NUESTRO DEFECTO DE FABRICA
Rara es la guerra que no acaba fabricando "hombres-topo", es decir, personas significadas del bando perdedor que, por miedo a las represalias, deciden encerrarse de por vida en una habitación a la que una persona de confianza, la única que conoce su presencia, les lleva lo necesario para subsistir. Con frecuencia ocurre que treinta o cuarenta años después de la guerra uno de ellos es descubierto por casualidad. . . I y entonces se entera de que no había ningún cargo contra él!
Tengo la impresión de que algo parecido nos ha ocurrido con el dogma del pecado original. Su formulación tradicional -que en seguida vamos a recordar- resulta hoy tan impresentable que muchos cristianos han hecho de ella una "doctrina-topo", arrinconándola vergonzantemente en el mismo cuarto trastero donde tiempo atrás se desterró a los reyes magos, a las brujas y a otros mil recuerdos de la infancia.
No obstante, yo abrigo la esperanza de que, si nos atrevemos a sacar a la luz del día la presentación que los teólogos actuales hacen del pecado original, descubriremos, como en el caso de aquellos "hombres-topo", que nuestros contemporáneos no tienen nada contra ella.
Recordemos cómo describía un viejo catecismo el pecado original:
"El cuerpo de Adán y Eva era fuerte y hermoso, y su espíritu era transparente y muy capaz. Gozaban así de un perfecto dominio sobre la naturaleza entera", pero pecaron, y su pecado "ha dañado a todos los hombres, pues a todos los hombres ha pasado la culpa con sus malas consecuencias". "Este pecado se llama pecado hereditario, porque no lo hemos cometido nosotros mismos, sino que lo hemos heredado de Adán." "La culpa del pecado original se borra en el bautismo. Pero algunas de sus consecuencias quedan también en los bautizados: la enfermedad y la muerte, la mala concupiscencia y muchos otros trabajos."
Lo que ocurrió en el paraíso fue, por tanto, un "fatal error gastronómico", como dice irónicamente Michael Korda 1. Y es que para la moderna sensibilidad por la justicia resulta intolerable la idea de que un pecado cometido en los albores de la humanidad podamos heredarlo los hombres que hemos nacido un millón de años más tarde. Quedaría muy malparada la justicia divina si nosotros compartiéramos la responsabilidad de una acción que ni hemos cometido ni hemos podido hacer nada por evitarla. Se entiende que los genes transmitan el color de los ojos, pero ¿quién se atrevería a defender hoy la teoría de Santo Tomás de Aquino, según la cual el semen paterno es la causa instrumental físico-dispositiva de transmisión del pecado original? 2
También son muy serias las objeciones que nos plantea la paleontología. ¿En qué estadio de la evolución situaremos esa primera pareja que, según el catecismo, era "fuerte, hermosa de espíritu transparente y muy capaz"?; ¿en el estadio del homo sapiens, una de cuyas ramas sería el hombre de Neanderthal?; ¿en el del homo erectus, al que pertenecen el Pitecántropo y el Sinántropo?; ¿en el del homo hábilis, reconstruido gracias a los sedimentos de Oldoway, o tal vez en el estadio del austrolopitecus? Es verdad que sobre gustos no hay nada escrito, pero cuando uno contempla las reconstrucciones existentes de todos esos antepasados, cuesta trabajo admitir la afirmación de los catecismos sobre su hermosura. Y en cuanto a su inteligencia... ¿para qué hablar? Después de Darwin es imposible defender que hubo una pareja más perfecta que nosotros en los albores de la humanidad.
Y lo malo es que ni siquiera podemos hablar de una pareja porque, obviamente, la unidad biológica que evolucionó no era un individuo, sino una "población". Hoy la hipótesis monogenista ha tenido que ceder paso a la hipótesis poligenista. Y eso plantea nuevos problemas al dogma del pecado original. Si hubo más de una primera pareja, ¿cuál pecó? Si fue "la mía", mala suerte; pero si no...
No debe extrañarnos que el evolucionismo primero y el poligenismo después crearan un profundo malestar entre los creyentes y les indujeran a elaborar retorcidas suposiciones para poder negarlos. Philip Gosse, por ejemplo, propuso la idea de que Dios, con el fin de poner a prueba la fe del hombre, fue esparciendo por la naturaleza todos esos fósiles que en el siglo pasado empezaron a encontrar los evolucionistas.
Todavía Pío XII, en la Humani generis (12 de agosto de 1950), pedía a los científicos que investigaran, sí, pero después sometieran los resultados de su investigación a la Santa Sede para que ésta decida si la evolución ha tenido lugar y hasta dónde ha llegado 3. No creo que sean muchos los que estén dispuestos a supeditar la ciencia a la fe y, cuando los hechos no encajen con sus creencias, digan: "Pues peor para los hechos." Y no porque les falte fe, sino porque el Vaticano II ha afirmado "la autonomía legítima de la cultura humana, y especialmente la de las ciencias".4
Así pues, lo que procede es intentar reformular, a la luz de los nuevos datos que la ciencia nos ha aportado, el dogma del pecado original, que está situado en una zona fronteriza entre la teología y las ciencias humanas.
En busca del origen del mal
Tratemos de reconstruir lo que ocurrió. La historia de Adán y Eva procede únicamente de los tres primeros capítulos del Génesis (las alusiones de Sab 2, 24; Sir 25 24; 2 Cor 11, 3 y 1 Tim 2, 14, remiten todas ellas a dicho relato sin aportar nada nuevo).
El libro del Génesis es uno de los llamados "libros históricos" del Antiguo Testamento, pero esa narración es como un meteorito que, desprendido de los "libros sapienciales", ha caído en medio de los "históricos". Su estilo no deja lugar a dudas. Sería inútil buscar el "árbol de la ciencia del bien y del mal" en los manuales de botánica. Se trata de un término claramente sapiencial, como lo son los demás elementos de que se ocupa el relato: la felicidad y la desgracia, la condición humana, el pecado y la muerte; temas de reflexión todos ellos de la Sabiduría oriental.
Así pues, no podemos acercarnos al pecado de Adán con curiosidad de historiadores, como podriamos hacer con el pecado de David, por ejemplo. Es más: Adán ni siquiera es un nombre propio, sino una palabra hebrea que significa "hombre" y que, por si fuera poco, suele aparecer con artículo: ha adam ("el hombre").
No debe extrañarnos que en esa narración -que no es histórica sino sapiencial- se ignore tanto la evolución de las especies como el poligenismo. Esos tres capítulos del Génesis no resultan de poner por escrito una tradición que hubiera ido propagándose oralmente desde que ocurrieron los hechos. ¡Así es imposible cubrir un lapso superior al millón de años! Tampoco cabe pensar que estamos ante un relato para mentes primitivas escrito por un autor que estaba "mejor informado" que sus contemporáneos por haber tenido una visión milagrosa de lo que aconteció.
Además, carece de sentido esperar que los autores bíblicos respondan a problemas de nuestra época, como los referentes al origen de la humanidad, que eran totalmente desconocidos para ellos. Lo que sí debemos buscar, en. cambio, son las respuestas que daban a problemas comunes entre ellos y nosotros porque así, en vez de acentuar los aspectos anacrónicos de la Escritura, captaremos su eterna modernidad. Pues bien, el autor de esos capítulos se plantea un tema clásico de la literatura sapiencial que además es de palpitante actualidad: ¿Por qué hay tanto mal en el mundo que nos ha tocado vivir? "¡Oh intención perversa! ¿De dónde saliste para cubrir la tierra de engaño?" (Sir 37, 3). Y dará una respuesta diferente de las que encontramos en las religiones circundantes.
Algunas creencias daban por supuesto que, si Dios había creado todo, tenía que haber creado también el mal. Según el poema babilónico de la creación, Ea. que modeló al hombre con barro, puso en él tendencias malas al mezclar con el barro la sangre podrida de un dios caído, Kingú 5.
Otras creencias, para salvaguardar la bondad de Dios, hacen que aparezca a su lado una especie de anti-dios que sería el origen del mal. Por ejemplo, en la religión de Zaratustra la historia del mundo es entendida como la lucha entre los principios opuestos e igualmente originarios y poderosos del bien y del mal: Ohrmazd y Ahriman 6. Nuestro autor rechaza ambas explicaciones. E1 mal, ni lo ha creado Dios ni lo ha creado un segundo principio independiente de Dios, sino que lo ha introducido en el mundo el mismo hombre al abusar de la libertad que Dios le dio. Sólo que el autor bíblico no se expresaba así, mediante términos abstractos, como nosotros. El pertenecía a una cultura narrativa. (Por eso Jesús, que pertenecía a esa misma cultura narrativa, se expresaba siempre con parábolas.)
Normalmente los escritores bíblicos no se inventaban las narraciones que iban a emplear como vehículo de expresión, sino que seleccionaban su material de las tradiciones populares de Israel y de los pueblos vecinos. En este caso les vino como anillo al dedo el relato de la creación en siete días que nosotros conocemos desde niños. Para dejar claro que existe un único principio, Dios aparece creando todo, incluso el sol y la luna que en otros pueblos eran considerados dioses. Y para decirnos que Dios no creó el mal, concluye cada día de la creación con el famoso estribillo de "vio Dios lo que había hecho, y estaba bien". Después sólo faltaba añadir la narración del pecado de Adán y Eva.
Evidentemente, cuando se analiza con detenimiento la solución propuesta, vemos que está mucho más claro lo que niega (el mal no lo ha creado Dios, pero tampoco un segundo principio distinto de Dios) que lo que afirma (el mal lo ha introducido el hombre abusando de su libertad), porque cabría preguntarnos: Y. ¿por qué el hombre abusó de su libertad, si fue creado bueno por Dios? El recurso a Satanás, que a su vez seria un ángel caído (cfr. 2 Pe 2, 4; Jud 6), sólo traslada la pregunta a otro sitio: ¿Por qué pecaron los ángeles, si habían sido creados buenos por Dios?
De modo que el autor bíblico deja en el misterio el origen absoluto, metafísico, del mal -la Escritura habla del "mysterium iniquitatis" (2 Tes 2, 7)-, pero no así el origen del mal concreto que había en su tiempo: Este lo habían introducido los hombres del pasado a través de una inevitable y misteriosa solidaridad.
El hombre moral en la sociedad inmoral
De paso, el autor bíblico nos ha dado una lección de "buen hacer" teológico: La obligación de la teología es reflexionar sobre la experiencia humana para darle una interpretación desde la fe. Sólo así se evitará aquella acusación que definía irónicamente al teólogo como un hombre que da respuestas absolutamente precisas y claras a preguntas... que nadie se había hecho.
Así, pues, seguiremos nosotros también ese cambio: Reflexionar sobre nuestra situación de hoy para descubrir en ella las huellas del pecado original. De hecho, todos sabemos que "el hombre, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador" 7. De este modo invertiremos el orden de la búsqueda: La presentación tradicional descendía de la causa al efecto. Se suponía conocido lo que ocurrió en el pasado (la transgresión del paraíso) y se deducían las consecuencias que aquello tiene en el presente (pérdida de la gracia y de diversos dones). Nuestra presentación, desde los efectos (la situación de miseria moral en que vivimos, que es lo que nos resulta directamente conocido) ascenderá a buscar la causa.
Vamos a empezar desempolvando el concepto de responsabilidad colectiva. Entre los semitas la conciencia de comunidad es tan fuerte que cuando tienen que aludir a la muerte de un vecino dicen: "Nuestra sangre ha sido derramada." 8 Tan intensos eran sus lazos comunitarios que les parecía lógico ser premiados o castigados "con toda su casa", tanto por el derecho civil como por Dios (cfr. Ex 20, 5-6; Dt 5, 9 y ss.). En medio de aquel pueblo los profetas tuvieron que insistir sobre la responsabilidad personal de cada individuo:
"En aquellos días no dirán más: 'Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren la dentera'; sino que cada uno por su culpa morirá: quienquiera que coma el agraz tendrá la dentera" (Jer 31, 29-30; cfr. Ez 18).
Nosotros, en cambio, educados en el individualismo del derecho romano, lo que necesitamos es más bien profetas que nos hagan descubrir la responsabilidad colectiva.
Veamos algunos datos de la experiencia:
Cada año mueren de hambre en el mundo cincuenta millones de hombres. Ninguno de nosotros querríamos positivamente que murieran, y muchos desearíamos poder evitarlo, pero nadie sabe qué puede hacer. Y a la vez tampoco nos sentimos inocentes: En nuestra mesa -en la mesa del 27 por 100 de la humanidad- está el 84 por 100 de la comida y de la riqueza del mundo. Y no creemos que sobre nada.
INJUSTICIA/ESTRUCTURAS: Cuentan que la célebre teóloga alemana Dorothee Solle, durante el debate que siguió a una de sus conferencias, fue impugnada por uno de sus oyentes. La reprochaba no haber hablado suficientemente del pecado. "Es verdad, contestó ella, he olvidado que como plátanos..." 9.
Por un libro posterior sabemos lo que quiso decir: "Con cada plátano que me como, estafo a quienes lo cultivan en lo más importante de su salario y apoyo a la United Fruit Company en su saqueo de América Latina" 10.
Nos ha transmitido la historia cómo el P. Conrad, director espiritual de Santa Isabel de Hungría, había prescrito a ésta no alimentarse ni vestirse con cosa alguna que no supiese ciertamente que había llegado a ella sin sombra alguna de injusticia ll. Si hoy quisiéramos cumplir esta orden, no podríamos probar bocado y deberíamos ir desnudos: Quien pretende no matar ni robar en el mundo de hoy, debe pensar que se está matando y robando en el otro extremo de la cadena que a él le trae ese bienestar al que no está dispuesto a renunciar.
La maravilla de nuestro invento consiste en que semejante violencia no la ejerce un hombre determinado contra otro igualmente determinado, lo que resultaría abrumador para su conciencia, sino que, a través de unas estructuras anónimas, el mal "se hace solo". No hay culpables. León Tolstoi, en su famosa novela "Guerra y Paz", hace esta finísima reflexión sobre la condena a muerte de Pierre Bezuiov:
"¿Quién era el que había condenado a Pierre y le arrebataba la vida con todos sus recuerdos, sus aspiraciones, sus esperanzas y sus pensamientos? ¿Quién? Se daba cuenta de que no era nadie. Aquello era debido al orden de las cosas, a una serie de circunstancias. Un orden establecido mataba a Pierre, le arrebataba la vida, lo aniquilaba." 12
Por otra parte, ¡cuántos hombres que acabaron incluso matando afirman sinceramente que ellos no quisieron hacer lo que hicieron! El "Lute" escribió en su autobiografía: "Al nacer estaba ya marcado. Tenía un cromosoma XYP. Sí, p de prisión." 13 Y es que no solamente el árbol tiene la culpa de los malos frutos, sino también el terreno. En un patio sin luz difícilmente crecerá bien un árbol; su mundo circundante no le da ninguna oportunidad, lo deforma. Como dice un famoso texto orteguiano:
"Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. 14
Podemos dar un paso más en nuestro análisis: Esa responsabilidad colectiva no nos une solamente a los hombres de hoy, sino qué nos liga también a los hombres del pasado. Dicho de forma analógica, ellos siguen pecando después de morir porque han dejado las cosas tan liadas que ya nadie sabe por dónde empezar a deshacer entuertos. La consecuencia es que sus pecados de ayer provocan los nuestros de hoy. Lo que sirve de unión entre sus pecados y los nuestros es lo que san Juan llamaba "el pecado del mundo", en singular (Jn 1, 29; 1 Jn 5, 19); es decir, ese entretejido de responsabilidades y faltas que en su interdependencia recíproca constituye la realidad vital del hombre. Hay teólogos que prefieren hablar de "hamartiosfera" (del griego hamartía = pecado). Nombres diferentes para referirnos a la misma realidad: Nacemos situados. "Otros" han empezado a escribir ya nuestra biografía.
El corazón de piedra
No obstante, entenderíamos superficialmente la influencia de los pecados de ayer sobre los de hoy si pensáramos que se reduce a un condicionamiento que nos llega desde fuera. Y conste que eso ya es suficientemente grave: Cualquier valor (la justicia, la verdad, la castidad, etc.) podría llegar a sernos inaccesible si viviéramos en un ambiente donde no se cotiza en absoluto y nadie lo vive.
Pero aquí se trata de algo más todavía: la misma naturaleza humana ha quedado dañada, de tal modo que a veces distinguimos nítidamente dónde está el bien, pero somos incapaces de caminar hacia él. San Pablo describe esa situación con mucha finura psicológica en el capítulo 7 de la Carta a los Romanos:
"Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y. si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la ley en que es buena; en realidad ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí (...) Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros." (Rm/07/15-24)
De los Santos Padres fue san Agustín el gran doctor del pecado original. Igual que san Pablo, no tuvo nada más que reflexionar sobre su propia existencia. Vivió dividido, atraído por los más altos ideales morales y religiosos. pero también atado por la ambición y la sensualidad:
"Tus palabras, Señor, se habían pegado a mis entrañas y por todas partes me veía cercado por ti (...) y hasta me agradaba el camino -el Salvador mismo-; pero tenía pereza de caminar por sus estrecheces. (...) Veíame y llenábame de horror, pero no tenía adónde huir de mí mismo (...) Había llegado a pedirte en los comienzos de la misma adolescencia la castidad, diciéndote: 'Dame la castidad y continencia, pero no ahora.' (...) Yo era el que quería, y el que no quería, yo era. Mas porque no quería plenamente ni plenamente no quería, por eso contendía conmigo y me destrozaba a mi mismo (...) Y por eso no era yo el que obraba, sino el pecado que habitaba en mí, como castigo de otro pecado más libre, por ser hijo de Adán." 15
Podriamos expresar esa vivencia de Pablo y Agustín diciendo que -por culpa de nuestros antepasados- nacemos con un "defecto de fábrica" para hacer el bien, tenemos un "corazón de piedra", como le gustaba decir al profeta Ezequiel (11, 19; 36-26). Pues bien, ese "defecto de fábrica" es lo que la tradición de la Iglesia, a partir precisamente de san Agustín, llamó pecado original. Quizá pueda sorprender que llamemos "pecado" a algo que nos lo encontramos al nacer y es, por tanto, completamente ajeno a nuestra voluntad. Conviene aclarar que del pecado original y los pecados personales no se dice que sean "pecado" en sentido unívoco, sino en sentido análogo. El pecado original coincide con los pecados personales en que mantiene al hombre en una situación de desamor y alejamiento de Dios, pero se distingue de ellos por cuanto no se le pueden exigir responsabilidades al sujeto. De hecho, muy pocos teólogos defienden hoy el limbo, cuya existencia se postuló en el pasado por creer que los niños que mueren antes de que el bautismo les "perdone" el pecado original, no podían ir al cielo 16.
El pecado no tiene la última palabra
Salta a la vista que nuestra exposición del pecado original es perfectamente compatible con los datos de la ciencia. No importa que haya habido varias primeras parejas porque la hamartiosfera no es consecuencia de un pecado especialmente cualificado que se diera en los orígenes, sino del pecado de toda la humanidad, incluyendo a las generaciones más próximas a nosotros.
Realmente, los once primeros capítulos del Génesis -que forman un todo unitario- invitan a no aislar el pecado de Adán y Eva (cap. 3) de muchos otros que forman constelación con él: el fratricidio de Caín (4, 8), la poligamia de Lámek (4. 19) y su cruel venganza (4, 23-24), la corrupción de la humanidad previa al diluvio (6, 5-8), la pérdida del respeto hacia su padre de Cam (9, 18-27) y, por fin, la división de Babel (11,1-9). También podemos prescindir sin problemas de las afirmaciones sobre el estado de justicia original cuyos supuestos dones (inteligencia, ausencia de enfermedades, etcétera) se perdieron tras el pecado. El magisterio de la Iglesia nunca ha definido si el hombre dispuso alguna vez de tales bienes, y los perdió después por causa del pecado, o únicamente estaba en marcha un proceso que habría llevado a su adquisición, pero quedó interrumpido por el pecado. San Ireneo, por ejemplo, sostenía que la perfección de Adán era totalmente relativa, como la de un niño que todavía no posee lo que está llamado a ser 17.
Ocurre además que las "noticias" sobre ese estado de justicia original no proceden tanto de la Sagrada Escritura como de ciertos escritos apócrifos del judaísmo, especialmente la "Vida de Adán y Eva". En dicho libro se indica que, tras el pecado, Dios infirió a Adán setenta calamidades desconocidas anteriormente, que van desde el dolor de ojos hasta la muerte 18,
Y ahora que hemos despojado al pecado original de toda la hojarasca que lo recubría dándole aspecto de mito increíble, vemos que lo que ha quedado es el testimonio de una alienación profunda de la que todos tenemos experiencia y que es un dato irrenunciable para cualquier antropología que quiera ser realista. Debería hacernos pensar el hecho de que existencialistas como Heidegger y Jaspers, que ya no comparten la fe cristiana, hayan necesitado conservar en sus filosofías los conceptos de una culpabilidad inevitable y omnipresente para explicar la situación existencial del hombre. Ignorar la realidad del mal es practicar una "política del avestruz" que siempre acaba cobrándose víctimas por no haber tomado las precauciones necesarias.
El mensaje del pecado original se resume diciendo que en el mundo y en nuestro corazón hay mayor cantidad de mal de la que podríamos esperar atendiendo a la mala voluntad de los hombres. En consecuencia, el mundo y el hombre, abandonados a sus propias fuerzas, serían incapaces de salvación. Se trataría de una empresa tan patética como la de aquel barón de Münchhausen que intentaba salir del pantano en que había caído tirando hacia arriba de su propia coleta. El marxista y ateo Ernst Bloch lo captó muy claramente: "El hombre se halla lleno de buena voluntad y nadie le va a la zaga en ello. Allí, empero, donde tiende su mano para ayudar, allí causa un estropicio." 19.
Gracias a Dios (y nunca mejor dicho), el pecado no tiene la última palabra. Por eso la reflexión sobre el pecado original exige necesariamente prolongarse hacia las acciones salvíficas de Dios. En el próximo capítulo veremos la primera de ellas: El Éxodo.
LUIS
GONZÁLEZ-CARVAJAL
ESTA ES NUESTRA FE. TEOLOGIA PARA UNIVERSITARIOS
Sal Terrae, Santander-1985 págs. 13-27
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1 MICHAEL KORDA, Power! How to get it, how to use it, Ballantine Books New York, 1975, p. Il.
2 SANTO TOMAS DE AQUINO, Suma teológica, 3, q. 28, a. 1; BAC, t. 12, Madrid, 1955, pp. 49-54. Una exposición mucho más cruda de esta teoría se encuentra en S. FULGENCIO, De fide ad Petrum, 2, 16; PL 40, 758.
3 "El magisterio de la Iglesia -escribió Pío Xll- no prohíbe las investigaciones y disputas de los entendidos, con tal de que todos estén dispuestos a obedecer el juicio de la Iglesia." Dz 3896 (2327). Ni que decir tiene que no se trataba de una intervención ex cathedra.
4 Vaticano II, Gaudium et spes, 59 c.
5 Poema babilónico de la creación, tablilla 6; en JAMES B. PRITCHARD, La sabiduría del antiguo oriente. Antología de texros, Garriga, Barcelona, ]966, p. 43.
6 Cfr. MIRCEA ELIADE, Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Cristiandad, Madnd, t. 4 (Texto)l 1980, pp. 127-129.
7 VATICANO II Gaudium et spes, 13.
8 ROLAND DE VAUX, Instituciones del Antiguo Testamento. Herder. Barcelona, 2ª edi., 1976. p. 35.
9 Citado en VARIOS AUTORES, Los grupos informales en la Iglesia, Sígueme, Salamanca, 1975, p. 152.
10 DOROTHEE SÖLLE, Teología política, Sígueme. Salamanca, 1972. p 94. (La United Fruit, que monopoliza la explotación y comercialización de plátanos en América Central. Colombia y Ecuador, se llama ahora United Brands.)
11 YVES Mª CONGAR, Los caminos del Dio vivo, Estela. Barcelona, 1964, p 277.
12 LEON TOLSTOI, Guerra y paz; en Obras, Aguilar, Madrid,
13 ELEUTERIO SANCHEZ, Camina o revienta, Edicusa, Madrid,
14 JOSÉ ORTEGA Y GASSET, Meditaciones del Quijote; en Obras completas, "Revista de Occidente", t. 1, Madrid, 4ª. ed., 1975, p. 322.
15 SAN AGUSTIN, Las confesiones, lib. 8; en Obras de San Agustín, BAC, t. 2, Madrid. 5ª ed. 1968, pp.310-339.
16 Cfr. más adelante, pp. 205 ss
17 SAN IRENEO, Adversus haereses, 4. 38,1-2; PG 110 5-1107
18 Vida de Adán y Eva (versión griega), w. 8 y 27; en Apocrifos del Antiguo Testamento, Cristiandad, Madrid, t. 2, 1983. pp. 327-332.
19 ERNST BLOCH, El principio esperanza, Aguilar, Madrid, t. 3, 1980, p. 128.