En homenaje al pueblo de España
Introducción
Me intereso en el Quijote, fundamentalmente, porque en él encuentro un
valioso instrumento para el estudio del hombre. Tengo la certeza de que en
esta obra inmortal de Cervantes está entrañada toda una Antropología
Axiológica. Se me ha ocurrido proyectar mi «Filosofía del Hombre» en
el Quijote. Y me parece que la contextura de la genial novela se presta
para verificar esta aproximación. Aunque Cervantes no sea filósofo, es
lo cierto que expresa artísticamente una profunda y peculiar visión del
hombre. No tan solo se trata del «homo hispanicus» -esfuerzo, coraje, ímpetu,
fe apasionada y enérgica, intensidad imaginativa, ideas que se tornan
ideales-, sino del hombre en lo que tiene de más humano.
Ofrecer una Filosofía del Quijote como obra de arte, como actividad
expresiva del espíritu, ha sido mi propósito primordial. En esa
actividad expresiva es posible evocar y descifrar una constante humana.
Porque al fin y al cabo el Quijote -plasmación de inteligencia, deseo,
intuición, sensibilidad y amor de un hombre y hasta de un pueblo- se
origina en las profundidades del alma de Cervantes. Para llegar a una «comprensión»
del espíritu objetivado, es decir, de los contenidos intencionales de
Cervantes y de su época, es preciso echar mano de la causa final. Bajo la
categoría del valor de lo caballeresco adquieren sentido, dentro de una
conexión de totalidad, el conjunto de las representaciones intencionales
y de los actos consiguientes. Mi estudio es primordialmente axiológico.
Resulta bastante extraño el hecho de que no se haya intentado aún una
comprensión de El Quijote a la luz de la teoría de los valores.
He visto acontecer al Quijote sin trazarle previamente su programa, sin
urdir planes arbitrarios que corroboren prejuicios. Lo he leído una y
muchas veces, con diversos resultados. He anotado cuidadosamente, al
margen de mi Quijote, las ideas-madres que generaron esta obra. He
terminado por poner los diversos episodios en relación con una conexión
total conocida. El valor de lo caballeresco se descubre siempre detrás de
los objetivos propuestos por Don Quijote. Un puro afán de contemplar la
obra de arte en su esencia y sus conexiones inteligibles preside este
trabajo. Me agrada preguntarme por el sentido final de cada episodio y de
cualquier actitud, por su bien y por su perfección. Quisiera comunicar,
al lector, la fruición de captar, hasta en sus virtualidades implícitas,
ese desborde existencial cervantino cuya raíz más honda se pierde en el
misterio de un amor superabundante.
La belleza creada por Cervantes -digámoslo en un sentido analógico- sólo
se le puede comprender en plenitud implicándola y confundiéndola en su
verdad y en su bondad. Estas propiedades trascendentales del ser prueban,
en su comunidad, la inagotable hondura y la desbordante opulencia del
Quijote.
En las palabras preliminares, a manera de epígrafe, de su obra «Holzwege»1,
ha dicho Heidegger:
«Holz lautet ein alter Name für Wald. Im Holz sind Wege, die meist
verwachsen jäh im Unbegangenen aufhören.
Sie heissen Holzwege.
Jeder verläuft gesondert, aber im selben Wald. Oft scheint es, als
gleiche einer dem anderen. Doch es scheint nur so. Holzmacher and Waldhüter
kennen die Wege. Sie wissen, was es heisst, auf einem Holzweg zu sein».
«Holz» (maderamen, bosquecillo) es un antiguo nombre para bosque. En el
bosque hay caminos que, invadidos por la naturaleza, súbitamente se
extravían.
Se llaman caminos en el bosque.
Cada uno de estos caminos sigue su propio curso, pero siempre dentro del
mismo bosque. A menudo parece que todos son iguales. Sin embargo, eso es sólo
apariencia. Los artífices de la madera y los guardabosques conocen esos
caminos. Ellos saben lo que significa estar en una senda que se pierde en
la espesura.
¿Cómo hablar hoy de El Quijote -piensa el común de las gentes- sin caer
en el trillado lugar común, en la fosilizada interpretación?
Es cierto que los siglos han ido acumulando multitud de comentarios de
todo género y sabias exégesis eruditas. Pero no hay que temer; no se ha
dicho todo y nunca se dirá todo mientras haya vida sobre la tierra. La
potencialidad de las grandes obras como El Quijote es inexhaustible. Esta
misma novela, con el avance de los tiempos, puede ser mejor comprendida, más
profundamente vivida. El Quijote no padece -no debe padecer- la rigidez de
las estatuas y la inmovilidad de los museos. «El síntoma de los valores
máximos -ha dicho José Ortega y Gasset- es la ilimitación».
Contemplado desde diversas perspectivas por múltiples generaciones, el
Quijote invita a la forja de mitos y a las interpretaciones de la más
variada índole. Nuestra investigación, sin dejar de ser entusiástica y
emotiva, pretende ser reflexiva, disciplinada, seria, persistente; científica,
en una palabra. Hasta ahora, El Quijote se ha estudiado en su aspecto
escuetamente literario y filológico, que no es, precisamente, en el que más
resplandece el genio de Cervantes.
No soy filólogo y sólo gusto de la erudición en cuanto auxilie
eficazmente a la propia meditación y mueva al diálogo. Mi vocación,
definida y probada, es filosófica. A la galanura de la frase he preferido
siempre la profundidad del concepto. Sobre lo anecdótico y lo libresco he
querido poner lo constructivo y lo reflexivo. Por la meditación y el análisis
he tratado de contemplar en El Quijote su más íntima contextura y su
valor primordial. Quisiera agrupar en torno a unas cuantas líneas
directrices -y acaso alrededor de un supremo valor- el contenido de la
inimitable obra maestra. Aunque extraña a la intención de Cervantes, no
por eso resulta injustificada una Filosofía del Quijote. La sustancia poética
encerrada en el libro -actitud del héroe y de los principales personajes,
visiones de la vida humana y del destino del hombre- se presta para la
meditación filosófica.
No puedo ni quiero escindir -como lo hace Unamuno- a Cervantes y a su
Quijote. Tampoco pretendo escribir otro breviario quijotesco -por
penetrante y conmovedor que resultara a trechos- que incite al «culto del
Sagrado Corazón de Don Quijote», como le llama Borgese, provocando
suspiros y golpes de pecho. Prefiero ver surgir al personaje de las reales
y dolorosas experiencias de su autor, aunadas a su alta poesía. Con los
pies puestos en la España de los Felipes, Cervantes porta -con su
peculiar estilo- las mejores esencias de la Edad Media. En su libro se
halla estuchada el alma de todo un pueblo: a).- Pálpito de la
individualidad concreta; b).- Religiosidad y enérgica afirmación de los
propios valores tradicionales; c).- Eticismo; d).- Prestigio insobornable
y avasallador de las esencias populares; e).- Sentido de jerarquía; f).-
Hermandad; g).- Idealismo fervoroso; h).- Ansia de honra y de
inmortalidad. Una inmensa capacidad mostradora y una ilimitada simpatía
humana, llevaron a Cervantes -clave histórica de su sociedad y de su
tiempo- a reflejar innumerables personajes -del pueblo, sobre todo-
envueltos en muy variadas circunstancias.
Es preciso llevar el Quijote a la plenitud de su significación,
destacando sus verdades de experiencia, sus modelos de humanidad, su claro
y sencillo axiotropismo... En esa suprema lección de filosofía moral, es
posible advertir la intuición cervantina del suspiro nacional de España.
Y ese suspiro -Don Quijote- es símbolo de la Humanidad entera. En él
estamos involucrados todos los que anhelamos mejores destinos.
El quijotismo -inserción de un sistema axiológico de ideales en el mundo
real, mediante el esfuerzo humano- es una actitud vital muy propia de los
pueblos hispánicos. Lo que verdaderamente vale para los hispanolocuentes,
no es el éxito, sino el esfuerzo. Nuestro modo de vida quijotesco
estriba, ante todo, en una actitud proyectiva idealista. Pero es preciso añadir
al sistema de certezas doctrinales y al «optimismo de valor» aquel
conocimiento ignaciano del mundo que le capacitaba para intuir, en los
estratos actuales de la realidad, el próximo viraje de la historia.
A través de Don Quijote se transparenta Alonso Quijano, de quien conserva
siempre su enjundia ética. Trátase de una transfiguración o conversión.
Y por Don Quijote y Alonso Quijano avizoramos el espíritu de Cervantes
emergiendo de su circunstancia española. Talante y dialéctica de la
situación humana; temporalidad y actitud ante su siglo; vida como ofrenda
meta-vital; entusiasmo y sacrificio; aspiraciones y decepciones; cosmovisión
y compasiva indulgencia; todo ello resplandece, en El Quijote, con el
inconfundible cuño personal de Miguel de Cervantes Saavedra.
Aunque piense como cuerdo -y muy inteligentemente, por cierto-, Don
Quijote obra como loco, porque se sustenta en una metafísica peculiar:
realidad aparente y tornadiza, producida por los encantadores, y una sub-realidad
que sólo él advierte. Sobrepuesta a la realidad tangible, pero
articulada con ella, está el hemisferio de fantasía, con una dimensión
de realidad, o de sub-realidad, por lo menos. Sub-realidad quijotesca que
está caracterizada por peculiares modificaciones al espacio, al tiempo y
a la casualidad. Don Quijote defiende su mundo de los embates del mundo
objetivo, acudiendo al expediente de lo mágico. Los encantadores
transmutan la realidad circundante. Esta incrustación de fantasía la
esgrime el caballero con férrea dialéctica. Lo lógico queda, en esta
forma, al servicio de lo ilógico. Su mundo de fantasía no es, para él,
una mera hipótesis, sino un hecho histórico probado -irrefutablemente-
por las fuentes de todos los libros -casi sagrados- de caballerías
andantescas. La cosmovisión cervantina está integrada por un mundo
trino: estrato de lo real, esfera de lo fantástico y hemisferio de los
ideales.
Más que morir, Don Quijote se evapora -si se me permite la expresión- en
el cerebro de Alonso Quijano. Pero este sí que se nos muere. Y en esa
muerte, Cervantes anticipa imaginativamente la suya propia. Importa, pues,
destacar las posiciones cervantinas ante la muerte y el sentido de
renuncia que tiene el morir del hidalgo manchego.
Al estudiar a Don Quijote es imposible prescindir de Sancho. Porque entre
caballero y escudero se da una comunidad indestructible. Trazaremos la
vocación y la trayectoria de Sancho, pondremos de relieve su carácter
labriego, receptivo y mediador. Estudiaremos la proyección en él de Don
Quijote. Examinaremos, también, el problema de Dulcinea. ¿Cómo concibe
Don Quijote a Dulcinea? ¿Qué representa en su vida? ¿Cree realmente en
su existencia?
Antes de considerar la relación entre Don Quijote y el valor de lo
caballeresco, de estudiar los principios fundamentales de una axiología
del Quijote y de poner al descubierto su más íntimo mensaje, hemos
juzgado necesario sentar las bases generales de una Filosofía de los
valores: naturaleza, tipo de existencia, conocimiento y realización de
los mismos.
Por diversas vías hemos intentado aproximarnos a esa poderosa síntesis
de lo humano -Biblia de la Humanidad, como alguien le ha llamado- que es
el Quijote. Nos ha parecido prudente contemplar el contenido inagotable de
la obra desde diversos ángulos: ético, jurídico, político, estético,
poético, y vocacional. A menudo los capítulos se inician con una
introducción que sirve de fundamento a las ulteriores disquisiciones
específicas sobre el Quijote. En un trabajo que pretende ser, ante todo,
una síntesis cabal, y en la cual nada de lo que concierne a la Antropología
Axiológica del Quijote se ha pasado por alto, no es posible detenerse en
exploraciones detalladas de este o aquel problema. Los análisis morosos
nos hubiesen impedido realizar el objetivo propuesto: la integridad temática,
el vasto ámbito prospectivo. En todo auténtico filósofo -apunta Kant-
deben concurrir tres requisitos, a saber: no ignorar lo que han pensado
los demás, pensar por sí mismo y no contradecirse. No hay otro modo de
emprender, responsablemente, la búsqueda filosófica.
¿Hay una filosofía de Don Quijote, es decir, de Cervantes, o cabe más
bien hacer una filosofía sobre El Quijote como obra de arte? ¿Cuál es
el verdadero Quijote, el Quijote del autor o el Quijote del lector? Entre
el Quijote de Cervantes y el Quijote de cada lector, ¿no habrá siempre
la posibilidad de contemplar esa obra de vida humana plasmada, bajo el
signo de Pigmalión? ¿Cuál es el sentido de la vida, y cuál es el
sentido de la muerte del caballero manchego? ¿Puede ser considerado el
quijotismo como una actitud vital hispánica? ¿Cabe hablar del Quijote
como portador de un valor? ¿Cómo encaminarnos hacia una axiología del
Quijote? ¿Cómo aproximarnos a la génesis y al cumplimiento de la obra?
¿Es el Quijote un libro decadente? ¿Hay una verdadera estructura en la
composición de sus partes? ¿Qué tipo de metafísica subyace en la
novela? ¿Cuál es la cosmovisión del caballero y cuál la del escudero?
¿Cómo descubrir su dimensión más excelsa? Aunque no fuese ni jurista,
ni político, Don Quijote tuvo sus ideas sobre el Derecho y el Estado. ¿Se
podrá encontrar algún pensamiento sistemático en estas ideas? El
Quijote es, ante todo, una obra de arte. ¿Qué pautas seguiremos para
emitir una apreciación estética? Cervantes y Don Quijote se nos
presentan como poetas. ¿Qué relación guardan con la poesía? Y una última
pregunta de singular importancia: ¿cuál es la vocación y el destinó
final de Don Quijote?
Más que la cabal solución de los problemas enunciados, quisiera trazar
caminos, proponer criterios de comprensión, incitar a una visión directa
-y a una ulterior meditación personal- de la obra literaria en lengua
española que ha sido más propagada y encomiada en el mundo.
¿Encontraremos, después de tantas filosofías -podría preguntar
alguien-, una solución al problema de la vida humana en la imperecedera
obra de Cervantes? La solución de Don Quijote es, en definitiva, la
solución del desinterés y de la justicia. Nos enseñó -y esto importa
mucho decirlo- a pasar sobre el propio yo, que es el hombre rudimentario;
a vencer al hombre egoísta que todo lo calibra por el interés. Y aunque
su querer va siempre más allá de su poder, nunca pierde el impulso y la
dirección hacia el ideal. La vida para Don Quijote es quehacer altruista,
faena redentora. Su caridad, como la de todos los santos españoles, es
una caridad militante.
Don Quijote no es un simple especulativo, ni un puro hombre entregado a la
fantasía. Su visión es una visión dialéctica de la vida como lucha y
abrazo entre lo real y lo ideal. No le basta pensar lo extraordinario;
quiere vivirlo. Se afana -válgame la expresión- por naturalizar los
valores, por unir el mundo de los ideales con su circunstancia.
Alguna vez dijo don Francisco A. de Icaza que la profundidad del Quijote
«es la del cielo estrellado, de cuyo fondo, si atentamente se mira,
parecen brotar estrellas nuevas»2. Con la esperanza de haber visto nuevas
estrellas, he escrito este libro.