Comunión


1. Solemos llamar «comunión» el acto 
de tomar o recibir o ingerir el pan y el vino eucarísticos: es parte 
sustancial de un banquete. De todo lo que llevo explicando en las 
reflexiones precedentes, resulta que dicha interpretación es 
verdadera, pero algo angosta. La comunión puede ser un momento, 
un acto de la Eucaristía, y puede considerarse también como un 
aspecto. Así la voy a exponer, utilizando las siguientes categorías: 
comunión, comunicación, participar, compartir. Y para ello 
comenzamos leyendo un relato sobre Elías: /1R/17/10-16:

10: Elías se puso en camino hacia Sarepta, y al llegar a la entrada del 
pueblo encontró allí a una viuda recogiendo leña. La llamó y le dijo: -Por 
favor, tráeme un poco de agua en un jarro para beber.
11: Mientras ella iba a buscarla, Elías le gritó:
-¡Por favor, tráeme en la mano un trozo de pan!
12: Ella respondió: -¡Vive el Señor, tu Dios! No tengo pan; sólo me 
queda un puñado de harina en el jarro y un poco de aceite en la aceitera. 
Ya ves, estaba recogiendo cuatro astillas: voy a hacer un pan para mí y 
para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.
13: Elías le dijo: -No temas. Anda a hacer lo que dices; pero primero 
hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás 
después.
14: Porque así dice el Señor, Dios de Israel: el cántaro de harina no se 
vaciará, la aceitera no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la 
lluvia sobre la tierra.
15: Ella marchó a hacer lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella 
y su hijo durante mucho tiempo.
16: El cántaro de harina no se vació ni la aceitera se agotó, como lo 
había dicho el Señor por Elías.

La viuda y su hijo se van a repartir los últimos bocados, como la 
comida de dos condenados a muerte. Elías pide que lo compartan 
primero con un extranjero, que sólo puede ofrecer un oráculo 
divino. ¿Quiere Elías acelerar la muerte o prolongar la vida? La 
viuda escucha el oráculo como palabra de Dios, se fía de la 
promesa y comparte lo único, lo último que tiene. Mucho más que 
las monedillas de la viuda del Evangelio.
Ejemplo supremo de compartir. No sólo unos puñados de harina, 
un chorro de aceite, sino en ellos su vida y la de su hijo. Y es que 
ya estaban compartiendo los tres la misma fe y esperanza en Dios. 
Y seguirán repartiéndose la promesa-palabra de Dios hecha pan y 
aceite.
Relato escueto, esencial, que podría bastar para una meditación 
sobre la comunión eucarística. Jesús, que da y reparte hasta lo 
último de su vida en su sangre, para poder hacernos partícipes de 
su vida glorificada. Pero es necesario que participemos también de 
su palabra, para compartirlo después como pan.

2 . COMPARTIR/QUE-ES: Compartir es dar a otro parte de lo 
mío, o repartir entre varios un bien, aun sin dividirlo. Una misma raíz 
suena en partir, repartir, compartir y participar, partidario...
Los israelitas comparten muchas cosas. En primer lugar, la tierra 
prometida y entregada y repartida a suertes por Josué. A cada 
familia le ha de tocar su parte o parcela o porción estable, para que 
se realice y se perpetúe la participacíón de todos en la tierra, don 
de Dios. Pero hay acaparadores codiciosos «que añaden casas a 
casas, juntan campos a campos, hasta no dejar sitio y vivir ellos 
solos en el país» (Is 5, 8). No comparten y no comunican, 
condenados a la soledad.
¿Y los que no reciben una parcela hereditaria? Emigrantes, 
levitas. De los frutos de la tierra hay que proveer a sus 
necesidades: «He apartado de mi casa lo consagrado, se lo he 
dado al levita, al emigrante, al huérfano y a la viuda, según el 
precepto que me diste» (Dt 26, 13). ¿Y los pobres? Por el préstamo 
o la limosna, también ellos han de participar de los bienes de la 
tierra: «Abre la mano a tu hermano, a tu pobre, a tu indigente, en tu 
tierra» (Dt 15, 11).
Los israelitas comparten los mismos padres: Abrán, Isaac y 
Jacob. Una misma historia, que arranca de la liberación de Egipto: la 
cuentan y la cantan en común. Comparten el gozo de las fiestas 
nacionales; pero también la carga de los pecados, que confiesan en 
común. Por tanto, comparten responsabilidades y tareas: Nehemías 
asignará a cada familia o grupo un lienzo de muralla de Jerusalén 
para la reconstrucción en común de la ciudad.
Los israelitas comparten el mismo rey, desde David. Hasta 
pueden surgir disputas sobre quién tiene más derecho al rey:

2 Sm 19, 42: Los israelitas fueron al rey David a decirle: ¿Por qué te 
han acaparado nuestros hermanos de Judá y han ayudado al rey, a su 
familia y a todo su séquito a pasar el Jordán?
43: Pero todo Judá respondió a los de Israel: ¡Es que el rey es más 
pariente nuestro! ¿Por qué os molestáis? Ni hemos comido a costa del 
rey ni hemos sacado provecho.
44: Los de Israel respondieron a los de Judá ¡Nos tocan diez partes del 
rey, y además somos el primogénito! No nos despreciéis...

Cuando sucede el cisma, el grito de rebelión suena así:

1 Re 12, 16: ¿Qué nos repartimos nosotros con David?
¡No heredamos juntos con el hijo de Jesé!

Los israelitas comparten el mismo Dios, a quien llaman «el Señor 
nuestro Dios»: «¿No tenemos todos un solo padre? ¿No nos creó 
un mismo Dios?» (Mal 2, 10). Sobre este fondo amplio, que se 
podría enriquecer, hay que leer los casos particulares.

3. Estos casos particulares serán textos en que figura el tema del 
banquete o la comida, como expresión del participar o compartir.
En el primer texto nos parece asistir a una proto-eucaristía. Un 
protagonista cuenta las recientes hazañas del Dios salvador y 
liberador; un sacerdote responde con una bendición (beraka) al 
Señor por sus beneficios; se ofrecen víctimas en sacrificio y se 
celebra un banquete de comunión:

Ex 18, 8: Moisés contó a su suegro todo lo que había hecho el Señor al 
Faraón y a los egipcios a causa de los israelitas, y las dificultades que 
habían encontrado por el camino y de las cuales los había librado el 
Señor.
9: Se alegró Jetró de todos los beneficios que el Señor había hecho a 
Israel, librándolo del poder egipcio, y dijo:
10: ¡Bendito el Señor, que os libró del poder de los egipcios y de 
Faraón!
11: Ahora sé que el Señor es el más grande de los dioses, pues cuando 
os trataba con arrogancia, el Señor libró al pueblo del dominio egipcio.
12: Después Jetró, suegro de Moisés, tomó un holocausto y víctimas 
para Dios; Aarón, con todas las autoridades israelitas, entró en la tienda, 
y comieron con el suegro de Moisés, en presencia de Dios.

La cosa comienza como asunto de familia: la esposa y los hijos, 
que han vívido con el padre y abuelo, Jetró, salen a recibir a 
Moisés; al final participa una representación de Israel en el 
banquete sacrificial. Pero el relato y la bendición parecen 
restringidos a la familia.
Menos sugestivo, más comunitario, es el episodio en que David 
hace transportar el arca a Jerusalén, la capital. Al narrador le 
interesa mucho la danza litúrgica del rey y se contenta con una 
información breve sobre lo demás:

2 Sm 6,17: Metieron el arca del Señor y la instalaron en su sitio, en el 
centro de la tienda que David le había preparado. David ofreció holocaustos 
y sacrificios de comunión al Señor, 18: y cuando terminó de ofrecerlos, 
bendijo al pueblo invocando el nombre del Señor de los Ejércitos; 19: 
luego repartió a todos, hombres y mujeres de la multitud israelita, un bollo 
de pan, una tajada de carne y un pastel de uvas pasas a cada uno.

Más que el carácter sacrificial de un banquete, aparece el 
carácter festivo y la munificencia regia. Todos se han de alegrar ese 
día de fiesta, y la alegría se expresará en la participación igualitaria 
en una comida sustanciosa a cuenta del rey. La bendición del 
pueblo tiene carácter conclusivo; no es la bendición de acción de 
gracias a Dios.

4. Sobre esos dos incidentes episódicos resalta un recuerdo que 
ha alimentado la fantasía religiosa y la reflexión teológica en el 
Antiguo y el Nuevo Testamento: se trata del maná. Prodigioso 
alimento en el desierto, poco apreciado por los inmediatos 
beneficiados (Nm 1l), transformado en la visión poética del tardío 
libro de la Sabiduría:

16, 20: A tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles, 
proporcionándole gratuitamente, desde el cielo, pan a punto, de mil 
sabores, a gusto de todos;
21: este sustento tuyo demostraba a tus hijos tu dulzura, pues servía al 
deseo de quien lo tomaba y se convertía en lo que uno quería.

MANA/IGUALITARIO: Una referencia importante en el evangelio 
de Juan (6, 31.49) y otras tres alusiones (1 Cor 10, 3; Hb 9, 4; Ap 2, 
17) han asegurado al maná su valor de símbolo o tipo, gracias a lo 
cual ha pasado a la tradición cristiana y ha hecho fortuna en la 
teología y la espiritualidad. Yo voy a fijarme en el aspecto de 
alimento, ya que el maná ni es banquete ni se relaciona con el culto 
y los sacrificios. Pero representa muy bien el carácter comunitario y 
provisorio del producto.
Comenzamos por el carácter comunitario e igualitario:

Ex 16, 16: Moisés les dijo: -Es el pan que el Señor os da para comer. 
Estas son las órdenes del Señor: que cada uno recoja lo que pueda 
comer, dos litros por cabeza para todas las personas que viven en cada 
tienda.
17: Así lo hicieron los israelitas: unos recogieron más y otros menos.
18: Y al medirlo en el celemín, no sobraba al que había recogido más ni 
faltaba al que había recogido menos. Había recogido cada uno lo que 
podía comer.

El pan que «envía Dios desde el cielo» (v. 4) basta para 
satisfacer la necesidad de cada uno, y no sirve para crear ricos y 
pobres. Es don de Dios, lluvia celeste, y a los hombres sólo toca 
recogerlo. El carácter provisorio lo liga con el precepto del sábado:

16,19: Moisés les dijo: -Que nadie guarde para mañana.
20: Pero no le hicieron caso, sino que algunos guardaron para el día 
siguiente, y salieron gusanos que lo pudrieron. Y Moisés se enfadó con 
ellos.
21: Lo recogían cada mañana, cada uno lo que iba a comer, porque el 
calor del sol lo derretía.
22: El día sexto recogían el doble: cuatro litros cada uno. Los jefes de la 
comunidad informaron a Moisés, 23: y él les contestó: -Es lo que había 
dicho el Señor: mañana es sábado, descanso dedicado al Señor: coced lo 
que tengáis que cocer y guisad lo que tengáis que guisar, y lo que sobre 
apartadlo y guardadlo para mañana.
24: Ellos lo apartaron para el día siguiente, como había mandado 
Moisés, y no le salieron gusanos ni se pudrió.
25: Moisés les dijo: -Comedlo hoy, porque hoy es descanso dedicado al 
Señor, y no lo encontraréis en el campo; 26: recogedlo lo seis días, pues 
el séptimo es descanso y no lo habrá.

EU/PATER/PAN-CADA-DIA: Cada día se 
recoge y consume la ración cotidiana; el viernes se recoge también 
la ración del día siguiente, que es día de descanso. Esta pista nos 
lleva al Padre nuestro, que recitamos antes de la comunión. Un 
adjetivo enigmático del griego, epiousion, ha sido traducido en un 
caso por «cotidiano», en otro por «supersubstancial». Una tradición 
semítica antigua lo ha entendido como «inminente, de mañana». Lo 
cual nos da dos lecturas que cuadran con nuestra Eucaristía: es el 
pan de cada día y es el pan del mañana. Es decir, el pan diario de 
nuestra peregrinación, el pan del mañana celeste, que se anticipa 
para alimentarnos con vida futura inmortal. Porque el mañana es el 
día de descanso: descanso definitivo, que se anticipa en la 
celebración periódica del día del Señor.

5. Otro texto favorito de la tradición es el banquete de la 
Sabiduría presentado en Proverbios 9. «Sabiduría» o «Sensatez» 
aparece personificada como dama noble que invita a un banquete. 
El capítulo 9 clausura la sección inicial del libro y se abre a lo que 
sigue; de esta manera, el resto del libro es como el banquete rico y 
variado dispuesto para el goce y consumo.

1: La Sensatez se ha edificado una casa, 
ha labrado siete columnas,
2: ha matado las reses, mezclado el vino 
y puesto la mesa,
3: ha despachado a sus criadas a pregonarlo 
en los puntos que dominan la ciudad.
4: El que sea inexperto, venga acá, 
al falto de juicio le quiero hablar:
5: Venid a comer de mis manjares 
y a beber el vino que he mezclado; 
6: Dejad la inexperiencia y viviréis, 
seguid derechos el camino de la prudencia.

También la Sensatez de Eclo 24 invita con sus frutos:

18: Venid a mí los que me amáis 
y saciaos de mis frutos; 
20: mi nombre es más dulce que la miel 
y mi herencia mejor que los panales.
21: El que me come tendrá más hambre, 
el que me bebe tendrá más sed.

Como Pablo ha llamado a Cristo «Sabiduría de Dios» (1 Cor 1, 
30), la tradición secular ha aplicado a Cristo los textos citados, 
refiriéndolos especialmente a la Eucaristía. El nos ofrece su 
sabiduría paradójica y superior y se nos ofrece como sabiduría 
consumada. Hay que reflexionar sobre este último dato.

6. El banquete eucarístico. Espero que podamos ahora 
ensanchar nuestra visión. Una de las finalidades de la reciente 
reforma litúrgica era favorecer la participación. Participar y compartir 
son nuestros verbos conductores. Celebrar misa y no sólo oírla. 
Comulgar y no sólo asistir. El com-o-partir culmina en la comunión, 
pero no se limita a ella.
EU/COMPARTIR-PAN-PAL: La comunidad comparte antes las 
lecturas o la audición de la palabra de Dios. Ya Agustín observó el 
hecho de una palabra única, que suena en boca de uno, se reparte 
sin partirse, llega a todos por igual y, por convergencia, crea un 
círculo de atención. Todos comparten el pan de la palabra, cada 
uno según su capacidad y necesidad; ni a uno le sobra ni a otro le 
falta. Y compartiéndolo, estrechan su unidad. La palabra no es 
monopolio de unos elegidos (como podían dar la impresión las 
lecturas en latín). En las lecturas se nos entrega esa sabiduría o 
sensatez de Cristo que ha de ir modelando nuestro pensar y sentir 
cristianos. Más que teorías uniformes, necesitamos asimilar la 
sensatez del evangelio, todos y cada uno, hasta que se convierta 
en nuestro «sentido común» cristiano. Es un proceso que en la 
Eucaristía tiene su tiempo privilegiado.
Respondiendo a la proclamación, podemos recitar unánimes 
nuestra profesión de fe y cantar al unísono o en armonía nuestro 
común sentir. (También el contrapunto podría presentarse como 
modelo de unidad en la variedad de las voces) ¿Hay mejor imagen 
de la unidad deseada que la música? Hay una partitura, cada uno 
canta su parte, uno dirige, y el espacio entero que nos envuelve 
ajusta y acopla sus vibraciones, nos invade gozosamente, nos 
transporta por el sonido a un mundo del espíritu. También la 
escucha silenciosa de una pieza instrumental puede unir y fundir a 
todos.
Hay en la celebración eucarística otra comunión paradójica, que 
es la confesión de pecados. Además de la carga personal de 
pecados que cada uno lleva, hay culpas de la comunidad, 
compartidas. Hemos visto cómo los israelitas se sentían unidos en la 
confesión de pecados comunes. Y es que el confesar de ese modo 
es aceptar responsabilidades comunes y compartidas. Si 
compartimos una responsabilidad, también compartimos 
solidariamente los errores consiguientes. Y si ha habido 
responsabilidades comunes en el pasado, las hay en el futuro 
próximo: son las tareas comunes. La Eucaristía puede desarrollar 
en nosotros también ese sentido comunitario.
Para la comunión en sentido estricto bastará recoger cosas ya 
dichas o apuntadas. Una sola carne se reparte a todos (como David 
en la fiesta del arca). Una sangre única circulando por el cuerpo de 
la comunidad, llevando el oxígeno del Espíritu a cada célula. Como 
el aire que nos envuelve y respiramos sale modelado en palabra y 
propaga la vibración y es mediador de comunicación verbal. Como 
la luz que nos envuelve y actúa en nosotros reflejándose y revela 
nuestra figura personal y es mediadora de presencia mutua. Así el 
cuerpo glorificado de Cristo se hace medio de comunicación y 
comunión. ¿Entra él en nosotros o, más bien, entramos nosotros en 
él? Con esta realidad superamos la memoria compartida, sin 
anularla.
Por esta comunión misteriosa, todo es comunión en la 
Eucaristía.

7. Los textos litúrgicos no son muy generosos en proponer o 
explicar este aspecto; como si a la palabra sucediera finalmente la 
acción y el silencio. El texto de esta parte de la Eucaristía es 
escueto: el «Padre nuestro» y lo que le sigue: la paz, presentación 
del «Cordero de Dios», palabras del centurión. A algunos les 
parece que la cosa se precipita. Mejor sería decir que se -remansa 
en el silencio. También el silencio se puede compartir como una 
plenitud: porque están todos «llenos del Señor, como las aguas 
colman el mar» (Is 11, 9).
Habrá que buscar en el «propio» del misal para aducir algunos 
textos pertinentes. Del segundo domingo del tiempo ordinario:

«Derrama, Señor, sobre nosotros tu espíritu de caridad para que, 
alimentados por el mismo pan del cielo, permanezcamos unidos en el 
mismo amor.»

Del domingo quinto:

«Oh Dios, que has querido hacernos partícipes de un mismo pan y de 
un mismo cáliz; concédenos vivir tan unidos a Cristo que fructifiquemos 
con gozo en bien de la salvación de los hombres.»

Del domingo undécimo:

«Que esta comunión en tus misterios, Señor, expresión de nuestra 
unión contigo, realice la unidad en tu Iglesia.»

Del domingo vigésimo sexto:

«Que esta eucaristía, Señor, renueve nuestro cuerpo y nuestro espíritu, 
para que participemos de la herencia gloriosa de tu Hijo, cuya muerte 
hemos anunciado y compartido.»

Me parece significativo que justamente en la liturgia para la unión 
de los cristianos se encuentren textos tan significativos sobre 
comunión y unión. Se pide que se «forme una sola familia con el 
vínculo del amor y la fe verdadera»; que trabajemos por «unir a 
todos los creyentes con el vínculo de la paz»; que «superando toda 
división entre los cristianos, tu Iglesia se recomponga en comunión 
perfecta». Una poscomunión dice así:

«Que esta comunión eucarística, signo de nuestra fraternidad en Cristo, 
santifique a tu Iglesia con el vínculo del amor.»

Conscientes de que la unión es una tarea, una oración pide el 
don del Espíritu, «para que con la búsqueda sincera y el 
compromiso común, reconstruya la unidad perfecta de tu familia». Y 
uno de los introitos recoge el texto clásico de la carta a los Efesios 
4, 4-6:

Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu,
como una es también la esperanza que os abrió su llamamiento;
un Señor, una fe, un bautismo, 
un Dios y Padre de todos, 
que está sobre todos, entre todos, en todos.

8. La comunión de la Eucaristía se prolonga en el antes y el 
después. Antes, porque ha de haber ya comunidad para que haya 
comunión; porque hay que compartir muchos bienes antes de 
compartir el cuerpo y sangre de Cristo. Después, porque la 
comunión eucarística es ejemplo e impulso para seguir 
compartiendo y comunicando.
CO/COMUNICACION COMUNICACION/COMUNION: En última 
instancia, es el egoísmo lo que nos impide o dificulta el compartir y 
comunicar. Nos aferramos a nuestras posesiones, también a las 
espirituales, nos cerramos en nosotros. Tenemos hoy muchos 
medios de comunicación, pero ¿aumenta en proporción la 
comunicación entre personas? A lo mejor esos medios nos 
comunican sólo informaciones y hasta pueden impedir que las 
personas se comuniquen entre sí. A lo mejor quedamos anegados, 
sepultados en datos, hasta quedar incomunicados.
Es verdad que comunicar información es una manera de 
compartir, pues la información puede ser muy valiosa. Pero no lo es 
todo. Es verdad que un pudor espontáneo nos mueve a celar 
nuestra interioridad. Por eso es más preciosa la comunión de lo 
íntimo.
La comunión eucarística puede ser escuela de comunicación. 
Compartimos el cuerpo y sangre glorificados de Cristo, porque el 
Padre nos ha comunicado a su Hijo: una persona, no una simple 
información. «Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo 
entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que con él no nos lo 
regale todo?» (/Rm/08/32). Más aún, el Padre nos comunica al Hijo, 
que es comunicación. Porque en Dios todo es comunicación de la 
totalidad del ser, la comunicación del ser es el ser o consistencia de 
las personas. El Padre, haciéndonos partícipes de su Hijo entero, 
nos da el ejemplo y la capacidad de comunicar:

Jn 14, 20: Aquel día conoceréis que yo estoy con el Padre, vosotros 
conmigo y yo con vosotros.
17, 21: Que sean todos uno, como tú, Padre, estás conmigo y yo 
contigo.

LUIS ALONSO SCHÖKEL
MEDITACIONES BÍBLICAS SOBRE LA EUCARISTÍA
SAL-TERRAE SANTANDER 1987. Págs. 123-135