EL PADRENUESTRO
INTRODUCCIÓN
La oración: encuentro personal con Dios
FE-DEISTA: En el CREDO confesamos nuestra fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero, en la práctica, la mayor parte de los creyentes tiene una fe "deísta". Nunca han descubierto el corazón del Padre. Y quien no conoce al Padre tampoco conoce al Hijo y, aún menos, al Espíritu Santo, lazo de amor del Padre y el Hijo. Creen en Dios y le invocan "¡Dios mío!", pero se dirigen a un ser impersonal, abstracto, lejano. Es el Dios del "teísmo", que ha llevado, por negación, al "ateísmo" El Concilio Vaticano II, como respuesta al ateísmo, ha querido ofrecer al mundo el verdadero rostro de Dios. Por ello ha hablado de la "paternidad divina", que eleva a los hombres a la dignidad sin igual de hijos de Dios, raíz última de la dignidad de la persona humana. A todos "los elegidos desde la eternidad, el Padre los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos (Rm 8,29)" [LG 2].
D/PADRE: El Dios cristiano no es un Dios impersonal. Nuestro Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha desvelado la intimidad divina, al presentarse entre nosotros como Hijo, para hacernos partícipes de su filiación con el don del Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo. El Dios que se nos da por Cristo y en su Espíritu, es "nuestro Padre": "No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre en el cielo" (Mt 23,9). "La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad del Hijo de Dios hecho hombre" [CEC 2564]. "En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo" [CEC 2565]. "Orar al Padre es entrar en el misterio, tal como Él es, y tal como el Hijo nos lo ha revelado" [CEC 2779].
Si nos asomamos a la Escritura, nos encontramos, ya desde la época patriarcal, con un Dios vivo y personal, frente a los otros "dioses", inertes, hechura de los hombres, "que tienen boca y no hablan". El Dios, que se revela en la Escritura, habla (Gn 1,3), oye (Ex 16,12), ríe (Sal 2,4); tiene ojos (Am 9,4), manos (Sal 138,5), pies (Na 1,3); siente disgusto (Lv 20,23), celos (Ex 20,5)... Con este lenguaje antropomórfico la Escritura nos transmite la fe en un Dios viviente y personal, que actúa en la historia, en íntima relación con los hombres.
Pero es, sobre todo, en el Nuevo Testamento donde aparece con mayor diafanidad la condición personal de Dios. La presencia personal y encarnada del Hijo es la plena manifestación personal de Dios Padre. En Cristo, Dios y el hombre se han encontrado personalmente. En Jesús, los hombres hemos visto, hablado, sentido y tocado a Dios (1 Jn 1, 1-5). En Jesucristo, el Hijo Unigénito, Dios se nos ha revelado como Padre: "Mi Padre y vuestro Padre" (Jn 10,17). Jesucristo nos hace partícipes de su filiación, nos comunica el Espíritu, que nos atestigua que somos hijos de Dios. El Padre nos predestina a la adopción divina; lleva a cabo esta obra por medio de Jesucristo, y nos otorga el Espíritu como prenda de la posesión de la herencia eterna (Ef 1,3-4): "Por Cristo tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef2,18). La comunión de vida con Cristo introduce al hombre en el misterio personal de la vida trinitaria y le pone en relación personal con el Padre de Cristo y con el Espíritu de Cristo. Es Dios, el Padre, el que se nos da en Cristo; y es Cristo quien nos da su Espíritu. Incorporados a Cristo en el bautismo, participamos de su misma filiación divina, por la que somos hijos del Padre mediante la acción del Espíritu Santo.
La sorprendente revelación de Jesús fue "el Padre". En labios de Jesús, "Yahveh" y "Dios" ceden el paso al "Padre". Jesús se dirige siempre a Dios con el término familiar de Abba, y hace participes a sus discípulos de su condición filial, de modo que también ellos puedan dirigirse a Dios con el mismo término de Abba.
El hombre de hoy es un huérfano, que se siente perdido en un universo sin limites; le han dicho que desciende del mono y que se dirige a la nada. Le han convencido de que la paternidad, dentro de la familia y en la sociedad, es el símbolo de la represión y, como consecuencia, le han llevado a matar al padre. Con ello no ha logrado la libertad, sino la orfandad. Le han dicho que "Dios Padre" era el enemigo de su libertad. Muchos se lo han creído y se han dirigido a buscar un seno en las espiritualidades asiáticas, impersonales; otros buscan el seno de la madre tierra con el ecologismo y el naturismo. Pero siguen huérfanos. El incesto y la homosexualidad, dos signos de la carencia de padre, agobian a nuestra sociedad. La muerte del padre se expresa en el miedo y desconfianza hacia el otro. El mundo actual lo tiene todo; la ciencia y la técnica lo pueden todo, pero a nuestro mundo le falta un padre. Y, por ello, vivimos en un mundo frío, sin el calor de un padre. Descubrir a Dios como Padre es reconocer nuestra filiación divina y nuestra hermandad con todos los hijos de Dios. Es el único modo de romper la soledad y vencer el frío de la vida. Este es el deseo mismo de Jesús: "que los hombres te conozcan a ti, Padre" (/Jn/17/03).
La Iglesia, como madre, enseña al hombre a hablar, diciendo: "Abba, Padre". Si el Espíritu nos testimonia que somos hijos, que Dios es nuestro Padre, significa que no somos huérfanos, perdidos y abandonados a las fuerzas y condicionamientos de este mundo. Tenemos un origen fuera del espacio y del tiempo. Antes de ser concebidos bajo el corazón de nuestra madre hemos sido concebidos en el corazón de Dios Padre. Con el Hijo hemos sido engendrados en el "seno del Padre". Con el Hijo, con su mismo Espíritu, osamos balbucir: "Abba, Padre".
Quizá muchas veces nos sentiremos como el hijo pródigo, que despilfarra los bienes del padre con prostitutas, apacienta cerdos y desea nutrirse de algarrobas; sin embargo, sabemos que el Padre siempre nos espera, más aún, nos sale al encuentro y nos abraza y perdona, nos viste, nos ofrece un banquete y hace fiesta por nuestra vuelta.
Fe, oración y vida
Sabemos que en Hipona, la Iglesia de san Agustín, a los competentes, los inscritos para el bautismo, se les entregaba el Padrenuestro (Traditio Orationis Dominicae) el 5° domingo de cuaresma; esta entrega iba acompañada de una detallada catequesis con el fin de ser introducidos en los secretos de esa oración que, tras haberla aprendido de memoria, ocho días después, en el 6° domingo de cuaresma, recitaban públicamente (Redditio Orationis Dominicae), para que, después de su regeneración bautismal, la rezasen por primera vez con los fieles durante la Eucaristía de la "santísima vigilia pascual". La entrega del Padrenuestro seguía a la entrega del Credo. Pues, como dice san Agustín, citando a san Pablo: "¿Cómo podrán invocarlo sin haber creído en Él? (Rm 10,13-15). No habéis recibido primero la Oración y luego el Simbolo, sino primero el Símbolo, para que sepáis lo que debéis creer, y después la Oración, para saber a Quién invocar: Quien cree al mismo tiempo que invoca es escuchado''. "Vosotros habéis aprendido primero lo que hay que creer; hoy, en cambio, habéis aprendido a invocar a Aquel en quien habéis creído". "Así que, después de haber recibido, conservado y entregado el Símbolo de la fe, recibid hoy la Oración del Señor: Dentro de ocho días, a partir de hoy, deberéis recitar esta Oración, que hoy habéis aprendido".
La entrega (Traditio) de la Oración del Señor significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como la oración cristiana es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, "los que son engendrados de nuevo por la Palabra del Dios vivo" (1 P 1,23) aprenden a invocar a su Padre con la única Palabra que Él escucha siempre. Y pueden hacerlo ahora porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo ha sido grabado indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo su ser filial. [CEC 2769]
El Padrenuestro es la síntesis de la iniciación cristiana. En esta oración los catecúmenos encontraban expresada la fe cristiana, que no se reduce al conocimiento de unas verdades, sino que lleva a la comunión con Dios, descubierto como Padre en la revelación del Hijo y en la participación de su filiación por el don del Espíritu Santo. Así se hace oración. Pero la fe creída y celebrada no es una fe separada de la vida, sino una fe que se manifiesta en la historia, se hace vida cristiana. Fe, oración y vida cristiana constituyen un circulo inseparable en la iniciación cristiana. La oración del Padrenuestro crea el puente entre fe y vida, disolviendo el divorcio, tan frecuente, entre ellas.
Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado. "Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros" (Jn 15,16-17). "Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos encontrar realizable el principio de la oración continua" (Orígenes). [CEC 2745]
La predicación de Jesús esclarece el sentido del Padrenuestro, así como el Padrenuestro es la clave para comprender la predicación de Jesús. Sólo quien ha escuchado y acogido el Evangelio, reza el Padrenuestro con el espíritu de Jesús. Vivir el Evangelio y orar con el Padrenuestro son la misma cosa. Vida y oración se unen en quienes se dirigen a Dios con la oración de los discípulos de Jesús: el Padrenuestro. Jesús nos enseña cómo ser y vivir para poder orar como hijos de Dios. El Padrenuestro es la fe cristiana hecha plegaria.
El Misterio de la fe: los fieles lo creen, lo celebran y lo viven en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. [CEC 2558]
El Padrenuestro es la oración de los seguidores de Cristo que buscan el Reino de Dios, viviendo de su voluntad, confiando su vida a los cuidados del Padre (Mc3,14; Lc 12.31). Es la oración de los discípulos que, como María, se preocupan de "lo único necesario": escuchar la Palabra del Señor (Lc 12,31). Es la oración de los hijos de Dios que, reunidos en un sólo Espíritu, se sienten hermanos con Cristo e invocan al Padre que está en los cielos. Es, pues, la oración de la Iglesia, oración comunitaria de cuantos se sienten incluidos en el nuestro referido al Padre, al pan, al pecado, al perdón y a la tentación, comunes a los seguidores de Cristo. Como dice san Juan Crisóstomo:
El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice "Padre mio" que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia.
Para entender el Padrenuestro, el mejor camino es, pues, escuchar la Palabra de Jesús. Nadie nos puede comentar el Padrenuestro mejor que el mismo Jesús. Él es quien nos ha revelado a Dios como Padre y quien nos conduce al Padre. En las palabras de Jesús encontraremos la originalidad de la oración que Él nos ha enseñado. El "tesoro escondido", la "perla preciosa", como consideraban los primeros cristianos al Padrenuestro, sólo se puede descubrir en las palabras de Jesús; quien las escucha y las guarda en su corazón se sentirá "hermano" de Cristo y con alegría invocará a Dios como Padre.
Pero también hemos de recorrer el camino inverso. Desde la oración del Padrenuestro comprendemos interiormente el Evangelio. En el Padrenuestro hallamos los deseos mas íntimos de Jesús. A través de la oración sondeamos las intenciones más profundas de la vida y predicación de Cristo. Breviarium totius evangelii, compendio de todo el Evangelio, llamó ya Tertuliano al Padrenuestro1. El Padrenuestro incluye igualmente todas las oraciones de la Escritura. Así lo expresa san Agustín: "Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical".
En los comentarios de los Padres al Padrenuestro descubrimos que para ellos hacer teología era orar y la oración era vida. No hay en ellos ninguna división entre la oración, la vida y la reflexión o catequesis. Todos ellos, hombres de oración, son maestros de oración, catequizando con la palabra y con el testimonio de su vida2. Tertuliano nos dice:
Jesucristo, nuestro Señor, ha dado una nueva forma de oración a los nuevos discípulos de la nueva Ley, pues también en este aspecto era necesario recoger vino nuevo en odres nuevos (Mt 9,16ss; Mc2,21ss; Lc5,36ss) y coser sobre tela nueva. La nueva gracia de Dios, a través de la buena nueva, lo ha renovado todo. La oración es la ofrenda aceptable que ofrecemos a Dios. Esta ofrenda. que llevamos al altar de Dios, alcanza su beneplácito si le es consagrada desde el fondo de nuestro corazón, formada en la fe, cuidada en la verdad, íntegra por la inocencia, limpia por la castidad, coronada por el ágape junto con el cortejo festivo de las buenas obras: así es capaz de conseguirlo todo de Dios.
El Padrenuestro contiene, en forma de oración, todo el Evangelio, cumpliendo la función de Símbolo, que distingue a los cristianos de los judíos y de los paganos y también de los discípulos de Juan Bautista. El Padrenuestro contiene el núcleo de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor fraterno, como hijos en el Hijo del mismo Padre.
En el Padrenuestro—compendio de todo el Evangelio— hallamos el eco del mensaje de Jesús, el núcleo y la clave de su predicación; por ello es el fundamento de la oración de la Iglesia, la oración cristiana por excelencia. El Padrenuestro es la oración propia y característica del cristiano, que le distingue del judío y del pagano, de quien busca ser visto por los hombres y del confiado en sí mismo, por su mucha palabrería. Frente a uno y otro, Jesús dirá a sus discípulos: "No seáis como ellos..., vosotros orad así" (Mt 6,8s).
Los primeros testigos del Padrenuestro
Los tres primeros testigos del Padrenuestro: MATEO, LUCAS y DIDAJÉ nos lo han transmitido en tres contextos de catequesis: sobre el bautismo y la eucaristía (DIDAJÉ), sobre la oración cristiana frente a la oración judía y pagana (Mateo) y sobre la esencia y modalidades de la plegaria cristiana (Lucas). La DIDAJÉ dirige su catequesis a los neófitos; MATEO a los fieles; y LUCAS se dirige a los paganos catecúmenos. La DIDAJÉ subraya el cuándo: tres veces al día, por la mañana, a mediodía y al atardecer; MATEO insiste en el cómo: en secreto y brevemente, sin palabrería; y LUCAS instruye a los no iniciados sobre el cuanto: insistente e importunamente y sobre el qué pedir: el Espíritu Santo.
Las tres catequesis se complementan, presentándonos el Padrenuestro como plegaria propia y típica de los cristianos, sea como oración de la asamblea en el culto bautismal de los neófitos, como plegaria eucarística de los fieles y como la oración diaria del cristiano.
MATEO sitúa el Padrenuestro en el contexto del Sermón del Monte (Mt 6,5-15). El Padrenuestro está al centro del discurso de la montaña, como el corazón de todo el sermón. Así el Padrenuestro es, en primer lugar; como una oración breve del discípulo que se dirige al Padre celeste "en lo secreto", evitando la ostentación pública o vanagloria de la plegaria farisaica y la palabrería o autosuficiencia de la plegaria de los paganos ("tú, en cambio"); pero es también la oración comunitaria de los discípulos de Jesús ("vosotros, pues, orad") dirigida comunitariamente a su Padre celeste, invocado, alabado y suplicado. Es la plegaria cristiana, que colma su anhelo de alabanza y de petición. Es la oración del hijo que, en lo secreto de su alcoba y de su corazón, invoca, alaba y suplica confiadamente a su Padre, que todo lo conoce y ve en lo más oculto, "pues, como Padre, sabe lo que sus hijos necesitan antes de que se lo pidan" (6,8). "Cuando oras, no te sirven las palabras, sino la piedad" (San Agustín). También es la oración comunitaria de los hijos a su Padre común, que está en los cielos, alabado comunitariamente en sus súplicas por la santificación de su nombre, la venida de su reino y el cumplimiento de su voluntad; comunitariamente suplicado por las necesidades comunes del pan cotidiano, el perdón de las deudas y la preservación de sucumbir en la prueba con la liberación del maligno.
Este contexto del Sermón del Monte hace del Padrenuestro la oración de los pobres de espíritu, quienes, en su pobreza, lo esperan todo del Padre: el pan de cada día, el perdón de sus deudas, el auxilio para no sucumbir en la tentación y la liberación del maligno tentador. Los tiempos pasivos de los verbos muestran que es Dios quien santifica y concede el don de hacer su voluntad.
El tu posesivo de las tres primeras peticiones señala la relación personal de cada orante con Dios. Este tu nos impulsa desde el principio a elevarnos hacia Dios con nuestros deseos de que su nombre sea santificado, que venga su Reino y se haga su voluntad. Y el nos o nuestro de las siguientes peticiones, al mismo tiempo que implora a Dios que dirija su mirada hacia la tierra, expresa la comunión surgida entre los orantes que tienen a Dios como Padre. La división de Mateo en siete peticiones significa que el Padrenuestro comprende la totalidad de las peticiones; nada se puede añadir o quitar.
LUCAS, el evangelista de la oración, enmarca el Padrenuestro en la intensa catequesis de Jesús a sus discípulos durante el viaje (9,51-19,27) desde Galilea hacia Jerusalén, hacia su asunción (9,51), es decir, hacia la consumación (13,31) de su obra mediante la muerte (13,33; 17,25), resurrección y ascensión a los cielos. En este contexto Lucas recoge dos catequesis sobre la oración (Lc 11,1-13; Lc 18,1-14).
Lucas señala la relación que se da entre la oración de los discípulos y la del Maestro: "Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando concluyó, le dijo uno de los discípulos: 'Maestro, enséñanos a orar"'. Lucas, más que ningún otro evangelista, nos ha narrado la vida de oración de Jesús, para la que se retiraba a "lugares solitarios" (Lc 5,16). La forma concreta de orar de Jesús es la que ha suscitado la petición de sus discípulos: "enséñanos a orar". Y Jesús, el orante, les enseña a orar el Padrenuestro, como su oración.
En respuesta a la petición del discípulo, el Señor confió a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana fundamental (CEC 2759). Es, sobre todo, al contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar. Entonces puede aprender del Maestro de oración. Contemplando y escuchando al Hijo, los laicos aprenden a orar al Padre. [CEC 2601]
Ya le habían oído orar invocando a Dios como Padre: "Exultante de gozo en el Espíritu Santo, Jesús exclamó: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10,21). Esta invocación filial la recogerá Lucas en otras muchas ocasiones: En la oración de Getsemaní "Padre, si quieres aparta de mí esta copa" (22,42), al pedir perdón desde la cruz para sus enemigos: "Padre, perdónalos" (23,34) y al momento de expirar: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (23,46). La primera y la última oración de Jesús, que nos recoge Lucas, están introducidas por la misma invocación: "¡Padre!", como reflejo de su oración constante a lo largo de toda su vida. Es lo que ha sorprendido a los discípulos, moviéndolos a pedirle: "Enséñanos a orar". Y Jesús les dijo: "Cuando oréis, decid: ¡Padre!". ¡El Hijo y los hijos oran a un mismo Padre!
La invocación "¡Padre!", sin añadir título alguno, es característica de Lucas en labios de Jesús (22,42; 23,34.36) y de los discípulos (15,12.18.21). Los discípulos se dirigen al Padre con la misma invocación de Jesús. Esto supone la posesión de un mismo Espíritu (Hch 10,38.44), la comunión en la filiación divina, propia de los hijos en unión con el Hijo. Esta es la oración cristiana, que Lucas transmite a los paganos convertidos a Cristo: oración insistente y hasta importuna (Lc 11,5-10), "orando siempre sin desfallecer" (18,1-8), pero presentándose ante Dios en la actitud humilde del pecador; como el publicano, sin creerse justo, como el fariseo (18,9-14).
La enseñanza del Padrenuestro está, pues, motivada por el ruego de los discípulos: "Enséñanos a orar" (11,1). A estos discípulos se dirige la catequesis de Jesús, que les enseña la modalidad propia de la oración cristiana: qué pedir (11, 11-13), cuándo y cómo hacerlo (11,5-10). Es la oración propia del cristiano, distinta de la forma de orar de los discípulos de Juan Bautista: "Maestro, enséñanos a orar; como también Juan enseñó a sus discípulos" (11,1). Se diferencia también de la oración de los fariseos (5,33; 18,9-14). "Vosotros, cuando oréis, decid" (11,2). Y les enseña el Padrenuestro.
Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico. Como en toda oración, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn 6,63). [CEC 2766]
Este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo, que les da vida en el corazón de los creyentes, ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde los comienzos. [CEC 2767]
Oración del Señor
Tertuliano dice que el Padrenuestro es "la síntesis de todo el Evangelio". Es la "oración del Señor", porque Él nos la enseñó y porque es la oración que El dirigía al Padre. El se ha encarnado, vivido y muerto en cruz para santificar el nombre del Padre. Para ello ha orado: "Padre, glorifica tu nombre". Él nos ha anunciado el reino de los cielos y con El ha llegado a nosotros el reino de Dios. Su vida, su alimento y su muerte no han sido otra cosa que ''hacer la voluntad de Dios" en la tierra como eternamente la ha hecho en el cielo. Su "pan" es toda palabra que sale de la boca del Padre. Del Padre espera cada día el alimento, sin tentarlo a cambiar las piedras en pan. Y Él, el inocente, sin pecado alguno, ¿cómo ha pedido "perdónanos nuestras deudas? "Al que no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros" (2Cor 5,21). Nuestras deudas eran en realidad deudas suyas, nuestros pecados eran sus pecados: no porque Él los cometiera, sino porque cargó con nuestros pecados. Con toda verdad podía orar "perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". "Y líbranos del mal", para eso ha venido al mundo: para vencer al Maligno.
También la "oración sacerdotal" de Jesús, que recoge Juan, inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (Jn 17,6. 11.12.26), el deseo de su Reino (la Gloria: Jn 17,1.5.10.23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su designio de salvación (Jn 17,3.6-10.25) y la liberación del mal (Jn 17,15).
Según Tertuliano, sólo Dios podía enseñarnos cómo quiere que le recemos. Sólo de Él podía venirnos la oración del Padrenuestro. "Esta oración del Señor Jesucristo, pronunciada por sus divinos labios y animada por su Espíritu, sube al cielo por su gracia y encomienda al Padre lo que el Hijo nos ha enseñado". La oración es el muro que protege nuestra fe; es nuestra arma contra el enemigo que nos rodea. Protege nuestra fe como los brazos de Cristo en la cruz protegen al mundo. Por ello, al rezar el Padrenuestro, "nosotros no sólo alzamos las manos hacia el Padre, sino que también las extendemos (1 Tm 2,8). Así imitamos la pasión del Señor y, orando, profesamos nuestra fe en Cristo". Y san Cipriano nos dice:
Cristo, que nos ha traído a la vida, también nos ha enseñado a orar, para que orando al Padre como Él nos ha enseñado seamos escuchados con más facilidad. Ya antes había dicho que estaba cerca la hora en que "los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad" (Jn 4,23). Ahora cumple su promesa, para que nosotros, que hemos recibido el espíritu y la verdad a través de su obra de santificación, adoremos en espiritu y en verdad. Pues la oración espiritual es solamente aquella que nos ha enseñado Cristo, del cual nos viene también el Espíritu Santo. Para el Padre solamente es verdadera la oración salida de la boca del Hijo, que es la verdad. Es amiga y familiar la oración que se hace a Dios con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo presentada ante Él. Cuando oramos, el Padre debe reconocer las palabras de su Hijo: que el que está en nuestro corazón esté también en nuestros labios. Lo tenemos de "abogado por nuestros pecados" junto al Padre (1Jn 2,1-2); por eso, como pecadores, cuando oremos por nuestros pecados hagámoslo con las mismas palabras de nuestro abogado. Él ha dicho que "todo lo que pidamos al Padre en su nombre, lo obtendremos" (Jn 16,23). Obtendremos más eficazmente lo que pedimos en el nombre de Cristo si lo pedimos con su misma oración.
Cada una de las siete peticiones, cuando se ora de verdad, empieza a cumplirse en el momento mismo en que es formulada. Al pronunciar el nombre de Dios Padre ya estamos glorificando su nombre. Si deseamos que venga a nosotros su reino, nuestro deseo atestigua que pertenecemos ya al reino. Al pedir que se cumpla su voluntad, nos abandonamos confiadamente a ella. En la medida en que verdaderamente pedimos el pan de cada día estamos aceptando lo que Dios nos da cada día. Si perdonamos a nuestros deudores, ya nosotros hemos sido perdonados por Dios. En fin, al pedir el auxilio divino contra las tentaciones y los asaltos del maligno, ya nos aseguramos la victoria contra todos los enemigos.
Oración de los discípulos del Señor
El Padrenuestro es la oración que Jesús ha transmitido a sus discípulos, y que la Iglesia, a su vez, nos transmite a nosotros. La Iglesia, de este modo, nos conduce a Cristo y Cristo nos presenta al Padre. Es el camino de la oración.
El cristiano invoca a Dios como Padre, dirigiéndose a El "en el nombre de Cristo", unido a Cristo, con Cristo. Si podemos decir con san Pablo: "Vivo, pero no vivo yo, es Cristo quien vive en mi", podemos igualmente decir: "Oro, pero no oro yo, es Cristo quien ora en mi". "Dos en una sola voz", dice san Agustín. El esposo y la esposa son dos en una sola carne. Cristo y la Iglesia son dos, orando en una sola voz. El Espíritu del Hijo, derramado en nuestros corazones, es el que testimonia a nuestro espíritu que somos hijos, gritando en nosotros o haciéndonos gritar: ¡Abba, Padre! (Ga 4,6; Rm 8,15).
Jesús ora "con gritos y lágrimas" al Padre (Hb 5,7-8). El Espíritu en el cristiano también "grita y gime" con la misma expresión: "Abba, Padre" (Ga 4,6-7; Rm 8,14-16). Sólo, después de que sea infundido el Espíritu filial en el bautismo, el cristiano puede decir "Abba, Padre" (Rm 8,26-27; 2Cor 3,18). Recibido el Espíritu del Hijo, en la iniciación se transmite el Padrenuestro Y el Espíritu es el qLle nos hará gritar: "Abba, Padre". También la DIDAJÉ coloca el Padrenuestro al hablar del bautismo y antes de pasar a la eucaristía.
Con el ephetha la Iglesia abre los oídos del catecúmeno. Desde ese momento ya puede escuchar los secretos "arcanos de la familia", puede ya recibir el Padrenuestro. Esta disciplina del "arcano" prohibía divulgar la Oración del Señor entre los paganos y catecúmenos, hasta llegar a ser discípulos del Señor. A ellos se la enseñó Jesús y, por ello, la Iglesia la reservó para los fieles, a quienes el bautismo ha transformado en hijos de Dios. El Padrenuestro, como oración característica del cristiano, se enseñaba en la catequesis prebautismal y tras haber sido bautizados y haber recibido el Espíritu de filiación divina, con gozo exultante, clamaban por primera vez: "¡Abba, Padre!". Pablo, recoge este clamor dos veces (Ga 4,16; Rom 8, 14-17).
Por los testimonios patrísticos podemos imaginar la emoción de los catecúmenos al recibir el Padrenuestro. Llegados del paganismo, con una idea extraña de Dios, en las catequesis prebautismales se les descorría el velo del misterio de Dios. Se sentían amados; más aún, se les anunciaba que por el bautismo iban a ser realmente hijos de Dios; le podrían invocar como Padre. Su existencia cambiaba radicalmente, inaugurando un nuevo estilo de vida. "Por una transmisión viva, el Espíritu Santo, en la 'Iglesia creyente y orante' [DV 8], enseña a orar a los hijos de Dios" [CEC 2650].
El Padrenuestro es una oración eclesial, una oración coral, de la comunidad: Padre nuestro, venga a nosotros tu reino, danos el pan nuestro, perdona nuestras ofensas, no nos dejes caer, libranos del mal. Es la madre la que enseña al hijo a reconocer al padre y a decir "papá". Es la Iglesia la que nos enseña a reconocer a Dios como Padre y la que nos entrega la oración del Padrenuestro, invitándonos a unir nuestra voz a la voz de la asamblea, que se atreve a invocarlo como Padre. Tertuliano nos dice:
Quien confiesa a Dios como Padre, profesa también la fe en el Hijo. Pero quien confiesa la fe en el Padre y el Hijo, anuncia también a la Madre, la Iglesia. Sin ella no se da allí ni el Hijo ni el Padre.
Para hablar con Dios, hace falta humildad y audacia. Es la actitud de nuestro padre en la fe. Abraham, polvo y ceniza, considera una osadía hablar a su Señor: "en verdad es atrevimiento el mío al hablar a mi Señor; ya que soy polvo y ceniza" (Gén 18,27). Y llamar a Dios Padre seria una temeridad, si el mismo Hijo de Dios no nos hubiera animado a hacerlo, como nos recuerda la Iglesia en la liturgia eucarística: "Fieles a la recomendación del Señor y siguiendo su "divina enseñanza, nos atrevemos a decir: Padre nuestro". Como nos dice san Pablo: "Cristo Jesús, Señor nuestro, es quien, mediante la fe, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios" (Ef 3,12).
La llamada liturgia de san Juan Crisóstomo hace preceder la oración del Padrenuestro con la monición: "¡Oh Señor!, dígnate concedernos que con alegría y sin temeridad osemos invocarte a ti, Dios de los cielos, como Padre, y que digamos: Padre nuestro...".
Y san Cipriano nos invita a vigilar, prestando atención con todo el corazón a lo que decimos: "¿Cómo puedes pedir que Él te escuche, cuando no escuchas siquiera tú mismo?". Dios escucha no las palabras de la boca, sino la voz del corazón. Ana, modelo de la Iglesia, oraba a Dios en lo íntimo de su corazón, hablaba más con el corazón que con la boca, porque sabía que de este modo el Señor escucha a quien le reza; así obtuvo lo que había pedido con fe. Dice la Escritura: "Hablaba con el corazón y sus labios apenas se movían, y no se oía su voz... y el Señor la escuchó" (1 Sam 1,13). También en los salmos leemos: "Hablad en vuestros corazones" (Sal 4,5)
EMILIANO
JIMÉNEZ HERNÁNDEZ
PADRENUESTRO. FE, ORACIÓN Y VIDA
Caparrós Editores. Madrid 1996. Págs. 13-31
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1. Cfr. CEC 2762
2. No he querido poner notas patrísticas a pie de página, pues serían inútiles, al ser siempre iguales: comentario, sermón u homilía sobre el Padrenuestro, petición primera. segunda... etc.