V.-SUGERENCIAS GENERALES
SOBRE LOS DEBERES
1/.-
LA HIGIENE:
El
derecho Pío-Benedictino decía: "El
rector y los demás superiores exhortarán a los alumnos a que guarden de
continuo los preceptos de higiene, la limpieza del vestido y del cuerpo".
"El
Aseo de la persona y el cuidado del cuerpo son sin duda cosas dignas de
alabanza, por razones de higiene fáciles de entender..."
(Sagrada Congregación de Seminarios).
Los
Seminaristas, como todos los sacerdotes no pueden mostrarse indiferentes a las
exigencias de una sana y prudente higiene; antes bien, deben sujetarse a ellas
de buen grado. La práctica de los preceptos higiénicos hace que se mantenga
el equilibrio del organismo humano, y que este funcione bien. Además esta
practica requiere atención y constancia, lo cual fomenta el orden y la
virtud, y ayuda a formar el carácter. La Higiene por tanto asegurará la
salud del Seminarista y adiestra su voluntad.
Mens
sana in corpore sano. La
falta de aseo personal y de aire puro es la causa ordinaria de muchas
enfermedades. El exceso de trabajo, la irregularidad en las comidas, el beber
en abundancia o el tabaco constituyen en muchísimos casos la ruina de la
salud, dando base a incontables dolencias que hacen penosa y difícil la vida
de cualquier hombre.
No
es nada raro, encontrar sacerdotes...., extenuados y agotados en sus fuerzas
psíquicas y físicas a los pocos años de ejercer el sagrado ministerios, no
por otra razón que por la de haber derrochado sus energías sin tiento, o por
no medir sus fuerzas con el trabajo, prescindiendo de las reglas higiénicas
que otra cosa ordenaban.
Aunque
en menos proporciones, se toca parecidas consecuencias en los Seminaristas
respecto a la salud, ya sea por su inexperiencia, ya por su descuido o por
abuso. De ahí el deber que tienen de guardar cuidadosamente las normas de
higiene.
Dice
Balmes que las reglas de higiene, son también normas de moral. Por ello no
solo es provechosa al cuerpo, sino al alma. San Francisco de Sales afirmaba "que
la limpieza exterior representa, en cierto modo, la honestidad interior";
San Juan Bosco puso en su reglamento "Tomad muy a pecho la limpieza. La limpieza y orden exterior son
indicio de la limpieza y pureza interior". Decía el Beato Escrivá
de Balaguer que para ver como estaba el interior, el alma de un hombre,
bastaba con mirar su porte exterior, o el orden de su armario. Según se viera
lo externo, así se encontraba lo interno.
Conviene
insistir mucho en esto, pues en muchas ocasiones con el pretexto de la
perfección, se falta a las reglas de una sana y cristiana higiene, con
perjuicio, dada la conexión de cuerpo y alma, no sólo de la salud, sino
también de la virtud.
La
higiene y la mortificación tienden al mismo fin, al desarrollo de la vida por
el dominio del espíritu sobre la carne. La higiene no está reñida con la
perfección, antes bien ayuda a conseguirla, pues sus preceptos imponen no
pocas privaciones, que a la par que contribuyen al bienestar corporal,
constituyen un saludable ejercicio de vencimiento y mortificación.
No
olvidemos que también es un deber de caridad para con el prójimo. Cuantos
buenos penitentes han padecido por los malos olores típicos de muchos
confesores: olor de pies, olor a sudor, olor de boca,...., es por ello
recomendable que todo Seminarista se habitúe a cuidar la higiene para no
mortificar a los demás. El uso de aguas de colonia, sobre todo en las manos
donde los fieles besarán, el cuidado de la higiene bucal, lavándosela
después de todas las comidas, la higiene corporal para evitar malos olores,
los desodorantes,...; evitará que los files se les
imponga un cilicio en las narices.
2/.-
LA URBANIDAD:
Los
Seminaristas, así como los demás miembros de la Iglesia, no solo han de
conocer las reglas de urbanidad, sino también deben practicarlas; han de ser
educados y conducirse cortésmente con los demás, guardando a cada uno el
respeto y atenciones debidas, según su condición y dignidad.
El
Seminarista no puede descuidar la urbanidad sin poner una laguna notable a su
formación. San Antonio Mª Claret decía que los Seminaristas "se
instruyan y ejerciten en la educación mientras permanezcan en el Seminario y
durante el tiempo de vacaciones, para que, concluida la carrera, se hallen
teórica y prácticamente educados cuando estén en sus destinos". (El
colegial Instr.)
"La
modestia sacerdotal rehuye de lo que sea aseglarado o huela a vanidad en el
vestido, peinado o porte; pero exige a la vez el aseo y la decencia de una
urbanidad atrayente, sacerdotal" (Cardenal
Pla y Deniel, Arz. de Toledo, El buen Pastor).
Bajando
a detalles, insertamos a continuación algunas reglas muy propias par los
seminaristas, y aunque algunas parezcan nimiedades, deben de saberlas y
respetarlas para adquirir los hábitos de las buenas formas que pide el estado
a que aspiran:
PLACITA
S. JOANNIS BERCHMANS
Tarditas
et languor in motu displicet.
Libertas
in loquendo etiam de spiritualibus displicet.
Contradictio
frequens displicet.
Libertas
in conversando displicet.
Modus
conversandi ironicus displicet.
Ferre
manus post tergum displicet.
In
platea retro respicere et libere displicet.
Facile
movere caput displicet.
Cachinnari,
clamare alta voce, immoderate ridere displicet.
Loqui
in Refectorio, in Ecclesia, in Sacristia, et temporibus vetitis displicet.
Attende,
quae tibi placent in aliis, et haec facias et imiteris.
Manus
iunctas ante pectus, et numquam pendulas, placet.
En
el Refectorio dispónganse las mesas familiares, es decir donde se sienten 4 o 6
seminaristas, y lleven el ella todos las normas de urbanidad y fomenten es
espíritu de caridad y de una sana amistad.
"En
la mesa compórtense dignamente, comiendo sin avidez y sin quejarse de lo que
les sea servido. Durante las comidas obsérvense con gran cuidado las reglas de
urbanidad. Evítese la excesiva precipitación y la demasiada lentitud en el
comer. Si hubiere de hacerse alguna advertencia
acerca de la comida, se recurrirá al superior; pero se evitará todo lo
que pueda sonar a protesta.
Procúrese
no desperdiciar la comida ni el pan, de suerte que lo que sobrare quede en
condiciones para poder ser dado a los pobres decorosamente.
Todos
deben escuchar en silencio (la lectura) y procurarán hacer el menor ruido
posible con los platos, cubiertos, etc.
Cuando
sea dispensada la lectura, se hablará moderadamente, sin levantar demasiado la
voz.
Se
leerá un trozo breve de la Sagrada Escritura todos los días y también del
Martirologio; no lo uno ni lo otro se omitirá, aunque se dispense la lectura.
Cuando
entre en el Refectorio un Obispo u otra elevada personalidad, todos suspenderán
la comida y se pondrán en pie"
Puede
ser una practica que las lecturas que han de hacerse, haya sido previamente
gravadas, de forma que nadie deba estar leyendo mientras los demás comen.
No exista ninguna diferencia ni en la mesa ni en los trabajos a realizar entre los seminaristas: "Dese a todos sin distinción, cuanto es necesario para su conveniente sustento. Debe procurarse sin demora la supresión de la diferencia de trato dentro del Seminario de los alumnos pobres y ricos: a cuyo efecto deben desaparecer la llamada segunda mesa y los alumnos fámulos; ... deben encargarse de los servicios a los alumnos indistintamente, según turnos previamente establecidos". (Carta circular de la Nunciatura a los obispos de España. 24 nov. 1932).