ANTOLOGÍA EXEGÉTICA DEL PADRENUESTRO

* * * * *

Mas líbranos del Maligno



I. SAN CIPRIANO
(Sobre la oración dominical, 27)
·CIPRIANO/PATER PATER/CIPRIANO


Después de todo esto, al fin del padrenuestro viene una 
cláusula que contiene en compendio todas nuestras peticiones y 
súplicas. Al fin, pues, decimos: «mas líbranos del mal», con la que 
abarcamos todos los males, que maquina contra nosotros en este 
mundo el enemigo, contra los cuales podemos estar confiados y 
firmes si Dios nos libra, si nos concede su ayuda ante nuestros 
ruegos y súplicas. Cuando decimos, pues, «líbranos del mal» nada 
queda ya por pedir, puesto que de una vez pedimos la protección 
de Dios contra todo mal; y, obtenido ésta, estamos seguros y a 
cubierto frente a todo lo que puedan tramar el diablo y el mundo. 
¿Quién, pues, puede tener miedo del mundo, si Dios le ampara en 
el mundo? 


II. ORÍGENES
(Sobre la oración, XXX, 1-3)
·ORIGENES/PATER PATER/ORIGENES

Me parece que Lucas con la frase: «no nos pongas en 
tentación» virtualmente nos ha enseñado también la otra: 
«líbranos del mal». Y ciertamente al discípulo, como a más 
aventajado, es probable que el Señor le hubiera hablado en 
compendio; mientras que al pueblo, que necesitaba una doctrina 
clara, lo hiciera en forma más explícita. El Señor nos libra del mal 
no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla valiéndose de 
sus mil artes, sino cuando vencemos, arrostrando valientemente 
las circunstancias. Así leemos: «Muchas son las aflicciones del 
justo, pero de todas lo libra el Señor»1. Porque Dios libra de las 
tribulaciones no cuando las hace desaparecer, ya que dice el 
apóstol: «en mil maneras somos atribulados»2, como si nunca nos 
hubiéramos de ver libres de ellas, sino cuando por la ayuda de 
Dios no nos abatimos al sufrir tribulación; pues estar en tribulación, 
según la fórmula hebrea, significa un estado que sobreviene 
independientemente de la voluntad, mientras que el abatimiento se 
dice de quien cede espontáneamente ante la tribulación, 
dejándose vencer por ella. Y por esto dice bien san Pablo: «en mil 
maneras somos atribulados, pero no nos abatimos»3. 
De esta manera es como se ha de entender que uno es librado 
del mal. A Job lo liberó Dios no en que Satanás no recibiera 
autorización para presentarle estas o aquellas tentaciones—pues 
recibió efectivamente esta autorización—, sino porque en todas 
cuantas adversidades le sobrevinieron no pecó delante del Señor, 
antes se mostró justo. Pues quien había dicho: «¿Acaso teme Job 
a Dios en balde? ¿No has rodeado de un vallado protector a él, a 
su casa y a todo cuanto tiene? Has bendecido el trabajo de sus 
manos y ha crecido así su hacienda sobre la tierra. Pero anda, 
extiende tu mano y tócale en lo suyo, a ver si no te vuelve las 
espalda»4, se llenó de vergüenza, por haber dicho tantas 
falsedades contra Job; pues éste, a pesar de haber soportado 
tantos y tan grandes sufrimientos, no volvió la espalda a Dios, 
como decía su adversario, sino que perseveró bendiciendo a Dios, 
cuando estaba abandonado a la suerte del tentador. Y a su mujer 
que le decía: «!Maldice al Señor y muérete!»5, llegó a increparla, 
reprendiéndola con estas palabras: «!Has hablado como una 
mujer necia! ¿No recibimos de Dios los bienes? ¿Por qué no 
vamos a recibir también los males»6. Por segunda vez dijo el 
diablo sobre Job al Señor: «!Piel por piel! Cuanto el hombre tiene 
lo dará gustoso por su vida. Anda, pues, extiende tu mano y tócale 
en su hueso y en su carne, a ver si no te vuelve la espalda»7. 
Pero, vencido por este atleta de la virtud, se puso al descubierto 
su mentira. Porque, herido de la manera más atroz, persistió en no 
ofender a Dios en nada con sus labios. Una vez sufridos los dos 
combates y saliendo en ambos victorioso, Job no tuvo que 
soportar un tercer combate de esta clase, pues convenía que esta 
triple lucha quedara reservada a Cristo y que nos la describieran 
los tres primeros evangelistas: en los tres combates venció al 
enemigo el Salvador en cuanto hombre8. 
Y después de haber examinado todo esto con diligencia y 
haberlo rumiado en nuestro interior para hacer consciente nuestra 
petición, haciéndonos dignos de que por haber escuchado a Dios 
él nos escuche debemos pedir que, si somos tentados, no 
perezcamos ni seamos abrasados por los «encendidos dardos que 
nos lanza el maligno»9. Estos dardos prenden fuego en todos 
aquellos, cuyos «corazones—en expresión de un profeta—prestos 
estaban como un horno»10; en cambio no se inflaman los que, 
«con el escudo de la fe, hacen inútiles los encendidos dardos del 
maligno»11, teniendo en sí mismo «ríos de agua, que saltan hasta 
la vida eterna»12, que impiden el incremento del fuego del 
maligno, extinguiéndolo fácilmente con un diluvio de pensamientos 
divinos y saludables, que en el ánimo de quien procura ser 
espiritual se originan, al contemplar la verdad. 


III. SAN CIRILO DE JERUSALÉN
(Cateq. XXIII, 18)
·CIRILO-DE-J/PATER PATER/CIRILO-DE-J

Si lo de: «no nos lleves a la tentación» significara no ser 
tentados, de ningún modo diría: «mas líbranos del malo». El malo 
es nuestro adversario, el domonio, de quien pedimos ser 
libertados. 


IV. SAN GREGORIO NISENO
(De oral. domin., V (PG 44, 1191 A- 1194A))
·GREGORIO-NISA/PATER PATER/GREGORIO-NISA

Con el fin de saber a quién oramos y no suplicarle con los labios 
sino con el espíritu en la petición: «no nos lleves a la tentación, 
sino líbranos del malo» es preciso no preterir su explicación. ¿Qué 
significan, hermanos, estas palabras? Me parece que el Señor 
designa «el malo» de muy diversas maneras, según la diversidad 
de las malas acciones: diablo, beelzebul, mammón, príncipe este 
mundo, homicida, malo, padre de la mentira, y otros semejantes. 
Quizá uno de sus nombres es también: tentación, lo que se 
confirma por la yuxtaposición de las dos peticiones; tras afirmar: 
«no nos lleves a la tentación», añadió: «mas líbranos del malo», 
como si los dos nombres designasen una misma cosa. Pues si 
quien no entró en la tentación está fuera del malo, quien entró en 
la tentación está necesariamente dentro del malo. Por tanto, «el 
malo» y la tentación designan una misma cosa. ¿A qué nos 
exhorta, pues, la enseñanza de esta súplica? A separarnos de las 
cosas, miradas según este mundo, como en otra parte dice a los 
discípulos: «todo el mundo está sometido al malo»13. Quien quiere 
estar fuera del malo, debe necesariamente separarse del mundo. 
Pues la tentación no alcanza al alma sino mediante el cebo de la 
preocupación por estas cosas mundanas. [...] Puesto que «el 
mundo está sometido al malo» y las ocasiones de la tentación 
surgen de las preocupaciones mundanas, quien realmente suplica 
«ser librado del malo» pide justamente ser alejado de las 
tentaciones. [...] Digamos, pues, también nosotros a Dios: «no nos 
lleves a la tentación»—es decir: a los malos de este mundo—, 
«más líbranos del malo», que domina este mundo [...]. 


V. SAN AMBROSIO
(Los sacramentos, V 4, 29)
·AMBROSIO/PATER PATER/AMBROSIO

[Esta petición suplica] que cada uno «sea liberado del malo», es 
decir, del enemigo, del pecado. 


VI. SAN JUAN CRISÓSTOMO
(Homilías sobre san Mateo, XIX, 6)
·JUAN-CRISO/PATER PATER/JUAN-CRISO

Llama aquí el Señor malo al diablo, mandándonos, por una 
parte, que le declaremos guerra sin cuartel, pero dándonos, por 
otra parte, a entender, que no es tal por naturaleza. La maldad, en 
efecto, no procede de la naturaleza, sino de la libre voluntad. Mas 
el diablo se llama malo por excelencia, a causa de su extremada 
maldad. Ningún agravio le hemos hecho nosotros y, sin embargo, 
nos hace una guerra implacable. Por eso no dijo el Señor: 
«líbranos de los malos», sino «líbranos del malo». Con ello nos 
enseña a no guardar resquemor contra nuestro prójimo, por el mal 
que de su parte sufrimos. Contra el diablo hemos de volver todo 
nuestro odio, como culpable que es de todos los males. 


VII. SAN AGUSTÍN
(1. Serm. Mont., II, IX 35; 2. Serm. 57. 10; 3. Serm. 58, 11)
·AGUSTIN/PATER PATER/AGUSTIN

1) [...] Hemos de orar no solamente para que seamos 
preservados del mal que no tenemos, lo cual se pide en esta 
petición; sino también para que seamos librados de aquel mal en 
que hemos sido hundidos. Porque, conseguido esto, nada 
quedará que sea temible, ni en absoluto será temida tentación 
alguna. Lo cual, sin embargo, no podemos esperar que suceda en 
esta vida, mientras dura esta condición de morir, a que nos 
condujo la seducción de la serpiente; pero, no obstante, debemos 
esperar que llegará algún día; y ésta es la esperanza que no se 
ve, de la que, escribiendo el apóstol, dice: «pues no se dice que 
alguno tenga esperanza de aquello que ya ve»14 o posee. Pero, a 
pesar de eso, los fieles siervos de Dios no deben desesperar de 
obtener aquella sabiduría que se concede también en la vida 
presente. Consiste ésta en apartarse con cautísima diligencia de 
todo aquello que por revelación de Dios comprendemos que debe 
evitarse; y apetezcamos con ardentísima caridad todo aquello que 
por revelación de Dios entendemos que se ha de amar. Porque 
así, cuando la muerte despojase al hombre del restante peso de 
mortalidad, gozará perpetuamente y sin reserva de la felicidad 
perfecta que fue incoada en esta vida, en la que ahora se hacen 
esfuerzos para alcanzarla y poseerla en tiempo oportuno. 

2) [...] «Líbranos del mal» puede perfectamente ir unido a la 
sentencia anterior, pues no viene a ser más que una adición. No 
nos dejes caer en la tentación; pero líbranos del mal. ¿De qué 
modo? Pues librándonos de mal, no nos deja caer en la tentación; 
y no dejándonos caer en la tentación, nos libra asimismo del mal. 

3) [...] El que quiere ser librado del mal, ya confiesa que se 
encuentra en medio de él. Por eso dice el apóstol: «Redimamos el 
tiempo, porque son malos días»15. Pero «¿quién es el que desea 
la vida, y ansía ver días buenos?»16. ¿Quién no ha de querer 
eso, sabiendo como sabemos que, mientras vivamos en esta 
carne, hemos de tener días malos? Pues haz lo que se te dice a 
continuación: «Aparta tu lengua del mal y no pronuncien tus labios 
una mentira; apártate del mal y haz el bien; busca la paz y 
síguela»17. Ahí tienes el remedio contra los días malos, pues de 
ese modo se cumple lo que has pedido al decir: «líbrame del mal». 



VIII. SANTA TERESA DE JESÚS
(Camino de perfección, 42)
·TEREJ/PATER PATER/TEREJ

Paréceme tiene razón el buen Jesús de pedir esto para sí, 
porque ya vemos cuán cansado estaba de esta vida cuando dijo 
en la cena a sus apóstoles: «con deseo he deseado cenar con 
vosotros», que era la postrera cena de su vida. Por adonde se ve 
cuán cansado debía ya estar de vivir [...] ¿Qué fue toda su vida 
sino una continua muerte, siempre trayendo la que le habían de 
dar tan cruel delante de los ojos? Y esto era lo menos; !mas tantas 
ofensas como se hacían a su Padre, y tanta multitud de almas 
como se perdían! Pues si acá una que tenga caridad le es esto 
gran tormento, ¿qué sería en la caridad sin tasa ni medida de este 
Señor? Y qué gran razón tenía de suplicar al Padre que le librase 
ya de tantos males y trabajos, y le pusiese en descanso para 
siempre en su reino, pues era verdadero heredero de él. [...] El 
«amén» entiendo yo, que pues con él se acaban todas las cosas, 
que así lo suplico yo al Señor me libre de todo mal para siempre, 
pues no me desquito de lo que debo, que puede ser por ventura 
cada día me adeudo más. Y lo que no se puede sufrir, Señor, es 
no poder saber cierto que os ame, ni si son aceptos mis deseos 
delante de vos. ¡Oh Señor y Dios mío, libradme ya de todo mal, y 
sed servido de llevarme adonde están todos los bienes! ¿Qué 
esperan ya aquí a los que vos habéis dado algún conocimiento de 
lo que es el mundo, y los que tienen viva fe de lo que Padre eterno 
les tiene guardado? 
El pedir esto con deseo grande y toda determinación es un gran 
efecto para los contemplativos de que las mercedes que en la 
oración reciben son de Dios; así que, los que lo fueren, téngalo en 
mucho. El pedirlo yo no es por esta vía, digo que no se tome por 
esta vía, sino que, como he tan mal vivido, temo ya de más vivir, y 
cánsanme tantos trabajos. Los que participan de los regalos de 
Dios, no es mucho deseen estar adonde no los gocen a sorbos, y 
que no quieran estar en vida, que tantos embarazos hay para 
forzar de tanto bien y que deseen estar adonde no se les ponga el 
sol de justicia. Haráseles todo oscuro cuanto después acá ven, y 
de cómo viven me espanto. No debe ser con contento quien ha 
comenzado a gozar, y le han dado ya acá su reino, y no ha de vivir 
por su voluntad, sino por la del rey. 
¡Oh, cuán otra vida debe ser ésta para no desear la muerte¡ 
¡Cuán diferentemente se inclina nuestra voluntad a lo que es la 
voluntad de Dios! Ella quiere queramos la verdad, nosotros 
queremos mentira; quiere que queramos lo eterno, acá nos 
inclinamos a lo que se acaba; quiere queramos cosas grandes y 
subidas, acá amamos lo dudoso. ¿Qué es burla, hijas mías, sino 
suplicar a Dios nos libre de estos peligros para siempre, y nos 
saque ya de todo mal? Y aunque no sea nuestro deseo con 
perfección, esforcémonos a pedir la petición. ¿Qué nos cuesta 
pedir mucho, pues pedimos a poderoso? Mas, porque más 
acertamos, dejemos a su voluntad el dar, pues ya le tenemos dada 
la nuestra, y sea para siempre santificado su nombre en los cielos 
y en la tierra, y en mí siempre hecha su voluntad. Amén. 


IX. CATECISMO ROMANO

PATER/CATECISMO-ROMANO
(IV, VIll, l-12)
1. Sentido de esta petición

En esta última petición del padrenuestro resumió Jesucristo, en 
cierta manera, todas las anteriores. De ella se sirvió él mismo en la 
última cena para invocar de su Padre la salvación de todos los 
hombres: «te pido que los guardes del mal>>18. Todo el espíritu y 
significado de la oración dominical está comprendido en esta 
última plegaria [...]. Si en la petición anterior pedíamos el poder 
evitar la culpa, en ésta pedimos ser librados de la pena. No es 
necesario insistir en el número y en la gravedad de los males, 
desgracias y adversidades que constantemente nos oprimen [...]. 
En tan difícil y peligrosa situación, el hombre siente la necesidad 
imperiosa de acercarse a Dios para que «le libre del mal». [...] Sólo 
Dios es el refugio instintivo del hombre que sufre [...] 
ORA/ORDEN-TRASTORNADO: [Ahora bien], hay muchos que 
oran trastornando completamente el orden establecido por Cristo. 
Porque el mismo Señor, que nos manda «refugiarnos en él en el 
día de la desventura»19, nos ordena también pedir, antes que la 
liberación de nuestros males, la santificación del nombre divino, el 
advenimiento de su reino y el cumplimiento de su voluntad [...]: 
«Buscad primero el reino y su justicia y todo lo demás se os dará 
por añadidura»20. 
Quienes saben pedir como deben, subordinan a la gloria de 
Dios y al bien de su alma la misma liberación de los males 
terrenos. [...]. Aquí radica la diferencia esencial entre la oración 
cristiana y la de los paganos. También éstos piden a Dios que les 
libre de sus enfermedades y males; pero ponen su principal 
esperanza en sí mismos, en las fuerzas de la naturaleza, de la 
medicina, de la magia y aun del demonio. Recurren a cualquier 
medio y se agarran a cualquier esperanza, con tal de conseguir el 
bienestar humano, supremo interés de su vida y plegarias. 
El cristiano, en cambio, en la enfermedad y en lo adverso busca 
su refugio fundamentalmente en Dios, a quien reconoce como 
autor de todo bien y único liberador del mal; cree además que toda 
la eficacia de los remedios humanos se deriva de él y debe 
siempre subordinarse a su divino querer y gloria [...]. Los hijos de 
Dios, más que en la medicina, creen en el Dios de su salud. La 
Sagrada Escritura reprende enérgicamente a aquellos que, fiados 
en las ciencias humanas y en sus inventos, se olvidan de invocar 
el auxilio divino. Los que creen y esperan en él, en cambio, deben 
abstenerse de todos los remedios que consta no han sido 
ordenados por Dios para la salud del hombre; especialmente si 
son sospechosos de magia o superstición: han de ser siempre 
rechazados, aunque nos constase que por ellos habíamos de 
conseguir la salud. 
El cristiano debe poner toda su confianza en Dios. La Escritura 
nos ofrece numerosos ejemplos de su intervención en favor de 
quienes, llenos de esta confianza, buscaron en la oración el 
remedio de sus males [...]: «Clamaron los justos y Yahvé los oyó, y 
los libró de todas sus angustias»22. 

2. Líbranos del mal
No pedimos aquí ser librados absolutamente de todos los males, 
porque hay cosas que a nosotros nos parecen malas, cuando en 
realidad son buenas. Recordemos aquel «aguijón» que tanto 
hacía sufrir a san Pablo, y que por revelación divina supo le había 
sido dado para acrisolar y perfeccionar su virtud con el auxilio 
divino23. Si conociéramos el valor eficacísimo de muchos de 
nuestros dolores, no sólo pediríamos al Señor ser librados de 
ellos, sino que los estimaríamos y agradeceríamos como 
verdaderos regalos de Dios. Pedimos únicamente que el Señor 
aleje de nosotros todos y sólo aquellos males que no acarrean 
utilidad alguna a nuestra alma; dispuestos a soportar todos 
aquellos que puedan proporcionarnos algún fruto espiritual para la 
vida eterna. Este es, por consiguiente, el sentido de la petición: 
que, una vez liberados del pecado y de la tentación, lo seamos 
también de todos los males internos y externos: del agua y del 
fuego, del granizo y del rayo, de la carestía y de la guerra, de las 
enfermedades y de las pestes, de las cárceles y destierros, y de 
las traiciones, asechanzas y todos los demás males corporales y 
espirituales. Y entendemos por «mal» no sólo lo que como tal es 
tenido por el consentimiento unánime de los hombres, sino 
también las cosas comúnmente consideradas como buenas 
(riquezas, salud, honores, fuerzas, la misma vida), si en algún caso 
determinado hubieran de redundar en daño de los intereses de 
nuestra alma. Pedimos también a Dios que nos libre de la muerte 
repentina; que no se extienda sobre nosotros su ira divina; que no 
incurramos en los castigos eternos, reservados para los impíos, ni 
seamos un día atormentados con el fuego del purgatorio. La 
iglesia y la liturgia interpretan esta petición de una manera 
general: «Te rogamos, Señor, que nos libres de todos los males 
pasados, presentes y futuros»24. 
[...] También y de manera especialísima hemos de considerar 
como mal al demonio, autor de la caída del hombre y de sus 
pecados, «el gran mal» de la humanidad, según testimonio de los 
padres25. De él se sirve el Señor, como de ministro, para exigir a 
los pecadores el castigo de sus culpas26. Llámase también «mal» 
al demonio porque sin haberle hecho nosotros daño alguno, 
mueve guerra perpetua contra nuestras almas y nos persigue 
obstinadamente con un odio mortal. Cierto que no puede 
dañarnos, si estamos defendidos por la fe y la inocencia; pero 
jamás cesa de tentarnos con males externos y por cuantos medios 
tiene a su disposición. Por esto, y en este sentido, pedimos a Dios 
que nos libre del mal. 
Y nótese que decimos «del mal» y no «de los males», porque 
todos los males que nos vienen del prójimo tienen como último 
autor e instigador a Satanás. Por consiguiente, no hemos de 
irritarnos contra nuestros hermanos, sino contra el demonio quien 
impele a los hombres a ofender a los demás. Y cuando suplicamos 
«más líbranos del mal», no sólo pedimos directamente por 
nosotros, sino también para que Dios arranque de las manos de 
Satanás a todos nuestros prójimos [...]. 


X. D. BONHOEFFER
(O.c., 179)
·BONHOEFFER/PATER PATER/BONHOEFFER

Por último, los discípulos deben rezar, para ser liberados de este 
mundo malo y heredar el reino celeste. Es la oración por un final 
feliz, por la salvación de la iglesia en los últimos tiempos de este 
mundo.


XI. R. GUARDINI
(O. c., 437-453)
·GUARDINI/PATER PATER/GUARDINI

1. El sufrimiento del mundo
«Líbranos del mal», dice la última petición del padrenuestro en 
la versión usual entre nosotros. Pero aquí se simplifica el sentido 
original; quizá se debe decir, incluso, que lo superficializa. Viene 
del texto latino: libera nos a malo; pero pierde la doble significación 
de esta palabra; pues malum es la traducción del griego ponerós; 
y éste significa: lo desgraciado, lo enfermo, lo débil; pero también: 
lo malo y, aun quizá, el malo. Nosotros, sin embargo, nos vamos a 
atener ante todo a nuestra versión usual, oyendo en la petición la 
voz del hombre que pide auxilio a Dios en el sufrimiento de la vida. 

Todo el mundo sabe lo que es ese «mal», los «males», qué 
variadas son sus formas y qué grande su menesterosidad; y esto 
se aprende más a fondo cuanto más se avanza en la vida. Cada 
vez se percibe con más exactitud cuánta enfermedad y dolor hay; 
qué intocables son los cuidados y estrecheces de la vida, de la 
vida propia y de la de aquellos a quienes se ama; qué grande 
puede llegar a ser la angustia en la inseguridad de la existencia. 
Se experimenta la miseria de no ver qué habría de hacer, y la 
miseria tal vez mayor de no poder hacer lo que se debería hacer. 
Se conocen las dificultades que surgen entre persona y persona, 
cuando los que están unidos no se comprenden ya y se ofenden 
mutuamente, cuando se pierde a alguien a quien se quería. Se 
llega a saber lo que es el sufrimiento por el honor injuriado, por la 
injusticia y la mentira; y como si no fuera bastante, los últimos 
decenios han traído todos esos terrores y desesperaciones que 
vienen de las fuerzas desencadenadas de la historia, de la 
violencia de las ideologías, del odio y del afán de destrucción: 
guerra, trastorno, dominio de la violencia... 
¿Cómo, entonces, se arregla el hombre con todo eso (si es que 
realmente se las arregla) y no sucumbe? De esto habría mucho 
que decir. En algún sentido tiene cada cual su manera propia, 
pues es la manera como está hecho y como lleva su vida. Pero 
quizá se pueden extraer algunas formas que siempre se repiten, 
según el hombre trata de poner una rima al temible verso del mal 
en el mundo. 
MAL/ORIGEN-TERMINO: La manera de ver más difundida es la 
que dice: a la larga, no debe haber males en el mundo, pues 
proceden de la inconsecuencia e inexperiencia del hombre. Una 
vez que el hombre haya avanzado bastante en el conocimiento de 
las causas y en el uso de las fuerzas naturales; una vez que haya 
aprendido cómo debe organizarse racionalmente la producción, y 
cómo deben distribuirse los bienes, y cómo debe estructurarse 
adecuadamente la ordenación social de la realidad; una vez que 
haya llegado un día a edificar un Estado que no sea carga, sino 
bienestar, entonces ya no habrá mal. Tal es el resultado. El 
hombre puede librarse él mismo del mal, solamente él mismo. 
Debe dejar a un lado toda mirada de soslayo hacia la ayuda 
divina, poniéndose completamente en sí mismo.
Debe trabajar, investigar, planear, edificar incansablemente, y 
entonces lo logrará. Es la convicción del progreso universal e 
incondicionado que hoy atraviesa el mundo más que nunca. 
Incluso Asia, que habíamos considerado como custodia de una 
sabiduría más honda, parece sucumbir cada día más de prisa a 
esta idea. 
¿Con razón? Es seguro que se puede hacer mucho, y cada vez 
más, para vencer las estrecheces de la vida. Es también seguro 
que el hombre ha de tomar en serio esta tarea y debe esforzarse. 
Pero ¿es cierto que en el fondo no tendría que haber mal? ¿Es 
verdad que se basa en causas, que pueden superarse paso a 
paso, hasta que desaparezcan por fin del todo? ¡Eso no es 
verdad¡ Quien así dice no conoce a los hombres, pues en los más 
íntimo de ellos hay un desorden, una confusión de tendencias y 
medidas que influyen en todo lo que hacemos y que 
continuamente crea nuevas dificultades. Esta confusión no es 
posible dominarla por motivos radicales. En ella sigue actuando la 
culpa original a través de la historia; y cuando un hombre ha 
puesto su vida medio en orden, su hijo tiene entonces que volver a 
empezar por el principio. 
Una segunda teoría viene del lado opuesto y dice: lo malo forma 
parte de la existencia, como la sombra forma parte de la luz. 
Cuando el sol ilumina las cosas es necesario que forme las 
sombras en sus lados más alejados. Si ha de haber día, como 
tiempo de la luz, entonces debe seguirle la noche. Por eso, no es 
posible el gozo, si no lo contrasta su contrario, el dolor. El barco 
necesita el lastre que, aunque le hace pesado, también le da fijeza 
y dirección. Lo mismo ocurre con la vida. El sufrimiento es peso y 
opresión; pero también hace que nuestra vida permanezca en 
equilibrio y conserve su dirección. Y más aún: una vida que 
estuviera en orden y sólo conociera la paz, la fecundidad, el gozo, 
debería hacerse pequeña y aburrida. Lo noble no puede sino ser 
trágico; la lucha, el dolor, la ruina, son la fuerza amarga que lo 
sostiene... 
Esto suena de modo impresionante y tiene algo de verdad. 
Pero aludamos a una experiencia, que pueda volvernos a la 
realidad: cuando se encuentra gente que habla así, por lo regular 
se tiene la sensación de que con lo trágico se refieren a los 
demás, y que en cambio se consideran a sí mismos como los 
entendidos que comprenden y valoran. Cuando lo duro les hiere a 
ellos mismos, entonces se cambia el tono. Prescindiendo de esto, 
en tal modo de ver hay también una gran frialdad de corazón. 
Quién sabe realmente lo que es sufrimiento, no organiza con él 
ninguna teoría de grandeza trágico-estética... Por fin [...], el modo 
como hiere el dolor al hombre, que, pese a todo, es persona y 
tiene dignidad y honor, ese dolor, sobre todo, que significa 
tormento, rebajamiento, destrucción, no entra en absoluto en 
ninguna teoría. 
Disolverlo en teoría es un crimen. 
Todavía hay un tercer modo de ver y por cierto el más 
extendido, que dice: la vida es como es. En ella hay cosas buenas 
y cosas malas: hoy le va bien a uno, mañana le va mal. Hay que 
tomarlo todo como viene. Si hay algo duro que se pueda cambiar, 
se cambia; si no, se las arregla uno con ello... 
Esto suena banal, pero también puede ser auténtica sabiduría: 
ese acomodo procedente de la experiencia, continuamente 
repetida, de que todo intento de cambiar, en el fondo, no sirve 
para nada, pues la realidad es mas tenaz que nuestras fuerzas. 
Las reformas han servido hasta cierto punto; más allá todo sigue 
como estaba. Toda mejora en un lado, queda compensada por un 
empeoramiento en el otro; si se gana aquí un valor, se pierde allí 
otro. De tales experiencias puede surgir incluso algo muy hermoso: 
esto es, el humor. Este ha dejado a un lado las ilusiones y ve las 
cosas como son: lo bueno como bueno, lo malo como malo, y 
además la insuficiencia por todas partes; pero puede sonreír sobre 
ello, porque en el fondo ama la existencia. Tal modo de ver no es 
muy heroico, pero tiene mucho a su favor. Quizá entre los modo 
meramente humanos de tomar la vida, sigue siendo el más próximo 
a la realidad. 
¿Cómo piensa Jesús sobre el mal? Lo ha conocido exactamente 
pues su corazón ha sentido el sufrimiento de los hombres, su 
pobreza, su enfermedad y abandono, la opresión por los 
poderosos, la oscuridad del pecado y del error. Lo ha conocido 
también por experiencia propia. No tenemos más que hojear el 
evangelio, para ver cómo fue su vida. Apenas había nacido y ya 
tuvo que huir a paises extraños. Aun cuando no se pueda hablar 
de auténtica pobreza, los suyos, ciertamente, no estaban bien 
dotados. Sobre él mismo dijo aquellas duras palabras: «Los zorros 
tienen madrigueras y los pájaros del cielo tienen nidos, pero el Hijo 
del hombre no tiene donde reclinar la cabeza»27. Tan pronto 
como empieza a predicar, ya están ahí sus enemigos y actúan 
contra él. Su palabra es mal entendida y deformada. Calumnias de 
toda especie deforman sus intenciones. En torno de él hay terrible 
soledad, pues incluso entre aquellos que le apoyan, ninguno le 
entiende durante su vida. En definitiva, todo eso se reúne en la 
mentira de la acusación, en la ignominia del juicio injusto, en los 
espantos de las últimas horas. Pero tras ello hay un sufrimiento de 
que no tenemos idea: que él, el santo, tuviera que vivir en el 
ámbito del pecado; que lo hubiera asumido sobre si y tuviera 
entonces que responder de él; algo que rebasa nuestro 
pensamiento y que se indica en sus palabras en Getsemani y en el 
Gólgota. Por eso la cruz es el símbolo de su existencia. No el 
único, ciertamente; también le corresponde el sol de la mañana de 
pascua; pero antes que nada está la cruz. Esto es, ha sabido por 
su más propia experiencia cómo es el mal, pero interiormente era 
tan libre, que no se sometía a él. Y teniendo tal modo de conocer, 
que nada le podia equivocar en su juicio ¿cómo ha pensado sobre 
él? ¿Ha creído que se pudiera evitar? Habría razón para recordar 
cómo socorrió a tantos. Alimentó a hambrientos, consoló a 
oprimidos, bendijo a niños. Innumerables enfermos acudieron a 
él28, y ¡que significa eso con la situación de la medicina de 
entonces!; él atendió al dolor y lo curó... Pero ¿era un socorro y 
una curación de la misma índole que los que ejerce el reformador 
social? Evidentemente, no. El no curó con miras al objetivo, por 
más lejano que fuera, de que la enfermedad quedara superada un 
día, sino para que en la curación del cuerpo se le hiciera evidente 
al hombre lo que es en absoluto «curación» y «salvación». El alma 
debía abrirse a lo que cura y salva de modo definitivo, y eso ya no 
es nada médico. Asimismo, el dar de comer a muchos en el 
desierto no fue con la intención de que allí, en ningún otro lugar y, 
en definitiva, en todas partes, dejara de haber hambre, sino que él 
quería provocar el hambre auténtica, tal como había dicho ya muy 
pronto: «Trabajad no por el alimento corruptible, sino por el 
alimento que os dará el Hijo del hombre»29. Es decir, Jesús ve lo 
que está mal y apoya lo que puede socorrer; pero ¿y en última 
instancia? ¿qué hay para él al final de la larga historia humana? El 
optimismo ve ahí la situación ideal: el «estado futuro» del bienestar 
general, o bien, «hombres iguales a dioses». ¿Y Jesús? Lean 
ustedes sus discursos sobre el fin de los tiempos30: allí se 
presentan los grandes terrores, y quien sabe algo del hombre 
auténtico y de la historia auténtica, presiente, a pesar de toda 
voluntad de adelanto y de toda energía de producción y logro: así 
ha de ser. 
J/PESIMISTA-REALISTA: Entonces, ¿era un pesimista Jesús? 
¿Abandonó la vida a la ruina y la falta de sentido? ¿o vio el 
sufrimiento como condición de una grandeza trágica? Lo primero 
es enfermedad y lo segundo es esteticismo. Ni fue un cansado, 
que se acobarda de la vida, ni un iluso, para quien el sufrimiento 
es un medio de iluminar la vida con grandiosidad. Y, por lo que 
toca a la tercera opinión, es decir, la aceptación de la vida tal 
como es, en todo caso, ha dicho cosas que parecen ir en ese 
sentido; por ejemplo ha dicho: «a los pobres los tendréis siempre 
con vosotros»31; su comparación de los reyes enemigos32 toma 
la guerra como un hecho inherente a la existencia; y otras así. 
Utopías no sostuvo Jesús; sabia demasiado bien para eso «lo que 
hay en el hombre»33. 
Pero el hecho de que haya que ver la vida como es, él no lo 
convirtió en ninguna filosofía de encogerse de hombros, ni en un 
escéptico utilitarismo vital, sino que nos enseña que hemos de 
comprender de dónde viene el sufrimiento, y aceptarlo con 
docilidad y confianza: «Si alguno quiere venir tras de mi, que se 
cargue su cruz y me siga»34; con eso se hará salvación para él 
mismo y para todos. 
Entonces, una vez más, ¿cómo entiende Jesús el sufrimiento de 
la vida? No por la vida misma. Los modos, aparentemente tan 
diversos, como se interpreta la vida, tienen algo común: la 
interpretan según la naturaleza de la existencia terrenal. Pero esto 
no es posible. El sufrimiento del animal puede entenderse por su 
inmediata estructura vital; el del hombre, no, sino que detrás de él 
hay una historia: la que cuenta los primeros capítulos del Génesis. 
El hombre no iba a existir por meras condiciones de naturaleza y 
cultura, sino por el amor, por la obediencia, por la confianza hacia 
Dios. Así había de estar sano y salvo. Pero rompió ese enlace y el 
trastorno caló hasta los más íntimo de él. Esto ya no se puede 
hacer reversible. En ese sentido, la existencia es incurable. 
Eso suena duro, y todo utopista pondrá el grito en el cielo; pero 
es verdad. El trastorno está en el núcleo del hombre; por eso no 
puede menos de ocurrir sino que vuelva a irrumpir constantemente 
en desorden y sufrimiento. Todo hombre ha de luchar con él. Pero 
si logra dominarle de algún modo, su hijo se encuentra otra vez 
ante la misma tarea. Por eso dice: debes entender el sufrimiento 
por su raíz. Ciertamente debes luchar porque las cosas mejoren, e 
incluso has de ver en esto un deber y una responsabilidad. Pero 
en definitiva debes aceptar lo que el hombre ha traído sobre sí 
mismo por su culpa; debes trabajarlo, viviendo para hacer ello un 
medio de purificación. 
La respuesta a la menesterosidad de la existencia no la da 
ningún científico, ningún filósofo ni ningún reformador social, sino 
sólo la palabra Dios. Pero ésta la entendemos en la medida en que 
la vivimos, y sólo por entero en la luz eterna. Hasta entonces 
hemos de aguantar en la perplejidad de esta vida. Ciertamente, 
trabajar; ciertamente, luchar, ciertamente, esforzarnos todos los 
días: pero sabiendo en lo más hondo que no hay ninguna reforma 
universal, sino que el sufrimiento ha de entenderse desde su raíz y 
ha de sobrellevarse como una expiación y purificación: confiando 
en aquél, que un día pondrá en orden todas las cosas. 
De ahí procede lo que no puede proceder de ningún otro punto: 
la paz. Sólo puede provenir de un acuerdo con la verdad. Jamás 
de reformas y revoluciones, pues el hombre con el hombre no está 
en buenas manos; porque quien le toma en sus manos está tan 
escasamente en orden, como aquél al que quiere socorrer. 
Debemos guiar nuestra vida por la fe en la palabra de Dios, y con 
miras a la esperanza de que un día él la pondrá eternamente en 
orden. 

2. Los males y lo malo
Para entender la última petición del «padrenuestro» debemos 
tener en cuenta los dos sentidos de «líbranos del mal»: los males, 
en cuanto proceden del mal, de la maldad; lo malo, la maldad, en 
cuanto es la raíz de todo lo que causa sufrimiento. 
[...] Imaginémonos que alguien pudiera lograr que desapareciera 
el mal: digamos, por ejemplo, la pereza. Los hombres harían su 
trabajo de manera activa y consciente. Y ello no por afán de 
ganancia, sino por interés de las cosas mismas. Por tanto, lo que 
ganaran no lo gastarían tampoco en avaricia ni en disipación, sino 
como es debido: al servicio de la vida y en la medida adecuada. 
¿No se evitaría con eso un sinfín de males? Evidentemente ya no 
habría más privaciones, [...] desaparecería también todo lo que va 
unido a la privación—la coerción del trabajo, así como la 
desesperación de no poder trabajar—, el efecto desmoralizador de 
las privaciones, muchos delitos, muchos crímenes, y así 
sucesivamente.
[...] Sigamos imaginando, que se lograse el que no haya más 
odio ni más aversión ni más desamor. [...] Si se pudiera hacer que 
los hombres se encontraran entre sí con justicia y buena intención, 
entonces cambiarían por completo las relaciones mutuas 
humanas. Ya no habría malentendidos, envidia, celos, calumnia, 
discordia, cólera; y con ello nada de sus incalculables 
consecuencias en daño, molestia, destrucción, deshonor. 
Imaginémonos que un espíritu bienhechor hiciese desaparecer 
también el afán de poderío, que se disfraza de prudencia política, 
de preocupación por el pueblo, de necesidad de la situación 
histórica, de exigencia de la cultura, mientras que en realidad 
importa sólo el poder, tener influjo, disfrutar honores, ejercer 
dominio, sentir la emoción de oprimir a otros, porque entonces el 
propio yo parece elevarse más. Si eso ocurriera, entonces se 
transformaría el rostro de la tierra. Cada cual concedería al 
prójimo su derecho a la libertad y al desarrollo propio; las familias 
se respetarían mutuamente; las iniciativas irían de acuerdo, los 
pueblos se honrarían mutuamente, edificando juntos la obra de la 
humanidad... [...]. 
Si se pudiera disolver la tendencia a la rebelión y el gusto por 
atacar el orden, entonces la ley prevalecería y todas las fuerzas se 
aplicarían a una realización positiva. En cuanto a las pasiones, si 
se pudiera, no ya suprimirlas, pues son la reserva de energía del 
hombre, sino ponerlas en su medida, dando vigencia en ellas al 
corazón y sus haberes, ¡cuánto sufrimiento y destrucción se 
ahorrarían al hombre! Y así sucesivamente, a través de todo al 
mundo de esta vida. 
¿Quedada entonces mucho de los males de la existencia? 
Pues incluso lo que no se podría evitar, por ejemplo, que 
hubiera catástrofes naturales, o que uno se pusiera enfermo sin 
culpa propia ni ajena, o que ocurriera algo semejante, también eso 
adquiriría otro carácter. Una enfermedad actúa de otro modo en 
una persona muy débil que en alguien con capacidad de 
superación; así como la misma pérdida significa algo muy diverso 
cuando hiere a un carácter muy derrumbado, que a otro sólido y 
que confíe en la guía de Dios. 
También debemos añadir a todo esto [...] en qué profunda 
medida el hombre enferma y se cura por parte del alma. Pues el 
alma no vive sólo en el cuerpo, como un hombre en su casa, sino 
que lo edifica, o bien lo destruye, constantemente. En efecto, lo 
que llamamos «cuerpo» está traspasado de alma así como lo que 
llamamos «alma», por su parte, está hecha cuerpo. Por tanto, todo 
lo malo—actual o pasado, hecho abiertamente o deseado 
ocultamente—influye en la physis, en la naturaleza, haciéndola 
incapaz o enferma. El hombre es un conjunto vivo; toda acción da 
lugar a tendencias o inhibiciones, coopera en la formación de 
propensiones y determina así lo que ha de ocurrir en lo venidero. 
De tales consideraciones se desprende ante nosotros una verdad 
que parece completamente insensata al hombre de la edad 
moderna: la idea de san Pablo de que sólo «por el pecado la 
muerte» llegó a la soberanía35, tanto la muerte en sí misma como 
el poder de la muerte, esto es, toda la oscuridad y el error y el 
rebajamiento que la acompañan [...]. 
Si lo tomamos junto todo esto, se nos hace evidente qué 
estrecha es la conexión entre los males y la maldad. Algo más se 
hace claro: que la maldad es absolutamente la raíz de los males. 
Por eso, cuando el «padrenuestro» ruega que Dios nos libre del 
mal, eso significa que nos libere de la maldad. 
Pero ¿qué puede significar eso? ¿podemos ser rescatados del 
mal, si las cosas están como están? ¿no es irreparable el mundo, 
en el fondo, como saben todas las personas de sensibilidad más 
honda y mirada más clara? Y, por tanto, ¿no es también 
indesarraigable el mal? ¿no hay peligro de ir a parar por ese 
camino a la utopía? 
La revelación nos dice que la redención se ha cumplido 
realmente y está en nuestra existencia. Cristo advierte: «Tened 
valor: yo he vencido al mundo»36. ¿Qué significa eso? «Mundo» 
es una de las palabras-clave de San Juan, y por lo regular no 
significa la creación en cuanto tal, sino la realidad de la creación 
tal como la ha tomado en su mano y la ha interpretado ese 
hombre, que se ha puesto en contradicción con Dios, 
incorporando a la creación en esa contradicción. Así ha surgido un 
conjunto de cosas, acciones e intenciones, que es ese «reino» del 
mal del que ya se habló. Y como, en definitiva, desde la primera 
tentación, es Satán el que está tras la mal conducta del hombre, 
ese reino es el «reino del príncipe de ese mundo»37. Eso es lo 
que Cristo «ha vencido». 
Ha entrado en la existencia terrenal y ha tomado nuestra vida 
sobre sí, tal como es. Pero en él una cosa era diversa que en 
nosotros: en él no había nada malo [...]. El era bueno desde su 
raíz; no quiso ni pensó ni hizo más que el bien. También tomó 
sobre sí el sufrimiento que procedía de la maldad de los hombres. 
De ahí surgió una existencia que constituye un gran misterio: por 
un lado, una capacidad infinita para amar, para comprender, para 
soportar, para esperar la fuerza propia de Dios hecha hombre; por 
otro lado, una vulnerabilidad igualmente infinita, que trasciende 
más allá de todo lo que podemos percibir. Pues nosotros estamos 
embotados, y somos astutos; hemos desarrollado múltiples 
técnicas para escaparnos a la situación del mundo o para escapar 
a él con la menor participación posible. Jesús tenía vida total, 
abierta y generosa; por eso la condición del mundo se agolpó 
contra él, y él no la esquivó. [...] Porque [...] ésa fue su acción: dar 
lugar contra sí mismo a aquella desesperada enemistad contra 
Dios. Eso fue la redención: redención del mal mediante la 
expiación de la culpa. Para entender esto, claro está, hemos de 
pensarlo en la fe, con el pensamiento de Dios, no con el humano. 
Ante la eterna justicia pesaba sobre el hombre la culpa de su 
rebelión; la obediencia del santo la expió. De ese modo colocó al 
hombre culpable en un nuevo comienzo, en una nueva inocencia: 
en la suya. El hombre vuelve a estar justificado ante Dios, al 
penetrar con fe en la unidad con Cristo. 
Partiendo de esa unidad puede el hombre emprender la lucha 
contra el mal concreto. Con ella puede llegar a donde no alcanza 
su propia fuerza. De esta conciencia surgen palabras de tal osadía 
como éstas: «Todo lo puedo en aquél que me fortalece»38. Con 
tal fe y confianza —así como, por supuesto, con toda la seriedad 
de la voluntad propia— se realiza la redención del mal en 
nosotros. 
Eso no ha de entenderse de modo fantástico. Sigue en pie lo 
que hemos reconocido sobre la confusión de nuestro interior, 
sobre nuestra tendencia al mal, sobre toda la desgraciada 
herencia de milenios. Pero hay un comienzo desde Cristo, que es 
nuevo. [...] Está ahí, real y operante en la medida en que nos 
atrevemos a actuar con referencia a él. Entonces crece en 
nosotros el «hombre nuevo» [...]: cubierto por el viejo, 
constantemente obstaculizado y llevado al fracaso, pero auténtico, 
orientado hacia la esperanza de que un día llegará a su plenitud y 
su manifestación39. 
Pero ¿qué pasa con el mal, con la privación y el sufrimiento? 
El trastorno de los órdenes, de que se hablaba, es realidad y no 
se puede anular. La redención no es ninguna leyenda; por eso no 
ha suprimido el mal, ni tampoco promete que en el porvenir vaya a 
suprimirse alguna vez, y sigue siendo tarea del hombre trabajar en 
ello. Sin embargo, algo ha ocurrido. La privación y el sufrimiento 
han recibido otro carácter por la redención: han quedado 
asumidos en el sufrimiento de Cristo y en éste se convierten en 
expiación por la culpa del mundo, así como se convierten para 
quien los comprende, en purificación y «crecimiento en el hombre 
interior». Pero más allá de ello, el que cree en ese acuerdo con el 
Señor, encuentra impulso, base y fuerza también para su trabajo 
en el mundo, y se le hacen posibles muchas cosas que no lo 
serían para la mera fuerza propia del hombre. 
CSO/MUNDO: Aquí debemos darnos cuenta con claridad de 
algo que es esencial para la comprensión de nuestra tarea como 
creyentes. El hombre ha alcanzado hoy día un poder sobre el 
mundo que puede asustar, porque no se ve si también siente la 
responsabilidad que ello implica, ni si tiene las condiciones morales 
para estar a su altura. El cristiano debe conocer hasta qué punto 
está aquí llamado. No basta que vea el mundo como el lugar 
donde se ha de «guardar del pecado» y «cumplir su deber», sino 
que debe asumirlo en su responsabilidad y hacerlo suyo, para que 
todo vaya como debe ir. Es una tarea difícil, y muchas veces 
puede sentir la impresión de que no tiene sentido. Pero es el 
servicio que debe a su Señor; y el esfuerzo de tal servicio es 
expiación por la infidelidad de aquél, a quien se le puso el mundo 
en las manos por primera vez. 


XII. H. VAN DEN BUSSCHE
(O. c., 149-152)
PATER/BUSSCHE-VAN

Ahora comprendemos mejor el detalle introducido por Mateo. A 
primera vista podríamos traducirlo también: «mas líbranos del 
mal». Los textos: «El Señor me librará de toda acción mala»40 y 
«Acordaos, Señor, de vuestra iglesia para librarla de todo mal»41, 
parecen confirmar esta traducción. Además, el antiguo testamento 
habla de una salud o de una liberación del mal (a veces en sentido 
físico) o de los malos, pero no del malvado. Desde san Agustín, la 
iglesia latina ha aceptado comúnmente el sentido neutro (el mal), 
mientras que los padres griegos han interpretado ponêrou en un 
sentido personal. Tertuliano y Cipriano traducen también: «del 
malvado». 
La traducción «del mal» es difícilmente aceptable. Es chocante 
que cuando el nuevo testamento habla «del mal», añade casi 
siempre el adjetivo «todo»42, o pone en evidencia la oposición 
entre el bien y el mal43, o precisa que se trata de hacer mal o de 
hablar mal44. Además, la conjunción «mas» no tendría aquí 
sentido alguno: el que no cae en la tentación, ya es preservado 
del mal. La fórmula «líbranos del mal» daría a la petición un matiz 
moralizador, que no respondería a la situación escatológica de la 
petición anterior. La tentación no era presentada como un aliciente 
al pecado, sino como una seducción de Satán, que arrastra a la 
defección. La conjunción «mas» sugiere un clima: «no nos pongas 
en la situación de tentación y líbranos incluso del poder del 
seductor». 
Este es precisamente el valor del verbo «librar de». Sugiere la 
idea de quitar a alguien de la esfera de influencia de otro. El prefijo 
apo (y no: ek) indica que uno es salvado antes de que el peligro 
sea real, que el sujeto es librado antes de que el poder del 
enemigo se manifieste, que es preservado del dominio de su 
contrario. El verbo «librar de» nos hace pensar espontáneamente 
en las garras de un animal peligroso: ¡presérvanos de las garras 
del diablo, nuestro «enemigo... que, como león rugiente merodea, 
buscando a quien devorar»!45; Líbranos de la «boca del león»!46 

[...] Es verdad que en el nuevo testamento a Satanás no se le 
llama con frecuencia «el malvado». Pero es muy curioso que 
(fuera de Ef 6, 16) solamente aparece en Mt, en Jn y en 1Jn. 
Mateo dice: «Entonces llega el malvado»47, [...] opone «los hijos 
del reino» a «los hijos del malvado»48, y subraya que toda 
afirmación superflua viene «del malvado»49. San Mateo, por tanto, 
termina el padrenuestro con una petición insistente, para que Dios 
nos libre del poder del malvado, que es «el enemigo», el peligroso 
adversario de Dios50 y del cristiano51. Esta petición para ser 
liberados de las garras de Satanás nos remite inmediatamente a la 
petición referente a la venida del reino, porque cuando el reino 
esté plenamente establecido, desaparecerá Satanás y sus 
amenazas. De este modo la terminación de esta oración se 
convierte en la ocasión de un «padrenuestro» renovado, como el 
temor del demonio arroja al fiel en los brazos del Padre. 


XIII. S. SABUGAL
(Cf. Abbá.... 192-94)
PATER/SABUGAL-S

Esta última petición es exclusiva del evangelista Mateo52. 
Completa, por otra parte, la súplica anterior. Pues el modo más 
seguro de no caer en la prueba suprema o «tentación» 
escatológica de apostasía de la fe en el reinado del Padre y en la 
dignidad mesiánica o señorío del Hijo (cf. supra) es ser liberados 
del «tentador», del «maligno». Este significado envuelve, sin duda, 
en el contexto de esta petición el vocablo griego ho ponerós. Así lo 
refleja ya la misma petición, del todo superflua, si aquel vocablo 
designase simplemente «el mal»: la liberación de éste, ¿no está 
implícita en la preservación de caer en la prueba? La nueva 
petición sugiere, por tanto, que en ella se suplica por algo nuevo. 
Es lo que precisa el evangelista mediante la contraposición ente la 
anterior y esta petición: «pero líbranos...». Una liberación por lo 
demás, no de algo53, por ejemplo de «la ausencia de amor»54, 
sino más bien de alguien55: «del maligno»56, del personal 
«enemigo del reino»57, siempre dispuesto a arrebatar «la semilla» 
de la palabra58 y sembrar «cizaña» en «el campo» del mundo59. 
Su acción diabólica, es, pues, constante. Y los discípulos de Jesús 
son conscientes de ello. Saben perfectamente que, junto al trigo 
de «los hijos del reino», crece en el mundo la cizaña de «los hijos 
del maligno»60. Por eso, a la súplica de no caer en la tentación, 
añaden otra, más apremiante y necesaria: «¡danos la victoria 
sobre el tentador, líbranos de su poder seductor, líbranos del 
maligno!». 
Naturalmente esta petición final sólo puede ser formulada 
seriamente por quienes creen que «el maligno» diabólico y 
personal «enemigo del Reino» existe, acechando constantemente 
la fe de los discípulos en un tenso esfuerzo por hacerlos dudar de 
la bondad del Padre y profanar así su santo Nombre, por rechazar 
su Reinado al rehusar hacer su voluntad. Una tentación, por lo 
demás, solapada bajo la apariencia del bien: ¡Tienta con 
propuestas aparentemente buenas el «astuto» tentado!61. De ahí 
que la suya sea siempre una tentación seductora. Para resistirla 
victoriosamente y alejar a su diabólico autor, los discípulos deben 
recurrir ciertamente—como lo hizo Jesús—a la palabra de Dios62, 
esencialmente exorciszante, por contener su Espíritu63; también 
tienen que «vigilar y orar»64 insistentemente al Padre con la 
petición: «¡Líbranos del maligno!». 
........................
1. Sal 33, 20.
2. 2Cor 4, 8. 
3. 2 Cor 4, 8. 
4. Job 1, 9-11. 
5. Job 2, 9. 
6. Job 2, 10. 
7. Job 2, 4-5. 
8. Mt 4, 1-11 = Lc 4, 1-13.
9. Ef 6, 16. 
10. Os 7, 6. 
11. Ef 6, 16.
12 Jn 4, 14.
13. 1 Jn 5. 19.
14. Rom 8, 24.
15. Ef 5, 16. 
16. Sal 33, 13. 
17. Sal 33, 14-15. 
18. Jn 17, 15. 
19. Sal 49, 15. 
20. Mt 6, 33. 
21. Cf Gn 15. 2-6: 17, 17-22; 22, 8.11-13; 24, 12- 27; 32. 10-13.27-30; 33, 
811: 39, 7-26: 1 Sam 17, 37.45-51. etc. 
22. Sal 33, 18. 
23. 2 Cor 12, 7-10. 
24. Oración «Líbranos Señor>>, rezada después del «padrenuestro» en el 
«canon» de la misa. 
25. Así san Juan Crisóstomo (cf. supra). 
26. Cf. Am 3, 5; Is 45, 7. 
27. Mt 8, 20. 
28. Cf. Mc 6. 54-56.
29. Jn 6, 27.
30. Mt 24 y 25.
31. Mt 26, 11.
32. Lc 14, 31-33.
33. Jn 2, 25.
34. Mt 16, 24.
35. Rom 5, 12-14. 
36. Jn 16, 33. 
37. Jn 12, 31.
38. Flp 4, 13. 
39. Rom 8 19-21.
40. 2 Tim 4, 18.
41. Didajé, X, 5.
42. Mt 5, 11; 1 Tes 5, 22, 2 Tim 4, 18. 
43. Rom 19, 9. 
44. Hech 28, 21. 
45. 1 Pe 5. 8. 
46. 2 Tim 4. 17.
47. Mt 13. 9.
48. Mt 13. 38.
49. Mt 5. 37; Jn 9.24: 17. 15: 1 Jn 2, 13-14; 3. 12: 5, 18-19.
50. 2 Tes 2, 4.
51. 1 Tim 5. 14: 1 Pe 5, 8-9.
52. Mt 6, 13b.
53. Eso designa constantemente en el griego neotestamentano la 
construcción ryomai ex: cf. 2Cor 1, 1. 10 («de un peligro mortal»); Rom 
7, 24 («de este cuerpo de muerte»); 1Tes 1, 10 («de la ira venidera»); Col 
1, 13 («del poder de las tinieblas»). Por lo demás, el absoluto y 
determinado ho poneros designa constantemente en Mt no algo, sino 
alguien: cf. infra, n. 55. 
54. Así, tras una ausencia total de análisis exegético, cree «envainar en 
módulos nuevos» la figura de Satanás, para el hombre hodierno sensible 
al «lenguaje amoroso»: A. Salas, Catecismo bíblico para adultos, Madrid 
3,1978, 163-65. 
55. Eso designa casi constantemente en el griego neotestamentario la 
construcción ryomai apo: cf. 2Tes 3, 2 («de los hombres perversos y 
malignos»); Rom 15, 31 («de los incrédulos de Judea»); también en 2Tim 
4, 18 (si se tiene en cuenta 4, 17) puede designar «toda actividad, en la 
que el malvado ha puesto la mano»: H. van den Bussche, o. c., 151 
(sobre el análisis de las construcciones ryomai ex y ryomai apo, cf. F. H. 
Chase, o. c., 71-123; J. B. Bauer, Libera nos a malo: VD 34 [1956] 
12-15; I. Carmignac, o. c., 306-308.312). Por lo demás, ho ponerós 
designa constantemente en Mt alguien (Mt 5, 37.39a [cf. v. 39b-42]; 13, 
19.38). También por tanto, en Mt 6, 13b. Esa es, por otra parte, la 
interpretación de todos los padres citados en nuestra antología (con la 
excepción de san Agustín) y de otros varios (cf. J. Carmignac, o. c., 308 
s), a quienes se suman muchos exegetas y teólogos antiguos y 
modernos; cf. I. Carmignac, o. c., 311 s (interpretación compartida por el 
mismo autor: o. c., 311-319). 
56. Mt 5, 37; 13, 19.38. En Mt 5, 39a no designa ho ponerós el maligno 
diabólico, sino más bien, como lo muestra el contexto siguiente, «el 
(hombre) malvado» que injustamente causa algún mal físico (cf. v. 
39b-42). 
57. Cf. Mt 13, 19.25.39. Contra ese enemigo personal del reino luchó Jesús 
(cf. Mt 12, 22-28 par; Mc 1, 23-28 par, etc.) en sus exorcismos. No 
comprendiendo, por tanto, «su duelo contra Satán como una lucha 
contra un mal abstracto» (P. Grelot, Los milagros de Jesús y la 
demonología judía, en Los milagros de Jesús, Madrid 1979, 61-74), sino 
contra un mal concreto: «el mal por excelencia» (san Juan Crisóstomo) y 
personificado. Ese «carácter personal de los poderes diabólicos es 
claro» en todos los autores neotestamentarios (H. Schlier, Principados y' 
potestades en el nuevo testamento, en Problemas exegéticos 
fundamentales en el NT, Madrid 1970, 181-199; C. Vagaggini, El sentido 
teológico de la liturgia, Madrid 1959, 337-50: S. Sabugal, o. t., [La 
embajada...], 255 s), siendo asimismo ése el testimonio de la liturgia 
antigua (cf. C. Vagaggini, o. c., 363-413) y actual de la iglesia, así como 
de su magisterio antiguo y hodierno: cf. S. Sabugal, o. c., 256-257. 
58. Mt 13, 19.
59. Mt 13. 25.28.38-39a.
60. Mt 13, 27.38.
61. Gén 3. 1. ¡Con razón le llamó Jesús el «padre de la mentira»!: Cf. Jn 8. 
44.
62. Cf. Mt 4, 4.7.10 = Lc 4. 4.8.12.
63. Cf. Mt 12. 28 (=Lc 11. 201: Jn 6. 63 + 8, 31- 32.34. Ef 6, 12.17.
64. Mt 26, 41 par.

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Conclusión

Es posible que, al finalizar la lectura de estas páginas 
antológicas, el lector abrigue la misma o análoga impresión que 
sobrecogió al autor al concluir su elaboración: usando una 
comparación, tomada de los mass media y, por tanto, a todos 
familiar, podríamos decir que con esa lectura hemos asistido a una 
especie de representación cinematográfica sobre el 
«padrenuestro», en la que el guión original, dictado por el mismo 
Jesús de Nazaret y redactado luego por las plumas evangélicas de 
Mateo y Lucas, fue interpretado ya por estos dos «divinamente 
inspirados»1 evangelistas, para sus respectivas comunidades 
cristianas2; una interpretación re-anudada, en el anochecer del 
siglo primero, por el autor del primer catecismo post-apostólico3, 
para ser re-emprendida posteriormente, a lo largo de diez y nueve 
centurias, por esa casi eslabonada serie de «actores» que, desde 
Tertuliano y Agustín hasta Joachim Jeremías y el autor de estas 
páginas, se han esforzado por transmitir su mensaje a los 
«espectadores» del pueblo cristiano. Una interpretación en 
ocasiones diversa, es cierto: necesaria consecuencia, por otra 
parte, de la diferente personalidad de aquellos, así como 
adaptación obligada, también, a la diversa necesidad espiritual de 
éste. Y, sin embargo, una «representación» substancialmente 
uniforme: guiada por las primeras y autorizadas interpretaciones 
de los dos evangelistas, ha recorrido las mismas etapas, 
señaladas por las partes integrantes de «la oración del Señor», 
encontrándose frecuentemente asimismo en el análisis y 
exposición de sus concepciones fundamentales. 
Si esta impresión es—como creemos—objetiva, la presente 
antología, en la que los múltiples comentarios iluminan diversos 
aspectos de la única «oración del Señor», sin que la diferente 
concepción teológica de sus autores empañe la unidad temática 
de la misma, ofrece una muestra paradigmática de ese Iícito y 
fecundo pluralismo teológico en la unidad de la fe, que, enraizado 
ya en las diversas concepciones teológicas y formulaciones 
literarias (evangelios, epístolas, Hechos, Apocalipsis) de la única fe 
neotestamentaria, caracterizó luego la exégesis y teología 
patrística, constituyendo su logro uno de los quehaceres 
fundamentales de la iglesia hodiernas4. 
Pero este comentario antológico quiere ser, ante todo, una 
modesta contribución a la llamada evangelizadora y catequética 
que, como en el prólogo indicábamos, hace actualmente a toda la 
iglesia el supremo magisterio: como lograda síntesis del mensaje 
de Jesús y compendio insuperable de todo el evangelio5, el 
padrenuestro es quizá el guía más seguro en el kerymágtico, 
catequético y homilético «servicio de la Palabra», pudiendo, en 
este sentido, su antiguo y hodierno comentario contribuir a que 
«los servidores» de aquélla (Lc 1, 2) ofrezcan «al pueblo de Dios 
el alimento de la Escritura, que [no sólo] ilumine el entendimiento 
[sino también] confirme la voluntad [y, sobre todo], encienda el 
corazón en el amor a Dios»6. Por lo demás, nuestro florilegio 
exegético quisiera ser también una especie de telescopio, 
mediante el que el cristiano de hoy, oteando el firmamento de las 
principales interpretaciones al «padrenuestro» ofrecidas en la vida 
de la iglesia a lo largo de su veintisecular historia, reciba una 
siquiera modesta ayuda en su diario rezo y meditación de esa 
oración, que, en virtud de su filiación divina, le caracteriza y 
distingue de cualquier otro creyente, mediante la cual puede 
también dirigirse audazmente (audemos dicere) a Dios, como a su 
Padre. Finalmente, esas páginas antológicas quisieran asimismo 
ofrecer al lector cristiano un nuevo estimulo a imitar al Señor Jesús 
en su frecuente oración privada7 y pública8, animándole a «orar 
siempre sin cansarse nunca»9, velando10 y perseverando11 en la 
oración humilde12, no ostentativa13, insistente14 y confiada15, 
que debe traducirse en súplicas16 y acciones de gracias17 por «el 
pueblo santo»18, por el éxito en la evangelización del «misterio de 
Cristo»19 y «por todos los hombres»20, incluidos los propios 
enemigos calumniadores21 y perseguidores22. 
Sólo si, en alguna medida, se cumplen esas finalidades, juzga el 
autor «no haber trabajado vanamente en el Señor»23 y sí haber 
contribuido al «servicio del evangelio»24 como «servidor de la 
Palabra»25 en la Iglesia y para sus fieles, al redactar estas 
páginas. 

SANTOS SABUGAL
EL PADRENUESTRO EN LA INTERPRETACIÓN
CATEQUÉTICA ANTIGUA Y MODERNA

SIGUEME. SALAMANCA 1997. Págs. 329-353

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1. Cf. 2Tim 3. 16. 
2. Cf. supra. 25 ss 
3. Cf. supra, 131 ss.
4. Cf. Comisión Teológica Internacional, El pluralismo teológico, Madrid 
1976. Ese necesario pluralis- mo teológico, en la unidad de la fe católica, 
fue delineado para las nuevas iglesias en países de misiones por el 
concilio Vaticano II, GD III 22. 
5. Cf. supra, 17 s. 
6. DV, Vl, 23. 
7. Cf. Lc 3, 21; 5, 16; 6, 12; 9, 18; 11, 1; Mc 6, 46; 14, 32.36 par.
8. Cf. Mt 11, 25-27 (=Lc 10, 21-22); Jn 11, 41-42; 17, 1-26; Mc 14, 26 par, 
etc.
9. Lc 18, 1. 
10. Cf. Mc 14, 38 par; Ef 6, 18; Col 4, 2; 1 Pe 4, 7.
11. Cf. Rom 12, 12; Col 4, 2.
12. Cf. Lc 18, 9-14.
13. Cf. Mt 6, 5-6. 
14. Cf. Lc 11, 5-13 (=Mt 7, 7-11); 18, 1-8a.
15. Cf. Lc 11, 11-13 (=Mt 7, 9-11); Mt 6, 33 (=Lc 12, 31); Jn 14, 13-14. 
16. Cf. Flp 4, 6; 1 Tim 2, 1. 
17. Cf. Col 4, 2; 1 Tim 2, 1. 
18. Ef 6, 18. 
19. Col 4, 3. 
20. 1 Tim 2, 1-2. 
21. Cf. Lc 6, 28; Rom 12, 14. 
22. Cf. Mt 5, 44. 
23. 1 Cor 15, 58. 
24. Rom 15. 16. 
25. Lc 1, 2. 

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