Bendición final
Nuestra eucaristía concluye con un
nuevo signo de la cruz e invocación trinitaria, formando una conspicua inclusión. Pero esta vez, al final de la celebración tiene
signo distinto. No es marca, sino bendición.
Por tanto, hemos de recordar lo dicho sobre «bendecir» a
propósito del ofertorio=beraka. Cuando el hombre bendice a Dios,
reconoce y agradece; cuando Dios bendice al hombre, pronuncia
una palabra eficaz, otorga bienes. Es decir, Dios comenzó
bendiciendo al hombre con los frutos de la tierra, el hombre
respondió ofreciendo un obsequio agradecido, fruto de su trabajo, y
Dios responde bendiciendo de nuevo al hombre. Tal es el ritmo del
gran diálogo.
Para comprenderlo mejor voy a citar y comentar un salmo
ejemplar: el 134. Se trata del relevo de la guardia sacerdotal en el
templo. Día y noche se suceden los turnos de servicio en el templo,
en la casa del Señor. Por medio de sus sacerdotes como
representantes, el pueblo se presenta y está presente ante el
Señor. Quizá sean menos importantes los variados actos de
servicio: cuidar de candelabros y lámparas, reponer los panes,
vigilar los accesos. Probablemente lo más importante sea
representar a una comunidad que es huésped en la tierra del Señor
y quiere serlo en la casa del Señor: «Dichoso el que tú eliges y
acercas para que viva en tus atrios» (Sal 65, 5).
Los turnos están asignados a familias sacerdotales, de modo
que marquen el ritmo y aseguren la continuidad: «nunca callan, ni
de día ni de noche» (Is 62, 6). El salmo sorprende el momento en
que llegan los sacerdotes del turno de la noche: es el relevo. Los
que terminan pasan una consigna a los que comienzan:
Y ahora bendecid al Señor, siervos del Señor,
los que pasáis la noche en la casa del Señor:
levantad las manos hacia el santuario
y bendecid al Señor.
-El Señor te bendiga desde Sión:
el que hizo cielo y tierra.
La función de los sacerdotes es «bendecir al Señor» es decir,
agradecerle en nombre de la comunidad todos sus beneficios o
bendiciones. Mientras vecinos y ciudadanos duermen, su corazón
vela en la persona de los sacerdotes. Esas manos alzadas hacia el
santuario, o sea, hacia el edificio que se alza dentro del recinto total
del templo, levantan y presentan a la comunidad. Como los brazos
de Moisés que se alzan intercediendo (Ex 17, 11 s). Dios comenzó
bendiciendo al pueblo, el pueblo responde bendiciendo a Dios; así
discurre el gran diálogo del pueblo con su Dios. Y no es pequeño
honor ser interlocutor en tan noble proceso.
BENDICION/D-H: El diálogo no termina ahí. Dios, que tiene la
primera palabra, tiene también la última. Por eso el salmo añade un
verso de petición eficaz. Alguien, quizá el jefe del grupo, pide al
Señor la bendición (como en otra epiclesis). ¿Va a continuar así el
diálogo? Sí, pero con una . diferencia capital. El hombre,
bendiciendo a Dios, pronuncia palabras, «biendice», expresa
sentimientos, no realiza, no ejecuta. En cambio Dios, cuando
bendice, pronuncia palabras eficaces: diciendo bien, hace bien. Su
bendecir es beneficencia. El, en un principio, pronunció palabras y
«creó el cielo y la tierra». Quien, dando órdenes, crea el universo,
puede con su palabra de bendición conservar y enriquecer a su
pueblo.
He ahí el ritmo de nuestra Eucaristía. Al final, el que hizo cielo y
tierra, el que transformó frutos de la tierra en el cuerpo glorificado
de su Hijo, nos bendice. ¿Con qué bendiciones?
2. Antes de contestar, voy a completar el salmo citado con un par
de textos. Tomo el primero del salmo 138, que concluye con una
bellísima jaculatoria. El salmo brota como acción de gracias del
orante, a la que han de unirse otros pueblos:
1: Te doy gracias de todo corazón...
2: Me postraré ante tu santuario para darte gracias
por tu lealtad y fidelidad.
4: Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra...
Es salmo eucarístico. «Dar gracias» puede sonar como sinónimo
de «bendecir». El orante ha recibido diversos beneficios: «cuando
te invoqué, me escuchaste... me conservas la vida... tu derecha me
salva». Es justo agradecer lo hecho; y no lo es menos esperar lo
que falta. Como al hombre le queda mucho para hacerse, a Dios le
queda algo por hacer. Esto es lo que pide o espera la jaculatoria
final:
8: El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu lealtad es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
Al terminar nuestra Eucaristía o acción de gracias, ¿le queda a
Dios algo por hacer? Será prenda de ello y dinamismo eficaz su
bendición conclusiva. Lo que precede es garantía y fuente.
El otro texto es el final del salmo 90: desahogo al sentir la
caducidad del hombre, la brevedad de la vida, súplica para que ese
tramo corto de existencia se llene de sentido. La intensidad
compensa la brevedad:
17: Baje hasta nosotros el favor del Señor, nuestro Dios,
y haz prosperar la obra de nuestras manos,
¡prospere la obra de nuestras manos!
El ritmo de este salmo es muy diverso de la Eucaristía. Pero su
final nos lleva a observar el contenido de la bendición.
3. ¿Qué bendiciones se nos dan? Ante todo, las bendiciones
concentradas en la celebración eucarística. En la renovación del
sacrificio de Cristo se concentran todas las bendiciones que Dios
Padre nos ha otorgado por medio de Cristo, a las que se refiere la
carta a los Efesios 1,1:
¡Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesús Mesías,
que por medio del Mesías
nos ha bendecido desde el cielo
con toda clase de bendiciones del Espíritu!
Al final de la Misa se abre una compuerta para dar salida a ese
caudal inagotable de gracias, a la potencia o energía de un cuerpo
glorificado. La compuerta cede a una forma de cruz y se abre con
sonido trinitario.
Hablar de gracias y dones puede dar una idea falsa o limitada. El
caudal de agua que se derrama por la compuerta no es simple
masa cúbica de materia, sino energía que se hará luz, que moverá
fábricas, activará aparatos, fecundará campos. La bendición bíblica
pertenece a la esfera de la energía más que a la esfera de la
materia.
El primer capítulo del Génesis, estilizando la obra de la creación,
cuenta la creación de los animales:
21: Y creó Dios los cetáceos y los vivientes que se deslizan y que el
agua hizo bullir según sus especies, y las aves aladas según sus
especies.
24: Y dijo Dios: -Produzca la tierra vivientes según sus especies:
animales domésticos, reptiles y fieras según sus especies. Y así fue.
25: E hizo Dios las fieras de la tierra según sus especies, los animales
domésticos según sus especies y los reptiles del suelo según sus
especies.
¿Por qué la insistencia monótona o hierática «según sus
especies»? Porque el autor nos inculca que Dios no creó al
principio todos los animales individualmente, sino solamente los
cabezas de especie. Y lo mismo sucedió con los hombres. A esos
animales, y al hombre, les infundió como una participación de su
poder de crear: el poder de procrear. Tal dinamismo prodigioso se
otorga en la bendición:
22: Y Dios los bendijo diciendo: creced, multiplicaos, llenad las aguas
del mar, que las aves se multipliquen en la tierra.
28: Y los bendijo Dios y les dijo Dios: -Creced, multiplicaos, llenad la
tierra y sometedla.
BENDICION/DA-PODERES: La bendición no es principalmente
entrega de dones, sino entrega de poderes. La fecundidad es la
primera y máxima bendición. Toda bendición de Dios tiene algo de
genesíaco; pero la glorificación supera al Génesis.
Cuando Eva se ve madre de un hijo, exclama: «He procreado
con el Señor» (Gn 4, 1): Eva es (significa) Madre de los Vivientes.
4. Fecundidad significa, ante todo, generación:
Gn 5, 1: Cuando el Señor creó al hombre, lo hizo a su propia imagen,
varón y hembra los creó, los bendijo...
3: Cuando Adán cumplió ciento treinta años, engendró a su imagen y
semejanza...
El hombre engendra un nuevo hombre, que es corpóreo y
espiritual. Pero el espíritu tiene otras formas de fecundidad. Así
hablamos de una vida fecunda, un escritor o compositor fecundo.
Ese es el sentido de la conclusión del salmo 90.
Como nuestra vida se realiza en una serie de obras y empresas,
invocamos la bendición de Dios para que las haga fecundas: «haz
prosperar la obra de nuestras manos».
Algunos piden a Dios que les dé las cosas hechas o que las
haga El mismo. Más justo es pedir de ordinario que nos capacite
para hacerlas. «La aptitud nos la ha dado Dios. Fue El quien nos
hizo aptos para el servicio de una alianza nueva» (2 Cor 3, 6). «No
digas: Por mi fuerza y el poder de mi brazo me he creado estas
riquezas. Acuérdate del Señor tu Dios, que es él quien te da la
fuerza para crearte estas riquezas» (Dt 8, 17s).
La Eucaristía semanal (también la diaria) es una pausa en
nuestras tareas. Cuando vamos a emprender una nueva etapa, nos
inclinamos a recibir la bendición de Dios para nuestras tareas:
corporales, intelectuales, espirituales, individuales, sociales... En el
régimen de Israel la serie sonaba así:
/Dt/28/03-06:
Bendito seas en la ciudad,
bendito seas en el campo.
4: Bendito el fruto de tu vientre,
el fruto de tu suelo,
el fruto de tu ganado,
las crías de tus reses
y el parto de tus ovejas.
5: Bendita tu cesta y tu artesa.
6. Bendito seas al entrar,
bendito seas al salir.
La serie es lo bastante concreta para reflejar una sociedad y una
economía; lo bastante estilizada para funcionar simbólicamente. La
ciudad y el campo: cultura urbana y cultura agraria; la ciudad es
«polis», madre de la política como convivencia social; el campo es
la producción en cadena organizada. Ambos son la relación entre
producir y consumir. Benditos sean ambos y su relación. Los
ganados son fecundos, para la comida y el vestido (Prv 27, 26s);
son y producen riqueza. De «pecus» viene «pecunia»
(PECUS-PECUNIA:dinero); hoy añadimos la fecundidad mecánica e
inteligente de la industria. La cesta es para recoger, la artesa para
transformar: ¿no es la fábrica una artesa genial de trasformación?
Salir es comenzar y entrar es concluir.
Naturalmente, las bendiciones no son única ni principalmente
materiales, de bienestar; son ante todo bendiciones «del Espíritu»,
para la vida cristiana.
5. Mucho menos se orientan las bendiciones a intereses y
ventajas individuales. Sería contradecir el sentido de la
«comunión», del compartir.
BENDICION/CRUZ: La bendición que cierra la Eucaristía tiene
forma de cruz. ¿Puede ser bendición la cruz? «Maldito el que
cuelga de un palo», dice la ley (Dt 21, 23). Y contesta la carta a los
Gálatas:
3,13: El Mesías nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por
nosotros un maldito, pues dice la Escritura: Maldito el que cuelga de un
palo;
14: y esto para que la bendición de Abrán alcanzase a los paganos y
por la fe recibiéramos el Espíritu prometido.
La cruz en sí no es bendición, sino suplicio ignominioso. Pero el
sacrificio por amor es fecundo; por eso la cruz de Cristo es fuente o
cauce de bendición. La forma de cruz que la liturgia imprime a la
bendición está recordando que la fecundidad que brota de la
Eucaristía pasa por el sacrificio del egoísmo. Que el servicio, y
también el sufrimiento al servicio de los otros, es fuente de
fecundidad, porque está bendecido por Dios. Empalmamos así con
el comienzo de la celebración, que nos marcaba con esta marca de
salvación.
La bendición se hace además invocando el nombre trinitario. El
texto clásico de la bendición de Israel (Nm 6) ofrece un texto y
explica la ceremonia:
23: Así bendeciréis a los israelitas:
24: «El Señor te bendiga y te guarde,
25: el Señor te muestre su rostro radiante
y tenga piedad de ti,
26: el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz.»
27: Así invocarán mi nombre sobre los israelitas,
y yo los bendeciré.
Bendecir aquí es propiamente acción de Dios los sacerdotes son
invitados a invocar el nombre del Señor (una especie de epiclesis).
El nombre se pronuncia tres veces (traducimos Yhwh por Señor,
según uso tradicional).
La invocación que clausura la celebración eucarística también se
hace por invocación del nombre de Dios, no tres veces, sino del
nombre trinitario:
«La bendición de Dios Todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.»
Día a día, semana a semana, nuestra vida cristiana «crece y se
multiplica» por efecto de la repetida bendición. Pero el ritmo de la
existencia no debe hacernos olvidar la esperanza. «A esto os
llamaron: a heredar una bendición» (1 Pe 3, 9). Como Jacob
heredaba de Isaac la bendición divina, e Isaac de Abrán, así
nosotros heredamos por Cristo la bendición del Padre. Ahora como
prenda y promesa; un día escucharemos: «Venid los bendecidos
por mi Padre a poseer el reino» (Mt 25, 34).
LUIS
ALONSO SCHÖKEL
MEDITACIONES BÍBLICAS SOBRE LA EUCARISTÍA
SAL-TERRAE SANTANDER 1987. Págs. 137-144
...................
Nota conclusiva
El mejor fruto de estas reflexiones sería despertar en los lectores el deseo
de seguir estudiando y meditando, y de acudir para ello a obras más serias,
documentadas y sistemáticas. Por ejemplo, las ya citadas a lo largo del libro:
M. GESTEIRA, La Eucaristía, misterio de comunión (Madrid 1983).
J. M. SÁNCHEZ CARO, Eucaristía e Historia de salvación (Madrid 1983).