NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN
El espíritu está pronto, pero la carne es débil
El Padrenuestro es una oración de urgencia, falta de toda palabrería. Después de pedir
perdón, el orante, que se reconoce pecador perdonado, no se siente seguro de sí mismo y
lanza el grito a Dios: "No nos dejes caer en la tentación". Es lo misma exhortación de Jesus a
sus discípulos: "¡Velad y orad para que no entréis en tentación!" (Mc 14,38).
Dice san Agustín: "No nos dejes caer en la tentación: Perdónanos los pecados
cometidos y danos la gracia de no cometer otros, pues el hombre comete pecado cuando
cede a la tentación". Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados
son los frutos del consentimiento en la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos
"deje caer" en ella. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado,
pues nos hallamos en el combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el
Espiritu de discernimiento y de
fuerza. El Espiritu nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre
interior (Lc 8,13-15; Hch 14,22; 2Tim 3,12), y la tentación, que conduce al pecado y a la muerte
(St 1, 14-1S). El discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su
objeto es "bueno, seductor a la vista, deseable" (Gén 3,6), mientras que en realidad, su fruto es
la muerte. [CEC 2846-2847]
Quienes suplican al Padre que no permita que seamos inducidos en tentación,
reconocen que el enemigo nada puede contra nosotros si Dios no se lo permite,
reconociendo al mismo tiempo la propia debilidad, para no caer en la altanería y jactancia
de apropiarse a sí mismos la victoria. Los discípulos de Cristo saben que el espíritu está
pronto, pero la carne es débil. Nos dice san Cipriano:
Cuando pedimos no caer en la tentación se nos recuerda nuestra debilidad, para que
ninguno se ensoberbezca neciamente; ninguno, con soberbia y arrogancia, se atribuya algo a
sí mismo; ninguno se vanagloria desde el momento que el Señor dijo: 'Velad y orad, para no
caer en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil' (Mt 26,41). Por ello, cuando
oremos a Dios, no olvidemos cómo oraron en el templo el publicano y el fariseo. Aquel, sin
alzar descaradamente los ojos al cielo y sin levantar los brazos con insolencia, golpeándose el
pecho y confesando sus pecados, invocaba misericordia; en cambio, el fariseo se complació
en sus obras. El publicano, al rezar así, sin confiar en su inocencia, ya que nadie es inocente,
mereció ser justificado. Confesó sus pecados y oró humildemente a Aquel que, perdonando a
los humildes, escuchó su oración (Lc 18,10-14).
La palabra tentación puede tener el sentido de prueba. Así aparece a veces en el Antiguo
Testamento, donde el salmista ora: "¡Examíname, Señor, y ponme a prueba!" (Sal 26,2).
Esta petición supone una gran confianza en sí mismo, en la propia constancia y firmeza.
Pero Jesús, que conoce profundamente al hombre, nos enseña a orar, pidiendo: ¡No nos
induzcas en tentación! La tentación es tan peligrosa que es casi sinónimo de caída. Jesús,
que ha combatido hasta la agonía contra la tentación, recomienda a sus discípulos: "Velad
y orad para no entrar en tentación".
TENTACION/NECESARIA: Un primer significado de esta petición consiste, pues, en
pedir a Dios que "no nos induzca a la tentación", según la versión latina del Padrenuestro.
Pero, en realidad, la tentación es necesaria en nuestra vida. Tertuliano, el primero en
comentar el Padrenuestro, explica que en esta súplica pedimos que "no nos induzca en
tentación el tentador" en las pruebas que Dios nos mande para probar nuestra fe, por lo
que añadimos "mas líbranos del maligno". Y san Pablo nos dice que no confiemos en
nosotros mismos, en nuestra fuerza: "Así, pues, el que crea estar en pie, mire no caiga. No
habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis
tentados sobre vuestras fuerzas. Ahora bien, con la tentación os dará modo de poderla
resistir con éxito" (/1Co/10/13).
La tentación es necesaria
Pedir no ser inducidos en la tentación no se refiere a la tentación útil para probar
nuestra fe, sino a la que "supere nuestra fuerza y no podamos soportar" (Lc 11,4). Porque
una cosa es ser tentado y otra consentir en la tentación. Porque sin tentación ningún
hombre puede ser probado, según leemos en el Eclesiástico: "en el horno se prueban las
vasijas de tierra, y en la tentación de las tribulaciones los hombres justos, (/Si/27/05). No
pedimos, pues, no ser tentados, sino que en la tentación no sucumbamos; José fue tentado
con atractivos impuros y no sucumbió a la tentación; Susana fue tentada y tampoco fue
vencida por la tentación y así otras muchas personas. Muy variadas son las tentaciones
humanas, "pero fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas,
sino que de la misma tentación os hará sacar provecho para que podáis sosteneros"
(/1Co/10/13).
Quien suplica al Padre—dice san Agustín—no ser inducido a la tentación, no ruega ser
preservado de ella, pues "la vida del hombre sobre la tierra es una tentación constante" (Jb
7,1) por parte de los hombres, de la propia concupiscencia (St 1,14-15) y, sobre todo, de
Satanás (Lc 22,31), a quien Dios puede permitir hacerlo incluso con los justos (Jb 1,11-12;
2,5-6), para probar su fidelidad en las "tribulaciones" (Eclo 27,5) y hacerles saber "si le
aman" (Dt 13,4). En esta petición, pues, suplicamos no sucumbir en la tentación permitida
por Dios, quien "a nadie tienta" (St 1,13), pero "a todos prueba". Si es cierto que Dios no
prueba con la tentación que conduce al pecado, sí lo hace con la prueba de la fe, para que
no nos engañemos, permitiendo incluso que caiga en ella aquel a quien, por ocultos
designios, retira sus auxilios. Y como toda tentación ha recibido de Dios su medida, todas
las pruebas interiores y exteriores contribuyen al bondadoso designio del Padre sobre sus
hijos. Por ello, dada nuestra fragilidad, pedimos al Padre que no permita que seamos
engañados por el tentador diabólico ni nos prive de su auxilio para no sucumbir a la
tentación; pedimos finalmente el don de la perseverancia hasta el fin en la santidad recibida
de Dios, soslayando su primer y fundamental obstáculo: caer en la tentación.
El corazón del hombre—sigue diciendo san Agustín— está expuesto a la tentación de la
codicia y al miedo del dolor; que son las dos puertas por donde puede entrar el mal.
Necesitamos ser sometidos a prueba para conocernos a nosotros mismos, porque la
tentación pone en evidencia lo que somos.
Está la tentación del ensaño y la tentación de la prueba. En aquella tienta el demonio; en
ésta, tienta Dios.
Hay en el hombre cosas escondidas e ignoradas incluso para él mismo. No salen a la luz ni
se conocen sino en las tentaciones. Si Dios dejase de tentar, sería como si un maestro dejase
de enseñar.
Dios no tienta a nadie para alejarlo de Él, pero sí prueba para acercar el hombre a El. Así
probó la fe de Abraham, de Isaac y de Jacob. También probó la fidelidad de Israel en el
desierto, primero, y en el exilio, después2. Dios prueba al justo y a quien comienza a
servirle (Eclo 4,17). La prueba sirve de crisol: "Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepara
tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, manténte firme, y no te aceleres en la hora de
la adversidad. Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios en el honor de la
humillación" (/Si/02/01-02/05). Sin la prueba el hombre se aleja de Dios, mientras que la
prueba le acerca a Él. La prueba entra en la pedagogía divina. La fe cristiana es sometida
igualmente al crisol de la prueba3, engendra la paciencia y, con ella, la esperanza que no
falla, por quedar enraizada en el amor de Dios4. En la prueba el cristiano experimenta la
fidelidad del amor de Dios, que "le da, con la prueba, el poder resistirla" (1Cor 10,13) y,
luego "la corona de la vida prometida" (St 1,12). "Considerad como un gran gozo, hermanos
míos, el estar rodeados por toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de
vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento; pero la paciencia ha de ir acompañada de
obras perfectas para que seáis perfectos e íntegros sin que dejéis nada que desear" (St
1,2-4). San Cirilo de Jerusalén, como experto catequista, dice a los neófitos:
¿Nos enseña quizá el Señor a rogar que no seamos tentados de ninguna forma? Pues
¿cómo se dice en otra parte "el varón no tentado no es varón aprobado" (/Si//34/09) y, de
nuevo, "tened por gozo completo, hermanos míos, cuando os viereis cercados de diferentes
tentaciones" (/St/01/02)? Pero tal vez el "entrar en la tentación" es el ser sumergidos en
ella. Porque parece la tentación como un torrente difícil de atravesar. Por una parte, los que
pasan por las tentaciones sin sumergirse, son unos magníficos nadadores y de ningún
modo son arrastrados por ellas. Por otra parte, los que de tal modo no las atraviesan, se
hunden. Como, por ejemplo, Judas, habiendo entrado en la tentación de avaricia, no nadó,
sino que, hundido corporal y espiritualmente, se ahogó. Pedro entró en la tentación de la
negación, pero habiendo entrado, no fue sumergido, sino que, habiendo nadado con
valentía, fue liberado de la tentación. Los santos, que no cayeron, cantan en acción de
gracias por haber sido liberados de la tentación: "Nos probaste, oh Dios, nos has acrisolado
como se acrisola la plata. Nos has metido en el lazo, has cargado de tribulaciones nuestra
espalda, hiciste pasar hambre sobre nuestras cabezas. Hemos atravesado por fuego y
agua, y nos has sacado a un lugar de refrigerio" (Sal 65,10-12). El llegar al refrigerio es el
ser librados de la tentación.
Cómo fue tentado Jesús
"Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser
tentado por el diabio". Jesús es tentado por el diablo a rebelarse contra la voluntad del
Padre y a rechazar su reino, sustituyéndolo por el sometimiento al diablo, señor de todos
los reinos del mundo. Jesús es tentado a rebelarse contra la voluntad del Padre al principio
y también al final de su vida (Mt 26,39). Es la misma tentación a la que están expuestos sus
discípulos, por lo que Jesús les exhorta a "velar y orar para no caer en la tentación" (Mt
26,41). "Los discípulos—comenta Tertuliano—fueron tan tentados que llegaron a
abandonar al Señor, pero esto sucedió porque fueron más condescendientes con el sueño
que con la oración"5. El tentador es el enemigo del Reino de Dios. Con la tentación a que
no aceptemos la voluntad de Dios se opone al Reino de Dios, mientras extiende su reino.
Según san Lucas, desde el principio (4,2-13) hasta el final de su vida (22,42-44), Jesús
fue tentado por el diablo a rebelarse contra la misión que le había encomendado el Padre, a
no entrar en SU voluntad sobre la pasión y muerte. La vida de Jesús fue una continua lucha
el fuerte, culminado en el combate—agonía—de Getsemaní "contra el poder de las
tinieblas" (22,31-53), que intenta enfrentar la voluntad de Jesús con la del Padre. Allá
Jesús, "sumido en agonía, insistía más en la oración" (22,44). Esta es la tentación también
de los hijos, por lo que piden todos los días al Padre que no les deje sucumbir a ella: "Orad
para no sucumbir en la tentación" (22,46).
En la explicación de la parábola del sembrador, Jesús dice: "La semilla que cae sobre la
piedra son aquellos que, al oír la palabra, la reciben con alegría, pero no tienen raíz; creen
por algún tiempo, mas a la hora de la tentación sucumben" (Lc 8,13). Se trata de la
tentación contra la palabra del Reino, concretizada en ultrajes6, burlas (Hch 17,32),
contradicciones (Hch 13,45; 28,22), amenazas (Hch 4,21; 5,28.40), castigos (Hch 12,1;
18,17), azotes7, lapidaciones8, persecuciones9, encarcelamientos10, llegando hasta el
martirio11 por causa de la Palabra predicada y acogida "por el nombre de Jesús" (Hch
5,41; 21,13). Pues "es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de
Dios" (Hch 14,22). En él entran quienes "después de haber oído conservan la Palabra con
corazón bueno y recto y dan fruto con paciencia" (Lc 22,31), es decir, perseverando fieles
en la tentación. Por eso ruegan al Padre: "¡No nos dejes caer en la tentación!".
Para Jesús, Satanás es el Tentador, el Enemigo por excelencia. La actividad pública de
Jesús ha comenzado con la victoria contra la triple tentación de Satanás (Mt 4,1-11). Y
Jesus mismo considera toda su vida como una cadena de tentaciones, en las que los Doce
han resistido junto a Él (Lc 22, 28). Aunque la verdadera llora de la tentación ha comenzado
con la Pasión. Después de las tentaciones del desierto, Satanás se apartó de Jesús y lo
dejó "hasta el tiempo señalado" (Lc 4,13). Y llegó la 'hora'' y "el poder de las tinieblas" (Lc
22,53; Mc 14,41), cuando "Satanás entró en Judas" (Lc 22,3) y comenzó la Pasión de
Cristo. Entonces llegó la llora en la que Satanás pidió permiso para "cribar a los discípulos
como si fueran trigo" (Lc 22,31). Y existe peligro de que aun la fe de Pedro "desfallezca".
Desde entonces los discípulos de Jesus se ven expuestos al odio universal12. Son
conducidos ante los gobernadores y reyes (Mc 13,9.12); surgen falsos cristos (Mt 24,26s;
Mc 13,6) y falsas profecías (Mt 7,15; Lc 21,8). Ante estas tribulaciones Jesús tiene que
advertir: "¡Mirad que no os dejéis seducir!" (Lc 21,8) y "Velad, pues, y orad en todo
momento, para poder escapar a todo lo que está por venir y poder comparecer con
seguridad ante el Hijo del Hombre" (Lc 21,36). Es tal el poder de seducción de Satanás que
Jesús se pregunta: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra?"
(Lc 18,8). Y asegura: "Nadie se salvaría, si Dios, en atención a los elegidos, no abreviase
los días de la prueba" (Mc 13,19s). Pues "al crecer la iniquidad, se enfriará en muchos el
amor" (Mt 24,12). Ante este panorama, Jesús no puede menos de recomendar: "¡Velad y
orad para que no entréis en tentación!" (Mc 14,38). Es su ultima exhortación a los
discípulos antes de su muerte. Pero también les da ánimos: "En el mundo tendréis
tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).
El diablo, autor de la tentación, puede incluso "llenar el corazón" de los convertidos (Hch
5,3). Con la tentación, Satán busca nuestro daño. Sin embargo, Dios, cuando permite al
tentador que nos solicite, busca nuestro bien. Aceptar la tentación con humildad es lo que
nos lleva a orar con verdad, pidiendo a Dios, no que nos preserve de la tentación, sino que
nos proteja, para no sucumbir en ella: "Bienaventurado es el hombre que soporta la
tentación; una vez probado, recibirá la corona de la vida" (St 1,12). Todo contribuye al bien
de los elegidos de Dios. La tentación nos ayuda a descubrir lo que hay en nuestro interior:
"El Señor os tienta para saber si le amáis" (Dt 13,4); San Agustín lo interpreta: "para
haceros saber si le amáis". San Pablo dice de sí mismo: "para que no me enorgullezca, me
fue dado el aguijón de la carne, un ángel de Satanás" (2Cor 12,7).
Los que suplicamos al Padre—dice Origenes—no ser puestos en tentación, pedimos "no
admitir nada por lo que merezcamos caer en la tentación, en la que sucumben quienes no
oran", pues mientras andamos por la tierra caminamos revestidos de la carne que "milita
contra el espíriitu" (Gál 5,17) y cuyo "apetito es enemistad con Dios y no se somete ni
puede someterse a la ley de Dios" (Rm 8,7). Y, como "Dios a todos nos tienta de algún
modo" para que conservemos la libertad y conozcamos las cosas ocultas en los rincones de
nuestro corazón y conozcamos cómo somos (Dt 8, 2-16), pedimos vernos libres de la
tentación, no para dejar de ser tentados, pues esto es imposible mientras vivimos sobre la
tierra, sino para no sucumbir en las pruebas. Pues el que sucumbe a la tentación cae en
ella, como si fuera capturado en sus redes.
Dirigiéndose, igualmente, a los recién bautizados, Teodoro de Mopsuestia les dice:
Como en este mundo caemos de improviso en numerosas tribulaciones, que nos enmallan y
lacen tambalear hasta turbar nuestro espnitu, el Señor añadió "no nos induzcas en tentación".
Ante todo pedimos a Dios que la tentación no nos alcance; pero, si entramos en ella, pedimos
la fuerza de soportarla y salir de ella cuanto antes. No es un secreto que en este mundo
muchas y variadas tribulaciones turban nuestros corazones. La misma enfermedad corporal,
en efecto, si se prolonga y agrava, turba profundamente a los enfermos. También las pasiones
corporales nos seducen a veces sin quererlo y nos desvían de nuestro deber. Caras bonitas,
miradas de repente, despiertan la concupiscencia que está en nosotros. Y otras muchas cosas
nos sobrevienen, cuando menos lo pensamos, inclinando al mal nuestra elección e incluso
complacencia en el bien. Sobre todo los proyectos contra nosotros de los malvados y, más
aun, si se trata de hermanos en la fe, bastan para alejar del bien incluso al probadamente
virtuoso... Por todo esto nos enseñó el Señor a pedir: "no nos induzcas en tentación" y añadió:
"mas líbranos del maligno", pues Satanás pone en obra variadas y numerosas astucias para
desviarnos de la consolación y elección del deber.
San Juan Crisóstomo, en este sentido, exhorta a los fieles:
Aquí nos instruye el Señor sobre nuestra miseria y reprime nuestro engreimiento,
enseñándonos que si no hemos de rehuir los combates, tampoco hemos de saltar
espontáneamente a la arena. De este modo, en efecto, nuestra victoria será más brillante y la
derrota del diablo más vergonzosa. Arrastrados a la lucha, mantengámonos firmes.
Provocados, estémonos quietos a la espera del momento del combate, con lo que
mostraremos a la vez nuestra falta de ambición y nuestro valor.
Satanás es el gran tentador
Las comunidades cristianas, viviendo en medio de los paganos, se sienten
constantemente sometidas, por las tribulaciones o persecuciones. a la tentación de
apostatar de su fe13. No es extraño que algunos se lamentaran o quisieran defenderse
diciendo: "Es Dios quien me tienta" (St 1,13). El Apóstol Santiago se opone a ello
enérgicamente, proclamando que "Dios ni es tentado ni tienta a nadie" (St 1,13). La
tentación procede de "la propia concupiscencia, capaz de engendrar el pecado, que lleva a
la muerte" (St 1,14-15). Aunque el verdadero autor de la tentación es "el tentador" (ITes
3,5), Satanás (1Cor 5,7) a quien Dios ciertamente permite tentar a los fieles (1Cor 10,13;
1Pe 1,6-7; 4,12) para acrisolar su fe con la paciencia (St 1,2-4:1Pe 1,6-7) y, superada la
prueba, otorgarles "la corona de la vida" (St 1,12), convirtiéndose así su fe probada en
"motivo de alabanza, de gloria y de honor en la revelación de Jesucristo" (1Pe 1,7).
La tentación es propia del "seductor del mundo entero" (Ap 12,9). La súplica del
Padrenuestro pide no ser inducido por él, no caer en las manos del tentador; no sucumbir a
la tentación. Depende del Padre el caer o no dentro de la esfera de Satanás, pues la
actividad de Satanás se halla dentro de los límites fijados por Dios. Nuestra súplica brota
del temor, que ha de darse incluso en la fe más confiada y en el más ferviente amor de
Dios. Satanás tiene sólo la facultad que ha implorado y que Dios ha tenido a bien
concederle (Lc 22,31s). Ese poder está, además, limitado por la intercesión de Jesús (Lc
22,31) y por las peticiones de los discípulos de Jesús, a quienes el Señor ha confiado el
encargo de hacer esta petición.
Por ello san Agustín nos exhorta:
Cantemos aquí el Aleluya, auo en medio de nuestras dificultades, para que podamos luego
cantarlo allá, estando ya seguros. ¿Por qué las dificultades actuales? ¿Vamos a negarlas
cuando el mismo texto sagrado nos dice: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio?
¿Vamos a negarlas, cuando leemos también: Velad y orad para no caer en la tentación?
¿Vamos a negarlas, cuando es tan frecuente la tentación, que el mismo Señor nos manda
pedir: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden?
Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. ¿Pretenderás que
estamos seguros, si cada día hemos de pedir perdón por los pecados, ayuda para los
peligros? Primero decimos, en atención a los pecados pasados: Perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; luego añadimos, en atención a los
peligros futuros: No nos dejes caer en tentación. ¿Cómo podemos estar ya seguros en el bien,
si todos juntos pedimos: Líbranos del mal? Mas con todo, aun en medio de este mal, cantemos
el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.
Aun aquí, rodeados de peligros y tentaciones, no dejemos por eso de cantar todos el
Aleluya. Fiel es Dios—dice el Apóstol— para no permitir que seáis tentados más allá de lo que
podéis. Por esto, cantemos también aquí el Aleluya. El hombre es todavía pecador, pero Dios
es fiel. No dice: "Para no permitir que seáis tentados", sino: Para no permitir que seáis
tentados más allá de lo que podéis. Por el contrario, él dispondrá con la misma tentación el
buen resultado de poder resistirla. Has entrado en la tentación, pero Dios hará que salgas de
ella indemne; así, a la manera de una vasija de barro, serás modelado con la predicación y
cocido en el fuego de la tribulación. Cuando entres en la tentación, confía que saldrás de ella,
porque fiel es Dios: el Señor guarda tus entradas y salidas. A Jesucristo, en el combate final, el
Padre le envió un ángel que le dio fuerzas. A nosotros también, conociéndonos, nos mandará
sus ángeles en la tentación, si se lo pedimos.
Lucha contra la concupiscencia
San Agustín, a quienes se preparan para el bautismo, les predica:
P/CONCUPISCENCIA/AG ¿Qué pedimos? Escuchad. El
Apóstol Santiago dice: "Que ninguno diga, cuando sea tentado: es Dios quien me tienta" (St
1,13). Él llama mala a la tentación que nos lleva al engaño, que nos hace esclavos del
demonio: esta es la tentación, según el Apóstol. Pero hay otra tentación que se llama prueba,
para "saber si le amáis" (Dt 13,3). Para que lo sepáis vosotros, porque Él ya lo sabe. Cuando
la tentación nos engaña y nos seduce, no es Dios el que tienta. El, en su designio, a veces
abandona a algunos a sí mismo y entonces el tentador sabe bien lo que tiene que hacer. Para
que Dios no nos abandone a nosotros mismos, decimos: "No nos dejes caer en la tentación".
El mismo Apóstol Santiago dice: "Cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que le
arrastra y seduce. Luego, la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado: el
pecado, una vez cometido, engendra la muerte" (St 1,14-15). Al decir esto nos enseña que
debemos luchar contra nuestras concupiscencias. En el santo bautismo, dejaréis el pecado,
pero no la concupiscencia. Contra ella os toca luchar, incluso después de haber sido
regenerados. La lucha entre la carne y el espíritu permanece dentro. No temáis a ningún
enemigo externo. Si alguno, para seducirte, te propone alguna ganancia, que no encuentre en
ti la avaricia. Si eres avaro, ante la ganancia, arderás de deseo y caerás en los lazos
engañosos; en caso contrario, la trampa se coloca inútilmente. El tentador te propone una
mujer bellísima; si habita en ti la castidad, la iniquidad que te viene de fuera será vencida; pero
si dentro de ti está la lujuria, serás fácilmente vencido. Por eso, no te preocupes de tu
enemigo, sino de tu concupiscencia. Y, puesto que es seguro que sucumbirás si Dios no viene
en tu ayuda, si Él te abandona a ti mismo, ora así: No nos dejes caer en la tentación. Pues
como dice el Apóstol: "Dios les abandonó a la concupiscencia de sus corazones" (Rm 1,24).
La concupiscencia tiene en ti su única fuente. Si consientes en ella, en tu corazón la
conviertes en tu concubina. Cuando surja, resístela, no la sigas. No le des el abrazo de tu
consentimiento y no llorarás por el parto que te seguirá de él, porque, si consientes y la
abrazas, seguro que concebirá: "La concupiscencia, cuando ha concebido, engendra el
pecado". ¿No te basta esto? "El pecado engendra la muerte" (/St/01/13-15/AG). Si no temes
el pecado, teme al menos sus consecuencias. El pecado es dulce, pero la muerte es amarga.
Los que mueren dejan en el mundo aquello por lo que han pecado y se llevan consigo
solamente el pecado. Tú pecas a causa del dinero: debes dejarlo; pecas a causa del poder:
debes dejarlo; pecas a causa de una mujer: debes dejarla. Cuando cierres los ojos para morir,
tendrás que dejar todo lo que te ha sido causa de pecado; sólo te llevarás el pecado que has
cometido.
Velad y orad
Jesus exhortó a sus discípulos: "¡Velad y orad para no sucumbir a la tentación!" (Mt
26,41). Eso es lo que suplican los cristianos al Padre: "No nos dejes caer en la tentación".
No ruegan al Padre que les preserve de la tentación: los discípulos pueden ser tentados14
y de hecho son tentados15. Para no sucumbir a la tentación es preciso mantenerse en vela,
pero no es suficiente, es necesario también orar. El cristiano que se apoya en sí mismo, en
la carne, experimentará la debilidad y caerá en la tentación. Sólo el Espíritu puede darle la
fuerza para resistir en la tentación y no sucumbir en ella (Mt 26,41).
Este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración,
Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (Mt 4,11) y en el último combate de su
agonía (Mt 26,36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su
agonía. La vigilancia de la oración es recordada con insistencia en comunión con la suya (Mc
13, 9.23.3337; 14, 38; Lc 12, 35-40). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente
esta vigilancia (1Cor 16,13; Col 4,2; 1Ts 5,6; 1Pe 5,8). [CEC 2849]
FE/ESCANDALO Hay una tentación también con respecto a Jesus,
porque no se manifiesta en la forma gloriosa en que se le espera: "¡Feliz aquel que no se
escandalice de mi" (Lc 7,23). La figura de Cristo, colgado en la Cruz, es la expresión
máxima del absurdo y del escándalo: "¡Ved que ha llegado la hora en que el Hijo del
Hombre es entregado en manos de los pecadores!" (Mc 14,41). Es la hora en que "todos se
escandalizarán" (Mc 14,27) y Pedro hasta negará al Señor (Mc 14,30). Jesús tiene que orar
por Pedro para que su fe no desfallezca (Lc 22,32). Pero no sólo a Pedro, sino a todos los
discípulos va a cribar Satanás.
La gran tentación es el escándalo de la cruz de Cristo, que puede llevar a la pérdida de la
fe. "No nos induzcas en tentación" es como pedir que nos libre de la apostasía16. El reino
de Dios se presenta de tal forma en la tierra que sólo en la fe puede acogerse (Mc 1,15). Es
fácil preguntarse por qué no viene o por qué no se manifiesta más prontamente17, o por
qué la predicación tiene tantos fracasos (Mc 4,1-9). Esto puede convertirse en tentación. La
debilidad en que se presenta siempre el Mesías puede llevar a no reconocerlo. Los
discípulos, cuando anuncien su mensaje, encontrarán hostilidad y resistencias (Mt 10,16). A
los discípulos les espera la misma suerte que al Maestro: persecuciones (Mc 9,40; Mt
10,15).
La fe es ya el comienzo de la vida eterna. Sin embargo, ahora "caminamos en la fe y no en
la visión" (2Cor 5, 7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una manera confusa...,
imperfecta" (1Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en
la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia
muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las
injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar
a ser para ella una tentación. [CEC 164]
EMILIANO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ
PADRENUESTRO
FE, ORACIÓN Y VIDA
Caparrós Editores. Madrid 1996. Págs. 211-227
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1. Gn ,7 22,1-12; Si 44,20; 1Mac 2,52; Jdt 8,26-27: Hb 11, 17.
2. Dt 8,2.18; Sal 8,2. 16.
3. St 1,2-3; 1Pe 4,12; 1Tes 2,4.
4. St 1,3-4; Rom 5,3-5.
5. Mt 26,36ss; Mc 14,32; Lc 22, 39ss.
6. Hch 6,41; 13,45; 14,5; 18,6.
7. Hch 5,40; 16,22-23; 22,24.
8. Hch 7,58; 14,5.19.
9. Hch 4,1-3; 8,1-3; 9,1-2.
10. Hch 4,3; 5,18; 12,3-5; 16,18.24.
11. Hch 7,58-60; 22,20; 12,2...
12. Mc 13,13; Lc 22, 35-38; Mt 10,16.25.
13. 1Ts 3,15; 2Cor 10,12-13; St 1,2-4.12.
14. 1Co 10,12; Ga 6, 1; 1Ts 3,5.
15. Lc 22,31-32; Mc 14,27; 1Co 10,13: St 1,2.12.19.
16. Lc 22,31s; Jn 17,11.15.
17. Mc 4.30ss; Lc 13,20ss.
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