CELEBRAR CONTRA LA INJUSTICIA PARA EDUCAR EN LA JUSTICIA
Jesús BURGALETA
Profesor de Teología
del Instituto Superior de Pastoral
Madrid
«Si comprendierais lo que significa: corazón quiero y no sacrificios...»
(Mt 9,13; 12,7; Os 6,6).
«Descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, el buen corazón y la
lealtad» (Mt 23,23).
-I-
Aquel cura era un iluso. Después de la proclamación de las
lecturas del Domingo, comenzó a predicar. Se hizo un gran
silencio:
«Entre nosotros existen múltiples tramas de crimen organizado, pero
celebramos tan tranquilos la sangre del Cristo asesinado. Entre nosotros
reina la marginación explícita o soterrada de la mujer, de los jóvenes, los
extranjeros, los homosexuales, los divorciados que han rehecho su vida,
los secularizados, los drogadictos..., pero celebramos el pan que
congrega a todos. Entre nosotros no hay justicia para los delitos de los
ricos y los poderosos y, sin embargo, hay mano dura para los
ciudadanos ordinarios, pero celebramos el Sacramento que hace iguales.
Entre nosotros la corrupción. el pillaje, el fraude fiscal, la comisión, el
robo, están presentes por todos lados, pero nos dedicamos a compartir
el pan eucarístico. Entre nosotros abundan el paro, los pobres, la
miseria, y nosotros decimos: 'a mi no me alcanza el problema, allá ellos'.
Entre nosotros se trafica con armas, con drogas, con sexo, con niños...,
y nosotros, que nos acercamos a la mesa de la Palabra, ante el clamor
de los inocentes nos hacemos los sordos...»
Ya hacia un rato que se había roto el silencio inicial. La gente
tosía, carraspeaba y hasta cuchicheaba por lo bajo. Los cuerpos
sentados se revolvían inquietos en los bancos.
«Entre nosotros—seguía impertérrito el iluso servidor de la
Palabra—los emigrantes son mal recibidos, por extranjeros y porque nos
quitan el trabajo, y hay racismo, pero nos sentamos en torno a esta
mesa de la fraternidad universal. Entre nosotros hay muchos que no
robamos, pero estamos de un modo o de otro de acuerdo con que se
robe; no extorsionamos directamente, pero nos regodeamos con las
extorsiones que se cometen contra otros; no dictamos sentencias
injustas, pero estamos de acuerdo con las sentencias injustas; no
matamos, pero sentimos un profundo contento cuando se mata a
alguien: '¡Se lo merecen!'. '¡Deberían matarlos a todos!' Y, a pesar de
todo, nos reunimos a celebrar el Sacramento de la comunión, de la paz,
de la donación de la vida para que todos vivan».
Entre los bancos crecía el descontento. De pronto, se oyó el
grito desafinado y amargo de siempre: «¡Aquí hemos venido a oír
misa y no a hacer política!».
Se hizo un silencio tenso. El servidor de la Palabra se quedó
también en silencio. Miró humildemente a los presentes. Cerró el
libro. Apagó las dos velas. Y pausadamente se retiró a la sacristía.
Todos se dispersaron con algún alboroto.
N.B. Para la reflexión, la confrontación crítica o el planteamiento
de la conversión, donde sea necesario:
«He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus quejas contra los
opresores, me he fijado en su sufrimiento... El clamor ha llegado hasta
mi, y he visto cómo los tiranizan... Cuando saques a mi pueblo de Egipto
daréis CULTO a Dios» (Ex 3,7.9-10).
La ley de la Alianza pone, junto al precepto de HONRAR a Dios
(Ex 20,12.22-26), el de respetar a los padres (20, 12), el de no
matar (20,13), el de no robar (20,15) y no codiciar lo ajeno—mujer
o posesiones—(20,14.17), el de no dar falsos testimonios en los
juicios (20,16), el de ayudar a los pobres (22,21-27) y el de
respetar al extranjero residente (22,21-22; 23,9). Bien puede
reconocer el Salmo: «Yahvé hace justicia y defiende el derecho de
los oprimidos» (103,6). Sin embargo:
«Los malhechores trituran a tu pueblo, asesinan a viudas y
emigrantes, degüellan a los huérfanos» (Sal 94,5-6).
«Buscad a alguien que practique el derecho» (Jer 5,1.28; 9,3-5); «no
defienden la causa del huérfano, ni sentencian a favor de los pobres» (Jer
5,28; Am 5,7.10; Sab 2,10-11).
Cuando se violan las relaciones sociales que pide la Alianza, la
liturgia no sólo carece de sentido, sino que es rechazada
radicalmente por Dios:
«¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios?
Estoy harto de holocaustos..., no me agradan.
Vuestras solemnidades y fiestas las detesto...
Vuestras manos están llenas de sangre...
Cesad de obrar el mal, aprended a hacer el bien;
buscad el derecho, enderezad al oprimido;
defended al huérfano, proteged a la viuda»
(Is 1,11 -17; Jer 6,20; Zac 7,9-10).
«Ponte a la puerta del templo y proclama allí:
escuchad los que entráis a adorar al Señor:
Enmendad vuestra conducta.
No os hagáis ilusiones con razones falsas repitiendo:
'El templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor'
¿De modo que robáis, matáis, cometéis adulterio,
juráis en falso, quemáis incienso (a los ídolos)
y después entráis a presentaros ante mi
y decís: 'Estamos salvados',
para seguir cometiendo tales abominaciones?
¿Creéis que es una cueva de bandidos
este templo que lleva mi Nombre?
Pues cuando saqué a vuestros padres de Egipto,
no les ordené y hablé de holocaustos y sacrificios;
ésta fue la orden que les di: 'Obedecedme'»
(Jer 7,1-4.8-11.21-23; cf. Mt 21,13; Lc 19,46; Mc 11,11-17).
«Practicar el derecho y la justicia Dios lo prefiere a los sacrificios»
(Prov 21,3).
«Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del
Señor» ( I Cor 11,21).
Si alguien se extraña de la reacción de tanta gente cuando en la
liturgia de la comunión se proclama la justicia, podría recordar la
queja antigua del mismo Dios:
«Desde que salieron... de Egipto hasta hoy, les envié a mis siervos
los profetas un día y otro; pero no me escucharon..., se pusieron
tercos... Ya puedes repetirles este sermón, que no te escucharán» (Jer
7,25-27; 26,9-15).
-II-
Aquella tarde, antes de que se cerraran las grandes puertas
oscuras, se oyó un revuelo de pasos por la nave lateral del templo.
Ochenta y cuatro personas, jóvenes y adultos, mujeres y varones,
pertenecientes a un movimiento solidario en favor del Tercer
Mundo se acababan de encerrar con sus mochilas, sacos de
dormir, algún alimento, y con el firme propósito de exigir al
gobierno un mínimo de justicia, plasmada en los presupuestos del
Estado, en favor de los países más pobres.
El servidor de la última celebración eucarística se puso
nervioso. El responsable del templo se puso nervioso. El teléfono
comenzó a desgarrarse. No tenían más remedio que aceptar el
hecho consumado; de lo contrario, la prensa... Se quedaron
dentro.
Al día siguiente, conversaciones, reproches, incomprensiones,
malas caras, trato desconsiderado. Lo de siempre: «`No son
formas...!» Los que luchaban en favor de la solidaridad con los
pueblos pobres se convirtieron en una molestia para el ordenado
desarrollo de la liturgia del templo. En lugar de ser un lujo!
El Domingo, por la mañana y por la tarde, se celebraron todas
las misas. Los encerrados, en un rincón del crucero, y los reunidos
para la eucaristía eran dos grupos paralelos; los rituales se
desarrollaron sin alusión alguna a la injusticia radical de la
estructura económica mundial que origina y perpetúa la pobreza
de los pueblos. Las oraciones subían al cielo; los pobres se
quedaban irremediablemente condenados en la tierra. El Pan
eucarístico era repartido entre unos pocos, sin extenderse más allá
de la boca de los que lo comían. La colecta se destinó a pagar la
luz, la calefacción y otras necesidades del edificio.
Algunas semanas después, los encerrados abandonaron el
templo. Las misas aún se siguen celebrando regularmente.
N.B. Para la reflexión, la confrontación crítica o el planteamiento
de la conversión, donde sea necesario:
* Menos del 20% de la población mundial disfruta del 80% de la
riqueza.
* 840 millones de personas son víctimas de la malnutrición en el
mundo; 200 millones de ellas son niños.
* Treinta y seis millones y medio de personas mueren de
hambre al año. Treinta mil al día. Mil a la hora. Diecisiete mil niños
mueren cada día de hambre. Y, además, setecientos mil millones
de dólares se gastan cada año en ejército y armamento.
«Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a
nuestros hermanos... Hemos comprendido lo que es el amor por aquel
que se desprendió de su vida por nosotros; ahora también nosotros
debemos desprendernos de la vida por nuestros hermanos. Si uno posee
bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le
cierra las entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos, no
amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad» (I Jn
3,14.16-18).
«Supongamos que un hermano o una hermana no tienen qué ponerse
o andan faltos de alimento diario, y que uno de vosotros le dice: 'Andad
con Dios, calentaos y buen provecho', pero no les dais lo necesario para
el cuerpo; ¿de qué le sirve? Pues lo mismo la fe: si no tiene obras, ella
misma es un cadáver» (Sant 2,14-7).
«Religión pura y sin tacha a los ojos de Dios es ésta: mirar por los
huérfanos y las viudas en sus apuros» (Sant 1,27).
-III-
El periódico, en la sección de sociedad, traía una noticia que
dejaba helado: «Un párroco niega la celebración de la primera
comunión a un chico deficiente, por ser deficiente».
N.B. Para la reflexión, la confrontación crítica o el planteamiento
de la conversión, donde sea necesario:
«El que acoge a un chiquillo—'el último (v.35)—por causa mia, me
acoge a mi; y el que me acoge a mi, no es a mi al que me acoge, sino al
que me ha enviado» (MC 9,37; Mt 18,5;19,1315).
-IV-
Nos dicen que la noche antes de que lo mataran se reunió a
cenar con los suyos para celebrar el final de su vida. Nos han
contado que fue una vida entregada, dedicada a hacer el bien,
derramada por los caminos en favor de los pobres para darles
salud, esperanza, comida, posibilidad de regeneración y amor.
La noche en que lo iban a traicionar, porque ya no lo
aguantaban más los enemigos de los pobres, celebró la liturgia de
su Cena de despedida.
Y, mientras cenaban, puso encima de la mesa como alimento lo
que siempre había dado de comer a los hambrientos y de beber a
los sedientos: él mismo. Cogió en sus manos el resumen de su
vida, entregada desde la raíz más profunda, y se dio como un pan
compartido y una copa derramada.—De lo almacenado en la
canasta de su vida tomó lo fundamental y lo puso sobre los
platos—. Esa Cena era la celebración de la despedida de su vida
entregada sin reservas.
Los que le siguieron, siempre que se reunían para acordarse
especialmente de él, hacían lo mismo: se congregaban, ponían en
común la vida entregada de cada uno y recogían en cestos los
bienes compartidos para ayudar a los más necesitados. Allí, en
medio de la reunión, celebraban la acción de la comunión
compartiendo su vida y sus bienes.
Como se reunían para comer juntos, de lo que habían aportado
para los pobres ponían una parte sobre los platos. Así celebraban
la comunión con Jesús y con el Padre, al que alababan por ser tan
bueno que les había hecho hermanos.
De este modo, siempre que se reunían para compartir tenían
pan y vino para celebrar, y siempre que celebraban hacían la
acción de la vida compartida.
Ayer, en la celebración de la Eucaristía de las doce de la
mañana fuimos a buscar lo que se había traído para compartir con
los pobres, a fin de llevar una parte a la mesa. ¡No había nada!
Y no se pudo celebrar la fiesta de la vida entregada y de la
copa compartida.
N.B. Para la reflexión, la confrontación crítica o el planteamiento
de la conversión, donde sea necesario:
«Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la
comunidad de vida, en el partir el pan y las oraciones... Vivían todos
unidos y lo tenían todo en común (Hch 2,42.44). Entre ellos ninguno
pasaba necesidad, ya que los que poseían... lo ponían a disposición de
los apóstoles (4,34-35), que lo repartían entre todos según la necesidad
de cada uno» (2,45).
«[Los creyentes] recordamos constantemente estas cosas: los que
tenemos socorremos a los necesitados y nos asistimos siempre unos a
otros...; el día llamado del sol se celebra una reunión.... se ofrece pan y
vino..., y el que preside eleva oraciones... y el pueblo acaba diciendo:
'Amén', y se da y se hace participe a cada uno de las cosas
eucaristizadas...; y los ricos que quieren, cada uno según su voluntad,
dan lo que les parece, y lo que reunen se pone a disposición del que
preside, y él socorre al huérfano y a las viudas y a los que por
enfermedad o cualquier otra causa se hallan abandonados, y a los
encarcelados y a los peregrinos; en una palabra, él cuida de cuantos
padecen necesidad» (S. JUSTINO, Apol. 1, 67.1.3.5.ó. [D. Ruiz BUENO,
Padres apostólicos griegos (s II), BAC, Madrid 1954, pp. 258-259]).
«Parece que (a partir del final del siglo al) las aportaciones que para el
culto se exigían a los fieles, lo mismo que sus limosnas para los pobres,
se hicieron coincidir cada vez más con la celebración eucarística... [De
los donativos entregados] se tomaba lo que se necesitaba para la
Eucaristía, trasladándolo solemnemente» (J.A. JUNGMANN, El sacrificio
de la misa, BAC, Madrid 1969, pp. 250-253).
«En sus comienzos, ...la Iglesia, uniendo el ágape a la cena
eucaristica, se manifestaba... unida... por el vinculo del amor... La
misericordia con los necesitados... son consideradas... con singular
honor... Donde quiera que haya hombres carentes de alimento, vestido,
vivienda..., medios necesarios para llevar una vida verdaderamente
humana o0 afligidos... o sufriendo en el destierro o en la cárcel, allí debe
buscarlos y encontrarlos el amor cristiano... Esta obligación se impone
ante todo a los hombres y a los pueblos que viven en la prosperidad.
Para que este ejercicio del amor sea verdaderamente irreprochable y
aparezca como tal... [debe] cumplir antes que nada las exigencias de la
justicia, para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón
de justicia; suprimir las causas, y no sólo los efectos, de los males y
organizar los auxilios de tal forma que quienes los reciben se vayan
liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando
por s' mismos» (VATICANO II, Apostolicam Actuositatem, n. 8)
-V-
El golpe de estado fue muy sangriento. Un golpe de estado
sanguinario. Como lobos corrían los soldados por las calles con
sus metralletas pariendo muerte. Como torrentes entraban con
estrépito, rompiendo las puertas de las casas y arrancando del
hogar a los hijos mozos, a los padres y a las mujeres trabajadoras.
Las sirenas y el rayo ensordecían el aire. De vez en cuando, un
silencio mortal, matado por una ráfaga. Sangre, atropello,
clamores, dolor; dolor inmenso, dolor físico, dolor espiritual.
¡No hubo cárceles suficientes para encerrar a tantos! Se
amontonó a la gente en ruedos sólo por ser gente, sólo por
pensar, sólo por ser libres, sólo por querer cambiar el orden social
injusto, sólo porque los que estaban perpetrando el golpe no
toleraban que las cosas pudieran ser de otra manera. Las lenguas
saltaron por el suelo segadas por un rayo de acero; las manos
fueron mutiladas para que nunca edificaran un proyecto
alternativo; quedó en sombra la canción, y mudos los ojos. El
silencio se pudría en las cárceles. en las casas, en las fábricas en
las calles, en el corazón.
Los autores del golpe—con guantes blancos, para que no se
les vieran sus manos ensangrentadas; con adornos de oro en el
pecho, para tapar su corazón podrido; con la cabeza altiva, para
disimular que estaban derrotados por su propia injusticia y la
violación de todos los derechos humanos—fueron pasando de uno
en uno y recibieron la comunión eucarística en su boca de infierno.
N.B. Para la reflexión, la confrontación crítica o el planteamiento
de la conversión, donde sea necesario:
«Os han enseñado que se mandó a los antiguos: 'No matarás'... Yo
os digo: Todo el que trate con ira a su hermano... En consecuencia, si,
yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí que tu hermano
tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a
reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda» (Mt
5,21-24).
«A unos los mataréis..., a otros los azotaréis... y los perseguiréis de
ciudad en ciudad; así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente
derramada sobre la tierra desde la sangre de Abel el Justo» (Mt
23,34-35).
«Llegará el día en que os maten pensando que así dan culto a Dios»
(Jn 16.21).
«Cuando entró el Rey a echar un vistazo a los comensales. reparó en
uno que no iba vestido de fiesta y le dijo: 'Amigo, ¿cómo has entrado
aquí sin traje de fiesta?'» (Mt 22,11-12).
«Desde el principio, Dios miró con agrado los sacrificios de Abel,
porque los ofrecía con... justicia: pero no los de Caín..., porque su
corazón abrigaba la enemistad contra su hermano... Si uno está en
pecado, no se le engaña a Dios ofreciéndole el ritual del sacrificio...;; lo
que aprovecha es la eliminación del mal... No oyeron lo que dijo
Jeremías: 'Ni tus ojos ni tu corazón son buenos, sino que están vueltos
hacia la sangre inocente para derramarla, hacia la realización de la
injusticia y de la muerte' (Jer 22,17)... No santifica al hombre el sacrificio,
Dios no necesita sacrificios, sino que santifica al sacrificio la conciencia
del que lo ofrece... 'El pecador, dice, que me ofrece un buey, es como si
me sacrificara un perro (Is 66,3)» (S. IRENEO, Adv. Haer. IV. 18.3. Sch.
100/ 2 pp. 598-607).
S. Ambrosio, que se negó a celebrar la Eucaristía ante el
emperador Teodosio después de que éste hiciera pasar a espada
a toda la población congregada en el estadio de Tesalónica, le
escribe al emperador una carta diciéndole que, ante su venida, se
va de la ciudad, porque él no puede callar ante la injusticia, y «si
[el emperador] quisiera asistir a la eucaristía, él no tendría el
atrevimiento de ofrecer el sacrificio en su presencia» (Carta 51,13;
PL 216, 1163).
-VI-
Todo el mundo la conocía por los medios de comunicación. ¡Se
había puesto de moda! Al fin, el servicio a los necesitados tenía su
cuota de pantalla y resultaba rentable. Durante decenas de años
fue una mujer menuda, desconocida, arrastrada por las aceras de
la muerte de aquella gran ciudad infestada de pobres. Luego,
mucho más tarde, cobró fama, y todos querían «chupar cámara»
con ella. Las mujeres famosas abandonaban por unas horas sus
trajes de lujo y las fiestas y se retrataban a su lado, apretando sus
torpes manos de anciana; los que mandan dejaban los salones
dorados del poder y se barnizaban junto a ella. Se le acercaban
como para hacerse perdonar, o quizá para secuestrarla -el que es
causa del empobrecimiento, empobrece siempre; el que domina,
domina siempre; el que mata, mata siempre- Ella iba a lo suyo:
¡sólo le interesaban los pobres!
Un día se murió. En su ciudad se levantó una polvareda de
pobres en torno a ella. Todos querían mirarla, acercarse,
agradecerle, celebrarle, decirle adiós...
Llegó el día de su entierro. ¡Qué triste espectáculo! A la mujer
servidora de los pobres la secuestraron de los brazos de los
pobres y celebraron la liturgia de los ricos. ¡Su entierro fue el
reverso de su vida! La enterraron rodeada de reinas, de jefes de
estado, de príncipes de todo tipo, de militares, de diplomáticos, de
poderosos y ricos. ¿Eran éstos aquellos a quienes ella había
servido durante toda su vida? Es como si en la Cena de Jesús
hubieran aparecido por allí, a no ser para traicionarlo y perderlo, el
César, Pilato, Herodes, los sumos sacerdotes, los saduceos, los
fariseos..., y se hubiera dejado fuera a los pobres, los cojos, los
moribundos, los leprosos, los paralíticos y aquellos seguidores
desconocidos con los que Jesús había convivido.
Los pobres estaban en la calle, envallados, alejados—como si
fueran peligrosos—, mientras su cadáver era transportado por un
furgón del ejército.
N.B. Para la reflexión, la confrontación crítica o el planteamiento
de la conversión, donde sea necesario:
«Un hombre daba un gran banquete... Le dijo al encargado [de las
invitaciones]: 'Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y
tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos'» (Lc
14,16.21).
«Hermanos míos, no confundáis la fidelidad a Jesucristo... con ciertos
favoritismos. Supongamos que en vuestra reunión entre un personaje con
sortijas de oro y traje flamante, y entra también un pobretón con traje
mugriento. Si atendéis al del traje flamante y le decís: 'Tú siéntate aquí
cómodo', y decís al pobretón: 'Tú quédate de pie o siéntate aquí en el
suelo, junto a mi estrado', ¿no habéis hecho discriminación entre
vosotros?, ¿no juzgáis con criterios falsos? Escuchad, queridos
hermanos: ¿no fue Dios quien escogió a los que son pobres a los ojos
del mundo para que fueran ricos de fe y herederos del Reino que él
prometió a los que lo aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al
pobre. ¿No son los ricos los que os oprimen, y ellos los que os arrastran
a los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman el hermoso Nombre
que han invocado sobre vosotros?... Amarás a tu prójimo como a ti
mismo... Pero mostrar favoritismo seria cometer un pecado, y esa ley
[del amor] os acusaría como transgresores» (Sant 2,1-10).
-VII-
«Lo recostaron en un pesebre, porque no encontraron sitio en
la posada», acababa de cantar un diácono. Y la plegaria
eucarística proclamaba por las bóvedas del templo: «Hoy
celebramos... que se hace presente entre nosotros de un modo
nuevo». ¡Y de qué modo tan diferente!
El sin-casa, en medio de los resplandores de tantos templos. El
sin-cama, encima de las aras recamadas de bronces y de oro. El
nacido-y-muerto-fuera-de-las-murallas, arropado por una
arquitectura sólo comparable a la que disfrutan unos cuantos
privilegiados de la tierra.
Ahí está. ¡Tan desconocido como un emigrante que volviera a
su casa después de sesenta años de ausencia! El que vino
a-servir-y-no-a-ser-servido, rodeado, como un indiano rico, por
una cohorte de servidores: servidores pequeños e insignificantes,
servidores intermedios y servidores destacados que tienen a su
vez servidores a su servicio. La seda, el vestido brillante, el oro, las
joyas, las obras de arte... brillan por doquier en tantas liturgias que
hacen memoria del Nacimiento del que
fue-acostado-en-un-pesebre porque no había sitio para él en la
ciudad.
¡Se han cambiado las pajas por el oro, la humildad por el brillo,
el portal por un recinto y unos utensilios considerados más dignos
del Dios del cielo!
N.B. Para la reflexión, la confrontación crítica o el planteamiento
de la conversión, donde sea necesario:
«No pensemos que basta para nuestra salvación traer a la Iglesia un
cáliz de oro y pedrería, después de haber despojado a viudas y a
huérfanos. Si quieres honrar el sacrificio de la Cruz, presenta tu alma...:
ésta es la que has de hacer de oro. Si tu alma sigue siendo peor que el
plomo o que una teja, ¿qué vale entonces el cáliz de oro?... La Iglesia no
es un museo de oro y plata. En la última cena no era de oro la mesa, ni
la copa... ¡Sin embargo, qué precioso era todo aquello.... rebosante como
estaba de Espíritu Santo... Así que, si queréis honrar de veras el cuerpo
de Cristo, no consintáis que esté desnudo. No le honréis aquí con
vestidos de seda, mientras fuera lo dejáis morir de frío y desnudez.
Porque el mismo que dijo: 'Este es mi cuerpo', es el que dijo: ...me
visteis hambriento y me disteis de comer'... El sacramento no necesita
preciosos metales... En cambio, los pobres sí que necesitan mucho
cuidado. Aprendamos, pues, a pensar con discernimiento y a honrar a
Cristo como él quiere ser honrado.... empleando tu riqueza en los pobres.
Porque Dios no tiene necesidad de vasos de oro, sino de almas de oro...
¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena de vasos de oro, si
él se consume de hambre'? Saciad primero su sed, y luego, si sobra,
adornad también su mesa. ¿O vas a hacer un vaso de oro y después no
vas a darle un vaso de agua? ¿Y de qué sirve que cubráis su altar de
paños recamados de oro, si a él no le procuráis ni el abrigo
indispensable? Vamos a ver: si viendo a un desgraciado... vestido de
harapos y aterido de frío, te entretienes en levantar unas columnas de
mármol, diciendo que eran en honor suyo, ¿no diría que le estaban
tomando el pelo y no tomaría aquello por una ofensa? Pues aplica todo
eso a Cristo. Él anda efectivamente sin techo y peregrino. Y tú, que no le
acoges a él, te entretienes en adornar el pavimento, las paredes y los
capiteles de las columnas» (S. JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 50, I S.Mt.,
PG 58, 508-509 [citado por J.l. GONZÁLEZ FAUS en Vicarios de Cristo.
Trotta, Madrid 1991, pp. 34-351)
«La Iglesia posee oro no para guardarlo, sino para distribuirlo y
socorrer a los necesitados... ¿Por qué habéis tolerado que tantos pobres
murieran de hambre, cuando poseíais oro con el que procurar su
alimento?... ¡Mejor hubiera sido conservar los tesoros vivientes que los
tesoros de metal!... ¿Teméis que falte el adorno digno del templo del
Señor? El Señor te contestará: 'Los misterios de la fe no requieren oro, y
lo que no se puede comprar con el oro tampoco se dignifica más con el
oro'. El ornato de los sacramentos es la redención de los cautivos.
Cálices verdaderamente preciosos son los que sirven para redimir a los
hombres de la muerte... [ese cáliz] es verdadera copa de la sangre del
Señor» (S. AMBROSIO, Sobre los deberes de los ministros de la Iglesia,
PL 16,148-149; citado por J.l. GONZÁLEZ FAUS, op. cit. pp. 58-59).
-VIII-
En la tierra de «Alicia en el País de las Maravillas» se anunció la
boda de una infanta. Por todo el reino corrió un torrente de
comentarios y chismorreos. La prensa rosa se desbordó en los
quioscos. Todos vivían pendientes de la boda del año.
Los festejos se centraron en los palacios y en el templo. ¡A la
liturgia le tocó la china, pues se trataba de un santo matrimonio!
Así como se restauraron los palacios, también se restauró el
templo; unos y otros quedaron esplendorosos.
Llegó el día. El sol se habla asomado al festejo de aquella
mañana tibia y marítima. Las escalinatas del templo se
transformaron en una pásarela de modelos; uno detrás de otro,.
todos de modistas famosos fueron desfilando hacia el interior para
asistir a la celebración de la liturgia del santo matrimonio. Toda la
parafernalia del poder establecido, toda la parafernalia del dinero,.
toda la vanidad social, todos los medios influyentes, todos los que
ostentan una posición preponderante —jueces, militares,
diplomáticos, intelectuales...— entraron en el recinto. El desfile
culminó con los novios y el obispo. El pueblo aplaudía y
contemplaba embobado.
Y se desarrolló la liturgia del santo matrimonio salpicada de
ritos, de música órgano, de cánticos... La televisión iba vomitando
para todo el mundo encuadres de vestidos, de caras famosas, de
ministros proclamando la Palabra de Dios, de pamelas, de
columnas del templo, de pinturas de santos, de joyas y aderezos,
de peinados y del pan y la copa eucarísticos.
El obispo predicó la homilía. Dijo, en medio de ese ambiente,
algo sobre los pobres y en favor de ellos. Al acabar, algunos
comentaban: «Ha tenido coraje»; y otros: «Es un cuento».
N.B. Para la reflexión, la confrontación crítica o el planteamiento
de la conversión, donde sea necesario:
«Oíd esta palabra. vacas de Basán...
Oprimís a los indigentes, maltratáis a los pobres» (Am 4,1).
«Detesto y rehúso vuestras fiestas,
no me aplacan vuestras reuniones litúrgicas...
Retirad de mi presencia el barullo de los cantos...
que fluya como agua el derecho,
y la justicia como arroyo perenne» (Am 5,21-94).
«El Señor viene a entablar un pleito
con los jefes y príncipes de su pueblo...
tenéis en casa lo robado al pobre.
¿Qué es eso? ¿Trituráis a mi pueblo,
moléis el rostro de los desvalidos?
Dice el Señor:
Porque se envanecen las mujeres de Sión,
caminan con el cuello estirado guiñando los ojos,
caminan con paso menudo sonando las ajorcas de los pies:
el Señor pegará tiña a la cabeza de las mujeres de Sión...
Aquel día arrancará el Señor sus adornos:
ajorcas, diademas, medias lunas,
pendientes, pulseras, velos,
pañuelos, cadenillas, cinturones, perfumes, amuletos,
sortijas, anillos de nariz,
trajes, mantos, chales, bolsos,
vestidos de gasa y lino, turbantes y mantillas...»
(ls 3.14-94).
«Escuchadlo los que oprimís a los pobres
y elimináis a los miserables...» (Am 8,4)
«Ay de los que añaden casas a casas
y juntan campos con campos,
hasta no dejar sitio
y vivir ellos solos en medio del País» (Is 5,8).
«Sus casas están llenas de fraudes...
así es como medran y se enriquecen» (Jer 5,27-28).
«Contra los que defraudan al obrero de su jornal, oprimen...
y atropellan al emigrante sin tener respeto» (Mal 3,5).
«...Convertiré vuestras fiestas en luto,
vuestros cantos en elegías,
vestiré de sayal a toda criatura
y dejaré calva toda cabeza» (Am 8.9-10).
«Me traéis victimas robadas...
¿voy a aceptarlas de vuestras manos?» (Mal 1,13).
«Sacrificios de posesiones injustas son impuros...
es sacrificar un hijo delante de su padre
quitar a los pobres para ofrecer sacrificio...;
mata a su prójimo quien le quita el sustento,
quien no paga el justo salario derrama sangre»
(Eclo 34, 18-22)
«Traéis al altar pan manchado...
ojalá alguien de vosotros os cerrara las puertas,
para que no entréis al altar sin razón»
(Mal 1.7.9-10; Mt 23 25).
«¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal...;
de los que por soborno absuelven al culpable
y niegan justicia al inocente!»
(Is 5,20.23; Mal 2,17; 3.18).
«El pícaro usa malas artes...
perjudica a los pobres con mentiras...» (Is 32,7).
«Los profetas profetizan embustes,
los sacerdotes dominan por la fuerza;
y mi pueblo tan contento...» (Jer 5,31).
«No hagáis caso de vuestros profetas que os embaucan>,
(Jr 23, 17)
«Sacerdotes...:
maldeciré vuestras bendiciones» (Mal 2,1-2).
-IX-
Las paredes lisas estaban blanqueadas con cal. Un crucifijo,
una pequeña Virgen de madera y una mesa eucarística también de
madera, rectangular, estrecha, sin consistencia. A los pies de la
mesa, con el alba arrugada y la estola roja desmontada del
hombro, yacía asesinado a tiros el obispo Óscar Romero. El
cuerpo entregado se había caído de la mesa eucarística al suelo;
la copa de la sangre seguía manando por el costado abierto del
obispo ametrallado.
A Jesús y al hermano Romero lo habían matado los mismos; al
hermano Romero lo acababan de matar por lo mismo que a Jesús,
como a tantos.
¡Qué hermosa liturgia sin libros y sin ritos!
El hermano Romero era hermano de los pobres, denunciaba la
injusticia de los ricos, desenmascaraba la estructura de la justicia
del mundo, abria los ojos a los ciegos que estaban engañados,
decía la palabra que era necesario oir, daba su voz a los
amordazados. Consolaba, curaba las heridas del corazón, daba
esperanza, convocaba a salir de la miseria, proclamaba el
evangelio de la liberación. Él recordaba a los que lo hablan
olvidado que Dios y Jesús escuchan el grito del pueblo oprimido y
quieren que salga de la anti-vida. Él sabía que hay una liturgia
para iniciar la marcha de la salida de la esclavitud, otra liturgia
para ahogar en la nada a la estructura del poder opresor, otra
liturgia para restaurar las fuerzas perdidas en el largo camino
—viático de «ese mínimo que es ese máximo don de Dios»—y otra
liturgia para conmemorar la liberación y, con el recuerdo, seguir
viviendo intensamente lo que ahora mismo está aconteciendo.
El hermano Romero nos proclama que hay una liturgia martirial,
testimoniadora del Dios de los pobres, anunciadora del evangelio
para los pobres, celebradora del banquete de los pobres,
festejadora de la fraternidad universal ofrecida por el Reino de la
Justicia.
N.B. Para la reflexión, la confrontación crítica o el planteamiento
de la conversión, donde sea necesario:
«El buen pastor se desprende de su vida por las ovejas» (Jn 10.11 ).
«Jesús pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos» (Hch 10.,
38).
«Me ha enviado para anunciar la liberación a los cautivos....
para poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4.18).
«A los pobres se les anuncia la buena noticia.
¡Y dichoso el que no se escandalice de mi» (Mt 11,5-6).
«No hay amor más grande que dar la vida por los que se quiere» (Jn
15, 13).
«No ha venido para que le sirvan, sino para servir
y dar su vida... por todos» (Mc 10,45).
«Tomó un pan..., lo partió y se lo dio, diciendo:
'Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros;
haced lo mismo...'» (Lc 22,19; 1 Cor 11,24).
«El encuentro con los pobres nos ha hecho recobrar la verdad central
del evangelio con que la palabra de Dios nos urge a la conversión. La
Iglesia tiene una buena noticia que anunciar a los pobres...: 'El Reino de
Dios se acerca'; 'Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el
Reino de Dios'. Y desde allí tiene también una buena noticia que anunciar
a los ricos: que se conviertan al pobre para compartir con él los bienes
del Reino... Esta defensa de los pobres en un mundo seriamente
conflictivo ha ocasionado algo nuevo en la historia reciente de nuestra
Iglesia: la persecución... La persecución ha sido ocasionada por la
defensa de los pobres, y no es otra cosa que cargar con el destino de los
pobres. La verdadera persecución se ha dirigido al pueblo pobre. que es
hoy el cuerpo de Cristo en la historia... Y por esta razón cuando la Iglesia
se ha organizado y unificado recogiendo las esperanzas y las angustias
de los pobres, ha corrido la misma suerte de Jesús y de los pobres: la
persecución...
(Del discurso pronunciado por O.A. ROMERO con ocasión del
Doctorado «honoris causa» concedido por la universidad de Lovaina el
2-11-1980, en La voz de los sin voz. La palabra viva de Ms. Romero,
UCA, San Salvador 1980, pp. 184-193).
«¿Desde cuándo no se había contado que mataron a un obispo en el
altar.. porque se puso del lado de los pobres y dio voz a su sed de
justicia que clama al cielo? Quizás hay que ir al origen mismo, al que
mataron con muerte de esclavo subversivo» (J.M. VALVERDE en Carta a
las iglesias 136 (1987) 1: citado por J. SOBRINO. Jesucristo liberador.
Trotta. Madrid 1991. p. 338).
P.S. Algún lector habrá podido pensar que aquí se estaba
hablando de «otros» y de gente muy importante. Pero no es así.
Se habla también de su pequeña comunidad o de su humilde
parroquia.
Jesús
BURGALETA
SAL TERRAE 1998, 2. Págs. 103-118