ANTOLOGÍA EXEGÉTICA DEL PADRENUESTRO
* * * * *
Mas líbranos del Maligno
I. SAN CIPRIANO
(Sobre la oración dominical, 27)
·CIPRIANO/PATER PATER/CIPRIANO
Después de todo esto, al fin del padrenuestro viene una
cláusula que contiene en compendio todas nuestras peticiones y
súplicas. Al fin, pues, decimos: «mas líbranos del mal», con la que
abarcamos todos los males, que maquina contra nosotros en este
mundo el enemigo, contra los cuales podemos estar confiados y
firmes si Dios nos libra, si nos concede su ayuda ante nuestros
ruegos y súplicas. Cuando decimos, pues, «líbranos del mal» nada
queda ya por pedir, puesto que de una vez pedimos la protección
de Dios contra todo mal; y, obtenido ésta, estamos seguros y a
cubierto frente a todo lo que puedan tramar el diablo y el mundo.
¿Quién, pues, puede tener miedo del mundo, si Dios le ampara en
el mundo?
II. ORÍGENES
(Sobre la oración, XXX, 1-3)
·ORIGENES/PATER PATER/ORIGENES
Me parece que Lucas con la frase: «no nos pongas en
tentación» virtualmente nos ha enseñado también la otra:
«líbranos del mal». Y ciertamente al discípulo, como a más
aventajado, es probable que el Señor le hubiera hablado en
compendio; mientras que al pueblo, que necesitaba una doctrina
clara, lo hiciera en forma más explícita. El Señor nos libra del mal
no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla valiéndose de
sus mil artes, sino cuando vencemos, arrostrando valientemente
las circunstancias. Así leemos: «Muchas son las aflicciones del
justo, pero de todas lo libra el Señor»1. Porque Dios libra de las
tribulaciones no cuando las hace desaparecer, ya que dice el
apóstol: «en mil maneras somos atribulados»2, como si nunca nos
hubiéramos de ver libres de ellas, sino cuando por la ayuda de
Dios no nos abatimos al sufrir tribulación; pues estar en tribulación,
según la fórmula hebrea, significa un estado que sobreviene
independientemente de la voluntad, mientras que el abatimiento se
dice de quien cede espontáneamente ante la tribulación,
dejándose vencer por ella. Y por esto dice bien san Pablo: «en mil
maneras somos atribulados, pero no nos abatimos»3.
De esta manera es como se ha de entender que uno es librado
del mal. A Job lo liberó Dios no en que Satanás no recibiera
autorización para presentarle estas o aquellas tentaciones—pues
recibió efectivamente esta autorización—, sino porque en todas
cuantas adversidades le sobrevinieron no pecó delante del Señor,
antes se mostró justo. Pues quien había dicho: «¿Acaso teme Job
a Dios en balde? ¿No has rodeado de un vallado protector a él, a
su casa y a todo cuanto tiene? Has bendecido el trabajo de sus
manos y ha crecido así su hacienda sobre la tierra. Pero anda,
extiende tu mano y tócale en lo suyo, a ver si no te vuelve las
espalda»4, se llenó de vergüenza, por haber dicho tantas
falsedades contra Job; pues éste, a pesar de haber soportado
tantos y tan grandes sufrimientos, no volvió la espalda a Dios,
como decía su adversario, sino que perseveró bendiciendo a Dios,
cuando estaba abandonado a la suerte del tentador. Y a su mujer
que le decía: «!Maldice al Señor y muérete!»5, llegó a increparla,
reprendiéndola con estas palabras: «!Has hablado como una
mujer necia! ¿No recibimos de Dios los bienes? ¿Por qué no
vamos a recibir también los males»6. Por segunda vez dijo el
diablo sobre Job al Señor: «!Piel por piel! Cuanto el hombre tiene
lo dará gustoso por su vida. Anda, pues, extiende tu mano y tócale
en su hueso y en su carne, a ver si no te vuelve la espalda»7.
Pero, vencido por este atleta de la virtud, se puso al descubierto
su mentira. Porque, herido de la manera más atroz, persistió en no
ofender a Dios en nada con sus labios. Una vez sufridos los dos
combates y saliendo en ambos victorioso, Job no tuvo que
soportar un tercer combate de esta clase, pues convenía que esta
triple lucha quedara reservada a Cristo y que nos la describieran
los tres primeros evangelistas: en los tres combates venció al
enemigo el Salvador en cuanto hombre8.
Y después de haber examinado todo esto con diligencia y
haberlo rumiado en nuestro interior para hacer consciente nuestra
petición, haciéndonos dignos de que por haber escuchado a Dios
él nos escuche debemos pedir que, si somos tentados, no
perezcamos ni seamos abrasados por los «encendidos dardos que
nos lanza el maligno»9. Estos dardos prenden fuego en todos
aquellos, cuyos «corazones—en expresión de un profeta—prestos
estaban como un horno»10; en cambio no se inflaman los que,
«con el escudo de la fe, hacen inútiles los encendidos dardos del
maligno»11, teniendo en sí mismo «ríos de agua, que saltan hasta
la vida eterna»12, que impiden el incremento del fuego del
maligno, extinguiéndolo fácilmente con un diluvio de pensamientos
divinos y saludables, que en el ánimo de quien procura ser
espiritual se originan, al contemplar la verdad.
III. SAN CIRILO DE JERUSALÉN
(Cateq. XXIII, 18)
·CIRILO-DE-J/PATER PATER/CIRILO-DE-J
Si lo de: «no nos lleves a la tentación» significara no ser
tentados, de ningún modo diría: «mas líbranos del malo». El malo
es nuestro adversario, el domonio, de quien pedimos ser
libertados.
IV. SAN GREGORIO NISENO
(De oral. domin., V (PG 44, 1191 A- 1194A))
·GREGORIO-NISA/PATER PATER/GREGORIO-NISA
Con el fin de saber a quién oramos y no suplicarle con los labios
sino con el espíritu en la petición: «no nos lleves a la tentación,
sino líbranos del malo» es preciso no preterir su explicación. ¿Qué
significan, hermanos, estas palabras? Me parece que el Señor
designa «el malo» de muy diversas maneras, según la diversidad
de las malas acciones: diablo, beelzebul, mammón, príncipe este
mundo, homicida, malo, padre de la mentira, y otros semejantes.
Quizá uno de sus nombres es también: tentación, lo que se
confirma por la yuxtaposición de las dos peticiones; tras afirmar:
«no nos lleves a la tentación», añadió: «mas líbranos del malo»,
como si los dos nombres designasen una misma cosa. Pues si
quien no entró en la tentación está fuera del malo, quien entró en
la tentación está necesariamente dentro del malo. Por tanto, «el
malo» y la tentación designan una misma cosa. ¿A qué nos
exhorta, pues, la enseñanza de esta súplica? A separarnos de las
cosas, miradas según este mundo, como en otra parte dice a los
discípulos: «todo el mundo está sometido al malo»13. Quien quiere
estar fuera del malo, debe necesariamente separarse del mundo.
Pues la tentación no alcanza al alma sino mediante el cebo de la
preocupación por estas cosas mundanas. [...] Puesto que «el
mundo está sometido al malo» y las ocasiones de la tentación
surgen de las preocupaciones mundanas, quien realmente suplica
«ser librado del malo» pide justamente ser alejado de las
tentaciones. [...] Digamos, pues, también nosotros a Dios: «no nos
lleves a la tentación»—es decir: a los malos de este mundo—,
«más líbranos del malo», que domina este mundo [...].
V. SAN AMBROSIO
(Los sacramentos, V 4, 29)
·AMBROSIO/PATER PATER/AMBROSIO
[Esta petición suplica] que cada uno «sea liberado del malo», es
decir, del enemigo, del pecado.
VI. SAN JUAN CRISÓSTOMO
(Homilías sobre san Mateo, XIX, 6)
·JUAN-CRISO/PATER PATER/JUAN-CRISO
Llama aquí el Señor malo al diablo, mandándonos, por una
parte, que le declaremos guerra sin cuartel, pero dándonos, por
otra parte, a entender, que no es tal por naturaleza. La maldad, en
efecto, no procede de la naturaleza, sino de la libre voluntad. Mas
el diablo se llama malo por excelencia, a causa de su extremada
maldad. Ningún agravio le hemos hecho nosotros y, sin embargo,
nos hace una guerra implacable. Por eso no dijo el Señor:
«líbranos de los malos», sino «líbranos del malo». Con ello nos
enseña a no guardar resquemor contra nuestro prójimo, por el mal
que de su parte sufrimos. Contra el diablo hemos de volver todo
nuestro odio, como culpable que es de todos los males.
VII. SAN AGUSTÍN
(1. Serm. Mont., II, IX 35; 2. Serm. 57. 10; 3. Serm. 58, 11)
·AGUSTIN/PATER PATER/AGUSTIN
1) [...] Hemos de orar no solamente para que seamos
preservados del mal que no tenemos, lo cual se pide en esta
petición; sino también para que seamos librados de aquel mal en
que hemos sido hundidos. Porque, conseguido esto, nada
quedará que sea temible, ni en absoluto será temida tentación
alguna. Lo cual, sin embargo, no podemos esperar que suceda en
esta vida, mientras dura esta condición de morir, a que nos
condujo la seducción de la serpiente; pero, no obstante, debemos
esperar que llegará algún día; y ésta es la esperanza que no se
ve, de la que, escribiendo el apóstol, dice: «pues no se dice que
alguno tenga esperanza de aquello que ya ve»14 o posee. Pero, a
pesar de eso, los fieles siervos de Dios no deben desesperar de
obtener aquella sabiduría que se concede también en la vida
presente. Consiste ésta en apartarse con cautísima diligencia de
todo aquello que por revelación de Dios comprendemos que debe
evitarse; y apetezcamos con ardentísima caridad todo aquello que
por revelación de Dios entendemos que se ha de amar. Porque
así, cuando la muerte despojase al hombre del restante peso de
mortalidad, gozará perpetuamente y sin reserva de la felicidad
perfecta que fue incoada en esta vida, en la que ahora se hacen
esfuerzos para alcanzarla y poseerla en tiempo oportuno.
2) [...] «Líbranos del mal» puede perfectamente ir unido a la
sentencia anterior, pues no viene a ser más que una adición. No
nos dejes caer en la tentación; pero líbranos del mal. ¿De qué
modo? Pues librándonos de mal, no nos deja caer en la tentación;
y no dejándonos caer en la tentación, nos libra asimismo del mal.
3) [...] El que quiere ser librado del mal, ya confiesa que se
encuentra en medio de él. Por eso dice el apóstol: «Redimamos el
tiempo, porque son malos días»15. Pero «¿quién es el que desea
la vida, y ansía ver días buenos?»16. ¿Quién no ha de querer
eso, sabiendo como sabemos que, mientras vivamos en esta
carne, hemos de tener días malos? Pues haz lo que se te dice a
continuación: «Aparta tu lengua del mal y no pronuncien tus labios
una mentira; apártate del mal y haz el bien; busca la paz y
síguela»17. Ahí tienes el remedio contra los días malos, pues de
ese modo se cumple lo que has pedido al decir: «líbrame del mal».
VIII. SANTA TERESA DE JESÚS
(Camino de perfección, 42)
·TEREJ/PATER PATER/TEREJ
Paréceme tiene razón el buen Jesús de pedir esto para sí,
porque ya vemos cuán cansado estaba de esta vida cuando dijo
en la cena a sus apóstoles: «con deseo he deseado cenar con
vosotros», que era la postrera cena de su vida. Por adonde se ve
cuán cansado debía ya estar de vivir [...] ¿Qué fue toda su vida
sino una continua muerte, siempre trayendo la que le habían de
dar tan cruel delante de los ojos? Y esto era lo menos; !mas tantas
ofensas como se hacían a su Padre, y tanta multitud de almas
como se perdían! Pues si acá una que tenga caridad le es esto
gran tormento, ¿qué sería en la caridad sin tasa ni medida de este
Señor? Y qué gran razón tenía de suplicar al Padre que le librase
ya de tantos males y trabajos, y le pusiese en descanso para
siempre en su reino, pues era verdadero heredero de él. [...] El
«amén» entiendo yo, que pues con él se acaban todas las cosas,
que así lo suplico yo al Señor me libre de todo mal para siempre,
pues no me desquito de lo que debo, que puede ser por ventura
cada día me adeudo más. Y lo que no se puede sufrir, Señor, es
no poder saber cierto que os ame, ni si son aceptos mis deseos
delante de vos. ¡Oh Señor y Dios mío, libradme ya de todo mal, y
sed servido de llevarme adonde están todos los bienes! ¿Qué
esperan ya aquí a los que vos habéis dado algún conocimiento de
lo que es el mundo, y los que tienen viva fe de lo que Padre eterno
les tiene guardado?
El pedir esto con deseo grande y toda determinación es un gran
efecto para los contemplativos de que las mercedes que en la
oración reciben son de Dios; así que, los que lo fueren, téngalo en
mucho. El pedirlo yo no es por esta vía, digo que no se tome por
esta vía, sino que, como he tan mal vivido, temo ya de más vivir, y
cánsanme tantos trabajos. Los que participan de los regalos de
Dios, no es mucho deseen estar adonde no los gocen a sorbos, y
que no quieran estar en vida, que tantos embarazos hay para
forzar de tanto bien y que deseen estar adonde no se les ponga el
sol de justicia. Haráseles todo oscuro cuanto después acá ven, y
de cómo viven me espanto. No debe ser con contento quien ha
comenzado a gozar, y le han dado ya acá su reino, y no ha de vivir
por su voluntad, sino por la del rey.
¡Oh, cuán otra vida debe ser ésta para no desear la muerte¡
¡Cuán diferentemente se inclina nuestra voluntad a lo que es la
voluntad de Dios! Ella quiere queramos la verdad, nosotros
queremos mentira; quiere que queramos lo eterno, acá nos
inclinamos a lo que se acaba; quiere queramos cosas grandes y
subidas, acá amamos lo dudoso. ¿Qué es burla, hijas mías, sino
suplicar a Dios nos libre de estos peligros para siempre, y nos
saque ya de todo mal? Y aunque no sea nuestro deseo con
perfección, esforcémonos a pedir la petición. ¿Qué nos cuesta
pedir mucho, pues pedimos a poderoso? Mas, porque más
acertamos, dejemos a su voluntad el dar, pues ya le tenemos dada
la nuestra, y sea para siempre santificado su nombre en los cielos
y en la tierra, y en mí siempre hecha su voluntad. Amén.
IX. CATECISMO ROMANO
PATER/CATECISMO-ROMANO
(IV, VIll, l-12)
1. Sentido de esta petición
En esta última petición del padrenuestro resumió Jesucristo, en
cierta manera, todas las anteriores. De ella se sirvió él mismo en la
última cena para invocar de su Padre la salvación de todos los
hombres: «te pido que los guardes del mal>>18. Todo el espíritu y
significado de la oración dominical está comprendido en esta
última plegaria [...]. Si en la petición anterior pedíamos el poder
evitar la culpa, en ésta pedimos ser librados de la pena. No es
necesario insistir en el número y en la gravedad de los males,
desgracias y adversidades que constantemente nos oprimen [...].
En tan difícil y peligrosa situación, el hombre siente la necesidad
imperiosa de acercarse a Dios para que «le libre del mal». [...] Sólo
Dios es el refugio instintivo del hombre que sufre [...]
ORA/ORDEN-TRASTORNADO: [Ahora bien], hay muchos que
oran trastornando completamente el orden establecido por Cristo.
Porque el mismo Señor, que nos manda «refugiarnos en él en el
día de la desventura»19, nos ordena también pedir, antes que la
liberación de nuestros males, la santificación del nombre divino, el
advenimiento de su reino y el cumplimiento de su voluntad [...]:
«Buscad primero el reino y su justicia y todo lo demás se os dará
por añadidura»20.
Quienes saben pedir como deben, subordinan a la gloria de
Dios y al bien de su alma la misma liberación de los males
terrenos. [...]. Aquí radica la diferencia esencial entre la oración
cristiana y la de los paganos. También éstos piden a Dios que les
libre de sus enfermedades y males; pero ponen su principal
esperanza en sí mismos, en las fuerzas de la naturaleza, de la
medicina, de la magia y aun del demonio. Recurren a cualquier
medio y se agarran a cualquier esperanza, con tal de conseguir el
bienestar humano, supremo interés de su vida y plegarias.
El cristiano, en cambio, en la enfermedad y en lo adverso busca
su refugio fundamentalmente en Dios, a quien reconoce como
autor de todo bien y único liberador del mal; cree además que toda
la eficacia de los remedios humanos se deriva de él y debe
siempre subordinarse a su divino querer y gloria [...]. Los hijos de
Dios, más que en la medicina, creen en el Dios de su salud. La
Sagrada Escritura reprende enérgicamente a aquellos que, fiados
en las ciencias humanas y en sus inventos, se olvidan de invocar
el auxilio divino. Los que creen y esperan en él, en cambio, deben
abstenerse de todos los remedios que consta no han sido
ordenados por Dios para la salud del hombre; especialmente si
son sospechosos de magia o superstición: han de ser siempre
rechazados, aunque nos constase que por ellos habíamos de
conseguir la salud.
El cristiano debe poner toda su confianza en Dios. La Escritura
nos ofrece numerosos ejemplos de su intervención en favor de
quienes, llenos de esta confianza, buscaron en la oración el
remedio de sus males [...]: «Clamaron los justos y Yahvé los oyó, y
los libró de todas sus angustias»22.
2. Líbranos del mal
No pedimos aquí ser librados absolutamente de todos los males,
porque hay cosas que a nosotros nos parecen malas, cuando en
realidad son buenas. Recordemos aquel «aguijón» que tanto
hacía sufrir a san Pablo, y que por revelación divina supo le había
sido dado para acrisolar y perfeccionar su virtud con el auxilio
divino23. Si conociéramos el valor eficacísimo de muchos de
nuestros dolores, no sólo pediríamos al Señor ser librados de
ellos, sino que los estimaríamos y agradeceríamos como
verdaderos regalos de Dios. Pedimos únicamente que el Señor
aleje de nosotros todos y sólo aquellos males que no acarrean
utilidad alguna a nuestra alma; dispuestos a soportar todos
aquellos que puedan proporcionarnos algún fruto espiritual para la
vida eterna. Este es, por consiguiente, el sentido de la petición:
que, una vez liberados del pecado y de la tentación, lo seamos
también de todos los males internos y externos: del agua y del
fuego, del granizo y del rayo, de la carestía y de la guerra, de las
enfermedades y de las pestes, de las cárceles y destierros, y de
las traiciones, asechanzas y todos los demás males corporales y
espirituales. Y entendemos por «mal» no sólo lo que como tal es
tenido por el consentimiento unánime de los hombres, sino
también las cosas comúnmente consideradas como buenas
(riquezas, salud, honores, fuerzas, la misma vida), si en algún caso
determinado hubieran de redundar en daño de los intereses de
nuestra alma. Pedimos también a Dios que nos libre de la muerte
repentina; que no se extienda sobre nosotros su ira divina; que no
incurramos en los castigos eternos, reservados para los impíos, ni
seamos un día atormentados con el fuego del purgatorio. La
iglesia y la liturgia interpretan esta petición de una manera
general: «Te rogamos, Señor, que nos libres de todos los males
pasados, presentes y futuros»24.
[...] También y de manera especialísima hemos de considerar
como mal al demonio, autor de la caída del hombre y de sus
pecados, «el gran mal» de la humanidad, según testimonio de los
padres25. De él se sirve el Señor, como de ministro, para exigir a
los pecadores el castigo de sus culpas26. Llámase también «mal»
al demonio porque sin haberle hecho nosotros daño alguno,
mueve guerra perpetua contra nuestras almas y nos persigue
obstinadamente con un odio mortal. Cierto que no puede
dañarnos, si estamos defendidos por la fe y la inocencia; pero
jamás cesa de tentarnos con males externos y por cuantos medios
tiene a su disposición. Por esto, y en este sentido, pedimos a Dios
que nos libre del mal.
Y nótese que decimos «del mal» y no «de los males», porque
todos los males que nos vienen del prójimo tienen como último
autor e instigador a Satanás. Por consiguiente, no hemos de
irritarnos contra nuestros hermanos, sino contra el demonio quien
impele a los hombres a ofender a los demás. Y cuando suplicamos
«más líbranos del mal», no sólo pedimos directamente por
nosotros, sino también para que Dios arranque de las manos de
Satanás a todos nuestros prójimos [...].
X. D. BONHOEFFER
(O.c., 179)
·BONHOEFFER/PATER PATER/BONHOEFFER
Por último, los discípulos deben rezar, para ser liberados de este
mundo malo y heredar el reino celeste. Es la oración por un final
feliz, por la salvación de la iglesia en los últimos tiempos de este
mundo.
XI. R. GUARDINI
(O. c., 437-453)
·GUARDINI/PATER PATER/GUARDINI
1. El sufrimiento del mundo
«Líbranos del mal», dice la última petición del padrenuestro en
la versión usual entre nosotros. Pero aquí se simplifica el sentido
original; quizá se debe decir, incluso, que lo superficializa. Viene
del texto latino: libera nos a malo; pero pierde la doble significación
de esta palabra; pues malum es la traducción del griego ponerós;
y éste significa: lo desgraciado, lo enfermo, lo débil; pero también:
lo malo y, aun quizá, el malo. Nosotros, sin embargo, nos vamos a
atener ante todo a nuestra versión usual, oyendo en la petición la
voz del hombre que pide auxilio a Dios en el sufrimiento de la vida.
Todo el mundo sabe lo que es ese «mal», los «males», qué
variadas son sus formas y qué grande su menesterosidad; y esto
se aprende más a fondo cuanto más se avanza en la vida. Cada
vez se percibe con más exactitud cuánta enfermedad y dolor hay;
qué intocables son los cuidados y estrecheces de la vida, de la
vida propia y de la de aquellos a quienes se ama; qué grande
puede llegar a ser la angustia en la inseguridad de la existencia.
Se experimenta la miseria de no ver qué habría de hacer, y la
miseria tal vez mayor de no poder hacer lo que se debería hacer.
Se conocen las dificultades que surgen entre persona y persona,
cuando los que están unidos no se comprenden ya y se ofenden
mutuamente, cuando se pierde a alguien a quien se quería. Se
llega a saber lo que es el sufrimiento por el honor injuriado, por la
injusticia y la mentira; y como si no fuera bastante, los últimos
decenios han traído todos esos terrores y desesperaciones que
vienen de las fuerzas desencadenadas de la historia, de la
violencia de las ideologías, del odio y del afán de destrucción:
guerra, trastorno, dominio de la violencia...
¿Cómo, entonces, se arregla el hombre con todo eso (si es que
realmente se las arregla) y no sucumbe? De esto habría mucho
que decir. En algún sentido tiene cada cual su manera propia,
pues es la manera como está hecho y como lleva su vida. Pero
quizá se pueden extraer algunas formas que siempre se repiten,
según el hombre trata de poner una rima al temible verso del mal
en el mundo.
MAL/ORIGEN-TERMINO: La manera de ver más difundida es la
que dice: a la larga, no debe haber males en el mundo, pues
proceden de la inconsecuencia e inexperiencia del hombre. Una
vez que el hombre haya avanzado bastante en el conocimiento de
las causas y en el uso de las fuerzas naturales; una vez que haya
aprendido cómo debe organizarse racionalmente la producción, y
cómo deben distribuirse los bienes, y cómo debe estructurarse
adecuadamente la ordenación social de la realidad; una vez que
haya llegado un día a edificar un Estado que no sea carga, sino
bienestar, entonces ya no habrá mal. Tal es el resultado. El
hombre puede librarse él mismo del mal, solamente él mismo.
Debe dejar a un lado toda mirada de soslayo hacia la ayuda
divina, poniéndose completamente en sí mismo.
Debe trabajar, investigar, planear, edificar incansablemente, y
entonces lo logrará. Es la convicción del progreso universal e
incondicionado que hoy atraviesa el mundo más que nunca.
Incluso Asia, que habíamos considerado como custodia de una
sabiduría más honda, parece sucumbir cada día más de prisa a
esta idea.
¿Con razón? Es seguro que se puede hacer mucho, y cada vez
más, para vencer las estrecheces de la vida. Es también seguro
que el hombre ha de tomar en serio esta tarea y debe esforzarse.
Pero ¿es cierto que en el fondo no tendría que haber mal? ¿Es
verdad que se basa en causas, que pueden superarse paso a
paso, hasta que desaparezcan por fin del todo? ¡Eso no es
verdad¡ Quien así dice no conoce a los hombres, pues en los más
íntimo de ellos hay un desorden, una confusión de tendencias y
medidas que influyen en todo lo que hacemos y que
continuamente crea nuevas dificultades. Esta confusión no es
posible dominarla por motivos radicales. En ella sigue actuando la
culpa original a través de la historia; y cuando un hombre ha
puesto su vida medio en orden, su hijo tiene entonces que volver a
empezar por el principio.
Una segunda teoría viene del lado opuesto y dice: lo malo forma
parte de la existencia, como la sombra forma parte de la luz.
Cuando el sol ilumina las cosas es necesario que forme las
sombras en sus lados más alejados. Si ha de haber día, como
tiempo de la luz, entonces debe seguirle la noche. Por eso, no es
posible el gozo, si no lo contrasta su contrario, el dolor. El barco
necesita el lastre que, aunque le hace pesado, también le da fijeza
y dirección. Lo mismo ocurre con la vida. El sufrimiento es peso y
opresión; pero también hace que nuestra vida permanezca en
equilibrio y conserve su dirección. Y más aún: una vida que
estuviera en orden y sólo conociera la paz, la fecundidad, el gozo,
debería hacerse pequeña y aburrida. Lo noble no puede sino ser
trágico; la lucha, el dolor, la ruina, son la fuerza amarga que lo
sostiene...
Esto suena de modo impresionante y tiene algo de verdad.
Pero aludamos a una experiencia, que pueda volvernos a la
realidad: cuando se encuentra gente que habla así, por lo regular
se tiene la sensación de que con lo trágico se refieren a los
demás, y que en cambio se consideran a sí mismos como los
entendidos que comprenden y valoran. Cuando lo duro les hiere a
ellos mismos, entonces se cambia el tono. Prescindiendo de esto,
en tal modo de ver hay también una gran frialdad de corazón.
Quién sabe realmente lo que es sufrimiento, no organiza con él
ninguna teoría de grandeza trágico-estética... Por fin [...], el modo
como hiere el dolor al hombre, que, pese a todo, es persona y
tiene dignidad y honor, ese dolor, sobre todo, que significa
tormento, rebajamiento, destrucción, no entra en absoluto en
ninguna teoría.
Disolverlo en teoría es un crimen.
Todavía hay un tercer modo de ver y por cierto el más
extendido, que dice: la vida es como es. En ella hay cosas buenas
y cosas malas: hoy le va bien a uno, mañana le va mal. Hay que
tomarlo todo como viene. Si hay algo duro que se pueda cambiar,
se cambia; si no, se las arregla uno con ello...
Esto suena banal, pero también puede ser auténtica sabiduría:
ese acomodo procedente de la experiencia, continuamente
repetida, de que todo intento de cambiar, en el fondo, no sirve
para nada, pues la realidad es mas tenaz que nuestras fuerzas.
Las reformas han servido hasta cierto punto; más allá todo sigue
como estaba. Toda mejora en un lado, queda compensada por un
empeoramiento en el otro; si se gana aquí un valor, se pierde allí
otro. De tales experiencias puede surgir incluso algo muy hermoso:
esto es, el humor. Este ha dejado a un lado las ilusiones y ve las
cosas como son: lo bueno como bueno, lo malo como malo, y
además la insuficiencia por todas partes; pero puede sonreír sobre
ello, porque en el fondo ama la existencia. Tal modo de ver no es
muy heroico, pero tiene mucho a su favor. Quizá entre los modo
meramente humanos de tomar la vida, sigue siendo el más próximo
a la realidad.
¿Cómo piensa Jesús sobre el mal? Lo ha conocido exactamente
pues su corazón ha sentido el sufrimiento de los hombres, su
pobreza, su enfermedad y abandono, la opresión por los
poderosos, la oscuridad del pecado y del error. Lo ha conocido
también por experiencia propia. No tenemos más que hojear el
evangelio, para ver cómo fue su vida. Apenas había nacido y ya
tuvo que huir a paises extraños. Aun cuando no se pueda hablar
de auténtica pobreza, los suyos, ciertamente, no estaban bien
dotados. Sobre él mismo dijo aquellas duras palabras: «Los zorros
tienen madrigueras y los pájaros del cielo tienen nidos, pero el Hijo
del hombre no tiene donde reclinar la cabeza»27. Tan pronto
como empieza a predicar, ya están ahí sus enemigos y actúan
contra él. Su palabra es mal entendida y deformada. Calumnias de
toda especie deforman sus intenciones. En torno de él hay terrible
soledad, pues incluso entre aquellos que le apoyan, ninguno le
entiende durante su vida. En definitiva, todo eso se reúne en la
mentira de la acusación, en la ignominia del juicio injusto, en los
espantos de las últimas horas. Pero tras ello hay un sufrimiento de
que no tenemos idea: que él, el santo, tuviera que vivir en el
ámbito del pecado; que lo hubiera asumido sobre si y tuviera
entonces que responder de él; algo que rebasa nuestro
pensamiento y que se indica en sus palabras en Getsemani y en el
Gólgota. Por eso la cruz es el símbolo de su existencia. No el
único, ciertamente; también le corresponde el sol de la mañana de
pascua; pero antes que nada está la cruz. Esto es, ha sabido por
su más propia experiencia cómo es el mal, pero interiormente era
tan libre, que no se sometía a él. Y teniendo tal modo de conocer,
que nada le podia equivocar en su juicio ¿cómo ha pensado sobre
él? ¿Ha creído que se pudiera evitar? Habría razón para recordar
cómo socorrió a tantos. Alimentó a hambrientos, consoló a
oprimidos, bendijo a niños. Innumerables enfermos acudieron a
él28, y ¡que significa eso con la situación de la medicina de
entonces!; él atendió al dolor y lo curó... Pero ¿era un socorro y
una curación de la misma índole que los que ejerce el reformador
social? Evidentemente, no. El no curó con miras al objetivo, por
más lejano que fuera, de que la enfermedad quedara superada un
día, sino para que en la curación del cuerpo se le hiciera evidente
al hombre lo que es en absoluto «curación» y «salvación». El alma
debía abrirse a lo que cura y salva de modo definitivo, y eso ya no
es nada médico. Asimismo, el dar de comer a muchos en el
desierto no fue con la intención de que allí, en ningún otro lugar y,
en definitiva, en todas partes, dejara de haber hambre, sino que él
quería provocar el hambre auténtica, tal como había dicho ya muy
pronto: «Trabajad no por el alimento corruptible, sino por el
alimento que os dará el Hijo del hombre»29. Es decir, Jesús ve lo
que está mal y apoya lo que puede socorrer; pero ¿y en última
instancia? ¿qué hay para él al final de la larga historia humana? El
optimismo ve ahí la situación ideal: el «estado futuro» del bienestar
general, o bien, «hombres iguales a dioses». ¿Y Jesús? Lean
ustedes sus discursos sobre el fin de los tiempos30: allí se
presentan los grandes terrores, y quien sabe algo del hombre
auténtico y de la historia auténtica, presiente, a pesar de toda
voluntad de adelanto y de toda energía de producción y logro: así
ha de ser.
J/PESIMISTA-REALISTA: Entonces, ¿era un pesimista Jesús?
¿Abandonó la vida a la ruina y la falta de sentido? ¿o vio el
sufrimiento como condición de una grandeza trágica? Lo primero
es enfermedad y lo segundo es esteticismo. Ni fue un cansado,
que se acobarda de la vida, ni un iluso, para quien el sufrimiento
es un medio de iluminar la vida con grandiosidad. Y, por lo que
toca a la tercera opinión, es decir, la aceptación de la vida tal
como es, en todo caso, ha dicho cosas que parecen ir en ese
sentido; por ejemplo ha dicho: «a los pobres los tendréis siempre
con vosotros»31; su comparación de los reyes enemigos32 toma
la guerra como un hecho inherente a la existencia; y otras así.
Utopías no sostuvo Jesús; sabia demasiado bien para eso «lo que
hay en el hombre»33.
Pero el hecho de que haya que ver la vida como es, él no lo
convirtió en ninguna filosofía de encogerse de hombros, ni en un
escéptico utilitarismo vital, sino que nos enseña que hemos de
comprender de dónde viene el sufrimiento, y aceptarlo con
docilidad y confianza: «Si alguno quiere venir tras de mi, que se
cargue su cruz y me siga»34; con eso se hará salvación para él
mismo y para todos.
Entonces, una vez más, ¿cómo entiende Jesús el sufrimiento de
la vida? No por la vida misma. Los modos, aparentemente tan
diversos, como se interpreta la vida, tienen algo común: la
interpretan según la naturaleza de la existencia terrenal. Pero esto
no es posible. El sufrimiento del animal puede entenderse por su
inmediata estructura vital; el del hombre, no, sino que detrás de él
hay una historia: la que cuenta los primeros capítulos del Génesis.
El hombre no iba a existir por meras condiciones de naturaleza y
cultura, sino por el amor, por la obediencia, por la confianza hacia
Dios. Así había de estar sano y salvo. Pero rompió ese enlace y el
trastorno caló hasta los más íntimo de él. Esto ya no se puede
hacer reversible. En ese sentido, la existencia es incurable.
Eso suena duro, y todo utopista pondrá el grito en el cielo; pero
es verdad. El trastorno está en el núcleo del hombre; por eso no
puede menos de ocurrir sino que vuelva a irrumpir constantemente
en desorden y sufrimiento. Todo hombre ha de luchar con él. Pero
si logra dominarle de algún modo, su hijo se encuentra otra vez
ante la misma tarea. Por eso dice: debes entender el sufrimiento
por su raíz. Ciertamente debes luchar porque las cosas mejoren, e
incluso has de ver en esto un deber y una responsabilidad. Pero
en definitiva debes aceptar lo que el hombre ha traído sobre sí
mismo por su culpa; debes trabajarlo, viviendo para hacer ello un
medio de purificación.
La respuesta a la menesterosidad de la existencia no la da
ningún científico, ningún filósofo ni ningún reformador social, sino
sólo la palabra Dios. Pero ésta la entendemos en la medida en que
la vivimos, y sólo por entero en la luz eterna. Hasta entonces
hemos de aguantar en la perplejidad de esta vida. Ciertamente,
trabajar; ciertamente, luchar, ciertamente, esforzarnos todos los
días: pero sabiendo en lo más hondo que no hay ninguna reforma
universal, sino que el sufrimiento ha de entenderse desde su raíz y
ha de sobrellevarse como una expiación y purificación: confiando
en aquél, que un día pondrá en orden todas las cosas.
De ahí procede lo que no puede proceder de ningún otro punto:
la paz. Sólo puede provenir de un acuerdo con la verdad. Jamás
de reformas y revoluciones, pues el hombre con el hombre no está
en buenas manos; porque quien le toma en sus manos está tan
escasamente en orden, como aquél al que quiere socorrer.
Debemos guiar nuestra vida por la fe en la palabra de Dios, y con
miras a la esperanza de que un día él la pondrá eternamente en
orden.
2. Los males y lo malo
Para entender la última petición del «padrenuestro» debemos
tener en cuenta los dos sentidos de «líbranos del mal»: los males,
en cuanto proceden del mal, de la maldad; lo malo, la maldad, en
cuanto es la raíz de todo lo que causa sufrimiento.
[...] Imaginémonos que alguien pudiera lograr que desapareciera
el mal: digamos, por ejemplo, la pereza. Los hombres harían su
trabajo de manera activa y consciente. Y ello no por afán de
ganancia, sino por interés de las cosas mismas. Por tanto, lo que
ganaran no lo gastarían tampoco en avaricia ni en disipación, sino
como es debido: al servicio de la vida y en la medida adecuada.
¿No se evitaría con eso un sinfín de males? Evidentemente ya no
habría más privaciones, [...] desaparecería también todo lo que va
unido a la privación—la coerción del trabajo, así como la
desesperación de no poder trabajar—, el efecto desmoralizador de
las privaciones, muchos delitos, muchos crímenes, y así
sucesivamente.
[...] Sigamos imaginando, que se lograse el que no haya más
odio ni más aversión ni más desamor. [...] Si se pudiera hacer que
los hombres se encontraran entre sí con justicia y buena intención,
entonces cambiarían por completo las relaciones mutuas
humanas. Ya no habría malentendidos, envidia, celos, calumnia,
discordia, cólera; y con ello nada de sus incalculables
consecuencias en daño, molestia, destrucción, deshonor.
Imaginémonos que un espíritu bienhechor hiciese desaparecer
también el afán de poderío, que se disfraza de prudencia política,
de preocupación por el pueblo, de necesidad de la situación
histórica, de exigencia de la cultura, mientras que en realidad
importa sólo el poder, tener influjo, disfrutar honores, ejercer
dominio, sentir la emoción de oprimir a otros, porque entonces el
propio yo parece elevarse más. Si eso ocurriera, entonces se
transformaría el rostro de la tierra. Cada cual concedería al
prójimo su derecho a la libertad y al desarrollo propio; las familias
se respetarían mutuamente; las iniciativas irían de acuerdo, los
pueblos se honrarían mutuamente, edificando juntos la obra de la
humanidad... [...].
Si se pudiera disolver la tendencia a la rebelión y el gusto por
atacar el orden, entonces la ley prevalecería y todas las fuerzas se
aplicarían a una realización positiva. En cuanto a las pasiones, si
se pudiera, no ya suprimirlas, pues son la reserva de energía del
hombre, sino ponerlas en su medida, dando vigencia en ellas al
corazón y sus haberes, ¡cuánto sufrimiento y destrucción se
ahorrarían al hombre! Y así sucesivamente, a través de todo al
mundo de esta vida.
¿Quedada entonces mucho de los males de la existencia?
Pues incluso lo que no se podría evitar, por ejemplo, que
hubiera catástrofes naturales, o que uno se pusiera enfermo sin
culpa propia ni ajena, o que ocurriera algo semejante, también eso
adquiriría otro carácter. Una enfermedad actúa de otro modo en
una persona muy débil que en alguien con capacidad de
superación; así como la misma pérdida significa algo muy diverso
cuando hiere a un carácter muy derrumbado, que a otro sólido y
que confíe en la guía de Dios.
También debemos añadir a todo esto [...] en qué profunda
medida el hombre enferma y se cura por parte del alma. Pues el
alma no vive sólo en el cuerpo, como un hombre en su casa, sino
que lo edifica, o bien lo destruye, constantemente. En efecto, lo
que llamamos «cuerpo» está traspasado de alma así como lo que
llamamos «alma», por su parte, está hecha cuerpo. Por tanto, todo
lo malo—actual o pasado, hecho abiertamente o deseado
ocultamente—influye en la physis, en la naturaleza, haciéndola
incapaz o enferma. El hombre es un conjunto vivo; toda acción da
lugar a tendencias o inhibiciones, coopera en la formación de
propensiones y determina así lo que ha de ocurrir en lo venidero.
De tales consideraciones se desprende ante nosotros una verdad
que parece completamente insensata al hombre de la edad
moderna: la idea de san Pablo de que sólo «por el pecado la
muerte» llegó a la soberanía35, tanto la muerte en sí misma como
el poder de la muerte, esto es, toda la oscuridad y el error y el
rebajamiento que la acompañan [...].
Si lo tomamos junto todo esto, se nos hace evidente qué
estrecha es la conexión entre los males y la maldad. Algo más se
hace claro: que la maldad es absolutamente la raíz de los males.
Por eso, cuando el «padrenuestro» ruega que Dios nos libre del
mal, eso significa que nos libere de la maldad.
Pero ¿qué puede significar eso? ¿podemos ser rescatados del
mal, si las cosas están como están? ¿no es irreparable el mundo,
en el fondo, como saben todas las personas de sensibilidad más
honda y mirada más clara? Y, por tanto, ¿no es también
indesarraigable el mal? ¿no hay peligro de ir a parar por ese
camino a la utopía?
La revelación nos dice que la redención se ha cumplido
realmente y está en nuestra existencia. Cristo advierte: «Tened
valor: yo he vencido al mundo»36. ¿Qué significa eso? «Mundo»
es una de las palabras-clave de San Juan, y por lo regular no
significa la creación en cuanto tal, sino la realidad de la creación
tal como la ha tomado en su mano y la ha interpretado ese
hombre, que se ha puesto en contradicción con Dios,
incorporando a la creación en esa contradicción. Así ha surgido un
conjunto de cosas, acciones e intenciones, que es ese «reino» del
mal del que ya se habló. Y como, en definitiva, desde la primera
tentación, es Satán el que está tras la mal conducta del hombre,
ese reino es el «reino del príncipe de ese mundo»37. Eso es lo
que Cristo «ha vencido».
Ha entrado en la existencia terrenal y ha tomado nuestra vida
sobre sí, tal como es. Pero en él una cosa era diversa que en
nosotros: en él no había nada malo [...]. El era bueno desde su
raíz; no quiso ni pensó ni hizo más que el bien. También tomó
sobre sí el sufrimiento que procedía de la maldad de los hombres.
De ahí surgió una existencia que constituye un gran misterio: por
un lado, una capacidad infinita para amar, para comprender, para
soportar, para esperar la fuerza propia de Dios hecha hombre; por
otro lado, una vulnerabilidad igualmente infinita, que trasciende
más allá de todo lo que podemos percibir. Pues nosotros estamos
embotados, y somos astutos; hemos desarrollado múltiples
técnicas para escaparnos a la situación del mundo o para escapar
a él con la menor participación posible. Jesús tenía vida total,
abierta y generosa; por eso la condición del mundo se agolpó
contra él, y él no la esquivó. [...] Porque [...] ésa fue su acción: dar
lugar contra sí mismo a aquella desesperada enemistad contra
Dios. Eso fue la redención: redención del mal mediante la
expiación de la culpa. Para entender esto, claro está, hemos de
pensarlo en la fe, con el pensamiento de Dios, no con el humano.
Ante la eterna justicia pesaba sobre el hombre la culpa de su
rebelión; la obediencia del santo la expió. De ese modo colocó al
hombre culpable en un nuevo comienzo, en una nueva inocencia:
en la suya. El hombre vuelve a estar justificado ante Dios, al
penetrar con fe en la unidad con Cristo.
Partiendo de esa unidad puede el hombre emprender la lucha
contra el mal concreto. Con ella puede llegar a donde no alcanza
su propia fuerza. De esta conciencia surgen palabras de tal osadía
como éstas: «Todo lo puedo en aquél que me fortalece»38. Con
tal fe y confianza —así como, por supuesto, con toda la seriedad
de la voluntad propia— se realiza la redención del mal en
nosotros.
Eso no ha de entenderse de modo fantástico. Sigue en pie lo
que hemos reconocido sobre la confusión de nuestro interior,
sobre nuestra tendencia al mal, sobre toda la desgraciada
herencia de milenios. Pero hay un comienzo desde Cristo, que es
nuevo. [...] Está ahí, real y operante en la medida en que nos
atrevemos a actuar con referencia a él. Entonces crece en
nosotros el «hombre nuevo» [...]: cubierto por el viejo,
constantemente obstaculizado y llevado al fracaso, pero auténtico,
orientado hacia la esperanza de que un día llegará a su plenitud y
su manifestación39.
Pero ¿qué pasa con el mal, con la privación y el sufrimiento?
El trastorno de los órdenes, de que se hablaba, es realidad y no
se puede anular. La redención no es ninguna leyenda; por eso no
ha suprimido el mal, ni tampoco promete que en el porvenir vaya a
suprimirse alguna vez, y sigue siendo tarea del hombre trabajar en
ello. Sin embargo, algo ha ocurrido. La privación y el sufrimiento
han recibido otro carácter por la redención: han quedado
asumidos en el sufrimiento de Cristo y en éste se convierten en
expiación por la culpa del mundo, así como se convierten para
quien los comprende, en purificación y «crecimiento en el hombre
interior». Pero más allá de ello, el que cree en ese acuerdo con el
Señor, encuentra impulso, base y fuerza también para su trabajo
en el mundo, y se le hacen posibles muchas cosas que no lo
serían para la mera fuerza propia del hombre.
CSO/MUNDO: Aquí debemos darnos cuenta con claridad de
algo que es esencial para la comprensión de nuestra tarea como
creyentes. El hombre ha alcanzado hoy día un poder sobre el
mundo que puede asustar, porque no se ve si también siente la
responsabilidad que ello implica, ni si tiene las condiciones morales
para estar a su altura. El cristiano debe conocer hasta qué punto
está aquí llamado. No basta que vea el mundo como el lugar
donde se ha de «guardar del pecado» y «cumplir su deber», sino
que debe asumirlo en su responsabilidad y hacerlo suyo, para que
todo vaya como debe ir. Es una tarea difícil, y muchas veces
puede sentir la impresión de que no tiene sentido. Pero es el
servicio que debe a su Señor; y el esfuerzo de tal servicio es
expiación por la infidelidad de aquél, a quien se le puso el mundo
en las manos por primera vez.
XII. H. VAN DEN BUSSCHE
(O. c., 149-152)
PATER/BUSSCHE-VAN
Ahora comprendemos mejor el detalle introducido por Mateo. A
primera vista podríamos traducirlo también: «mas líbranos del
mal». Los textos: «El Señor me librará de toda acción mala»40 y
«Acordaos, Señor, de vuestra iglesia para librarla de todo mal»41,
parecen confirmar esta traducción. Además, el antiguo testamento
habla de una salud o de una liberación del mal (a veces en sentido
físico) o de los malos, pero no del malvado. Desde san Agustín, la
iglesia latina ha aceptado comúnmente el sentido neutro (el mal),
mientras que los padres griegos han interpretado ponêrou en un
sentido personal. Tertuliano y Cipriano traducen también: «del
malvado».
La traducción «del mal» es difícilmente aceptable. Es chocante
que cuando el nuevo testamento habla «del mal», añade casi
siempre el adjetivo «todo»42, o pone en evidencia la oposición
entre el bien y el mal43, o precisa que se trata de hacer mal o de
hablar mal44. Además, la conjunción «mas» no tendría aquí
sentido alguno: el que no cae en la tentación, ya es preservado
del mal. La fórmula «líbranos del mal» daría a la petición un matiz
moralizador, que no respondería a la situación escatológica de la
petición anterior. La tentación no era presentada como un aliciente
al pecado, sino como una seducción de Satán, que arrastra a la
defección. La conjunción «mas» sugiere un clima: «no nos pongas
en la situación de tentación y líbranos incluso del poder del
seductor».
Este es precisamente el valor del verbo «librar de». Sugiere la
idea de quitar a alguien de la esfera de influencia de otro. El prefijo
apo (y no: ek) indica que uno es salvado antes de que el peligro
sea real, que el sujeto es librado antes de que el poder del
enemigo se manifieste, que es preservado del dominio de su
contrario. El verbo «librar de» nos hace pensar espontáneamente
en las garras de un animal peligroso: ¡presérvanos de las garras
del diablo, nuestro «enemigo... que, como león rugiente merodea,
buscando a quien devorar»!45; Líbranos de la «boca del león»!46
[...] Es verdad que en el nuevo testamento a Satanás no se le
llama con frecuencia «el malvado». Pero es muy curioso que
(fuera de Ef 6, 16) solamente aparece en Mt, en Jn y en 1Jn.
Mateo dice: «Entonces llega el malvado»47, [...] opone «los hijos
del reino» a «los hijos del malvado»48, y subraya que toda
afirmación superflua viene «del malvado»49. San Mateo, por tanto,
termina el padrenuestro con una petición insistente, para que Dios
nos libre del poder del malvado, que es «el enemigo», el peligroso
adversario de Dios50 y del cristiano51. Esta petición para ser
liberados de las garras de Satanás nos remite inmediatamente a la
petición referente a la venida del reino, porque cuando el reino
esté plenamente establecido, desaparecerá Satanás y sus
amenazas. De este modo la terminación de esta oración se
convierte en la ocasión de un «padrenuestro» renovado, como el
temor del demonio arroja al fiel en los brazos del Padre.
XIII. S. SABUGAL
(Cf. Abbá.... 192-94)
PATER/SABUGAL-S
Esta última petición es exclusiva del evangelista Mateo52.
Completa, por otra parte, la súplica anterior. Pues el modo más
seguro de no caer en la prueba suprema o «tentación»
escatológica de apostasía de la fe en el reinado del Padre y en la
dignidad mesiánica o señorío del Hijo (cf. supra) es ser liberados
del «tentador», del «maligno». Este significado envuelve, sin duda,
en el contexto de esta petición el vocablo griego ho ponerós. Así lo
refleja ya la misma petición, del todo superflua, si aquel vocablo
designase simplemente «el mal»: la liberación de éste, ¿no está
implícita en la preservación de caer en la prueba? La nueva
petición sugiere, por tanto, que en ella se suplica por algo nuevo.
Es lo que precisa el evangelista mediante la contraposición ente la
anterior y esta petición: «pero líbranos...». Una liberación por lo
demás, no de algo53, por ejemplo de «la ausencia de amor»54,
sino más bien de alguien55: «del maligno»56, del personal
«enemigo del reino»57, siempre dispuesto a arrebatar «la semilla»
de la palabra58 y sembrar «cizaña» en «el campo» del mundo59.
Su acción diabólica, es, pues, constante. Y los discípulos de Jesús
son conscientes de ello. Saben perfectamente que, junto al trigo
de «los hijos del reino», crece en el mundo la cizaña de «los hijos
del maligno»60. Por eso, a la súplica de no caer en la tentación,
añaden otra, más apremiante y necesaria: «¡danos la victoria
sobre el tentador, líbranos de su poder seductor, líbranos del
maligno!».
Naturalmente esta petición final sólo puede ser formulada
seriamente por quienes creen que «el maligno» diabólico y
personal «enemigo del Reino» existe, acechando constantemente
la fe de los discípulos en un tenso esfuerzo por hacerlos dudar de
la bondad del Padre y profanar así su santo Nombre, por rechazar
su Reinado al rehusar hacer su voluntad. Una tentación, por lo
demás, solapada bajo la apariencia del bien: ¡Tienta con
propuestas aparentemente buenas el «astuto» tentado!61. De ahí
que la suya sea siempre una tentación seductora. Para resistirla
victoriosamente y alejar a su diabólico autor, los discípulos deben
recurrir ciertamente—como lo hizo Jesús—a la palabra de Dios62,
esencialmente exorciszante, por contener su Espíritu63; también
tienen que «vigilar y orar»64 insistentemente al Padre con la
petición: «¡Líbranos del maligno!».
........................
1. Sal 33, 20.
2. 2Cor 4, 8.
3. 2 Cor 4, 8.
4. Job 1, 9-11.
5. Job 2, 9.
6. Job 2, 10.
7. Job 2, 4-5.
8. Mt 4, 1-11 = Lc 4, 1-13.
9. Ef 6, 16.
10. Os 7, 6.
11. Ef 6, 16.
12 Jn 4, 14.
13. 1 Jn 5. 19.
14. Rom 8, 24.
15. Ef 5, 16.
16. Sal 33, 13.
17. Sal 33, 14-15.
18. Jn 17, 15.
19. Sal 49, 15.
20. Mt 6, 33.
21. Cf Gn 15. 2-6: 17, 17-22; 22, 8.11-13; 24, 12- 27; 32. 10-13.27-30; 33,
811: 39, 7-26: 1 Sam 17, 37.45-51. etc.
22. Sal 33, 18.
23. 2 Cor 12, 7-10.
24. Oración «Líbranos Señor>>, rezada después del «padrenuestro» en el
«canon» de la misa.
25. Así san Juan Crisóstomo (cf. supra).
26. Cf. Am 3, 5; Is 45, 7.
27. Mt 8, 20.
28. Cf. Mc 6. 54-56.
29. Jn 6, 27.
30. Mt 24 y 25.
31. Mt 26, 11.
32. Lc 14, 31-33.
33. Jn 2, 25.
34. Mt 16, 24.
35. Rom 5, 12-14.
36. Jn 16, 33.
37. Jn 12, 31.
38. Flp 4, 13.
39. Rom 8 19-21.
40. 2 Tim 4, 18.
41. Didajé, X, 5.
42. Mt 5, 11; 1 Tes 5, 22, 2 Tim 4, 18.
43. Rom 19, 9.
44. Hech 28, 21.
45. 1 Pe 5. 8.
46. 2 Tim 4. 17.
47. Mt 13. 9.
48. Mt 13. 38.
49. Mt 5. 37; Jn 9.24: 17. 15: 1 Jn 2, 13-14; 3. 12: 5, 18-19.
50. 2 Tes 2, 4.
51. 1 Tim 5. 14: 1 Pe 5, 8-9.
52. Mt 6, 13b.
53. Eso designa constantemente en el griego neotestamentano la
construcción ryomai ex: cf. 2Cor 1, 1. 10 («de un peligro mortal»); Rom
7, 24 («de este cuerpo de muerte»); 1Tes 1, 10 («de la ira venidera»); Col
1, 13 («del poder de las tinieblas»). Por lo demás, el absoluto y
determinado ho poneros designa constantemente en Mt no algo, sino
alguien: cf. infra, n. 55.
54. Así, tras una ausencia total de análisis exegético, cree «envainar en
módulos nuevos» la figura de Satanás, para el hombre hodierno sensible
al «lenguaje amoroso»: A. Salas, Catecismo bíblico para adultos, Madrid
3,1978, 163-65.
55. Eso designa casi constantemente en el griego neotestamentario la
construcción ryomai apo: cf. 2Tes 3, 2 («de los hombres perversos y
malignos»); Rom 15, 31 («de los incrédulos de Judea»); también en 2Tim
4, 18 (si se tiene en cuenta 4, 17) puede designar «toda actividad, en la
que el malvado ha puesto la mano»: H. van den Bussche, o. c., 151
(sobre el análisis de las construcciones ryomai ex y ryomai apo, cf. F. H.
Chase, o. c., 71-123; J. B. Bauer, Libera nos a malo: VD 34 [1956]
12-15; I. Carmignac, o. c., 306-308.312). Por lo demás, ho ponerós
designa constantemente en Mt alguien (Mt 5, 37.39a [cf. v. 39b-42]; 13,
19.38). También por tanto, en Mt 6, 13b. Esa es, por otra parte, la
interpretación de todos los padres citados en nuestra antología (con la
excepción de san Agustín) y de otros varios (cf. J. Carmignac, o. c., 308
s), a quienes se suman muchos exegetas y teólogos antiguos y
modernos; cf. I. Carmignac, o. c., 311 s (interpretación compartida por el
mismo autor: o. c., 311-319).
56. Mt 5, 37; 13, 19.38. En Mt 5, 39a no designa ho ponerós el maligno
diabólico, sino más bien, como lo muestra el contexto siguiente, «el
(hombre) malvado» que injustamente causa algún mal físico (cf. v.
39b-42).
57. Cf. Mt 13, 19.25.39. Contra ese enemigo personal del reino luchó Jesús
(cf. Mt 12, 22-28 par; Mc 1, 23-28 par, etc.) en sus exorcismos. No
comprendiendo, por tanto, «su duelo contra Satán como una lucha
contra un mal abstracto» (P. Grelot, Los milagros de Jesús y la
demonología judía, en Los milagros de Jesús, Madrid 1979, 61-74), sino
contra un mal concreto: «el mal por excelencia» (san Juan Crisóstomo) y
personificado. Ese «carácter personal de los poderes diabólicos es
claro» en todos los autores neotestamentarios (H. Schlier, Principados y'
potestades en el nuevo testamento, en Problemas exegéticos
fundamentales en el NT, Madrid 1970, 181-199; C. Vagaggini, El sentido
teológico de la liturgia, Madrid 1959, 337-50: S. Sabugal, o. t., [La
embajada...], 255 s), siendo asimismo ése el testimonio de la liturgia
antigua (cf. C. Vagaggini, o. c., 363-413) y actual de la iglesia, así como
de su magisterio antiguo y hodierno: cf. S. Sabugal, o. c., 256-257.
58. Mt 13, 19.
59. Mt 13. 25.28.38-39a.
60. Mt 13, 27.38.
61. Gén 3. 1. ¡Con razón le llamó Jesús el «padre de la mentira»!: Cf. Jn 8.
44.
62. Cf. Mt 4, 4.7.10 = Lc 4. 4.8.12.
63. Cf. Mt 12. 28 (=Lc 11. 201: Jn 6. 63 + 8, 31- 32.34. Ef 6, 12.17.
64. Mt 26, 41 par.
_________________________________________________
Conclusión
Es posible que, al finalizar la lectura de estas páginas
antológicas, el lector abrigue la misma o análoga impresión que
sobrecogió al autor al concluir su elaboración: usando una
comparación, tomada de los mass media y, por tanto, a todos
familiar, podríamos decir que con esa lectura hemos asistido a una
especie de representación cinematográfica sobre el
«padrenuestro», en la que el guión original, dictado por el mismo
Jesús de Nazaret y redactado luego por las plumas evangélicas de
Mateo y Lucas, fue interpretado ya por estos dos «divinamente
inspirados»1 evangelistas, para sus respectivas comunidades
cristianas2; una interpretación re-anudada, en el anochecer del
siglo primero, por el autor del primer catecismo post-apostólico3,
para ser re-emprendida posteriormente, a lo largo de diez y nueve
centurias, por esa casi eslabonada serie de «actores» que, desde
Tertuliano y Agustín hasta Joachim Jeremías y el autor de estas
páginas, se han esforzado por transmitir su mensaje a los
«espectadores» del pueblo cristiano. Una interpretación en
ocasiones diversa, es cierto: necesaria consecuencia, por otra
parte, de la diferente personalidad de aquellos, así como
adaptación obligada, también, a la diversa necesidad espiritual de
éste. Y, sin embargo, una «representación» substancialmente
uniforme: guiada por las primeras y autorizadas interpretaciones
de los dos evangelistas, ha recorrido las mismas etapas,
señaladas por las partes integrantes de «la oración del Señor»,
encontrándose frecuentemente asimismo en el análisis y
exposición de sus concepciones fundamentales.
Si esta impresión es—como creemos—objetiva, la presente
antología, en la que los múltiples comentarios iluminan diversos
aspectos de la única «oración del Señor», sin que la diferente
concepción teológica de sus autores empañe la unidad temática
de la misma, ofrece una muestra paradigmática de ese Iícito y
fecundo pluralismo teológico en la unidad de la fe, que, enraizado
ya en las diversas concepciones teológicas y formulaciones
literarias (evangelios, epístolas, Hechos, Apocalipsis) de la única fe
neotestamentaria, caracterizó luego la exégesis y teología
patrística, constituyendo su logro uno de los quehaceres
fundamentales de la iglesia hodiernas4.
Pero este comentario antológico quiere ser, ante todo, una
modesta contribución a la llamada evangelizadora y catequética
que, como en el prólogo indicábamos, hace actualmente a toda la
iglesia el supremo magisterio: como lograda síntesis del mensaje
de Jesús y compendio insuperable de todo el evangelio5, el
padrenuestro es quizá el guía más seguro en el kerymágtico,
catequético y homilético «servicio de la Palabra», pudiendo, en
este sentido, su antiguo y hodierno comentario contribuir a que
«los servidores» de aquélla (Lc 1, 2) ofrezcan «al pueblo de Dios
el alimento de la Escritura, que [no sólo] ilumine el entendimiento
[sino también] confirme la voluntad [y, sobre todo], encienda el
corazón en el amor a Dios»6. Por lo demás, nuestro florilegio
exegético quisiera ser también una especie de telescopio,
mediante el que el cristiano de hoy, oteando el firmamento de las
principales interpretaciones al «padrenuestro» ofrecidas en la vida
de la iglesia a lo largo de su veintisecular historia, reciba una
siquiera modesta ayuda en su diario rezo y meditación de esa
oración, que, en virtud de su filiación divina, le caracteriza y
distingue de cualquier otro creyente, mediante la cual puede
también dirigirse audazmente (audemos dicere) a Dios, como a su
Padre. Finalmente, esas páginas antológicas quisieran asimismo
ofrecer al lector cristiano un nuevo estimulo a imitar al Señor Jesús
en su frecuente oración privada7 y pública8, animándole a «orar
siempre sin cansarse nunca»9, velando10 y perseverando11 en la
oración humilde12, no ostentativa13, insistente14 y confiada15,
que debe traducirse en súplicas16 y acciones de gracias17 por «el
pueblo santo»18, por el éxito en la evangelización del «misterio de
Cristo»19 y «por todos los hombres»20, incluidos los propios
enemigos calumniadores21 y perseguidores22.
Sólo si, en alguna medida, se cumplen esas finalidades, juzga el
autor «no haber trabajado vanamente en el Señor»23 y sí haber
contribuido al «servicio del evangelio»24 como «servidor de la
Palabra»25 en la Iglesia y para sus fieles, al redactar estas
páginas.
SANTOS
SABUGAL
EL PADRENUESTRO EN LA INTERPRETACIÓN
CATEQUÉTICA ANTIGUA Y MODERNA
SIGUEME. SALAMANCA 1997. Págs. 329-353
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1. Cf. 2Tim 3. 16.
2. Cf. supra. 25 ss
3. Cf. supra, 131 ss.
4. Cf. Comisión Teológica Internacional, El pluralismo teológico, Madrid
1976. Ese necesario pluralis- mo teológico, en la unidad de la fe católica,
fue delineado para las nuevas iglesias en países de misiones por el
concilio Vaticano II, GD III 22.
5. Cf. supra, 17 s.
6. DV, Vl, 23.
7. Cf. Lc 3, 21; 5, 16; 6, 12; 9, 18; 11, 1; Mc 6, 46; 14, 32.36 par.
8. Cf. Mt 11, 25-27 (=Lc 10, 21-22); Jn 11, 41-42; 17, 1-26; Mc 14, 26 par,
etc.
9. Lc 18, 1.
10. Cf. Mc 14, 38 par; Ef 6, 18; Col 4, 2; 1 Pe 4, 7.
11. Cf. Rom 12, 12; Col 4, 2.
12. Cf. Lc 18, 9-14.
13. Cf. Mt 6, 5-6.
14. Cf. Lc 11, 5-13 (=Mt 7, 7-11); 18, 1-8a.
15. Cf. Lc 11, 11-13 (=Mt 7, 9-11); Mt 6, 33 (=Lc 12, 31); Jn 14, 13-14.
16. Cf. Flp 4, 6; 1 Tim 2, 1.
17. Cf. Col 4, 2; 1 Tim 2, 1.
18. Ef 6, 18.
19. Col 4, 3.
20. 1 Tim 2, 1-2.
21. Cf. Lc 6, 28; Rom 12, 14.
22. Cf. Mt 5, 44.
23. 1 Cor 15, 58.
24. Rom 15. 16.
25. Lc 1, 2.
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