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JESÚS ANTE EL DINERO
"NADIE PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES"


JUAN J. BARTOLOME, 
Profesor de Sagrada Escritura


Identificar la actitud personal de Jesús frente al dinero y las riquezas no es empresa fácil; y no sólo porque sus opiniones al respecto nos han llegado "recubiertas por la tradición de la primitiva Iglesia o, respectivamente, de los evangelistas" 1, sino porque -y ello es más decisivo- su propio comportamiento no fue del todo unívoco: el evangelizador de los pobres (Lc 4,16-21; Mt 11,2-6) pudo ser acusado de comilón y bebedor (Lc 7,34; Mt 11,19); quien un día bendijera la pobreza y maldijera la riqueza (Lc 6,20.24) no encontró reparos en ser agasajado hasta el dispendio en otra ocasión (Mc 14,1-6; Mt 26,6-ll); haber afirmado la extrema dificultad que el rico tiene para entrar en el reino (Lc 18,24; cf Mc 10,23-25) no le impidió acercarse a uno, Zaqueo, para ofrecerle salvación (Lc 19, 1-10).

Y es precisamente en este contexto, el de una actuación pública a 
primera vista ambigua 2, donde hay que situar y desde el que habrá 
que entender ciertas tomas de postura de Jesús que resultan aún hoy 
chocantes, cuando no simplemente inaceptables (p.e., Mc 10,17-27 
par.). Entre las afirmaciones que mejor reflejan su propia visión del 
dinero y sobre cuya autenticidad básica no cabe dudar 3, destaca su 
sentencia sobre la imposibilidad de servir a Dios y a Mammona 4 (Mc 
6,24; Lc 16,23); "esta famosa frase, con su sabor a refrán y la claridad 
de su tono que excluye todo intento de violentar o debilitar su sentido, 
cuenta entre las más importantes de todo el evangelio" 5.

I. O DIOS O EL DINERO (/Mt/06/24, /Lc/16/13)
Las dos versiones canónicas del dicho de Jesús serían idénticas, de 
no ser por la inclusión lucana del término 'doméstico' (Mt: nadie; Lc: 
ningún criado). Semejante coincidencia llama aún más la atención 
porque el contexto donde van insertas no tiene más material común 
que esta sentencia sobre los dos señores (cf. Mt 6 y Lc 16). 
Considerada en sí misma, la afirmación quiere impactar al oyente: no 
sólo pone bajo un mismo concepto -servir- a Dios y al dinero -lo que 
choca con la sensibilidad religiosa del hombre bíblico (Dt 13,4; Jue 
2,7); 1 Sam 7, 3-4; Sal 2,1 1; 71,11)-, sino que, además, opone 
frontalmente ambos señoríos, algo no del todo aceptable en el mundo 
bíblico (cf. Eclo 31,8)7 ; ello no obstante, no puede dudarse de su 
plena coherencia con la posición personal de Jesús frente a las 
riquezas (cf. Mc 4,19; 10,25.29-30; Mt 13,44-46; Lc 14,33).

1. La sentencia en la tradición evangélica
Puesto que la afirmación de Jesús nos ha sido transmitida en doble 
recensión, conviene examinar los contextos donde va situada y reparar 
así en la utilización que de ella han hecho los evangelistas antes de 
estudiar la sentencia en sí misma.

1.1. Contexto evangélico
Mt. 6,19-34 es el contexto inmediato de la versión mateana; dentro del 
sermón de la montaña, donde Jesús presenta programáticamente el 
proyecto de vida que su anuncio del Reino de Dios exige a quien lo 
acepte, el párrafo describe la actitud frente a los bienes terrenos que 
Jesús desea ver en sus oyentes; el tono es de advertencia repetida (Mt 
6,19.25.31.34): la comida o el vestido no puede ser motivo de 
preocupación (Mt 6,25-33) para quien, habiendo puesto su tesoro en el 
cielo (Mt 6,19-21), ha optado por Dios y su reino (Mt 6,33).
Insistiendo en la inevitabilidad de la opción entre dos servicios 
incompatibles, Mt 6,24 apoya tanto la llamada a atesorar en el cielo 
para mantener allí el corazón como la invitación a despreocuparse de 
los bienes necesarios para la subsistencia y ocuparse del reino de Dios 
y su justicia; la frase de Jesús es clave para la interpretación de todo el 
párrafo 8: no plantearse el culto a Dios en alternativa al cultivo del 
dinero llevaría a tener el tesoro y el corazón en la tierra, convirtiendo 
en perecederos los propios bienes, y haría lógica la desconfianza ante 
la providencia divina. Mateo ha usado la sentencia de Jesús como 
soporte y razón de su catequesis sobre el uso cristiano de los bienes; 
con ello, ha aminorado la radicalidad de la exigencia primitiva, pero la 
ha acercado a la vida real de su comunidad: el Jesús mateano invita a 
sus discípulos a servirse del dinero sin ponerse a su servicio.
En Lucas, la sentencia de Jesús concluye las reflexiones que 
comentan su parábola del mayordomo sagaz (Lc 16,1-8a); sin 
demasiada coherencia lógica, estas reflexiones (Lc 16,9-3) giran en 
torno al tema del dinero, considerado siempre negativamente (Lc 
16,9.11.13), y de su administración, que se esperaría fuese fiel a pesar 
de todo (Lc 16,10-12; cf. Lc 16,1.2.3.4.8). Lc 16,13 parece apoyar la 
exhortación de Jesús a utilizar el dinero del que se dispone, por injusto 
que sea, en servicio de los necesitados, para procurarse la ayuda de 
éstos cuando se la precise, 'en las moradas eternas', donde no hay 
lugar para tal riqueza (Lc 16,9). Semejante administración del dinero, 
que lo utiliza para ayudar a otros, requiere cierto desapego y distancia 
de él; algo que únicamente lo tiene asegurado quien se decide a servir 
a Dios en exclusiva (Lc 16,13).
Lucas ha añadido a una parábola de Jesús, que en su origen urgía a 
tomar decisiones arriesgadas frente al juicio que se avecina, unas 
reflexiones que tienen por objeto animar a un empleo de la riqueza que 
sea generoso (Lc 16,9), fiel hasta en lo mínimo (Lc 16,10-12) y 
totalmente desinteresado (Lc 16,13). De nuevo, para hacerla 
practicable, el autor ha rebajado el nivel de la exigencia de la sentencia 
de Jesús: quien no sirve a Dios en exclusiva, mal sabrá hacerse amigos 
poniendo sus bienes al servicio de los necesitados; y es que no es ni 
siquiera razonable dejarse dominar por los propios dominios; hasta los 
hijos de este mundo saben disponer de su dinero para granjearse 
amigos cuando los necesitan.
Es curioso notar cómo los evangelistas han utilizado una sentencia de 
Jesús fundamentalmente idéntica en contextos diferentes y con 
diversos matices: mientras para Mt la búsqueda del Reino de Dios y su 
justicia (Mt 6,33) impone al cristiano una utilización de los bienes 
terrenos que no ponga en cuestión su exclusiva dedicación a Dios, 
para Lucas tener que responder un día ante el Señor de los bienes 
concedidos obliga a una administración sagaz y generosa, que estará 
al alcance de quien no sirve más que al Señor que le va a juzgar. En 
cada caso han aplicado la exigencia de Jesús a la situación de sus 
oyentes, quienes deben inventar el modo de servir exclusivamente a 
Dios en esta tierra sin poder dejar de servirse de los bienes que hay en 
ella.

1.2. Formulación literaria
Es evidente el esmero con que ha sido construida la sentencia:
a Ninguno (criado) puede servir a dos señores; 
b pues u odiará a uno y amará al otro, 
b' o se entregará a uno y despreciará al otro.
a' No podéis servir, a Dios y al dinero.

El logion, compuesto de cuatro afirmaciones que han sido formuladas 
en estricto paralelismo, es una unidad 9 cerrada, por la inclusión que 
se crea al repetirse al principio y al final una misma idea y vocabulario. 
Su tema es el servicio imposible: así se inicia y asi se concluye, 
negando la posibilidad de un doble señorío; a pesar de su paralelismo, 
las afirmaciones extremas no son idénticas: la inicial, que expresa una 
experiencia de vida, tiene la fuerza de un proverbio 10; la final, en 
cambio, saca las consecuencias de la verdad de experiencia para la 
situación de hecho en que viven los oyentes e identifica los dos 
señores a los que no puede servir un criado solo. Se da, pues, una 
progresión entre la negación primera de un doble servicio y la segunda 
negación, que en realidad da por posible una única servidumbre; la 
precedencia del nombre de Dios señala que la sentencia se dirige a 
quien se sabe ya a su servicio: servir a Dios es inconciliable con el 
servicio al dinero.
Las dos afirmaciones intermedias no son, bien miradas, más que una 
proposición reforzada por el paralelismo antitético con el que están 
formuladas; su función es la de dar razón de la afirmada imposibilidad 
de un doble servicio simultáneo: dando por supuesto que la 
servidumbre crea una relación subjetiva entre el siervo y su señor, 
niega que al siervo le sea posible mantenerse equidistante de sus 
dueños; la imposibilidad del doble servicio se sitúa, pues, en el corazón 
del siervo, en su incapacidad de mostrarse neutral frente a sus 
señores: no se contempla (como se hacía en la literatura grecorromana 
contemporánea, donde hay ejemplos de dichos proverbiales análogos 
11) el lamentable caso del esclavo que, sometido a dos señores, no 
puede nunca satisfacer a ambos, ni el del afortunado que, por tener 
que obedecer a dos, se libra de estar sujeto verdaderamente a uno; se 
supone que el siervo de dos señores es dueño de elegir a qué amo 
servirá de verdad, "de corazón"; su obligado servicio no dependerá ya 
tanto de la voluntad de su señor, sino de la necesidad de su propio 
corazón: el siervo de dos amos elegirá señor según le plazca.
Aunque Jesús comience su afirmación constatando que resulta 
imposible servir a dos señores y la termine identificándolos para sus 
oyentes como Dios y el dinero, no quiere, pues, negar el servicio 
debido al señor; desea establecer la inevitabilidad de una opción por 
parte del siervo: no trata, pues, de levantar acta de la imposibilidad de 
un doble señorío; invita, más bien, al siervo a tomar partido por un 
único señor. Da por supuesto que sus oyentes se saben en deuda de 
obediencia; no está en juego su total liberación del servicio; al siervo le 
queda únicamente la obligación de decidir a quién va a pertenecer. Su 
afirmación es, sobre todo, una invitación a elegir el dueño a quien 
servir. Hay que advertir, aunque sea de paso, la extrañeza que puede 
causar al hombre moderno la argumentación de Jesús: mientras que él 
parte de la servidumbre obligada para urgir una elección, el hombre 
moderno exige libertad de opción para poder elegirse el señor a quien 
servir.

2. La sentencia en la predicación de Jesús
Pero lo realmente significativo es que Jesús haya establecido la 
alternativa entre Dios y Mammona y que la considere en términos 
absolutos 12; al aplicar la inviabilidad práctica de una servidumbre a 
dos señores, al mismo tiempo y con la misma entrega da por supuesto 
que existe entre ellos, entre Dios y Mammón, una oposición tan 
inconciliable que hace imposible al discípulo un servicio simultáneo; lo 
cual no era, ni mucho menos, opinión común en la tradición bíblica: la 
afirmada incompatibilidad entre ambos descubre que, en el 
pensamiento de Jesús, se da algo radicalmente antidivino en 
Mammona; más aún, dado su radical antagonismo con Dios, Jesús 
parece considerarlo como un poder personal, que actúa sobre el 
hombre con pretensión de obediencia absoluta, una especie de 
antidiós 13. Y puesto que Jesús bien sabía que sólo Dios puede pedir 
al hombre un servicio total (Mt 22,34-39)14, implícitamente reconoció la 
irresistible potencia subyugadora que el dinero tiene sobre el hombre, 
su pretensión de total dominio, su capacidad de substituir a Dios 15: 
puede llegar a hacerle menospreciar a Dios y a hacerle sentir libre de 
obedecerle; puede suplantar a Dios en la vida del creyente, puede 
ganarse sus preferencias.
Mt 6,24/Lc 16,13 se presenta como una máxima sapiencial, dirigida a 
cuantos ya han aceptado el anuncio del Reino y para quienes desvela 
las consecuencias prácticas de tal aceptación 16 ; el súbdito del Reino 
tiene que decidirse por el señor a quien rendir su servicio, por el amo a 
quien amar y el dueño a quien entregarse: o Dios o Mammón; no 
siéndole posible mantener una doble pertenencia, se le impone la 
decisión. Y puesto que ya ha optado por el Reino, Jesús apela, sin 
contemplar excusa o excepción alguna, a convalidar la elección ya 
hecha por el Reino de Dios renunciando a Mammón.
J/RADICAL: Es verdad que en la sentencia de Jesús nada hay que 
imponga una relación explícita con el Reino de Dios, pero no se puede 
dudar que éste es el contenido esencial de su predicación y que toda 
enseñanza suya encuentra en él su contexto lógico y la clave para su 
interpretación. De hecho, la opción que Mt 6,24/Lc 16,13 alienta, 
recuerda la actitud que proponen las parábolas del tesoro escondido y 
de la perla (Mt 13,44-46), las cuales, como parábolas del Reino, 
describen la única actuación lógica de quien se sabe con posibilidades 
para hacerse con el Reino: Jesús, cuando se trata de Dios y de su 
reinado, no soporta medias tintas ni componendas; su radicalidad es 
sólo aceptable para quien se encuentra a la espera del Reino por 
venir.
La invitación de Jesús a optar por el servicio exclusivo de Dios 
presupone, pues, oyentes que se saben ya súbditos del Reino; sólo así 
se entiende que les proponga como ineludible la decisión 17; pero, 
precisamente porque se propone la alternativa, los oyentes de Jesús 
están en una situación donde todavía no se ha dado la elección o, si 
se ha dado ya, aún ha de ser confirmada. Jesús se dirige a todo aquel 
que está dispuesto a aceptar la soberanía de Dios sin saber bien aún 
las consecuencias prácticas de su decisión o sin haberlas aceptado 
todavía cordialmente. Porque la elección no se establece sólo entre la 
servidumbre real a dos amos, sino, sobre todo, en la relación subjetiva 
que el siervo mantiene con el dueño que prefiere; por tratarse de un 
amor o de un odio, de un aprecio o un menosprecio, mientras se dé la 
servidumbre se mantiene el deber de elegir un señor a quien servir 
porque se le ama más (cf. Mt 10,37: Lc 14,26); en el servicio a Dios o a 
Mammón no están en juego, al menos no principalmente, los afectos 
del siervo por sus señores, sino su decisión por uno de los dos, que 
excluye necesariamente la relación, incluso la de sumisión, para con el 
otro; en el fondo, la opción de preferencia por un señor impone la 
libertad frente al otro.
Ni siquiera el discípulo que, por seguir más de cerca a Jesús, ha 
abandonado todo, está libre de recaer en el servicio al dinero; el 
haberse declarado siervo de Dios le obliga a menospreciar la riqueza, 
no le dispensa de tener que evitar el apego al dinero; todo afecto hacia 
él es, en el siervo de Dios, desordenado. La alternativa que Jesús 
establece entre Dios y Mammón deja entrever que nada tiene en 
contra del culto al dinero, si éste excluye el servicio de Dios; lo que 
niega, y sin atenuación posible, es que el servicio de Dios pueda 
simultanearse con la servidumbre al dinero: pues ambos ponen al 
siervo ante exigencias irreconciliables; aceptar a Dios como tal impone 
desdivinizar el dinero; el servicio de Dios libera a su siervo de la 
servidumbre de las riquezas.


II. ACTUALIDAD DE LA POSTURA DE JESÚS

Ante semejante radicalismo, cabe preguntarse si la postura de Jesús 
resulta hoy no ya práctica, útil, sino si es simplemente posible, 
practicable.
En nuestros días se suele ver el dinero, su implantación social y su 
dominio omnipresente en las relaciones humanas, como una conquista 
obvia en nuestra cultura, como una situación de hecho irreversible y un 
indiscutible valor. Y es que, desde un punto de vista histórico, la 
capitalización de la vida humana ha ido pareja al desarrollo cultural y 
político, social y humano en la civilización occidental; desde los inicios 
de la modernidad, la religión -servicio a Dios- ha ido siendo desplazada 
por la economía -servicio al dinero- como centro productor de 
relaciones sociales 18; hoy, en las postrimerías de la modernidad, el 
culto al Dios verdadero ha quedado arrinconado en la esfera de lo 
privado y de lo íntimo, mientras que el cultivo del dinero parece ser la 
preocupación dominante, cuando no ocupación prioritaria, en nuestra 
sociedad. En la España de los ochenta la situación se presenta 
especialmente alarmante: "ahora el afán de dinero es terrible, 
desmedido" (Card. SUQUIA, Tiempo, 12.03.90)19.
La valoración, desde la perspectiva bíblica en que nos hemos movido, 
no puede ser positiva; semejante estado de cosas descubre la 
ausencia de significatividad social del evangelio: Dios y su reinado han 
dejado de ser relevantes en nuestra sociedad. Los que aún seguimos 
esperándole deberíamos tomar buena nota de ello y actuar en 
consecuencia: "los que van principalmente en busca del dinero no 
pueden creer en Dios" (Card. TARANCON, Diario 16, 05.03.90)20 ni 
ver al prójimo como hermano 21.
Y es que, si algo queda claro en la postura de Jesús, es que se da 
una absoluta incompatibilidad de servicio entre Dios y el dinero. Ahora 
bien, la contraposición es categórica sólo para quien vive bajo la lógica 
del Reino de Dios, esperando su próxima implantación y seguro de 
poder mantener su esperanza a pesar de sentir el poder seductor del 
dinero. Solamente teniendo a Dios en el corazón 22 y su querer, su 
reino, como quehacer de las manos, se aleja eficazmente el discípulo 
de Jesús de endeudarse bajo la soberanía del dinero.
Ello no implica que necesariamente el cristiano tenga que renunciar a 
sus bienes; aunque Jesús se lo propuso a algunos, nunca se lo impuso 
a todos. Y es que, según él, la renuncia a la riqueza no es consejo 
para unos pocos, sino exigencia permanente para todos, siempre que 
quedarse con ella conduzca a quedarse sin Dios. Y no piensa Jesús 
que se deba renunciar a los bienes porque su posesión fuera en sí 
misma injusta, aunque compartiera la crítica profética de que el disfrute 
de los bienes materiales va unido a la injusticia (Lc 16,9.11)21; Jesús, 
con todo, no demoniza la riqueza, pero bien sabe de su capacidad de 
enajenar al hombre de su Dios; de hecho, Mammona siempre tiene en 
él sentido peyorativo. Pero ello no le lleva a pedir simplemente a los 
suyos que no se dejen dominar por cuanto tienen y lo pongan a 
disposición de los más necesitados: exige a todos, sin pararse a ver 
cuánto poseen, que prefieran a Dios antes que a sus posesiones.
Y es que, para sorpresa de sus oyentes, hoy como ayer, Jesús está 
convencido que la riqueza humana es rival de Dios: quien se cree 
propietario de algo difícilmente aceptará ser siervo de alguien; el rico, 
al no reconocerse deudor de nadie, desconoce y menosprecia más 
fácilmente a su Dios. En el fondo, con su alternativa sin concesiones, 
Jesús propone a quienes deseen ser súbditos del Reino por venir el 
servicio de Dios como único modo de vivir mientras se le espera; Jesús 
pretende que cuantos viven anhelando el señorío de Dios vivan ya 
como si Dios fuera ya su señor único.
No deja de ser significativo que los evangelistas tuvieran que aminorar 
la exigencia de Jesús, para que siguiera teniendo validez en la vida de 
sus comunidades. Mateo, quizá por dirigirse a una audiencia de 
escasos recursos en su mayoría, insistirá en que quien tiene a Dios 
como Padre no ha de dejarse agobiar por si tiene o no lo suficiente 
para vivir: vivir como hijo de Dios libera de la preocupación por la 
propia vida, pues ésa es la ocupación del Padre (Mt 6,25-32). Lucas, 
seguramente porque entre sus oyentes se vive una situación 
económica más desahogada aunque desigual 24, exhortará a saber 
servirse del dinero, del conseguido incluso con malas artes, para cuidar 
de los que menos tienen (Lc 16,1-13).
Estas aplicaciones, sin entrar a decidir si respetaron la intencion 
primera de Jesús, nos ofrecen, de forma ejemplar, un camino normativo 
para actualizar la postura de Jesús: sin acomodación a la propia 
situación, el dicho de Jesús deja de ser significativo, 'evangélico'; ahora 
bien, cualquier actualización de la postura de Jesús ha de incluir su 
núcleo (o Dios o el dinero) si pretende ser normativa, "canónica". 
Quien hoy desee situarse ante el dinero como lo hizo Jesús, no podrá 
contentarse únicamente con repetir sus palabras afirmando otra vez la 
incompatibilidad del servicio simultáneo a Dios y al dinero; tendrá que 
ver dónde y cómo se realiza hoy ese servicio y afrontar el reto de optar 
por el señor a quien prefiere servir. No plantearse el dilema sería 
intentar lo imposible, la sumisión a dos amos.
En definitiva, de la actitud vital que frente al dinero y las riquezas 
tenga el discípulo de Jesús, depende, hoy como ayer, el que la postura 
de Jesús aparezca no sólo como creíble sino incluso como posible: en 
nuestra relación diaria con el dinero se juega el cristiano hoy el reino 
de Dios y queda comprometida la credibilidad del evangelio de Jesús. 
Para salvar ambos, el cristiano tendrá que vivir de tal forma que resulte 
evidente a todos que ha preferido servir a Dios en exclusiva; es su 
responsabilidad dar con el modo de llevarlo a la práctica 
fehacientemente.

Bartolomé Juan J.
SAL TERRAE 1990/06.Págs. 449-459

....................
1. R. SCHNACKENBURG, El Mensaje Moral del NT. I: "De Jesús a la Iglesia 
Primitiva" (Barcelona 1989), 163.
2. Es verdad que durante su ministerio llevó una vida pobre (Lc 9,58; Mt 8,20), 
sin recursos (Mc 12,13-17 par.; Mt 12,24-27), pero también que aceptaba ayuda de 
mujeres pudientes (Lc 8,2_3); y si exigió de sus discípulos la renuncia de sus 
posesiones (Mc 1,18.20; 10,28), igualmente es cierto que mantenía con ellos caja 
común Un 12,6; 13,29) y no rehuía la hospitalidad de conocidos (Lc 5,27-39; 
10,38-42) y extraños (Lc 7, 36-50; 11,37-54; 14,1-24).
3. Es una de las pocas afirmaciones atribuidas a Jesús por la tradición 
evangélica, cuya autenticidad se tiende a dar por supuesta entre los exegetas hoy; 
cf., p.e., J. GNILKA, Das Matthüusevangelium. 1. Teil (Freiburg-Basel-Wien 1988), 
244.
4. MammonIMammona, término arameo que ni la Biblia Hebrea ni los LXX 
conocen, aparece en el NT sólo cuatro veces, siempre en boca de Jesús (Mt 6,24; 
Lc 16,9.11.13), y con mayor frecuencia en la literatura del primer judaísmo. Su 
etimología es oscura: signifique 'ración', 'alimento', 'provisión' (11.P. ROBER, 
'Mamônás", ZNW 64 [19731,127-131), o 'depósito', 'prenda' (BILLERBECK I, 434), 
el sentido aquí es evidente: es todo aquello, dinero o posesiones, que es 
cuantificable monetarlamente y, por ello, capaz de asegurar la propia existencia. 
Concepto en sí mismo neutral, adquiere muy pronto connotaciones negativas 
(p.e., Lc 16,9:'mammona de la injusticia'; cf. 1 Hen 63,10; lQS 10,19; CD 6,15). Cf. 
F. HAUCK, TWNT IV, 390-392.
5. J. SCHMID, El evangelio según San Mateo (Barcelona 1967), 206.
6. La tradición evangélica extracanónica conoce el dicho de Jesús sobre los dos 
señores, aunque, por faltarle la alternativa entre Dios y el dinero, pierde en 
concreción y, para nuestro caso, es de poco interés. Cf. M. ALCALA, El Evangelio 
copto de Tomás. Palabras ocultas de Jesús (Salamanca 1989), 76-77.
7. Cf. BILLERBECK 1, 433-435.
8. Cf. W. GRUNDMANN, Das Evangelium nach Matthaus (Berlín 1968) 209.
9. Es común ver el logion primitivo completo sin la última proposición, que 
aplicaría secundariamente el dato de experiencia a la vivencia religiosa de los 
oyentes (cf. R. BULTMANN, Díe Geschichte der synoptischen Traditíon, Göttingen 
1971, 4, 91); con todo, la estructura formal es sólo perfecta si se considera Mt 
6,24d como parte original de la frase (cf. J. DUPONT, "Dieu ou le Mammon (Mt 
6,24; Lc 16,13)", CrSt 5 119841, 558-563).
10. Esa es la intención de quien la formula, sin importarle que no refleje 
directamente la realidad histórica: en Israel no era infrecuente que un siervo 
perteneciera a dos amos (cf. H. RENGSTORF, TWNT II, 273; BILLERBECK 1, 
433-434); pero no es la posibilidad jurídica del supuesto lo que aquí se niega.
11. Cf. EPICTETO, Dís IV 2,10; PLATON, Rep VIII 555; PERSIO, Sat V 154; FILON, 
Frag.II 649; POIMANDRES, IV 6.
12. H/ESCLAVO-SIEMPRE: Contra P.BONNARD, Evangelio según San Mateo 
(Madrid 1976),146,que niega el que la alternativa tenga valor de categoría y la 
entiende como "una aplicación de la idea del servicio exclusivo de Dios a un caso 
particular: el del dinero", hay que pensar que Jesús, que no contempla al hombre 
libre de esclavitud, no ve otra alternativa al poder de Dios que el poder de las 
riquezas. Porque ello no es obvio, en ello radica la originalidad de su postura.
13. W. SCHRAGE, Etica del Nuevo Testamento (Salamanca 1987), 131.
14. "Es preciso vivir lo que el judío devoto ora cada día: Dios es sólo uno", 
comenta con acierto E. SCHWEIZER (El sermón de la montaña, Salamanca 
1990,102).
15. Cf. J. JEREMIAS, Teología del NT. 1: La predicación de Jesús (Salamanca 
1977, 3),260.
16. Aunque D. ZELLER, Die weisheitlichen Mahnsprüche bei den Synoptikern 
(Würzburg 1983), no considera nuestra sentencia como máxima sapiencial, puede 
muy bien ser así vista, como muestra DUPONT, a.c., 441-461.
17. "Si el corazón del discípulo está totalmente puesto en Dios, le resulta claro 
que no puede servir a dos señores" (D. BONHOEFFER, El precio de la gracia. El 
seguimiento Salamanca 1986, 3, 114).
18. Cf. J. M. MARDONES, Postmodernidad y Cristianismo. El desafío del 
fragmento (Santander 1988) 31.
19. Bastante más "apocalíptico", F. SANCHEZ-DRAGO: "La ética y, por 
consiguiente, la estética de las Españas están a punto de desaparecer, barridas 
por el viento..., sobre todo (porque es el pecado más extendido y con mayor riesgo 
de metástasis generalizado) de la elevación a los altares del Becerro de Oro, del 
Vil Metal, del Poderoso Caballero que, groseramente, se ha ido adueñando del 
alma de mis compatriotas a lo largo de esta infame década" ("Sobre esta Piedra", 
Epoca, 09.03.90).
20. "La mejor manera de valorar la postura de un hombre ante Dios consiste en 
valorar su posición ante el dinero; si depende de él, estará alejado de Dios, por 
más 'piadoso' que se considere; si está libre de toda fiebre de dinero, 
permanecerá cerca de Dios, aunque se llame incrédulo o crea que realmente lo 
es" (L. RAGAZ, Die Bergpredígt lesu, Gütersloh 1983, 132).
21. "Quienes buscan el dinero y disfrutan de la vida deberían mirarse en el 
espejo de las víctimas de este mundo para ver, sin vendas en los ojos, los males 
que producen" (J. SOBRINO, "Compagni di Cesú. L'assasinio de¡ gesuiti di El 
Salvador", Il Regno-Attualitá 2 [19601, 65).
22. "El mundo y los bienes quieren apoderarse de nuestro corazón, y sólo son lo 
que son después de haberse adueñado de él. Sin nuestro corazón, los bienes y el 
mundo no son nada. Viven de él" (BONHOEFFER, o.c., 114).
23. Desde muy temprano, en cambio, se ha considerado en la Iglesia la 
propiedad privada como injusta (CLEMENTE ALEJANDRINO, Quís dives 31: CCS 
17,180). Cf. M. HENGEL, Propiedad y pobreza en el Cristianismo primitivo (Bilbao 
1983), 9-20.
24. Cf. L. SCHOTTROFF-W. STEGEMANN, Jesús de Nazaret, esperanza de los 
pobres (Salamanca 1981), 218.