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LAS BIENAVENTURANZAS 

 

1. /Mt/05/01-11 BITS/COMENTARIO 

1. Elección de los Doce 
Estamos en los comienzos del segundo año de la vida pública de 
Jesús, en el momento en que va a elegir a los doce apóstoles para que 
su obra pueda perdurar después de su muerte.
"Subió Jesús a la montaña a orar". El monte es en la Biblia lugar de 
retiro, de la proximidad de Dios. Es en la cima de los montes donde se 
realizan casi siempre las grandes decisiones de Dios sobre su pueblo 
en el Antiguo Testamento. Con ello nos están indicando los 
evangelistas que la decisión de Jesús, al elegir "a los que quiso" (Mc 
3,13), viene de Dios.
A los que nos gusta subir a las montañas experimentamos que en 
sus cumbres son distintos el silencio, el paisaje, la amistad; la soledad 
está llena de hondura..., se ve la vida de una forma distinta, se "palpa" 
a Dios. Arriba la oración del creyente brota espontánea de lo más 
profundo de su ser, se siente renacer la vida del espíritu...
"Y pasó la noche orando a Dios". La oración -no la ritual que estaba 
mandada hacer tres veces al día y en horas fijas- aparece 
constantemente en la vida de Jesús, principalmente en el evangelio de 
Lucas. Frecuentemente se alejaba del pueblo y se iba al monte en 
busca de la proximidad de Dios. En oración tomaba sus grandes 
decisiones y se abría cada vez más a la voluntad del Padre.
"La noche" es tiempo de revelación e intimidad. La oración es 
apertura hacia lo desconocido. El contenido de esta oración lo 
descubrimos "cuando se hizo de día" y elige a doce para que estén 
siempre con él y puedan continuar su misión. Serán los encargados de 
extender su mensaje por todo el mundo.
Jesús vive constantemente en dos planos que se complementan: 
Dios y los hombres. Sólo porque se ha encontrado con Dios en la 
intimidad de su ser puede contagiarlo y enviar a unos hombres al 
mundo para continuar su obra.
"Se fueron con él" (Mc 3,13). Los separa de la gente y de los demás 
discípulos para que estén más cerca de él. La solidaridad con los 
hombres, la misión de abrirles caminos de vida verdadera, exige esta 
separación. También la comunidad cristiana tiene que vivir, de alguna 
manera, esta separación si no quiere caer en el peligro del 
conformismo. ¿Qué ofrecemos hoy los cristianos a la sociedad?, ¿en 
qué nos distinguimos de los demás hombres?, ¿ofrecemos una 
alternativa de vida?, ¿no nos hemos difuminado en el anonimato y en 
la falta de compromiso con la justicia y la libertad para todos? En lugar 
de haber "cristianizado" el mundo, en lugar de haberle contagiado los 
valores del evangelio de Jesús, han sido los "valores" del mundo los 
que nos han paganizado e influido en la mayoría de nuestras 
decisiones: búsqueda de una posición social de prestigio, pasión por 
tener y ser ricos, despreocupación por los marginados, seguir lo 
establecido... Esta separación no nace de nosotros, sino de la llamada 
de Dios y de la fidelidad a su palabra. Una separación que nos tiene 
que hacer más lúcidos para luchar por una auténtica transformación de 
la humanidad.
El objetivo de la llamada es la comunión con Jesús y la participación 
y continuación de su misión. El punto esencial es la unión con Jesús, el 
formar una comunidad de vida, de bienes y de acción que les llevará a 
entrar con él en la intimidad de Dios.
¿Cómo podrán transmitir a Dios y a Jesús sin haberse encontrado 
antes personalmente con ellos? 
Les da sus mismos poderes: "Predicar, con poder para expulsar 
demonios" (Mc 3,14-15). Quiere formar con ellos una comunidad, 
quiere que transmitan su palabra y liberen al hombre de todas las 
esclavitudes a las que está sujeto por "el pecado del mundo" (Jn 1,29). 
Eso es lo que quiere decir para Marcos "expulsar demonios".
Las listas de los apóstoles tienen rasgos comunes en los 
evangelistas sinópticos (Juan no nos la transmite). El primero siempre 
es Pedro, y el último, Judas Iscariote. El quinto y el noveno lugar lo 
ocupan siempre Felipe y Santiago el de Alfeo, respectivamente. Dentro 
de los grupos así formados se repiten siempre los mismos nombres, 
aunque en orden distinto. Parece que las listas quieren indicarnos una 
cierta organización en el colegio apostólico: tres grupos de cuatro 
apóstoles cada uno.
El número de doce guarda relación con las doce tribus de Israel. 
Serán el comienzo del nuevo pueblo de Dios.
No es mucho lo que se nos cuenta de ellos. De alguno sólo el 
nombre. De otros iremos sabiendo algo más. Esta escasez de datos 
nos indica que únicamente hay un apóstol, un sacerdote: el Mesías.
Son de diferentes comarcas de Galilea (sólo Judas Iscariote es de 
Judea), de sectores humildes y marginados de la población y de 
profesiones distintas. Los estudiosos de las Escrituras afirman que, al 
menos, dos de los Doce procedían del partido radical de los zelotes 
(Simón y Judas Iscariote).
No es un grupo aplicado y dócil, pero tampoco adulador y servil. Le 
costará mucho a Jesús formarlos. Al morir el Maestro, da la impresión 
de que ha logrado poco de ellos. Pero cuando se convierten al 
Espíritu, cuando descubren que tienen que continuar la misión dejada 
por Jesús, pasaron a ser testigos dispuestos a morir.
Este grupo de elegidos y separados no se ve libre del misterio del 
mal: la tradición ha recogido, como una advertencia perenne para las 
comunidades cristianas de todos los tiempos y lugares, el recuerdo de 
la traición de Judas Iscariote.
Para nosotros, cristianos, estos doce hombres son el fundamento del 
nuevo pueblo de Dios, las columnas sobre las que se levantó la 
Iglesia.

2. Oyentes del sermón del monte 
Jesús está en el centro de la escena. A su alrededor, Lucas 
distingue entre "los Doce", el "grupo grande de discípulos" (la Iglesia) 
del que han salido los apóstoles y el "pueblo" (la humanidad). Tiene un 
sentido muy preciso de la función de mediación que tienen los 
apóstoles -y sus sucesores en el tiempo- y las comunidades cristianas 
entre Jesús y toda la humanidad. En esta escena se refleja la 
estructura de la Iglesia: todo viene de Jesús pasa a través de los 
enviados, llega a las comunidades, para que éstas sean la levadura 
que haga fermentar toda la humanidad.
Jesús dirige sus palabras a todos los pueblos y naciones de la tierra. 
Pero sólo puede llegar a ellos a través del testimonio de sus 
seguidores reunidos en comunidades. Las razones son evidentes: sus 
enseñanzas están limitadas por el espacio y por el tiempo, como lo 
están la vida y las palabras de todos los hombres. Además, creo que 
un mensaje como el del evangelio -aparentemente contradictorio- debe 
"verse" vivir en comunidades que lo hagan evidente para creer que es 
verdadero. Sólo Jesús da respuesta plena a las inquietudes y 
esperanzas de los hombres... Pero es necesario irlo experimentando 
para creerlo.
Su fama se había ido extendiendo. De todas partes le llevan 
enfermos, y Jesús los cura. Esa es nuestra tarea: servir a los hombres, 
contagiarles nuestras ilusiones, animarles para que vivan con sentido... 
La sociedad está harta de discursos y palabras.
Necesita testigos comprometidos en la construcción de un mundo 
distinto. ¿Para qué sirve el cristianismo, si no hace nada para calmar el 
hambre de vida que brota del corazón de la humanidad? 

3. Las bienaventuranzas, camino para el reino de Dios 
El problema de la felicidad es posiblemente el principal que los 
hombres nos hemos planteado en todos los tiempos y lugares.
¿Qué es la felicidad? ¿Cómo lograrla? Sentirse feliz significa 
experimentar la vida verdadera por estar viviéndola con intensidad y 
compromiso; es sentirse uno mismo, persona que ocupa su puesto en 
la historia y lo llena.
Cuando no lo logramos -que es casi siempre-, nos sentimos 
frustrados y nos invade el vacío y la soledad. Tenemos la sensación de 
haber fracasado en la vida. ¿Estaremos de acuerdo hasta aquí todos 
los hombres? Las principales diferencias llegan cuando buscamos el 
camino para lograr la felicidad. Cada cultura, cada religión, cada 
edad... tiene sus propios criterios para lograrla. Pero deben ser falsos, 
porque no es precisamente la dicha lo que abunda sobre la faz de la 
tierra.
Con las bienaventuranzas, que sintetizan todo el sermón de la 
montaña, Jesús nos va a presentar su camino para que el hombre 
logre la verdadera felicidad, la verdadera vida. Es evidente, sólo con 
leerlas superficialmente, que no son precisamente el camino que ha 
elegido nuestra sociedad del tener y del consumo.
Después de la elección de los Doce, estando reunidos los discípulos 
y viendo el ansia de los pueblos que se le acercaban anhelantes, 
Jesús va a proclamar los valores humanos y cristianos verdaderos, los 
únicos que pueden llenar el corazón humano. Los que los acojan y los 
pongan en práctica serán sus discípulos. Los destinatarios de sus 
palabras son todos los hombres, al presentarnos unos ideales de vida 
que conectan perfectamente con las profundas ilusiones humanas.
La tradición, que se remonta al siglo IV, sitúa esta escena en las 
laderas de la colina junto al Tabgha, de doscientos cincuenta metros 
de altura, con una superficie aproximada de un kilómetro cuadrado, y a 
tres de Cafarnaún.
Hemos de tener presente que no es fácil entender el mensaje de 
Jesús, sobre todo cuando el hombre vive superficialmente. Si lo fuera, 
lo estaríamos demostrando los cristianos con nuestra vida y sobrarían 
las explicaciones... Aunque hay cosas muy claras y parece que 
tampoco las vemos.
Es posible que el texto de las bienaventuranzas nos lo sepamos de 
memoria y que nos resbale, como todas las cosas excesivamente 
conocidas -o conocidas superficialmente-, que por eso mismo ya no 
nos dicen nada. Y una de dos: o las bienaventuranzas no son para 
este mundo o juzgan sin paliativos a la humanidad que entre todos 
hemos ido construyendo.
Las bienaventuranzas aparecen relatadas en Mateo y Lucas, aunque 
no con el mismo número. El primero nos transmite un número mayor 
-ocho o nueve, según se considere o no la novena unida a la octava-. 
Lucas, cuatro. Es posible que Jesús haya utilizado este procedimiento 
en más ocasiones, ya que es un recurso pedagógico excelente de 
predicación popular. Consta cada una de dos miembros rimados al 
modo hebreo (en hemistiquios). En el primero se señala una virtud u 
opción; en el segundo, el premio o promesa correspondiente. Tienen 
gran relación unas con otras, por lo que la recompensa es la misma en 
varias de ellas, aunque formulada con palabras distintas. El texto de 
Lucas tiene una formulación más material y sus bienaventuranzas 
están referidas en segunda persona. Parece que fue la forma original. 
Mateo destaca el aspecto espiritualista de las mismas y las formula en 
tercera persona.
No imponen preceptos obligatorios; se enuncian como invitación.
Las bienaventuranzas resumen la enseñanza de Jesús y el sentido 
de su vida. Contrastan con los valores limitados que están en uso en 
las sociedades humanas. Nos descubren que la vida de los hombres 
tiene una dimensión escondida que no puede descubrirla el que vive 
únicamente para sí mismo.
Se refieren tanto al interior del hombre como a sus relaciones 
sociales. Puntualizan las actitudes humanas fundamentales, el camino 
para construir el reino de Dios, el camino de la nueva humanidad. Son 
un programa completo de vida: el de los que quieren de verdad ser 
seguidores de Jesús.
Para construir su reino, Dios actúa en los pobres y limpios de 
corazón, en los hambrientos de justicia, en los perseguidos por ser 
solidarios con el pueblo...
Jesús "se sentó". Es una forma de indicarnos que la esfera divina es 
su morada estable.
La primera y la última bienaventuranza tienen en Mateo idéntico el 
segundo miembro y la promesa o premio en presente. Las otras seis 
tienen el segundo término diferente y la recompensa en futuro. De 
estas seis, las tres primeras mencionan en el primer miembro un 
estado doloroso para el hombre, del que se promete la liberación. Las 
tres siguientes enuncian una actividad o disposición del hombre 
favorable y beneficiosa para el prójimo, que lleva también su 
correspondiente promesa para el futuro.

4. Dichosos los que eligen ser pobres POBREZA/RIQUEZA 
La primera bienaventuranza es la misma en ambos evangelistas, lo 
que prueba su importancia. Nos señala la actitud fundamental que 
debe tener el seguidor de Jesús.
Las palabras "pobre" y "rico" tienen dos interpretaciones: es pobre el 
que no tiene medios económicos para vivir, y rico el que los tiene en 
abundancia. Es el sentido que tienen normalmente estos vocablos 
entre nosotros. Y es pobre bienaventurado el que responde a unas 
exigencias concretas de solidaridad con la sociedad; rico, el que no 
piensa más que en sí mismo.
¿Quiénes son los pobres en sentido bíblico? En la legislación 
mosaica se designa con este nombre, primeramente, a los que no 
poseían tierras (Ex 22,24; Lev 19,10; 23,22). Eran las gentes pobres 
en sentido material. Y, como consecuencia aneja a ello, gentes sin 
influencia social, desprovistas de apoyo y frecuentemente explotadas y 
humilladas. De aquí la defensa que hacían de ellos los profetas (Am 
8,4; Is 3,14-15; 10,2; 14,32). Después del destierro de Babilonia se le 
añade a lo anterior la de persona que confía en Dios.
No son los de pocas cualidades ni los interiormente despegados del 
dinero, pero que lo poseen en abundancia. Este último sentido -tan 
extendido entre los cristianos- fue excluido explícitamente por Jesús (Mt 
6,19-24; 19,21-24).
Los rabinos nunca alabaron la pobreza voluntaria. Consideraban los 
bienes y las riquezas como premio a la virtud personal y la pobreza 
como castigo. Para Jesús, la pobreza entra en el plan de Dios; el pobre 
desprovisto de bienes y que confía en Dios está moralmente preparado 
para su ingreso en el reino.
El término "espíritu" expresa fuerza y actividad vital en la concepción 
semita, las disposiciones interiores y habituales que orientan el actuar 
de la persona. Es una actitud ante la vida. Por ello, ser pobre significa 
optar, elegir un modo de vivir concreto, que será siempre la búsqueda 
del bien común, arrancando desde "abajo".
La bienaventuranza se refiere a los pobres por decisión personal, a 
los que deciden hacerse pobres, a los que lo eligen; y los opone a los 
pobres por necesidad. La pobreza evangélica no se identifica con la 
penuria material, sino con la indigencia del hombre que se descubre 
necesitado y se abre a la gracia, al bien, a la justicia, al amor, a la paz, 
a la libertad..., a Dios -a todo lo que representa-. Es el que renuncia a 
apoyarse en leyes, seguridades o riquezas de la tierra; el que opta 
contra el dinero y el rango social y se pone en las manos de Dios; el 
que vive desprendido de lo que no tiene valor absoluto y vive en la 
tierra como peregrino y en constante búsqueda.
Sólo un hombre que sea consciente de su vacío podrá ser llenado 
por algo o por alguien. Sólo sobre los que eligen ser pobres podrá Dios 
actuar como rey, porque podrá actuar sobre su corazón y producirle la 
felicidad. Lo que significará que no carecerán ya de nada necesario ni 
tendrán que someterse a otros para vivir y estarán dispuestos a 
compartir en todo momento lo que son y lo que tienen.
El pobre se concibe a sí mismo como gratuidad, nunca como 
posesión. Sabe que no se pertenece, que todo se lo debe al Padre. 
Por esa razón se hace servicio.
La opción por la pobreza realiza en plenitud lo prescrito en el primer 
mandamiento de Moisés: "No tendrás otros dioses frente a mí" (Dt 5,7). 
Lleva a la verdadera conversión, pues quien elige ser pobre 
renunciando a acaparar riquezas, al rango social y al dominio, excluye 
de su vida toda posibilidad de injusticia.
¿Cuándo recibirán el premio? Aquí está expresado en presente. 
Pero hemos de tener en cuenta que, aunque los verbos que se usan 
están puestos unas veces en presente y otras en futuro, no pueden 
utilizarse como argumento decisivo, ya que la permuta de tiempos no 
afecta a la idea que se quiere expresar. En el primer caso -premio en 
presente- hace hincapié en lo alcanzado ahora y aquí, aunque siempre 
en espera de su plenitud para el futuro. En el segundo tiene un sentido 
escatológico, de plenitud, que siempre será para después de la 
muerte. Todas nos están indicando la experiencia actual de dicha que 
aportan y la plenitud de esa dicha para el futuro.
El que elige ser pobre goza ya ahora del reino de Dios, al estar 
viviendo la vida humana auténtica. Nunca en plenitud, porque tampoco 
podrá vivir en plenitud la vida verdadera.
Es la actitud de pobreza la que hará posible todas las demás bienaventuranzas.

5. Dichosos los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed 
de justicia 
Estas tres bienaventuranzas nos transmiten penalidades para los 
hombres que quieran vivir de acuerdo con sus exigencias.
"Dichosos los sufridos". Es propia de Mateo. Añade a la primera 
-pobreza elegida- una actitud de benevolencia y comprensión hacia los 
demás, fruto de su actitud interna. Los sufridos o mansos son 
animosos, se comprometen en la lucha por una sociedad justa, 
suscitan problemas e incomodidades..., pero no recurren a la violencia 
ni en situaciones desesperadas. No sufren con un dolor cualquiera, 
sino con un dolor profundo, que se manifiesta al exterior en la lucha 
que asumen en favor del reino de Dios.
"Heredarán la tierra". Es el premio que se les asigna. La tierra es 
Palestina, que se había convertido en símbolo del reino de los cielos. 
Lo que para los patriarcas fue promesa se había transformado en el 
eterno ideal del judío piadoso. Jesús promete la liberación de la 
opresión, del luto y el abatimiento del pueblo y de cada persona. Suya 
será la tierra del futuro, ese futuro en el que habrán desaparecido las 
armas, los odios y las violencias de todo tipo.
"Dichosos los que lloran". La tercera bienaventuranza es la misma en 
Mateo y Lucas. El llanto a que se refiere indica una angustia muy 
profunda del alma. Es un dolor real, producido en la vida concreta, 
aunque no nos indique su naturaleza ni extensión.
No se beatifica el llanto sin más, sino el llanto causado por el deseo 
de ser fieles al Dios de Jesús, lo que implica tomar la cruz de la propia 
vida y negarse a sí mismo por fidelidad al reino.
Jesús abre una nueva perspectiva al dolor. En el Antiguo 
Testamento, Dios cambiaba el llanto en risa. Los judíos creían que el 
dolor era efecto del pecado y los paganos que era causado por la 
fatalidad. El libro de Job mostraba ya que el dolor tenía un hondo 
sentido de purificación. Jesús lo eleva a actitud privilegiada ante el 
reino.
"Los que lloran" son también los pobres que, por la codicia de los 
ricos, han perdido su independencia económica y su libertad y tienen 
que vivir sometidos a los que los han despojado. Viven en tal situación 
que no pueden expresar siquiera su protesta.
¿Cuándo "serán consolados" o "reirán"? Parece que en el cielo. 
Pero aunque se presente el premio en su fase final y definitiva, no 
excluye el premio parcial y temporal, ya ahora, cuando se vive el 
compartir, aunque ello haga llorar a causa de los sufrimientos e 
injusticias que padecen la mayoría de los seres humanos. ¿No es 
premio la satisfacción de estar trabajando por el mundo que Dios 
quiere, a pesar de las lágrimas que nos pueda ocasionar? Quizá haga 
falta haber llorado alguna vez para entenderlo. Las bienaventuranzas 
se experimentan, se viven..., pero es difícil explicarlas.
"Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia". La cuarta 
bienaventuranza de Mateo es formulada por Lucas en segundo lugar, 
aunque de forma más breve. Éste sólo habla de los que tienen hambre, 
pero el sentido es el mismo que en Mateo, expresado de una forma 
más primitiva y más de acuerdo con las palabras originales de Jesús. 
Los hambrientos serán bienaventurados únicamente desde una 
perspectiva religiosa y mesiánica, única forma de alcanzar la justicia en 
toda su profundidad.
No se beatifica al que desea que Dios intervenga para implantar su 
justicia en la tierra, sino al que ansía que la justicia de Dios se implante 
en la sociedad y trabaja duramente para hacerla realidad. No podemos 
cruzarnos de brazos ante las injusticias que cometen unos hombres 
sobre otros, unas naciones sobre otras.
Dos frases evangélicas del mismo sermón de la montaña nos pueden 
ayudar a profundizar el verdadero sentido de esta bienaventuranza: 
"Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará 
por añadidura" (Mt 6,33); "Si vuestra justicia no supera a la de los 
escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 5,20).
Los hambrientos de justicia son también los sufridos y los que lloran 
o viven sometidos sin resignarse. Indica el anhelo vehemente de algo 
indispensable para la vida. ¿No es la justicia tan necesaria al hombre 
como la comida y la bebida? La justicia a que se refiere es la de ver a 
la humanidad libre de todas las opresiones, gozando de independencia 
y libertad, teniendo los bienes necesarios para una vida digna, viviendo 
los verdaderos ideales humanos.
El premio que se promete a estos esforzados es el de quedar 
"saciados". Es decir, no sólo experimentarán en ellos y en los demás la 
desaparición de todas las hambres, sino que verán colmadas todas sus 
esperanzas, todos sus sueños. En el reino del futuro, hacia el que 
caminamos, no quedará ni rastro de la injusticia.

6. Dichosos los misericordiosos, los limpios de corazón, los que 
trabajan por la paz 
Son tres actividades o actitudes humanas que favorecen las 
relaciones con los hombres de buena voluntad.
"Dichosos los misericordiosos". Lucas no la trae. No beatifica a los 
temperamentos sensibles y sólo aparentemente compasivos, ni la 
misericordia puramente afectiva y no efectiva en la medida de lo 
posible. Es una misericordia que está en función del reino de Dios.
Para valorarla en toda su profundidad, lo mejor es contrastarla con 
otros pasajes del mismo Mateo. En ellos descubrimos dos sentidos: 
perdonar siempre las ofensas que nos hagan (Mt 9,13; 18,21-22.33) y 
hacer el bien a todos (las curaciones a Jesús), comenzando por lo 
corporal (Mt 25,35-36).
Debe practicarse con todos los hombres, superando el concepto de 
los rabinos, que la proponían únicamente para con los judíos. Jesús 
beatifica la misericordia universal y absoluta, realizada en función del 
reino.
Afirma la necesidad de hacer con los demás como queremos que los 
demás y Dios hagan con nosotros (Mt 7,2). Aunque la medida que Dios 
emplee con nosotros será siempre un secreto y superará infinitamente 
lo que nosotros hagamos.
La recompensa que se ofrece tiene un valor escatológico: obtener la 
gran misericordia del ingreso definitivo en el reino de Dios. Pero sin 
olvidar la recompensa que experimenta ya ahora el que vive de 
acuerdo con sus planteamientos.
"Dichosos los limpios de corazón". También esta sexta 
bienaventuranza es exclusiva de Mateo. Los hebreos usan 
indistintamente las palabras corazón y espíritu. Son los de conducta 
irreprochable, los que no piensan de una manera y obran de otra, los 
que han quemado todos los ídolos, los que no abrigan malas 
intenciones contra los demás, los de conducta transparente y sincera, 
los que crean confianza a su alrededor... Tendrán una profunda y 
constante experiencia de Dios en su vida.
Esta limpieza de corazón o de espíritu no se consigue con ritos ni 
con observancias religiosas, sino con una verdadera disposición hacia 
los demás y la fidelidad a la propia conciencia. Es una llamada a los 
cristianos para que superemos la moral de los fariseos, que, a fuerza 
de purificaciones y prescripciones legales, había degenerado en un 
ritualismo estéril y materialista (Mt 23, 25-28).
"Verán a Dios". Es el premio que recibirán. ¿Qué significa? Que lo 
experimentarán ahora como presente, al estar viviendo sus mismos 
gustos y actitudes, aunque la plenitud de su visión sólo será posible 
para después de la muerte.
¿Dónde ver hoy a Dios? En un corazón sincero, sin doblez, sin 
prejuicios... ¿En el rostro de un niño? 
"Dichosos los que trabajan por la paz". Sólo la menciona Mateo. 
Jesús habla de trabajar por la paz y, él no vaciló en dividir a los 
hombres, en hacerse impopular y quedarse solo. ¿Qué es la paz? La 
paz simboliza la felicidad del hombre individual y socialmente 
considerado. Condensa las dos bienaventuranzas anteriores. En una 
sociedad en la que todos estuvieran dispuestos a compartir con los 
demás y nadie tuviera malas intenciones contra los otros, la justicia se 
realizaría plenamente y el hombre alcanzaría la felicidad. Es fruto de la 
justicia (Is 32,17).
No se beatifica a los que tienen paz, ni se habla de una simple paz 
temperamental, ni de ausencias de guerras, sino de una paz ofrecida a 
los que trabajan por ella. Incluye a todos los que trabajan por la 
justicia, por hacer respetar los derechos de los débiles, única forma de 
lograr la verdadera paz.
A éstos Dios los llamará hijos suyos, porque están realizando la 
misma actividad del Padre. El premio en plenitud lo recibirán, como en 
las demás bienaventuranzas, en el futuro. Pero ya ahora experimentan 
la alegría de estar colaborando a la implantación del reino. Un reino 
que no podrá implantarse con armas ni violencias, sino con justicia, 
libertad, amor... 

7. Dichosos los perseguidos 
La octava bienaventuranza de Mateo suele considerarse unida a la 
siguiente. Es cierto que son muy parecidas -como lo son todas-, pero 
tienen una diferencia de matiz: ésta es más genérica.
Esta bienaventuranza completa a la primera al exponernos la 
situación en que vivirán los que hagan la opción contra el dinero. La 
sociedad -basada en la ambición de poder y de riquezas- no tolerará la 
existencia y la actividad de personas o grupos que trabajen para 
derribar las bases de su sistema, única forma de hacer realidad el 
reino de Dios. La consecuencia inevitable de esta opción por el reino 
será la persecución, signo de estar al lado de Cristo y en la línea de 
todos los verdaderos profetas. Una persecución que no representa un 
fracaso, sino un triunfo. Estos, lo mismo que los pobres, poseen ya el 
reino de los cielos, aunque no se les manifieste todavía en toda su 
plenitud.
"Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os 
calumnien de cualquier modo por mi causa". Esta ¿novena? 
bienaventuranza es común en Mateo y Lucas. Incluso Mateo, a 
diferencia de las otras, emplea la segunda persona coincidiendo con 
Lucas, que lo ha hecho en todas. Explicita la persecución en insultos, 
persecuciones y calumnias por causa de Jesús.
Es necesario clarificar: no todas las persecuciones, insultos o 
calumnias están incluidas aquí, sino únicamente las que sean a causa 
de Jesús. Es fácil y cómodo, ante las críticas que la sociedad hace a la 
Iglesia y a los cristianos, aplicarnos sin más estas palabras de Jesús. 
Deberíamos saber que muchas de las críticas -quizá la mayoría- son a 
causa de nuestra infidelidad al evangelio. Sólo los que están 
dispuestos a persecuciones, insultos, calumnias... sirven para construir 
el reino de Dios en este mundo. La persecución es una prueba de que 
la vida de los discípulos está causando impacto en la sociedad. Es su 
éxito. ¿Nos persiguen por causa de Jesús? 
"Estad alegres y contentos...'` Todo, incluso el dolor y la 
persecución, puede ser motivo de felicidad para el hombre que vive su 
vida con sentido y mirando al futuro de Dios.
Las bienaventuranzas nos ofrecen la alternativa de Dios a la vida del 
hombre: poseer la tierra sin despojar a los demás, enfrentarse con el 
poderoso y alentar al débil... Unas bienaventuranzas o reino de Dios 
que no ofrecen su premio exclusivamente para el más allá, sino su 
inicio en el ahora y aquí.
Las bienaventuranzas nos hacen descubrir la falsedad de los valores 
mundanos al introducirnos en la realidad de Dios y posibilitarnos vivir 
ya en parte en la humanidad que anhelamos.
Jesús no llama dichosos a los que están en el paro, ni a los que 
mueren de hambre en cualquier parte del mundo, ni a los presos que 
son sádicamente torturados... Estos no son felices, ni pueden serlo, en 
la situación en que se encuentran.
BITS/ALIENACION  Las bienaventuranzas no están de acuerdo con la alienación, la miseria o la marginación. Quien favorezca o consienta el hambre, la incultura, la injusticia, la mentira, la 
opresión... no es cristiano. Jesús no da la enhorabuena a quienes no 
son respetados en su dignidad humana, porque eso es una injusticia Y 
las bienaventuranzas están en las antípodas de pretender la 
construcción de una sociedad injusta. Son dichosos los que luchan por 
una sociedad mejor para todos y por ello tienen que sufrir...
Las bienaventuranzas son la explicación de lo que significa ser 
cristiano para Jesús. Con un estilo muy fácil de comprender alaban la 
actitud de los que ponen su corazón en la construcción del reino, de 
los que tratan de vivir cada día más de acuerdo con el evangelio y 
ayudan a los demás para que también lo hagan. Son la manifestación 
evidente de que lo que valora el evangelio no tiene nada que ver con 
los valores de nuestra sociedad.
¿Están nuestra Iglesia y nuestras comunidades edificadas sobre las 
bienaventuranzas o sobre presupuestos mundanos? En la medida en 
que predominan en ellas los criterios de la sociedad del prestigio y de 
las riquezas estarán siendo caricaturas del reino predicado y vivido por 
Jesús de Nazaret.

8. Las maldiciones 
Lucas completa las bienaventuranzas con unas maldiciones, con las 
que nos alerta a no poner el corazón en los placeres, poderes y 
riquezas de este mundo. Parece que se refieren principalmente a los 
escribas y fariseos, a los que Jesús dedicará en otra sección de Lucas 
fuertes imprecaciones (Lc 11,42-52) -aunque menores que Mateo en 
su capítulo 23-; a los saduceos, que se aprovechaban de sus puestos 
de privilegio en la sociedad judía para llevar una vida de lujo, y a las 
grandes familias sacerdotales por su falta de verdadero espíritu 
religioso, sus grandes negocios -incluso dentro del templo- y sus 
triunfos mundanos, logrados sin importarles demasiado los medios. ¿A 
quiénes las dedicaría ahora? 
No interpretaríamos correctamente las bienaventuranzas si 
olvidáramos su parte negativa. Sin este riesgo de fracaso, sin la 
posibilidad de permitir que la riqueza de la vida nos destruya 
internamente, las palabras de Jesús no habrían respetado nuestra 
libertad.
A la luz del reino de Dios se desvela el fracaso de los que viven en el 
poder y en la riqueza de la tierra y, a causa de ello, oprimen y 
destruyen la existencia de los demás.
¿Quiénes son los ricos, los saciados, los que ríen, los bien vistos por 
todos? Son los que han puesto el corazón en sí mismos y en sus 
cosas, los que viven en función de su prestigio, de comer, vestir, 
divertirse... Son los que no tienen necesidad de nada -ni de Dios, 
aunque hablen de él-, porque lo tienen todo. Son los que sólo piensan 
en ser más ricos, en estar más saciados, en reír más, en ser más 
importantes. Son los que no temen nada porque creen que con el 
dinero pueden resolverlo todo, los que dan de lo que les sobra, los que 
guardan las apariencias por miedo al "qué dirán", los que van a misa 
"por si acaso" y viven sin ningún compromiso y rodeados de lujo... A 
todos ellos les va a resultar muy difícil entrar en el reino de los cielos..., 
porque no lo necesitan ni lo desean. ¿A qué mejor vida, piensan, 
pueden aspirar que a la que llevan aquí? 
Los ricos, los satisfechos, tienen bastante con los límites de este 
mundo; horizonte muy vulnerable, reducido y de precaria realidad, a 
pesar de las apariencias; horizonte corto, como lo es la vida del 
hombre sobre la tierra.
Una persona que contemple todas las cosas de este mundo cerrado 
a la trascendencia no tiene más futuro que la muerte. Ahí radica la 
inmensa tragedia del hombre cerrado al infinito y a la plenitud, del 
hombre llamado -quizá hasta a pesar suyo- al más allá. 

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985
.Págs. 6-19

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2.
Las Bienaventuranzas es la página más luminosa que se haya 
escrito, las palabras más hermosas que jamás se hayan pronunciado. 
Aunque Jesús no hubiera dicho otras palabras que éstas, le 
estaríamos por siempre agradecidos. Son palabras de bendición, 
porque Jesús ha venido a decir-bien, a anunciar la verdadera alegría, 
a proclamar días de gracia. «Dichosos, dichosos, dichosos...». Una 
bendición a todos los dolientes e insatisfechos, a todos los pequeños y 
perseguidos, a todos los pobres.
Suenan raras estas palabras, pero es algo que en el fondo todos 
anhelan. Están dichas desde un monte, como dirigidas a todos los 
hombres. Y es verdad que todos los hombres las sienten como suyas. 
Son palabras que llegan a la verdad del corazón, lo que en verdad 
todos deseamos y necesitamos.
Un actor ruso, A. Rostwrew, tenía que leer las Bienaventuranzas en 
una obra teatral que ridiculizaba a Cristo. Cuando empezó a recitarlas, 
hubo algunas risas que estaban en el guión; pero duraron poco. El 
actor recitaba con emoción que contagió al público. Leyó las ocho 
Bienaventuranzas y casi todo el sermón del monte. Al final no había 
risas, sino lágrimas. El actor terminó diciendo: "Acuérdate de mí, Señor, 
cuando esté en tu Reino".
Pues leamos siempre con emoción estas divinas palabras. Es la 
síntesis del Evangelio, es el Evangelio concentrado. Es el programa de 
todos los hombres de buena voluntad. ¿Qué tenemos que hacer?, 
preguntaba el pueblo a Juan Bautista, y el profeta daba respuestas 
magníficas. Jesús daría la lección perfecta.
Cuando te sientas rico, avaricioso, consumista, lee las 
Bienaventuranzas.
Cuando te sientas orgulloso, vanidoso, engreído, lee las 
Bienaventuranzas.
Cuando te sientas hedonista, lee las Bienaventuranzas.
Cuando te sientas insolidario y satisfecho, lee las 
Bienaventuranzas.
Cuando te sientas frío, duro y egoísta, lee las Bienaventuranzas.
Cuando te sientas sucio y manchado, lee las Bienaventuranzas.
Cuando te sientas violento y vengativo, lee las Bienaventuranzas.
Cuando te sientas verdugo y opresor, lee las Bienaventuranzas.
Cuando te sientas tentado por todos los demonios del siglo, lee las 
Bienaventuranzas.
Cuando te sientas débil, triste, deprimido, desesperado, lee las 
Bienaventuranzas.
Vamos, pues, a mirarnos en el espeio de las Bienaventuranzas.

«Dichosos los pobres de espíritu» 
Son todos los pequeños, débiles y marginados. No están ellos 
acostumbrados a escuchar bendiciones. Su dicha es un secreto bien 
guardado que sólo Dios conoce y aquéllos a quienes Dios lo quiere 
revelar. Dichosos los pobres, que no guardan tesoros, que no se 
idolatran ni se encierran en sí mismos, que no se apoyan ni confían en 
sí mismos, libres y vacíos de sí mismos, libres de todo. Su confianza y 
su riqueza las tienen en el Señor y en el corazón de todos los 
hombres.
Todo lo que tienen, sean bienes materiales o valores personales o 
circunstancias favorables, lo convierten en instrumentos de 
hermandad.

«Porque de ellos es el Reino de los cielos» 
Esta es su herencia y su tesoro. La semilla del Reino de Dios ya ha 
prendido en él. Dios reina en él y lo inunda de alegria.
Dichosos los pobres, porque son más libres, porque saben 
compartir, porque están más capacitados para amar, porque confían 
más en Dios. Ellos pueden recitar el Salmo 15: «Protégeme, Dios mío, 
que me refugio en Ti. Yo digo al Señor: Tú eres mi bien...».

«Dichosos los sufridos» 
Más dichosos los sufridos que los que hacen sufrir. Dichosos los 
pacientes y los humildes, los que más se parecen a Jesús, que decía: 
"Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón".
Los sufridos son los pequeños, los que no quieren estar por encima 
de nadie, los que no se enfadan con nadie, los que son 
tremendamente comprensivos, los que ven el lado bueno de las 
cosas.
Se enfadan, sí, contra las causas del sufrimiento, contra las 
estructuras de pecado, contra el pecado objetivado.
Están cerca de los pobres y marginados. Están muertos a sí mismos; 
pero viven para los demás. Prefieren dar la vida antes que quitarla.

«Heredarán la tierra» 
Serán terratenientes en la tierra prometida. Felices los sufridos 
porque están libres de las tristezas de la envidia, de la inquietud por la 
fama, del resentimiento por las ofensas, del resquemor por los olvidos, 
del temor a las adversidades, de las preocupaciones por las 
contrariedades.
La tierra prometida es el Reino de Dios, donde se cosechan los más 
abundantes y sabrosos frutos, mejores que el vino, la leche y la miel. 
La tierra prometida o Reino de Dios es Cristo Jesús, crucificado, de 
cuyo árbol penden los mejores frutos y brotan los más saludables y 
dulces arroyos.

«Dichosos los que lloran» 
Los pobres y sufridos no son insensibles. El que no reaccionen con 
violencia, el que no vayan gritando por la calle sus derechos y dolores, 
no quiere decir que no sepan llorar.
Lloran más en lo escondido que en público, porque no quieren 
hacerse pasar por víctimas o hacer sufrir a los demás. Sus lágrimas no 
son desesperadas, sino esperanzadas; no son rencorosas, sino 
pacíficas; no son estériles, sino fecundas. Y, desde luego, son lágrimas 
benditas, como las del mismo Jesús, que aquí ya las ha bendecido 
para siempre. Todas esas lágrimas no pasan desapercibidas a los ojos 
de Dios. Diríamos que El las recoge y las comparte.

«Serán consolados» 
No sólo después de la muerte, cuando Dios vaya «enjugando las 
lágrimas de todos los rostros». (Is. 25, 8; Ap. 21, 4). En todo momento 
son consolados, porque Dios los acompaña, los conforta, y porque 
llora sus mismas lágrimas. Por eso son dichosos. Por eso son 
dichosos, porque están más cerca de Dios.
Alguien ha dicho que Dios trata mal a sus amigos y elegidos, que los 
hace pasar por muchas pruebas y que tienen mucho que sufrir, y por 
eso tiene tan pocos amigos. Pero no es así: no es que Dios haga sufrir 
o llorar a sus amigos, sino que todos los que sufren y lloran son amigos 
de Dios.

«Hambre y sed de justicia» 
«Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia». Todos los 
hambrientos ya están bendecidos, porque son pobres, sufridos y 
porque lloran. Pero esta clase de hambre es pura bendición. Tener 
hambre y sed de justicia ya es una dicha. Nadie tiene hambre de 
justicia si no es un justo. Lo que pasa es que el hombre justo no posee 
la justicia, sino que es poseído por ella, cada vez más; es atraído por 
ella, cada vez más fuertemente, y esta atracción es algo parecido al 
hambre y la sed.
La justicia, objeto de esta bienaventuranza de Cristo, habría que 
escribirla con mayúsculas. No se trata solamente de la justicia que 
regula las relaciones entre los hombres, sino de la justicia que nos 
viene de Dios, que nos salva y nos hace justos. Hambre y sed de 
justicia es como si dijéramos hambre y sed de perfección, de plenitud, 
de santidad; hambre y sed de Dios.

«Serán saciados» 
No hay promesa mejor. El hombre no es una pasión inútil, un ser 
castigado a una insatisfacción eterna. Todas sus hambres serán 
saciadas. Vale la pena tener hambre y sed, si podemos ser saciados. 
Pero vale la pena especialmente tener hambre y sed de justicia, de 
Dios, sabiendo que podemos ser enteramente satisfechos. Y cuanto 
mayor sea el hambre, tanto más te llenarás del objeto deseado.

«Dichosos los misericordiosos» 
La misericordia es una característica divina; por eso, los 
misericordiosos se parecen a Dios. Son misericordiosos los que son 
capaces de volcar su corazón sobre las miserias ajenas, los que 
pueden acercarse al hermano y compartir su peso y su dolor, los que 
saben comprender, compadecer y perdonar, los que sienten como 
suyos los problemas de los demás, los que empatizan y se solidarizan 
profundamente con los sufrimientos y necesidades de todos.
No son duros, fríos, insensibles o pasotas, eso que tanto se lleva 
ahora.
Los misericordiosos son personas que sienten más y que sufren 
más, pero que son más dichosas. Es una dicha que les viene de la 
cercanía amistosa, de la solidaridad multiplicada, de la sonrisa 
agradecida, del alivio prestado, de la paz florecida, de la misericordia 
de Dios sentida.

«Alcanzarán misericordia» 
Podrán entrar de lleno y zambullirse en el corazón de Dios, que es 
un océano de misericordia y gracia. No tendrán nada que temer, 
porque serán totalmente comprendidos, perdonados y colmados de 
amor. Si ellos fueron testigos del amor divino, porque participaban de 
él, ahora la participación se cambiará en plenitud, la parte en el todo.

«Dichosos los limpios de corazón» 
Un corazón limpio debe ser algo muy hermoso y gratificante. Un 
corazón limpio debe ser algo transparente, donde el sol de la verdad 
se reverbere. Un corazón limpio debe ser algo cálido, sencillo, con un 
toque de distinción y de espíritu. Es un espejo del corazón de Dios.
El limpio de corazón se ve libre de todo tipo de manchas e 
impurezas, como la hipocresia, el engaño, las malas intenciones; no 
digamos la lujuria, la deshonestidad, la maledicencia... ¡Tantas cosas! 
Si tenemos pensamientos malvados, si decimos palabras ofensivas, si 
nos dejamos llevar de sentimientos indignos, es que nuestro corazón 
no es limpio. El corazón limpio es como una fuente interior de la que 
brota siempre agua pura, algo que impregna toda la vida.
Los limpios de corazón son dichosos, porque una vida así es pura 
gracia, es una fiesta ininterrumpida, porque siempre están en paz 
consigo mismo y en paz con todos, y porque ellos:

« Verán a Dios» 
Si Dios es Luz, ¿cómo puede ser visto por ojos sucios?, ¿cómo 
puede entrar en un corazón manchado? Sólo el corazón limpio puede 
llenarse y compenetrarse de Dios. Sólo el corazón limpio puede ver a 
Dios, desde ya mismo. El corazón limpio es un cielo, un templo de Dios 
resplandeciente.
Verán a Dios. Lo verán en el cielo y en la tierra; lo verán en todas las 
personas y en todos los acontecimientos. Descubrirán a Dios en el 
rostro del pobre y del pequeño. Lo descubrirán en el fondo mismo de 
su corazón.

«Dichosos los que trabajan por la paz» 
La paz en boca de Jesús es la plenitud de la salvación, con alegría, 
con armonía, con amor. No hay causa más noble por la que trabajar. 
Aunque sea más don que fruto de nuestro esfuerzo. Si trabajar por la 
ciencia o la justicia o la familia o la sociedad resulta tan gratificante, 
¿qué será trabajar por la paz? ¿Verdad que se experimenta un gozo 
inexplicable cuando pacificas y te pacificas, cuando reconcilias a los 
hermanos o amigos, cuando se pone fin a una guerra, cuando se 
extiende la mano desarmada, cuando florece el entendimiento y la 
concordia, cuando se derriban muros y prejuicios, cuando vives o 
ayudas a vivir "en paz y en gracia de Dios"? 

«Se llamarán los hijos de Dios» 
Quiere decir que Dios es Paz. Por eso todos los pacíficos son sus 
hijos. Los hijos de los hombres son violentos y agresivos. Conocemos 
bien sus obras. Todas las páginas de la historia están manchadas de 
sangre. Pero los hijos de Dios ahí están, derribando muros, 
construyendo puentes, enterrando armas, suscitando el diálogo, 
repartiendo perdones, sembrando libertades. Trabajar por la paz es, 
efectivamente, ser descendientes de Dios.

«Dichosos los perseguidos por la justicia» 
No parece una dicha el sufrir persecución por ser justo o defender lo 
justo. Sólo en boca de Jesús, el Justo perseguido, puede creerse esta 
bienaventuranza. Y después, apelar a la experiencia. Pablo y los 
apóstoles se gozaban de sufrir azotes y cárceles por el justo. Los 
mártires, por la justicia, caminaban dichosos a la muerte. Francisco de 
Asís sabe que la perfecta alegría se encontraba en los ultrajes y malos 
tratos, siendo justo. (¿Por qué será que los justos son siempre 
perseguidos?).
Esta es una dicha muy subida, que no procede de la carne, sino del 
Espíritu. Es un milagro moral.

«Porque de ellos es el Reino de los cielos» 
El Reino de Dios no es de los violentos, de los opresores, sino de los 
que sufren la violencia y la opresión. Dios está más cerca de los que 
sufren la historia que de los que la protagonizan. Los que sufren 
persecución lo pierden todo, pero ganan un Reino. Aquí son mirados 
como parias indeseables, pero la verdad es que son para Dios 
príncipes preferidos. Si un ladrón injusto, justamente perseguido, se 
ganó fácilmente el Reino, cuando su cruz estaba cercana a la del 
Justo, injustamente perseguido, ¿cómo no lo ganará el que sube a la 
misma cruz del Justo? 

CARITAS
FUEGO EN LA TIERRA
ADVIENTO Y NAVIDAD 1988.Págs. 165-171

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3. EV/BUENA-NOTICIA
La «Buena Noticia» 
Jesús anuncia una Buena Noticia: los pobres, los hambrientos, las 
gentes de corazón transparente, los constructores de la paz, los 
disponibles, pueden considerarse felices (Mt 5,1): de ellos es el Reino, 
un tesoro (Mt 13,44), una perla preciosa ofrecida a todos (Mt 13,45); la 
semilla da el ciento por uno (Mt 13,8), la abundante cosecha requiere 
muchos obreros (Mt 9, 37); la minúscula semilla se ha convertido en un 
árbol gigantesco (Mt 13, 31; el tiempo ha llegado a su plenitud: el 
Reino está ahí. Felices quienes han elegido la mejor parte, como María 
la hermana de Marta, que lo dejó todo para acoger la Buena Noticia (Lc 
10.38). 
Algo nuevo ha sucedido; algo que jamás había sucedido en los 
tiempos anteriores; es una pieza de paño nuevo que no se puede 
pegar a un vestido viejo (Mc 2,21); es un vino nuevo que hay que 
meter en odres nuevos (Mc 2, 22). Jesús puede poner en circulación 
reglas nuevas: «Pero yo os digo....» (Mt 5, 22). Inútil hacer del pasado 
el punto de referencia; con sola su presencia Jesús cambia el viejo 
mundo; hay que discernir los signos de los tiempos nuevos, como se 
lee en el crepúsculo qué tiempo hará mañana (Mt 16, 2). 
Es un mensaje destinado al mayor número posible de gente: hay que 
proclamarlo desde los tejados (Mt 10, 27). Quienes lo escuchan están 
llamados a ser, desde ese mismo momento, la sal de la tierra (Mt 5, 
13), la luz del mundo (Mt 5, 14); los que entran en el movimiento del 
Reino son una ciudad iluminada, situada en la cima de una montaña 
(Mt 5, 15); su vida es una luz para todos los hombres. Jesús manifiesta 
y hace experimentar que su palabra, cuando es aceptada, es 
resurrección y vida propuestas para toda la humanidad (Jn 11, 25): su 
pretensión es de carácter universal. 
Este es el mensaje portador de felicidad: un amor inmenso habita el 
mundo de los hombres, el amor del Padre; inútil irse lejos para 
encontrar a Dios: el Padre está cerca de cada uno de nosotros. El 
Padre conoce nuestras necesidades, ¿por qué inquietarse y tener 
miedo? (Mt 7, 7-11). Anda errante buscándonos a todos, como el 
padre que espera el retorno del hijo perdido (Lc 15, 20), como el 
pastor que se echa al campo en busca de la oveja extraviada (Lc 15, 
3). El Padre trabaja en este mundo y Jesús también (Jn 5, 17). Como 
un buen amigo, está presto para dar a todos lo necesario para su vida 
(Lc 11, 5); contrata para su viña a cuantos están en paro (Mt 20, 1); 
que nadie se quede fuera (Lc 14, 16-24): todo el mundo está invitado, 
perdonado, acogido de antemano, reestructurado en su dignidad: 
puede volver a ser capaz de vivir realmente. 
Dios da gratis a todos y cada uno la posibilidad de vivir una vida 
nueva, de construir un mundo nuevo; al hombre le queda responder 
con la misma gratuidad (Mc 4, 24).

ALAIN PATIN
LA AVENTURA DE JESUS DE NAZARET
COLECCION ALCANCE, 7. SAL TERRAE
SANTANDER-1979
.Págs. 91 ss.)

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4.
¿Sabes la noticia? 
Arroja fuera 
este mundo insensato. 
Amando a los otros, 
amando al Otro 
aprende a cambiar1.

Esta canción actual, ¿no es una llamada a que sepamos decir, en 
lenguaje fuerte y claro, el mensaie de Jesús? ¿Sabes la Noticia? 
¿Sabes proclamar la Noticia con tus hechos y con tus palabras? 

«Amando al Otro» 
«Amando al Otro, aprende a cambiar». Sí, en companía de Cristo, 
todos, o sea, tú, yo, nuestros amigos y compañeros, todos podemos 
acoger el amor del Padre. Esta es la gran noticia, en nuestro punto de 
partida: Dios con todo su poder de renovación está cerca de cada uno 
de nosotros. Responderle no consiste en difíciles ejercicios, sino en 
hacerle un lugar en la propia vida. Lo decía el apóstol Juan: «El que 
ama conoce a Dios»2. Cuando experimentamos un amor humano o 
una amistad profunda y notamos cómo cambia nuestra vida, tenemos 
un camino abierto para comprender lo que quiere decir abrirse al amor 
del Padre. En vez de darnos una doctrina, una explicaci6n del mundo o 
explicarnos el sentido de todas las cosas, Jesús nos pone en presencia 
de una persona y del amor a que nos invita. Creer es, sobre todo, 
vivir-con-Alguien y cambiar movidos por ese con-vivir; transformarse en 
un ser nuevo a impulso de El. 

Amando a los otros 
«Amando a los otros, amando al Otro, aprende a cambiar». Acoger a 
Dios correría el peligro de ser una evasión sentimental si no se 
tradujera en actos. Quien ha encontrado al Padre ya no puede vivir 
como antes: tiene que convertirse también él en fuente y centro de 
amor. Tiene que repartir con la misma generosidad aquel amor gratuito 
que ha recibido, y de un modo particular mediante el acto creador y 
revolucionario que es el perdón. Ahora tiene que comunicar alrededor 
de sí la llamada que en él resonó a ponerse en pie y a caminar: ¡en pie 
los excluidos!, ¡en pie los machacados! 
Las nuevas energías que surgen del amor harán que nazca poco a 
poco un mundo nuevo: tenemos que construir sólidamente los 
cimientos de un universo distinto; no podemos quedarnos en bellos 
sentimientos individuales. A esto nos convoca el Apocalipsis, el último 
libro de la Biblia: «Esta es la morada de Dios entre los hombres; 
pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo, y El, 
Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no 
habrá ya muerte, ni habrá llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo 
viejo ha pasado» 3. 

Juntos, en Iglesia 
Para fortalecer nuestras respuestas personales Jesús quiso, desde 
el comienzo, crear un compromiso colectivo: formar un cuerpo vivo de 
discípulos. Como a miembros de un mismo cuerpo, se nos invita a vivir 
la doble fidelidad que vivió Jesús: fidelidad al amor del Padre y fidelidad 
a la tarea de liberación de los hombres y de construcción de un mundo 
nuevo, y vivir las dos de manera que una apoye a la otra. La vida en 
Iglesia como participación de fe y provocación a la accion, forma parte 
de nuestra respuesta al proyecto de Dios. La Iglesia es también el 
lugar donde buscamos, juntos, los medios aptos para dar a conocer el 
mensaje de Cristo. Invitar al mayor número posible de personas a 
entrar conscientemente en la renovación del Reino no es un lujo, sino 
una necesidad: ¿Cómo amar a Dios sin trabajar porque su amor sea 
reconocido y acogido por el mayor número de personas? ¿Cómo amar 
a los hombres sin trabajar porque descubran el sentido total de su 
aventura humana y porque reconozcan a su «Padre»? 

Una llamada para hoy 
Hoy, como en otro tiempo en Galilea, resuena la llamada: «En pie, 
levántate y anda» 4. ¿Ha resonado ya en nuestras vidas? ¿Estamos 
todavía esperando oírlo? Inútil atormentarse: lo que hay que hacer es 
comenzar por responder a las llamadas de nuestros hermanos los 
hombres. Jesús pidió a Zaqueo, el «publicano», que le invitara a su 
mesa, y aquello fue para Zaqueo el comienzo de una aventura 
formidable. Hoy, grupos de trabajadores, jóvenes y adultos, nos piden 
a nosotros que seamos sus delegados, grupos de adolescentes nos 
piden que seamos sus responsables; con ello nos piden mayor 
disponibilidad, mayor amistad, mayor compromiso por la justicia: 
respondamos a sus esperanzas, comprometámonos con ellos... y en el 
camino Jesús se dará a conocer, cuando le parezca... 
Sí, porque Jesús resucitado es contemporáneo de cada hombre. Por 
su victoria sobre la muerte, su presencia ha florecido y tiene las 
dimensiones del mundo. En adelante puede ser nuestro compañero de 
camino, y nos propone su amistad. Cristo vivo está allí donde bulle la 
vida: dejemos pronto este libro para salir a su encuentro... en la vida. 

Como aquella tarde en el camino de Emaús 
Como guía de nuestra búsqueda, conservemos en nuestro corazón 
este episodio del Evangelio de Lucas5: dos hombres tristes y 
decepcionados van por el camino de Emaús; se vuelven a su pueblo, 
se alejan de Jerusalén, hace tres días que Jesús fue condenado y 
matado; hay que volver la página, aquello se ha terminado; una 
esperanza más, frustrada. Pero alguien se les acerca en el camino, se 
mezcla en su conversación, les hace preguntas, les ayuda a 
expresarse y les ayuda a aclararse sirviéndose de las Escrituras. 
Llegan los tres a la aldea, el desconocido parece dispuesto a continuar 
su camino, pero los otros dos le invitan: «Quédate con nosotros, ya es 
tarde». Entonces todo cambia; cuando parte el pan le reconocen: es 
Jesús, está vivo, y ellos transformados. Inmediatamente, sin perder un 
momento, se ponen de nuevo en camino para ir a anunciar la Buena 
Noticia. 
Esta historia resume toda la aventura de los primeros testigos. Unos 
hombres al borde del Jordán encontraron a un tal Jesús, descubrieron 
en El a un gran profeta, poderoso en obras y en palabras, una 
autoridad como jamás habían visto en ningún otro. Pusieron en El sus 
esperanzas; iba a restablecer el Reino y a destrozar a los ocupadores 
romanos (periodo en Galilea). Pero aquel Jesús veía las cosas de otro 
modo y comprendía de otro modo su misión. Como en el camino de 
Emaús, les mostraba con la ayuda de las Escrituras que tendría que 
morir para comunicar a los hombres una liberación mucho más radical: 
(tiempos de la «crisis» y del largo «ascenso a Jerusalén»). 
Cuando, después de su muerte, descubren el rostro verdadero de 
Cristo y su poder de renovación, Jesús ya no está con ellos: su 
presencia es distinta; pero caen en la cuenta de que el fuego que 
Jesús quería encender en la tierra, ha invadido sus vidas: «¿No es 
verdad que ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el 
camino?» 6, y parten por los caminos del mundo a anunciar la Buena 
Noticia.... trabajo que ya no se ha detenido nunca... 
Este episodio de Emaús, ¿no es también la historia de nuestra 
propia vida? Nuestra existencia es un camino en el que vamos con 
otros, más o menos hermanados. Alguien está ahí, al lado, 
desconocido todavía, pero cuya presencia nos acompaña; llegará un 
dia en el que gracias a los demás, interpretando los acontecimientos y 
las Escrituras, podamos reconocerle y descubrir en nosotros el fuego 
que su amor encendió. Entonces la tarea de anunciar la Buena Noticia 
será, para nosotros, una necesidad y una alegría. ¿Lo hemos 
experimentado ya alguna vez? 
¿No está en ese episodio, finalmente, resumida toda la historia del 
mundo? La larga marcha de los hombres, como la de los dos 
discípulos, lleva consigo montones de esperanzas y montones de 
decepciones. Desde siempre, en sus proyectos y en sus obras, los 
hombres han intentado traducir sus esperanzas y muchas veces sus 
propias realizaciones les han decepcionado. A la vista de tantas y 
tantas decepciones, ¿no sería mejor resignarse, bajar la guardia? 
¿Quién será capaz de traer la paz, las relaciones fraternas entre todos, 
la liberación de todas las esclavitudes, la felicidad universal? ¿Por qué, 
a pesar de todos los fracasos, cada generación sigue alimentando el 
anhelo de un mundo nuevo? 
Dios se ha mezclado, por Jesús, en este largo camino de los 
hombres: escucha, hace preguntas, comparte con ellos los 
interrogantes, despierta en sus espíritus las más «locas» esperanzas. 
En las Escrituras les propone un sentido para su historia: ¿no era 
necesario este largo proceso de gestación de la humanidad para lograr 
desembocar en un mundo nuevo? ¿No eran necesarios todos esos 
ensayos, esos tanteos, para que los hombres inventaran libremente su 
respuesta al amor de Dios edificando un mundo salvado? 
La meta pretendida explica todo el camino; no es una vana 
esperanza: un universo nuevo se construirá con los hombres, porque 
existe en el corazón de su historia una potencia renovadora que es la 
amistad de Dios. Jesús nos ha demostrado, en su misma muerte, que 
nada la puede hacer retroceder y en su resurrección que nadie la 
puede sofocar: esa amistad de Dios es el sentido mismo de la historia. 

El signo del pan compartido, aquel signo que Jesús entregó a sus 
amigos la víspera de su muerte, nos asegura esa amistad siempre 
presente de Dios: cada vez que hacemos ese signo, comulgamos en 
esa inmensa esperanza. Nuestra alegría es la misma que la de los 
discípulos de Emaús: ¿no ardía nuestro corazón cuando juntos, un día 
u otro, compartíamos los signos de la presencia del amor del Padre? 
..................
1. F. Solleville. 
2. /1Jn/04/07.
3. Apoc, 21,3-4.
4. Mc 2,9-11.
5. /Lc/24/13-35.
6. Lc 24,32. 

ALAIN PATIN
LA AVENTURA DE JESUS DE NAZARET
COLECCION ALCANCE, 7. SAL TERRAE
SANTANDER-1979
.Págs. 146-151