Tercera parte

Dichosa la que ha creído

 

9. Recuperar hoy la oración de María

A través do la oración de la primitiva comunidad tenemos posibilidades de conocer los "dichos" de Jesús sobre la oración y de llegar al núcleo central de la oración del mismo Cristo. Era necesaria la glorificación de Pascua para que el Espíritu se diese en abundancia a sus discípulos, y que a través de este susurro del Espíritu en ellos, percibiesen como un eco lejano la oración de Jesús: "Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado". (Jn. 7,394 .

Debemos seguir el mismo camino, cuando queramos acercarnos al misterio de la oración de María en el curso de su vida terrena, y encontrarla en el cenáculo orando con los once. Pienso también que debemos ir más allá considerando hoy la oración de María en los lugares en que es invocada.

La oración de la Virgen está estructurada en los espacios de lugar y tiempo en los que ha manifestado su presencia, y en los que su oración permanece viva hoy. Hay que dejarse envolver y penetrar por esta oración que se nos mete dentro como. por ósmosis. Y así como para comprender la oración de María, hay que escudriñar los Hechos y el Evangelio, del mismo modo, hay que tomar "un baño de Oración" en los espacios donde se concentra su acción y su presencia.

Se comprende por qué la multitud de los sencillos, y sobre todo de los pobres, se dirigen instintivamente hacia la gruta de Lourdes, la calle du Bac o Fátima, que los sabios tienen tendencia a subestimar, y a veces aún a despreciar. Es la sencilla oración de los pastores que vienen a la cueva para alegrarse y pedir; es también la oración de los Magos, esos sabios que escrutan las estrellas y las Escrituras, pero que finalmente deben hacerse niños para orar con un corazón sencillo y confiado; es, en fin, la oración del rosario que recitan sin cesar las ancianas y que les lleva, sin que lo sepan, a la más auténtica contemplación.

Hay en ello una experiencia muy humilde de oración que sería peligroso despreciar, o tener por superstición, según el título del hermoso libro de Jean Guitton 1, pues Cristo ha tenido cuidado de decirnos que este misterio de la oración quedaba oculto "a los sabios y prudentes, y se la has revelado a los pequeños"" (Mt. 11,2 5). Sucede entonces una cosa muy sencilla, experimentada muchas veces en Lourdes; tenemos que abandonar nuestros razonamientos sutiles sobre la oración, para aceptar nuestra radical pobreza; entonces la oración de súplica puede adueñarse de nosotros y transformarnos en ""oraciones vivas'".

Llegamos allí con problemas de toda clase y con preguntas que nos agitan, decididos a resolverlos con inteligencia y voluntad; y entonces la oración nos invade, barre todas nuestras preguntas. y nos lleva hacia el deseo de disolvernos en la muerte, para estar con Cristo. Es cierto que siguen los problemas, pero la raíz de la inquietud -la falta de fe- que los alimentaba ha desaparecido para dar lugar a una paz profunda: "Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús". (FIp. 4,7)

 

Venid a mí.

Sorprendemos entonces a nuestro corazón en flagrante delito de oración y si miramos de cerca la naturaleza de esta oración, veremos que es muy sencilla, se resume en una breve súplica repetida indefinidamente durante horas: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".

La fórmula importa poco, con tal que sea una súplica •insistente, pronunciada como la misma respiración, para que se haga tan permanente como los latidos del corazón. A veces tenemos alguna intención, pero de ordinario se prescinde de la intercesión.

Pero el que ora no podría orar de este modo a la Virgen si ella misma no lo hubiese hecho antes. Nuestra oración es una respuesta a la oración de Dios. que se pone como de rodillas ante el hombre y le mendiga su oración, Desde que el abad René Laurentin publicó su estudio critico sobre Catalina Labouré y la Medalla Milagrosa sabemos que el mensaje de la Virgen es esencialmente una llamada a la confianza y a la oración de súplica.

Lo que más choca en las palabras de la Virgen, no es que., aporten algo nuevo en el terreno de la oración, sino que subrayen la enseñanza de Cristo en el Evangelio sobre el poder de la oración y de la confianza que consiguen todo. Cuando la Virgen invita a los creyentes a "acercarse al altar", es decir a Cristo, no hace más que recoger las palabras de Jesús: ""Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mt. 11,28). Luego añade: "las gracias se derramarán sobre todos aquellos que las pidan con confianza, se derramarán sobre grandes y pequeños"" 2. La misma observación se podría hacer sobre otras frases que invitan a los cristianos a la confianza absoluta.

Aquí no puedo expresarme, dice Catalina Labouré, sobre lo que he sentido y he visto de pronto. La belleza y el brillo de los rayos tan hermosos... es el símbolo de las gracias que derramo sobre aquellos que me las piden; haciéndome comprender cuán agradable era orar a la Santísima Virgen ,y cuán generosa era con las personas que le piden, y qué alegría experimenta en concederlas... Esas piedras preciosas de donde no salen rayos. son las gracias que olvidan pedirme... Haz estampar una medalla sobre este modelo, las personas que la lleven recibirán grandes gracias, llevándola al cuello: las gracias serán abundantes para las personas que la lleven con confianza 3

Encontramos aquí lo que Cristo repite por activa y por pasiva en el Evangelio, cuando dice: "Io que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará" (Jn. 16,23). Pero no basta haber escuchado esta palabra, ni tampoco haberla comprendido con Nuestra inteligencia, ni siquiera esforzarse en practicarla; es preciso haber recibido su revelación interior. El que no ha sido iniciado por los gemidos del Espíritu Santo no puede comprender nada de los gritos que jalonan los salmos y el Evangelio. No tiene conciencia aguda de tener necesidad de ser salvado, en una palabra, no conoce la seguridad de los pobres, que lo esperan todo en Dios.

Se comprende por qué los pobres y los pequeños van instintivamente a esos lugares de oración para presentar a la Virgen sus peticiones. Me acuerdo de aquel joven de veintiocho años, que terminaba la carrera y no carecía de medios; un día me oyó hablar de la oración, y con mucha discreción me reprochó no haber hablado de la Virgen. Me . dijo: "Después de muchos golpes,.faltas y fracasos, he comprendido estas palabras de Cristo: «Hasta ahora, no has pedido nada». Ahora, he aprendido a conocer el camino que lleva a la basílica efe la Medalla Milagrosa".

Cuando Jesús nos dice: "Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá", crea las cosas que le pedimos. Cuando el hombre grita a Jesús y grita su pena, participa en el poder mismo de Cristo, y entra en comunicación con él. Creemos que Dios es omnipotente y que puede todo lo que quiere; pero creemos mucho menos en el poder de nuestra propia palabra y de nuestros gritos, Y sin embargo, este poder está claramente subrayado en la Biblia: "Cuando grito, tú respondes". Lo mismo que la palabra satida de la boca de Dios no vuelve hacia él sin efecto, sin haber realizado lo que quería, así nuestra propia palabra participa en cierto modo del poder que emana de Dios, y consigue lo que pedimos (Cfr. Is. 55,10-11).

 

La confianza, una flecha. en el corazón de Dios.

Humanamente, podemos siempre preguntarnos si nuestra oración será escuchada, ya que tenemos la experiencia de tantas súplicas que permanecen aparentemente sin respuesta. Pero Cristo nos ofrece una certeza absoluta, que no es la del mundo, y que se apoya justamente en la eficacia de su palabra, si le•permitimos que nos introduzca en. la "nube desconocida" en la que todo es posible.

En ese momento, ni siquiera saber si seremos escuchados nos interesará, pues estaremos invadidos por una certeza absoluta: la confianza indefectible en el poder de la resurrección. En este nivel, la esperanza habita en nuestro corazón como una certeza total. "Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". (Rom. 5,5). En un momento dado, este amor se enciende y se hace incandescente; hasta el punto de hacernos exclamar como a los peregrinos de Emaús: "¿No estaba ardiendo nuestró corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc. 24,32).

Así, nuestra confianza en el poder de la Resurrección debe ser lo bastante profunda como para no reclamar otra seguridad que la certeza absoluta del corazón. Cuando se infiltra la duda sobre la eficacia de la oración, nuestra primera reacción consiste a menudo eñ razonar o actuar en contra, lo cual sigue siendo una huida en lo imaginario. .Mientras que la súplica es la vuelta a lo real. Gritar hacia Dios sin garantía, es como lanzar una flecha a su corazon; en cuanto el grito llega a sus oídos, baja. (Sal. 18,10) y precipita en nosotros el peso de gloria que no derrama en otras partes.

Para invadir el mundo de su amor misericordioso,Dios espera actos de confianza y de humildad, de una pureza tal que el menor movimiento de retorno sobre sí aparece como un grano de arena que frena la máquina. Cuando Dios encuentra a un hombre como Abraham que se fía de él hasta ofrecerle lo que le es más querido, es decir. su libertad, satisface todos sus deseos, pero es necesario que este hombre no exija ninguna garantía.

Cuando la Santísima Virgen se apareció a Catalina Labouré le mostró las gracias que salían de sus manos bajo la forma de rayos, pero tambien las gracias no recibidas, las que a los hombres no sedes ocurre pedir "de una manera descarada" las gracias que los demás no piensan pedir, insistiendo, eso sí, en que no reclamamos ninguna garantía 4.

Lo propio de la confianza es vivir sin garantía, en todos los planos, abandonando todo lo que podría darnos seguridad. Es también el sentido de la pobreza, que abre a la posesión del Reino de los cielos. En el Evangelio todo se empalma; no se puede orar al Padre en el nombre de Jesús sin fiarse de él, y para fiarse, hay que ser pobre y no mirarse a sí mismo; por lo tanto hay que llegar a ser humilde. Desde el momento en que un hombre entra en esta actitud de pobreza absoluta, puede pedir todo a Dios, con una audacia sin límites.

Para llegar a esta confianza, que es la única seguridad de los pobres, hace falta mucho tiempo y un trabajo profundo del Espíritu Santo. Como con su pueblo, Dios debe purificarnos y arrancar una a una todas nuestras seguridades, y este trabajo de Dios no se hace sin sufrimientos, pues no nos gusta demasiado recibir la salvación de otro. Etar suspendido en cada momento de la mirada de Dios, que alimenta misteriosamente a su pueblo con el maná y da la victoria en el último momento, nos coloca en una postura poco confortable. La prueba se nos presenta cuando nos enfrentamos con la ley de Dios y nos descubrimos incapaces de cumplirla.

Aunque no lleguemos a fiarnos así dé Dios, es preciso al menos contemplar la fe en el corazón de la Virgen. Quien mira larga e intensamente a María se hace como ella un ser pobre, sin garantía ni seguridad humana. Cada vez que ella pide algo a Cristo. pone en seguida una reserva; es como si dijera: "Si te place" o "Haced lo que él os diga" (Jn. 2.5), pues deja al Señor el cuidado de decidir él mismo, y a nosotros, el abandonarnos a su voluntad.
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1 GUITTON. J.: La superstición superada (Rue du Bac), Ceme. Salamanca. 1973.

2 LAURENTIN, R. y ROCHE, P.: Catherine Labouré et /a Medaille miraculeuse, Documents, authentiques 1830-1876,1 Lethielleux, París,' 1976. 30-10-76: 637/638. Deux récits autographes de Catherine. págs. 352-354..

3 Ibídem. Trois relations autographes de Catherine Labouré, 15-8-1841: 455/457. págs. 294-295.

4 MOLINIE, M.D.: Ob. cit.. pág.222.10.