Vuelta de los desterrados
Dentro del libro de Isaías, nos fijamos en unos fragmentos del
llamado «Déutero-lsaías».
Es un profeta de la esperanza durante los años desesperanzados
del destierro. No sabemos quién era o cómo se llamaba. Sabemos que
pertenece a esa época, que se consideró discípulo del gran profeta y
que sus escritos se incorporaron como parte integrante del libro de
Isaías. Por razones de método, se le conoce como Isaías segundo, o
DéuteroIsaías, por referencia al griego. Lo importante es conocer la
situación histórica.
Este profeta del destierro tiene un mensaje específico, muy distinto
de Isaías primero. Bastan unas líneas para distinguir su personalidad
por su estilo. Quizá formó él mismo una escuela, y algunos escritos
pertenecen a discípulos suyos. En la práctica, los capítulos 40-56 se
citan bajo el nombre del Déutero-lsaías.
La misión de este profeta consiste, ante todo, en transmitir un
mensaje de esperanza. Sus oráculos son cantos de vida y esperanza,
oráculos fluviales con ímpetu y movimiento. Hay mucho de
enfrentamiento, porque el pueblo es reacio a la esperanza. Tiene
dificultad en creer, y mucho más en esperar. Por eso hay
enfrentamiento entre el profeta y el pueblo. Dios denuncia muchas
cosas, a primera vista sin demasiadas concesiones al consuelo;
carecen del verde color de la esperanza y son dichas a un pueblo
desesperanzado. Leídas globalmente, son estimulantes.
Este profeta, como otros antes que él, tiene una misión
importantísima en la historia. Anuncia un mensaje que se va a cumplir,
y lo hace sin más armas que la palabra, que es palabra de Dios.
Armado con esta palabra, puede enfrentarse victoriosamente a
cualquiera.
No consta cómo proclamó la palabra ni cómo escribió sus poemas,
pero llega un momento en que reúne todos sus oráculos en un cuerpo
de profecía que va del capítulo 40 al 56, incorporando elementos de
otros profetas a su propio mensaje. Al componer esa gran unidad, el
autor tiene mucho interés en destacar la fuerza de esta palabra,
poética y profética, como palabra de Dios. Y establece un marco al
mensaje para subrayar el valor de la palabra. En el capítulo 40 hay un
protagonismo de la palabra, y el mensaje se cierra en el 55 rubricando
nuevamente el tema de la eficacia de la palabra. El marco define lo
que encierra; todo es palabra de Dios y, por tanto, se puede uno fiar
de ella.
En el capítulo 40 de Isaías observamos como una característica
suya lo que tiene de repentino, extraño y anónimo. Todo es sorpresa.
No se sabe quién habla ni a quién se dirige: «Consolad, consolad a mi
pueblo». Es una voz que surge de improviso. De ordinario, los
oráculos comienzan de manera distinta: «Se dirigió la palabra de Dios
a Jeremías... Ezequiel ... : Vete y anuncia a mi pueblo... Escuchad,
israelitas ... » Pero aquí nos sorprende una voz que no sabemos de
dónde viene ni a quién se dirige. Y, dentro ya del poema, se agranda
la incertidumbre: «una voz grita... ya está ahí» (sin saber si se trata de
Babilonia o Jerusalén)... Uno lo lee desorientado, como inmerso en un
juego de fantasía. La palabra cae aquí en zona de destierro, que no
es lugar habitual para la presencia de Dios. Parece que el pueblo
desterrado ha sido abandonado de Dios, pero su palabra llega hasta
ellos.
No se puede buscar demasiada precisión en este poema: sería
desvirtuarlo. Lo bonito es este verse sorprendido por algo que cae
inesperadamente como una llamada a la esperanza. Y empieza con
una repetición del imperativo, característica de este autor, algo
perteneciente a su personalidad literaria;
«Consolad, consolad a mi pueblo,
dice vuestro Dios;
hablad al corazón de Jerusalén, gritadle:
que se ha cumplido su servicio
y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor
ha recibido doble paga por sus pecados.
Una voz grita:
En el desierto preparada un camino al Señor;
allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten,
que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor
y la verán todos los hombres juntos
-ha hablado la boca del Señor» (/Is/40/01-06).
Está claro que habla Dios, pero ignorarnos quién es ese sujeto en
plural que debe asumir la función de consolador. Estando en el
destierro se oye con extrañeza que hay que consolar a Jerusalén y
gritarle que está pagado su crimen. Y esa voz que grita, ¿de quién es:
de Dios mismo?, ¿de un mensajero suyo? Dios va emprender un viaje,
pero ¿desde dónde y hacia qué meta? Luego explicará que se trata
de Babilonia hasta Jerusalén, y que ese viaje no lo va a hacer solo.
Dios está en el destierro y va a emprender el viaje de regreso
acompañando a su pueblo. Hay que preparar los caminos como para
un soberano que vuelve victorioso atravesando el desierto: allanar
valles y rebajar colinas, eliminar curvas y quitar asperezas... Es el
camino real por el que va a pasar el Señor. Entonces se revelará su
gloria y la verán todos los hombres.
«Una voz grita», pero ¿a quién? ¿Deben los babilonios salir a
preparar el camino hacia Jerusalén? No. La voz se dirige al mensajero,
al autor mismo que la oye y pregunta: ¿qué debo gritar?
Se ha establecido un diálogo; ya sabemos quién habla, aunque
conozcamos muy poco de él. Y sabemos que habla en nombre de
Dios. El mensaje es pequeño y concentrado: Que toda carne es
hierba, y su belleza como una flor campestre.
«¡Toda carne es hierba... ! Se agosta la hierba, se marchita la flor,
pero la palabra de Dios se cumple siempre» (/ls/40/08).
El término «carne» designa el ser mortal. Podría leerse: todo
mortal. Los hombres son «los mortales». Hablar así es una manera de
subrayar el aspecto de caducidad del hombre. La palabra «carne»
designa igualmente a hombres y animales, pero expresa siempre la
realidad de lo caduco. La carne es hierba que dura de la mañana a la
noche, «por la mañana florece, y por la tarde la siegan y se seca»
(Salmo 89,6). El hombre es como la hierba, y su belleza también: todo
es flor de un día. «Cuna y sepulcro en un botón hallaron», dijo
Calderón sobre las rosas.
Se trata de la caducidad de la carne, pero ¿quiénes son en
concreto los designados como caducos? Pueden ser los desterrados,
pero también los opresores que retienen cautivo al pueblo del profeta.
La realidad no permite hacerse grandes ilusiones; pero tampoco hay
que tener excesivo miedo, porque toda realidad humana es frágil y
marchita, mientras que Dios permanece.
ALIENTO/PD PD/ALIENTO: Dios tiene dos maneras de actuar que
no son independientes, pero sí se manifiestan como dos diferentes
aspectos. Una es el aliento, el soplo; la otra es la palabra. La palabra
es también aliento, y por eso, cuando falta el aliento es imposible
hablar. La palabra es aliento modelado, es una manera de modelar el
aliento en el aire para darle forma de palabra. Palabra y aliento van
unidos como dos aspectos del dinamismo de Dios; de ahí que se hable
del aliento de Dios y de la palabra de Dios.
El aliento de Dios tiene una fuerza bipolar, como sucede en los
elementos cósmicos, donde hay un aspecto positivo y otro negativo. El
aliento de Dios puede vivificar y matar, dar vida o muerte. Así es el
viento: puede dar vida trasportando polen, pero puede agostar y dar
muerte. Hablamos con distinto significado del viento solano, del cierzo,
del sur, del «scirocco» (Roma) o del «hamsin» (Palestina)... Así es el
aliento de Dios. Si la carne, que es hierba, intenta enfrentarse a Dios,
quedará agostada por su soplo. Todo el poderío de Babilonia,
victoriosa y temible, no es más que hierba o flor de heno. Basta un
soplo cálido de Dios para que quede agostada en la historia. Por eso
no hay que tener excesivo miedo del hombre. ¡Es posible la
esperanza!
Distinta del aliento es la palabra del Señor. Cuando el aliento del
Señor sopla, se agosta toda flor, pero su palabra se cumple siempre.
El verbo empleado en hebreo es qum en su sentido más ordinario de
estar en pie, plantarse, distinto del lugar donde uno se planta, que es
maqom. Aplicado a la palabra, tiene un opuesto, que es napal, caer.
La palabra que se cumple queda en pie, permanece; y si no se
cumple, cae. Se dice, por ejemplo: «No dejó de cumplirse ninguna de
las palabras que Dios dijo a Josué». La expresión hebrea es: no cayó
ninguna de sus palabras. El caer o el permanecer de las palabras
significa fallar o cumplirse.
Hacemos esta aclaración pensando en las palabras de la Vulgata
«manet in aeternum», traducidas a veces por permanecer, en lugar de
cumplirse. Las palabras que no llegan a cumplirse quedan siempre en
palabras. Las palabras de Dios que ahora leemos se pronunciaron
hace miles de años, y no sólo permanecen, sino que son dinámicas,
se han de cumplir de una manera o de otra. Toda palabra de Dios que
entra en la historia no se queda en palabra bien dicha, sino que es
aliento de Dios capaz de agostar al enemigo. ¡Es posible la esperanza!
¡El hombre puede fiarse de Dios!
Es éste un dato importante cuando los hechos parecen demostrar
lo contrario. ¿Dónde está la profetizada paz universal? Y puede
suceder que en nuestro horizonte no se cumpla o que se vaya
cumpliendo. El autor no anuncia su cumplimiento a plazo fijo y para
una fecha determinada; lo que anuncia es la eficacia de esa realidad.
Ese mensaje va destinado a las generaciones del destierro,
sintetizadas, como en clave, en la palabra «Jerusalén». A Jerusalén
despacha un heraldo gozoso que debe ir corriendo por montes y
valles a llevar la noticia:
«Súbete al monte elevado, heraldo de Sión;
alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén;
álzala, no temas, di a las ciudades de Judá:
'Aquí está vuestro Dios'» (40,9).
El heraldo se ha adelantado, en sus funciones de heraldo, y ya está
llegando. Y cuando está a tiro de voz, cerca de Jerusalén, grita: ¡Ya
está llegando el Señor! En el espacio reducido de unos versos han
concentrado el largo camino de Babilonia hasta Jerusalén, haciendo
que se toquen el punto de partida y el punto de llegada. El primer
anuncio es feliz: ¡Aquí está tu Dios! Y si Dios viene a tomar posesión
del templo, quiere decir que no viene solo: viene para estar en medio
de su pueblo.
«Mirad, el Señor llega con poder,
y su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario,
y su recompensa lo precede» (40,10).
El ha actuado y ganado algo. Su salario son los desterrados. El es
liberador de su pueblo. Viene como un pastor que apacienta el
rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace
recostar a las madres (v.11).
En las madres y en los corderos está el futuro en esperanza. Esas
madres y esos niños siguen el camino del pastor. El salario y la
riqueza del pastor son los desterrados, pueblo fecundo que va a hacer
la historia.
Esto es parte del primer oráculo, donde se nos ofrece una
«obertura» de los principales temas de la profecía, con la excepción
del «servidor doliente». Entre esos temas resalta con fuerza el valor
de la palabra. Lo que vais a escuchar es palabra de Dios, y esa
palabra se cumple. ¡Es posible la esperanza apoyada en la promesa!
Un hombre de palabra cumple lo prometido. Pues bien, Dios es un
Dios de palabra. Nos ha dado su Palabra en su Hijo; ¿qué no nos
dará? Miramos esperanzados al futuro, fiados en una promesa que
tiene esta sustantividad, y vivimos de esa promesa, somos el pueblo
de la esperanza.
Todo el mensaje del Déutero-lsaías es mensaje de esperanza. Sus
textos son los preferidos en la típica liturgia de la esperanza que es el
Adviento.
«Buscad al Señor mientras se le encuentra,
invocadlo mientras está cerca;
que el malvado abandone sus caminos
y el criminal sus planes;
que regrese al Señor, y él tendrá piedad,
a nuestro Dios que es rico en perdón.
Mis planes no son vuestros planes,
vuestros caminos no son mis caminos
-oráculo del Señor.
Como el cielo está por encima de la tierra,
mis caminos son más altos que los vuestros,
mis planes más que vuestros planes.
Como bajan la lluvia y la nieve del cielo,
y no vuelven allá sino después de empapar la tierra,
fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador y pan al que come,
así será mi palabra, que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo»
(55,6-11).
Tenemos aquí los temas del camino y la palabra. El tema del
camino es sustancial a la profecía del Déutero-Isaías. Se trata de
volver del destierro a la patria, y el camino es largo cruzando el
desierto. Es el nuevo camino de Babilonia a Jerusalén, como antes
había sido de Egipto a Palestina. El pueblo tiene que ponerse en
camino para ir al encuentro del Señor aprovechando esta coyuntura
que no puede ser desperdiciada. «Buscad al Señor mientras se deja
encontrar». ¡No se puede dejar pasar esta ocasión! Y en esa
coyuntura histórica, única y favorable, va a hacerse oir una voz política
decisiva y hay que estar preparados. ¿Cómo? Con la conversión,
dando un giro hacia el Señor, porque antes de volver a la patria hay
que volver a él. No hay vuelta sin conversión. Dando una vuelta
encontrará el hombre a Dios, que se hace encontradizo, invitando
como en un juego de escondite, incitando al pueblo: se deja encontrar.
Quiere decir que le encontraremos si le buscamos: buscad y hallaréis.
¡Hallaréis a Dios! El malvado tiene que convertirse abandonando sus
caminos, y el criminal sus planes, para regresar al Señor.
Pero ¿qué es lo que ha pasado en Babilonia? El pueblo no acaba
de entender: si Dios nos quiere tanto, ¿por qué nos ha tenido setenta
años de destierro en Babilonia? ¿Por qué ha permitido la destrucción
del templo, la matanza de nuestras mujeres e hijos? ¡No se entiende!
¡El mensaje de esperanza tendría que anunciarse de otra manera!
CAMINOS/DE-D-Y-DEL-H: Dios responde a esta dificultad real:
vosotros tenéis un horizonte limitado, a ras de tierra; pero yo tengo
perspectivas de altura. Desde lo alto de una torre o la cima de una
montaña, las cosas ganan perspectivas de distancia. El camino que se
pierde visto desde tierra, avanza entre vueltas y revueltas visto desde
la altura; tiene nuevas distancias, nuevas perspectivas. El hombre mira
desde la tierra y se pierde en la corta distancia de unos años; Dios
tiene sus caminos interminables y otros horizontes: está por encima de
todo. Planifica de otra manera y tiene otras medidas del tiempo.
Entonces, ¿está Dios lejos o está cerca para dejarse encontrar? El
está lejos, él es trascendente, el totalmente otro ...; pero al mismo
tiempo está cerca, íntimo y personal. Es la polaridad de Dios. Para
mediar en esa distancia, para estar lejos y estar cerca, para realizar
sus planes, tiene Dios muchos instrumentos; entre otros, su palabra.
La palabra es medio, hace accesible a Dios. Dios soplará, y Babilonia
perderá su poder. Ha durado el imperio; pero ahora llega Ciro, y el
imperio persa cambia su política y los desterrados pueden regresar a
la patria. Los que confían en Dios escucharán su palabra cuando
suene el edicto y regresarán; los que no confían no tomarán la
palabra en serio y se quedarán en Babilonia. Sólo la esperanza
convertirá en realidad la promesa. La historia es un binomio de
promesas y esperanza; el hombre tiene que responder a la palabra de
Dios, de lo contrario no pasa nada.
Para describir esa palabra, el profeta emplea una imagen
importante tomada del campo de la fecundidad vegetal, con los
elementos de semilla y lluvia.
La semilla caída en la tierra desaparece y brota en nueva planta
multiplicada. Pero sin la lluvia todo se convierte en muerte. El pueblo,
que conoce las leyes de la vida en la naturaleza, lo comprende.
La lluvia desciende mansa y la nieve se posa suavemente,
empapando la tierra como humus vital que pone en movimiento la
semilla adormecida. Se inicia el proceso. Surgen los tallos; más tarde,
las espigas reventando de grano que se convierte en pan o queda
como simiente para la próxima primavera, en la que el ciclo volverá a
repetirse. Todo esto es familiar a los hombres del campo. El agua es
necesaria, pero no obra mecánicamente. La lluvia no es una máquina,
no pertenece al orden de la eficiencia, sino al de la fecundidad; tiene
sus ritmos y necesita sus tiempos. Pero, si hay semilla y vienen las
lluvias, habrá espigas y habrá pan.
Así es la palabra de Dios. Baja desde el cielo resbalando sobre el
corazón hermético, pero empapando el corazón esponjoso que se
abre y la recibe. Se inicia el proceso de fecundidad en ciclos
desiguales, según la naturaleza y etapas de la historia, a veces
demasiado largas para la impaciencia humana. Dios asegura la
fecundidad de su palabra y no sus resultados inmediatos o mecánicos:
el hombre tiene su parte de colaboración necesaria. La palabra está
en el orden de lo vital, respetando el ritmo de lo vital, que se llama
fecundidad y no eficiencia.
El pueblo tiene que acoger las palabras de Dios que le vienen del
profeta y darles una respuesta de esperanza. Si no las acogen y
esperan, se quedarán en Babilonia. La palabra no se cumple, porque
el pueblo no ha permitido su cumplimiento. Los otros, los que se abren
a la palabra y miran al futuro esperanzados, una vez llegado el tiempo,
se ponen en camino, y la palabra se cumple, hará la voluntad de Dios
y cumplirá su encargo.
Jesús es la Palabra del Padre. Mirando su obra sin esperanza, ¿a
qué se reduce? Se enfrenta a las autoridades, muere y
"esperábamos..." ¡Ha muerto la esperanza! Esto nos introduce en
algunos otros capítulos de este poeta de la esperanza.
* * * * *
* * *
*
Nostalgia y esperanza
«Así dice el Señor, vuestro Redentor,
el Santo de Israel:
En favor de vuestro hermano
he mandado yo gente a Babilonia,
he arrancado los cerrojos de las prisiones,
los caldeos rompen en lamentos.
Yo soy el Señor, vuestro Santo,
el creador de Israel, vuestro Rey.
Así dice el Señor, que abrió camino en el mar
y senda en las aguas impetuosas;
que sacó a batalla carros y caballos,
tropa con sus valientes:
caían para no levantarse,
se apagaron como mecha que se extingue.
No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo;
ya está brotando, ¿no lo notáis?
Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo;
me glorificarán las fieras salvajes,
chacales y avestruces,
porque ofreceré agua en el desierto,
ríos en el yermo,
para apagar la sed de mi pueblo, de mi elegido,
el pueblo que yo formé
para que proclamara mi alabanza» (/ls/43/14-21).
Hay una mención de Ciro, fundador del nuevo imperio persa, que ha
ido a Babilonia con ambición de conquista, siendo en realidad un
enviado de Dios, que dirige la historia.
Dios ha abierto, literalmente, las prisiones; ha roto aquel telón de
acero y derribado aquel muro de vergüenza para que los prisioneros
huyan libres, aunque los caldeos rompan en lamentos por
considerarse vencidos.
Pero es especialmente en el v. 18 donde encontramos una
invitación escandalosamente extraña: «No recordéis el pasado».
Es escandaloso, porque en Israel existe la ley de recordar, sin
poder olvidar. Tiene que recordar Egipto y el mar Rojo y el Sinaí ... ; y
porque tiene que recordar, ha surgido en Israel una rica literatura
narrativa. Hay salmos que son recuerdo, son contar y cantar. Lo dice
el Salmo 78, que es memoria, con el mecanismo deflash-back: hicieron
esto porque no se acordaron de aquello... Todo es un dar marcha
atrás en el recuerdo, y los delitos vienen de no acordarse:
«Lo que oímos y aprendimos,
lo que nuestros padres nos contaron,
no lo ocultaremos a sus hijos,
lo contaremos a la generación venidera:
las glorias del Señor, su poder,
las maravillas que realizó.
Porque él hizo un pacto con Jacob dando leyes a Israel:
él mandó a nuestros padres que lo enseñaran a sus hijos,
para que lo supiera la generación venidera
y los hijos que nacieran después.
Que los descendientes se lo cuenten a sus hijos
para que pongan en Dios su confianza
y no olviden las acciones de Dios,
sino que guarden sus mandamientos» (/SAL/077/03-07).
OLVIDO/APOSTASIA RECUERDO/FIDELIDAD: Es la ley del
recuerdo en Israel, que tiene que pasar de padres a hijos, de
generación en generación, porque el olvido es fuente de apostasía. Es
una experiencia del pueblo que los profetas combaten no olvidando,
sino recordando. Pero ahora, en los desamparados años del destierro,
viene alguien a predicar el olvido: «¡No penséis en lo antiguo»! ¿Cómo
hay que entender esa invitación escandalosa?
PARADOJAS/SENTIDO: No se trata de escándalo. Se trata de una
paradoja escogida como recurso psicológico- literario para profundizar
en el problema del olvido y del recuerdo. La paradoja tiene efectos
estremecedores, como los de la pedrada en la superficie tersa del
estanque. A Miguel de Unamuno le gustaban las paradojas. Decía que
era la manera de hacer pensar a la gente. Mucha gente quiere que le
digan lo que ya saben, y cuando lo oyen quedan contentos. Por eso
acuden a la prensa o a los libros, no para aprender, sino para
confirmarse en lo que ya saben. Les molesta que se les diga algo que
ignoran. A ese tipo de gentes hay que lanzarles la pedrada de la
paradoja para romper su rutina, alterar su pasividad serena y hacer
que piensen. Es la única manera que tienen de aprender. Lo decía
Don Miguel, y tenía mucha razón. Y esto es lo que pretende el profeta.
Analizamos el texto.
Inmediatamente antes de lo de «no recordéis lo de antaño», estaba
el profeta recordando lo antiguo y mirando al pasado:
«Así dice el Señor, que abrió camino en el mar
y senda en las aguas impetuosas;
que sacó a batalla carros y caballos,
tropa con sus valientes:
caían para no levantarse,
se apagaron como mecha que se extingue» (vv.16-17).
¿A qué se refiere todo esto? Es el recuerdo del paso del mar Rojo.
Entonces, ¿olvidar o recordar? Lo que aquí se expone son las
diversas actitudes frente al recuerdo y el olvido. Hay un recuerdo vital,
auténtico, creativo y dinámico; y hay otro recuerdo paralizador,
esterilizante, que ciega y embota. De lo que se trata es de separar el
recuerdo creativo del esterilizante. Porque a continuación añade:
«Mirad que realizo algo nuevo» (v. 19). Y es que puede haber
recuerdos que impiden ver la verdad actual. Hay que analizar y ampliar
con datos antropológicos los datos del profeta para desentrañar la
estructura entre el recuerdo y la atención a lo nuevo.
MEMORIA/NOSTALGIA NOSTALGIA/MEMORIA
PASADO/ATENAZA RECUERDOS/CULTOA-LOS: La memoria es un
elemento constitutivo de la identidad y la conciencia. El animal carece
de ese tipo de memoria que permite al hombre retener y acumular el
tiempo. Pero hay un tipo de memoria que se apodera del hombre, en
lugar de dejarse apoderar por él. El hombre se entrega maniatado y
sumiso a esa memoria, quedando paralizado. Es el fenómeno de la
nostalgia, la fuga o refugio en el pasado, porque el presente da miedo
y el futuro no existe: «cualquier tiempo pasado fue mejor». Se da en la
estrella del cine arrugada por los años, sin brillo en el presente y con
ausencia del futuro, cuya única ilusión consiste en encerrarse en los
salones del recuerdo y re-vivir, en lugar de vivir. Se trata de un
pasado deslumbrante y magnífico, pero falsificado, porque la historia
real no fue así. O la vida de una madre ante los recuerdos del hijo
desaparecido, que convierte sus días en un absorbente culto a los
recuerdos. El presente no le sabe a nada, porque no tiene paladar. Lo
dice Qohelet, hombre honesto: «cuando no saques gusto a las
cosas». Las cosas tienen su gusto, pero falta el paladar. Es una
nostalgia que nos saca del presente para colocarnos en los museos
del pasado. Y esa actitud es paralizante: ni actividad ni esperanza: el
hombre vive enemistado con sus tareas del presente. En términos
psicológicos, se puede comparar el afán de volver al seno materno,
porque es dentro de él donde se encuentra seguridad.
Psicológicamente, la nostalgia tiene algo de eso: paraliza, embota, ni
descubre ni espera, se vive en un pasado transformado y falsificado.
Pero existe otro tipo de memoria, que es trampolín dinámico, que
permite enfrentarse con el presente reconciliados con él y ponerse en
marcha gozosamente hacia el futuro. Es un punto de apoyo o cabeza
de puente para seguir adelante. Tener un pasado es tener un punto
de apoyo. El que vive así recuerda las maravillas de Dios y espera
confiado: como pasamos el mar Rojo, pasaremos todos los mares
-rojos o negros- que se nos pongan delante. Un pasado así es
dinámico, y es necesario cultivarlo.
Isaías somete a análisis el recuerdo falso y el verdadero. A unos
hombres tentados, corroídos por dentro por el gusano de esa
nostalgia destructora de la energía que da solidez al hombre, les
quiere abrir los ojos para que vean algo nuevo. Como en aquel dibujo
en que un personaje contempla ensimismado en el foro romano las
columnas rotas, las piedras esparcidas por el suelo.. Un ingenioso se
le acerca, le tira de la manga y le invita a mirar cómo la gracia nueva
de una flor crece a su lado, entre las ruinas. Algo así. Hay que mirar a
lo nuevo que brota y crece.
Entre las ruinas duras de las historia brota con empuje algo nuevo
que es ternura y vida, rompiendo con su empuje la áspera dureza de
esas ruinas. La nostalgia del pasado puede robar la atención
necesaria para ver esa maravilla de la nueva vida. Nace una nueva
era, que es lo que importa.
CR/ESPERANZA: La historia no ha terminado, y a Dios le quedan
muchas cosas por hacer. Dios no es una cita en el pasado; es en el
futuro donde tenemos una cita con Dios. Hay un presente y un futuro
para cada uno y para la Iglesia en la que está Cristo, que es camino
todavía a medio hacer. ¡Fuera nostalgias de otros tiempos felices!
¡Qué tiempos aquellos de Trento y de Sto. Tomás! Y, distraídos con
ese pasado, no percibimos que algo nuevo está naciendo entre
nosotros. La Iglesia no ha terminado, y en ella brota la vida en nuevas
manifestaciones. Es necesario colaborar a ese crecimiento. El que va
ensimismado en sus recuerdos puede dar un pisotón y destruir esa
nueva vida que nace. El mensaje de Isaías es un mensaje de fe en la
vida y de espera en la esperanza, porque el nostálgico ni sabe ni
quiere esperar. Pero la esperanza es, y sigue siendo, una virtud
eminentemente cristiana, una de las virtudes cardinales. Lo que pasa
es que está sin cultivar. Porque ¿cuántos son los penitentes que se
acercan a la confesión inquietos por sus faltas de esperanza? Quizá
hay acusaciones de dudas de fe, de faltas contra la caridad ... : cosas
muy importantes; pero la esperanza pasa inadvertida. Y el que no
espera no es buen cristiano. El conservador total y consecuente no
puede ser buen cristiano, porque parte del supuesto de que ni a Cristo
ni a la Iglesia les queda nada por decir o hacer. Todo está ya dicho y
hecho. Lo único que queda es repetir. ¡La verdad ha terminado! Pero
S. Juan corrige: «el Espíritu os conducirá a la verdad plena»
(/Jn/16/13); cfr. 14,26). Decir, de palabra o con actitudes, «todo está
terminado», expresa sencillamente una actitud no cristiana. El cristiano
es un hombre abierto a la esperanza.
Todavía se pueden añadir algunos datos de otro capítulo, aunque
menos importante. Se anuncia lo antiguo que vuelve a ser nuevo:
«Abriré camino por el desierto». La victoria continúa, pero queda
mucho por hacer, quedan muchos caminos por abrir. El futuro va a ser
más glorioso que el pasado. Jeremías dirá: «Entonces ya no se dirá
'vive el Señor que nos sacó de Egipto', sino 'vive el Señor que nos
sacó del destierro de todos los países'». ¡Cambia incluso uno de los
artículos de la fe!
Completamos la diagnosis de esta resistencia a la esperanza con
un detalle del capítulo 48. Se habla allí de las diversas clases de
resistencia del pueblo, y algunas ofrecen perfiles muy interesantes.
«Escuchad esto, casa de Jacob,
que lleváis el nombre de Israel,
que brotáis de la semilla de Judá,
que juráis por el nombre del Señor,
que invocáis al Dios de Israel,
pero sin verdad ni rectitud,
aunque tomáis el nombre de la ciudad santa
y os apoyáis en el Dios de Israel,
cuyo nombre es 'Señor de los ejércitos'.
El pasado lo predije de antemano:
de mi boca salió y lo anuncié;
de repente lo realicé y sucedió» (ls 48,1-3).
Es como decir: me remito a la estructura del pasado, pero no al
pasado en cuanto tal. Aquello fue promesa y se cumplió; pero no ha
acabado, porque lo mismo que un día se cumplió lo que yo había
anunciado, se cumplirá otro día lo que ahora anuncio. Yo puedo
seguir anunciando y cumpliendo. El pasado es garantía del futuro.
«porque sé que eres obstinado,
que tu cerviz es un tendón de hierro
y tu frente es de bronce;
por eso te lo anuncio de antemano,
antes de que suceda te lo predigo,
para que no digas: Mi ídolo lo ha hecho,
mi estatua de leño o metal lo ha ordenado'» (vv.4-5).
Queda cerrada la primera escapatoria hacia la idolatría. No ha sido
el ídolo. Si fuera él, lo habría anunciado de antemano. Pero sólo
puede anunciarlo el que controla los acontecimientos de la historia.
Sólo Dios lo predijo. El que actuó fue Dios, no el ídolo
Pasamos a un nuevo texto:
«Lo que escuchaste lo verás todo, ¿y no lo anunciarás?
Ahora te predigo algo nuevo, secretos que no conoces;
ahora son creados, y no antes,
ni de antemano los oíste,
para que no digas: 'Ya lo sabía'» (vv.6-7).
Es otra posible escapatoria para justificar la renuncia a la
esperanza de lo nuevo. Consiste en rechazar eso nuevo con
expresiones de hastío y mal humor como éstas: «¡Lo de siempre!
¡Siempre lo mismo! ¡Ya estamos hartos de oírlo! »... Con este juicio
queda el hombre blindado contra toda ingerencia de esperanza. El
profeta se encuentra frente a esa actitud de resistencia a la esperanza
y tiene que empezar su obra demoliendo los obstáculos.
FRACASO/ESPERANZA EP/FRACASO: Hay que mencionar
brevemente otra, sin posibilidad de ulterior desarrollo: es el factor
sufrimiento y fracaso. Tiene una importancia capital por ser un
componente de la historia y de la esperanza. El fracaso bloquea el
camino de la esperanza y rechaza la fe en las promesas. Los dos de
Emaús (/Lc/24/13-35) son un buen ejemplo de situación existencial
después de un gran fracaso. «Sí, creíamos, esperábamos que iba a
establecer el reino de Dios, pero resulta que ... » ¡Fracaso! Ahora
tendremos que resignarnos a vivir de los recuerdos de una persona
buena... Y la corrección dura es ésta: ¡Qué necios y torpes de corazón
para entender las Escrituras! Es el mismo esquema exactamente. Pero
cuando se logra incorporar el fracaso y sufrimiento como componentes
de la esperanza y creatividad, se ha vencido el mayor enemigo. Sí,
fracasó, ¡pero es que tenía que fracasar! Por el fracaso se puede
llegar a la victoria, como por la muerte se llega a la vida. El que logra
dar ese paso tiene apuntalada su esperanza. Porque entonces el
fracaso no va ya contra ella, sino que es su componente. ¿Es esto
posible? Así lo hace el Segundo Isaías en estos «cantos de vida y
esperanza». El fracaso queda incorporado, no en cuanto tal, sino
como indispensable salto hacia el éxito. El principal de varios textos se
encuentra en el capítulo 53. Un hombre muere y triunfa con su muerte.
En el cuarto canto del Servidor, el fracaso se incorpora como factor y
momento de victoria: hasta la muerte, y no antes; y le ponen una
lápida. Pero él triunfa más allá de la muerte, ve la luz y adquiere un
gran pueblo. Ha quedado derribado el gran obstáculo, porque el
fracaso hasta la muerte ha quedado incorporado al proceso.
EP/MAXIMA-DIFICULTAD: ¿Es esto realidad o no? Es siempre la
máxima dificultad contra la esperanza. Si se logra incorporar al
proceso no sólo el sufrimiento y la muerte, sino también la limitación, la
pobreza y mezquindad humanas, ha triunfado la esperanza, es su
victoria. Eso es lo que ha hecho el Segundo Isaías. Al final del capítulo
53 y en el cuarto canto del Servidor, encontramos una pieza esencial
en apoyo de la esperanza. Lo que allí se exalta, en un momento
culminante de las profecías del AT, se hace realidad concreta en
Jesús de Nazaret, muerto y resucitado. ¿No tenía que morir? ¡Qué
torpes y necios! Es necesario entrar por ese túnel, cruzar el mar Rojo,
para ganar la otra orilla, la de la libertad.
La Biblia termina. La Biblia es un libro, y antes de cerrar la tapa
examinamos el último verso de ese libro:
«El que se hace testigo de estas cosas dice:
'Sí, voy a llegar enseguida'.
Amén. Ven, Señor Jesús» (/Ap/22/20).
La Biblia termina sin terminar. En el momento en que se cierra, se
abre a nuevas esperanzas. El que vino está por venir. Hay y tenemos
un porvenir. Nuestra oración es: «¡Ven!» El que cierre la Biblia
pensando que todo ha terminado y que ya se lo sabe todo, está
indicando que no ha comprendido nada. Este es el mensaje de los
cantos de vida y esperanza.
Vivirán tus muertos
Abordamos un tema nuevo. En el capítulo 26 de Isaías
encontramos un oráculo muy breve perteneciente a la escatología, o
cuadro de acontecimientos relativos al tiempo final, en que se
instaurará un reino nuevo y una nueva situación. Se trata de un texto
complicado, un pequeño oráculo que no figura entre los «notables»,
debido en parte a una deficiente traducción de los Setenta y de la
Vulgata. No se ha valorado debidamente este oráculo, aunque a mí
me parece uno de los más importantes de todo el AT. Dice así:
«Los muertos no viven, las sombras no se alzan,
porque tú los juzgaste, los aniquilaste
y extirpaste su memoria.
Señor, multiplicaste el pueblo,
multiplicaste el pueblo y manifestaste tu gloria,
ensanchaste los confines del país.
Señor, en el peligro acudíamos a ti,
cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento.
Como la preñada cuando le llega el parto
se retuerce y grita angustiada,
así éramos en tu presencia, Señor:
concebimos, nos retorcimos, dimos a luz... viento;
no trajimos salvación al país,
no le nacieron habitantes al mundo.
¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán,
despertarán jubilosos los que habitan en el polvo!
Porque tu rocío es rocío de luz,
y la tierra de las sombras parirá» (/ls/26/14-19).
Un texto denso y rico y difícil de interpretar. Insistimos en que se
trata de una escatología, de una construcción o cuadro complejo que
habla del final: primero una lucha en la prueba; luego la victoria, con la
instauración del reino de Dios. El oráculo lleva como eje portante el
tema del resto la continuidad o desaparición del pueblo («los muertos
no vivirán», dice).
La continuidad de la vida queda garantizada por el advenimiento de
nuevas generaciones. Cuando el número de los que nacen supera al
de los que mueren, el pueblo crece. Al crecer el pueblo, se hace
necesario ensanchar el territorio en busca de un más amplio espacio
vital. Esto es gloria de Dios, que es glorificado en la bendición de la
fecundidad: creced y multiplicaos...
Pero puede suceder lo contrario. El número de los que nacen
puede ser inferior al de los que mueren, diezmados por la guerra, por
las epidemias (frecuentes en la antigüedad), por el hambre o las
catástrofes naturales... Penden muchas espadas amenazantes sobre
la vida y la continuidad del pueblo que pueden disminuir su número. O
puede suceder lo contrario, en épocas de especial y ascendente
cociente de natalidad. La curva demográfica avanza en forma de
«vientres» y «nodos», ondulante en arcos que se estrechan y se
ensanchan. Es esencial que nunca se corte dicha curva, aunque los
nacidos sean pocos, porque esos pocos pueden multiplicarse en
muchos. Ese grupo reducido que garantiza la continuidad se llama
técnicamente «el resto». El fenómeno es una constante histórica.
Hubo ocasiones en que Dios hacía descender sus bendiciones sobre
el pueblo en forma de fecundidad, y el pueblo se multiplicaba
prodigiosamente, hasta significar una posible amenaza (como en el
caso de Egipto). En otras épocas, Dios castigó al pueblo reduciéndolo
a unos pocos. ¿Se va a romper el hilo de la continuidad o va a
resistir? El profeta asegura: nuestra esperanza no son los que
murieron; nuestra esperanza está en los que pueden nacer. Pero
¿qué pasará si no nacen?
La comunidad es descrita nuevamente como una fecunda matrona.
Le llega su hora, va a dar a luz: es el momento de la esperanza de que
nazca una nueva vida al mundo. Pero en ese momento de la
esperanza tiene lugar una tragedia: llegan las convulsiones del parto...
y lo que nace es... ¡viento! Falla la fuerza generatriz. Si los muertos no
viven y los vivos no nacen, no queda esperanza para el pueblo; lo
único que queda es un lugar oscuro para la resignación.
Con esta triste conclusión se llega al punto culminante del poema. Y
al tocar ese punto surge inesperadamente un grito de triunfo: ¡Vivirán
tus muertos, las sombras se alzarán! En esa revitalización de los
muertos se salva la continuidad de la historia. Sucederá al final. Pero
¿cómo sucederá? ¿Cómo podrán despertar y, en nueva comunidad,
entonar jubilosos el cántico litúrgico de alabanza a Dios? Sucede en
forma de milagro, de esta extraña manera: «porque tu rocío es rocío
de luz, y la tierra de las sombras parirá».
Importa mucho esclarecer este verso. Para ello hemos preferido
adelantar una línea global del poema. Ahora tenemos que detenernos
y analizar minuciosamente ese verso, buscándole un contexto remoto
y próximo. ¿En qué marco hay que encuadrar ese «rocío luminoso que
desciende sobre la tierra para impregnarla y hacerla fecunda, esa
tierra de las sombras que va a dar a luz»?
Hay que acudir a la ayuda de la historia de las religiones
comparadas y al estudio de los simbolismos en las mitologías (Cf.
Mircea ELIADE, Tratado de historia de las religiones. Morfología y
dinámica de lo sagrado, Ed. Cristiandad, Madrid 1981).
Lo sagrado tiene una morfología y una dinámica. La tierra tiene
función femenina, y el cielo masculina. Es la pareja primordial, común
a muchas religiones del área mediterránea y de otras culturas. En su
«Cosmogonía» recoge Hesíodo mitos antiguos de la Hélade: la Tierra
(Gaia) engendró primero un ser igual a ella y capaz de cubrirla, el cielo
(Ouranos). El inmenso Ouranos llegó arrastrando consigo a la noche
y, ansioso de amar, se tendió sobre Gaia abrazándola por todas
partes.
El cielo impregna a la tierra con el semen del rocío, lluvia o nieve
(según las regiones). La tierra, así fecundada, produce los seres
vivientes, que son sus hijos, y después la vegetación para
alimentarlos. Este esquema se trasluce en el verso 19: «porque tu
rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá». Más explícito
aparece el tema de la tierra materna, aunque no divina, como
muestran los siguientes textos:
Sal 139,13 «Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno».
Job 1,21 Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo volveré a ella».
Eclo 40,1 «Desde que salen del vientre materno
hasta que vuelven a la madre de los vivientes».
Compárense estos textos con ciertas inscripciones funerarias,
paganas y cristianas, como, por ejemplo: «Mater genuit materque
recepit»; «Terra precor fecunda levis super ossa residas»; «Suscipe,
terra, tuo corpus de corpore sumptum».
En el texto hebreo, el rocío es seminal; procede, de alguna manera,
de la divinidad; hay también una subida, pero no se trata de lo
mismo.
Estos datos permiten estudiar lo diferencial del verso: «porque tu
rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá».
Una primera diferencia consiste en que en nuestro verso el sujeto
no es el cielo divino, sino Yahvé, Señor de cielo y tierra. El envía su
rocío, pero no como un cielo paterno. Dios es señor de los elementos,
dueño de los meteoros, que él dispensa libre y generosamente.
Otro segundo cambio consiste en que su rocío no es un rocío
ordinario, sino un rocío luminoso. Sucede como en una nevada noche
de luna: está oscuro, porque es de noche y porque, además, está
nevando; pero en ciertas zonas abren las nubes franjas luminosas por
donde pasa la luna, que destella en la nevada: lo copos de nieve caen
como trocitos de luz. Así es este rocío: es luminoso, porque viene de la
zona de luz y arrastra luz en su caída, porque tiene la función de dar
luz y vida. La vida es luz, y la luz es vida. Es una novedad frente a las
visiones míticas estudiadas. Dios es el que controla y dispensa la lluvia
y el rocío luminoso.
¿En qué consiste el cambio diferencial referido a la tierra? La tierra
encierra en sus entrañas muertos, no vivientes que aún no han salido
a la luz, como en el caso zuñi. Fueron vivientes, pero ya no lo son.
Ahora son muertos, «ánimas», según la expresión popular. Lo que
encierra la tierra son seres que existen, pero no viven, aunque anden
vagantes y errabundos con algún tipo de sensación y sentimientos.
Israel no concibe la aniquilación, como tampoco los griegos. Los
muertos no viven, aunque sigan de alguna manera existiendo con una
existencia umbrátil que no es vida. Hay una diferencia fundamental
respecto a la visión mítica. Como en la visión mítica, la tierra se tiende
y se abre para recibir esa rociada luminosa. La tierra conyugalmente
tendida y materna es completamente mítica, como en el caso
precedente. Pero hay que subrayar lo diferencial: ese rocío celeste y
luminoso impregna la tierra, que siente una nueva vida estremeciendo
sus entrañas, se incorpora y deja caer el fruto de una nueva vida. El
verbo empleado significa dejar caer, según las prácticas antiguas de
dar a luz.
Algunos autores no entendieron el sentido del verbo tappil (dejar
caer) y nos dieron traducciones que deforman el sentido. La Vulgata,
por ejemplo, dice: «et terram gigantum detrahes in ruinam» (reducirás
a ruinas la tierra de los gigantes). Ha desaparecido completamente el
tema. Lo mismo se lee en una moderna traducción portuguesa: «e tu
reducirás a ultima ruina a terra dos gigantes». O también en la
Revised Standard Version: «and in the land of the shades you will let it
fall». En cambio, en las traducciones más modernas se tiene en
cuenta al sentido del verbo tappil (hacer caer, dejar caer), con su
sentido técnico de dar a luz, y pervive el sentido primordial. Esa falsa
traducción, en la que incurren la versión griega de los Setenta (oficial
en la Iglesia durante mucho tiempo) y la propia Vulgata (no menos
oficial), explica que un texto tan importante no haya sido explotado en
toda su riqueza. Tampoco se lee este texto en la liturgia de
Resurrección.
Tenemos, por tanto, lo diferencial: novedad en el comienzo (porque
el principio masculino es aquí Yahvé, que fecunda sin abrazar) y
novedad en el final (porque los hijos no son los nacidos, sino los
re-nacidos; resurrección en forma de re-nacimiento, utilizando la
simbología mítica de la pareja primordial). Lo primario y primordial es
ver la tierra como madre de los vivientes; hacerla madre de los
re-nacidos o resucitados es una proyección secundaria y posterior.
Proyectar el comienzo en el final supone una visión dinámica de la
historia que avanza hacia el final y se expresa en clave de esperanza
o de utopía. Para el creyente, en clave de esperanza; para el no
creyente, tiene que ser en clave de utopía. Incorporar a esa visión la
resurrección de los muertos supone un descubrimiento o una
revelación. Este es el mejor verso del poema, y su riqueza está
precisamente en la resonancia mítica y simbólica.
Los muertos ya no viven, nada hay que esperar de los muertos. De
la fecundidad de los vivos tampoco, porque damos a luz viento. ¿Qué
nos queda de esperanza? ¡No hay lugar para la esperanza! Sólo le
queda al hombre confesar su fracaso, porque los muertos no viven y
los vivos no dan nuevos vivientes al mundo.
Pero en ese momento en que el hombre reconoce su fracaso
humano de la vida frente a la muerte, más poderosa que la vida, abre
Dios una brecha de luz verde que lo ilumina todo y hace comprender:
¡Vivirán tus muertos! Dios enviará desde el cielo una humedad
fecunda y una luz que vivifica. Bajará hasta la tierra, se posará sobre
ella, la penetrará con la fuerza de la fecundidad divina y la hará
germinar. Las sombras se agitarán, la tierra se abrirá para parir esas
sombras. Los muertos que descansaban en el polvo se alzarán para
cantar jubilosos. Es el gran mensaje de un gozo triunfal: ¡Cielos,
enviad vuestro rocío, que se abra la tierra y germine la vida!
Si hacemos una trasposición de clave de utopía a clave cristiana de
esperanza, preguntando cuál es ese rocío, nos responde toda la
tradición cristiana: el rocío del cielo que baja a la tierra es Jesucristo,
Hijo de Dios. «O ros»!, entona una de las siete antífonas de adviento.
¡Ábranse los cielos y baje ese rocío que impregna la tierra hasta llegar
a sus entrañas! En el silencio del tiempo está ese rocío luminoso
fecundando las entrañas de la tierra, dando vida a los muertos. Con la
fuerza de esa fecundidad celeste queda impregnada la tierra para dar
a luz las sombras vivientes. ¡Tus muertos, Señor, vivirán! Es nuestra
esperanza.
Dentro del mismo contexto se ha anunciado ya el hecho sin
explicaciones: el Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos
en este monte un festín (/ls/25/06-08).
MU/RS: Ha sido la fiesta de la coronación del rey. Vencidos los
enemigos, él se sienta nuevamente en el trono para celebrar la fiesta
de su entronización con un banquete generoso para miles de invitados
de todos los pueblos de la tierra. Se celebrará en el monte del templo
de la ciudad del rey. Después del banquete suculento, el rey va a
despedir a los convidados con un regalo único e inaudito que sólo él
puede hacer: ¡Aniquilaré la muerte para siempre! El Señor Dios
enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo
alejará de todo el país (25,8). Lo ha dicho el Señor. El último enemigo
es la muerte, asegura S. Pablo (1 Cor 15,26). Y para vencer a la
muerte, el Señor entabla una lucha cuerpo a cuerpo con ella: «mors et
vita duello conflixere mirando, dux vitae mortuus regnat vivus»: (la
muerte y la vida se trabaron en pelea maravillosa. El Señor de la vida,
muerto, reina vivo). Esta es la victoria de la vida sobre la muerte. Lo
anuncia Isaías en el capítulo 25 como el gran regalo y la última
victoria. Mientras ésta no llegue, sigue viviendo amenazante el peor
enemigo de la humanidad, que es la muerte. Y lo canta en el capítulo
26 con una imagen brillante y perfectamente comprensible, porque
aflora desde una raíz mítica común a todas las culturas. Lo abordamos
ahora como evocación testimonial de la pervivencia y riqueza de esos
símbolos. Porque nos movemos entre expresiones simbólicas,
tomadas del lenguaje mitológico, para hablar de un misterio.
Expresiones como cielo-paterno, semen-fecundo, tierra-preñada,
nacimiento-regeneración... son grandes símbolos de ascendencia
mítica. Nada hay en ellos de sentimentalismo. Aquí encontramos un
lenguaje religioso auténtico que se impone por su fuerza tan pronto
como logra entenderse.
PO/XTO-VELAZQUEZ ·UNAMUNO-M: Como testimonio de la
presencia y vitalidad de este lenguaje, quiero citar aquí algunos
versos duros, rítmicamente ásperos, de un poeta moderno, el mejor
poeta religioso en lengua castellana del siglo veinte. Es D. Miguel de
Unamuno Jugo, que en 1920 publicó su poema El Cristo de Velázquez.
Es un largo poema, de la más alta contemplación, que recuerda
fácilmente formas de algunos Santos Padres como S. Efrén y otros. El
poeta se coloca ante el Cristo de Velázquez y empieza a contemplar. A
través de la mirada se le va abriendo el misterio. La clave son los
símbolos del AT proyectados magistralmente sobre ese cuerpo
vencido. Con mirada contemplativo va viendo la cabeza, la cabellera,
el pecho, el ombligo, las piernas, la osamenta... Todo lo ve, con
mirada contemplativa, a través de los símbolos que el poeta hace venir
del AT, que él conoce como el mejor de los clásicos, antes de que se
abriera el hiato entre literatura y campo bíblico. Son versos ásperos,
llenos de vigor; poesía religiosa auténtica, muy por encima del
sentimentalismo lánguido de los cantos devocionales que estuvieron
en uso. Aquí se trata de poesía religiosa auténtica.
El tema primero es el de la tierra-madre. Es un tema sentido con
especial intensidad por el poeta, a juzgar por lo que se repite y que
aquí contempla como estandarte levantado:
«Eres bandera del Señor, bandera
de carne humana que tejió en el seno
de nuestra Madre Tierra el Santo Espíritu.
Tierra, divina Tierra, Madre nuestra;
tú, la esclava del sol, estrella oscura;
tierra virgen, en nubes embozada;
son tus montañas maternales pechos
de donde baja a las sedientas vegas
agua del cielo, y de tus verdes bosques
el follaje de sombra a nuestros sueños.
En tu regazo de mullida yerba
para dormir sin fin cuna del alma,
y tu seno, que pan nos da, dio al Justo
su carne, cebo de la muerte avara;
¡tierra panera, le pariste tú!»
Son versos ásperos, con símbolos brillantes y fondo de riqueza
inagotable. No es un devoto tema de la Virgen; el poeta prefiere e
insiste más en el tema de la tierra, y canta la humanidad de Cristo a
través de esta imagen, al verdadero Dios y hombre como nosotros,
hijo de la misma madreTierra. Unamuno conoce bien los mitos clásicos
grecolatinos y la Biblia, y ambos le proporcionan material para crear
sus símbolos.
Pero ¿dónde está el tema de la resurrección? Se encuentra, v.gr.,
en la quinta parte, bajo el título «Salud»:
«... A tierra
volviste sano cual surgiste de ella,
y entero, sin romperla ni mancharla;
virgen la hizo tu muerte y la hizo madre.
Y estás muriendo sin cesar; tu muerte,
perenne sacrificio, nos es vida
perenne; sin cesar por Ti morimos,
resucitando sin cesar. Remedio
para la enfermedad de nuestra vida
la salud de tu muerte. ¡Tú y tu Madre
juntos juntasteis los dispersos miembros
del no parido Adán; juntos juntasteis
la nueva Humanidad».
Habla siempre de la madre-Tierra y recuerda el pasaje de Ezequiel
de la reunión de los huesos.
Más tarde se fija en el tema «Vientre», considerando el ombligo
como el ombligo de la tierra, punto donde está clavada la cruz. Es el
enlace del cielo con la tierra, imagen común a muchas culturas:
«Mancha de sol, por donde fue tu cuerpo
con el materno uncido; recibiste
por ella el jugo de la tierra madre.
Del Calvario en la cima un agujero
picó la cruz al ser plantada en tierra,
ombligo por donde entra a nuestra madre
tupida de dolor, sangre de Dios».
El ha recibido por el ombligo el jugo de la vida materna de la madre
tierra; ahora devuelve a la madre tierra, por el ombligo del agujero de
la cruz, sangre de Dios; y la vivifica. Es un denso juego de símbolos.
Exige una lectura lenta y contemplativa para descubrir toda la riqueza
de este lenguaje religioso.
La osamenta no se ve en el Cristo de Velázquez. Pero a través del
cuerpo vencido descubre el poeta la osamenta que sustenta su figura.
En la contemplación convoca imágenes de dos zonas y las reúne.
Pertenecen a Isaías 26 y a Ezequiel 37, la visión de los huesos:
«Tras este velo de tu carne anunciase
la osamenta, la roca de tu cuerpo,
que es hueso de los huesos de la tierra,
que es roca de la roca de tu Madre...
¿Vendrás, Señor, en carne y hueso al cabo
de los días mortales, y al conjuro
de tu voz, como ejército, a la Tierra
la matriz retemblándole, los huesos
de los que duermen en su fuerte polvo
despertarán cantando? Y el rocío
de tu sangre a esos huesos levantados,
¿los hará florecer en viva carne
donde vuelva el recuerdo?»
Aquí encontramos evocado el recuerdo de los huesos que se
reúnen y el rocío que los vivifica, la matriz de la tierra que tiembla. Son
símbolos bíblicos, ancestralmente míticos, pero recobrados por un
poeta religioso cristiano en clave nueva, que es Cristo. El rocío es la
sangre de Cristo. El poeta recoge todos esos temas dispersos, los
reúne y los expresa en clave cristiana.
Estos textos de poesía religiosa iluminan la riqueza del lenguaje
bíblico, que es lo que estamos estudiando. Existe siempre el grave
peligro de sacrificar el lenguaje en aras de fáciles y huecos
sentimentalismos. El resultado son esos repertorios de canciones
populares religiosas con música aceptable al menos, pero
vergonzantes en la letra. El lenguaje bíblico y profético no pierde vigor
y nervio.
LUIS
ALONSO SCHÖKEL
MENSAJES DE LOS PROFETAS
MEDITACIONES BÍBLICAS
SAL-TERRAE. SANTANDER-1991. Págs. 61-91