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6.- La profesión de fe en Dios, hoy.

 

Qué significa, pues, la frase .creo en Dios., pronunciada por el hombre moderno cuando reza el Credo de la Iglesia? Quien así profesa su fe, realiza ante todo una decisión sobre los valores del mundo comprendido como verdad (en sentido cualitativo puede servir de decisión en pro de la verdad), pero que sólo puede alcanzarse en la decisión como decisión. También se realiza ahí una decisión en el sentido en que se separan las distintas posibilidades. Lo que hizo Israel en los albores de su historia, lo que repitió la Iglesia en los comienzos de su peregrinación, debe renovarlo cada uno de los hombres en su vida. Como en otro tiempo se decidió en contra de Moloch y Baal, en contra de la costumbre y en favor de la verdad, así la frase cristiana .creo en Dios., es siempre un proceso de división, de aceptación, de purificación y de transformación. Sólo así pudo subsistir en tiempos pasados la profesión de fe en un Dios. ¿Qué dirección debe tomar hoy día este proceso?

 

El primado del Logos.

La fe cristiana significa ante todo una decisión en pro del primado del Logos y en contra de la pura materia. Decir .creo en Dios. es hacer una opción en pro de esta idea: el Logos, es decir, la idea, la libertad y el amor existen no solo al final, sino también al principio; él es el poder que comprende todo ser y que da origen a todo ser. Con otras palabras: la fe significa una decisión que afirma que la idea y la inteligencia no sólo son un derivado accidental del ser, sino que todo ser es producto de la idea; es más, en su estructura más íntima es idea. Según esto, la fe, en sentido específico, significa decisión por la verdad, ya que para ella el ser es verdad, comprensibilidad, inteligencia. Pero todo esto no es un producto secundario del ser que puede, sin embargo, carecer de significado decisivo y estructural para el todo de lo real..

Esta decisión en pro de la estructura conceptual del ser, nacida de la inteligencia y de la comprensión, incluye la fe en la creación. Al espíritu objetivo lo encontramos en todas las cosas, más aún, progresivamente comprendemos las cosas como espíritu objetivo; pues bien, la fe en la creación significa que estamos convencidos de que ese espíritu objetivo es imagen y expresión del espíritu subjetivo, y de que la estructura conceptual del ser en la que nosotros pensamos después, es expresión de la idea creadora anterior por la que existen las cosas.

Con más precisión, podemos afirmar que el antiguo discurso pitagórico sobre Dios que cultiva la geometría, expresa la penetración en la estructura matemática del ser que lo condiciona como ser-pensado, como ser estructurado conceptualmente. Expresa la idea de que la materia no es simplemente un absurdo que se sustrae al entendimiento, sino que también ella lleva en sí misma verdad y comprensibilidad que hacen posible la comprensión conceptual. Tal intuición ha ganado en nuestro tiempo extraordinaria importancia merced a la investigación sobre la constitución matemática de la materia, de su matemática imaginabilidad y de su utilidad. Einstein dijo una vez que en la legitimidad de la naturaleza .se revela una inteligencia tan superior que frente a ella la inteligencia del pensar y del suponer humanos es un reflejo completamente fútil. 1. En realidad todo nuestro pensar es pos-pensar aquello que ha sido pre-pensado. Nuestro pensar sólo puede intentar realizar pobremente el ser-pensado que son las cosas y encontrar la verdad en él.

La comprensión matemática del mundo ha hallado aquí, mediante la matemática del universo, al .Dios de los filósofos. con toda su problemática, que aparece, por ejemplo, cuando Einstein considera el concepto personal de Dios como .antropomórfico., lo subordina a la .religión del terror. y a la religión .moral., a las que se opone como cosa apropiada la .religiosidad cósmica.. Tal religiosidad se realiza, según él, en .el asombro extasiado de la legitimidad de la naturaleza., en una .fe profunda en la razón de la estructura del mundo. y en el .anhelo por comprender aunque sólo sea un pequeño reflejo de la inteligencia revelada en este mundo. 2.

Nos encontramos ante el problema de la fe en Dios: Por una parte se ve la diafanidad del ser, que como ser pensado alude a un pensar; pero por la otra nos vemos en la imposibilidad de relacionar este pensar del ser con los hombres. Un estrecho concepto de persona en el que no se ha reflexionado suficientemente nos pone una barrera que nos impide equiparar el .Dios de la fe. con el .Dios de los filósofos..

Antes de seguir adelante, voy a citar unas palabras de un naturalista. James Jeans dijo una vez:

Hemos descubierto que el universo muestra huellas de un poder que planea y controla todo. Tiene algo en común con nuestro espíritu propio e individual; lo común no estriba, según hemos visto, en el sentimiento, en la moral o en el placer estético, sino en la tendencia a pensar de una manera que, a falta de otra palabra, llamamos geometría3.

De nuevo aparece la misma idea: el matemático descubre la matemática del cosmos, el ser-pensado de las cosas. Descubre solamente el Dios de los filósofos. ¿Ha de extrañarnos esto? El matemático considera el mundo matemáticamente; ¿puede encontrar en él algo que no sea matemática? ¿No tendríamos que preguntarle antes si ha considerado el mundo de otro modo, de modo no matemático? ¿No tendríamos que preguntarle, por ejemplo, si al ver un almendro en flor no se ha extrañado de que la fructificación, gracias a las abejas y al árbol, pase por un período de floración y de que así incluya el superfluo milagro de lo bello que sólo puede ser comprendido en relación con lo bello, aun prescindiendo de nosotros?

Jean dice que hasta ahora no ha descubierto ese espíritu, pero podríamos responderle confiados: el físico no lo ha descubierto ni nunca lo descubrirá, porque en su estudio prescinde esencialmente del sentimiento y de la actitud moral, porque estudia la naturaleza desde un ángulo puramente matemático, y consiguientemente sólo puede ver el lado matemático de la naturaleza. La respuesta depende del problema; quien busque una visión del todo afirmará convencido la matemática objetivada, pero encontrará también el inaudito e inexplicable milagro de lo bello. Mejor dicho: en el mundo existen hechos que se presentan al espíritu atento del hombre como bellos, de tal forma que puede afirmar que el matemático que los ha llevado a cabo ha desarrollado de manera inaudita su fantasía creadora.

Resumamos las observaciones fragmentarias que hemos esbozado hasta ahora: el mundo es el espíritu objetivo; se nos presenta en su estructura espiritual, es decir, se ofrece a nuestro espíritu como algo que puede considerarse y comprenderse. Ahora podemos dar ya un paso adelante; quien dice credo in Deum .creo en Dios. expresa la convicción de que el espíritu objetivo es el resultado del espíritu subjetivo, de que es una forma de declinación de éste, de que .con otros términos. el ser-pensado, como lo encontramos en la estructura del mundo, no es posible sin un pensar.

Me parece conveniente explicar un poco más estas expresiones y asegurar que las sometemos a grandes rasgos a una especia de autocrítica de la razón histórica. Después de 2,500 años de pensamiento filosófico no nos es ya posible hablar simplemente como si muchos otros antes que nosotros no hubiesen intentado hacerlo, y como si no hubiesen fracasado. Si además miramos a las ruinas que quedan de las hipótesis, a la sagacidad inútilmente empleada y a la lógica vana tal como nos la presenta la historia, quizá nos falte la valentía de encontrar la verdad propia y escondida, la verdad que supera lo que está al alcance de la mano. Sin embargo, la imposibilidad de encontrar una salida no es tan fatal como parece a primera vista, ya que a pesar de los innumerables y contrarios caminos filosóficos por los que el hombre ha querido reflexionar sobre el ser, sólo existen en último término dos posibilidades fundamentales de iluminar el misterio del ser.

El problema, en síntesis, es éste: ¿Cuál es, de la multiplicidad de las cosas, la materia común, por así decirlo, del ser? ¿qué es el ser único que subyace detrás de las simples cosas que, sin embargo, .son.? Las respuestas que la historia ha dado a este problema pueden reducirse a dos; la primera está más cerca de nosotros, es la solución materialista que reza así: todo lo que encontramos es, en último término, materia; la materia es lo único que siempre permanece como realidad comprobable; presenta, por tanto, el auténtico ser del ser. La segunda posibilidad sigue un camino contrario: quien considera la materia, dice, descubrirá que es ser-pensado, idea objetivada. No puede, por tanto, ser lo último, antes de ella está el pensar; la idea: todo ser es, a la postre, ser pensado y hay que referirlo al espíritu como a realidad original. Estamos ante la solución .idealista..

Antes de dar un juicio, nos preguntamos: ¿qué es propiamente la materia? ¿qué es el espíritu? Brevemente podemos afirmar que materia es un ser-que-no-se-comprende, que .es., pero que no se comprende a sí mismo. La reducción de todo ser a la materia como a forma primaria de realidad significa, en consecuencia, que el principio y fundamento de todo ser presenta esta forma de ser que no se comprende a sí misma; esto quiere decir que la comprensión del ser es sólo un fenómeno secundario y casual en el transcurso de la evolución. Con ello hemos dado también la definición de .espíritu.: es el ser que se comprende a sí mismo, es el ser que es en sí mismo. La solución idealista del problema del ser afirma que todo ser es ser-pensado por una conciencia única; la unidad del ser consiste en la identidad de una conciencia, cuyos momentos son los seres.

La fe cristiana en Dios no coincide ni con una ni con otra solución. También ella afirma que el ser es serpensado. La misma materia apunta al ser que está por encima de ella como a lo precedente y más original. Pero la fe cristiana en Dios se levanta también en contra de una conciencia que todo lo abarca. El ser es ser-pensado, dice la fe, pero no de modo que la idea permanezca sólo idea, que la apariencia de autonomía se muestre al atento observador como pura apariencia. La fe cristiana afirma que las cosas son seres-pensados por una conciencia creadora, por una libertad creadora, y que esa conciencia creadora que lleva todas las cosas libera lo pensado en la libertad de su propio y autónomo ser. Por eso supera todo idealismo puro. Mientras que éste, como hemos visto, considera lo real como contenido de una única conciencia, para la fe cristiana lo que lleva a todas las cosas es una libertad creadora que coloca lo pensado en la libertad de su propio ser, de modo que éste es, por una parte, ser pensado y por la otra verdadero ser.

Con esto queda también explicada la verdadera esencia del concepto de creación. El ejemplar de la creación no es el artífice, sino el espíritu creador, el pensar creador. Es, pues, claro que la idea de libertad es un rasgo característico de la fe en Dios que la distingue de cualquier monismo. En el principio de todas las cosas existe una conciencia, pero no una conciencia cualquiera, sino la libertad que a su vez crea libertades; según esto, la fe cristiana se podría definir con bastante acierto como filosofía de la libertad. Ni la conciencia comprensiva ni la única materialidad constituyen para la fe cristiana la explicación de lo real; en la cima de todo hay una libertad que piensa y crea libertades, pensando; una libertad que convierte a la libertad en la forma estructural de todo ser.

 

El Dios personal.

Si la fe cristiana en Dios es primeramente una opción en favor del Logos, fe en la realidad de la inteligencia creadora que lleva al mundo y lo precede, en cuanto afirma la personalidad de esa inteligencia profesa que la idea original cuyo ser-pensado es el mundo, no es una conciencia anónima, neutral, sino libertad, amor creador, persona. Si, por tanto, la opción cristiana en favor del Logos es una opción en pro de una inteligencia personal y creadora, es también opción en favor del primado de lo particular sobre lo general. Lo supremo no es lo más general, sino lo particular; por eso la fe cristiana es ante todo opción por el hombre como esencia irreductible, relacionada con la infinitud; por eso es también opción del primado de la libertad en contra del primado de la necesidad cósmico-natural. En toda su agudeza sale aquí a la luz lo específico de la fe cristiana frente a otras formas de decisión del espíritu humano. El punto que relaciona al hombre con el credo cristiano es inequívocamente claro.

Esto indica que la primera opción .la opción en favor del Logos y en contra de la materia. no es posible sin la segunda y sin la tercera. Mejor dicho, la primera, tomada en sí misma, es puro idealismo. Sólo la segunda y tercera opción .primado de lo particular, primado de la libertad. forman la línea divisoria entre el idealismo y la fe cristiana que se convierte así, de una vez, en algo distinto del puro idealismo.

Sobre esto habría mucho que hablar, pero nos contentaremos con unas explicaciones indispensables. Nos preguntamos: ¿qué significa propiamente que el Logos, cuyo pensamiento es el mundo, sea persona y que la fe sea consiguientemente una opción en favor de lo particular y no de lo general? A esto puede darse una respuesta sencilla, ya que en último término no significa sino que ese pensar creador que para nosotros es supuesto y fundamento de todo ser, es en realidad consciente pensar de sí mismo, y que no sólo se conoce a sí mismo, sino a todo su pensamiento. Además este pensar no solo conoce, sino que ama; es creador porque es amor, y porque no sólo piensa, sino que ama, coloca su pensamiento en la libertad de su propio ser, lo objetiviza, lo hace ser. Todo esto significa que ese pensar sabe su pensamiento en su ser mismo, que ama y que amablemente lo lleva. De nuevo llegamos a la frase antes citada: es divino lo que no queda aprisionado en lo máximo, sino que se contiene en lo mínimo.

El Logos de todo ser, el ser que todo lo lleva y lo abarca, es, pues, conciencia, libertad y amor; de ahí se colige claramente que lo supremo del mundo no es la necesidad cósmica, sino la libertad. Las consecuencias son trascendentales, ya que esto nos lleva a afirmar que la libertad es la necesaria estructura del mundo, y que esto quiere decir que el hombre puede comprender el mundo sólo como incomprensible, que el mundo sólo puede ser incomprensibilidad. Ya que, si el punto supremo del mundo es una libertad que en cuanto tal lo lleva, lo quiere, lo conoce y lo ama, la libertad y la imposibilidad de calcular son características del mundo. La libertad implica imposibilidad de cálculo; si esto es así, el mundo no puede reducirse completamente a la lógica matemática. Con lo audaz y grande de un mundo que estructuralmente es libertad, se nos ofrece también el oscuro misterio de lo demoníaco que nos sale al paso. Un mundo que ha sido y creado y querido bajo el riesgo de la libertad y del amor, no es pura matemática; es el espacio del amor y, por tanto, se aventura en el misterio de la oscuridad por una luz mayor, por la libertad y el amor.

En tal óptica se ve el cambio que sufren las categorías del maximum y del minimum, de lo supremo y de lo mínimo. En un mundo que en el último término no es matemática, sino amor, lo minimum es maximum; lo más pequeño que pueda amar es lo más grande; lo particular es más que lo general; la persona, lo individual, lo irrepetible, es también lo definitivo y lo supremo. En tal visión del mundo, la persona no es puro individuo, un ejemplar de la multiplicidad nacido en la materia mediante la dispersión de la idea, sino incluso .persona.. El pensamiento griego siempre ha visto en las esencias individuales sólo individuos. Nacen a raíz de la ruptura de la idea a través de la materia. Lo múltiple es siempre lo secundario. Lo uno y lo general sería lo auténtico. El cristianismo ve en el hombre una persona, no un individuo. A mí me parece que en este paso del individuo a la persona radica la gran división entre la antigüedad y el cristianismo, entre el platonismo y la fe. Esta esencia determinada no es algo secundario que solo fragmentariamente nos deja entrever lo general, lo auténtico. En cuanto minimum es maximum; en cuanto singular e irrepetible es lo supremo y lo propio.

Damos así un último paso. Si la persona es algo más que el individuo, si lo múltiple es también lo propio y no lo secundario, si existe un primado de lo particular sobre lo general, la unicidad es lo único y lo último. También la multiplicidad tiene su derecho propio y definitivo. Esta expresión, deducida con necesidad interna de la opción cristiana nos lleva como de la mano a la superación de la concepción de un Dios que es pura unidad. La lógica interna de la fe cristiana en Dios supera el puro monoteísmo y nos lleva a la fe en el Dios trino, del que vamos a hablar ahora.

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Notas de este capítulo:

1.- A. Einstein, Mein Weltbild. Zürich-Stuttgart-Wien 1953,21.

2.- Ibid., 18-22. En este capítulo titulado .La necesidad de la cultura ética. (22-24), se relaja la íntima unión antes enunciada entre el conocimiento de las ciencias naturales y la atómica consideración religiosa; las expe-riencias trágicas precedentes parecen haber agudizado la visión de lo propiamente religioso.

3.- Citado en W. von Hartlieb, Das Christentum und die Gegenwart. Salzburg 1953, 18 s.

 

INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO - RATZINGER