La hora del «deshielo»
Por Enrique Calicó
La hora del «deshielo». –Fervor popular. –Un «Libro blanco» para la ONU. –Una verdadera profecía.
Confesar y celebrar misa, con ciertas restricciones, eran
las únicas actividades permitidas al Padre Pío. Esta situación le apenaba. Sólo
podía recibir a prelados y personalidades porque sus superiores del convento no
osaban cortarles el paso. Pero con los simples fieles no podía conversar, rezar
con ellos, darles consejos espirituales o hacerles algunas meditaciones de las
suyas, breves, sencillas, penetrantes. Los fieles acudían a la primera y a la
última hora de la tarde a la explanada extramuros, donde por unos instantes podían
ver al Padre agitar un pañuelo blanco desde la ventana de su celda a modo de
saludo. Entonces gritaban:
–¡Padre, bendíganos usted!
Él respondía, sin que pudieran oírle desde el exterior, con voz paternal:
–¡Sí, hijos míos!
Fervor popular
El fervor popular vestido de fe sencilla permanecía vivo. El día de su onomástica,
el 5 de mayo de 1963, año en que cumplía el sexagésimo aniversario de su toma
de hábito, todo el pueblo, con su fiel alcalde Morcaldi al frente, deseaba
felicitar al Padre. Morcaldi con el pleno fue al convento para conseguir que se
retrasara un poco la misa, pues se esperaba la llegada de nuevos peregrinos. El
padre Rosario los recibió de mal humor en el pasillo con el «no» por delante.
El Padre Pío se acercó al pequeño grupo. Todos quisieron felicitarle. El
Padre se disponía a dirigirles la palabra y agradecérselo, cuando dos
religiosos se lo llevaron de mala manera. Aquello escandalizó a los presentes y
pronto todo el pueblo se hizo eco del hecho. Por la noche en la colina cercana
al convento el pueblo entero, a la luz de cientos de antorchas, manifestó su
devoción al Padre con cánticos y rezos. Más tarde se oyeron algunos gritos de
protesta:
–¡Fuera los perseguidores! ¡Libertad al Padre Pío!
El pleno del Ayuntamiento mandó sendos telegramas de protesta, uno al
presidente de la República Italiana, otro al secretario de Estado de Juan
XXIII, el cardenal Cicognani, al tiempo que pedían:
«...eliminar la restricción en el ejercicio apostolado digno sacerdote».
Como es natural, la prensa no dejó pasar inadvertido el hecho.
Un «Libro blanco» para la ONU
Por otro lado, la Asociación para la defensa del Padre Pío, fundada en 1960
por Brunatto, Pagnossin y otros fieles, no se había dormido. Junto con seis
juristas de derecho internacional de prestigio reconocido, habían preparado un
«Libro blanco» para la ONU y llamar la atención sobre los «atentados a los
derechos humanos» que padecía el Padre Pío y exigir reparación. No era una
biografía del Padre, apenas hablaba de su vida espiritual, su misión, sus
estigmas... Era una serie de documentos acusadores, poniéndolos a la luz pública.
Desde monseñor Gagliardi hasta monseñor Bortignon, todos los perseguidores
eran denunciados, incluso la quiebra de Giuffrè y sus consecuencias. Se trataba
de denunciar la injusta situación y se apelaba a las Naciones Unidas a falta de
haber sido escuchados por la Iglesia y haber obtenido de ella justicia y
reparación. Estaban dispuestos a llegar al Tribunal Internacional de La Haya y
repartir el «Libro blanco» a todos los puntos clave del mundo entero.
Naturalmente el Padre Pío ignoraba ese «affaire».
El «Libro blanco» estaba en imprenta cuando el 3 de junio de 1963 fallece Juan
XXIII. El 13 de junio se sabe por los periódicos que el provincial, padre
Torquato De Lecore, y los definidores de la provincia de Foggia son trasladados.
El padre Alessandro, secretario provincial, y el padre Giustino, el de los micrófonos,
también alejados de San Giovanni Rotondo... Todo, por decreto firmado por el
cardenal Valeri, prefecto de la Congregación de Religiosos, el 28 de mayo, es
decir, en vida de Juan XXIII.
Con la lentitud prudente que la caracteriza, la Iglesia mostraba mejores
sentimientos con respecto al Padre Pío. Ante este inesperado cambio, Brunatto y
sus amigos decidieron no divulgar el «Libro Blanco». Sólo se mandó un
ejemplar al nuevo Papa Pablo VI, a U Thant, secretario general de la ONU, y a
Antonio Segni, presidente de la República Italiana.
El 23 de agosto de 1963 el padre Clemente de Santa Maria in Punta era destinado
a Foggia, designado a dedo por la Congregación de Religiosos como administrador
apostólico. Permanecerá en el sitio hasta 1970.
Por dos veces, en septiembre 1963 y en diciembre 1964, se pidió al Padre Pío
que firmara un mentís acerca de las grabaciones microfónicas, a lo que el
Padre se negó rotundamente, por conciencia y también por el honor y el bien de
la Iglesia.
El 10 de octubre de 1963, el padre Clemente visitó el convento. Haciendo su
informe de gestión, en 1970, nos revelará:
«Hice lo posible para que le fueran levantadas las restricciones. Después de
repetidas entrevistas con las más altas autoridades, pude conseguirlo».
El padre Rosario, antes de terminar su mandato, fue alejado y sustituido por el
padre Carmelo de San Giovanni in Galdo. El padre Clemente visitará de nuevo al
Padre Pío y de parte del ministro general le pedirá:
–Intervenga usted, padre, de manera eficaz para defender la Orden capuchina.
Somos víctimas de una furibunda campaña de prensa.
–No puedo hacer ninguna declaración pública mientras me encuentre con mi
libertad tan limitada –respondió–. Yo sólo desearía ser considerado como
los demás hermanos capuchinos.
Una verdadera profecía
El cardenal Montini, arzobispo de Milán, fue elegido Papa y tomó el nombre de
Pablo VI. Hacía años, en 1958, al mes de ser elegido Juan XXIII, el Padre Pío
le mandó un mensaje a través del Commendatore Alberto Galletti:
«Di al arzobispo que, después de éste, él será Papa. Que se prepare. No es
una bendición, sino un río desbordado...»
Al oírlo, Montini exclamó:
–Oh, las extrañas ideas de los santos...
Algo había de sintonización a un mismo nivel.
Montini no sólo había manifestado su admiración y estima por el fraile
estigmatizado, sino que conocía y apreciaba los Grupos de Oración, su fervor y
espiritualidad. Y aunque no se sabe si fue alguna vez a San Giovanni Rotondo,
estaba debidamente informado por el arzobispo de Bolonia, cardenal Lercaro. A
los pocos meses de ser elegido, Pablo VI intervino directamente para que se
devolviera la libertad al Padre Pío. El 30 de enero de 1964, el cardenal
Ottaviani indicó al padre Clemente:
–El Santo Padre desea que el Padre Pío ejerza su ministerio con plena
libertad.
La sacristía fue abierta de nuevo a los fieles que deseaban hablar unos
momentos con el Padre, levantadas las sanciones a los privados de confesión, el
número de los penitentes dejaba de estar limitado a sólo cinco en la iglesia
antigua y éstos ya no debían permanecer de espaldas al confesonario mientras
esperaban su turno, y otras limitaciones todas ellas anuladas.
Brunatto y los suyos no repartieron el «Libro blanco», que quedó en el
secreto de los organizadores y de las tres personas que lo habían recibido. El
25 de marzo publicaron el siguiente comunicado:
«La Asociación tiene el placer de anunciar que, desde hace unos días, ha sido
restablecido en el monasterio de San Giovanni Rotondo la libre práctica del
culto, tanto en lo que concierne al apostolado de ese Padre venerado como en lo
que es derecho de los fieles de confesarse con él. Así llegan a su fin los
abusos y los actos autoritarios que duraban desde hace cuatro años».
La prensa mundial anunció «el fin de las persecuciones contra el Padre Pío y
su liberación». El «Libro blanco» no llegó a ser un medio de presión sino
de información detallada para S.S. Pablo VI, quien había confiado más en la
oración y aceptación del sufrimiento del Padre que en el esfuerzo humano de
sus amigos y defensores.
Aquel año 1964, por primera vez después de tres años, el Padre Pío pudo
celebrar las ceremonias de Pascua entre sus fieles.