La cultura de la indiferencia
religiosa
Fuente:
Consejo Pontificio de la Cultura
Autor: Cardenal Paul Poupard
Una locución, quizá no tan usada en el lenguaje ordinario de las sociedades
contemporáneas es el de la indiferencia religiosa. Delante del fenómeno de la
secularización que predecía la desaparición del ámbito religioso en la
sociedad moderna, se ha comprobado, que lejos de desaparecer, el horizonte
religioso ha crecido con nuevo vigor, aunque si bien con una orientación
diversa.
La secularización del contexto moderno ha dejado una expresión religiosa de
tipo subjetivista; despreciando cualquier clase de institucionalización de la
esfera religiosa que pretenda proponer la verdad absoluta de su credo. Para
algunos, el único canal de supervivencia de la religiosidad se encuentra en la
presentación de contenidos religiosos evolutivos y polifacéticos, cualquier
clase de desarrollo dogmático tradicional conduciría a la petrificación
religiosa y a su anacronismo. Otros observan que la religiosidad permanecerá
vigente en la medida que pueda ofrecer, una propuesta seria sobre al sentido
de la vida, al que la modernidad no ha podido responder.
Por otro lado, los derechos del hombre vienen defendidos, pero sin referencia
al Trascendente Personal. Estamos delante de un nuevo humanismo, un humanismo
auto idolátrico, narcisista [17]. “Yoísta”, del concreto individuo, no del
género humano, como lo fueron el renacimiento, el racionalismo, el idealismo
alemán o el marxismo, ni siquiera del tipo reflexivo existencialista, sino de
la absoluta subjetividad hermética de cada individuo.
La decepción de la razón y su acelerada caída, han afirmado en la nueva
religiosidad una ruptura entre creencias profesadas y regla moral. Cualquier
pretensión de norma viene visto como atentado [18] a la autonomía moral del
individuo.
El hombre ya no es centro de todo, sino el “yo”. El hombre es solo, de ahí que
busque una disolución de su soledad en la naturaleza [19], con la cual forma
un solo elemento, pero que paradójicamente explota y destruye para lograr el
confort, que constituye el valor absoluto de bondad.
Desde el ámbito fenomenológico la increencia no se presenta como corriente de
pensamiento ateo, mucho menos como fenómeno claramente manifiesto, sino como
un dato extendido en la realidad occidental, que no es rechazado por la
sociedad, ni contestado por los creyentes. Aparece pues, como una corriente
envolvente, una mezcla de apatía, relativismo y tolerancia con respecto a la
realidad trascendente. Hablar o no hablar de Dios, es realmente indiferente
improductivo. El ateísmo teórico ha sido tan efectivo en las décadas pasadas,
que se transformado en un estilo asimilado de vida [20], donde la fe, viene
suplantada por el sentimiento religioso, expresión emotiva de la inmanencia.
El ateísmo no necesita ya combatir la trascendencia de Dios, hoy se vive el
sepelio de Dios en la cripta sentimentalista de la yo [21].
El paradigma dominante [22] de bienestar, propone la felicidad como
autosuficiencia y bienestar individual en materia económica, se erige como el
único horizonte creíble de realización humana, para lo cual es preciso
renunciar a la identidad histórica, la pertenencia familiar, la memoria
regional, el marco de valores tradicionales y todo aquello que suponga un
obstáculo a la uniformidad industrial de producción y a la generación
económica. Las tradiciones son vistas como mero atavismo ancestral que impide
la realización personal, por ello han de ser superadas por nuevas tradiciones,
no comunitarias, sino individuales, ligadas a momentos "mágicos" de
sentimiento. De este modo se intercambia la dimensión histórica de la fe y los
sacramentos cristianos, con la expresión hermética de la propias formulaciones
religiosas basadas en la emoción y la mágica fuerza de los amuletos
personales.
La globalización como instrumento de propagación de este modelo atomizador, ha
influenciado grandemente la no creencia, mediante un paradigma de felicidad
norteamericano, que relativiza la relación con el Trascendente, recluyéndolo
aún más en el ámbito subjetivo, igualando así las diversas formas de valores
culturales y reduciendo el impacto y continuidad de la transmisión de la fe.
El resurgimiento religioso parece orientarse en dos direcciones precisas y
diversas del desarrollo previo:
1) La negación de la objetividad de la realidad Trascendente, que por lo tanto
no puede ser administrada u ofrecida por ninguna clase de institución
religiosa; implicando así el desprecio por la dimensión histórica y Reveladora
de la fe.
2) El rechazo o indiferencia a lo que signifique alteridad, la divinidad no
puede ser “Personal”, ello implicaría diversidad, Autoridad y Obediencia. La
vivencia colectiva sólo tiene valor en cuanto los otros sienten lo mismo que
yo. La iniciación es válida para estas nuevas formas religiosas en la medida
que permite sentirse o reconocerse como protagonista de esta acción o cuando
permite tener emociones “fuertes”. Ello explicaría el auge occidental del
modelo asiático monista de trascendencia lo humano y lo divino identificados y
disueltos [23].
La opción religiosa o de creyente es asunto meramente subjetivo, de elección
personal, cuyos efectos son también subjetivos y objetivamente en nada
distintos de los que un no creyente experimenta. No hay diferencia entre creer
y no creer. La creencia de fe no aporta ningún beneficio o privilegio
objetivo, cualquier clase de razonamiento que intente mostrar que la fe da
respuestas a lo que el no creyente no tiene, se ve observado como anticuado,
iluso y autoritario. Esta situación proviene de la aceptación legal en que los
no creyentes poseen valores propios, dignos de respeto e iguales a los
cristianos. El impacto y las modalidades de secularismo y el relativismo
presentes en la mentalidad hodierna de los católicos, podría requerir diversos
convenios sobre el argumento, en esta ocasión será presentado por el Profesor
Pedro Morandé, como uno de los rasgos culturales que configuran la actual
sociedad tecnócrata.
Solamente cuando la fe es puesta como respuesta histórica al mensaje de
Jesucristo, viene vista como objetivamente distinta a los valores de los no
creyentes, pero precisamente por ser histórica, pero no viene valorada como
opción de superioridad antropológica, sino sólo como una misión en la
historia, no diversa del determinismo.
Así cualquier expresión radical de la fe es vista como sectaria. Hacer
presente la fe en lo cotidiano se vuelve rareza. Del mismo modo la afirmación
sin ambages de identidad católica es criticada como fundamentalismo, del mismo
modo que la pertenencia a una experiencia comunitaria eclesial se denuncia
como integrismo o gueto. Y esto, no por las demás religiones, sino por los
mismos católicos que ha fuerza de contemporizar con el secularismo, ha
generado una propuesta católica “light”.
¿Será que la insatisfacción de la experiencia religiosa de la fe católica en
nuestras sociedades, es el resultado de una vivencia intensa de la fe,
descubierta como fraude? ¿No será más bien el rechazo a formas ingenuas,
corrompidas y superficiales de una religiosidad popular “light”, de moralismo
legalista e ignorancia histórica? ¿La indiferencia no estará invocando de
alguna manera una forma más radical de experiencia del Trascendente
precisamente en la historia y una vivencia más intensa y personal de la vida
comunitaria [24]?
EMMO. Y RVMO.
SR. CARDENAL Paul Poupard
Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura
La misión de los Centros Culturales Católicos, un servicio al Evangelio
que refuerza la identidad católica