiendo que no está en esto la santidad, ni
es mi intención loarlas solamente; sino para que se entienda que no es sin
propósito los avisos que quiero decir.
NOTAS
CAPÍTULO 4
1
Recuérdese que historió la fundación de San José (Vida, cc. 32-36) entre
1562 y 1565; de este último año es la redacción que actualmente poseemos. El
presente capítulo de Fund. lo escribe en los últimos meses de 1573. Para esa
fecha había fundado los conventos de AAvila (1562), Medina (1567), Malagón
(1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570) y
Alba de Tormes (1571). - La causa de no se haber fundado más, fue el haber sido
nombrada la Santa Priora del monasterio de la Encarnación de Avila (octubre de
1571), de donde salió para Salamanca en julio de 1573.
2
El no fue añadido entre líneas por el P. Gracián.
3
Repetidas veces en el Camino: véase el c. 40, n. 4.
4
Camino, c. 21, n. 7 y passim; Vida, c. 20.
5
Precede una frase tachada por la Santa y substituida por "y es así,
mas"; la enmienda fue motivada probablemente por dos notas de Gracián, una
marginal y otra interlineal, ambas ilegibles. Gracián enmendó asimismo la
frase siguiente, introduciendo el y negrito, cambiando habíamos en habían y
porque en y.
6
En el autógrafo, esta última cláusula fue añadida por la Santa al margen. La
añadidura fue motivada probablemente por el mismo escrúpulo que ocasionó la
tacha del n. anterior. - Todo el pasaje que precede (des "Pésame a mí, mi
Dios...") fue incluido entre dos llaves o líneas verticales, quizá por la
Santa misma. - En la edición príncipe se omitió la anotación marginal.
7
Reanuda el tema del n. 5.
8 Pasaje célebre por las enmiendas introducidas por Gracián en el autógrafo y la historia de sus ediciones mendosas durante tres siglos, con su séquito de polémicas. Tras las enmiendas de Gracián, el autógrafo dice: "son tantas las mercedes que el Sr. hace en estas casas, que [tacha si hay... ahora"] llevándolas Dios a todas por meditación, algunas [tacha: todas las demás] llegan a contemplación perfecta, y otras [tacha: algunas] van tan adelante que llegan a arrobamientos y a otras...".