Anamnesis-Memoria


Anamnesis es una palabra griega (como lo es epiclesis) que 
significa «recuerdo». De la misma raíz proceden nuestras palabras 
cultas «amnesia», «nemotecnia». Se aplica tradicionalmente a esa 
parte o aspecto de la Eucaristía que consiste en traer a la memoria, 
recordar. En sentido técnico, se podrían distinguir y oponer 
«anamnesis» y «epiclesis» como texto en que se narra y texto en 
que se suplica. Sobre la controversia informan en diverso grado mis 
dos libros de cabecera, de Gesteira y de Sánchez Caro. Mi 
intención aquí no es tanto histórica o sistemática, cuanto expositiva. 
Quiero que, meditando, penetremos en el sentido y consecuencias 
de nuestra Eucaristía como memoria.

1. La memoria: una cosa tan sencilla, tan obvia, tan maravillosa. 
De puro obvia, no la vemos; de puro sabida, no reflexionamos sobre 
ella. Se habla de la «memoria de los sentidos», de la cual participan 
también los animales. Aquí me refiero a la memoria consciente, 
como acto del espíritu humano. La memoria es correlativa a nuestro 
ser en el tiempo. Nos permite hacer presentes hechos, datos, 
lejanos en el espacio y el tiempo. ¡Y qué capacidad de contenido 
tiene una memoria mediana y cómo se dilata elásticamente para 
aumentar su capacidad...! Si tomáramos una persona de mediana 
cultura y empezásemos a enumerar y catalogar todos los datos 
encerrados en su memoria, nos pasmaríamos. Cuando alguno me 
dice: « ¡Cuántas cosas sabe usted... yo respondo: «También usted, 
sólo que sabe otras». ¿Que nos gana una ordenadora? En puro 
número de datos, quizás; pero ¿qué decir de las conexiones, de la 
integración de datos en unidades coherentes, de la viveza = «vida» 
con que retornan sucesos de la infancia, de la vibración emotiva? 
No hablamos de mecanismo, sino de conciencia.
¿En qué cavernas, en qué depósitos se conservan esos datos 
innumerables? ¿Cómo se mantienen dormidos y vigilantes para 
presentarse cuando haga falta? ¿Qué resorte los hace acudir a la 
conciencia, llamados o no? Decimos: me viene ahora a la memoria, 
no recuerdo, lo tengo en la punta de la lengua, haz un esfuerzo 
para recordar, te voy a refrescar la memoria... ¿De dónde «viene», 
con qué se «refresca», cómo se aleja la conciencia de «la punta de 
la lengua»? Los hebreos tenían una antropología más elemental, 
más ligada a la corporeidad. Lo que experimentan con los sentidos, 
lo que escuchan, penetra en la conciencia o corazón, y de ahí baja 
a unas «cámaras del vientre», donde se almacena: 

Prv 18, 8: 
las palabras del que murmura son golosinas
que bajan hasta las cámaras del vientre.

Allí permanecen escondidas, accesibles sólo a Dios y a la 
conciencia:

Prv 20, 27: 
El espíritu humano es la lámpara del Señor 
que sondea lo íntimo de las entrañas.

Desde aquellas profundidades «suben al corazón» y se hacen 
conscientes: Is 65, 17; jr 3, 16; 7, 31; etc.
Nosotros tenemos hoy explicaciones más afinadas, menos 
materiales; pero ¿explicamos realmente la actividad de la memoria? 
¿O sigue siendo en gran parte misterio, uno de tantos misterios 
como albergamos o somos? La memoria ejerce además otras 
funciones importantes. Es condición de nuestra identidad 
psicológica. Un ataque de amnesia puede llegar al punto de que el 
paciente «se vea roto (no que rompa él) con el pasado», no sepa 
quién es. Gracias a la memoria, nuestra conciencia mantiene la 
identidad personal a través del tiempo y sus azares.
Podemos pensar en una memoria simplemente cognitiva: como 
espectáculo que nos ofrecemos internamente, al cual asistimos 
entretenidos, serenos, distantes. De ordinario, la memoria es más 
que espectáculo complacido de uno mismo, y se convierte en factor 
dinámico. El pasado nos fue modelando acción tras acción. En un 
instante se presenta un hecho de nuestro pasado cargado de 
interpelación, dispuesto a modelar nuestra acción próxima, 
inmediata. El arrepentimiento no puede anular el hecho; lo que sí 
puede es conjurar sus consecuencias, trocar el error o culpa en 
incitación al bien. Escarmentamos en nosotros mismos; son 
nuestras barbas las que vemos pelar. Otros momentos retornan 
prodigando ilusión, ánimo. La memoria no resucita el hecho pasado, 
pero carga y dispara su virtud (fuerza).

Dt 7, 18: No temas: recuerda lo que hizo el Señor al Faraón.
9, 7: Eres un pueblo terco... recuerda que provocaste al Señor.
15,15: No despidas a tu esclavo con las manos vacías... recuerda que 
fuiste esclavo en Egipto...
24, 17: No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano ni 
tomarás en prenda las ropas de la viuda; recuerda que fuiste esclavo en 
Egipto y que allí te redimió el Señor tu Dios...

2. Memoria social. Lo que he dicho del individuo vale, a su 
manera, de la comunidad. Existe una memoria comunitaria del 
pasado, un recuerdo compartido. Un grupo de hombres que no 
compartan alguna memoria no forman sociedad. Incluso sociedades 
mínimas, familia o clan, poseen y cultivan sus recuerdos comunes: 
«recuerdos de familia» los llaman; relatos y leyendas del clan o 
tribu. Si ensanchamos el ámbito a un pueblo o nación, hablaremos 
de «crónicas» e «historia». La empresa de Alfonso el Sabio de 
componer la Crónica General y la General Estría no es una 
operación puramente intelectual. La necesidad es tan grande, que a 
veces los pueblos se inventan historia, acudiendo a la cantera de 
las leyendas (Rómulo y Remo; parte de nuestros viejos romances). 
La fuerza es tan grande que el inmigrante o sus hijos llegan a 
apropiarse la historia ajena, que en rigor no les pertenece. Las 
sociedades tienen muchas veces profesionales encargados de 
conservar y actualizar la memoria colectiva: los que la registran, 
sean cantores épicos o historiadores, los que la recitan, sean 
rapsodas o profesores. Y hasta poseen en su vientre unas cámaras 
donde conservan registros de hechos hasta el momento oportuno: 
son los archivos.
De algunos hechos particulares la memoria se actualiza en forma 
de celebración festiva: día de la Independencia, día de la Victoria, 
día de un descubrimiento, de un viaje en torno a la tierra, de un 
pisar por primera vez la luna (cuando la frase «estar en la luna» 
cambió de significado), En la celebración ha de participar la 
comunidad, de modo que sea pública y colectiva. También puede 
haber memorias luctuosas, que son excepción.
Israel, como sociedad, ejercita la memoria con especial 
intensidad. Porque en sus hechos gloriosos hay un protagonista 
confesado, que es el Señor. La memoria de Israel es la historia de 
un pueblo irrealizable sin la intervención de Dios, incomprensible sin 
su confesión. Israel no sólo ejercita la memoria, sino que tiene una 
ley sobre ello, como indica el salmo 78:

3: Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros Padres nos contaron,
4: no lo ocultaremos a sus hijos, lo contaremos a la generación 
venidera:
las glorias del Señor, su poder, las maravillas que realizó.
5: Porque él hizo un pacto con Jacob dando leyes a Israel:
él mandó a nuestros padres que lo enseñaran a sus hijos,
6: para que lo supiera la generación venidera y los hijos que nacieran
después.
Que los descendientes se lo cuenten a sus hijos
7: para que pongan en Dios su confianza 
y no olviden las acciones de Dios...

Gran parte del Antiguo Testamento brota no sólo de la 
observación y fantasía de sus escritores, sino sobre todo de esa 
urgencia de contar. Recordar es deber gustoso; ser desmemoriados 
es delito.
Además de esto, Israel establece celebraciones, fiestas, para 
conmemorar hechos capitales, o llena de contenido histórico fiestas 
agrarias precedentes. La Pascua ha de recordar la salida de Egipto; 
la fiesta de las Tiendas, el camino por el desierto. También tienen 
celebraciones penitenciales. Lo admirable es que en ellas se 
sienten solidarios con los padres y entre sí; es decir, que la 
confesión dolorida del pecado vincula:

Sal 106, 6: Somos culpables con nuestros padres, 
hemos cometido maldades e iniquidades.
Bar 1, 19: Desde el día en que el Señor sacó a nuestros padres de 
Egipto,
hasta hoy, no hemos hecho caso al Señor nuestro Dios; 
hemos
rehusado obedecerle.

Celebrar es para Israel como volver a una matriz común como 
escuchar el murmullo de raíces comunes hundidas en tierra 
común.
Los israelitas recuerdan las leyendas e historias de los 
patriarcas; recuerdan especialmente el hecho fundacional que es la 
liberación de Egipto. Al invocar el nombre del Señor, pueden añadir 
un título: «el que nos sacó de Egipto». Su profesión de fe es una 
profesión de hechos, no de doctrinas. Los salmos se detienen 
muchas veces a repasar hechos de la historia; otras veces es el 
individuo quien recuerda su experiencia pasada con Dios. La 
literatura sapiencial, que al principio discurre al margen de la 
historia, un día le abre las puertas.

3. EU/MEMORIAL: Memoria cristiana. Con estos antecedentes, 
del hombre en general y de Israel en particular, podemos entrar en 
nuestro tema y encontrarlo iluminado y hasta explicado. El pueblo 
cristiano hereda el talante y la urgencia del recuerdo. La Eucaristía 
es memoria festiva, comunitaria. Además de acción de gracias 
(beraka), es memoria. Quizá sean dos caras de la misma medalla. A 
una persona que nos ha hecho un beneficio insigne le estamos 
agradecidos y se lo mostramos de palabra y con algún obsequio 
(=beraka). Recordamos su cumpleaños, o el día en que nos salvó la 
vida, para enviarle una tarjeta y un regalo. La Eucaristía es 
recuerdo agradecido, con obsequio, del que nos salvó la vida. 
Recuerda festivamente el hecho primordial de esa salvación. Como 
memoria festiva tiene un contenido permanente, un contenido 
variable y una función plural.
El contenido permanente es el hecho que condensa todo lo 
demás: la muerte y resurrección del Señor. El sacrificio por el cual 
nos libera y por el cual pasa de la muerte a la vida. Este núcleo es 
insustituible. Ese hecho, a la vez básico y culminante, no puede ser 
olvidado. Tenemos un mandato del Señor: «Haced esto en memoria 
mía». Todas las plegarias eucarísticas o anáforas están de acuerdo 
en este punto. Voy a citar esta vez de la anáfora primera o «canon 
romano». Después de repetir en forma narrativa las palabras de la 
última cena, añade:

«Por eso, Señor, nosotros tus siervos y todo tu pueblo santo, al 
celebrar este memorial de la pasión gloriosa de Jesucristo, tu Hijo nuestro 
Señor, de su santa resurrección del lugar de los muertos y de su 
admirable ascensión a los cielos, te ofrecemos ... »

(Incluso en la debatida anáfora de Addai y Mari, en la que no se 
citan las palabras de la última cena, no falta la referencia explícita: 
«celebrando este misterio... de la pasión, de la muerte y de la 
resurrección de nuestro Señor Jesucristo». Véase el citado libro de 
Sánchez Caro, págs. 108-138).
El momento de la muerte y resurrección supone y arrastra una 
serie de hechos, toda una vida, desde la concepción y el 
nacimiento, siguiendo por el crecimiento, enseñanza, milagros y 
demás hechos. También éstos pueden ser objeto de la memoria 
«variable», ocasional. La eucaristía siempre recordará la muerte y 
resurrección; además, un día recordará el nacimiento, otro la venida 
de los magos, otro el bautismo, otro la transfiguración. Esta 
práctica, por un lado equilibra la monotonía; por otro lado centra 
todos los hechos en torno al hecho capital. El «ciclo» o 
circunferencia litúrgico tiene su centro.
La variedad se aprecia sobre todo en los prefacios, de tal modo 
que también la vida de la Iglesia, fruto y consecuencia de la 
salvación, entra en la memoria. La reforma litúrgica ha dado más 
espacio a la introducción de prefacios específicos.
Después de considerar el contenido estable y el variable, 
reflexionemos sobre la función de la memoria eucarística. Con lo 
dicho más arriba, será fácil entender la función de agradecer a Dios 
sus beneficios. Veamos la función de la memoria como garantía de 
identidad. Nuestra identidad cristiana arranca de Cristo. El adjetivo, 
del sustantivo (parece una tautología, pero hay que repetirlo). 
Nuestra identidad cristiana arraiga en la muerte y resurrección de 
nuestro Salvador; por eso tenemos que recordarlas. El recuerdo 
explícito nos identifica hacia dentro y hacia fuera como comunidad. 
He ahí nuestro documento de identidad. La Iglesia no sufrirá un 
ataque colectivo de amnesia, olvidándose de quién es; algunos 
miembros pueden sufrirlo. Entonces, ¿es la Eucaristía un simple 
«precepto dominical» en el que lo importante sea la formalidad del 
cumplimiento por encima del contenido? Precepto dominical significa 
precepto del señor (=domini); y él lo manda, «haced esto», para 
que, acordándonos, seamos.
Y así pasamos a la otra función: la memoria como principio de 
acción. El recuerdo de los pecados pertenecía a la liturgia 
penitencial. Ahora recordamos beneficios los cuales nos impulsan al 
agradecimiento. Son, además, beneficios ejemplares, que nos 
impulsan a la imitación. Si nuestra identidad arraiga y brota de un 
sacrificio por amor, no podemos persistir en el egoísmo como forma 
de vida. Cada momento de la vida de Cristo nos habla, nos 
interpela, nos exige una «conformidad», que es «forma común», 
compartida. De lo contrario, la memoria sería un sarcasmo. La 
memoria es principio o garantía de identidad. La memoria enérgica, 
activa, es principio de identificación. Somos de Cristo: seamos cada 
vez más como Cristo. Su recuerdo nos incita. Y esto no sólo como 
individuos, sino como comunidad:

1 Pe 2, 21: Cristo sufrió por vosotros dejándoos un modelo para que 
sigáis
sus huellas.

4. Recuerdo y esperanza. PASADO/NOSTALGIA 
NOSTALGIA/PASADO MEMORIA/PADO-FUTURO 
PASADO/FUTURO: La memoria, además de los enormes servicios 
que nos presta, nos puede poner una trampa. Tal sucede cuando 
se transforma en nostalgia de un tiempo pasado irrecuperable. El 
hombre no le saca gusto al presente, no espera ya nada del futuro 
y se refugia en una guarida mental que se ha construido con 
retazos del pasado. Está toda colgada de cuadros que representan 
momentos felices, gloriosos, que en parte existieron y en parte 
transfigura la imaginación. Allí se refugia cada vez con más 
frecuencia para rehuir el presente y el futuro. Desde allí lanza 
condenaciones contra estos tiempos, que no considera suyos: «en 
mi tiempo ... ».
Algunos desterrados de Babilonia cultivaban la nostalgia que los 
paralizaba y cegaba. El profeta del destierro y el retorno, Isaías 
Segundo, parecía abolir la ley de la memoria cuando les decía:

/Is/43/18-19: 
No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando: ¿no lo notáis?

Tanto miran al pasado que no ven brotar el futuro. Como si a 
Dios no le quedase nada por hacer, al hombre nada que esperar. 
Como si todas sus citas con Dios se encontrasen en el pasado y no 
quedase nada por vivir.
Pues bien, existe también una memoria del futuro. Esperar es 
recordar; esperar es hacer presente el futuro. Unas veces sabiendo 
lo que será, otras veces sin adivinarlo: «Tu pasado será una 
pequeñez comparado con tu magnífico futuro» (Job 8, 7). Si no nos 
gusta la palabra «recordar», podemos sustituirla por «tener 
presente». El verbo hebreo ZKR significa eso: tener presente:

Is 47, 7: sin pensar (zkr) en el desenlace.
Lam 1, 9: sin pensar (zkr) en el futuro.
Eclo 38, 20: desecha su recuerdo y acuérdate (zkr) del fin.
41,3: ... recuerda (zkr) a los que te precedieron y a los que te 
seguirán.

O bien, con otro matiz, se recuerda un anuncio o promesa 
pasada cuyo contenido pertenece al futuro.
Esto es capital en la vida cristiana. No vivimos de sólo el pasado, 
otro tanto vivimos del futuro. El Señor, que ha venido, tiene que 
venir. Nuestra cita con Dios no es sólo en el pasado, sino también 
en el presente y en el futuro. Toda la historia de la Iglesia es como 
un largo camino tendido, tenso, entre Cristo que vino y Cristo que 
ha de venir. El es camino. Cuando concluimos la lectura de la Biblia, 
las últimas palabras son «Ven, Señor Jesús»; y al cerrar el libro, 
queda definitivamente abierto.
Nuestra liturgia renovada ha sabido expresarle e inculcarlo de 
nuevo. La anáfora primera (canon romano) que antes cité se 
detenía en la ascensión. No así las nuevas o renovadas. Si 
nuestros recuerdos son gloriosos, gozosa es nuestra esperanza. 
Por eso la asamblea puede celebrar una memoria festiva.
Voy a fijarme en las aclamaciones después de la consagración. El 
sacerdote dice: «Este es el sacramento de nuestra fe»; es decir, la 
cifra, el compendio. De nuestra fe: que es nuestra adhesión, 
nuestro compromiso con el Señor. Y el pueblo responde en la 
primera fórmula:

«Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ¡ven, Señor 
Jesús!»

Arraigados en el pasado, nos abrimos al futuro; y el presente 
festivo lo abarca todo. En la segunda fórmula suena así la 
aclamación: «Cada vez que comemos de este pan y bebemos de 
este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vengas». La 
resurrección está implícita: si ha de volver, -es que está vivo. Y 
hasta ese momento resonará nuestra aclamación esperanzada, la 
del individuo y la de la Iglesia. La tercera fórmula dice sólo: «Por tu 
cruz y resurrección -nos has salvado».
Después de las aclamaciones, comunes a todas las anáforas, se 
diferencia la memoria en algunas variaciones. La tercera anáfora, 
después de mencionar la ascensión, añade: «mientras esperamos 
su venida gloriosa»; lo mismo dice la cuarta. El tema resuena en 
otros pasajes:

« ... tengamos también parte en la plenitud de tu reino» (I anáfora);
« ... merezcamos por tu hijo Jesucristo compartir la vida eterna» (II);
« ... para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos» (III);
« ... donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu 
gloria» (III); 
«...que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu reino» (IV).

Así, el presente de nuestra celebración eucarística queda 
prendido entre el recuerdo de la primera venida de Cristo y el 
recuerdo=esperanza de la última.
No puedo poner punto final. Porque la memoria eucarística no es 
puro recuerdo mental, sino que en ella sucede la realidad. Se hace 
presente el Señor muerto y resucitado sacramentalmente; se nos 
comunica de hecho vida futura. No es sólo recuerdo; lo cual no 
quita para que sea memoria, «anamnesis».

LUIS ALONSO SCHÖKEL
MEDITACIONES BÍBLICAS SOBRE LA EUCARISTÍA
SAL-TERRAE SANTANDER 1987. Págs. 87-99