BAUTISMO:
SUFRIR
Y MORIR POR EL PUEBLO
EL
BAUTISMO es el sacramento del que más habla el Nuevo Testamento. Esto indica la
importancia que tiene este sacramento en la Iglesia y en la vida de los fieles.
De tal manera que, sin exageración alguna, se puede afirmar que el bautismo es
el sacramento fundamental que configura y determina toda la vida cristiana. Sin
embargo, es un hecho que el bautismo ha llegado a ser un rito insignificante
para la vida de muchos cristianos. Y la razón es muy sencilla: casi todo el
mundo recibe este sacramento en su más tierna infancia. Lo cual quiere decir
que casi nadie se da cuenta de lo que recibe cuando es bautizado. De ahí lo
poco que significa este sacramento en la vida concreta de muchos cristianos. La
gente se preocupa de que los niños sean bautizados por una serie de
motivaciones de tipo sociológico, cultural y religioso. Pero luego casi nadie
se vuelve a acordar de su bautismo y de las consecuencias que entraña.
Por
otra parte, la enseñanza tradicional de los catecismos clásicos ha destacado sólo
un aspecto del sacramento del bautismo: su relación con el pecado original. De
ahí que, en la opinión popular, el bautismo es el sacramento que sirve para
borrar el pecado original, de tal manera que a eso se reduce lo que mucha gente
sabe acerca del bautismo. Desde este punto de vista, la insuficiencia de la
catequesis tradicional resulta manifiesta.
Pero
hay más. El bautismo es administrado a la casi totalidad de la población
infantil en los llamados países cristianos. Y eso tiene una consecuencia muy
grave: de esa manera, y en virtud de ese procedimiento, la casi totalidad de la
población entra a formar parte de la Iglesia. De donde resulta que la Iglesia
no es ya la comunidad de los convertidos a la fe y al evangelio, sino la
sociedad de los nacidos en ciertos países o en determinados grupos sociológicos.
Dicho de otra manera, lo que configura a la Iglesia no es ya el evangelio y el
mensaje de Jesús, sino la población de ciertos países, la gente de cierta
cultura, los grupos de una determinada mentalidad, la mentalidad eclesiástica.
Es evidente que, en tales circunstancias, el bautismo ha venido a perder su
significación original, tal y como se habla de ese asunto en los escritos del
Nuevo Testamento.
Estando
así las cosas, resulta muy difícil comprender y vivir a fondo lo que significa
el bautismo cristiano. No sólo porque la formación catequética ha sido
deficiente hasta hace no pocos años, sino además porque la organización
eclesiástica, cuando se trata de este sacramento, presenta serias cuestiones
que será necesario analizar, sobre todo por lo que se refiere al bautismo de
los niños.
Para
responder a esta compleja problemática, nos vamos a fijar, sobre todo, en el análisis
de los principales textos bautismales del Nuevo Testamento. Pero antes de eso
conviene decir algo acerca del simbolismo que es propio de este sacramento.
1.
El simbolismo acuático
Todo
sacramento es un símbolo. Esto quiere decir, entre otras cosas, que para
comprender un sacramento en concreto el camino más directo es analizar el símbolo
que se pone en práctica al administrarlo. Pues bien, en el caso del bautismo,
el simbolismo que se utiliza es el simbolismo del agua. Por consiguiente,
analizando el simbolismo acuático, tendremos un punto de referencia fundamental
para comprender la significación del bautismo.
Ahora
bien, el agua simboliza cuatro cosas:
1.
El agua da vida: porque el agua es absolutamente necesaria para la vida.
Por eso, donde hay agua hay vida. Y donde falta el agua, lo único que puede
haber es muerte. Este simbolismo ha sido fuertemente destacado en no pocas
religiones. Porque corresponde a la naturaleza misma de las aguas y su función
fecundante. De ahí que el desierto es el lugar donde está ausente la vida,
porque allí está ausente el agua; mientras que el oasis es el lugar de la
vida, porque es el lugar del agua. Por todo esto se comprende fácilmente que el
agua es uno de los mejores símbolos de la vida. Por eso en muchas religiones se
utiliza el agua para simbolizar que los fieles pasan de la muerte a la vida, y
que tienen la vida que proviene de Dios.
2.
El agua lava: cosa que todos sabemos por experiencia y que no necesita
explicación. Por eso, lo mismo en el judaísmo que en otras religiones antiguas
y modernas se utilizan ciertos lavatorios rituales para indicar y simbolizar
que, de la misma manera que el agua lava el cuerpo, igualmente la gracia de Dios
lava el espíritu, limpia del pecado o de las impurezas cultuales y nos hace
presentables, como el que está recién lavado de pies a cabeza
3.
El agua satisface la sed: o también se suele decir que apaga la sed, lo
mismo que apaga el fuego. Pero como la sed expresa una necesidad tan fundamental
en la vida, de ahí que, con frecuencia, se habla de la sed para indicar
nuestros deseos más grandes, por ejemplo, cuando se dice que tenemos sed de
justicia o sed de paz. Y de la misma manera se suele también hablar del agua
como la satisfacción de nuestras necesidades más grandes o de nuestras
aspiraciones más profundas. De ahí la utilización frecuente del agua y la sed
en el lenguaje simbólico de la poesía y el arte.
4.
El agua mata: porque muchas veces es agente de destrucción y de muerte,
cosa que ocurre con frecuencia en riadas, tormentas, inundaciones, etc. Y por
eso también uno de los simbolismos más fundamentales del agua, en muchas
religiones, es la inmersión en las aguas de un río o de una piscina para
indicar que el hombre sepulta su vida pasada en el pecado y renace a una vida
nueva en la gracia y la amistad con Dios.
Ahora bien, acerca de estos cuatro simbolismos hay que preguntarse: ¿Habla
la Biblia de todos ellos al referirse al bautismo? ¿son todos igualmente
importantes?, ¿existe alguno que sea el simbolismo fundamental, el simbolismo básico,
para explicar lo que significa y representa el bautismo cristiano?
2.
El simbolismo acuático en la Biblia
El
Nuevo Testamento habla con frecuencia del agua en relación al bautismo.
Sabemos, en efecto, que el bautismo cristiano se administraba con agua (He
8,36.38s; 10,47). Y por eso los cuatro simbolismos del agua que antes he
indicado aparecen en los distintos autores y tradiciones del Nuevo Testamento,
aunque no todos de la misma manera ni con la misma importancia.
Así,
ante todo, se habla del agua bautismal como fuente de una nueva vida. En este
sentido, se dice que el cristiano, una vez bautizado, vive una vida nueva, lejos
del mal y del pecado (Rom 6,4; 1Jn 3,9). También se dice que el bautismo es un
baño renovador y regenerador (Tit 3,5; ver Ef 5,26; Heb 10,22). O se habla del
agua que quita la sed para siempre, lo cual, aunque no directamente, de alguna
manera se puede referir al bautismo (Jn 4,14).
Pero, sin duda alguna, es el cuarto simbolismo, el agua que mata, el que
más se destaca en el Nuevo Testamento, cuando se trata del bautismo. En efecto,
los grandes símbolos acuáticos del Antiguo Testamento, el diluvio (Gén
7,18-24) y el paso del mar Rojo (Éx 14), son símbolos en los que el agua
aparece como agente de destrucción y de muerte. Pues bien, esos dos símbolos
son aplicados al bautismo cristiano en el Nuevo Testamento: el diluvio en 1Pe
3,20s, y el paso del mar Rojo en 1Cor l0,1s.
Por
otra parte, hay que tener en cuenta que cuando en los evangelios se utiliza la
expresión “ser bautizado”, en pasiva (Mc 1,9 par; Mt 3,16; Lc 3,21), se
trata de una traducción del arameo, que significa “tomar un baño sumergiéndose
en las aguas”, lo que sugiere principalmente la idea de sumergirse en las
aguas de la muerte Por eso, sin duda, cuando Jesús utiliza el verbo baptiszênai,
se refiere a su propia muerte (Mc 10,38; Lc 12,50). De estos textos volveré a
hablar enseguida. Sin embargo, ya desde ahora hay que decir que, para Jesús, la
idea del bautismo se relaciona directamente con la idea de la muerte.
Pero,
sobre todo, hay que recordar el texto bautismal más Importante de todo el Nuevo
Testamento: Rom 6,3-5. En este texto —del que volveré a hablar más
adelante— el bautismo cristiano se pone directamente en relación con la
muerte y la resurrección (ver Col 2,11-12; Gál 2,20; 5,24).
Por
consiguiente, se puede decir, con seguridad, que el simbolismo fundamental del
agua bautismal en el Nuevo Testamento se refiere al agua en cuanto agente de
destrucción y de muerte. Por lo tanto, a eso se refiere fundamentalmente el
bautismo cristiano. Pero, ¿qué quiere decir eso más en concreto? De ello
hablo a continuación.
3.
Sufrir y morir por el pueblo
Los
cuatro evangelios cuentan el bautismo que recibió Jesús (Mc 1,9-l1; Mt
3,13-17; Lc 3,21-22; Jn 1,32-34). Y los cuatro conceden especial importancia a
este hecho, porque representa el punto de partida del ministerio público de Jesús
(ver He 1,22; 10,37; 1Jn 5,6). Pero es, sobre todo, el mismo Jesús quien
reconoce en el bautismo de Juan un acontecimiento de singular importancia para
interpretar y explicar su propia autoridad de mesías. Así nos consta por Mc
11,27-33: le preguntan a Jesús de dónde ha recibido él su autoridad; y Jesús
responde apelando al bautismo de Juan. Si tomamos en serio la contrapregunta de
Jesús, entonces su sentido es el siguiente: “mi autoridad se basa en el
bautismo de Juan”. Y esto, a su vez, quiere decir: “mi autoridad se basa en
lo que sucedió cuando yo fui bautizado por Juan”. Por consiguiente, nos
encontramos con que el propio Jesús atribuye su autoridad a la vocación que
recibió al ser bautizado por Juan. He ahí la importancia que tuvo la
experiencia del bautismo para Jesús.
Pero
¿en qué consistió aquella experiencia?
Los
cuatro evangelios coinciden en narrar dos cosas cuando cuentan el bautismo que
recibió Jesús: en primer lugar, la venida del Espíritu; en segundo lugar, una
proclamación divina asociada a la venida del Espíritu. En cuanto al descenso
del Espíritu, hay que tener en cuenta que, según el judaísmo antiguo, la
comunicación del Espíritu significaba lo mismo que inspiración profética, es
decir, la persona que recibía el Espíritu era llamada por Dios para ser su
mensajero. Por lo tanto, en el momento de su bautismo, Jesús recibió del Padre
la vocación y el destino que marcó y orientó su vida.
Ahora
bien, ¿en qué consistió concretamente esta orientación y este destino? La
proclamación divina que acompañó a la venida del Espíritu fue ésta: “Este
es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto” (Mc 1,11; Mt 3,17; Lc 3,22).
Estas palabras se refieren a un texto famoso del profeta Isaías (Is 42,1), que
es el comienzo de los cantos del siervo de Yavé, en los que se presenta a este
siervo como el hombre solidario con el pueblo pecador, sufriendo y muriendo por
la salvación y liberación del pueblo (ver Is 53,1-12). Por consiguiente, con
ocasión de su bautismo, Jesús experimentó su vocación. Y esa vocación es el
destino del siervo, que se solidariza con el pueblo y sufre y muere por salvar
al pueblo.
Por
lo tanto, en el momento de su bautismo, Jesús recibió y aceptó una misión y
un destino: la misión y el destino que le llevarían a su muerte violenta. Por
eso se explica que las dos únicas veces que Jesús utiliza el verbo
“bautizar” (“ser bautizado”) (Mc 10,38; Lc 12,50), es para referirse a
su propia muerte. En labios de Jesús, “ser bautizado” es lo mismo que
“ser crucificado”, sufrir y morir por el pueblo.
En
consecuencia, el bautismo tiene un sentido concreto para Jesús: es el acto y el
momento en el que el hombre asume conscientemente una vocación y un destino en
la vida: la vocación y el destino de la solidaridad incondicional con el
pueblo, sobre todo con el pueblo pecador y perdido, hasta llegar a la misma
muerte si es necesario. Este es el sentido radical y fuerte que tiene el
bautismo cristiano, interpretado a partir del propio bautismo que recibió Jesús.
Y
esto justamente es lo que no comprendía Juan el Bautista; de ahí su
desconcierto cuando vio que Jesús venía a ser bautizado (Mt 3,14). Porque,
para el Bautista, los caminos del mesías tienen que ser caminos de imposición
autoritaria, de poder y de juicio (Mt 3,10-12). Por eso se comprenden la
perplejidad y las dudas de Juan Bautista (Mt 1 1,2-3). Porque para él el mesías
tenía que ser fuerte, poderoso y autoritario. Sin embargo, para Jesús, el
camino que se traza a partir del bautismo es el camino de la solidaridad, el
sufrimiento y la muerte
4.
“Nos bautizaron uniéndonos a su muerte”
Pero
la significación del bautismo cristiano es más profunda. No se trata solamente
de que, al recibir el bautismo, asumimos un destino de muerte; se trata, además,
de que el bautismo es en sí una verdadera muerte. Es decir, el bautismo es el
sacramento mediante el cual se expresa y se simboliza un cambio total y completo
en la vida. Porque se trata del cambio de la muerte (pecado, injusticia) a la
vida (honradez, bondad). De la misma manera que Jesús pasó por la muerte, para
así llegar a la vida sin límites, igualmente el cristiano tiene que pasar por
la muerte (el bautismo), para empezar una vida nueva, la vida de la fe, la vida
propia del creyente. Así lo explica el apóstol Pablo: “¿Es que no saben
que a todos nosotros, al bautizarnos uniéndonos a Jesús el mesías, nos
bautizaron uniéndonos a su muerte? Por lo tanto, aquel baño que nos metió en
las aguas y que nos unió a su muerte, nos sepultó con él, para que, así como
Cristo fue resucitado de la muerte por el poder del Padre, también nosotros
empezáramos una vida nueva. Además, si hemos quedado incorporados a él por
una muerte semejante a la suya, ciertamente lo estaremos por una resurrección
semejante” (Rom 6,3-5).
En
este texto hay unas palabras clave: “al bautizarnos uniéndoios a Jesús el
mesías” . Estas palabras son paralelas a otras del mismo Pablo, según
las cuales los judíos, al pasar el mar Rojo, “fueron bautizados uniéndolos
a Moisés” (1Cor 10,2). Esto quiere decir: los judíos que siguieron a
Moisés y pasaron con él por las aguas de la muerte, encontraron de esa manera
la vida y la libertad. Pues de la misma manera, ahora los cristianos que siguen
el destino de Jesús hasta la muerte, cosa que se expresa simbólicamente
mediante las aguas del bautismo, de esa forma encuentran el destino de la vida y
la liberación.
Pero
el texto dice más, porque afirma que “nos bautizaron uniéndonos a su
muerte” (Rom 6,3). Parece que estas palabras están tomadas del lenguaje
de los cultos mistéricos de aquel tiempo. Y vienen a decir lo siguiente: el que
recibe el bautismo sepulta su pasado y muere a todo lo que no sea una vida de
verdadero hijo de Dios. Porque “morir con Cristo” significa morir al
mundo, al orden establecido, como fundamento de la vida del hombre (Gál 6,14) o
a los poderes del mundo que esclavizan (Col 2,20), a la esclavitud de la ley (Rom
7,6), a la vida en el pecado (Rom 6,6) o a la “vida-para-sí-mismo”
(2Cor 5,14-15). Todo eso ocurre en el bautismo cristiano. Por eso el verdadero
creyente vive entregado continuamente a la muerte por causa de Jesús, “para
que también la vida de Jesús se transparente en nuestra carne mortal”
(2Cor 4,11; ver Col 1,24).
La
clave de interpretación del bautismo cristiano es la muerte. La muerte de Jesús.
Esa muerte como destino y como acontecimiento. El bautizado es el hombre que
asume en la vida el destino de la muerte por los demás. De tal manera que él
es un muerto para todo lo que no sea una vida como la vida que llevó el propio
Jesús.
5.
Consecuencias del bautismo
a)
Revestidos del Mesías
La
primera consecuencia del bautismo es que quien lo recibe queda revestido de Jesús
el mesías. Así lo dice san Pablo: “Todos ustedes, al bautizarse vinculándose
al Mesías, se han revestistido del Mesías” (Gál 3,27). El bautizado está
“vinculado al Mesías”, lo cual quiere decir que la vida misma de
Cristo está presente y actúa en el que ha recibido el bautismo (ver Rom 6,3;
11,36; 1Cor 8,6; 12,13; Ef 2,15.21.22). Pero además, el bautizado queda “revestido
de Cristo”. Aquí se utiliza el verbo griego énduészai, que se
refiere al comportamiento, a la conducta (Rom 13,12.14; 2Cor 5,3; ver 5,6-1O; Ef
4,24; 6,1 1.14; Col 3,10.12; 1Tes 5,8). Y quiere decir que, a partir del
bautismo, el creyente adopta la misma conducta de Jesús el mesías. Por
consiguiente, el bautismo es para el creyente el punto de partida de una vida
que actúa y va en la dirección de lo que fue la existencia de Jesús: la
existencia para los demás.
Por
otra parte, puesto que el bautizado queda tan íntimamente asociado a Cristo,
todo lo que Cristo realiza en su acción salvadora por el hombre se asocia
estrechamente con el bautismo. Así, el bautismo lleva consigo, no sólo el
morir con Cristo, sino también su resurrección (Rom 6,1ss; Col 2,11ss),
incluye el perdón de los pecados y la purificación de los mismos (He 2,38;
22,16), la pertenencia como miembros al cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (1
Cor 12,13; Gál 3,27) y la promesa del reino de Dios (Jn 3,5).
En
consecuencia, el hombre que ha recibido el bautismo queda vinculado a Cristo de
la forma más estrecha y profunda posible. Primero porque la vida misma de
Cristo anima al creyente. Además, porque la conducta del creyente tiene que ser
un calco y una copia de lo que fue la conducta de Jesús
b)
La
experiencia del Espíritu
Según
los relatos bautismales del Nuevo Testamento, el bautismo cristiano se
caracteriza porque, a diferencia del bautismo de Juan, es un bautismo no sólo
de agua, sino también de Espíritu (Mt 3,11; Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33; He 1,5;
11,16; 19,3-5). La relación entre el bautismo cristiano y la presencia del Espíritu
queda además atestiguada en He 10,47; 1,15-17; 1Cor 12,13; Jn 3,5. Todo esto
quiere decir que es característica esencial del bautismo cristiano la presencia
del Espíritu en el bautizado.
Ahora
bien, está fuera de duda que, según el Nuevo Testamento, el Espíritu fue para
la comunidad primitiva, antes que un objeto de enseñanza, un dato de
experiencia. Hasta el punto de que tal experiencia es lo que explica la
diferencia y la unidad, al mismo tiempo, de las diversas fórmulas que utilizan
los autores del Nuevo Testamento para hablar del Espíritu. Así, el Espíritu
equivale a la experiencia del que habla, no por propia iniciativa, sino por
efecto de la acción de Dios (Mc 13,11; Mt 10,20; Lc 12,12). El Espíritu es
también la experiencia de una fuerza que impulsa y lleva a los hombres (Lc
2,27; 4,1.14; He 13,4; 16,6.7; 20,23); es una experiencia de gozo y alegría (Lc
10,21; He 9,31; 13,52; Rom 14,17; 1Tes 1,6), una experiencia de amor (Rom 5,5;
15,30; 2Cor 13,13) y de libertad (2Cor 3,17).
Por
otra parte, se trata de una experiencia fuerte, que actúa con energía en el
creyente. En este sentido llama la atención la conexión que se da, en el Nuevo
Testamento, entre el pneuma (espíritu) y la dy;namis (fuerza),
porque son dos realidades que se acompañan constantemente (Lc 1,17; 4,14.36; He
10,38; Rom 15,13.19; 1Cor 2,4; Ef 8,16; 2Tim 1,7).
Por
consiguiente, el hombre bautizado es una persona de espíritu, una persona
animada por una fuerza mística, una fuerza sobreabundante, que se traduce en
alegría y en libertad. Pero con tal que esto se entienda bien. Porque no se
trata solamente de una fuerza intimista, de devoción y afecto. El Espíritu es
una fuerza que empuja a los creyentes a dar testimonio de Jesús hasta el fin
del mundo (He 1,8), una fuerza que impulsa a la comunidad cristiana para que
anuncie con audacia y libertad (parresía) el mensaje de Jesús (He
4,31).
e)
La
experiencia de la libertad
El
paso del mar Rojo fue, para los israelitas, el paso de la esclavitud a la
libertad. Por eso el bautismo que vinculó a aquellos hombres al destino de Moisés
(1Cor 10,2) fue el bautismo de la liberación. Pero, como ya se ha dicho, el
bautismo que vinculó a los israelitas a Moisés tiene un paralelismo, formulado
literalmente mediante la misma frase, con el bautismo que vincula a los
creyentes con el mesías Jesús (Rom 6,3). Por consiguiente, ya desde este punto
de vista, el bautismo cristiano comporta una experiencia de liberación. Es
decir, de la misma manera que el paso del mar Rojo fue para los israelitas la
experiencia fundamental de su liberación, así también el paso por el agua
bautismal comporta para los cristianos la experiencia de su propia libertad.
Pero
libertad, ¿de qué y para qué? San Pablo explica este punto de manera
admirable. Precisamente en el texto de Rom 6,3-5 se trata de responder a la
acusación que algunos hacían contra Pablo de que, al predicar la libertad de
la ley, de esa manera lo que en realidad fomentaba era la inmoralidad y el
libertinaje (Rom 6,1). Ante Semejante acusación, Pablo aduce el hecho del
bautismo con la experiencia que comporta, para concluir con una frase
sencillamente lapidaria: “El pecado no tendrá dominio sobre ustedes,
porque ya no están en régimen de ley, sino en régimen de gracia” (Rom
6,14). El hombre que ha vivido la experiencia del Espíritu en el bautismo, ha
vivido por eso mismo la experiencia de una liberación. Se trata de la liberación
del pecado, que ya no tiene dominio sobre los cristianos. Pero lo sorprendente
es la razón que da el mismo Pablo de por qué los cristianos ya no están
sometidos al señorío del pecado: “porque ya no están en régimen de ley,
sino en régimen de gracia”. Es decir, los creyentes están liberados del
pecado porque, en el fondo, de lo que están liberados es de la ley.
Por
consiguiente, la experiencia del bautismo es la experiencia de la libertad más
radical. Porque es la liberación de la ley en su sentido más fuerte, es decir,
la ley en cuanto voluntad impositiva y codificada que se impone al hombre desde
fuera (ver Rom 13,8-10; 2,17-23; 7,7; Gál 3,10.17.19; 4,21-22). En el fondo, ¿qué
quiere decir todo esto? Sencillamente, que la ley del creyente es el amor. A eso
se refiere Pablo en Rom 13,8-10 y en Gál 5,14. Lo que quiere decir que la
experiencia fundamental del creyente en el bautismo es la experiencia del amor.
Y por cierto, no sólo del amor a Dios, sino además del amor al prójimo, ya
que a eso se refieren expresamente los textos de Romanos y Gálatas que acabo de
citar: el que ama al prójimo cumple la ley plenamente hasta sus últimas
consecuencias.
6.
La Iglesia que nace del bautismo
La
Iglesia es la comunidad de los bautizados. De tal manera que es efecto
fundamental del bautismo el incorporar al hombre a la comunidad de la Iglesia
(ver 1Cor 12,13; Gál 3,27). Esto quiere decir que el bautismo es el sacramento
que configura a la Iglesia. Es decir, la Iglesia tiene que ser la comunidad que
nace del bautismo y que, por consiguiente, está de acuerdo con lo que significa
el bautismo
Ahora
bien, ¿qué modelo de Iglesia surge a partir del bautismo, según lo que éste
significa? De acuerdo con todo lo que aquí se ha dicho sobre el bautismo,
resulta que la Iglesia tiene que ser, en el mundo y en la sociedad, la comunidad
de los que libre y conscientemente han asumido un destino en la vida: el sufrir
y morir por los demás. O sea, la Iglesia es la comunidad de los que existen
para los demás. Y es también la comunidad de los que se han revestido de
Cristo, es decir, de los que reproducen en su vida lo que fue la vida de Jesús
el mesías. Y además la comunidad de los hombres y mujeres a quienes guía y
lleva el Espíritu. Finalmente, la comunidad de la libertad liberadora, en el
sentido explicado.
¿A qué conclusión nos lleva todo esto? O todo lo que acabo de decir es
pura palabrería, que en la práctica no significa nada en concreto; o todo eso
se tiene que tomar en serio y tal como suena. Pero entonces, ¿qué resulta?
Inevitablemente, no una Iglesia masificada y amorfa, sino una Iglesia que
consiste en la gran comunidad de comunidades. Comunidades que viven lo que
representa y exige el bautismo de la forma ya explicada. A partir de eso se
tendría que organizar todo lo demás en la Iglesia.
Pero
todo esto plantea un serio problema: el bautismo de los niños. La Iglesia es
una masa amorfa de gente porque el bautismo se administra a los niños de una
manera prácticamente indiscriminada, de tal modo que entran a formar parte de
la Iglesia los que no pueden decidir de sí mismos para su futuro. Pero ¿es que
tiene que ser así? ¿No podría ser de otra manera?
7.
El bautismo de los niños
y
los niños que mueren sin bautismo
a)
El
bautismo de los niños
Esta
cuestión ha sido objeto de una profunda controversia, sobre todo en los últimos
cuarenta años. Voy a exponer brevemente las razones en pro y en contra del
bautismo de niños. Así podemos enjuiciar este asunto con objetividad.
Las
razones de los que defienden que se debe seguir bautizando a los niños pequeños
son las siguientes: lº
En los escritos del Nuevo Testamento se dice varias veces que se
bautizaban casas o familias enteras (1Cor 1,16; He 11,14; 16,15-33; 18,8), y
parece que la expresión “la casa”
incluía a los niños pequeños. 2º Se cree que en 1 Cor 7,14 se utiliza
la terminología del bautismo judío de los prosélitos, según lo cual se
admite que la comunidad primitiva se habría apropiado el uso judío de bautizar
a los niños pequeños de los prosélitos. 3º Desde tiempos muy antiguos, quizá
desde el siglo II, se sabe que se administraba el bautismo a los niños recién
nacidos. 4º Desde finales del siglo IV y comienzos del V se hace ya general la
costumbre de bautizar a los bebés. 5º El concilio de Trento dijo que se debe
bautizar a los niños, precisamente para borrar en ellos el pecado original. 6º
Muchos teólogos, tanto católicos como protestantes, defienden el bautismo de
los niños. Estas razones, muy resumidas, son las que explican por qué la
Iglesia defiende con toda fuerza la práctica de bautizar a los niños pequeños.
Pero
frente a estas razones están las de los que afirman que no se debe bautizar a
los niños. Son las siguientes: lº Un niño pequeño no se entera ni se puede
enterar de nada. Por lo tanto, no tiene ni puede tener fe en Jesucristo. Pero,
por otra parte, sabemos que los sacramentos no se pueden administrar nada más
que a quienes tienen fe. 2º No vale decir que el niño se bautiza por la fe que
tienen sus padres o los padrinos. Porque nadie puede tener fe por otro como no
puede pecar por otro, ni ganarse el cielo en lugar de otro. 3º Es verdad que en
el Nuevo Testamento se habla del bautismo de “casas” enteras. Pero lo que no
sabemos es si en aquellas casas había niños pequeños. Eso no se dice en
ninguna parte. 4º La costumbre de bautizar masivamente a los niños se
introdujo a finales del siglo IV, a causa de un decreto del emperador Teodosio,
que le impuso a todo el mundo la obligación de hacerse cristiano. 5º El Nuevo
Testamento no habla de la relación entre bautismo y pecado original. Ni tampoco
los autores cristianos de los primeros siglos. Eso se introdujo en la Iglesia a
partir de san Agustín, en su controversia con los pelagianos. 6º El bautismo
exige una conversión previa (ver He 2,41; 16,33), cosa que no se puede dar en
el niño pequeño. 7º El bautismo masivo de los niños pequeños tiene una
consecuencia muy grave para la Iglesia: debido a esa práctica, la Iglesia viene
a ser no la comunidad de los convertidos a la fe, sino la sociedad de los
nacidos en ciertos países o grupos humanos. De ahí que la Iglesia no está, en
la práctica, configurada por el bautismo, sino por el nacimiento, cosa que no
va de acuerdo con lo que es y exige el bautismo cristiano.
Vistas
las razones de una y otra parte, ¿qué se puede decir sobre este asunto? En
principio, parece que las razones en contra del bautismo de niños tienen más
peso que las razones a favor de esa práctica. Sin embargo, hay una razón
seria, en virtud de la cual parece que se puede afirmar que tiene un profundo
sentido teológico y cristiano el hecho de bautizar a un niño pequeño. Esa razón
es que la Iglesia lo viene haciendo así desde hace casi diecinueve siglos. Lo
cual responde a una experiencia humana muy conocida: el niño es capaz de
asimilar e integrar en su propia experiencia los símbolos en general: como
asimila el amor de sus padres, puede también ir asimilando su fe, su
experiencia de vida, su lenguaje, etcétera. Por eso parece que se puede
encontrar un sentido positivo al hecho de bautizar a un niño pequeño.
Pero
eso no quiere decir que se pueda seguir bautizando masivamente a todos los niños
cuyos padres solicitan el bautismo. En esto la Iglesia tiene que ser más
exigente, para administrar el bautismo solamente en aquellos casos en que se
sepa con certeza que los padres son personas de una fe profunda y consecuente.
Otra
cosa es lo que se debe hacer, en cada caso, desde el punto de vista pastoral. El
ideal sería que las conferencias episcopales diesen unas orientaciones claras
en este sentido y sobre este asunto. Hacia eso hay que tender y eso es lo que
hay que buscar.
b)
Los niños que mueren sin bautismo
Bastantes
teólogos, sobre todo entre los escolásticos, inventaron la teoría del limbo,
que sería el lugar al que van los niños que mueren sin bautismo. Pero la teoría
del limbo no tiene fundamento alguno en la Biblia. Tampoco la Iglesia se ha
pronunciado oficialmente sobre ella. Ni se puede decir que haya habido
consentimiento unánime de los teólogos sobre este tema. En la actualidad, los
teólogos más serios y documentados piensan que no existe el limbo.
Es
más, si echamos mano de los documentos eclesiásticos antiguos, habría que
decir, más bien, que no puede haber limbo. El concilio XVI de Cartago (canon 3º)
condena a quien afirme que existe un lugar intermedio entre el cielo y el
infierno precisamente para los niños sin bautizar.
En consecuencia, los niños que mueren sin bautizar van al cielo. No pueden ir al infierno, porque allí sólo van quienes tienen pecados personales. Y limbo no hay... Por lo tanto, no queda otra salida que el cielo. Lo cual, sobre todo, es más coherente con el sentido profundo y universal que tiene la salvación que Cristo ha traído para todos los hombres.