OFERTORIO-EUCARISTÍA-BERAKA
Hablemos ahora de la parte que llamamos «ofertorio», que
significa o designa la oferta de los dones. Voy a explicar esta
sección ampliándola en dos direcciones. Primera,
remontándome a prácticas y expresiones bíblicas; segunda,
comentando el texto actual del ofertorio, aunque me obligue a
incursiones en otras partes de la Misa.
El texto actual es: «Bendito seas, Señor, Dios del universo,
por este pan/por este vino, fruto de la tierra/de la vid y del
trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora
te presentarnos. El será para nosotros pan de vida/bebida de
salvación». Unas veces se realiza con conducción procesional
del pan y el vino al altar; otras veces se reduce al gesto del
sacerdote elevando los dones. En algunas ocasiones otros
dones acompañan al pan y al vino.
El texto es una bella síntesis de la celebración que
llamamos en griego eukharisteia, en español acción de
gracias, en hebreo beraka. Comenzaré exponiendo sin prisas
el término hebreo.
1. Beraka. Una exposición histórica estudiaría formas
litúrgicas judías y perseguiría su influjo y desarrollo en
fórmulas cristianas. El estudio ha sido realizado por
especialistas. En castellano contamos con la erudita
exposición de J. M. Sánchez Caro, Eucaristía e Historia de
salvación (Madrid 1983). Mi tarea es mucho más modesta Y
más atada al Antiguo Testamento; quizá ello me permita una
aportación útil, al menos para la meditación.
Es bien sabido que la liturgia judía usaba unas fórmulas de
acción de gracias que llamaba beraka o birkat-, diferenciadas
según el momento del banquete. Beraka es, por tanto, una
fórmula cuyo equivalente cristiano es la «anáfora». Pero
beraka en el AT es algo más; designa también el don.
La raíz hebrea brk, especialmente en la conjugación «piel
barek», la solemos traducir por «bendecir». Pero es
necesario diferenciar la traducción. Fundamentalmente, el
verbo implica dos personas y un bien de una de ellas. La
bendición de A se refiere a un bien respecto de B. Si B no lo
posee, la bendición es un desearle que lo obtenga; si ya lo ha
conseguido, es felicitarle por ello. Un amigo nos dice que se
va a examinar u opositar, y nosotros le deseamos buena
fortuna, éxito: le bendecimos. Más tarde lo encontramos y nos
comunica que ha tenido éxito, y entonces le felicitamos.
Ambos contenidos se pueden escuchar en el verbo brk,
según las ocasiones.
Dice un proverbio hebreo: «Quien saluda al vecino de
madrugada y a voces es como si lo maldijese». «Saludar» es
brk, y es darle los buenos días, «Dar los buenos días»
procede de la vieja fórmula que sonaba así completa:
«Buenos días os/nos dé Dios»: es desear un bien al otro para
toda la jornada, bendecirlo. Los italianos pueden desearnos
«tante belle cose» y los alemanes pueden decir «Alles Gute».
Esas fórmulas pueden degradarse en simple saludo cortés,
en convención social. A un saludo de despedida parecen
referirse Gn 47, 10 y Ex 12, 32. El sentido de felicitar por el
bien conseguido está muy claro en 2 Sm 8, 10: «despachó a
su hijo Adoran para saludar al rey David y darle la
enhorabuena (brk) por el combate y la derrota de
Adadhezer».
Cuando la otra persona nos ha hecho un favor, nuestra
bendición es más bien una acción de gracias: bendecimos =
damos gracias. Con esto entramos en nuestro terreno; por lo
cual será útil citar algunos ejemplos:
Dt 24, 13:
Si es pobre, ... le devolverás [la prenda] a la caída del sol,
y así él se acostará sobre su manto y te bendecirá...
Job 31, 19:
Si vi al pobre o al vagabundo
sin ropa con que cubrirse
y no me dieron las gracias (brk) sus carnes,
calientes con el vellón de mis ovejas...
2 Sm 14, 22:
Joab se postró rostro en tierra, haciendo una reverencia,
y dio las gracias al rey.
Un último paso de relaciones entre hombres. El
agradecimiento = bendición puede acompañar las palabras
con un don o regalo que exprese el sentimiento de gratitud.
No es un pago que iguale o anule el beneficio recibido; es la
expresión tangible del reconocimiento. Ha de ser significativo,
no mezquino, de acuerdo con las posibilidades del que recibió
el don. Jacob había robado a su hermano mayor, Esaú, la
bendición paterna testamentaria, y éste jura vengarse. Jacob
emigra y, al cabo de muchos años, decide volver a la casa
paterna. Pero ha de atravesar el territorio controlado por su
hermano. Para congraciarse con él adopta actitudes humildes
y generosas y envía por delante más de 400 cabezas de
ganado, «pues se decía: Lo aplacaré con los presentes que
van por delante. Después me presentaré a él: quizá me reciba
bien» (Gn 32, 21). Finalmente se encuentran los dos
hermanos y Esaú le pregunta:
33, 8-11:
¿Qué significa toda esta caravana que he ido encontrando?
Contestó: -Es para congraciar me con mí Señor. 9: Replicó Esaú:
-Yo tengo bastante, hermano mío; quédate con lo tuyo. Jacob
insistió: -De ninguna manera. Hazme el favor de aceptar estos
presentes. Pues he visto tu rostro benévolo y era como ver el rostro
de Dios. Acepta este obsequio (beraka) que te he traído: me lo ha
regalado Dios y es todo mío.
La bendición (beraka) del padre, robada (Gn 27), se
compensa con el presente regalo (beraka).
La nuera de Caleb se acerca a él y le dice: «Hazme un
regalo (beraka)» (Jos 15, 19). Naamán, curado, retorna a dar
las gracias a Eliseo: «Acepta un regalo de tu servidor» (2 Re
5, 15). Un hombre generoso se llama nepes beraka (Prv 11,
25). Job «recibía la bendición (beraka = agradecimiento) del
vagabundo» (Job 29, 13).
2. Una vez establecido este importante punto, puedo
introducir en la escena un tercer personaje: Dios. Ya
asomaba implícito, pues cuando el pobre se acostaba y
«bendecía» a su bienhechor, le estaba deseando la bendición
de Dios; y los deseos de bienes apuntan a Dios como dador.
El esquema tiene forma triangular: el favorecido, para
agradecer, invoca sobre él la bendición divina: «Bendito seas
tú de Dios por el bien que me has hecho». Recordemos la
expresión cristiana «Dios se lo pague». Como diciendo: «te
deseo un gran bien; tan grande que no te lo puedo dar yo; lo
único que puedo es pedir a Dios para que te galardone por tu
bondad».
Al entrar Dios en el esquema del agradecimiento, lo
complica y también lo enriquece. Surge una relación doble:
yo, agradecido, le deseo un bien a mi benefactor y pido que
Dios le conceda bienes como pagando en mi lugar. Las dos
cosas no se excluyen, antes se complementan. No puedo
hacer un don mayor a esa persona que desear que Dios sea
el pagador; si consigo que Dios se lo pague, no hay acción de
gracias que se le iguale. Por eso el hebreo podía decir:
«Bendito seas de Dios por ... ». Abrán vuelve de su victoria,
en la que ha liberado a los cautivos, y el rey sacerdote de
Salén le bendice:
Gn 14,19:
¡Bendito sea Abrán por el Dios Altísimo,
creador de cielo y tierra;
bendito sea el Dios altísimo,
que te ha entregado tus enemigos.
Con esto pasamos al último apartado, otra vez binario, que
relaciona al hombre con Dios. Cuando el sujeto del verbo es
Dios, la palabra es acción, es eficaz. Dios bendice al hombre
con la fecundidad (Gn 1, 28). Bendice los trabajos del hombre
(Job 1, 10), los brotes de los campos (Sal 65, 1 l), el pan y el
agua (Ex 23, 25), la morada (Prv 3, 33), a los patriarcas (Gn
12, 2; 22, 17; 25, 11), al pueblo (Dt 1, 1 1; 14, 24). La
bendición de Dios es bienhacer.
A los beneficios de Dios responde el hombre bendiciendo a
Dios. En ese momento el verbo tiene otro contenido. El
hombre no puede hacer bienes ni desear bienes al Bien
Supremo; a lo más, puede felicitarle por los bienes que posee.
También puede reconocer los beneficios recibidos y
agradecerlos; y ese acto es como una entrega libre de sí
mismo. En hebreo puede usarse barek para significar
«bendecir». El libro de los salmos emplea más de veinte
veces el verbo brk en este sentido.
Hay un salmo que muestra muy bien y brevemente el
movimiento alterno de la bendición de Dios al hombre, del
hombre a Dios, de Dios al hombre... Es el Salmo 134, que
reservo para la última reflexión, ya que nuestra Eucaristía se
cierra con una bendición.
Nos queda un elemento solo: el don que acompaña a las
palabras. ¿Podemos ofrecer un don a Dios? En rigor, nada
podemos dar a Dios, sólo podemos con el don expresar
nuestro agradecimiento. La ofrenda de primicias (Dt 26), que
he mencionado ya, es un buen ejemplo; pero no emplea el
término «bendecir». Las ofrendas cúlticas se llaman en
hebreo minha (que significa, en sentido profano, «tributo»),
no se llaman beraka. Para explicar la denominación
«ofertorio» nos servirían. Ahora bien, mi intención es explicar
el ofertorio como Eucaristía = beraka, extendiéndome en
comentar su fórmula.
Con lo dicho creo disponer de un contexto mental que nos
permita movernos sin desorientarnos.
3. PAN/BERAKA-BENDICION OFERTORIO/EXPLICACION:
Me voy a fijar en los dones como beraka, según el sentido
expuesto del AT. La Eucaristía o acción de gracias no es sólo
verbal, sino que se materializa en la oferta de unos dones. El
texto comienza así: «Bendito seas, Señor Dios del universo,
por este pan/este vino». ¿Por qué se pronuncia aquí el título
«Dios del universo»? Traemos un poco de pan y vino: ¿por
qué una invocación tan grande y solemne? Porque en lo
humilde se nos revela el Sublime. Porque escogemos un don
que, en su pequeñez, es cifra de múltiples, inmensos dones.
Hemos dado forma redonda y color blanco a este pan, como
significando en la redondez totalidad, plenitud, perfección, y
en el color blanco la síntesis de todos los colores. Aunque
tenga otra forma y otro color, lo importante es que es «fruto
de la tierra». Por lo tanto, en el pan está presente la tierra,
tierra madre y fecunda, que con su fertilidad alimenta a sus
hijos. ¡Bendito, Señor, por el don de la tierra! Durante
millones de años la has ido preparando para que fuese
morada de tus hijos. No hay pan sin una tierra que reciba en
su seno la semilla. También recibe la lluvia, por lo cual el pan
es fruto del agua terrestre y celeste. La lluvia fecunda
paternalmente la tierra materna. ¡Bendito, Señor, por la lluvia,
que hace crecer los brotes! El pan es fruto también del cielo,
es decir, de la atmósfera adonde se ha subido el agua antes
de bajar repartida. ¿Y cómo ha podido subir venciendo su
peso, concentrarse y moverse por los aires, hasta
descomponerse en millones de gotas con que regar,
centímetro a centímetro, el suelo? Una fuerza ha tirado de
ella, más poderosa que la fuerza de la gravedad: el sol con su
calor. ¡Bendito, Señor, por la fuerza del sol! El sol, que
pertenece a un sistema, que centra y equilibra los planetas y
se incorpora a constelaciones y galaxias. Astros que giran y
se mantienen en equilibrio móvil, prodigioso; sin tropezar, sin
cansarse; cada uno en su puesto ejercitando la fuerza exacta
y precisa, de modo que la tierra pueda recibir en su momento
la lluvia y pueda producir su fruto: el pan, fruto de la tierra y
del agua y del viento y de los astros. Fruto de la luz, que
activa la función clorofílica, y también de la oscuridad alterna,
que garantiza su vitalidad. Fruto del ritmo puntual, pulso del
tiempo terrestre, sístole y diástole en el corazón de nuestro
sistema. ¡Bendito, Señor, por la luz que se ha concentrado en
la entraña de este pan y se refleja en su superficie blanca!
Fruto de la tierra, con sus fuerzas físicas y químicas, sus
jugos que chupan las raíces, su presión que sujeta los tallos,
su callada actividad escondida. La planta alberga en sí
fuerzas opuestas y coordinadas: la fuerza que empuja hacia
abajo las raíces, venciendo la resistencia mineral, y la fuerza
que empuja hacia arriba, venciendo la fuerza de la gravedad.
¿Cómo puede el tierno y minúsculo tallo abrirse paso por la
barrera compacta del suelo, rompiendo o apartando terrones,
con inexorable impulso ascensional, hasta alcanzar la estatura
exacta? El pan, fruto de la planta, de la tierra, de sus fuerzas
plurales. Fruto de la tierra significa también tiempo y ritmo,
porque no brota el grano de repente, en un momento. Si ha
de contar con el pulso breve de noche y día, depende
también del ritmo ancho de las estaciones: el frío silencio del
invierno, el sorprendido espabilarse de la primavera, el calor
creciente del estío. Todo es necesario para que llegue a
cuajar este trozo de pan. Para ello la tierra ha de girar
levemente recostada en su órbita, acercándose y alejándose
calculadamente del sol. ¡Bendito, Señor, por este pan fruto de
la tierra y las estaciones! Y no hemos terminado, porque este
pan, esta cosecha, es fruto de una simiente, tomada de la
cosecha del año anterior «para que dé semilla al sembrador y
pan al que come» (Is 55, 10); y ésta fue fruto de otra
precedente; y así, sin interrupción, nos tenemos que remontar
siglos, milenios. Este pan que hoy te ofrecemos cierra un
proceso de milenios y abre el siguiente, con un poco de
historia humana, con mucho de ciclos naturales.
Significa mucho este trozo de pan, y por eso te lo
ofrecemos como don menudo y apretado. Lo explicamos con
causas físicas y químicas, elementos y astros; detrás de todo
ello y en todo ello te descubrimos a ti, Señor del universo,
como padre de familia solícito que trabaja sus campos para
dar el pan a los suyos.
Sal 65, 10-12:
Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida.
La acequia de Dios va llena de agua;
preparas sus trigales, así la preparas:
riegas los surcos, igualas los terrones,
tu llovizna los deja esponjosos,
bendices sus frutos;
coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia.
«Lo recibimos de tu generosidad y ahora te lo
presentamos» Que sirva como expresión concentrada de
nuestra maravilla y gratitud.
4. Te lo ofrecemos, Señor, porque es nuestro, es «fruto del
trabajo del hombre». Es decir, de los hombres. Para
confeccionar este trozo de pan han colaborado muchos
hombres, según el reparto de tareas que impone nuestra
cultura. En otros tiempos, quizá en otros lugares, un hombre o
una familia lograba conducir el grano desde la simiente hasta
salir del horno. Hoy no es así. Si pudiéramos devanar los hilos
de actividad convergentes en este centro, quizá llegáramos a
más de mil: campesinos que lo han sembrado y cosechado,
mecánicos que han manejado y puesto a punto las máquinas,
transportistas, horneros, repartidores. En cada etapa un
grupo de colaboradores.
Este trabajo del hombre no está maldito. Tú, Señor, lo has
bendecido, y por eso «el hombre sale a sus faenas, a su
labranza hasta el atardecer» (Sal 104, 23). El trabajo físico es
hoy día más llevadero, el sudor de la frente se ha
transformado y aun desaparecido. No ha desaparecido la
fatiga, la perseverancia. Se añade el trabajo intelectual de
muchos hombres. Un día un hombre inventó la domesticación
del cultivo: un Noé del trigo o maíz o arroz. Otro inventó la
extracción y elaboración del hierro y otros muchos lo
perfeccionaron. Alguien inventó el arado. Más tarde se
descubrieron otras fuentes de energía: bencina para las
máquinas, electricidad para los hornos. Y se habían inventado
las máquinas con diversas funciones. ¡Cuántos inventos
sucesivos y convergentes se dan cita en el círculo estrecho
de este pedazo de pan... ! Es fruto del trabajo del hombre, y
como tal te lo ofrecemos.
Es trabajo humano, y por eso no se reduce a la fatiga física
y al esfuerzo mental, sino que abarca al hombre en su
existencia cotidiana. El trabajo significa el sustento propio y de
la familia y la ocupación que da sentido a su vida. ¡Qué dolor
estar sin trabajo, con el tedio de no tener qué hacer, con la
frustración de sentirse inútil, con el dolor de no ganar lo
suficiente... ! Se trabaja por un ideal, por un sueño; por la
familia o la sociedad. El trabajo activa al hombre como ser
social, su trabajo específico gira en una constelación de
muchos trabajos diferenciados y complementarios.
No es mera esclavitud; es también liberación y nobleza; o
las dos cosas a la vez, peso y ligereza, elasticidad que se
tensa y se distiende. El pan es fruto del trabajo múltiple del
hombre: de muchos hombres y de muchos aspectos del
trabajar. Pues así te lo ofrecemos como cosa nuestra.
Es verdad que tú nos lo has dado, «lo recibimos de tu
generosidad». Tú nos has dado la tierra; pero la tierra no
daría pan sin el trabajo del hombre, que es nuestro. Nos has
dado las fuerzas para trabajar, la inteligencia para inventar, la
prudencia para organizar, el cariño para justificar el esfuerzo.
Es sencillo, pero es nuestro, y con ello podemos expresarte
nuestro agradecimiento. Es verdad que no podemos
enriquecerte y que tú nada necesitas. Pero podemos darte
nuestro reconocimiento y gratitud. Un reconocimiento que no
humilla, antes exalta, porque nos permites llegar hasta ti con
nuestros dones. Recibe nuestro pan: es nuestra Eucaristía,
nuestra beraka. «Lo recibimos de tu generosidad y ahora te
lo presentamos».
PAN/VINO/SIGNIFICADOS VINO/PAN/SIGNIFICADOS:
«Bendito seas, Señor Dios del universo, por este vino, fruto
de la vid y del trabajo del hombre». Aquí podría repetir lo
expuesto sobre el pan, porque también el vino es un universo
condensado que me revela al Señor del un¡verso. El Antiguo
Testamento nos suministra una leyenda sobre el origen del
vino, inventado por Noé después del diluvio. El relato nos
enseña dos cosas que hacen al caso aquí: primera, que el
vino es de doble filo, porque da alegría y quita el sentido, el
vino despoja y deja inerme; segunda, que el vino, o la vid,
inaugura etapas decisivas: la era después del diluvio, la
entrada en la tierra prometida, que ostenta sus frutos en un
gigantesco racimo, la era de Cristo inaugurada en su pasión,
apuntando a la consumación celeste. No es ambiguo el vino
de la Eucaristía, a menos que pensemos en la «sobria
ebriedad» de que habla un himno litúrgico. Sí inaugura una
nueva era: la de la nueva tierra prometida en que nos
encontramos. ¿En qué sentido nos despoja y deja inermes?
El relato de Noé se salta las etapas de confección del vino,
sólo menciona el trabajo de cultivar las viñas. Nosotros
podemos pensar en ese tiempo de silencio o de murmullo que
es la fermentación. El mosto yace a oscuras mientras millones
de bacterias laboran en sus entrañas transformando el azúcar
en alcohol. Fruto de la tierra por mediación de la vid, fruto de
la vid por mediación de microorganismos o sustancias
químicas. También la actividad silenciosa está presente en el
vino, también ella es don de Dios y resulta en don nuestro.
Quizá el trabajo del hombre, su inventiva y tenacidad, sea
más patente en el vino que en el pan. Al ser muchas las
tierras y tan diferenciada la actividad del hombre, hay muchos
vinos, diversos por aroma y gusto. En su variedad, los
ofrecemos como una polifonía de gustos, como una paleta
multicolor de aromas. Y no le ponemos en entredicho, como
los nazireos (Nm 6) o los recabitas (Jr 35)
2. ¿Por qué pan y vino? ¿No podíamos haber seleccionado
otros elementos, otras primicias (Dt 26)? ¿Qué significan para
nosotros el pan y el vino? El pan ha sido para muchos,
durante milenios, alimento básico. Existen culturas que hacen
el pan de maíz y otras que comen el arroz sin transformarlo en
pan. En castellano todavía usamos la expresión «ganarse el
pan», que equivale a ganarse la vida, como pan equivale a
alimento.
Pan es o significa el alimento elemental del hombre. Es el
alimento que mantiene nuestra vida día a día, que
deshaciéndose nos rehace y nos permite hacer, que se
transforma en parte nuestra o en energía vital. Si el pan es
fruto del trabajo del hombre, el trabajo humano es fruto del
pan.
El pan es o significa lo básico o elemental de nuestra
alimentación, aunque en la realidad no lo sea todo, ni mucho
menos. El hombre ha inventado otras muchas comidas, hasta
ha hecho del guisar un arte: arte culinaria. Con todo, el pan
es lo elemental. No es lo refinado ni lo exótico ni lo caro, sino
lo simple y accesible. Cuando está tasado, aprieta la
necesidad; cuando falta, sobreviene el hambre:
Is 30, 20:
Aunque el Señor os dé tasada el agua y el pan medido...
Jr 37, 21:
Entonces el rey Sedecías ordenó que custodiasen a Jeremías en
el patio de la guardia y le diesen una libreta de pan al día -de la
calle de Panaderos- mientras hubiese pan en la ciudad.
38,9:
Jeremías morirá de hambre (porque no quedaba pan en la
ciudad).
52, 6:
El hambre apretó en la ciudad y no había pan para la población.
El pan es humilde y sencillo, no se da importancia; el pan
se entrega sin presunción ni resistencia. En esa humildad
generosa concentramos la expresión de nuestro
agradecimiento a Dios. Diría que es la prosa de cada día.
En cambio, el vino es la poesía, la propina, la fiesta. Pan y
agua es lo indispensable: «Son esenciales para el hombre
agua y pan y casa y vestido para cubrir la desnudez» (Eclo
29, 28). A los fugitivos se les ofrece lo urgente: «Al encuentro
del sediento sacad agua... llevadles pan a los fugitivos» (Is
21, 14).
Pero cuando se agasaja o festeja a una persona, se le
ofrece pan y vino, que equivale a convite, banquete. Cuando
los israelitas dicen «comieron y bebieron», se suele entender
vino: Jue 19, 4. Ben Sira enumera, entre las cosas esenciales
para la vida humana, «flor de harina, sangre de uva», con
leche y miel y aceite y sal; se entiende: para una vida que no
es mera supervivencia. Si al fugitivo se le ofrece pan y agua,
al vencedor que vuelve de la batalla «Melquisedec, rey de
Salén, le sacó pan y vino, y le bendijo» (Gn 14, 28).
El vino es esa propina (la palabra «propina viene de pino =
beber) que le echamos a la comida. También es sencillo y
noble y puede ser muy significativo. Como propina,
representa lo inútil de la vida y que, sin embargo, da sentido a
la vida, y sin lo cual la vida quizá no valga la pena; lo inútil
puede ser más importante que lo útil. Así, el vino representa
la poesía junto a la prosa; es como el color frente a un mundo
en blanco y negro; es la música frente a rumores y ruidos; es
la danza frente al caminar; es el juego frente al trabajo; es el
arte y la artesanía frente a la simple técnica; es el humor
frente a la seriedad. «¿Qué vida es cuando falta el vino, que
fue creado al principio para alegrar?» (Eclo 31, 33).
3. El vino es la alegría: «se sentirá alegre, como si hubiera
bebido» (Zac 10, 7); «así saca él pan de los campos y vino
que le alegra el ánimo» (Sal 104, 14-15); «alegría y gozo y
euforia es el vino bebido a su tiempo y con tiento»; «el vino y
el licor alegran el corazón; mejor que los dos gozar del amor»
(Eclo 31, 28; 40, 20).
Nos lo ha sugerido el último texto: el vino es la amistad y el
amor. «Amigo nuevo, vino nuevo: deja que envejezca y lo
beberás» (Eclo 9, 15). El vino sabe mejor comparado. Y es
hermano del amor, como repite el Cantar de los Cantares:
1, 2: Son mejores que el vino tus amores...
4: ... a alabar tus amores más que el vino.
2,4: Me metió en su bodega...
4,10: tus amores son mejores que el vino.
7,10: tu boca es un vino generoso.
8,2: te daría a beber vino aromado.
Y porque significa el amor y tiene color de sangre,
representa también el sacrificio, especialmente sacrificio por
amor. Tres veces llama el AT al vino «sangre de uvas» Gn 49,
11; Dt 32, 14; Ecto 39, 26. Recordemos la hazaña de tres
campeones de David que arriesgaron la vida, se sacrificaron,
para cumplir un deseo, quizá un capricho de su jefe:
2 Sm 23, 14-17:
David estaba entonces en el refugio, y la guarnición filistea
estaba en Belén. David sintió sed y exclamó: -¡Quién me diera
agua, la del pozo junto a la puerta de Belén! Los tres campeones
irrumpieron en el campamento filisteo, sacaron agua del pozo, junto
a la puerta de Belén, y se la llevaron a David. Pero David no quiso
beberla, sino que la derramó como obsequio al Señor diciendo:
-¡Líbreme Dios! ¡Sería beber la sangre de estos hombres, que han
ido allá exponiendo la vida! Y no quiso beberla.
El vino, significando el amor y el sacrificio, nos sugiere la
misteriosa relación que en el hombre tienen ambas cosas. No
es auténtico el amor que rehúsa sacrificarse; no es valioso el
sacrificio que no nace del amor.
Como, además, el vino es gozo, nos descubre la alegría o
satisfacción del sacrificarse por amor. Es una paradoja que el
hombre pueda gozar por lo que sufre: paradoja que resuelve
el amor. El vino es el gozo y el sacrificio y el amor. Es el gozo
del sacrificio por amor.
Finalmente, el vino resulta de transmutar la dulzura en
alcohol o espíritu. Nos entra por las venas como nuevo
espíritu o sentimiento, como dinamismo que libera e incita, si
lo tomamos con medida. Todo eso significa el vino.
Pues pan y vino es, Señor, lo que te ofrecemos. Tú los has
escogido, sencillos y humildes, aunque cargados de sentido.
Tú nos has enseñado a unirlos y traerlos a tu mesa. Tú nos
los has dado con tu generosidad, y ahora nosotros te los
presentamos.
«Bendito seas, Señor Dios del universo, por este pan, fruto
de la tierra y del trabajo del hombre, por este vino, fruto de la
vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad
y ahora te presentamos».
En rigor, aquí podría o debería terminar mí explicación de
la Eucaristía como acción de gracias, como beraka. Sólo que
la fórmula litúrgica añade y anticipa dos elementos esenciales:
consagración y comunión. Podría reservarlos para su lugar
propio: sería más lógico. Puedo comentarlos aquí: será más
coherente. Porque el texto litúrgico es, en cierto modo, una
síntesis completa. Tratando aquí lo que falta de la fórmula,
daré en mi exposición la clave de unidad de los elementos
principales.
4. El texto litúrgico continúa: «él será para nosotros pan de
vida; él será para nosotros bebida de salvación». Nosotros
ponemos la mesa, extendemos los manteles, encendemos
luces, añadimos unas flores; una bandeja para el pan, una
copa para el vino. No hacen falta muchas cosas. Y a este
banquete minúsculo invitamos nada menos que a Dios. El
libro de los jueces nos ofrece dos ingenuos relatos de
hombres que invitan al Señor o al «ángel del Señor» (su
mensajero o su manifestación). Uno de ellos es Gedeón:
Jue 6, 17:
Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien
habla conmigo. 18: No te vayas de aquí hasta que yo vuelva con
una ofrenda y te la presente. El Señor dijo: -Aquí me quedaré hasta
que vuelvas. 19: Gedeón marchó a preparar un cabrito y unos panes
ázimos con media fanega de harina; colocó luego la carne en la
cesta y echó el caldo en el puchero; se lo llevó al Señor y se lo
ofreció bajo la encina. 20: El ángel del Señor le dijo: -Toma la carne
y los panes ázimos, colócalos sobre esta roca y derrama el caldo.
21: Así lo hizo. Entonces el ángel del Señor alargó la punta del
cayado que llevaba, tocó la carne y los panes, y se levantó de la
roca una llamarada que los consumió. Y el ángel del Señor
desapareció.
Es como si el Señor consumiese el banquete ofrecido por
medio del fuego, ministro suyo. Algunas variantes presenta el
caso de Manoj, padre de Sansón:
Jue 13, 15: No te marches, y te preparamos un cabrito (... ) 16:
Pero el ángel del Señor le dijo: -Aunque me hagas quedar, no
probaré tu comida. Si quieres ofrecer un sacrificio al Señor, hazlo
19. Manoj tomó el cabrito y la ofrenda y ofreció sobre la peña un
sacrificio al Señor Misterioso. 20: Al subir la llama del altar hacia el
cielo, el ángel del Señor subió también en la llama, ante Manoj y su
mujer, que cayeron de bruces.
En el templo, además de los sacrificios, hay una ofrenda
más simplificada, a saber, los doce «panes presentados»
cada semana al Señor.
Pues bien, nosotros lo invitamos a nuestra mesa y él
acepta la invitación., de tal modo que invierte los papeles y
nos invita él, transformando nuestro pan y nuestro vino. Al
pan pan y al vino vino, dice el refrán. En el caso presente no
es así, porque pan y vino son figuras. Dios toma el pan y lo
convierte en el cuerpo glorificado de su Hijo, para que la vida
gloriosa se nos comunique en figura de alimento. Jesús, que
dio la vida por nosotros, quiere darnos su vida a nosotros, su
vida nueva indestructible. Una forma bien sencilla e inteligible
de comunicar vida: el alimento que ingerimos nos vivifica, nos
vitaliza. El pan que masticamos, deglutimos, digerimos, se
deshace para hacerse nosotros; en otros términos, lo
asimilamos. Una parte se incorpora a nuestros tejidos, una
parte se quema produciendo energía. Podemos hablar de
materia y energía cuando consumimos el alimento. Al
consumirlo nosotros, se consume él; y nosotros seguimos
viviendo y obrando. Jesús se deshizo antes, triturado en la
pasión y consumado en la muerte. Ya glorificado, no necesita
deshacerse para comunicarse; simplemente toma la figura de
alimento, de pan. Y no comunica un poco de vida provisoria,
interina, condenada a morir, sino que instaura y fomenta una
vida que vencerá a la muerte biológica. «El será para
nosotros pan de vida»:
/Jn/06/47-50:
Quien tiene fe posee vida eterna. 48: Yo soy el pan de la vida. 49:
Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron.
50: Aquí está el pan que baja del cielo para comerlo y no morir. 51:
Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá
para siempre... El pan que voy a dar es mi carne, para que el
mundo viva.
Del mismo modo acepta el vino y lo transforma en la
sangre glorificada de su Hijo, la que derramó en la pasión y
ahora está viva. La sangre que es el sacrificio por amor; el
desangrarse por amor y con gozo. Nos la va a dar en forma
de bebida. No es sangre de venganza, de la que dice
Zacarías: «se tragarán como carne a los honderos, beberán
como vino su sangre» (Zac 9, 15). No es la sangre de la
justicia vindicativa, que describe Isaías: «¿Por qué están rojos
tus vestidos y la túnica, como quien pisa el lagar? Yo solo he
pisado el lagar, y de otros pueblos nadie me ayudaba. Los
pisé con mi cólera, los estrujé con mi furor; su sangre salpicó
mis vestidos y me manché toda la ropa» (Is 63, 2-3). Ha sido
todo lo contrarío: mansamente, sin cólera, se dejó pisar y
estrujar y quedó todo él bañado en sangre. Derramó toda su
sangre por amor. No es la sangre del juicio escatológico que
anuncia Joel: «Mano a la hoz, madura está la mies; venid y
pisad, repleto está el lagar» (jl 4, 13). Es sangre derramada
para darse viva, para dar vida. Se da a beber en figura de
vino: «él será para nosotros bebida de salvación».
Para eso recibe el Padre nuestros dones humildes, para
convertirlos en dones excelsos. Trigo triturado como Cristo
fue triturado; hecho pan y entregado al hombre para
deshacerse dando vida, como Cristo se entregó plenamente
por los hombres y vuelve a entregarse hecho pan. Mosto de
uvas aplastadas, como Cristo fue aplastado; y convertido en
vino para calmar la sed y reanimar, como Cristo se desangró
y vuelve a entregarse hecho vino, para calmar nuestra sed
abismal de ser y vivir.
5. Trigo que de muchos granos forma una hogaza para
repartirse entre toda la familia; como Cristo, que es unidad de
toda la humanidad, se reparte entre todos. Uvas estrujadas y
fermentadas, hechas vino, para firmar un pacto de sangre,
para sentir la ebriedad del amor. Así se entrega Cristo en la
Eucaristía y así lo recibimos nosotros: «él será pan de vida,
bebida de salvación».
Pero aquí interviene la diferencia decisiva. Cuando el
hombre come pan y bebe vino, se los asimila. Cuando el
hombre recibe el cuerpo y la sangre glorificados de Cristo, es
Cristo quien se asimila a los hombres, uniéndolos a sí. Al
repartirse entre muchos, quiere hacer de todos un nuevo
cuerpo, una comunidad cristiana. Notemos el adjetivo: Cristo
se asimila a nosotros haciéndose humano; después nos
asimila a sí haciéndonos cristianos. Al darnos a beber su
sangre, nos hace consanguíneos suyos, establece una nueva
circulación de la sangre en este cuerpo suyo que es la IgIesia.
Se ha de sentir el pulso de esa sangre en el organismo de la
Iglesia.
De modo semejante, cada cristiano ha de asimilarse,
asemejarse a Cristo. Tiene que parecerse a Cristo como pan,
es decir, aprender a ser «más bueno que el pan»; ha de
aprender a repartirse y compartir. Lo que tiene y ha recibido
tiene que repartirlo y compartirlo: el espacio en la
hospitalidad, el tiempo en el servicio, las cualidades en las
funciones. Así será buen cristiano, pan compartido por la
comunidad. Tiene que asemejarse a Cristo como vino:
haciendo caudal de alegría para compartirla con los que
lloran, contagiando buen humor. Ebrio del Espíritu de Cristo,
ha de vivir el amor fraterno, porque todos somos hermanos
«de sangre». Ha de aprender el sentido y valor del sacrificio
como sello del amor y fuente de vida.
«Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan y
este vino, frutos de la tierra, de la vid y del trabajo del
hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te
presentamos. Ellos serán para nosotros pan de vida y bebida
de salvación».
LUIS
ALONSO SCHÖKEL
MEDITACIONES BÍBLICAS SOBRE LA EUCARISTÍA
SAL-TERRAE SANTANDER 1987. Págs. 53-71