Riesgos de las "Técnicas Orientales":
breves notas aclaratorias
Hay que advertir que uno de los errores más difundidos hoy en Occidente en torno a los “métodos orientales”, y más en particular el yoga, es creer que se trata de simples métodos de relajación o de ejercicios gimnásticos muy aptos para descargar al hombre moderno de su tensión psicológica, afectiva, laboral, etc., sin caer en la cuenta de que conllevan todo un trasfondo filosófíco-religioso y que su fin no es una simple relajación física y psíquica, sino un vaciamiento de sí mismo
Planteamiento de la cuestión
Ante la fascinación
orientalizante que existe en buena parte de nuestra sociedad
occidental, como fruto de la profunda decadencia de valores que sufre
actualmente y que le conduce hacia un desmedido afán de novedad, de
originalidad y de entusiasmo por lo exótico; y ante el hecho cierto de que
se puede descubrir esa misma fascinación en ámbitos católicos, incluso
dentro de comunidades religiosas, debido a un mal entendido “ecumenismo” y
al deseo de un “diálogo interreligioso” ajeno a cualquier norma de
prudencia; hemos considerado conveniente exponer unas breves notas acerca
de los riesgos principales que de estas actitudes se pueden derivar para
un católico, así como algunos de los puntos doctrinales que éste debe
tener claro con relación a unas filosofías y religiones, que en no pocos
aspectos muestran unas diferencias esenciales con la fe de la Iglesia. En
especial, queremos advertir de la ingenuidad con que muchas personas
enfocan los denominados “métodos orientales”, considerando equivocadamente
que se trata de simples técnicas de respiración
y de relajación, sin otras cuestiones de mayor fondo.
Con relación a todo esto, debemos recordar,
antes que nada, que la Iglesia Católica ha dispuesto algunas normas al
respecto, singularmente en los siguientes documentos:
a)
las
indicaciones del Concilio Vaticano II, que reconocen los valores que se
hallan en las religiones no cristianas, pero que invitan a la prudencia en
las relaciones que se deriven de los mutuos intercambios (Nostra
Aetate, 2);
b)
las
advertencias del Catecismo de la Iglesia Católica en torno a los
conceptos erróneos sobre la oración, poniendo en guardia sobre “los que
ven en ella una simple operación psicológica o un esfuerzo de
concentración para llegar al vacío mental” (CEC, 2726);
c)
y por
fin, las más precisas acotaciones de la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe (Carta de 15.10.1989, Algunos aspectos de la
meditación cristiana), donde habla de los “métodos orientales”, por
los que entiende los métodos que se inspiran en el hinduismo y en el
budismo, como el zen o la “meditación
trascendental” o incluso el yoga, y a los que se refiere en el nº 2
al añadir que “con la difusión actual de los métodos orientales de
meditación en el mundo cristiano y en las comunidades eclesiales, se
encuentra frente a una renovación aguda de la tentativa, no exenta de
riesgos y errores, de mezclar la meditación cristiana y la meditación no
cristiana”. Y después de hacer un recuento bastante completo de tales
tentativas, concluye el nº 2 diciendo que éstas “deberán ser continuamente
examinadas con un cuidadoso discernimiento de los contenidos y del método,
para evitar caer en un pernicioso sincretismo”.
Breve examen del trasfondo de los “métodos orientales”
En primer lugar, hay que advertir que uno de
los errores más difundidos hoy en Occidente en torno a los “métodos
orientales”, y más en particular el yoga, es creer que se trata de
simples métodos de relajación o de ejercicios gimnásticos muy aptos para
descargar al hombre moderno de su tensión psicológica, afectiva, laboral,
etc., sin caer en la cuenta de que conllevan todo un trasfondo
filosófíco-religioso y que su fin no es una
simple relajación física y psíquica, sino un vaciamiento de sí mismo (el
“vacío mental” que señala el CEC, 2726). El documento de la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe de 15-10-1989, asimismo, hace
referencia a los que se acogen a estos métodos “por razones terapéuticas”
y que “un cierto número de cristianos” busca “en ellos el camino de la
tranquilidad interior y del equilibrio psíquico”. Aunque dicho documento
no trate propiamente de este aspecto, sino más bien de la aplicación de
tales métodos a la oración cristiana, deja ver el peligro de que conduzcan
a formas de sincretismo y a una confusión de criterios.
No se puede olvidar que el yoga nace
como un método ascético del brahmanismo-hinduismo que busca la
inactividad, la supresión de los actos (a los que se considera fuente de
sufrimientos), con el fin de “quemar” el karma y escapar al renacer
(escapar a la reencarnación o samsara),
uniéndose (mokhsa) al Ser (Brahmán).
El karma es la energía o fuerza que afecta al alma del ser humano y
que es el resultado de sus acciones pasadas, por lo que determina la
próxima reencarnación y la condición del futuro nacimiento, aun cuando
exista la libertad en la vida presente de cara a una mejor reencarnación.
Aquí hay que considerar:
a)
Que se
entra en un determinismo fatalista opuesto al concepto cristiano del libre
albedrío y la armonía entre éste y la Providencia divina.
b)
Que
esta idea determinista del karma y la reencarnación conducen a la
configuración de una sociedad de tipo hermético y con graves injusticias:
la denominada “sociedad de castas” (brahmanes,
kshatriyas, vaishyas y
shudras y parias); sociedad que por su
estructura y por las terribles injusticias que genera es inaceptable desde
la perspectiva de las virtudes cristianas de caridad y justicia.
c)
Que el
concepto de reencarnación es abiertamente ajeno e incluso contrario a la
fe cristiana. Además, en el hinduismo no se considera un principio del
alma humana, mientras que el cristianismo afirma claramente que ésta es
creada por Dios e infundida por Él en el cuerpo humano gestado por los
padres en el momento de la concepción.
d)
Que el
Ser Supremo (Brahmán) del hinduismo no es perfectamente asimilable
al Dios cristiano (si bien es cierto que dentro del hinduismo existen
muchas variantes, escuelas, etc.), pues el Dios cristiano, de acuerdo con
la fe católica, es Unidad de Esencia y Trinidad de Personas, mientras que
Aquél otro es más bien un Ser Absoluto impersonal, que entra más en el
terreno del panteísmo. De hecho, en el hinduismo se puede encontrar una
diversidad de elementos que van desde el politeísmo hasta un panteísmo
naturalista.
e)
Que
esa unión con el Ser Absoluto a la que aspira el yoga, ya en esta
vida terrena, implica la disolución del alma humana en dicho Absoluto, lo
cual es una plasmación clara de ese panteísmo. Precisamente, la Santa Sede
tuvo que advertir también de los peligros y errores en que incurrían en
este sentido las obras de algunos autores católicos, como el jesuita
Anthony de Mello, por realizar una mezcla de elementos de las religiones
orientales con el cristianismo. La doctrina católica acerca de la unión
del alma humana con Dios, por el contrario, sostiene que, tanto en el
éxtasis místico como en la visión beatífica eterna, no hay un
aniquilamiento de la sustancia del hombre, de la persona humana, sino que
permanece en esa unión perfecta de voluntades; no se diluye la persona
humana en un absoluto impersonal. Son totalmente diferentes la visión del
panteísmo y el concepto católico de la “deificación” del hombre en la
visión beatífica: mientras que en el primero el hombre es absorbido
completamente por el conjunto de que forma parte y que es Dios, en el
catolicismo, en cambio, el hombre, después de ser penetrado por la
sustancia divina, conserva aún la individualidad inviolable de su propia
sustancia, y ello por el respeto enorme que Dios guarda hacia la
individualidad humana, hacia la libertad humana. Además, la doctrina
católica afirma que, después de la muerte, el disfrute de la felicidad
celestial y de la visión de Dios serán plenamente completadas, hallarán su
culminación, tras la resurrección de la carne, cuando el hombre alcance la
perfección de su naturaleza al poseer un cuerpo como el de Jesucristo
Resucitado y unido ya inseparablemente al alma.
f)
Que
la búsqueda de la inactividad para no engendrar karma negativo
puede conducir al peligro del “quietismo”, el cual ha sido condenado en
sus diversas formas por la Iglesia Católica.
g)
En
fin, las visiones monistas o panteístas en torno a este Ser Absoluto
impersonal también se pueden encontrar de una u otra forma en otras
filosofías y religiones orientales como el taoísmo y el sintoísmo.
El jainismo, entre sus prácticas, cuenta con
la ahimsa o “no violencia”, concepto
que tuvo gran aceptación dentro del movimiento pacifista de los años 60 en
Occidente, y grandes austeridades (tapas) que contemplan incluso la
muerte voluntaria por inanición, algo totalmente reprobado por el
catolicismo, dada la valoración que éste otorga a la vida humana como un
don de Dios.
El budismo, en el planteamiento de sus
“Cuatro Nobles Verdades”, insiste en el “deseo”, la “sed”, el “ansia de
vivir” (por tales conceptos puede traducirse el término
trishna) como causa del dolor, y
considera que para suprimir éste hay que suprimir su raíz, utilizando
métodos como, por ejemplo, la meditación y el yoga. La metafísica
budista, por otro lado, entra en abierta contraposición con la cristiana,
pues para aquélla sólo hay fenómenos que se suceden; para el budismo, el
ser, como tal, no existe: sólo hay estados sucesivos, un flujo incesante
de fenómenos, así que se afirma la momentaneidad de todo. El karma
es la causa de ese flujo continuo, como una ley de causalidad, y en
relación con esta visión se halla también la metempsícosis o
reencarnación, cuyo motor es el deseo de vivir. Así que para extinguir el
deseo de vivir, se puede contar con el ascetismo, la meditación y el
yoga, medios con los que se podrá llegar a alcanzar el nirvana
o liberación, un estado místico en que se supera toda esa realidad.
Conclusiones
El yoga y otros “métodos orientales”,
entendidos adecuada y completamente, no pueden ser considerados de forma
parcial ni superficial por sus aspectos externos de relajación física y
mental, técnicas de respiración, posturas y movimientos, etc., sino que
parten de unos supuestos que hunden sus raíces más profundas en unas
doctrinas filosófico-religiosas, cuyo núcleo central (si no se le quiere
dar el nombre de dogma), el karma, es totalmente opuesto a la fe
católica, así como otras consecuencias derivadas del mismo.
La Iglesia Católica reconoce lo positivo de
estas corrientes filosóficas y religiosas nacidas, en su entraña más
profunda, del deseo de hallar la Verdad, de buscar a Dios, deseo que el
mismo Creador ha puesto en la mente y el corazón de todos los hombres, y
por ello pueden servir de cauce para acercarse a Él a aquellas personas
que no han conocido la Revelación cristiana. Pero eso no significa que sus
doctrinas estén exentas de errores, tal como se ha ido viendo, ni que los
católicos deban contribuir a su difusión, sino que, por el contrario, el
deber auténtico de caridad ha de mover a anunciar, también hacia los
seguidores de esas corrientes, la plenitud de la Verdad revelada en y por
Aquél que se ha manifestado a Sí mismo como “el Camino, la Verdad y la
Vida”.
Promover actividades en las cuales se
incluyan prácticas derivadas de esas corrientes orientales, aun cuando se
trate de presentarlas de un modo desvinculado respecto de ellas, es un
riesgo en el que no debe incurrir precipitadamente una comunidad religiosa
o parroquial, y menos aún cuando en los últimos años han sido tan claras
las disposiciones de la Iglesia, pues puede engendrar, cuanto menos, un
estado de confusión que conduzca a formas de sincretismo y de relativismo
religiosos. Convendrá actuar con precaución, claridad de criterios y un
discernimiento prudente y oportuno a la hora de realizar actividades que,
en mayor o en menor medida, partan de supuestos originados en dichas
corrientes.
Bastante dolorosa ha sido la experiencia de
descristianización y pérdida de valores de la
sociedad occidental, muy aguda desde los años 60 del pasado siglo, y no
debemos perder de vista que, a la vez como una de las muchas causas y
consecuencias de ella, ha contribuido la difusión de sectas y corrientes
filosófico-religiosas orientales. Ante la crisis de valores y la
descristianización, muchos jóvenes buscaron en
ellas una respuesta a su vacío espiritual, a la vez que el entusiasmo por
lo exótico les impulso hacia las mismas. Ante esta experiencia, los
católicos, y más aún las comunidades parroquiales y religiosas, no debemos
favorecer todavía más el confusionismo y el
relativismo existentes, apoyando actividades que puedan contribuir
a difundir esas corrientes, pues nuestro deber es anunciar a Cristo y no
otros mensajes “liberadores”.
Incluso cuando ciertos cursillos promovidos
por parroquias y comunidades religiosas fueran del todo ajenos a la
finalidad de difundir el budismo, el hinduismo, etc., siempre pueden
servir de base para que sus asistentes, en lugar de verse inclinados a
buscar a Cristo al ser recibidos, se encuentren motivados a profundizar en
esas corrientes orientales. Hay que evitar simplismos como aquel del
permisivismo hacia las “drogas blandas”, pues la experiencia también ha
demostrado que en muchas ocasiones fueron la puerta de entrada hacia las
“drogas duras”.
Por otro lado, para llevar a cabo optimistas
“encuentros interreligiosos”, no se debe hacer de forma precipitada, sino
con la prudencia, la cautela, el discernimiento y la atención a las
indicaciones de la autoridad eclesiástica, de acuerdo con las normas dadas
por el Magisterio de la Iglesia (por ejemplo, Concilio Vaticano II,
Nostra Aetate,
2; Juan Pablo II, Vita Consecrata,
102). Hay que evitar dejarse llevar por un afán de novedad, de
originalidad y de entusiasmo por lo exótico.
En adelante, trataremos de ofrecer algunas
otras notas aclaratorias sobre estos temas, así como una reseña del libro
del P. José María Verlinde, (La)
Experiencia prohibida. Del ashram a un
monasterio (traducción de Manuel Ordóñez
Villarroel), Burgos, Monte Carmelo (Colección “Otra mirada”), 2003.