Ezequiel: el profeta mudo
En el libro de Ezequiel tenemos que afrontar la extraña situación de
hablar de un profeta mudo. Y para situar la primera pieza debemos
afrontar un problema delicado. Porque el compositor de este libro se
tomó la licencia de introducir ciertos cortes y cambios, pues le interesaba
poner una «portada» de libro como síntesis de la actividad del profeta.
Para ello recogió algunas piezas de capítulos posteriores con las que
construyó un capítulo inicial. No tuvo demasiada suerte, porque en la
operación rompió algunas piezas; luego montó el oráculo contra las
naciones a continuación de un verso, produciéndose un corte que lo
separa del resto. No es extraño que la lectura de la profecía produzca
sacudidas que la dificultan. Adelantamos algunas citas como elemento
base sobre el que vamos a trabajar:
« ... el día que yo les arrebate su baluarte,
su espléndida alegría,
el encanto de sus ojos,
el ansia de sus almas» (24,25).
«Te pondré sogas,
te amarrarán con ellas
y no podrás soltarte,
te pegaré la lengua al paladar,
te quedarás mudo
y no podrás ser su acusador» (3,25-26).
«El día que se te presentará un evadido
para comunicarte una noticia,
ese día se te abrirá la boca
y podrás hablar,
y no volverás a quedar mudo.
Les servirás de señal,
y sabrán que yo soy el Señor» (24,26-27).
«El año duodécimo de nuestra deportación, el día cinco del mes
décimo, se me presentó un evadido de Jerusalén y me dio esta noticia:
'Han destruido la ciudad'. La tarde anterior había venido sobre mí la
mano del Señor, y permaneció hasta que el evadido se me presentó
por la mañana; entonces se me abrió la boca y no volví a estar mudo»
(33,21-22).
Hay una etapa en que Dios pone sogas, amarra, priva de la libertad al
profeta y le deja mudo. Esto sucede el día en que muere la esposa y
destruyen el templo. Un evadido de la batalla le trajo la noticia, y se le
soltó la lengua. Los textos reclaman una más amplia explicación.
Ezequiel parte para el destierro en la primera deportación del año 98.
Se produce una rebelión: rompen el pacto de vasallaje bajo el rey
Joaquín, y los dominadores se llevan a Babilonia a la gente más
influyente: nobles, príncipes, el propio rey... Entre ese grupo de
personas influyentes, marcha también Ezequiel al destierro, y estando
allí recibe la llamada profética: la visión del carro alado o plataforma
volante que llega a la presencia del trono del Señor. Ezequiel es
nombrado profeta. Y comienza su actividad explicando lo que ha
sucedido por causa del pecado y predicando la conversión. Es un
profeta de desventuras, porque anuncia que lo peor está aún por venir;
la primera conquista y la deportación inicial no son más que un ensayo o
el acto primero de la tragedia definitiva que va a acaecer. Un día, de
manera repentina, le comunica Dios la muerte de su esposa,
prohibiéndole guardar luto. La gente se extraña de esta indiferencia ante
la desaparición de la mujer amada, y el profeta tiene que explicar: Os
van a quitar vuestra esposa, vuestra novia y amor, y no podréis guardar
luto por ella. Esa esposa es Jerusalén, con su templo.
Todo eso se cumple; y, coincidiendo con esa fecha, sufre Ezequiel un
ataque de afasia, quedando mudo. Esa mudez del profeta coincide con
la destrucción de la ciudad y del templo o, quizá, con el derribo de la
muralla. La brecha en la muralla se abre el 18 de julio, y la ciudad es
destruida el 15 de agosto. Mueren muchos en la catástrofe, la ciudad es
incendiada y, de los supervivientes, muchos son amarrados con cuerdas
y forzados al destierro en largas columnas. Algunos de los más pobres
logran quedarse en la zona de Judá, entre ellos Jeremías. Otros huyen
hacia el norte, y uno de esos fugitivos emprende una larga marcha de
varias jornadas hacia el destierro para informar a los desterrados de
todo lo sucedido con pelos y señales. Ese fugitivo, que abandona la
ciudad cuando ésta es pasto de las llamas, llega a Babilonia
exactamente el día 5 de enero. Tiene que marchar a pie, o quizá
utilizando los servicios de algún animal. Los desterrados tienen quizá
alguna noticia, o tal vez no saben nada. El fugitivo les proporciona
información de primera mano y detallada. Pide ver a uno de los
principales personajes del destierro, que es Ezequiel, a quien encuentra
mudo, pero no sordo. El fugitivo le informa: han incendiado la ciudad y
han destruido el templo. La noticia conmociona tan profundamente a
Ezequiel que le hace recuperar el habla. Y comienza a predicar, ahora
con un nuevo estilo, cuyo tema central es la esperanza.
Tenemos un texto recompuesto y tenemos los datos históricos que
explican la situación. Sobre ese texto y esos datos hay que montar el
comentario.
¿Qué significa el hecho de que un profeta se quede mudo en el
momento de la destrucción de la ciudad y que recupere el habla cuando
se le informa oficialmente de esa destrucción? Ha permanecido mudo de
agosto a enero, unos cinco meses escasos. ¿Qué significado tiene?
PD/COMO-NEUTRALIZARLA: Hemos hablado anteriormente de la
fuerza que tiene la palabra de Dios y de los esfuerzos humanos para que
no se oiga o para restarle eficacia. Y también hemos hablado del poder
de esa palabra frente a todos los esfuerzos y artificios humanos. Ahora
vamos a recoger tres formas o actitudes humanas, tres procedimientos
que inventa el hombre para neutralizar la palabra de Dios embotando el
filo de su eficacia. La palabra de Dios es como espada cortante de doble
filo, pero el hombre puede embotaría. Esas actitudes se encuentran
descritas en el libro de Ezequiel, y en él nos vamos a quedar hasta
encontrar el misterio de un profeta mudo.
El primer problema es el del tiempo, las fechas, el cuándo de la
profecía. Puede pensarse que, si el profeta ha hablado y nada se ha
cumplido, la profecía no vale. O también en sentido diferente: la profecía
es válida, pero hay que dar tiempo al tiempo, y aquí la cosa va para
largo.
Ezequiel había profetizado el final, la catástrofe definitiva, algo así
como el telón que iba a caer sobre el último acto de la tragedia, mucho
más grave que el primero. Ezequiel era consciente de ello por haber
visto las abominaciones cometidas en Israel sin que sirviera a su
corrección el castigo parcial de la deportación. No se producía la
deseada conversión, y tenía que llegar el castigo final. Ezequiel anuncia
el fin inminente en un fragmento en que la inminencia de ese fin se
expresa por la repetición de sinónimos como fin, final, término,
acabamiento...
«Me vino la palabra del Señor:
- Tú, hijo de Adán, di:
Esto dice el Señor a la tierra de Israel:
¡El fin, llega el fin desde los cuatro extremos del orbe!
Ya te llega el fin: lanzaré mi ira contra ti,
te juzgaré como mereces y pagarás tus abominaciones.
No me apiadaré de ti ni te perdonaré:
te daré la paga que mereces,
te quedarás con tus abominaciones,
y sabréis que yo soy el Señor.
Esto dice el Señor:
Se avecina desgracia tras desgracia:
el fin llega, llega el fin, te acecha, está llegando.
Te toca el turno, habitante de la tierra:
llega el momento, el día se aproxima sin dilación y sin tardanza.
Pronto derramaré mi cólera sobre ti,
y en ti agotaré mi ira;
te juzgaré como mereces,
y pagarás tus abominaciones.
No me apiadaré de ti ni te perdonaré,
te daré la paga que mereces,
te quedarás con tus abominaciones,
y sabréis que yo soy el Señor» (/Ez/07/01-09).
Hay insistencia con apremio: ¡se acerca el día, ya está llegando! Pero
no pasa nada. ¿Qué significa ese «ya está llegando»? Los conceptos de
tiempo, urgencia y puntualidad son muy relativos, según mentalidades y
países. Algo semejante sucede aquí. Ezequiel ha anunciado la
inminencia de la venida de ese día, pero han pasado los días, los meses
y hasta un año, y todo sigue igual. Esta desilusión se describe en el
capítulo 12 con expresiones de humor. El pueblo lo ha tomado a broma,
hace burlas e inventa chistes que se repiten en forma de estribillos
coreables y rítmicos: «pasan los días y no se cumple la visión» (12,22).
Y se lo espetan a Ezequiel cuando asoma por la calle. Es como llamarle
impostor, visionario. Pero la copla llega a oídos de Dios, que responde
con otra copia con rima y juego de palabras. El texto dice así:
«Me vino esta palabra del Señor:
-Hijo de Adán: ¿qué significa ese refrán que decís en la tierra de
Israel: 'Pasan los días y no se cumple la visión'? Pues diles: Esto dice el
Señor: Acabaré con ese refrán y no volverás a repetirlo en Israel. Diles
tú este otro: 'Ya está llegando el día de cumplirse la visión'. Porque yo, el
Señor, diré lo que tenga que decir, y lo que diga se hará, no se retrasará
más, sino que en vuestros días, casa rebelde, lo diré y lo haré -oráculo
del Señor» (12,21-25).
Todo eso está cerca, va a suceder muy pronto, se cumplirá en vida
vuestra. Se expresa en un juego rítmico y rimado de estribillos
La copla popular canta: «pasan los días y no se cumple la visión». Y
Dios responde: «ya está llegando el día de cumplirse la visión». Sólo
queda esperar a ver quién dice la verdad: Dios o el pueblo.
Nos encontramos con uno de esos que hemos denominado recursos
para neutralizar la palabra. Se toma en broma, o porque no sucede, o
porque falta mucho, aun en el caso de que suceda. Por tanto, no se
puede perder el tiempo esperando; ¡hay que vivir y aprovechar la vida
mientras llega! Dar largas es otra manera de neutralizar.
«Me vino esta palabra del Señor:
-Hijo de Adán, mira lo que anda diciendo la casa de Israel: 'Las
visiones de éste van para largo, a largo plazo profetiza'. Pues diles: Esto
dice el Señor: No se retrasarán más mis palabras; lo que diga lo haré»
(26,28).
Esta idea de dar largas, atribuida a Dios, es una manera de
neutralizar su palabra. Equivale a no tomarla en serio, a despreocuparse
dando tiempo al tiempo. Sucede como en el caso del rey Ezequías.
Vinieron unos embajadores del país de Melodán, y el rey les paseó por
el palacio y por el tesoro real, en un afán de exhibicionismo, para
demostrar que era rey. Este exhibicionismo fue una grave imprudencia
denunciada por el profeta Isaías: llegará un día en que vengan los
enemigos y se apoderen de esos tesoros, y ese día se cumplirá en
tiempo de tus sucesores. Ezequías se justifica: al fin y al cabo no va a
suceder en mi reinado. ¡Que los que vengan detrás se las entiendan!
Es una manera de dar largas neutralizando la palabra de Dios. No se
la niega; se la acepta como profecía, pero a largo plazo; los que vivimos
a corto plazo no podemos desvirtuar nuestra vida esperando el
cumplimiento de la palabra de Dios. Es un primer procedimiento tomado
del libro de Isaías.
El segundo es mucho más serio y se lee en el capítulo 13. Es el
problema de los falsos profetas. El profeta verdadero es un verdadero
enviado de Dios, y no resulta siempre tarea fácil discernir los signos de
su autenticidad. El discernimiento se esclarece en el caso del profeta
falso: es un hombre que se nombra a sí mismo y profetiza su propia
palabra y por cuenta propia. Hay toda una gama de adivinación que no
es profecía, una alternativa inventada por el hombre con versiones
diversas: astrólogos, magos, numerólogos, ocultistas, gentes expertas
en trucos que echan la buena o la mala ventura anunciando el porvenir.
O bien los burócratas de predicción oficial estatal, como en Babilonia.
Siguiendo el curso de los astros o examinado las entrañas de las
víctimas, creían detectar unos indicios donde se encontraba codificado
el porvenir. También en Roma había dos clases de arúspices oficiales,
burócratas de la adivinación.
Toda esa gama de pretenciosos interesados está excluida por Dios
en Israel. El verdadero profeta es siempre un hombre escogido por Dios
con encargo de anunciar su palabra. Al poner Dios su palabra en boca
de un hombre, asume siempre un riesgo. Vendrán otros que intentarán,
por cuenta e interés propio, arrogarse esa ciencia y esos poderes. Dios
acepta ese riesgo. No retira la profecía por el riesgo de la falsa profecía,
pero de alguna manera la provoca. Entre la literatura antigua, es el
fenómeno de la profecía en Israel un caso único, potente y rico.
Pero se da el caso de los interesados que juegan a ser profetas por
cuenta propia, y surge la falsa profecía, que puede estar fomentada por
la autoridad y aplaudida por el pueblo. El hecho se perpetúa a lo largo
de la historia de Israel. Elías tiene que enfrentarse con los profetas de
Baal. Es un caso donde el discernimiento resulta fácil siguiendo el
criterio del yahvismo y el baalismo. Si son profetas de Baal, no son
profetas auténticos, aunque los patrocine la reina Jezabel. La historia
continúa en aquella visión de Mika-Ben-Yimla: a la pregunta de si debe ir
a la batalla responde un espíritu que engaña al rey.
En Isaías no juega un papel importante la falsa profecía, mientras que
en Jeremías representa un gravísimo problema.
También Miqueas dedica un capítulo al tema de los falsos profetas.
Es un capítulo brillante, con expresiones magníficas.
Por tanto, en Israel la realidad de la profecía auténtica provoca una
profecía falsa. ¿Y por qué decimos que la profecía falsa es otro
expediente para neutralizar la palabra? Muy sencillo: porque se llega al
empate. Anuncia, v.gr., Jeremías que va a suceder una desgracia. El
anuncio no agrada, y -se le objeta: pues hay otro que anuncia lo
contrario. Y se produce el empate, la neutralización. Cada uno elige el
anuncio que más le gusta, lo que le va mejor.
En el caso concreto de Ezequiel que nos ocupa, uno dice que el
destierro va a ser cosa de unos meses o, a lo más, un par de años. Otro
opone que van a pasar varias generaciones; uno anuncia desgracias,
exige justicia y conversión ... ; otro asegura que no hacen falta cambios,
porque todo está en paz... Y se prefiere al profeta de comodidades. La
profecía falsa neutraliza la auténtica. Hay que prestar atención al
capítulo 13:
«Me vino esta palabra del Señor:
-Hijo de Adán, profetiza contra los profetas de Israel, profetiza
diciéndoles: Escuchad la palabra del Señor. Esto dice el Señor:
¡Ay de los profetas mentecatos que inventan sus profecías, cosas que
nunca vieron, siguiendo su inspiración! Como raposas entre ruinas son
tus profetas, Israel» (1-4).
Hay ya una definición inicial de los profetas mentecatos o falsos. Hay
un juego de palabras -nebi'im-nebalim- que diferencia a unos y a otros.
El profeta auténtico sigue el espíritu de Dios, mientras que el falso sigue
su propio espíritu, su propia inspiración. Luego se les compara a las
raposas en un verso que pudo ser una adición.
En la cultura palestina el raposo es un animal pequeño e
insignificante, pero dañino; en nada relacionado con la astucia, como
sucede entre nosotros. Las ruinas y escombros son el habitáculo ideal
para las raposas, porque allí encuentran fácil cobijo y protección,
pueden hacer salidas o esconderse, según la conveniencia. Es en los
tiempos de crisis cuando medran todos los oportunistas, todos los
especuladores, y también los falsos profetas. En momentos de grave
confusión surge uno que levanta la voz anunciando algo trascendente
en nombre de Dios, hace su negocio y vuelve a ocultarse entre las
ruinas mentales. Es el terreno donde mejor se mueven los falsos
profetas, pequeños y dañinos.
En el verso 5 encontramos la imagen de los que acuden a la brecha o
levantan una cerca. La imagen pertenece al campo de la guerra y los
cultivos. Las tierras de labrantío están a veces separadas por una tapia
de piedras, y las ciudades tienen sus murallas, con almenas y puertas
bien defendidas. Las cercas de los huertos, viñedos... tienen función de
protección contra animales o ladrones. El que intenta robar en la viña o
asaltar la ciudad procura abrir brechas para introducirse, sin necesidad
de derribarla toda. El campesino propietario o el militar que defiende la
ciudad saben muy bien qué hay que hacer cuando se abre una brecha
en la muralla. Es necesario ir con urgencia y cerrarla con el cuerpo o con
las armas.
Pues bien, lo que protege al pueblo de Israel no son murallas ni
cercas de piedras, sino la fidelidad al Señor. Sin esa lealtad valdrán muy
poco las murallas. Brechas contra esa fidelidad son la idolatría, la
injusticia, la explotación... Entonces corresponde al profeta lanzarse el
primero a la brecha y cerrarla con su predicación o intercesión: ¡Fuera
idolatría, perdona a tu pueblo, Señor! Si el pueblo vuelve a ser fiel, Dios
se apiada, y queda cerrada la brecha. En el salmo 106 se entera Moisés
de que Dios quería destruir al pueblo por su pecado. Y Moisés se
interpone, cierra el paso a la ira de Dios con su intercesión, y la brecha
se cierra. Esto es lo que hacen los verdaderos profetas y no hacen los
falsos. A éstos no les preocupan las brechas, porque ganan con las
ruinas.
En el verso 6 se leen unas expresiones enérgicas, marca de un buen
escritor, que en pocas palabras, con su adjetivo, lo expresa todo:
«visionarios falsos, adivinos de embustes, que decís 'oráculo del Señor'
cuando el Señor no os envía». Mienten y perjuran. Además esperan que
se cumplan sus embustes. Es un caso psicológicamente bien observado
de autoengaño: a fuerza de decir lo que piensan, llegan a pensar
conforme a lo que dicen. Anuncian sus propias ocurrencias y luego
esperan, confiados, que se cumplan como promesa de Dios. Nos
encontramos ante una descripción aguda, certeza y enérgica de los
falsos profetas.
A continuación, tras la exposición del delito, se anuncia la sentencia:
«Por tanto, esto dice el Señor:
Por haber dicho mentiras y haber visto engaños,
por eso estoy aquí contra vosotros
-oráculo del Señor-.
Extenderé mi mano contra los profetas,
visionarios falsos y adivinos de embustes;
no tomarán parte en el consejo de mi pueblo,
ni serán inscritos en el censo de Israel,
ni entrarán en la tierra de Israel,
y sabréis que yo soy el Señor» (13,8-9).
El castigo consiste en una excomunión y destierro perpetuos: no
participarán en la deliberación de las autoridades ni en el gobierno, y
serán tachados del censo de la casa de Israel. Equivale a una
excomunión que les aparta definitivamente del pueblo. Este regresará a
la patria el día de la liberación; ellos quedarán para siempre en el
destierro por haber falsificado la palabra de Dios, perjudicando al pueblo
y a la profecía auténtica.
Poseemos todos los datos sobre el delito y la pena. El desarrollo se
amplía: porque habéis extraviado a mi pueblo tranquilizándolo con
garantías de paz cuando no la había, induciéndole a construir moradas
provisionales que se convertirán en su ruina.
Es una variación amplificada. Al pueblo le han dado falsas
seguridades con promesas de paz: todo va bien; hemos sufrido un
revés, pero Dios está con nosotros y triunfaremos... Y el pueblo se
engaña y permanece en su idolatría, injusticias y pecado. El engaño se
expresa con imágenes del campo de la construcción. El pueblo así
extraviado se dedica a vivir: construye sus viviendas a la ligera, sin
imaginarse lluvias intensas ni fuertes vendavales. Son como
construcciones de fantasía que no van a llegar el revoque de la
aprobación del profeta verdadero. Eso lo hacen los falsos profetas: dar
seguridad, aprobar, enlucir las falsas construcciones de la fantasía. El
profeta auténtico no engaña; el profeta previene contra la inutilidad de
sus superficiales construcciones el día del vendaval y de la lluvia.
«Por tanto, esto dice el Señor:
Con furia desencadenaré un vendaval,
una lluvia torrencial mandaré con ira,
y pedrisco, en el colmo de mi furia.
Derribaré la pared que enlucisteis,
la tiraré al suelo,
quedarán al desnudo sus cimientos;
se desplomará, y pereceréis debajo,
y sabréis que yo soy el Señor» (13,13-14).
Es un segundo modelo de intento, por parte del hombre, de
neutralizar la palabra del Señor. Consiste en recubrir con una capa de
falsa profecía la frágil pared de pandereta de las vanas ilusiones.
Aparece un profeta con gesto llamativamente extraño. Hay una
estampa popular del hombre o mujer que portan al hombro una carga
equilibrada. Sobre el hombro, protegido con una almohadilla, gravita el
centro de un yugo o balancín de cuyos extremos penden dos pesos
equilibrados. Así se camina trasportando la carga.
Imitando simbólica y teatralmente esta costumbre popular, un profeta
se pone un pesado yugo al hombro, pasea espectacularmente por la
ciudad, arroja el yugo al suelo, lo rompe y anuncia: Así romperá Dios el
yugo del destierro de Babilonia. Y se concluye: este profeta anuncia
cosas buenas.
Pero llega Jeremías y dice: Dios os impondrá un yugo de hierro para
que no podáis romperlo. Y se pregunta: ¿quién dice la verdad?
Es idéntica la manera de presentarse, y esto hace difícil el
discernimiento. Hay autodenominados profetas que se inspiran en la
propia fantasía, buscan prestigio o dinero y oponen su falsa profecía a la
verdadera, con efecto neutralizador. Por eso añadimos todavía un tercer
caso o posibilidad que encontramos también en el libro de Ezequiel:
«Y tú, hijo de Adán, tus paisanos andan murmurando de ti al abrigo de
los muros y a la puerta de las casas, diciéndose uno a otro: 'Vamos a ver
qué palabra nos envía el Señor'. Acuden a ti en tropel, y mi pueblo se
sienta delante de ti; escuchan tus palabras, pero no las practican; con la
boca dicen lisonjas, pero su ánimo anda tras el negocio. Eres para ellos
coplero de amoríos, de bonita voz y buen tañedor. Escuchan tus
palabras, pero no las practican. Pero cuando se cumplan, y están para
cumplirse, se darán cuenta de que tenían un profeta en medio de ellos»
(33,30-33).
Es una manera, pintoresca y curiosa, de neutralizar la palabra del
Señor. No es tan grave como la de los falsos profetas, pero hay que
tenerla en cuenta. No consiste en rechazar la palabra, sino en aplaudirla
sin aceptarla. Se respeta la palabra, se le conceden honores, pero deja
la vida intacta, la vida sigue igual.
Hay un aspecto de curiosidad propio de quien está alerta para captar
en todo momento las últimas noticias. ¡Va a hablar Ezequiel, vamos a
oírle! Y quieren oir de él información sobre las últimas noticias, al socaire
de los muros y en la solana de la tarde. Se oye la palabra de Dios como
pasatiempo o por curiosidad, uno se informa pero no se forma o
conforma según esa palabra que ha quedado ineficaz, neutralizada.
Y hay otro aspecto artístico, estético... Se oye al profeta -si es el
profeta de moda, tanto mejor-, se comenta con elogio su voz, su
presencia, su exposición, sus recursos oratorios... sin que el contenido
que anuncia penetre por la inteligencia hasta el corazón. La semilla de la
palabra ha caído en el camino y no fructifica.
Ezequiel tenía indudable talento literario, era un buen músico y un
brillante declamador. La gente acudía a oírle como a un espectáculo,
con el mismo afán y curiosidad con que las masas de fans van a aplaudir
hoy a sus ídolos de la canción o «estrellas» con capacidad de
convocatoria. Todos los artistas de masas tienen en Ezequiel su
antecesor y patrono. Pero más que poeta, coplero o cantante de moda,
Ezequiel es, ante todo, un profeta. Quien no lo entienda así ha
neutralizado la palabra de Dios.
Lo mismo le pudo suceder a Isaías, más poeta que Ezequiel y,
probablemente, también recitador. Todo ello nos da una visión
pintoresca, realista y exacta. Las masas escuchan y aplauden a
Ezequiel, hombre popular, pero no han visto al profeta. No se enfrentan
con él, ni le abuchean, ni le tiran piedras..., pero todo queda en pura
estética superficial.
El lector de la Biblia puede quedar fascinado por el arte de su estética
sin prestar atención al mensaje. Hay en ella historias fascinantes,
imágenes bellas, poemas originales y ritmo de salmos de la mejor calidad
literaria... ¡pero eso es todo! La palabra de Dios se recibe como objeto
de curiosidad o pasatiempo, con mucho de información, quizá, pero nada
de conversión: ¡no pasa nada!
Hemos revisado tres formas, entre otras, de neutralizar la palabra de
Dios. Por esa palabra envía Dios a su pueblo un mensaje que
«escuece» y penetra buscando conversión con oferta de perdón, pero el
pueblo encuentra maneras de desviar la palabra y soslayar el mensaje.
¿Cómo reacciona Dios? Sustituirá el mensaje del perdón por la amenaza
de castigo y, cuando llegue el momento de los hechos, se callará; ya no
habrá palabra de Dios.
En el capítulo 24 se narra, ya lo hemos indicado, la muerte repentina
de la esposa de Ezequiel, y esa muerte se convierte en oráculo. Significa
la muerte y destrucción de la esposa, la matrona, Jerusalén. El profeta
se convierte, en propia carne y vida, en oráculo viviente.
«Me vino esta palabra del Señor:
'Hijo de Adán, voy a arrebatarte repentinamente
el encanto de tus ojos;
no llores ni hagas duelo ni derrames lágrimas;
laméntate en silencio como un muerto, sin hacer duelo;
líate el turbante y cálzate las sandalias;
no te emboces la cara ni comas el pan del duelo'.
Por la mañana yo hablaba a la gente,
por la tarde se murió mi mujer,
y a la mañana siguiente
hice lo que se me había mandado.
Entonces me dijo la gente:
¿quieres explicarnos qué nos anuncia
lo que estás haciendo?
Les respondí: Me vino esta palabra del Señor:
'Dile a la casa de Israel:
Esto dice el Señor:
Mira, voy a profanar mi santuario,
vuestro soberbio baluarte,
el encanto de vuestros ojos,
el tesoro de vuestras almas.
Los hijos e hijas que dejasteis caerán a espada.
Entonces haréis lo que yo he hecho:
no os embozaréis la cara
ni comeréis el pan del duelo;
seguiréis con el turbante en la cabeza
y las sandalias en los pies;
no lloraréis ni haréis duelo;
os consumiréis por vuestra culpa
y os lamentaréis unos con otros.
Ezequiel os servirá de señal:
haréis lo mismo que él ha hecho:
Y cuando suceda, sabréis que yo soy el Señor.
Y tú, hijo de Adán,
el día que yo les arrebate su baluarte,
su espléndida alegría,
el encanto de sus ojos,
el ansia de sus almas,
ese día se te presentará un evadido
para comunicarte una noticia.
Ese día se te abrirá la boca y podrás hablar,
y no volverás a quedar mudo.
Les servirás de señal
y sabrán que yo soy el Señor'» (24,15-27).
Todo esto se cumplió. Lo cual significa que, cuando el hombre cierra
sus oídos para no escuchar, Dios retira su palabra y se produce el
silencio de Dios. Pero aquí no se calla. Dios quiere extremar los hechos,
da un paso más y les envía un profeta mudo. Un profeta mudo es más
que el silencio total, porque su mudez está cargada de sentido. Cinco
meses tiene que pasar el profeta en medio del pueblo, con su silencio
opresivo y expresivo. Esa incapacidad de hablar, en un hombre portador
de un mensaje, es como un grito del silencio de Dios. Dios quiere hace
sentir su silencio, que es una manera nueva de hablar. Dios está allí, en
su profeta mudo, hablando más por su silencio que por sus palabras.
SILENCIO-D/CORRIGE: Este es el destino de Ezequiel durante un
tiempo. ¿Qué mensaje trae ese silencio de Dios que desciende como
niebla pegajosa y densa, que envuelve y penetra? Pretende hacer sentir
al pueblo el vacío de Dios como algo insoportable. Es comparable al
aislamiento de una celda de castigo . El pueblo tiene que sentir al vivo y
experimentar ese silencio de Dios como un vacío en sus venas y en sus
almas, como la angustia de quien no puede respirar por falta de oxígeno.
Tiene que sentir esta angustia para que ese momento ilumine una culpa,
ahonde un vacío y cree una necesidad tan urgente y necesaria como la
necesidad de oxígeno. Sólo cuando llegue al límite insoportable del
vacío, estará dispuesto el pueblo para escuchar de nuevo la palabra de
Dios, se romperá el silencio, el profeta volverá a hablar como mensajero
de la palabra de Dios, y esa palabra encontrará un amplio espacio de
resonancia. Es una etapa dura, pero necesaria, como capacitación para
la escucha.
El silencio manifestado en la mudez coincide históricamente en la
cronología con la destrucción de Jerusalén y del templo. En la larga
historia de la salvación es como un gran calderón, un largo silencio. En
un momento dado, tal como se cuenta en 33,21, llega un evadido y
anuncia lo sucedido. Ezequiel lo escucha. En ese momento se le suelta
la lengua y empieza de nuevo su actividad profética, pero ahora con
cambio de signo: en adelante, será fundamentalmente profecía de
promesa y esperanza, llamada a la responsabilidad personal. Ezequiel
será otro profeta, y el pueblo le recibirá como mensajero de la palabra
del Señor. Este es el significado profundo del silencio de Dios,
manifestado por un profeta mudo.
Hacemos ahora una trasposición temporal a nuestra situación
cristiana. Tenemos que pasar por Cristo. Dios, después de enviar
muchas palabras y hablar a nuestros padres de muchos modos por
medio de los profetas, en un momento dado nos habla por una Palabra
suya que, es su Hijo hecho hombre (Heb 1, 1-2). Todo cuanto él es, dice
o hace, es palabra de Dios: curar enfermos, liberar endemoniados,
predicar en el monte, orar en la soledad... todo es palabra de Dios. Los
hombres pueden sentir y sucumbir a la tentación de neutralizar
trivialmente esa palabra: ¡es falso profeta!, ¡actúa en nombre de
Beelzebú!, ¡va contra la ley...! Crean en torno a él una ideología
tendenciosa para desacreditar su persona y neutralizar su mensaje.
Pero, como todo él es palabra, tendrán que eliminarle para conseguir
que se calle. Y pondrán una losa encima para que ni se vea ni se
escuche. ¡Es su triunfo! Pero en ese momento en que esa palabra cae
muerta, es sepultada y cerrada con una losa, cae sobre el mundo el
gran silencio de Dios. Es el gran silencio. La palabra ya no se oye,
porque los hombres han logrado hacerla enmudecer. Pero, pasado
cierto tiempo, Dios hace vibrar de nuevo esa Palabra con renovada
fuerza, investido totalmente del espíritu, con un mensaje de esperanza.
Esa Palabra recoge todas las precedentes, las unifica, las ilumina con su
propia luz... y comienza la nueva etapa de la Palabra, que es síntesis de
todas las precedentes. Esto sucede en el momento histórico en que se
rompe el silencio de Dios .
¿Significa esto que estamos ya en la era de la palabra sin silencio,
porque Dios ha dado su Palabra definitiva y ha sido glorificada la
Palabra muda? ¿Disponemos siempre y en cualquier momento de la
Palabra de Dios, porque ya no hay silencios? También nosotros, en
cuanto individuos y como pueblo, podemos obstinarnos en buscar
nuevas maneras de neutralizar esa Palabra, rebajarla, expurgarla,
aguarla, amputarla... simplemente para hacerla acomodaticia. Esos
intentos se expresan en fórmulas como «este pensamiento se expresa
con una hipérbole», «naturalmente, esto debe entenderse en relación
con aquel otro texto ... », «S. Pablo está aquí condicionado
sociológicamente ... » y otros mil modos sutiles que apuntan a lo mismo,
a lo que Dios responde con sus silencios. ¿No hemos experimentado los
silencios de Dios en momentos de la vida personal, en la historia de una
comunidad o de la Iglesia? ¿Por qué y para qué calla Dios? Puede
callarse, porque los hombres no quieren oir su palabra o intentan
manipularla. O se calla para provocar sed, necesidad de esa palabra,
esperando a que los hombres abran espacios libres donde la palabra
pueda resonar de manera auténtica. Son necesarios y útiles momentos
de noche oscura para experimentar el vacío horrible y la necesidad de
esa palabra con virtualidades de oxígeno. Nos puede ocurrir que
acudamos a la palabra buscando un texto bíblico que no dice nada, un
texto mudo como expresión del silencio de Dios. ¿Por qué y para qué?
La respuesta forma parte de una experiencia purificadora frente al abuso
trivializado y el uso superficial de la palabra de Dios: un hambre que no
se sabe saciar, un deseo de oir que no sabe escuchar. Y Dios tiene que
responder con el silencio. Sólo después de esta experiencia dolorosa y
asfixiante puede el hombre abrirse incondicionalmente a esa palabra.
Los cristianos necesitarnos también, y paradójicamente, profetas
mudos. En la vida individual y comunitaria puede haber espacios en que
no se perciba otra cosa que no sea el silencio de Dios. Y será útil si ese
vacío se convierte en resonador auténtico de la palabra divina.
LUIS
ALONSO SCHÖKEL
MENSAJES DE LOS PROFETAS
MEDITACIONES BÍBLICAS
SAL-TERRAE. SANTANDER-1991. Págs. 41-57