La palabra "profetismo" ha alcanzado elevadas cotas de popularidad. «Profeta» es el que anuncia el futuro y sobre todo el que habla en nombre de Dios para denunciar el mal. No se pueden forzar las cosas. No se pueden imaginar fáciles, arbitrarios antropomorfismos; como si Dios tuviera que manifestarse de manera bien concreta hablando sonidos articulados humanos para hacerse entender y comunicar sus deseos. La providencia tiene sus vías y sus métodos. Lo más admirable y al mismo tiempo lo más vulgar es que, "según la disposición divina, la historia entera es en sí misma una revelación" (H. de Lubac). Dios inspira y anima. Los hombres deben interpretar los «signos de los tiempos», lenguaje de Dios, y a través de los cambiantes de la historia interpretar la verdad que es dictada desde arriba. Así se abrió la primera revelación a través de las vicisitudes de la pequeña porción de Israel que desembocan en Cristo, el gran profeta, palabra del Padre y revelación definitiva.

Pero el carisma profético no ha desaparecido de la iglesia. Nadie ha coartado la acción del Espíritu Santo. En la actualidad, todo hombre que anuncia un mensaje es considerado como profeta: Juan Pablo ll, Kennedy, L. King, Helder Cámara, Walesa, Teresa de Calcuta, obispo Romero, Tutu... ¿Son todos profetas, o lo son todos por igual? Pablo dio ya su criterio y delimitó el campo del profeta, porque el don o carisma de profecía no autoriza a pretender gobernar la iglesia (1 Cor 14, 37). Es aquí donde se debe practicar un riguroso discernimiento de espíritus para ver quiénes vienen de Dios. Jesús anunció la venida de profetas y de pseudoprofetas, y no todo el que dice profetizar lo hace en nombre de Cristo.

El primer criterio dado por el mismo Jesús es el de los frutos producidos: por sus frutos los conoceréis (Mt 7, 16). Otros criterios:

«Creemos que el carisma de profecía es distribuido por el Espíritu sin tener en cuenta categorías jerárquicas... Creemos que actúa en la iglesia y en la sociedad, pero el discernimiento entre los verdaderos y los falsos profetas no pueden hacerlo ellos mismos. No tienen autoridad para ello. Es, pues, necesario que alguien pueda discernir el buen espíritu del malo. Para eso está constituida la jerarquía» (Card. Daniélou).

«Los falsos profetas son unos hombres cuyo criterio soberano no es la verdad. Son hombres que están más a la escucha de los hombres que de Dios, dispuestos a decir cualquier cosa para justificar las pasiones de su grupo; los que adulan la opinión pública, los que se comprometen en el instante en que el compromiso empieza a ofrecer más ventajas que riesgos..." (H. de Lubac).

«El profeta es un hombre que, salvando el abismo entre las palabras y las obras, se incorpora a sí mismo al mensaje que anuncia. Es un hombre que tiene como misión la de revelar el presente, dotado como está de una mirada penetrante que le hace conocer de una manera extraña el presente y no el futuro como ordinariamente se cree. Es, finalmente, un contestatario encargado de desenmascarar y amonestar. Jesús realizó el oficio de profeta de manera admirable» (A. Manaranche).

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO NUEVAS HOMILIAS, CICLO B
EDIT. VERBO DIVIN0 ESTELLA 1987, pág. 104 s