Introducción

Padre, en e/ nombre de Jesús, dame tu Espíritu

En el siglo pasado, Motovilov, un laico atormentado por el problema de la identidad cristiana, fue a visitar al gran staretz Serafín de Sarov que había adivinado su tormento y que yendo al grano le respondió: "La verdadera meta de la vida cristiana consiste en la adquisión del Santo Espíritu de Dios" 1. Serafín añadió, este mensaje estaba dirigido "al mundo entero" y no solo a Motovilov.

En el fondo, las palabras del staretz no hacen mas que tomar el relato del Evangelio en el que, pocas horas antes de morir, Jesús anuncia a sus apóstoles que su marcha va a condicionar otra presencia, totalmente interior y espiritual: su presencia en el Espíritu: "'Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy,. no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo eviaré"' (Jn. 16,7) 2.. Y no habrá que buscarle ni encima, ni fuera de nosotros, sino en el fondo de nuestro corazón: "El Espíritu de la verdad,a quien el mundo no puede recibir, por que no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está" n. 14,17

 

El Espíritu o las virtudes

Si el Espíritu mora en nosotros, ¿por qué hay que "adquirirlo" según la expresión utilizada por Serafín de Sarov?. Sencillamente porque nuestra mirada no está abierta a esas intimidades misteriosas donde el Espíritu yace en nosotros. Lo llevamos en nuestro corazón, pero nuestros sentidos no tienen acceso a esos niveles más profundos que. nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nuestra intuición y aún más allá de nuestro amor. Desgraciadamente, nuestros sondeos no alcanzan esta profundidad.

Para hacer comprender esta presencia misteriosa del Espíritu en nosotros, Serafín va a recurrir a la parábola.de las vírgenes necias. El Señor no les reprocha su falta de virtud, al contrario son muy virtuosas, pero no se cuidan del aceite del Espíritu Santo:

Mientras practicaban las virtudes, estas vírgenes, espiritualmente ignorantes, creían que la vida cristiana consiste únicamente en esas prácticas... sin preocuparse si habían recibido la gracia del Espíritu Santo simbolizada por el aceite que faltaba a las vírgenes necias 3.

En general, vivimos, aún en las mismas actividades espirituales, para cultivar las virtudes, para obrar bien, o en la razón razonable. Muy a menudo, nuestra vida espiritual se basa únicamente en la práctica de las virtudes morales, pero todo ello permanece muy exterior a nosotros. Vivimos lejos de esta fuente donde brota el Espíritu, extraños a nosotros mismos. O bien invocamos la "espiritualidad del compromiso", sin estar profundamente en contacto con la fuente de nuestro ser.

Es preciso pues ahondar esta fuente, liberarla, desvelarla y hacerla brotar en nosotros; desde ese momento, ella será la que trabaje y no ya nosotros. Nos bastará abandonarnos a ella para que embeba todo nuestro ser y nuestras facultades. Tenemos muchas dificultades para comprender que la santificación viene del interior hacia el exterior y no al revés . Bastaría que nos dejáramos caer en este abismo del Espíritu, que nos dejáramos absorber y devorar por él. Donde Dios está en nosotros es un lugar de paz, de plenitud, de quietud y de dulzura.

¿Hemos descubierto esta fuente? ¿No nos parecemos a las vírgenes que piensan en hacer antes que en ser?

Son 'llamadas necias, dice Serafín de Saróv, por-que no se cuidaban del fruto indispensable de la virtud que es la gracia del Espíritu Santo, sin la cual nadie puede salvarse, pues "toda alma es vivificada por el Espíritu Santo para que sea iluminada por el sagrado misterio de la Unidad Trinitaria" (Antífona antes del Evangelio de Maitines). El mismo Espíritu Santo viene a habitar nuestras almas, y esta residencia en nosotros del Todopoderoso, la coexistencia en nos-otros de su Unidad Trinitaria con nuestro espíritu, no se nos da sino a condición de trabajar por todos los medios a nuestro alcance, para obtener de este Espíritu Santo que prepare en nosotros un lugar digno de este encuentro 4.

Desde que la fuente del Espíritu se libera en nuestro corazón, embebe toda nuestra vida, como el agua impregna una esponja, y acaba por transformarnos totalmente. Según otra expresión de la Biblia, se podría también hablar de un fuego encendido en lo interior del corazón, que irradia sobre todo nuestro ser, y transfigura nuestro mismo cuerpo. Los israelitas no podían mirar el rostro de Moisés a causa de la gloria -pasajera sin embargo- que irradiaba de este rostro (2 Cor. 3,7 y 1 3), hasta el punto que se cubría el rostro con un velo.

Y esta gloria ya no es hoy pasajera, puesto que Cristo ha resucitado,definitivamente y nos ha revestido de su gloria. Esta gloria es la que irradia del rostro de los santos y atrae a los hombres hacia Jesús. Se cuenta que los fieles de Roma veían una luz que irradiaba sobre el rostro de san Benitó Labre, y que le rodeaba como tsna aureola resplandeciente hasta el punto de que una mujer gritó en una ocasión: "¡Pero este pobre está ardiendo!" 5.

La verdadera luz viene del interior -es la del Espíritu- y nos transforma poco a poco, transfigurando nuestro rostro de miseria en rostro de gloria. Estamos demasiado ocupa-dos por las obras exteriores o por un esfuerzo, por otra parte laudable, de adquirir las virtudes. No pretendemos desacreditar este esfuerzo moral que juega su papel - aunque no fuese más que por caridad para con los demás- pero no está ahí lo esencial y lo más profundo. Si nos contentamos con él, sin estar a la escucha de lo más íntimo de nosotros mismos,.es insuficiente, y en ciertos aspectos, esto puede ser peligroso. Nos ocurre a veces que tenemos éxito en esta empresa, y acabamos por estar satisfechos del resultado. Esta ilusión puede engañarnos sobre el verdadero esfuerzo que es en primer lugar interior. Pablo nos dice claramente cuan-do habla de la acción del Espíritu en nosotros: "Pues la letra mata, más el Espíritu da vida" (2 Cor. 3,6). El Espíritu Santo presente en nosotros es la fuente de la santidad. Las obras exteriores vendrán después y serán suscitadas por esta fuente oculta en nosotros.

La oración en el nombre de Jesús

Puesto que el Espíritu Santo está prisionero en nuestro corazón, es preciso llamarle desde fuera, para liberarlo y despertarlo dentro. Toda nuestra actividad espiritual consistirá en llamar al Espíritu desde fuera, para que traspase nuestro corazón y libere en nosotros la gloria del Resucita-do. Toda buena acción hecha en el nombre de Cristo nos procura los frutos del Espíritu Santo y nos llena de su gracia, dice Serafín de Sarov, pero por encima de todo, la oración y la súplica son medios privilegiados para adquirir el Espíritu.

Por eso hemos titulado este libro: El poder de /a oración. La oración, más que ninguna otra cosa, hace brotar en nos-otros la gracia del Espíritu de Dios y, más que todas las de-más actividades, está siempre a nuestro alcance, para hacernos velar en la espera de la plenitud de los dones del Espíritu. A este propósito quisiera citar uno de los más bellos textos de Serafín de Sarov, en el que nos explica la excelencia de la oración sobre todas las demás actividades espirituales:

Es cierto que toda buena acción hecha en el nombre de Cristo confiere la gracia del Espíritu Santo, pero la oración más que cualquier otra cosa, con la ventaja de que está siempre a nuestra disposición. Tenéis, por ejemplo ganas de ir a la iglesia, pero la iglesia está lejos o el oficio ha terminado; tenéis ganas de dar limosna, pero no encontrais un pobre o careceis de dinero; queréis permanecer virgen, pero no tenéis fuerza suficiente para ello a causa de vuestro temperamento o a causa de las asechanzas del enemigo a las que la debilidad de vuestra carne no os permite resistir; queréis tal vez encontrar otra buena acción para hacerla en el nombre de Cristo, pero no tenéis suficiente fuerza para ello o no se presenta la ocasión. En cambio a la oración no le afecta nada de esto: todo el mundo tiene posibilidad de orar, el rico como el pobre, el notable como el hombre vulgar, el fuerte como el débil, el de buena salud como el enfermo, el virtuoso como el pecador 6.

Así pues, la oración se ofrece a todo hombre y en primer lugar a los enfermos, a los pobres y a los pecadores, como el recurso universal al que pueden todos recurrir en cada instante y en toda necesidad. Nadie está excluído de esta oración, puesto que todos tienen la posibilidad de elevar las manos hacia Dios, en una oración de súplica. Tan sólo, hace falta creer en el poder de la oración, y no son los razonamientos ni tampoco los discursos más persuasivos los que nos darán esta fe. Es una gracia que hay que pedir al Señor; y él la da a los que se la piden durante mucho tiempo, intensamente y sin desanimarse nunca.

Si hubiera que resumir las tres partes de este libro, lo ha-ría en una frase: ¡Creed en el poder de vuestra oración! En la introducción, nos esforzamos en mostrar que el objeto de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo. Es preciso pues orar al Padre en el nombre de Jesús para que tenga a bien el enviarnos su Espíritu Santo. Pero en un momento da-do, cuando el Espíritu se enciende en nosotros, hay que dejar de orar y mantenerse en silencio. Cuando hayas termina-do la introducción, vete directamente a la conclusión, y re-conocerás por medio de qué signos puedes discernir la acción del Espíritu Santo en tu corazón.

Luego podrás volver a la primera parte del libro que te lanzará a la oración de súplica con los salmos. En la segun-da parte, entrarás en la escuela de los grandes orantes de la comunidad primitiva, del evangelio, y en fin de Cristo. Y en la tercera parte, contemplarás a María, Madre de Jesús, asidua a la oración, con la Iglesia del Cenáculo. Pero antes de comenzar nos queda una cosa por decir.

Cuando la oración cede el paso a/ Espíritu Santo

Lo mejor aquí es dejar la palabra a ese gran hombre de oración que fue Serafín de Sarov. Bajo este vocablo de "hombre de oración" es como un loco de Cristo, que tenía fama de conocer el porvenir, se lo había descrito a su madre: "Dichosa tú por tener un hijo que llegará a ser poderoso intercesor ante la Santísima Trinidad, un hombre de oración por el mundo entero."

Después de decir que la oración es el medio privilegiado para recibir el Espíritu Santo, continúa:

Sólo hay que orar hasta el momento en que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros y nos concede, en cierta medida conocida sólo por él, su gracia celestial'. Cuando él nos visita hay que dejar de orar.

En efecto ¿para qué implorar?: "Ven, mora en nos-otros, purifícanos de toda mancha y salva nuestras al-mas, Tú que eres la bondad" (Himno ortodoxo que se recita al principiode los oficios), cuandoya havenido en respuesta a nuestras humildes peticiones al templo de nuestras almas sedientas de su venida? Os explicaré esto con un ejemplo: supongamos que me invitais a vuestra casa, que vengo con la intención de pasar un rato con vosotros, pero que a pesar de mi presencia entre vosotros, no dejáis de repetir: ¡Por favor entra en mi casa! Ciertamente yo pensaría: ¿Qué le pasa? ha.perdido la cabeza, estoy en su casa y él sigue invitándome a entrar. Lo mismo sucede con el Espíritu Santo 7.

Es esta una reflexión de sentido común que aparece a menudo en la pluma de .los Padres a propósito de la Escritura: "¡Cuando estás con tus amigos, dicen, les hablas, y no lees cartas ante ellos!". Lo mismo ocurre cuando el Espíritu nos visita y viene a nosotros en plenitud; entonces hay que "apartarse de la oración, suprimir la misma oración". En ese momento, hay que permanecer en silencio para escuchar las palabras de Dios, y dejar al Espíritu que ore en nosotros con gemidos inefables. Se trata entonces de esta oración misteriosa que no tiene ya nada que ver con nuestras palabras humanas. Serafín expresa esta actitud en un lenguaje muy poético:

El alma en la oración habla y profiere palabras. Pero cuando baja el Espíritu Santo, conviene estar en absoluto silencio, para que el alma pueda oir con claridad las palabras de vida eterna que él se digna entonces traer. El alma y el espíritu deben encontarse en estado de completa sobriedad, y el cuerpo en estado de castidad y de pureza 8.

Una pregunta sube entonces a nuestros labios. Es la de Motovilov al staretz:"¿Cómo podré yo entonces, pregunté al Padre Serafín, reconocer en mí la presencia de la gracia del Espíritu Santo?" Si queréis conocer la respuesta, id directa-mente a la conclusión, pero no olvidéis leer el conjunto del trabajo; si no correréis el peligro de recoger los frutos del Espíritu antes de haber sembrado en vuestro corazón la pequeña semilla de la caridad. Esta sólo puede crecer en la tierra buena, es decir en un corazón profundo, elevado por el dinamismo de la oración.

Solo me queda dirigir un deseo al lector; lo expresaría en una oración muy sencilla que puede resumir todo este trabajo:

¡Que el Espíritu Santo te haga entrar
en el misterio de la súplica
y conocerás el poder de la oración!
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1 SERAFIN DE SAROV: Entretien avec Motovilov et lnstructions spirituelles, precedido por La vie de Serafín de Sarov, de Trina GORAINOFF, Desclée de Brouwer, Paris, 1979, pág. 156.

2 Las citas bíblicas están tomadas según la versión de la Biblia de Jerusalén.

3 SERAFIN DE SAROV: Ob. cit., págs. 158-159.El poder de la oración

4 lbidem, pág. 159.

5 AUBINEAU, L.; La vie admirable du saint mendiant et pelérin Benoit-Joseph Labre, Victor Palmé, Paris, 1890, pág. 427.

6 SERAFIN DE SAROV: Ob. cit., pág. 161.

8 Ibidem, pág. 163.