CAPÍTULO VII

PRIMEROS AÑOS EN EL CARMELO (1888­1890)

El lunes 9 de abril, día en que el Carmelo celebraba la fiesta de la Anunciación, trasladada a causa de la cuaresma, fue el día elegido para mi entrada.

La víspera, toda la familia se reunió en torno a la mesa, a la que yo iba a sentarme por última vez. ¡Ay, qué desgarradoras son estas reuniones íntimas...! Cuando una quisiera pasar inadvertida, te prodigan las caricias y las palabras más tiernas, y te hacen más duro el sacrificio de la separación...

Mi rey querido apenas hablaba, pero su mirada se posaba en mí con amor... Mi tía lloraba de vez en cuando, y mi tío me dispensaba mil atenciones de cariño. También Juana y María me colmaban de delicadezas, sobre todo María, que, [69rº] llevándome aparte, me pidió perdón por todo lo que creía haberme hecho sufrir. Y finalmente, mi querida Leonia, que había vuelto de la Visitación hacía algunos meses, me colmaba como nadie de besos y caricias.

Sólo de Celina no he dicho nada. Pero ya puedes imaginarte, Madre querida, cómo transcurrió la última noche en que dormimos juntas...

En la mañana del gran día, tras echar una última mirada a los Buissonnets, nido cálido de mi niñez que ya no volvería a ver, partí del brazo de mi querido rey para subir a la montaña del Carmelo...

Al igual que la víspera, toda la familia se reunió para escuchar la santa Misa y recibir la comunión. En cuanto Jesús bajó al corazón de mis parientes queridos, ya no escuché a mi alrededor más que sollozos. Yo fui la única que no lloró, pero sentí latir mi corazón con tanta fuerza, que, cuando vinieron a decirnos que nos acercáramos a la puerta claustral, me parecía imposible dar un solo paso. Me acerqué, sin embargo, pero preguntándome si no iría a morirme, a causa de los fuertes latidos de mi corazón... ¡Ah, qué momento aquél! Hay que pasar por él para entenderlo...

Mi emoción no se tradujo al exterior. Después de abrazar a todos los miembros de mi familia querida, me puse de rodillas ante mi incomparable padre, pidiéndole su bendición. Para dármela, también él se puso de rodillas, y me bendijo llorando...

¡El espectáculo de aquel anciano ofreciendo su hija al Señor, cuando aún estaba en la primavera de la vida, tuvo que hacer sonreír a los ángeles...!

Pocos instantes después, se cerraron tras de mí las puertas del arca santa112 y recibí los abrazos de las hermanas queridas que me habían hecho de madres y a las que en adelante tomaría por modelo de mis actos...

Por fin, mis deseos se veían cumplidos. Mi alma sentía una PAZ tan dulce y tan profunda, que no acierto a [69vº] describirla. Y desde hace siete años y medio esta paz íntima me ha acompañado siempre, y no me ha abandonado ni siquiera en medio de las mayores tribulaciones.

Como a todas las postulantes, inmediatamente después de mi entrada, me llevaron al coro. Estaba en penumbra, porque estaba expuesto el Santísimo, y lo primero que atrajo mi mirada fueron los ojos de nuestra santa Madre Genoveva, que se clavaron en mí. Estuve un momento arrodillada a sus pies, dando gracias a Dios por el don que me concedía de conocer a una santa, y luego seguí a nuestra Madre María de Gonzaga a los diferentes lugares de la comunidad. Todo me parecía maravilloso. Me creía transportada a un desierto. Nuestra113 celdita, sobre todo, me encantaba.

Pero la alegría que sentía era una alegría serena. Ni el más ligero céfiro hacía ondular las tranquilas aguas sobre las que navegaba mi barquilla, ni una sola nube oscurecía mi cielo azul... Sí, me sentía plenamente compensada de todas mis pruebas... ¡Con qué alegría tan honda repetía estas palabras: "Estoy aquí, para siempre, para siempre..."!

Aquella dicha no era efímera, no se desvanecería con las ilusiones de los primeros días. ¡Las ilusiones! Dios me concedió la gracia de no llevar NINGUNA al entrar en el Carmelo. Encontré la vida religiosa tal como me la había imaginado. Ningún sacrificio me extrañó. Y sin embargo, tú sabes bien, Madre querida, que mis primeros pasos encontraron más espinas que rosas...

Sí, el sufrimiento me tendió los brazos, y yo me arrojé en ellos con amor... A los pies de Jesús­Hostia, en el interrogatorio que precedió a mi profesión, declaré lo que venía a hacer en el Carmelo: "He venido para salvar almas, y, sobre todo, para orar por los sacerdotes".

Cuando se quiere alcanzar una meta, hay que poner los medios para ello. Jesús me hizo comprender que las almas quería dármelas por medio de la cruz; y mi anhelo de sufrir creció a medida que aumentaba el sufrimiento.

Durante cinco años, éste fue mi camino. Pero, [70rº] al exterior, nada revelaba mi sufrimiento, tanto más doloroso cuanto que sólo yo lo conocía. ¡Qué sorpresas nos llevaremos al fin del mundo cuando leamos la historia de las almas...! ¡Y cuántas personas se quedarán asombradas al conocer el camino por el que fue conducida la mía...!

Confesión con el P. Pichon

Esto es tan verdad, que dos meses después de mi entrada, cuando vino el P. Pichon para la profesión de sor María del Sagrado Corazón, se quedó sorprendido al ver lo que Dios estaba obrando en mi alma, y me dijo que, la víspera, al verme hacer oración en el coro, mi fervor le pareció totalmente infantil y muy dulce mi camino.

Mi entrevista con el Padre fue para mí un consuelo muy grande, aunque velado por las lágrimas a causa de la dificultad que encontré para abrirle mi alma.

Hice, no obstante, una confesión general, como nunca la había hecho. Al terminar, el Padre me dijo estas palabras, las más consoladoras que jamás hayan resonado en los oídos de mi alma: "En presencia de Dios, de la Santísima Virgen y de todos los santos, declaro que nunca has cometido ni un solo pecado mortal". Y luego añadió: Da gracias a Dios por todo lo que hace por ti, pues, si te abandonase, en vez de ser un pequeño ángel, serías un pequeño demonio.

¡No, no me costó nada creerlo! Sabía lo débil e imperfecta que era. Pero la gratitud embargaba mi alma. Tenía tanto miedo de haber empañado la vestidura de mi bautismo, que una garantía como aquélla, salida de la boca de un director espiritual como los quería nuestra Madre santa Teresa -es decir, que uniesen la ciencia y la virtud114-, me parecía como salida de la misma boca de Jesús...

El Padre me dijo también estas palabras que se me grabaron dulcemente en el corazón: "Hija mía, que Nuestro Señor sea siempre tu superior y tu maestra de novicias".

Teresa y sus superioras

De hecho, lo fue. Y también "mi director espiritual". No quiero decir con esto que mi alma estuviese cerrada a cal y canto para mis superioras. No, más bien siempre he procurado que fuese para ellas un libro [70vº] abierto. Pero nuestra Madre estaba enferma con frecuencia y tenía poco tiempo para ocuparse de mí115. Sé que me quería mucho y que hablaba muy bien de mí. Sin embargo, Dios permitió que, sin darse cuenta, fuese MUY DURA. No podía cruzarme con ella sin tener que besar el suelo116. Y lo mismo ocurría en las escasas conferencias espirituales que tenía con ella...

¡Qué gracia inestimable...! ¡Cómo actuaba Dios visiblemente a través de la que estaba en su lugar...! ¿Qué habría sido de mí si, como pensaba la gente del mundo, hubiese sido "el juguete" de la comunidad...? Quizás, en lugar de ver a Nuestro Señor en mis superioras, no me hubiera fijado más que en las personas; y entonces mi corazón, que había estado tan protegido en el mundo, se habría atado humanamente en el claustro... Gracias a Dios, no caí en esa trampa. Cierto, que yo quería mucho a nuestra Madre, pero con un afecto puro que me elevaba hacia el Esposo de mi alma...

Nuestra maestra de novicias era una verdadera santa, el tipo acabado de las primitivas carmelitas. Yo pasaba todo el día a su lado, pues era la que me enseñaba a trabajar.

Su bondad para conmigo no tenía límites, y, sin embargo, mi alma no lograba expansionarse con ella... Me suponía un gran esfuerzo hacer con ella la conferencia espiritual. Como no estaba acostumbrada a hablar de mi alma, no sabía cómo expresar lo que sucedía en mi interior. Una Madre ya mayor intuyó un día lo que me pasaba y me dijo, sonriendo, en la recreación: -"Hijita, me parece que tú no debes de tener gran cosa que decir a las superioras". -"¿Por qué dice eso, Madre...?" -"Porque tu alma es extremadamente sencilla ; y cuando seas perfecta, serás más sencilla todavía, pues cuanto uno más se acerca a Dios, más se simplifica".

Aquella anciana Madre tenía razón. No obstante, la dificultad que yo tenía para abrir mi alma, aun cuando proviniese de mi sencillez, era un auténtico problema para mí. Lo reconozco hoy que, sin dejar de ser sencilla, [71rº] expreso con gran facilidad lo que pienso.

He dicho que Jesús había sido "mi director espiritual". Cuando entré en el Carmelo, conocí al que podía haberlo sido. Pero apenas me había admitido entre el número de sus hijas, tuvo que partir para el exilio... Así que sólo lo conocí para perderle enseguida... Reducida a no recibir de él más que una carta al año, por doce que yo le escribía, pronto mi corazón se volvió hacia el Director de los directores, y él fue quien me instruyó en esa ciencia escondida a los sabios y a los prudentes, que él quiere revelar a los más pequeños...

La Santa Faz

La florecita trasplantada a la montaña del Carmelo tenía que abrirse a la sombra de la cruz; las lágrimas y la sangre de Jesús fueron su rocío, y su Faz adorable velada por el llanto fue su sol...

Hasta entonces todavía no había yo sondeado la profundidad de los tesoros escondidos en la Santa Faz117. Fuiste tú, Madre querida, quien me enseñó a conocerlos. Lo mismo que, hacía años, nos habías precedido a las demás en el Carmelo, así también fuiste tú la primera en penetrar los misterios de amor ocultos en el rostro de nuestro Esposo. Entonces tú me llamaste, y comprendí...

Comprendí en qué consistía la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me hizo ver que la verdadera sabiduría consiste en "querer ser ignorada y tenida en nada", en "cifrar la propia alegría en el desprecio de sí mismo"118.

Sí, yo quería que "mi rostro", como el de Jesús, "estuviera verdaderamente escondido, y que nadie en la tierra me reconociese". Tenía sed de sufrir y de ser olvidada...

¡Qué misericordioso es el camino por donde me ha llevado siempre Dios! Nunca me ha hecho desear algo que luego no me haya concedido. Por eso, su cáliz amargo siempre me ha parecido delicioso...

Pasadas las fiestas radiantes del mes de mayo -las fiestas de la profesión y de la toma de velo [71vº] de nuestra querida María, la mayor de la familia, a quien la más pequeña tuvo la dicha de coronar el día de sus bodas-, tenía que visitarnos la tribulación...

Ya el año anterior, en el mes de mayo, papá había sufrido un ataque de parálisis en las piernas, y la cosa nos preocupó mucho. Pero la fuerte constitución de mi querido rey hizo que se recuperara pronto, y nuestros temores desaparecieron. Sin embargo, durante el viaje a Roma, notamos más de una vez que se cansaba fácilmente y que no estaba tan alegre como de costumbre...

Lo que yo observé, sobre todo, fueron los progresos que papá hacía en la perfección. A ejemplo de san Francisco de Sales, había llegado a dominar su impulsividad natural hasta tal punto, que parecía tener el temperamento más dulce del mundo... Las cosas de la tierra apenas parecían rozarle, y se sobreponía fácilmente a las contrariedades de la vida.

En una palabra, Dios lo inundaba de consuelos. Durante sus visitas diarias al Santísimo, se le llenaban con frecuencia los ojos de lágrimas y su rostro reflejaba una dicha celestial...

Cuando Leonia salió de la Visitación, no se disgustó ni se quejó a Dios porque no hubiera escuchado las oraciones que le había dirigido para obtener la vocación de su querida hija. Hasta fue a buscarla con cierta alegría...

Y he aquí con qué fe aceptó papá la separación de su reinecita. Se la anunció en estos términos a sus amigos de Alençon: "Queridísimos amigos: ¡Teresa, mi reinecita, entró ayer en el Carmelo...! Sólo Dios puede exigir tal sacrificio... No me tengáis lástima, pues mi corazón rebosa de alegría."

Había llegado la hora de que un servidor tan fiel recibiera el premio de sus trabajos. Y era justo que su salario fuera parecido al que Dios dio al Rey del cielo, a su Hijo único... Papá acababa de hacer a Dios ofrenda de un altar119, y él fue la víctima escogida para ser inmolada en él con el Cordero sin mancha.

[72rº] Tú ya conoces, Madre querida, nuestras amarguras del mes de junio -y, sobre todo, las del día 24- del año 1888120. Esos recuerdos han quedado demasiado grabados en el fondo de nuestros corazones para que haga falta escribirlos... ¡Cuánto sufrimos, Madre querida...! ¡Y aquello no era más que el principio de nuestra tribulación...!

Toma de hábito

Entretanto, había llegado la fecha de mi toma de hábito. Fui aprobada por el capítulo conventual. Pero ¿cómo pensar en una ceremonia solemne? Ya se hablaba de darme el santo hábito sin hacerme salir de la clausura121, cuando se optó por esperar.

Contra toda esperanza, nuestro padre querido se repuso de su segundo ataque, y Monseñor fijó la ceremonia para el día 10 de enero.

La espera había sido larga, pero, también, ¡qué hermosa fue la fiesta...! No faltó nada, nada, ni siquiera la nieve...

No sé si te he hablado ya de mi amor a la nieve... Cuando aún era muy pequeña, me fascinaba su blancura. Uno de mis mayores deleites era pasearme bajo los copos de nieve. ¿De dónde me venía esta afición a la nieve...? Tal vez de que, siendo yo una florecita invernal, el primer ropaje con que mis ojos de niña vieron adornada a la naturaleza debió ser su manto blanco...

Lo cierto es que siempre había deseado que, el día de mi toma de hábito, la naturaleza estuviese vestida de blanco como yo. La víspera de ese hermoso día, yo miraba tristemente el cielo plomizo, del que de vez en cuando se desprendía una lluvia fina; pero la temperatura era tan suave, que ya no esperaba que nevase.

A la mañana siguiente, el cielo no había cambiado. Sin embargo, la fiesta resultó maravillosa, y la flor más bella, la más preciosa de todas, fue mi rey querido. Nunca había estado tan guapo y tan digno... Fue la admiración de todo el mundo. Aquel día fue su triunfo, su última fiesta aquí en la tierra. Había entregado todas sus hijas a Dios, pues cuando Celina le confió su vocación, él había llorado de alegría, y había ido a dar gracias a Quien "le hacía el honor de tomar para sí a todas sus hijas".

[72vº] Al final de la ceremonia, Monseñor entonó el Te Deum. Un sacerdote trató de advertirle que aquel cántico sólo se cantaba en las profesiones, pero ya estaba entonado, y el himno de acción de gracias se cantó hasta el final.

¿No debía ser completa aquella fiesta, si en ella se resumían todas las demás...? Después de abrazar por última vez a mi rey querido, volví a entrar en la clausura. Lo primero que vi en el claustro fue a "mi Niño Jesús color rosa122" sonriéndome en medio de flores y de luces. Inmediatamente después mi mirada se posó sobre los copos de nieve... ¡El patio estaba blanco, como yo!

¡Qué delicadeza la de Jesús! En atención a los deseos de su prometida, le regalaba nieve... ¡Nieve! ¿Qué mortal, por poderoso que sea, puede hacer caer nieve del cielo para hechizar a su amada...? Tal vez la gente del mundo se hizo esta pregunta; lo cierto es que la nieve de mi toma de hábito les pareció un pequeño milagro y que toda la ciudad se extrañó. Les pareció rara mi afición por la nieve... ¡Tanto mejor! Eso hizo resaltar aún más la incomprensible condescendencia del Esposo de las vírgenes..., de ese Dios que siente un cariño especial por los lirios blancos como la NIEVE...

Monseñor entró en clausura después de la ceremonia, y estuvo conmigo muy paternal. Creo que estaba orgulloso de que lo hubiera conseguido, y decía a todo el mundo que yo era "su hijita". Siempre que Su Excelencia volvió a visitarnos después de aquella hermosa fiesta, se mostró muy bueno conmigo. Me acuerdo muy especialmente de su visita con ocasión del centenario de N. P. san Juan de la Cruz. Me tomó la cabeza entre sus manos y me acarició de mil maneras. ¡Nunca me había visto tan honrada! En aquel momento Dios me hizo pensar en las caricias [73rº] que un día él me prodigará delante de los ángeles y los santos, de las que me daba ya en este mundo una tenue imagen. Por eso, fue muy grande el consuelo que sentí...

Enfermedad de papá

Como acabo de decir, la jornada del 10 de enero fue el triunfo de mi rey. Yo la comparo a la entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos. Su gloria de un día, como la de nuestro divino Maestro, fue seguida de una pasión dolorosa, y esa pasión no fue sólo para él. Así como los dolores de Jesús atravesaron como una espada el corazón de su divina Madre, así también se desgarraron nuestros corazones ante los sufrimientos de aquel a quien más tiernamente amábamos en la tierra...

Recuerdo que en el mes de junio de 1888, cuando empezaron nuestras primeras angustias, yo decía: "Sufro mucho, pero creo que puedo soportar todavía mayores sufrimientos". No sospechaba entonces los que Dios me tenía reservados... No sabía que el 12 de febrero, un mes después de mi toma de hábito, nuestro padre querido bebería el más amargo, el más humillante de todos los cálices123...

¡¡¡No, ese día ya no dije que podía sufrir todavía más...!!! Las palabras no pueden expresar nuestras angustias; por eso, no intentaré describirlas. Algún día, en el cielo, nos gustará hablar de nuestras gloriosas tribulaciones, ¿no nos alegramos ya ahora de haberlas sufrido...? Sí, los tres años del martirio de papá me parecen los más preciosos, los más fructíferos de toda nuestra vida. No los cambiaría por todos los éxtasis y revelaciones de los santos. Mi corazón rebosa de gratitud al pensar en ese tesoro que debe de despertar una santa envidia en los ángeles de la corte celestial...

Mi deseo de sufrir se vio colmado. No obstante, mi amor al sufrimiento no decreció, por lo que pronto mi alma participó también en los sufrimientos de mi [73vº] corazón. La sequedad se hizo mi pan de cada día. Mas aunque estaba privada de todo consuelo, era la más feliz de las criaturas, pues veía cumplidos todos mis deseos...

¡Madre mía querida, qué hermosa ha sido nuestra gran tribulación, ya que de todos nuestros corazones no brotaron más que suspiros de amor y de gratitud...! No era ya caminar por los senderos de la perfección: ¡volábamos las cinco! Las dos pobres desterraditas de Caen124, aunque estaban en el mundo, no eran ya del mundo... ¡Y qué maravillas operó el dolor en el alma de mi Celina querida...! Todas las cartas que escribió en esas fechas están impregnadas de resignación y de amor... ¿Y quién será capaz de describir las conversaciones que teníamos juntas en el locutorio...? Las rejas del Carmelo, lejos de separarnos, unían todavía más estrechamente nuestras almas. Teníamos las dos los mismos pensamientos, los mismos deseos, el mismo amor a Jesús y a las almas...

Cuando hablaban Celina y Teresa, ni una sola palabra de las cosas de la tierra se mezclaba nunca en sus conversaciones, que eran ya totalmente del cielo. Como tiempo atrás en el mirador, soñaban con las realidades eternas. Y para poder gozar cuanto antes de esa dicha sin fin, elegían aquí en la tierra por único lote "el sufrimiento y el desprecio".

Así transcurrió el tiempo de mis esponsales..., ¡que se le hizo muy largo a la pobre Teresita!

Al terminar mi año de noviciado, nuestra Madre me dijo que ni soñara en pedir la profesión, pues con toda seguridad el superior rechazaría mi petición. Tuve que esperar ocho meses más...

En un primer momento se me hizo muy difícil aceptar ese gran sacrificio; pero pronto se hizo la luz en mi alma. Estaba meditando, aquellos días, los "Fundamentos de la vida espiritual" del P. Surin. Un día, durante la oración, comprendí que mi deseo tan intenso de hacer la profesión iba mezclado con un gran amor propio. Si me había entregado a Jesús para agradarle y consolarle, [74rº] no debía obligarle a hacer mi voluntad en lugar de la suya.

Comprendí también que una prometida debería estar engalanada para el día de sus bodas, y que yo no había hecho nada para ello... Y entonces le dije a Jesús: "Dios mío, no te pido pronunciar los santos votos, esperaré todo el tiempo que quieras. Lo único que deseo es que mi unión contigo no se vea diferida por mi culpa. Por eso, voy a poner todo mi empeño en prepararme un hermoso vestido recamado de piedras preciosas. Cuando tú creas que ya está lo suficientemente rico y adornado, estoy segura de que ni todas las criaturas juntas podrán impedirte bajar hasta mí para unirme a ti para siempre, Amado mío..."

Pequeñas virtudes

A partir de la toma de hábito, yo había recibido ya abundantes luces sobre la perfección religiosa, especialmente respecto al voto de pobreza. Durante el postulantado, me gustaba tener cosas bonitas para mi uso y encontrar a mano todo lo que necesitaba. "Mi Director" soportaba aquello con paciencia, pues no es amigo de enseñárselo todo a las almas de una vez. Normalmente va dando sus luces poco a poco.

(Al principio de mi vida espiritual, hacia los 13 ó los 14 años, me preguntaba qué progresos tendría que hacer más adelante, pues creía que no podría comprender ya mejor la perfección. Pero no tardé en convencerme de que cuanto más adelanta uno en este camino, más lejos se ve del final. Por eso, ahora me resigno a verme siempre imperfecta, y encuentro en ello mi alegría...)

Vuelvo a las enseñanzas de "mi Director". Una noche, después de Completas, busqué en vano nuestra lamparita en los estantes destinados a ese fin. Era tiempo de silencio riguroso, por lo que no podía reclamarla... Supuse que alguna hermana, creyendo coger su lámpara, había cogido la nuestra, que, por cierto, yo necesitaba mucho. En vez de disgustarme por verme privada de ella, me alegré mucho, pensando que la pobreza consiste en verse una privada, no sólo de las cosas superfluas, sino también [74vº] de las indispensables. Y de esa manera, en medio de las tinieblas exteriores, fui iluminada interiormente...

En esa época me entró un verdadero amor a los objetos más feos e incómodos. Y así, sentí una gran alegría cuando me quitaron de la celda el precioso cantarillo que tenía y me dieron en su lugar un cántaro tosco y todo desportillado...

Hacía también grandes esfuerzos por no disculparme, lo cual me resultaba muy difícil, sobre todo con nuestra maestra de novicias, a la que no quería ocultarle nada.

He aquí mi primera victoria, que no fue grande, pero que me costó mucho. Se encontró roto un vasito colocado detrás de una ventana. Nuestra maestra, creyendo que había sido yo quien lo había tirado, me lo enseñó, diciendo que otra vez tuviera más cuidado. Sin decir nada, besé el suelo y prometí ser más cuidadosa en adelante.

Debido a mi poca virtud, estos actos de vencimiento me costaban mucho, y tenía que pensar que en el juicio final todo saldrá a la luz. Me hacía también esta reflexión: cuando uno cumple con su deber, sin excusarse nunca, nadie lo sabe; las imperfecciones, por el contrario, se dejan ver enseguida...

Me aplicaba, sobre todo, a la práctica de las virtudes pequeñas, al no tener facilidad para practicar las grandes. Así, por ejemplo, me gustaba plegar las capas que dejaban olvidadas las hermanas y prestarles todos los pequeños servicios que podía.

También se me concedió el amor a la mortificación, que era tanto mayor cuanto que no me permitían hacer nada para satisfacerlo... La única mortificación que yo hacía en el mundo, que consistía en no apoyar la espalda cuando me sentaba, me la prohibieron, debido a la propensión que tenía a encorvarme. Claro, que si me hubiesen dado permiso para hacer muchas penitencias, seguramente ese entusiasmo no me habría durado mucho... Las únicas que podía hacer sin pedir permiso consistían en mortificar mi amor propio, lo cual me aprovechaba mucho más que las penitencias corporales125...

[75rº] El refectorio, que fue mi oficio nada más tomar el hábito, me ofreció más de una ocasión para poner mi amor propio en su lugar, es decir, debajo de los pies... Es cierto que para mí era una gran alegría, Madre querida, estar en el mismo oficio que tú y poder ver de cerca tus virtudes. Pero esa misma cercanía era para mí motivo de sufrimiento. No me sentía libre, como antaño, para decírtelo todo. Teníamos que observar la regla, y no podía abrirte mi alma. En una palabra, ¡yo estaba ya en el Carmelo, y no en los Buissonnets bajo el techo paterno...!

Entretanto, la Santísima Virgen me ayudaba a preparar el vestido de mi alma; y en cuanto ese vestido estuvo terminado, los obstáculos desaparecieron solos. Monseñor me envió el permiso que había solicitado, la comunidad me aprobó, y se fijó la profesión para el 8 de septiembre...

Todo lo que acabo de escribir en pocas palabras requeriría muchas páginas de pormenores y detalles, pero esas páginas no se leerán nunca en la tierra. Pronto, Madre querida, te hablaré de todo ello en nuestra casa paterna, ¡en ese hermoso cielo hacia el que se elevan los suspiros de nuestros corazones...!

Mi traje de bodas estaba listo. Se hallaba recamado con las antiguas joyas que mi Prometido me había regalado; pero aún no era suficiente para su generosidad. Quería regalarme un nuevo diamante de innumerables destellos.

Las antiguas joyas eran la tribulación de papá, con todas sus dolorosas circunstancias; el nuevo diamante fue una prueba, muy pequeña en apariencia, pero que me hizo sufrir mucho.

Desde hacía algún tiempo, a nuestro pobre papaíto, que estaba un poco mejor, lo sacaban a pasear en coche. Incluso se pensó en hacerle tomar el tren para venir a vernos.

Y, naturalmente, Celina pensó enseguida que había que escoger para ese viaje el día de mi toma de velo. Para que no se canse, decía, no le haré [75vº] asistir a toda la ceremonia; sólo al final iré a buscarle y le llevaré muy despacito hasta la reja para que Teresa reciba su bendición.

¡Qué bien retratado estaba ahí el corazón de mi Celina...! ¡Qué gran verdad es que "al amor nada le parece imposible, porque para él todo es posible y permitido...!" La prudencia humana, por el contrario, tiembla a cada paso y no se atreve, por así decirlo, a posar el pie en el suelo.

Así, Dios, que quería probarme, se sirvió de ella como de un instrumento dócil en sus manos, y el día de mis bodas estuve realmente huérfana de padre en la tierra, pero pudiendo mirar con confianza al cielo y decir con toda verdad: "Padre nuestro, que estás en el cielo".

NOTAS AL CAPÍTULO VII

112 Ni la más mínima alusión a la amonestación que el Sr. Delatroëtte hizo a la comunidad, ante el señor Martin, mientras estaba abierta la puerta de la clausura: "Bien, Reverendas Madres, ¡pueden cantar un Te Deum! Como delegado del señor Obispo, les presento a esta niña de quince años, cuya entrada ustedes han querido. Espero que no defraude sus esperanzas; pero les recuerdo que, si no es así, sólo ustedes serán las responsables". Toda la comunidad se quedó helada ante estas palabras (Madre Inés, PA p. 141).

113 Nuestra, porque todos los objetos se atribuyen sin distinción a toda la comunidad.

114 Camino de perfección, VI. [Así se dice en la edición francesa. La cita exacta es, más bien, Camino de perfección, 5,2. N. del T.]

115 Es difícil evaluar con precisión las relaciones de Teresa con la madre María de Gonzaga, debido a las verdaderas requisitorias que contra ella dirigieron en los Procesos la madre Inés y varias religiosas más (cf sobre todo PA pp. 142­148). Los textos de Teresa manifiestan una gran admiración, una cierta confianza, y una reserva ante los excesos de afecto (Ms C 22rº); en definitiva, un juicio sumamente agudo, moderado por la caridad.

116 Subrayado por tres veces. El estilo duro era propio de la época; en las circulares de otros Carmelos, uno se queda también asombrado de las "pruebas del noviciado", que casi se parecen a novatadas (cf también Ms C 23rº).

­ Besar el suelo era un gesto de humildad que se practicaba en varias comunidades.

117 Devoción muy cultivada en el seno de la familia Martin después de las revelaciones que hizo Nuestro Señor a sor María de San Pedro, del Carmelo de Tours, en el siglo XIX. Teresa profundizó la meditación sobre la misma de forma muy personal, con la ayuda de Isaías, principalmente durante la enfermedad de su padre. El día de su toma de hábito (10/1/1889), firma por primera vez: Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz (Cta 80).

118 Citas de la Imitación, I,2,3 y III,49,7. Cf Ms A 47rº.

119 Había pagado él solo el altar mayor de la catedral (unos 10.000 francos de oro). Más tarde perderá 50.000 francos en el préstamo de Panamá. El 18/6/1889, firmará un acta de renuncia a la administración de sus bienes, a instancias de su cuñado (cf DR. CADÉOT, op. cit., pp. 122­123).

120 El 23 de junio, fuga del señor Martin, que aparecerá en El Havre el día 27.

121 La postulante salía de la clausura vestida de novia y asistía a la ceremonia exterior rodeada de su familia.

122 Una estatua del Niño Jesús pintada de color rosa, que Teresa fue la encargada de adornar hasta su muerte.

123 Tras una serie de alucinaciones que llegaron a tomar un aspecto inquietante para los que lo rodeaban, el señor Martin fue trasladado a una casa de salud de Caen.

124 Leonia y Celina se hallaban hospedadas cerca del Buen Salvador (desde el 19/2 hasta el 14/5/1889).

125 Parece que Teresa minimiza mucho sus mortificaciones . En el Carmelo, las monjas se deban disciplina tres veces por semana, en virtud de las Constituciones; y podían también, con un permiso personal, llevar un instrumento de penitencia otros tres días a la semana durante dos o tres horas.

 

CAPÍTULO VIII

DESDE LA PROFESIÓN HASTA LA OFRENDA AL AMOR

(1890­1895)

Antes de hablarte de esta prueba, Madre querida, debería haberte hablado de los ejercicios espirituales que precedieron a mi profesión. Esos ejercicios, no sólo no me proporcionaron ningún consuelo, sino que en ellos la aridez más absoluta y casi casi el abandono fueron mis compañeros. Jesús dormía, como siempre, en mi navecilla.

¡Qué pena!, tengo la impresión de que las almas pocas veces le dejan dormir tranquilamente dentro de ellas. Jesús está ya tan cansado de ser él quien corra con los gastos y de pagar por adelantado, que se apresura a aprovecharse del descanso que yo le ofrezco. No se despertará, seguramente, hasta mi gran retiro de la eternidad; pero esto, en lugar de afligirme, me produce una enorme alegría...

Verdaderamente, estoy lejos de ser santa, y nada lo prueba mejor que lo que acabo de decir. En vez de alegrarme de mi sequedad, debería atribuirla a mi falta de fervor y de fidelidad. Debería entristecerme por dormirme (¡después de siete años!) en la oración y durante la acción de gracias. Pues bien, no me entristezco... Pienso que los niños agradan tanto a sus padres mientras duermen como cuando están despiertos; pienso que los médicos, para hacer las operaciones, [76rº] duermen a los enfermos. En una palabra, pienso que "el Señor conoce nuestra masa, se acuerda de que no somos más que polvo".

Mis ejercicios para la profesión fueron, pues, como todos los que vinieron después, unos ejercicios de gran aridez. Sin embargo, Dios me mostró claramente, sin que yo me diera cuenta, la forma de agradarle y de practicar las más sublimes virtudes.

He observado muchas veces que Jesús no quiere que haga provisiones. Me alimenta momento a momento con un alimento totalmente nuevo, que encuentro en mí sin saber de dónde viene... Creo simplemente que Jesús mismo, escondido en el fondo de mi pobre corazón, es quien me concede la gracia de actuar en mí y quien me hace descubrir lo que él quiere que haga en cada momento.

Unos días antes de mi profesión tuve la dicha de recibir la bendición del Sumo Pontífice. La había solicitado, a través del hermano Simeón, para papá y para mí, y fue para mí una inmensa alegría el poder devolverle a mi querido papaíto la gracia que él me había proporcionado llevándome a Roma.

Por fin, llegó el hermoso día de mis bodas126. Fue un día sin nubes. Pero la víspera, se levantó en mi alma la mayor tormenta que había conocido en toda mi vida...

Nunca hasta entonces me había venido al pensamiento una sola duda acerca de mi vocación. Pero tenía que pasar por esa prueba. Por la noche, al hacer el Viacrucis después de Maitines, se me metió en la cabeza que mi vocación era un sueño, una quimera... La vida del Carmelo me parecía muy hermosa, pero el demonio me insuflaba la convicción de que no estaba hecha para mí, de que engañaba a los superiores empeñándome en seguir un camino al que no estaba llamada...

Mis tinieblas eran tan oscuras, que no veía ni en­[76vº] tendía más que una cosa: ¡que no tenía vocación...!

¿Cómo describir la angustia de mi alma...? Me parecía (pensamiento absurdo, que demuestra a las claras que esa tentación venía del demonio) que si comunicaba mis temores a la maestra de novicias, ésta no me dejaría pronunciar los votos. Sin embargo, prefería cumplir la voluntad de Dios, volviendo al mundo, a quedarme en el Carmelo haciendo la mía.

Hice, pues, salir del coro a la maestra de novicias, y, llena de confusión, le expuse el estado de mi alma...

Gracias a Dios, ella vio más claro que yo y me tranquilizó por completo. Por lo demás, el acto de humildad que había hecho acababa de poner en fuga al demonio, que quizás pensaba que no me iba a atrever a confesar aquella tentación. En cuanto acabé de hablar, desaparecieron todas las dudas.

Sin embargo, para completar mi acto de humildad, quise confiarle también mi extraña tentación a nuestra Madre, que se contentó con echarse a reír.

En la mañana del 8 de septiembre, me sentí inundada por un río de paz. Y en medio de esa paz, "que supera todo sentimiento", emití los santos votos...

Mi unión con Jesús no se consumó entre rayos y relámpagos -es decir, entre gracias extraordinarias-, sino al soplo de un ligero céfiro parecido al que oyó en la montaña nuestro Padre san Elías...

¡Cuántas gracias pedí aquel día...! Me sentía verdaderamente reina, así que me aproveché de mi título para liberar a los cautivos y alcanzar favores del Rey para sus súbditos ingratos. En una palabra, quería liberar a todas las almas del purgatorio y convertir a los pecadores...

Pedí mucho por mi Madre, por mis hermanas queridas..., por toda la familia, pero sobre todo por mi papaíto, tan probado y tan santo...

Me ofrecí a Jesús para que se hiciese en mí con toda perfección su voluntad, sin que las criaturas fuesen nunca obstáculo para ello...

[77rº] Pasó por fin ese hermoso día, como pasan los más tristes, pues hasta los días más radiantes tienen un mañana. Y deposité sin tristeza mi corona a los pies de la Santísima Virgen. Estaba segura de que el tiempo no me quitaría mi felicidad...

¡Qué fiesta tan hermosa la de la Natividad de María para convertirme en esposa de Jesús! Era la Virgencita recién nacida quien presentaba su florecita al Niño Jesús... Todo fue pequeño, excepto las gracias y la paz que recibí y excepto la alegría serena que sentí por la noche al ver titilar las estrellas en el firmamento mientras pensaba que pronto el cielo se abriría ante mis ojos extasiados y podría unirme a mi Esposo en una alegría eterna...

Toma de velo

El 24 tuvo lugar la ceremonia de mi toma de velo127. Fue un día totalmente velado por las lágrimas... Papá no estaba allí para bendecir a su reina... El Padre estaba en Canadá... Monseñor, que iba a ir a comer en casa de mi tío, estaba enfermo, y tampoco vino. Todo fue tristeza y amargura... Sin embargo, en el fondo del cáliz había paz, siempre la paz ...

Aquel día Jesús permitió que no pudiese contener las lágrimas, y mis lágrimas no fueron comprendidas... De hecho, ya había soportado pruebas mucho mayores sin llorar, pero entonces me ayudaba una gracia muy poderosa; en cambio, el día 24 Jesús me abandonó a mis propias fuerzas, y demostré lo escasas que éstas eran.

Ocho días después de mi toma de velo tuvo lugar la boda de Juana. Me sería imposible decirte, Madre querida, cuánto me enseñó su ejemplo acerca de las delicadezas que una esposa debe prodigar a su esposo. Escuchaba ávidamente todo lo que podría aprender al respecto, pues no quería hacer yo por mi amado Jesús128 menos de lo que Juana hacía por Francis, una criatura ciertamente muy perfecta, ¡pero a fin de cuentas una criatura...!

[77vº] Hasta me divertí componiendo una tarjeta de invitación para compararla con la suya. Estaba concebida en los siguientes términos:

TARJETA DE INVITACIÓN A LAS BODAS DE SOR TERESA DEL NIÑO JESÚS DE LA SANTA FAZ

No habiendo podido invitaros a la bendición nupcial que les fue otorgada en la montaña del Carmelo, el 8 de septiembre de 1890 (a la que sólo fue admitida la Corte Celestial), se os suplica que asistáis a la Tornaboda, que tendrá lugar Mañana, Día de la Eternidad, día en que Jesús, el Hijo de Dios, vendrá sobre las Nubes del Cielo en el esplendor de su Majestad, para juzgar a vivos y muertos.

Dado que la hora es incierta, os invitamos a estar preparados y velar.

Madre Genoveva de Santa Teresa

[78rº] Ahora, Madre querida, ¿qué me queda por decirte?

Creía haber terminado, pero aún no te he dicho nada sobre la suerte que tuve de haber conocido a nuestra santa madre Genoveva... Ha sido una gracia inestimable. Pues Dios, que ya me había dado tantas, quiso que viviese con una santa, no de ésas inimitables, sino una santa que se santificó por medio de virtudes ocultas y ordinarias...

Más de una vez he recibido de ellas grandes consuelos, especialmente un domingo. Ese día fui, como de costumbre, a hacerle una breve visita, y encontré a otras dos hermanas con la madre Genoveva. La miré sonriendo, y me disponía a salir, pues no nos está permitido estar tres con una enferma, pero ella, mirándome con aire inspirado, me dijo: "Espera, hija mía, sólo quiero decirte unas palabritas. Siempre que vienes a verme, me pides que te dé un ramillete espiritual. Bueno, pues hoy voy a darte éste: Sirve a Dios con paz y con alegría. Recuerda, hija mía, que nuestro Dios es el Dios de la paz".

Le di las gracias con sencillez y salí emocionada hasta las lágrimas y convencida de que Dios le había revelado el estado de mi alma: aquel día me encontraba duramente probada, casi triste, en una noche tal, que no sabía ya si Dios me amaba. ¡Puedes, pues, adivinar, Madre querida, la alegría y el consuelo que sentí...!

Al domingo siguiente, quise saber qué revelación había tenido la madre Genoveva. Me aseguró que no había tenido ninguna, y entonces mi admiración subió de punto al comprobar en qué grado eminente Jesús vivía en ella y la hacía hablar y actuar.

Sí, esa santidad me parece la más auténtica, la más santa, y es la que yo deseo para mí, pues en ella no cabe ilusión...

[78vº] El día de mi profesión recibí otra gran alegría al saber de labios de la madre Genoveva que también ella había pasado por la misma prueba que yo antes de pronunciar sus votos...

¿Te acuerdas, Madre querida, del consuelo que encontramos a su lado en los momentos de nuestros grandes sufrimientos?

En una palabra, el recuerdo que la madre Genoveva dejó en mi corazón es un recuerdo impregnado de fragancia...

El día de su partida para el cielo viví una emoción muy especial. Era la primera vez que asistía a una muerte, y el espectáculo fue realmente encantador... Yo estaba colocada justamente a los pies de la cama de la santa moribunda y veía perfectamente sus más ligeros movimientos.

Durante las dos horas que pasé allí, me parecía que mi alma debería estar llena de fervor; por el contrario, se apoderó de mí una especie de insensibilidad. Pero en el momento mismo en que nuestra santa madre Genoveva nacía para el cielo, mis disposiciones interiores dieron un vuelco: en un abrir y cerrar de ojos me sentí henchida de una alegría y de un fervor inexplicables. Era como si la madre Genoveva me hubiese dado una parte de la felicidad de que ella ya gozaba, pues estoy plenamente convencida de que fue derecha al cielo...

Cuando aún vivía, le dije una vez:

-"Usted, Madre, no irá al purgatorio".

-"Así lo espero", me contestó con dulzura.

Y seguro que Dios no defraudó una esperanza tan llena de humildad. Prueba de ello son todos los favores que de ella hemos recibido...

Todas las hermanas se apresuraron a pedir alguna reliquia, y tú ya sabes, Madre querida, la que yo tengo la dicha de poseer... Durante la agonía de la madre Genoveva, vi que una lágrima brillaba en uno de sus párpados como un diamante. Esa lágrima, la última de todas las que derramó, no llegó a desprenderse, y vi que seguía brillando en el coro sin que nadie pensara en recogerla. Entonces, tomando un pañito fino, me acerqué por la noche, sin que nadie me viera, y recogí como reliquia la última lágrima de una santa... Desde entonces la he llevado siempre en la [79rº] bolsita donde guardo encerrados mis votos.

No doy importancia a mis sueños. Por otra parte, rara vez tengo sueños simbólicos, e incluso me pregunto cómo es posible que, pensando como pienso todo el día en Dios, no ocupe él un mayor lugar en mis sueños...

Normalmente sueño con bosques, con flores, con arroyos, con el mar; casi siempre veo preciosos niñitos, o cazo mariposas y pájaros que nunca he visto. Ya ves, Madre, que si mis sueños tienen un aspecto poético, están muy lejos de ser místicos...

Una noche, después de la muerte de la madre Genoveva, tuve uno más entrañable. Soñé que la Madre estaba haciendo testamento, y que a cada una de las hermanas le dejaba algo de lo que le había pertenecido. Cuando me llegó el turno a mí, pensé que no iba a recibir nada, pues ya no le quedaba nada. Pero, incorporándose, me dijo por tres veces con acento penetrante: "A ti te dejo mi corazón"129.

Epidemia de la gripe

Un mes después de la partida de nuestra santa Madre, se declaró la gripe en la comunidad. Sólo otras dos hermanas y yo quedamos en pie. Nunca podré expresar todo lo que vi, y lo que me pareció la vida y todo lo que es pasajero...

El día en que cumplí 19 años, lo festejamos con una muerte, a la que pronto siguieron otras dos.

En esa época, yo estaba sola en la sacristía, por estar muy gravemente enferma mi primera de oficio. Yo tenía que preparar los entierros, abrir las rejas del coro para la misa, etc. Dios me dio muchas gracias de fortaleza en aquellos momentos. Ahora me pregunto cómo pude hacer todo lo que hice sin sentir miedo. La muerte reinaba por doquier. Las más enfermas eran cuidadas por las que apenas se tenían en pie. En cuanto una hermana exhalaba su último suspiro, había que dejarla sola.

Una mañana, al levantarme, tuve el presentimiento de que sor Magdalena se había muerto. El claustro estaba a oscuras y nadie salía de su celda. Por fin, me decidí [79vº] a entrar en la celda de la hermana Magdalena, que tenía la puerta abierta. Y la vi, vestida y acostada en su jergón. No sentí el menor miedo. Al ver que no tenía cirio, se lo fui a buscar, y también una corona de rosas.

La noche en que murió la madre subpriora, yo estaba sola con la enfermera. Es imposible imaginar el triste estado de la comunidad en aquellos días. Sólo las que quedaban de pie pueden hacerse una idea.

Pero en medio de aquel abandono, yo sentía que Dios velaba por nosotras. Las moribundas pasaban sin esfuerzo a mejor vida, y enseguida de morir se extendía sobre sus rostros una expresión de alegría y de paz, como si estuviesen durmiendo un dulce sueño. Y así era en realidad, pues, cuando haya pasado la apariencia de este mundo, se despertarán para gozar eternamente de las delicias reservadas a los elegidos...

Durante todo el tiempo que duró esta prueba de la comunidad, yo tuve el inefable consuelo de recibir todos los días la sagrada comunión... ¡Qué felicidad...! Jesús me mimó mucho tiempo, mucho más tiempo que a sus fieles esposas, pues permitió que a mí me lo dieran, cuando las demás no tenían la dicha de recibirle.

También me sentía feliz de poder tocar los vasos sagrados y de preparar los corporales destinados a recibir a Jesús. Sabía que tenía que ser muy fervorosa y recordaba con frecuencia estas palabras dirigidas a un santo diácono: "Sé santo, tú que tocas los vasos del Señor".

No puedo decir que haya recibido frecuentes consuelos durante las acciones de gracias; tal vez sean los momentos en que menos los he tenido... Y me parece muy natural, pues me he ofrecido a Jesús, no como quien desea recibir su visita para propio consuelo, sino, al contrario, para complacer al que se entrega a mí.

Me imagino a mi alma como un terreno libre, y pido a la Santísima Virgen que quite los escombros que pudieran impedirle [80rº] esa libertad. Luego le suplico que monte ella una gran tienda digna del cielo y que la adorne con sus propias galas. Después invito a todos los ángeles y santos a que vengan a dar un magnífico concierto. Y cuando Jesús baja a mi corazón, me parece que está contento de verse tan bien recibido, y yo estoy contenta también...

Pero todo esto no impide que las distracciones y el sueño vengan a visitarme. Pero al terminar la acción de gracias y ver que la he hecho tan mal, tomo la resolución de vivir todo el día en una continua acción de gracias...

Ya ves, Madre querida, que Dios está muy lejos de llevarme por el camino del temor. Sé encontrar siempre la forma de ser feliz y de aprovecharme de mis miserias... Y estoy segura de que eso no le disgusta a Jesús, pues él mismo parece animarme a seguir por ese camino...

Un día, contra mi costumbre, estaba un poco turbada al ir a comulgar; me parecía que Dios no estaba contento de mí y pensaba en mi interior: "Si hoy sólo recibo la mitad de una hostia, me llevaré un disgusto, pues creeré que Jesús viene como de mala gana a mi corazón". Me acerco... y, ¡oh, felicidad!, por primera vez en mi vida veo que el sacerdote ¡toma dos hostias bien separadas y me las da...! Comprenderás mi alegría y las dulces lágrimas que derramé ante tan gran misericordia...

Retiro del P. Alejo

Al año siguiente de mi profesión, es decir, dos meses antes de la muerte de la madre Genoveva, recibí grandes gracias durante los ejercicios espirituales130.

Normalmente, los ejercicios predicados me resultan más penosos todavía que los que hago sola. Pero ese año no fue así.

Había hecho con gran fervor una novena de preparación, a pesar del presentimiento íntimo que tenía, pues me parecía que el predicador no iba a poder comprenderme, ya que se dedicaba sobre todo a ayudar a los grandes pecadores y no [80vº] a las almas religiosas. Pero Dios, que quería demostrarme que sólo él era el director de mi alma, se sirvió precisamente de este Padre, al que yo fui la única que apreció en la comunidad131...

Yo sufría por aquel entonces grandes pruebas interiores de todo tipo (hasta llegar a preguntarme a veces si existía un cielo ). Estaba decidida a no decirle nada acerca de mi estado interior, por no saber explicarme. Pero apenas entré en el confesonario, sentí que se dilataba mi alma. Apenas pronuncié unas pocas palabras, me sentí maravillosamente comprendida, incluso adivinada... Mi alma era como un libro abierto, en el que el Padre leía mejor incluso que yo misma... Me lanzó a velas desplegadas por los mares de la confianza y del amor, que tan fuertemente me atraían, pero por los que no me atrevía a navegar... Me dijo que mis faltas no desagradaban a Dios, y que, como representante suyo, me decía de su parte que Dios estaba muy contento de mí...

¡Qué feliz me sentí al escuchar esas consoladoras palabras...! Nunca había oído decir que hubiese faltas que no desagradaban a Dios. Esas palabras me llenaron de alegría y me ayudaron a soportar con paciencia el destierro de la vida... En el fondo del corazón yo sentía que eso era así, pues Dios es más tierno que una madre. ¿No estás tú siempre dispuesta, Madre querida, a perdonarme las pequeñas indelicadezas de que te hago objeto sin querer...? ¡Cuántas veces lo he visto por experiencia...! Ningún reproche me afectaba tanto como una sola de tus caricias. Soy de tal condición, que el miedo me hace retroceder, mientras que el amor no sólo me hace correr sino volar...

Priorato de la madre Inés

Y desde el día bendito de tu elección, Madre querida, sí, desde ese día volé por los caminos del amor... Ese día, ¡Paulina pasó a ser mi Jesús viviente... y se convirtió por segunda vez en mi "mamá"...!

[81rº] De tres años a esta parte, vengo teniendo la dicha de contemplar las maravillas que obra Jesús por medio de mi Madre querida... Veo que sólo el sufrimiento es capaz de engendrar almas, y estas sublimes palabras de Jesús se revelan como nunca en toda su profundidad: "Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto".

¡Y qué cosecha tan abundante has recogido...! Has sembrado entre lágrimas, pero pronto verás el fruto de tus trabajos y volverás llena de alegría trayendo en tus manos las gavillas...

Entre esas gavillas floridas, Madre mía, va oculta ahora la florecilla blanca; pero en el cielo tendrá voz para cantar tu dulzura y las virtudes que te ve practicar día tras día a la sombra y en el silencio de esta vida de destierro...

Sí, en estos últimos tres años he comprendido muchos misterios que hasta entonces estaban escondidos para mí. Dios me ha mostrado la misma misericordia que mostró al rey Salomón. No ha querido que yo tuviese un sólo deseo que no viese realizado. Y no sólo mis deseos de perfección, sino también aquellos cuya vanidad comprendía sin haberla experimentado.

Como siempre te he mirado, Madre querida, como mi ideal, deseaba parecerme a ti en todo. Al verte pintar primorosamente y componer poesías tan encantadoras, pensaba: "¡Cómo me gustaría poder pintar y saber expresar en versos mi pensamiento, y hacer así el bien a las almas...!"

No quería pedir estos dones naturales, y mis deseos permanecían ocultos en el fondo de mi corazón. Pero Jesús, oculto también él en mi pobre corazón, tuvo a bien demostrarle que todo es vanidad y aflicción de espíritu bajo el sol... Con gran extrañeza de las hermanas, me pusieron a pintar, y Dios permitió que supiese sacar jugo a las lecciones que mi Madre querida me dio... Y quiso también [81vº] que, a ejemplo suyo, pudiese hacer poesías y componer piezas teatrales que a las hermanas les parecieron bonitas...

Al igual que Salomón, después de examinar todas las obras de sus manos y la fatiga que le costó realizarlas, vio que todo era vanidad y caza de viento, así también yo conocí por EXPERIENCIA que la felicidad sólo se halla en esconderse y en vivir en la ignorancia de las cosas creadas. Comprendí que, sin el amor, todas las obras son nada, incluso las más brillantes, como resucitar a los muertos o convertir a los pueblos...

Los dones que Dios me ha prodigado (sin yo pedírselos), en lugar de perjudicarme y de producirme vanidad, me llevan hacia él. Veo que sólo él es inmutable y que sólo él puede llenar mis inmensos deseos...

Hay también deseos de otra índole que Jesús ha querido convertirme en realidad, deseos infantiles como el de la nieve para mi toma de hábito. Tú sabes bien, Madre querida, cómo me gustan las flores. Al hacerme prisionera a los 15 años, renuncié para siempre a la dicha de correr por los campos esmaltados con los tesoros de la primavera. Pues bien, nunca he tenido tantas flores como desde que entré en el Carmelo...

Es costumbre que los novios regalen con frecuencia ramos de flores a sus novias. Jesús no lo echó en olvido y me mandó, a montones, gavillas de acianos, margaritas gigantes, amapolas, etc., todas las flores que más me gustan. Hay incluso una florecita, llamada la neguilla de los trigos, que yo no había vuelto a encontrar desde cuando vivíamos en Lisieux; tenía muchas ganas de volver a ver esa flor de mi niñez que yo cogía en los campos de Alençon. Pues también ella vino a sonreírme en el Carmelo y a mostrarme que, tanto en las cosas más pequeñas como en las grandes, Dios da el ciento por uno ya en esta vida a las almas que lo han dejado todo por su amor.

Entrada de Celina

Pero mi deseo más entrañable, el mayor de todos, el que nunca pensé [82rº] que vería hecho realidad, era la entrada de mi Celina querida en el mismo Carmelo que nosotras... Vivir bajo el mismo techo, compartir las alegrías y las penas de la compañera de mi infancia me parecía un sueño inverosímil132. Por eso, había hecho por completo el sacrificio. Había puesto en manos de Jesús el porvenir de mi hermana querida y estaba dispuesta a verla partir, si era necesario, para el último rincón del mundo.

Lo único que no podía aceptar era que no fuese esposa de Jesús, pues, al quererla tanto como a mí misma, se me hacía imposible verla entregar su corazón a un mortal.

Ya había sufrido mucho sabiendo que en el mundo estaba expuesta a peligros que yo no había conocido. Puedo decir que mi cariño a Celina, desde mi entrada en el Carmelo, era un amor de madre tanto como de hermana...

Un día en que tenía que ir a una fiesta nocturna, tenía yo un disgusto tan grande que supliqué a Dios que no la dejase bailar, y hasta derramé (contra mi costumbre) un torrente de lágrimas. Jesús se dignó escucharme y no permitió que su joven prometida pudiese bailar aquella noche (aunque sabía hacerlo muy bien cuando era necesario). La sacaron a bailar y no podía negarse, pero el caballero fue absolutamente incapaz de hacerle dar un solo paso de baile, y, con gran confusión de su parte, se vio condenado a caminar sencillamente a su lado para acompañarla a su sitio; luego se esfumó y no volvió a aparecer por la velada.

Aquella aventura, única en su género, me hizo crecer en confianza y en amor hacia Aquel que, al depositar su señal en mi frente, la estampó al mismo tiempo sobre la de mi Celina querida...

El 29 de julio del año pasado, cuando Dios rompió la ataduras de su incomparable servidor, llamándole a las recompensas eternas, rompió a la vez las que retenían en el mundo a su querida prometida. Ella había cumplido ya su primera misión: encargada de representarnos a todas nosotras al lado de nuestro padre, al que amábamos con tanta ternura, la cumplió como un ángel... Y los ángeles no se quedan [82vº] en la tierra: una vez que han cumplido la voluntad de Dios, vuelven enseguida hacia él, que para eso tienen alas...

También nuestro ángel batió sus blancas alas. Estaba dispuesto a volar muy lejos para encontrarse con Jesús, pero Jesús le hizo volar muy cerca... Se conformó con aceptar el gran sacrificio, que fue extremadamente doloroso para Teresita... Durante dos años su Celina le había ocultado un secreto133. ¡Y cuánto había sufrido también ella...!

Por fin, desde lo alto del cielo, mi rey querido, al que en la tierra no le gustaban las demoras, se dio prisa en arreglar los embrollados asuntos de su Celina, ¡y el 14 de septiembre se reunía con nosotras...!

Un día en que las dificultades parecían insuperables, le dije a Jesús durante mi acción de gracias: "Tú sabes, Dios mío, cuánto deseo saber si papá ha ido derecho al cielo. No te pido que me hables, sólo dame una señal. Si sor A. de J.134 consiente en la entrada de Celina, o al menos no pone obstáculos para ello, será la respuesta de que papá ha ido derecho a estar contigo".

Como tú sabes, Madre querida, esta hermana pensaba que tres éramos ya demasiadas, y por consiguiente no quería admitir otra más. Pero Dios, que tiene en sus manos el corazón de las criaturas y lo inclina hacia donde él quiere, cambió los pensamientos de esa hermana: la primera persona que encontré después de la acción de gracias fue precisamente a ella, que me llamó con un semblante muy amable, me dijo que subiera a tu celda y me habló de Celina con lágrimas en los ojos...

¡Cuántas cosas tengo que agradecer a Jesús, que ha sabido colmar todos mis deseos...!

Ahora no tengo ya ningún deseo, a no ser el de amar a Jesús con locura... Mis deseos infantiles han desaparecido. Ciertamente que aún me gusta adornar con flores al altar del Niño Jesús. Pero desde que él me dio la flor que yo anhelaba, mi querida Celina, ya no deseo ninguna más: ella es [83r] el ramillete más precioso que le ofrezco...

Tampoco deseo ya ni el sufrimiento ni la muerte, aunque sigo amándolos a los dos. Pero es el amor lo único que me atrae... Durante mucho tiempo los deseé; poseí el sufrimiento y creí estar tocando las riberas del cielo, creí que la florecilla iba a ser cortada en la primavera de su vida... Ahora sólo me guía el abandono, ¡no tengo ya otra brújula...!

Ya no puedo pedir nada con pasión, excepto que se cumpla perfectamente en mi alma la voluntad de Dios sin que las criaturas puedan ser un obstáculo para ello. Puedo repetir aquellas palabras del Cántico Espiritual de nuestro Padre san Juan de la Cruz:

"En la interior bodega

de mi Amado bebí, y cuando salía

por toda aquesta vega,

ya cosa no sabía;

y el ganado perdí que antes seguía.

Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio".

O bien estas otras:

"Hace tal obra el AMOR,

después que le conocí,

que, si hay bien o mal en mí,

todo lo hace de un sabor,

y al alma transforma en sí".

¡Qué dulce es, Madre querida, el camino del amor! Es cierto que se puede caer, que se pueden cometer infidelidades; pero el amor, haciéndolo todo de un sabor, consume con asombrosa rapidez todo lo que puede desagradar a Jesús, no dejando más que una paz humilde y profunda en el fondo del corazón...

¡Cuántas luces he sacado de las obras de nuestro Padre san Juan de la Cruz...! A la edad de 17 y 18 años, no tenía otro alimento espiritual. Pero más tarde, todos los libros me dejaban en la aridez, y aún sigo en este estado. Si abro un libro escrito por un autor espiritual (aunque sea el más hermoso y el más conmovedor), siento que se me encoge el corazón y leo, por así decirlo, sin entender; o si entiendo, mi espíritu se detiene, incapaz de meditar...

En medio de esta mi impotencia, la Sagrada Escritura y la Imi­[83vº]tación de Cristo vienen en mi ayuda. En ellas encuentro un alimento sólido y completamente puro. Pero lo que me sustenta durante la oración, por encima de todo, es el Evangelio. En él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma. En él descubro de continuo nuevas luces y sentidos ocultos y misteriosos...

Comprendo y sé muy bien por experiencia que "el reino de los cielos está dentro de nosotros". Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas. El, el Doctor de los doctores, enseña sin ruido de palabras... Yo nunca le he oído hablar, pero siento que está dentro de mí, y que me guía momento a momento y me inspira lo que debo decir o hacer. Justo en el momento en que las necesito, descubro luces en las que hasta entonces no me había fijado. Y las más de las veces no es precisamente en la oración donde esas luces más abundan, sino más bien en medio de las ocupaciones del día...

Madre querida, después de tantas gracias, ¿no podré cantar yo con el salmista: "El Señor es bueno, su misericordia es eterna"?

Me parece que si todas las criaturas gozasen de las mismas gracias que yo, nadie le tendría miedo a Dios sino que todos le amarían con locura; y que ni una sola alma consentiría nunca en ofenderle, pero no por miedo sino por amor...

Comprendo, sin embargo, que no todas las almas se parezcan; tiene que haberlas de diferente alcurnias, para honrar de manera especial cada una de las perfecciones divinas.

A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas...! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás) me parece revestida de amor...

¡Qué dulce alegría pensar que Dios es justo!; es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que conoce perfectamente la debilidad de nuestra naturaleza. Siendo así, ¿de qué voy a tener miedo? El Dios infinitamente justo, que se dignó [84rº] perdonar con tanta bondad todas las culpas del hijo pródigo, ¿no va a ser justo también conmigo, que "estoy siempre con él"...?

Fin del Manuscrito A

Este año, el 9 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, recibí la gracia de entender mejor que nunca cuánto desea Jesús ser amado135.

Pensaba en las almas que se ofrecen como víctimas a la justicia de Dios para desviar y atraer sobre sí mismas los castigos reservados a los culpables. Esta ofrenda me parecía grande y generosa, pero yo estaba lejos de sentirme inclinada a hacerla.

"Dios mío, exclamé desde el fondo de mi corazón, ¿sólo tu justicia aceptará almas que se inmolen como víctimas...? ¿No tendrá también necesidad de ellas tu amor misericordioso...? En todas partes es desconocido y rechazado. Los corazones a los que tú deseas prodigárselo se vuelven hacia las criaturas, mendigándoles a ellas con su miserable afecto la felicidad, en vez de arrojarse en tus brazos y aceptar tu amor infinito...

"¡Oh, Dios mío!, tu amor despreciado ¿tendrá que quedarse encerrado en tu corazón? Creo que si encontraras almas que se ofreciesen como víctimas de holocausto a tu amor, las consumirías rápidamente. Creo que te sentirías feliz si no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti...

"Si a tu justicia, que sólo se extiende a la tierra, le gusta descargarse, ¡cuánto más deseará abrasar a las almas tu amor misericordioso, pues u misericordia se eleva hasta el cielo...!

"¡Jesús mío!, que sea yo esa víctima dichosa. ¡Consume tu holocausto con el fuego de tu divino amor...!"

Madre mía querida, tú que me permitiste ofrecerme a Dios de esa manera, tú conoces los ríos, o, mejor los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma... Desde aquel día feliz, me parece que el amor me penetra y me cerca, me parece que ese amor misericordioso me renueva a cada instante, purifica mi alma y no deja en ella el menor rastro de pecado. Por eso, [84vº] no puedo temer el purgatorio...

Sé que por mí misma ni siquiera merecería entrar en ese lugar de expiación, al que sólo pueden tener acceso las almas santas. Pero sé también que el fuego del amor tiene mayor fuerza santificadora que el del purgatorio. Sé que Jesús no puede desear para nosotros sufrimientos inútiles, y que no me inspiraría estos deseos que siento si no quisiera hacerlos realidad...

¡Qué dulce es el camino del amor...! ¡Cómo deseo dedicarme con la mayor entrega a hacer siempre la voluntad de Dios...!

Esto es, Madre querida, todo lo que puedo decirte de la vida de tu Teresita. Tú conoces mucho mejor por ti misma cómo es y todo lo que Jesús ha hecho por ella. Por eso, me perdonarás que haya resumido mucho la historia de su vida religiosa...

¿Cómo acabará esta "historia de una florecita blanca"...? ¿Será tal vez cortada en plena lozanía, o quizás trasplantada a otras riberas136...? No lo sé. Pero de lo que sí estoy segura es de que la misericordia de Dios la acompañará siempre, y de que nunca la florecita dejará de bendecir a la madre querida que la entregó a Jesús. Eternamente se alegrará de ser una de las flores de su corona... Y eternamente cantará con esa madre querida el cántico siempre nuevo del amor...

NOTAS AL CAPÍTULO VIII

126 El lunes 8 de septiembre de 1890.

127 La profesión (8 de septiembre), ceremonia íntima dentro de la clausura, se completó (el 24) con la toma del velo negro, ceremonia pública. ­ El Padre: Pichon, en el Canadá.

128 Sin embargo, Teresa, metida en el túnel (Cta 115), no le reprocha a Jesús que él no haga tanto por ella como los novios de la tierra...

129 El Dr. de Cornière acababa de extraer el corazón de la madre Genoveva, para que las carmelitas pudieran tener una reliquia suya. Teresa, impresionada, sueña con él.

130 Del 8 al 15 de octubre de 1891, dirigidos por el P. Alejo Prou, franciscano de Caen.

131 La madre María de Gonzaga prohibió a Teresa volver a ver al predicador. Y Teresa, mientras tanto, que era sacristana, lo oía ir y venir por la sacristía exterior a la espera de alguna posible penitente (cf PA p. 361)... No obstante, al final de los ejercicios, pudo confesarse durante un tiempo bastante largo, con gran disgusto de su priora.

132 Debido a la previsible oposición del Sr. Delatroëtte.

133 El P. Pichon contaba con Celina para una fundación misionera en el Canadá, y le había prohibido hablar de ello. Cuando, en agosto, desveló el proyecto en el Carmelo, se produjo un clamor general de indignación y una contraofensiva relámpago; Teresa llora hasta caer enferma, y el P. Pichon se bate en retirada ("Está bien, está bien, ofrezco a mi Celina al Carmelo, a santa Teresa y a la Santísima Virgen"). El Sr. Delatroëtte acepta con una facilidad asombrosa la entrada de Celina en el Carmelo de Lisieux, y, gracias a la intercesión del señor Martin, el 14 de septiembre se reunía con nosotras.

134 Sor Amada de Jesús, que pensaba que "en la comunidad no se necesitaban artistas". Pero apreciaba sinceramente a Teresa (PO pp. 572­575 y PA p. 407).

135 Día en que Teresa hizo su Ofrenda al Amor misericordioso.

136 A uno de los Carmelos de Indochina (cf Ms C 9rº; Cta 207; 221,2vº/3rº; UC, pp. 197, 311).

 

ESCUDO DE ARMAS Y SU EXPLICACIÓN [85Vº]

El blasón JHS es el que Jesús se dignó entregar como dote a su pobre esposa. La huérfana de la Bérésina se ha convertido en Teresa del NIÑO JESÚS de la SANTA FAZ. Estos son sus títulos de nobleza, su riqueza y su esperanza.

La vid que divide en dos el blasón es también figura de Aquel que se dignó decirnos: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, quiero que deis mucho fruto"

Las dos ramas que rodean, una a la Santa Faz y la otra al Niño Jesús, son la imagen de Teresa, que no tiene otro deseo aquí en la tierra que el de ofrecerse como un racimito de uvas para refrescar a Jesús niño, para divertirlo, para dejarse estrujar por él a capricho y poder así apagar la sed ardiente que sintió durante su pasión.

El arpa representa también a Teresa, que quiere cantarle incesantemente a Jesús melodías de amor.

El blasón FMT es el de María Francisca Teresa, la florecita de la Santísima Virgen. Por eso, esa florecita aparece representada recibiendo los rayos bienhechores de la dulce Estrella de la mañana.

La tierra verde representa a la familia bendita en cuyo seno creció la florecita.

Más a lo lejos se ve una montaña, que representa al Carmelo. Este es el lugar bendito que Teresa ha escogido para representar en su escudo de armas el dardo inflamado del amor que ha de merecerle la palma del martirio, en espera de que un día pueda dar verdaderamente su sangre por su Amado. Pues para responder a todo el amor de Jesús, ella quisiera hacer por él lo que él hizo por ella...

Pero Teresa no olvida que ella no es más que una débil caña, y por eso la ha colocado en su blasón.

El triángulo luminoso representa a la adorable Trinidad, que no cesa de derramar sus dones inestimables sobre el alma de la pobre Teresita, que, agradecida, no olvidará jamás esta divisa: "El amor sólo con amor se paga".