OFERTORIO-EUCARISTÍA-BERAKA


Hablemos ahora de la parte que llamamos «ofertorio», que 
significa o designa la oferta de los dones. Voy a explicar esta 
sección ampliándola en dos direcciones. Primera, 
remontándome a prácticas y expresiones bíblicas; segunda, 
comentando el texto actual del ofertorio, aunque me obligue a 
incursiones en otras partes de la Misa.
El texto actual es: «Bendito seas, Señor, Dios del universo, 
por este pan/por este vino, fruto de la tierra/de la vid y del 
trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora 
te presentarnos. El será para nosotros pan de vida/bebida de 
salvación». Unas veces se realiza con conducción procesional 
del pan y el vino al altar; otras veces se reduce al gesto del 
sacerdote elevando los dones. En algunas ocasiones otros 
dones acompañan al pan y al vino.
El texto es una bella síntesis de la celebración que 
llamamos en griego eukharisteia, en español acción de 
gracias, en hebreo beraka. Comenzaré exponiendo sin prisas 
el término hebreo.

1. Beraka. Una exposición histórica estudiaría formas 
litúrgicas judías y perseguiría su influjo y desarrollo en 
fórmulas cristianas. El estudio ha sido realizado por 
especialistas. En castellano contamos con la erudita 
exposición de J. M. Sánchez Caro, Eucaristía e Historia de 
salvación (Madrid 1983). Mi tarea es mucho más modesta Y 
más atada al Antiguo Testamento; quizá ello me permita una 
aportación útil, al menos para la meditación.
Es bien sabido que la liturgia judía usaba unas fórmulas de 
acción de gracias que llamaba beraka o birkat-, diferenciadas 
según el momento del banquete. Beraka es, por tanto, una 
fórmula cuyo equivalente cristiano es la «anáfora». Pero 
beraka en el AT es algo más; designa también el don.
La raíz hebrea brk, especialmente en la conjugación «piel 
barek», la solemos traducir por «bendecir». Pero es 
necesario diferenciar la traducción. Fundamentalmente, el 
verbo implica dos personas y un bien de una de ellas. La 
bendición de A se refiere a un bien respecto de B. Si B no lo 
posee, la bendición es un desearle que lo obtenga; si ya lo ha 
conseguido, es felicitarle por ello. Un amigo nos dice que se 
va a examinar u opositar, y nosotros le deseamos buena 
fortuna, éxito: le bendecimos. Más tarde lo encontramos y nos 
comunica que ha tenido éxito, y entonces le felicitamos. 
Ambos contenidos se pueden escuchar en el verbo brk, 
según las ocasiones.
Dice un proverbio hebreo: «Quien saluda al vecino de 
madrugada y a voces es como si lo maldijese». «Saludar» es 
brk, y es darle los buenos días, «Dar los buenos días» 
procede de la vieja fórmula que sonaba así completa: 
«Buenos días os/nos dé Dios»: es desear un bien al otro para 
toda la jornada, bendecirlo. Los italianos pueden desearnos 
«tante belle cose» y los alemanes pueden decir «Alles Gute». 
Esas fórmulas pueden degradarse en simple saludo cortés, 
en convención social. A un saludo de despedida parecen 
referirse Gn 47, 10 y Ex 12, 32. El sentido de felicitar por el 
bien conseguido está muy claro en 2 Sm 8, 10: «despachó a 
su hijo Adoran para saludar al rey David y darle la 
enhorabuena (brk) por el combate y la derrota de 
Adadhezer». 
Cuando la otra persona nos ha hecho un favor, nuestra 
bendición es más bien una acción de gracias: bendecimos = 
damos gracias. Con esto entramos en nuestro terreno; por lo 
cual será útil citar algunos ejemplos:

Dt 24, 13: 
Si es pobre, ... le devolverás [la prenda] a la caída del sol, 
y así él se acostará sobre su manto y te bendecirá...

Job 31, 19: 
Si vi al pobre o al vagabundo 
sin ropa con que cubrirse 
y no me dieron las gracias (brk) sus carnes, 
calientes con el vellón de mis ovejas...

2 Sm 14, 22: 
Joab se postró rostro en tierra, haciendo una reverencia, 
y dio las gracias al rey.

Un último paso de relaciones entre hombres. El 
agradecimiento = bendición puede acompañar las palabras 
con un don o regalo que exprese el sentimiento de gratitud. 
No es un pago que iguale o anule el beneficio recibido; es la 
expresión tangible del reconocimiento. Ha de ser significativo, 
no mezquino, de acuerdo con las posibilidades del que recibió 
el don. Jacob había robado a su hermano mayor, Esaú, la 
bendición paterna testamentaria, y éste jura vengarse. Jacob 
emigra y, al cabo de muchos años, decide volver a la casa 
paterna. Pero ha de atravesar el territorio controlado por su 
hermano. Para congraciarse con él adopta actitudes humildes 
y generosas y envía por delante más de 400 cabezas de 
ganado, «pues se decía: Lo aplacaré con los presentes que 
van por delante. Después me presentaré a él: quizá me reciba 
bien» (Gn 32, 21). Finalmente se encuentran los dos 
hermanos y Esaú le pregunta:

33, 8-11: 
¿Qué significa toda esta caravana que he ido encontrando? 
Contestó: -Es para congraciar me con mí Señor. 9: Replicó Esaú: 
-Yo tengo bastante, hermano mío; quédate con lo tuyo. Jacob 
insistió: -De ninguna manera. Hazme el favor de aceptar estos 
presentes. Pues he visto tu rostro benévolo y era como ver el rostro 
de Dios. Acepta este obsequio (beraka) que te he traído: me lo ha 
regalado Dios y es todo mío.

La bendición (beraka) del padre, robada (Gn 27), se 
compensa con el presente regalo (beraka).
La nuera de Caleb se acerca a él y le dice: «Hazme un 
regalo (beraka)» (Jos 15, 19). Naamán, curado, retorna a dar 
las gracias a Eliseo: «Acepta un regalo de tu servidor» (2 Re 
5, 15). Un hombre generoso se llama nepes beraka (Prv 11, 
25). Job «recibía la bendición (beraka = agradecimiento) del 
vagabundo» (Job 29, 13).

2. Una vez establecido este importante punto, puedo 
introducir en la escena un tercer personaje: Dios. Ya 
asomaba implícito, pues cuando el pobre se acostaba y 
«bendecía» a su bienhechor, le estaba deseando la bendición 
de Dios; y los deseos de bienes apuntan a Dios como dador. 
El esquema tiene forma triangular: el favorecido, para 
agradecer, invoca sobre él la bendición divina: «Bendito seas 
tú de Dios por el bien que me has hecho». Recordemos la 
expresión cristiana «Dios se lo pague». Como diciendo: «te 
deseo un gran bien; tan grande que no te lo puedo dar yo; lo 
único que puedo es pedir a Dios para que te galardone por tu 
bondad». 
Al entrar Dios en el esquema del agradecimiento, lo 
complica y también lo enriquece. Surge una relación doble: 
yo, agradecido, le deseo un bien a mi benefactor y pido que 
Dios le conceda bienes como pagando en mi lugar. Las dos 
cosas no se excluyen, antes se complementan. No puedo 
hacer un don mayor a esa persona que desear que Dios sea 
el pagador; si consigo que Dios se lo pague, no hay acción de 
gracias que se le iguale. Por eso el hebreo podía decir: 
«Bendito seas de Dios por ... ». Abrán vuelve de su victoria, 
en la que ha liberado a los cautivos, y el rey sacerdote de 
Salén le bendice:

Gn 14,19: 
¡Bendito sea Abrán por el Dios Altísimo, 
creador de cielo y tierra; 
bendito sea el Dios altísimo, 
que te ha entregado tus enemigos.

Con esto pasamos al último apartado, otra vez binario, que 
relaciona al hombre con Dios. Cuando el sujeto del verbo es 
Dios, la palabra es acción, es eficaz. Dios bendice al hombre 
con la fecundidad (Gn 1, 28). Bendice los trabajos del hombre 
(Job 1, 10), los brotes de los campos (Sal 65, 1 l), el pan y el 
agua (Ex 23, 25), la morada (Prv 3, 33), a los patriarcas (Gn 
12, 2; 22, 17; 25, 11), al pueblo (Dt 1, 1 1; 14, 24). La 
bendición de Dios es bienhacer.
A los beneficios de Dios responde el hombre bendiciendo a 
Dios. En ese momento el verbo tiene otro contenido. El 
hombre no puede hacer bienes ni desear bienes al Bien 
Supremo; a lo más, puede felicitarle por los bienes que posee. 
También puede reconocer los beneficios recibidos y 
agradecerlos; y ese acto es como una entrega libre de sí 
mismo. En hebreo puede usarse barek para significar 
«bendecir». El libro de los salmos emplea más de veinte 
veces el verbo brk en este sentido.
Hay un salmo que muestra muy bien y brevemente el 
movimiento alterno de la bendición de Dios al hombre, del 
hombre a Dios, de Dios al hombre... Es el Salmo 134, que 
reservo para la última reflexión, ya que nuestra Eucaristía se 
cierra con una bendición.
Nos queda un elemento solo: el don que acompaña a las 
palabras. ¿Podemos ofrecer un don a Dios? En rigor, nada 
podemos dar a Dios, sólo podemos con el don expresar 
nuestro agradecimiento. La ofrenda de primicias (Dt 26), que 
he mencionado ya, es un buen ejemplo; pero no emplea el 
término «bendecir». Las ofrendas cúlticas se llaman en 
hebreo minha (que significa, en sentido profano, «tributo»), 
no se llaman beraka. Para explicar la denominación 
«ofertorio» nos servirían. Ahora bien, mi intención es explicar 
el ofertorio como Eucaristía = beraka, extendiéndome en 
comentar su fórmula.
Con lo dicho creo disponer de un contexto mental que nos 
permita movernos sin desorientarnos.

3. PAN/BERAKA-BENDICION OFERTORIO/EXPLICACION: 
Me voy a fijar en los dones como beraka, según el sentido 
expuesto del AT. La Eucaristía o acción de gracias no es sólo 
verbal, sino que se materializa en la oferta de unos dones. El 
texto comienza así: «Bendito seas, Señor Dios del universo, 
por este pan/este vino». ¿Por qué se pronuncia aquí el título 
«Dios del universo»? Traemos un poco de pan y vino: ¿por 
qué una invocación tan grande y solemne? Porque en lo 
humilde se nos revela el Sublime. Porque escogemos un don 
que, en su pequeñez, es cifra de múltiples, inmensos dones. 
Hemos dado forma redonda y color blanco a este pan, como 
significando en la redondez totalidad, plenitud, perfección, y 
en el color blanco la síntesis de todos los colores. Aunque 
tenga otra forma y otro color, lo importante es que es «fruto 
de la tierra». Por lo tanto, en el pan está presente la tierra, 
tierra madre y fecunda, que con su fertilidad alimenta a sus 
hijos. ¡Bendito, Señor, por el don de la tierra! Durante 
millones de años la has ido preparando para que fuese 
morada de tus hijos. No hay pan sin una tierra que reciba en 
su seno la semilla. También recibe la lluvia, por lo cual el pan 
es fruto del agua terrestre y celeste. La lluvia fecunda 
paternalmente la tierra materna. ¡Bendito, Señor, por la lluvia, 
que hace crecer los brotes! El pan es fruto también del cielo, 
es decir, de la atmósfera adonde se ha subido el agua antes 
de bajar repartida. ¿Y cómo ha podido subir venciendo su 
peso, concentrarse y moverse por los aires, hasta 
descomponerse en millones de gotas con que regar, 
centímetro a centímetro, el suelo? Una fuerza ha tirado de 
ella, más poderosa que la fuerza de la gravedad: el sol con su 
calor. ¡Bendito, Señor, por la fuerza del sol! El sol, que 
pertenece a un sistema, que centra y equilibra los planetas y 
se incorpora a constelaciones y galaxias. Astros que giran y 
se mantienen en equilibrio móvil, prodigioso; sin tropezar, sin 
cansarse; cada uno en su puesto ejercitando la fuerza exacta 
y precisa, de modo que la tierra pueda recibir en su momento 
la lluvia y pueda producir su fruto: el pan, fruto de la tierra y 
del agua y del viento y de los astros. Fruto de la luz, que 
activa la función clorofílica, y también de la oscuridad alterna, 
que garantiza su vitalidad. Fruto del ritmo puntual, pulso del 
tiempo terrestre, sístole y diástole en el corazón de nuestro 
sistema. ¡Bendito, Señor, por la luz que se ha concentrado en 
la entraña de este pan y se refleja en su superficie blanca! 
Fruto de la tierra, con sus fuerzas físicas y químicas, sus 
jugos que chupan las raíces, su presión que sujeta los tallos, 
su callada actividad escondida. La planta alberga en sí 
fuerzas opuestas y coordinadas: la fuerza que empuja hacia 
abajo las raíces, venciendo la resistencia mineral, y la fuerza 
que empuja hacia arriba, venciendo la fuerza de la gravedad. 
¿Cómo puede el tierno y minúsculo tallo abrirse paso por la 
barrera compacta del suelo, rompiendo o apartando terrones, 
con inexorable impulso ascensional, hasta alcanzar la estatura 
exacta? El pan, fruto de la planta, de la tierra, de sus fuerzas 
plurales. Fruto de la tierra significa también tiempo y ritmo, 
porque no brota el grano de repente, en un momento. Si ha 
de contar con el pulso breve de noche y día, depende 
también del ritmo ancho de las estaciones: el frío silencio del 
invierno, el sorprendido espabilarse de la primavera, el calor 
creciente del estío. Todo es necesario para que llegue a 
cuajar este trozo de pan. Para ello la tierra ha de girar 
levemente recostada en su órbita, acercándose y alejándose 
calculadamente del sol. ¡Bendito, Señor, por este pan fruto de 
la tierra y las estaciones! Y no hemos terminado, porque este 
pan, esta cosecha, es fruto de una simiente, tomada de la 
cosecha del año anterior «para que dé semilla al sembrador y 
pan al que come» (Is 55, 10); y ésta fue fruto de otra 
precedente; y así, sin interrupción, nos tenemos que remontar 
siglos, milenios. Este pan que hoy te ofrecemos cierra un 
proceso de milenios y abre el siguiente, con un poco de 
historia humana, con mucho de ciclos naturales.
Significa mucho este trozo de pan, y por eso te lo 
ofrecemos como don menudo y apretado. Lo explicamos con 
causas físicas y químicas, elementos y astros; detrás de todo 
ello y en todo ello te descubrimos a ti, Señor del universo, 
como padre de familia solícito que trabaja sus campos para 
dar el pan a los suyos.

Sal 65, 10-12: 
Tú cuidas de la tierra, la riegas 
y la enriqueces sin medida. 
La acequia de Dios va llena de agua;
preparas sus trigales, así la preparas:
riegas los surcos, igualas los terrones, 
tu llovizna los deja esponjosos, 
bendices sus frutos;
coronas el año con tus bienes, 
tus carriles rezuman abundancia.

«Lo recibimos de tu generosidad y ahora te lo 
presentamos» Que sirva como expresión concentrada de 
nuestra maravilla y gratitud.

4. Te lo ofrecemos, Señor, porque es nuestro, es «fruto del 
trabajo del hombre». Es decir, de los hombres. Para 
confeccionar este trozo de pan han colaborado muchos 
hombres, según el reparto de tareas que impone nuestra 
cultura. En otros tiempos, quizá en otros lugares, un hombre o 
una familia lograba conducir el grano desde la simiente hasta 
salir del horno. Hoy no es así. Si pudiéramos devanar los hilos 
de actividad convergentes en este centro, quizá llegáramos a 
más de mil: campesinos que lo han sembrado y cosechado, 
mecánicos que han manejado y puesto a punto las máquinas, 
transportistas, horneros, repartidores. En cada etapa un 
grupo de colaboradores.
Este trabajo del hombre no está maldito. Tú, Señor, lo has 
bendecido, y por eso «el hombre sale a sus faenas, a su 
labranza hasta el atardecer» (Sal 104, 23). El trabajo físico es 
hoy día más llevadero, el sudor de la frente se ha 
transformado y aun desaparecido. No ha desaparecido la 
fatiga, la perseverancia. Se añade el trabajo intelectual de 
muchos hombres. Un día un hombre inventó la domesticación 
del cultivo: un Noé del trigo o maíz o arroz. Otro inventó la 
extracción y elaboración del hierro y otros muchos lo 
perfeccionaron. Alguien inventó el arado. Más tarde se 
descubrieron otras fuentes de energía: bencina para las 
máquinas, electricidad para los hornos. Y se habían inventado 
las máquinas con diversas funciones. ¡Cuántos inventos 
sucesivos y convergentes se dan cita en el círculo estrecho 
de este pedazo de pan... ! Es fruto del trabajo del hombre, y 
como tal te lo ofrecemos.
Es trabajo humano, y por eso no se reduce a la fatiga física 
y al esfuerzo mental, sino que abarca al hombre en su 
existencia cotidiana. El trabajo significa el sustento propio y de 
la familia y la ocupación que da sentido a su vida. ¡Qué dolor 
estar sin trabajo, con el tedio de no tener qué hacer, con la 
frustración de sentirse inútil, con el dolor de no ganar lo 
suficiente... ! Se trabaja por un ideal, por un sueño; por la 
familia o la sociedad. El trabajo activa al hombre como ser 
social, su trabajo específico gira en una constelación de 
muchos trabajos diferenciados y complementarios.
No es mera esclavitud; es también liberación y nobleza; o 
las dos cosas a la vez, peso y ligereza, elasticidad que se 
tensa y se distiende. El pan es fruto del trabajo múltiple del 
hombre: de muchos hombres y de muchos aspectos del 
trabajar. Pues así te lo ofrecemos como cosa nuestra.
Es verdad que tú nos lo has dado, «lo recibimos de tu 
generosidad». Tú nos has dado la tierra; pero la tierra no 
daría pan sin el trabajo del hombre, que es nuestro. Nos has 
dado las fuerzas para trabajar, la inteligencia para inventar, la 
prudencia para organizar, el cariño para justificar el esfuerzo. 
Es sencillo, pero es nuestro, y con ello podemos expresarte 
nuestro agradecimiento. Es verdad que no podemos 
enriquecerte y que tú nada necesitas. Pero podemos darte 
nuestro reconocimiento y gratitud. Un reconocimiento que no 
humilla, antes exalta, porque nos permites llegar hasta ti con 
nuestros dones. Recibe nuestro pan: es nuestra Eucaristía, 
nuestra beraka. «Lo recibimos de tu generosidad y ahora te 
lo presentamos».

PAN/VINO/SIGNIFICADOS VINO/PAN/SIGNIFICADOS: 
«Bendito seas, Señor Dios del universo, por este vino, fruto 
de la vid y del trabajo del hombre». Aquí podría repetir lo 
expuesto sobre el pan, porque también el vino es un universo 
condensado que me revela al Señor del un¡verso. El Antiguo 
Testamento nos suministra una leyenda sobre el origen del 
vino, inventado por Noé después del diluvio. El relato nos 
enseña dos cosas que hacen al caso aquí: primera, que el 
vino es de doble filo, porque da alegría y quita el sentido, el 
vino despoja y deja inerme; segunda, que el vino, o la vid, 
inaugura etapas decisivas: la era después del diluvio, la 
entrada en la tierra prometida, que ostenta sus frutos en un 
gigantesco racimo, la era de Cristo inaugurada en su pasión, 
apuntando a la consumación celeste. No es ambiguo el vino 
de la Eucaristía, a menos que pensemos en la «sobria 
ebriedad» de que habla un himno litúrgico. Sí inaugura una 
nueva era: la de la nueva tierra prometida en que nos 
encontramos. ¿En qué sentido nos despoja y deja inermes?
El relato de Noé se salta las etapas de confección del vino, 
sólo menciona el trabajo de cultivar las viñas. Nosotros 
podemos pensar en ese tiempo de silencio o de murmullo que 
es la fermentación. El mosto yace a oscuras mientras millones 
de bacterias laboran en sus entrañas transformando el azúcar 
en alcohol. Fruto de la tierra por mediación de la vid, fruto de 
la vid por mediación de microorganismos o sustancias 
químicas. También la actividad silenciosa está presente en el 
vino, también ella es don de Dios y resulta en don nuestro. 
Quizá el trabajo del hombre, su inventiva y tenacidad, sea 
más patente en el vino que en el pan. Al ser muchas las 
tierras y tan diferenciada la actividad del hombre, hay muchos 
vinos, diversos por aroma y gusto. En su variedad, los 
ofrecemos como una polifonía de gustos, como una paleta 
multicolor de aromas. Y no le ponemos en entredicho, como 
los nazireos (Nm 6) o los recabitas (Jr 35)

2. ¿Por qué pan y vino? ¿No podíamos haber seleccionado 
otros elementos, otras primicias (Dt 26)? ¿Qué significan para 
nosotros el pan y el vino? El pan ha sido para muchos, 
durante milenios, alimento básico. Existen culturas que hacen 
el pan de maíz y otras que comen el arroz sin transformarlo en 
pan. En castellano todavía usamos la expresión «ganarse el 
pan», que equivale a ganarse la vida, como pan equivale a 
alimento.
Pan es o significa el alimento elemental del hombre. Es el 
alimento que mantiene nuestra vida día a día, que 
deshaciéndose nos rehace y nos permite hacer, que se 
transforma en parte nuestra o en energía vital. Si el pan es 
fruto del trabajo del hombre, el trabajo humano es fruto del 
pan.
El pan es o significa lo básico o elemental de nuestra 
alimentación, aunque en la realidad no lo sea todo, ni mucho 
menos. El hombre ha inventado otras muchas comidas, hasta 
ha hecho del guisar un arte: arte culinaria. Con todo, el pan 
es lo elemental. No es lo refinado ni lo exótico ni lo caro, sino 
lo simple y accesible. Cuando está tasado, aprieta la 
necesidad; cuando falta, sobreviene el hambre:


Is 30, 20: 
Aunque el Señor os dé tasada el agua y el pan medido...

Jr 37, 21: 
Entonces el rey Sedecías ordenó que custodiasen a Jeremías en 
el patio de la guardia y le diesen una libreta de pan al día -de la 
calle de Panaderos- mientras hubiese pan en la ciudad.

38,9: 
Jeremías morirá de hambre (porque no quedaba pan en la 
ciudad).

52, 6: 
El hambre apretó en la ciudad y no había pan para la población.

El pan es humilde y sencillo, no se da importancia; el pan 
se entrega sin presunción ni resistencia. En esa humildad 
generosa concentramos la expresión de nuestro 
agradecimiento a Dios. Diría que es la prosa de cada día.
En cambio, el vino es la poesía, la propina, la fiesta. Pan y 
agua es lo indispensable: «Son esenciales para el hombre 
agua y pan y casa y vestido para cubrir la desnudez» (Eclo 
29, 28). A los fugitivos se les ofrece lo urgente: «Al encuentro 
del sediento sacad agua... llevadles pan a los fugitivos» (Is 
21, 14).
Pero cuando se agasaja o festeja a una persona, se le 
ofrece pan y vino, que equivale a convite, banquete. Cuando 
los israelitas dicen «comieron y bebieron», se suele entender 
vino: Jue 19, 4. Ben Sira enumera, entre las cosas esenciales 
para la vida humana, «flor de harina, sangre de uva», con 
leche y miel y aceite y sal; se entiende: para una vida que no 
es mera supervivencia. Si al fugitivo se le ofrece pan y agua, 
al vencedor que vuelve de la batalla «Melquisedec, rey de 
Salén, le sacó pan y vino, y le bendijo» (Gn 14, 28).
El vino es esa propina (la palabra «propina viene de pino = 
beber) que le echamos a la comida. También es sencillo y 
noble y puede ser muy significativo. Como propina, 
representa lo inútil de la vida y que, sin embargo, da sentido a 
la vida, y sin lo cual la vida quizá no valga la pena; lo inútil 
puede ser más importante que lo útil. Así, el vino representa 
la poesía junto a la prosa; es como el color frente a un mundo 
en blanco y negro; es la música frente a rumores y ruidos; es 
la danza frente al caminar; es el juego frente al trabajo; es el 
arte y la artesanía frente a la simple técnica; es el humor 
frente a la seriedad. «¿Qué vida es cuando falta el vino, que 
fue creado al principio para alegrar?» (Eclo 31, 33).

3. El vino es la alegría: «se sentirá alegre, como si hubiera 
bebido» (Zac 10, 7); «así saca él pan de los campos y vino 
que le alegra el ánimo» (Sal 104, 14-15); «alegría y gozo y 
euforia es el vino bebido a su tiempo y con tiento»; «el vino y 
el licor alegran el corazón; mejor que los dos gozar del amor» 
(Eclo 31, 28; 40, 20).
Nos lo ha sugerido el último texto: el vino es la amistad y el 
amor. «Amigo nuevo, vino nuevo: deja que envejezca y lo 
beberás» (Eclo 9, 15). El vino sabe mejor comparado. Y es 
hermano del amor, como repite el Cantar de los Cantares: 

1, 2: Son mejores que el vino tus amores...
4: ... a alabar tus amores más que el vino.
2,4: Me metió en su bodega...
4,10: tus amores son mejores que el vino.
7,10: tu boca es un vino generoso.
8,2: te daría a beber vino aromado.

Y porque significa el amor y tiene color de sangre, 
representa también el sacrificio, especialmente sacrificio por 
amor. Tres veces llama el AT al vino «sangre de uvas» Gn 49, 
11; Dt 32, 14; Ecto 39, 26. Recordemos la hazaña de tres 
campeones de David que arriesgaron la vida, se sacrificaron, 
para cumplir un deseo, quizá un capricho de su jefe:

2 Sm 23, 14-17: 
David estaba entonces en el refugio, y la guarnición filistea 
estaba en Belén. David sintió sed y exclamó: -¡Quién me diera 
agua, la del pozo junto a la puerta de Belén! Los tres campeones 
irrumpieron en el campamento filisteo, sacaron agua del pozo, junto 
a la puerta de Belén, y se la llevaron a David. Pero David no quiso 
beberla, sino que la derramó como obsequio al Señor diciendo: 
-¡Líbreme Dios! ¡Sería beber la sangre de estos hombres, que han 
ido allá exponiendo la vida! Y no quiso beberla.

El vino, significando el amor y el sacrificio, nos sugiere la 
misteriosa relación que en el hombre tienen ambas cosas. No 
es auténtico el amor que rehúsa sacrificarse; no es valioso el 
sacrificio que no nace del amor.
Como, además, el vino es gozo, nos descubre la alegría o 
satisfacción del sacrificarse por amor. Es una paradoja que el 
hombre pueda gozar por lo que sufre: paradoja que resuelve 
el amor. El vino es el gozo y el sacrificio y el amor. Es el gozo 
del sacrificio por amor.
Finalmente, el vino resulta de transmutar la dulzura en 
alcohol o espíritu. Nos entra por las venas como nuevo 
espíritu o sentimiento, como dinamismo que libera e incita, si 
lo tomamos con medida. Todo eso significa el vino.
Pues pan y vino es, Señor, lo que te ofrecemos. Tú los has 
escogido, sencillos y humildes, aunque cargados de sentido. 
Tú nos has enseñado a unirlos y traerlos a tu mesa. Tú nos 
los has dado con tu generosidad, y ahora nosotros te los 
presentamos.
«Bendito seas, Señor Dios del universo, por este pan, fruto 
de la tierra y del trabajo del hombre, por este vino, fruto de la 
vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad 
y ahora te presentamos».
En rigor, aquí podría o debería terminar mí explicación de 
la Eucaristía como acción de gracias, como beraka. Sólo que 
la fórmula litúrgica añade y anticipa dos elementos esenciales: 
consagración y comunión. Podría reservarlos para su lugar 
propio: sería más lógico. Puedo comentarlos aquí: será más 
coherente. Porque el texto litúrgico es, en cierto modo, una 
síntesis completa. Tratando aquí lo que falta de la fórmula, 
daré en mi exposición la clave de unidad de los elementos 
principales.

4. El texto litúrgico continúa: «él será para nosotros pan de 
vida; él será para nosotros bebida de salvación». Nosotros 
ponemos la mesa, extendemos los manteles, encendemos 
luces, añadimos unas flores; una bandeja para el pan, una 
copa para el vino. No hacen falta muchas cosas. Y a este 
banquete minúsculo invitamos nada menos que a Dios. El 
libro de los jueces nos ofrece dos ingenuos relatos de 
hombres que invitan al Señor o al «ángel del Señor» (su 
mensajero o su manifestación). Uno de ellos es Gedeón:

Jue 6, 17: 
Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien 
habla conmigo. 18: No te vayas de aquí hasta que yo vuelva con 
una ofrenda y te la presente. El Señor dijo: -Aquí me quedaré hasta 
que vuelvas. 19: Gedeón marchó a preparar un cabrito y unos panes 
ázimos con media fanega de harina; colocó luego la carne en la 
cesta y echó el caldo en el puchero; se lo llevó al Señor y se lo 
ofreció bajo la encina. 20: El ángel del Señor le dijo: -Toma la carne 
y los panes ázimos, colócalos sobre esta roca y derrama el caldo. 
21: Así lo hizo. Entonces el ángel del Señor alargó la punta del 
cayado que llevaba, tocó la carne y los panes, y se levantó de la 
roca una llamarada que los consumió. Y el ángel del Señor 
desapareció.

Es como si el Señor consumiese el banquete ofrecido por 
medio del fuego, ministro suyo. Algunas variantes presenta el 
caso de Manoj, padre de Sansón:

Jue 13, 15: No te marches, y te preparamos un cabrito (... ) 16: 
Pero el ángel del Señor le dijo: -Aunque me hagas quedar, no 
probaré tu comida. Si quieres ofrecer un sacrificio al Señor, hazlo 
19. Manoj tomó el cabrito y la ofrenda y ofreció sobre la peña un 
sacrificio al Señor Misterioso. 20: Al subir la llama del altar hacia el 
cielo, el ángel del Señor subió también en la llama, ante Manoj y su 
mujer, que cayeron de bruces.

En el templo, además de los sacrificios, hay una ofrenda 
más simplificada, a saber, los doce «panes presentados» 
cada semana al Señor.
Pues bien, nosotros lo invitamos a nuestra mesa y él 
acepta la invitación., de tal modo que invierte los papeles y 
nos invita él, transformando nuestro pan y nuestro vino. Al 
pan pan y al vino vino, dice el refrán. En el caso presente no 
es así, porque pan y vino son figuras. Dios toma el pan y lo 
convierte en el cuerpo glorificado de su Hijo, para que la vida 
gloriosa se nos comunique en figura de alimento. Jesús, que 
dio la vida por nosotros, quiere darnos su vida a nosotros, su 
vida nueva indestructible. Una forma bien sencilla e inteligible 
de comunicar vida: el alimento que ingerimos nos vivifica, nos 
vitaliza. El pan que masticamos, deglutimos, digerimos, se 
deshace para hacerse nosotros; en otros términos, lo 
asimilamos. Una parte se incorpora a nuestros tejidos, una 
parte se quema produciendo energía. Podemos hablar de 
materia y energía cuando consumimos el alimento. Al 
consumirlo nosotros, se consume él; y nosotros seguimos 
viviendo y obrando. Jesús se deshizo antes, triturado en la 
pasión y consumado en la muerte. Ya glorificado, no necesita 
deshacerse para comunicarse; simplemente toma la figura de 
alimento, de pan. Y no comunica un poco de vida provisoria, 
interina, condenada a morir, sino que instaura y fomenta una 
vida que vencerá a la muerte biológica. «El será para 
nosotros pan de vida»:

/Jn/06/47-50: 
Quien tiene fe posee vida eterna. 48: Yo soy el pan de la vida. 49: 
Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron. 
50: Aquí está el pan que baja del cielo para comerlo y no morir. 51: 
Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá 
para siempre... El pan que voy a dar es mi carne, para que el 
mundo viva.

Del mismo modo acepta el vino y lo transforma en la 
sangre glorificada de su Hijo, la que derramó en la pasión y 
ahora está viva. La sangre que es el sacrificio por amor; el 
desangrarse por amor y con gozo. Nos la va a dar en forma 
de bebida. No es sangre de venganza, de la que dice 
Zacarías: «se tragarán como carne a los honderos, beberán 
como vino su sangre» (Zac 9, 15). No es la sangre de la 
justicia vindicativa, que describe Isaías: «¿Por qué están rojos 
tus vestidos y la túnica, como quien pisa el lagar? Yo solo he 
pisado el lagar, y de otros pueblos nadie me ayudaba. Los 
pisé con mi cólera, los estrujé con mi furor; su sangre salpicó 
mis vestidos y me manché toda la ropa» (Is 63, 2-3). Ha sido 
todo lo contrarío: mansamente, sin cólera, se dejó pisar y 
estrujar y quedó todo él bañado en sangre. Derramó toda su 
sangre por amor. No es la sangre del juicio escatológico que 
anuncia Joel: «Mano a la hoz, madura está la mies; venid y 
pisad, repleto está el lagar» (jl 4, 13). Es sangre derramada 
para darse viva, para dar vida. Se da a beber en figura de 
vino: «él será para nosotros bebida de salvación».
Para eso recibe el Padre nuestros dones humildes, para 
convertirlos en dones excelsos. Trigo triturado como Cristo 
fue triturado; hecho pan y entregado al hombre para 
deshacerse dando vida, como Cristo se entregó plenamente 
por los hombres y vuelve a entregarse hecho pan. Mosto de 
uvas aplastadas, como Cristo fue aplastado; y convertido en 
vino para calmar la sed y reanimar, como Cristo se desangró 
y vuelve a entregarse hecho vino, para calmar nuestra sed 
abismal de ser y vivir.

5. Trigo que de muchos granos forma una hogaza para 
repartirse entre toda la familia; como Cristo, que es unidad de 
toda la humanidad, se reparte entre todos. Uvas estrujadas y 
fermentadas, hechas vino, para firmar un pacto de sangre, 
para sentir la ebriedad del amor. Así se entrega Cristo en la 
Eucaristía y así lo recibimos nosotros: «él será pan de vida, 
bebida de salvación».
Pero aquí interviene la diferencia decisiva. Cuando el 
hombre come pan y bebe vino, se los asimila. Cuando el 
hombre recibe el cuerpo y la sangre glorificados de Cristo, es 
Cristo quien se asimila a los hombres, uniéndolos a sí. Al 
repartirse entre muchos, quiere hacer de todos un nuevo 
cuerpo, una comunidad cristiana. Notemos el adjetivo: Cristo 
se asimila a nosotros haciéndose humano; después nos 
asimila a sí haciéndonos cristianos. Al darnos a beber su 
sangre, nos hace consanguíneos suyos, establece una nueva 
circulación de la sangre en este cuerpo suyo que es la IgIesia. 
Se ha de sentir el pulso de esa sangre en el organismo de la 
Iglesia.
De modo semejante, cada cristiano ha de asimilarse, 
asemejarse a Cristo. Tiene que parecerse a Cristo como pan, 
es decir, aprender a ser «más bueno que el pan»; ha de 
aprender a repartirse y compartir. Lo que tiene y ha recibido 
tiene que repartirlo y compartirlo: el espacio en la 
hospitalidad, el tiempo en el servicio, las cualidades en las 
funciones. Así será buen cristiano, pan compartido por la 
comunidad. Tiene que asemejarse a Cristo como vino: 
haciendo caudal de alegría para compartirla con los que 
lloran, contagiando buen humor. Ebrio del Espíritu de Cristo, 
ha de vivir el amor fraterno, porque todos somos hermanos 
«de sangre». Ha de aprender el sentido y valor del sacrificio 
como sello del amor y fuente de vida.
«Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan y 
este vino, frutos de la tierra, de la vid y del trabajo del 
hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te 
presentamos. Ellos serán para nosotros pan de vida y bebida 
de salvación».

LUIS ALONSO SCHÖKEL
MEDITACIONES BÍBLICAS SOBRE LA EUCARISTÍA
SAL-TERRAE SANTANDER 1987. Págs. 53-71