Nuevo libro del prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe
Fe, verdad, tolerancia: ¿es el
cristianismo la religión verdadera? Habla Ratzinger
En un mundo globalizado, multicultural, el diálogo entre las
religiones se ha convertido en el punto más candente para la teología»,
reconoce el cardenal Joseph Ratzinger. Hoy se ha extendido la opinión según la
cual todas las religiones no son más que variaciones de un único e idéntico
tema, que asume formas diferentes según la cultura y la historia. Surge
entonces la pregunta: ¿es posible proponer hoy el cristianismo como verdad,
como camino de salvación? ¿No constituye un gesto de arrogancia intolerante?
Las religiones, ¿son todas iguales?
Por Jesús Colina / Roma
Quienes conocen al Prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, su espíritu inquieto y su
disponibilidad para afrontar sin tapujos los interrogantes que afectan más de
lleno a nuestros contemporáneos, han visto en su último libro su contribución
personal y lógica al debate.
En realidad Fe, verdad, tolerancia. El cristianismo y las religiones del
mundo, volumen de algo menos de 300 páginas, que acaba de publicarse
en italiano (Fede, verità, tolleranza. Il cristianesimo e le religioni
del mondo, editorial Cantagalli), es una colección reeditada de
conferencias que el cardenal bávaro ha ido pronunciando sobre el argumento en
la última década. En el fondo, el libro no hace más que responder a los
interrogantes que se plantea toda aquella persona que hoy día es capaz de
trascender los condicionamientos de la sociedad consumista y tecnicista. He
aquí algunos de ellos y, en pinceladas, las respuestas que ofrece Ratzinger:
La diferencia cristiana: el camino que significa esperanza
El cristianismo, ¿no es en el fondo una religión como cualquier otra? ¿No es
más que una visión de Dios a la europea? Recordando que el cristianismo no
nació en Europa, ni está ligado exclusivamente a Europa, el cardenal comienza
demostrando cómo en realidad el cristianismo se diferencia radicalmente del
resto de las religiones. De hecho, aclara que no todas las religiones son
iguales (ni mucho menos). En el fondo, esta afirmación surge de la ignorancia
de quien desconoce de la manera más elemental qué era la religión de los
antiguos aztecas, el voodoo, el budismo, el hinduismo, o las religiones
monoteístas.
En el monoteísmo (en particular el judaísmo y el cristianismo) -demuestra-,
Dios aparece como persona, en contraposición a las religiones asiáticas
(místicas), en las que se anula la diferencia entre los seres. En el
monoteísmo el fundamento es el tú de Dios y el yo de la criatura, que crea una
relación personal, única e irrepetible. En las primeras, el único camino
posible es el de la búsqueda interior, el de los iniciados. En el segundo,
Dios se revela. En las primeras, sólo los iniciados alcanzan la experiencia de
lo divino. El resto recibe la religión de segunda mano. En el judaísmo y el
cristianismo el encuentro con Dios es de primera mano.
«Para la fe cristiana -concluye-, la historia de las religiones no es el
cíclico retorno de lo que siempre es igual, de lo que nunca llega a la verdad,
que permanece fuera de la historia. Quien es cristiano considera que la
historia de las religiones es una historia real, una senda cuya dirección
significa progreso, y cuyo camino significa esperanza. Éste debe desempeñar su
servicio como quien espera, sabe imperturbablemente que el final de la
Historia, si bien está atravesado por todos los fracasos y contiendas de los
hombres, se realiza».
Pluralismo religioso: es Cristo quien purifica
Si no todas las religiones son iguales, entonces surge la pregunta: ¿cuál es
la relación entre el cristianismo y el resto de las religiones con las que
convive?
Tres respuestas se han dado a este interrogante, como recoge Ratzinger. Ante
todo, destaca el exclusivismo, según el cual sólo la fe cristiana puede
salvar: las religiones no serían caminos de salvación. Ahora bien -aclara
Ratzinger-, exponentes de esta respuesta distinguen entre religión y fe, y
conciben únicamente el cristianismo como fe, dejando a un lado la religión, es
decir, las manifestaciones externas de la relación con Dios. «Desde mi punto
de vista -explica en el libro-, el concepto de un cristianismo sin religión es
contradictorio e irreal. La fe debe expresarse también como religión y en la
religión, aunque obviamente no puede quedar reducida a ésta».
Otra respuesta para explicar la relación entre el cristianismo y las
religiones es el inclusivismo, según el cual el cristianismo estaría presente
en todas las religiones, o viceversa, todas las religiones, sin saberlo,
estarían orientadas hacia el mismo. Según esta visión, Cristo es el único
salvador. Ahora bien, reconoce en las religiones un valor de salvación, en la
medida en que es tomado en préstamo de Cristo. Esta visión justifica la
misión, aunque de manera menos radical que la primera, pues Cristo sería quien
purifica las religiones y las lleva a alcanzar su más íntima aspiración.
Por último, se da la respuesta pluralista, sumamente actual, según la cual la
diversidad de religiones ha sido querida por el mismo Dios. Todos son caminos
de salvación, aunque ciertamente el de Cristo desempeña un papel privilegiado
(no exclusivo). Ratzinger considera que estas respuestas a la pregunta por la
relación entre cristianismo y religiones constituyen un camino equivocado. En
realidad -explica-, se basan en una comprensión superficial de las religiones,
«que en realidad no conducen ni mucho menos al hombre hacia la misma dirección
y que, incluso en sí mismas, no son uniformes». Pone, como ejemplo, el Islam,
en el que conviven «formas destructivas y otras en las que nos parece
reconocer una cierta cercanía al misterio de Cristo». Además, «¿debemos
encontrar una teoría sobre el modo en que Dios salva sin dañar la unicidad de
Cristo?», pregunta. El hombre, «¿no debe ponerse en búsqueda, empeñarse por
tener una conciencia purificada y de este modo acercarse -¡al menos esto!- a
las formas más puras de religión?»
El dogma del relativismo o de cómo la razón se aburrió
En el nuevo mundo sin dogmas, hay un dogma que se impone, el del relativismo,
según el cual todas las opiniones son verdaderas (aunque sean contrapuestas)
y, por tanto, todas las religiones son verdaderas (o lo que es lo mismo, si se
es lógico, todas son falsas). «Este relativismo, que hoy, como sentimiento
fundamental de la persona iluminada, se extiende ampliamente incluso dentro de
la teología, es el problema más grande de nuestra época», considera Ratzinger.
Desde esta perspectiva, la época moderna sería la del fin de las religiones.
«Las religiones, en un mundo históricamente en movimiento, no pueden quedarse
simplemente como eran o son. La fe cristiana lleva consigo la herencia de las
religiones y, al mismo tiempo, la abre al Logos. La auténtica razón podría
conferirle a su más profunda naturaleza una nueva consistencia y, al mismo
tiempo, hacer posible esa auténtica síntesis entre racionalidad técnica y
religión, que puede lograrse no huyendo en lo irracional, sino sólo a través
de la apertura de la razón en toda su auténtica extensión».
Según el cardenal, aquí se encuentran «las grandes tareas del momento
histórico presente. Sin duda, la misión cristiana debe comprender las
religiones y acogerlas de manera más profunda de lo que ha hecho hasta ahora,
pero las religiones, para que siga viviendo lo mejor de ellas, tienen
necesidad a su vez de reconocer su carácter de Adviento, que les refiere a
Cristo. En este sentido, si seguimos las huellas interculturales en la
búsqueda de la verdad, una y común, tendrá lugar algo inesperado».
Esto -explica- ilustra mejor el desafío lanzado por Juan Pablo II en su
encíclica Fides et ratio. Citando un artículo publicado por el
semanario alemán Die Zeit -en general, alejado de la Iglesia-, el
cardenal explica que sin teología y metafísica, el pensamiento se ha hecho «no
sólo más libre, sino también más restringido», es más, habla de «abobamiento
por incredulidad o falta de fe». Y afirma: «En el momento en que la razón se
ha alejado de las cuestiones últimas, se ha hecho indiferente y aburrida, se
ha convertido en incapaz de afrontar las cuestiones vitales del bien y del
mal, de la muerte y la inmortalidad».
EL OBSERVADOR 428-1