8 Comunidad de amor servicial


El mandamiento nuevo del amor

San Pablo afirma: «El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5). «Esto mismo ha de decirse de los cónyuges y de 1a familia cristiana: su guía y norma es el Espíritu de Jesús, difundido en los corazones con la celebración del sacramento del matrimonio» [63].

Los esposos cristianos, como habéis visto, al igual que la Iglesia,

-se unen a Cristo Profeta, formando una comunidad creyente y evangelizadora,

-se unen a Cristo Sacerdote, constituyendo la familia como un templo para Dios; pues bien,

-finalmente se unen a Cristo Rey y Pastor, que da la vida por sus ovejas, constituyendo una comunidad de amor servicial [63].

Reinando con Cristo en la posesión y en la abstención

De dos modos los cristianos, participando de la realeza de Cristo, dominan el mundo visible: 1.-Por la posesión de las criaturas -por el trabajo, el cónyuge, la familia, la casa, la ciencia y la técnica-, cumpliendo el mandato antiguo de Dios: «dominad la tierra» (Gén 1,28). 2.-Por la abstención de 1as criaturas -es decir, por el espíritu de pobreza, la austeridad, la limitación de necesidades y posesiones- ejercitando de otro modo, igualmente necesario y valioso, esa misma vocación a señorear sobre todo lo creador.

Pues bien, los cónyuges cristianos estáis llamados a dominar perfectamente el mundo visible en que vivís, participando así del dominio de Cristo Rey. Y los modos diversos en que posesión y abstención se han de combinar concretamente en cada familia vendrán determinados por una serie de circunstancias providenciales. Pero una y otra habrá de estar siempre activamente presentes en la vida de una familia cristiana.

En este sentido, mientras que el matrimonio mundano tiene una fuerte inclinación a la posesión, y no quisiera abstenerse de nada, el matrimonio cristiano, por el contrario, sabe contentarse con lo necesario, se interesa tanto en poseer como en abstenerse, sabe privarse de consumos supérfluos o nocivos, y tiene una marcada inclinación hacia la pobreza evangélica, vivida en favor de los pobres. Esta es una de las notas que más claramente caracterizan a un hogar que está evangelizado de verdad. Y es que en tanto que la familia mundana da culto a la Riqueza, la familia cristiana sólo da culto a Dios.

Pues bien, los esposos cristianos, por ese señorío sobre el mundo visible de que gozan en Cristo Rey, habéis de tener una capacidad real de combinar libremente la posesión y la abstención, y esta libertad la ejercitaréis sobre toda las cosas: primero sobre vuestros propios cuerpos, en todo lo referente al ejercicio de la vida sexual -posesión o abstención-; pero también sobre la adquisición o la renuncia a las cosas que el mundo ofrece -posesión o abstención-. Será así como los esposos participaréis plenamente del poder que Cristo ha recibido sobre todas las cosas del cielo y de la tierra (Mt 28,18).

Libres del mundo y de sus seducciones

El señorío de los esposos cristianos sobre el mundo ha de irradiarse también a los hijos. En efecto, toda la familia cristiana ha de verse libre de todo consumismo miserable, que elimina la caridad hacia los pobres, de todo condicionamiento falso de la moda, de la publicidad, de la envidia -«si los otros tienen, nosotros no vamos a ser menos»-. Desde el abuelo hasta el más pequeño de los niños, hoy el consumismo produce en la familia «en primer lugar, un materialismo espeso, y al mismo tiempo una radical insatisfacción, pues cuanto más se posee más se desea, mientras que las aspiraciones más profundas quedan sin satisfacer, y quizá incluso sofocadas» (Sollicitudo rei socialis 28,1987).

La realeza de las familias cristianas ha de ser universal, es decir, la soberanía que ellas tienen sobre el mundo en que viven ha de aplicarse eficazmente a las costumbres que admiten o rechazan, a las cosas que compran o no, a las actividades que emprenden o que evitan, a las relaciones que adquieren o que dejan, a la vida del trabajo y del ocio, del comer, del vestir, es decir, sencillamente a todo.

Simplificar, subordinar y elegir

Esa libertad del mundo no os será posible si no sabéis conjugar bien estos tres verbos:

-Simplificar. Cuando en la familia cristiana hay una desbordante cantidad de cosas y de actividades, es casi seguro que la calidad se verá sacrificada a la calidad, y que lo más importante quedará sepultado bajo un aluvión de cosas muy secundarias. A un niño, por ejemplo, se le puede abrumar con tal cantidad de actividades -cada una, por supuesto, muy útil en sí misma-, de tal modo que la oración, la catequesis y los sacramentos vengan a resultarle casi imposibles e insignificantes: no caben, simplemente, en su pequeña vida. Cuando la vida de los seglares está como atracada de mundo, es preciso entonces simplificar, lo que no es posible sin renunciar a ciertas cosas y actividades. Pues bien, la simplicidad es una forma de la pobreza, y los laicos han de saber que también ellos están llamados a esta sencillez de la vida evangélica... «Marta, Marta, tú andas preocupada e inquieta por muchas cosas; pero una sola es necesaria» (Lc 10,42).

-Subordinar. La familia cristiana, con toda firmeza, debe guardar una jerarquía de valores según el Evangelio, y no según el mundo, de modo que preste atención y esfuerzo, tiempo y dinero, en primer lugar a lo que verdaderamente es principal: «Buscad, pues, primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33).

-Elegir. Una familia lleva en Cristo una vida elegante cuando elige siempre y en todo (eleganstis viene de eligere); cuando nunca se deja conducir -ciegamente, sin dominio, sin libertad- por el mundo, por la propaganda, por las costumbres, por la mayoría; es decir, cuando, de modo consciente y libre, va configurando su vida según el Evangelio. Vosotros, pues, novios y esposos, «no toméis como modelo a este mundo, sino, por el contrario, transformáos por la renovación de la mente, a fin de que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rm 12,2).

Servir a Cristo Rey,

«La familia cristiana, animada por el mandamiento nuevo del amor, vive al servicio de cada hombre, considerándolo siempre en su dignidad de persona y de hijo de Dios». Y este amor servicial, realizado en el nombre de Cristo, se da en niveles diversos:

-«Ante todo se realiza en el interior de la pareja conyugal y de la familia, por el diario empeño de formar una auténtica comunidad de personas, alimentada por la comunión de amor».

-En seguida, «en el círculo más amplio de la comunidad eclesial, en el que la familia cristiana vive». Recordemos en esto la exhortación del Apóstol: «Hagamos bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe» (Gál 6,10).

-«La caridad, en fin, va más allá de los propios hermanos en la fe, ya que «cada hombre es mi hermano»; y así en cada uno, sobre todo si es pobre, débil, si sufre o es tratado injustamente, la caridad sabe descubrir el rostro de Cristo, y ver un hermano a quien hay que amar y servir».

Ahora bien, para vivir todo esto «hay que poner en practica con todo cuidado lo que enseña el Concilio Vaticano II: «Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente irreprochable y para que aparezca como tal, es necesario ver en el prójimo la imagen de Dios, según la cual ha sido creador, y a Cristo Señor, a quien en realidad se ofrece lo que al necesitado se da» (AA 8)» [641].


Meditación y diálogo

1.-¿Cómo cada cristiano, imagen de Dios en Cristo, ha de ser para los hombres revelación de que Dios es amor? -Cómo la familia cristiana ha de ser para los hombres revelación y testimonio de que Dios es amor?

2.-¿Cómo, en las cosas de nuestro hogar, hemos de reinar con Cristo Rey, unas veces por la posesión de cosas, otras veces por la abstención de ellas? -¿Cómo nos las arreglaremos en nuestro hogar para simplificar, subordinar y elegir siempre de todo?

3.-¿Reconocemos nuestra vocación de servicio a los hombres, precisamente en cuanto miembros de Cristo Rey? -En qué sentido reinar sobre el mundo, es decir, vivir libres del mundo, es condición necesaria para poder servir a los hombres?

4.-¿Captamos en nosotros mismos la presencia viva de Cristo? -¿Advertimos la presencia de Cristo en nuestros hermanos, especialmente en ls más próximos -familiares, amigos, colaboradores- y en los más pobres -ancianos, enfermos, necesitados-?