7. La oración de súplica

Cuando se entra en ciertos monasterios, queda uno envuelto en la oración como en una niebla, y basta acogerla en nosotros para que se haga nuestra. Sin duda los primeros cristianos tuvieron esa impresión cuando eran acogidos en una comunidad de hermanos "perseverantes en la oración". Si creemos los relatos evangélicos, al ver a Jesús pasar largas noches en oración, los discípulos le pidieron: "Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos" (Lc. 1 1,1).

 

¡Señor, enséñanos a orar)

"Por aquellos días se fué él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios" (Lc. 6,12). El día en que los discípulos le plantearon esta cuestión, estaba orando; da la sensación de que los discípulos estaban impresionados por este Jesús en oración, hasta tal punto que no querían molestarle: " Cuando terminó" (Lc. 1 1,1). ¿Quién es este hombre que pasa largas horas orando de noche en la soledad del monte, y qué hace durante todo ese tiempo?.

Después de la resurrección, cuando los tres apóstoles cuenten la agonía en Getsemaní, sabremos que Jesús suplicaba ante .su Padre. Se acordarán entonces de sus largas noches en oración, cuando le habían pedido: "Enséñanos a orar"; es decir: "Enséñanos a entrar en esa relación que tjenes con tu Padre". La enseñanza del Padrenuestro no es un ejemplo de oración en un catecismo sobre el tema, sino una manera de entrar en la intimidad de Jesús con su Padre, de participar de su existencia filial.

Al entregar a los discípulos el Padrenuestro, Jesús no tiene la intención de darles un bello texto para meditar, ni una contemplación de tipo intelectual sobre la santificación del nombre o del reino de Dios, sino que quiere hacer partícipes a los suyos de los grandes movimientos de su relación con el Padre. Es como si les dijera. ""Cuando me sorprendéis en flagrante delito de oración durante la noche, he aquí lo que digo y repito sin cesar al Padre. ¡He aquí lo que ha sido mi oración durante la noche de la agonía!"

Todo el texto de Marcos (14,32-42) nos deja entender que Jesús usó esta oración muchas veces, seguramente durante toda la noche. En el texto, no tenemos más que un versículo para expresar esta larga e intensa oración, pero la continuación del texto nos lo dice claramente: "Y alejándose de nuevo, oró repitiendo las mismas palabras. Volvió otra vez... Viene por tercera vez..." (39-41). Esta larga repetición nos hace sospechar el poder de su oración durante la noche de Getsemaní. Hay que considerar esta fórmula como un esquema que ha orquestado toda la oración de Cristo durante una buena parte de la noche, más que como una descripción detallada de su oración. Se comprende entonces que haya invitado a sus discípulos a orar con él y esta queja comenta las palabras de Jesús en, Lucas (18,1). Les dijo en Getsemaní: "Velad y orad... ¿No podéis orar un poco conmigo?" Sabemos lo que siguió, y como dice Pascal, "Jesús está en agonía hasta el fin del mundo". La misma queja resuena todavía en nuestro mundo: "¿No podéis orar un poco conmigo?"

Así cuando Jesús enseña a sus discípulos el Padrenuestro, les invita a entrar en su oración de súplica. Tendemos por naturaleza a comprender mejor esas palabras diciéndolas, pero eso debe hacerse fuera de la oración pues nada se debería escatimar para comprender inteligentemente las palabras del Padrenuestro. Pero en el momento de la oración, hay que decirlas, con los labios o con el corazón, de tal manera que se conviertan en un grito ante el Padre. Es preciso volver a tomar cada palabra y repetirla y 'durante horas, día tras día, hasta que hayamos agotado todo su contenido y hayamos llegado a recrearlas desde el interior, para hacerlas nuestras.

Se puede decir también cada palabra al modo de la oración de Jesús: cien veces "Padre nuestro que estás en los cielos", cien veces "santificado sea tu nombre", y así sucesivamente. Orar, no es otra cosa que escrutar el texto, darle vueltas y estrujarlo en todos los sentidos, de manera que lleguemos a ser tan totalmente familiares con las palabras, a estar tan penetrados que no constituyamos más que una sola cosa con ellas. En el curso de esta larga súplica aunque creamos que no hemos adquirido nada nuevo en el plano intelectual, hemos cambiado interiormente. Tal vez un día un misterioso nervio conductor nos hará presentir la oración de Cristo, en lo más hondo de nuestro corazón.

Antes de considerar lo que dice Jesús de la oración de súplica, os propongo cinco textos en los que se sorprende a hombres de oración, que vienen a pedir a Jesús que les escuche. El último, que se refiere al juez inicuo y la viuda importuna, lo comentaré al final:

- Curación del criado del centurión (Mt. 8.5-10)
- Curación de los dos ciegos (Mt. 9,27-31)
- El endemoniado epiléptico (Mc. 9,14-29)
- Curación de la hija de la cananea (Mt. 15,21-28)
- La viuda importuna y el juez inicuo. La oración del publicano (dos textos seguidos y que se refieren a la oración) (Lc. 18,1-14).

Como hay otros muchos textos, es preciso elegir y los que hemos cogido nos ponen en presencia de hombres y mujeres como nosotros, felices o desgraciados, enfermos o sanos, pecadores o justos, cuyo denominador común es que suplican a Cristo con perseverancia y tenacidad. Por otra parte, y es la segunda razón de la elección, la oración de estos hombres está sostenida y animada por una fe a toda prueba. Por eso antes de hablar de la oración de súplica, hay que hablar de la actitud que la condiciona, es decir de la fe y de la confianza. Recorreremos tres etapas:

- La confianza, o -todo es posible para Dios".
- Gritar a Dios noche y día.
- Perseverar en esta oración.

 

"Todo es posible para Dios"

Para empezar, podríamos tomar la liberación del endemoniado epilético en Marcos (9, 14-29). Es una escena interesante, por que entran en juego Cristo, el padre del muchacho y el grupo de discípulos. Importa analizar las formas y las estructuras para comprender la enseñanza teológica que se deduce de ellas. Este relato no tiene por objeto mostrar el poder de Cristo, ni la fe del padre, aunque sea muy importante, sino que el relato apunta a la poca fe de los discípulos. Además son ellos los que ocupan el comienzo de la escena y la clausura del cuadro y los que escuchan el reproche de Cristo: "¿Por qué, le dicen, no pudimos nosotros expulsarlo?". Les respondió: "'Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración" (Mc. 9,29). Todo el relato está construido para llegar ahí.

Cristo hace un primer reproche a los discípulos, que no han sido capaces de expulsar al demonio. Es más bien una constatación del hecho, bastante dolorosa: "¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportares?" (v. 19).

Luego, el diálogo se entabla con el padre (vs. 22-23). También él pone de manifiesto su falta de fe: ""Si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros. Jesús le dijo: ¿Qué es esto de si puedes? ¡Todo es posible para quien cree!"

En la curación de los dos ciegos, es el mismo Cristo el que plantea la cuestión de la confianza: "¿Creéis que puedo hacer eso?"' (Mt. 9,28).

Después el padre del endemoniado hace una segunda oración, que señala un progreso en su fe: "¡Creo, ayuda a mi poca fe!" (v. 24). A continuación, viene la narración del milagro (vs. 25-27). Y por fin, la enseñanza de Jesús al grupo de discípulos sobre el poder de la fe y de la oración (vs. 28-29).

En la curación de los dos ciegos; después de haberse asegurado de la calidad de su fe, Jesús dirá: "Hágase en vosotros según vuestra fe ".

Si se mira desde más cerca, se puede discernir un proceso de crecimiento de la fe en tres etapas.

Primero una oración centrada sobre el que ora

Por tanto interesada y más o menos egocéntrica, porque el que suplica no toma sus distancias respecto a su sufrimiento; está engullido dentro "¡Ten piedad de nosotros!". dicen los dos ciegos (Mt..9,27). "Tus discípulos... no han podido, ayúdanos, compadécete de nosotros!" (Mt. 9,18 y 22). Se encontrará la misma situación de partida en el centurión romano; aquí es el criado el que está en el centro: ""Señor. mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos"' (Mt. 8.6). El mismo grito se da en la cananea: "¡Ten piedad de mí Señor, hijo de David! Mi hija está endemoniada" (Mt. 15,22). Habitualmente, es la oración llamada "de Jesús" la que sirve de grito. Pero la situación de base permanece la misma: el suplicante grita su sufrimiento y va a Jesús para que le cure. La persona de Jesús es reconocida como todopoderosa, pero mucho más en función del que ora que por el mismo Cristo.

Luego Cristo quiere operar una conversación del corazón

Es el momento de la prueba, de la crisis y de la purificación de la fe. La oración debe desplazarse, despegarse del suplicante para ponerse únicamente en la persona de Cristo. Hay que buscar a Cristo por él mismo, y no por sus milagros. Cristo dice: "¿Crees en mí?". Después de haber curado al ciego de nacimiento, Jesús dice: ""¿Tú crees en el Hijo del hombre?". El respondió: ""¿Y quien es, Señor, para que crea en él?" Jesús le dijo: "Le has visto; el que está hablando contigo, ése es". Y entonces el dijo: "Creo, Señor". Y se postró ante él" (Jn. 9,35-38).

Lo que cuenta, no es la curación o el milagro. sino la realidad, es.decir la persona de Cristo. No hay que venir a'él para comer el pan y quedar harto, sino para acoger el pan que da la vida. Hay que descubrir en él la fuente de agua 'viva.

Esta crisis es muy perceptible en la curación de la hija de la cananea. Primero, grita: "¡Ten piedad de mí!". Los discípulos intervienen en su favor: "Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros"". Jesús la pone a prueba una primera vez diciéndole: ""No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mt. 15,24). La mujer no se da por vencida y, postrándose, sigue diciéndo: "¡Señor, socórreme!". Viene luego otra segunda prueba de Cristo: "No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos" (v. 26), lo que provoca la admirable respuesta de la mujer: "Sí. Señor, repuso ella, que también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos" (v. 27). Jesús admira entonces su fe y su humildad.

Y por fin, el milagro de la fe

Jesús realiza el milagro en respuesta al acto de fe. El que busca solo a Cristo ve colmados todos sus deseos. Aún más, Cristo alaba la fe de la cananea: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas"(v. 28). Igualmente alabará la fe del centurión: "Os digo de verdad que en Israel no. he encontrado en nadie una fe tan grande" (Mt. 8,10). A los dos ciegos: "Hágase en vosotros según vuestra fe. y se abrieron sus ojos" (Mt. 9.29). En la curación de la hemorroísa. Marcos notará que Jesús se dió cuenta "de la fuerza que había salido de él" (Mc. 5,30), en cuanto la mujer le tocó. Así pues el contacto físico con Cristo es la señal de una realidad más profunda, la de la fe: "Hija, tu fe te ha sanado; véte en paz y queda curada de tu enfermedad" (Mc. 5,34).

Se ve muy bien cómo Jesús conduce de una fe imperfecta, todavía muy impura e interesada, a una fe más viva, centrada en él. Es la que condiciona la eficacia de la oración. Podemos ahora comprender mejor lo que es la fe según el Evangelio. En el punto de partida, una situación inextricable y sin salida: un criado enfermo e incurable, una enfermedad crónica, etc... Situaciones semejantes, podrían trasladarse a nuestras vidas: no consigo perdonar, huyo de tal persona, tengo una costumbre que.no puedo desarraigar,. no acepto mis limitaciones, me falta valor.

Creer, es estar cierto de que todo es posible para Dios. Estas expresiones se repiten a menudo en el Evangelio: "Nada es imposible para Dios". ""para los hombres, es imposible, para Dios todo es posible". Señalemos a este propósito algunas parábolas significativas sobre la higuera y la montaña desplazada al mar (Mt. 21,18-22 y Mc. 11,12-14 y 20-24). Volveremos sobre ellas, porque esta, fe a toda prueba es la charnela que debe llevarnos a la oración de súplica.

Esto me lleva a decir que la fe no es una adhesión intelectual que damos a una verdad, sino un movimiento del corazón, una adhesión que manifiesta el desvío de nuestro juicio en favor de la confianza en otro. Lo importante en la fe, no es esta o aquella verdad (de la cual siempre podemos adueñarnos para convertirnos en herejes), sino la flexibilidad sin límites de la adhesión. Es preciso que este movimiento de la fe se realice en todo momento en nuestro corazón. Entonces renunciaremos a comprender apoyándonos en nuestras propias evidencias, para comprender según una luz superior que Dios nos dará. La fe, es la preferencia permanente dada a otra luz distinta de la nuestra. Pablo habla de la obediencia de la fe (Rom. 1,5); como es muy difícil dirá más adelante: es una victoria.

Galería de los testigos de la fe (Heb. 11)

"La fe, es garantía de lo que se espera; prueba de las realidades que no se ven" (Heb. 1 1,1). Hay que leer los capítulos 11 y 12 de la Carta a los hebreos, en los que el autor hace el elogio de los testigos de la fe, y que enlaza con la Carta a los romanos (4,18-25) hablando de Abraham que esperó contra toda esperanza, y no flaqueó al ver su cuerpo viejo y el seno de Sara estéril. Ante una evidencia humana desesperante, Abraham créyó con una fe poderosa, porque se apoyaba en la promesa.

Como en el Evangelio, siempre se da la misma situación de partida: hay que abandonar un país, para ponerse en camino hacia otro desconocido, con la única garantía de la palabra de Dios que sirve de brújula: "Por la fe, Abraham, al ser llamado. por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Heb. 1 1,8). Y todos ellos, añade el autor, no consiguieron el objeto de las promesas. Dios,tenía ya dispuesto algo mejor para nosotros en la resurrección de Cristo (Heb. 11,39-40). La verdadera tierra prometida, es la persona de Jesús, que nos ha prometido quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos.

El primer acto de fe de Abraham pide otro segundo, pues Dios no cesa de educarnos en la confianza, para que aprendamos a fiarnos tan solo de él. Después de haberle hecho abandonar su país, Dios le pide el sacrificio de su hijo (Heb. 11,17-18). Aquí, Dios contradice a Dios, puesto que pide a Abraham que inmole precisamente la realización de la promesa que le había hecho. Dios no espera de Abraham ni el heroísmo, ni la resignación, sino la fe; una fe tan pura e insondable que el menor movimiento de orgullo, en una situación como aquella, haría imposible ese acto.

En este sentido, la fe está. íntimamente ligada a la humildad, pues los actos de confianza son el privilegio de los humildes. Se comprende entonces por qué Jesús pone en el centro del Evangelio la humildad y el espíritu de infancia pues son la condición sine qua non para fiarse. Sabemos muy bien que es la confianza lo que Jesús busca en sus relaciones con los hombres. De este modo la humildad se mide por la fe y por la confianza, porque precisamente. para tener confianza, no hay que mirarse a uno mismo, sino a Dios y lo que él quiere hacer. La dificultad de la fe es la misma que la de la humildad, se trata siempre de dar preferencia al pensamiento de Dios sobre el nuestro.

Tomemos otro ejemplo en esta nomenclatura de los testigos de la fe, el de las murallas de Jericó: "Por la fe se derrumbaron los muros de Jericó. después de ser rodeados durante siete días" (Heb. 11,30). Algunos días, parece que no hay ningún medio de atacar la muralla de incredulidad, superficialidad o materialismo que existe en nuestra sociedad; tal vez no se llegue a ello poco a poco, pero todo se derrumbará de un solo golpe, como las murallas de Jericó. Tan solo, hay que dar siete vueltas alrededor aunque cada una puede durar siglos. Todo está en que Dios se ablande hasta derribar las murallas. Y para esto, espera un grado inaudito de confianza y humildad. Quiere encontrar hombres que lleguen también hasta ahí, para ablandarse en la medida misma de su confianza.

Por eso el autor de' la Carta a los hebreos termina el cuadro que ha pintado, la galería de los grandes testigos de la fe, centrándonos sobre Cristo, y descentrándonos de nosotros mismos: "Teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia. y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Heb. 12,1-2). Dar preferencia a Cristo, es acoger su pensamiento y preferirlo al nuestro, en un movimiento de pasividad activa. Recibir y aceptar no es menos activo que querer, per() es una actividad de otro orden que, a los ojos de la impaciencia humana, se parece en sentido peyorativo a la pasividad.

De este modo la confianza nos da el avanzar, allí donde el camino está humanamente bloqueado y donde las evidencias humanas nos paralizan. Como María, nos sentimos tentados de decir: ¿Cómo se hará esto, puesto que no hay ninguna solución humana? Y el Señor nos responderá: "Ninguna cosa es imposible para Dios" (Lc. 1,37). Cuando el Señor nos plantea la cuestión de la confianza: "¿Crees que puedo hacer esto?". es decir desplazar montañas de egoísmo. de orgullo y de agresividad no respondamos demasiado pronto que creemos. Tal vez no tenemos todavía del todo ganas de curar de nuestra poca fe.

Ante la pregunta de Cristo, el padre del muchacho epiléptico pidió a Jesús que ayudara su poca fe (Mc. 9,24), y los dos ciegos le siguieron por el camino gritando (Mt. 9,28). Si somos suficientemente conscientes de la debilidad de nuestra fe y de la profundidad de nuestro pecado, comprenderemos que solo la oración puede hacer crecer nuestra fe y experimentar la misericordia de Dios. En vez de afirmar que tenemos fe, tal vez valga más confesar que no creemos en Jesús resucitado y que nuestro amor es demasiado débil. El día en que esta confesión se transforme en oración, evitaremos tal vez la humillante negación de Pedro en la'Pasión. Si, en vez decir: ""Señor, te seguiré hasta la muerte", hubiera dicho: "Señor, ¡tú sabes que no puedo!". ál Señor hubiera venido en su ayuda.

Entonces podremos escuchar lo que Jesús nos ha dicho del poder de la oración que consigue todo: "Yo os aseguro: si tenéis fe y no vaciláis, no solo haréis lo de la higuera, sino que si decís a este monte: «Quítate y arrójate al mar», así se hará. Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis" (Mt. 21,21-22).

 

Gritar a Dios día y noche

Así, para Jesús, es la fe sin vacilación lo que da a la oración todo su poder y eficacia. Cristo nos dice que Dios es un Padre lleno de ternura; quiere darnos todo y cuando le pedimos pan, no tiene intención de darnos una piedra. Es decir que no tiene en absoluto ganas de negarnos cualquier cosa, pero es preciso que nos lleguemos á él con una confianza que no exija ninguna garantía. En la oración, no hay que agarrarse a nada, ni siquiera a las promesas que Jesús ha hecho, por ejemplo: "Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre lo conseguiréis". Si encerramos a Cristo en una promesa, desaparece el clima de confianza, para entrar en el clima en el que se posee o en el que se tienen derechos. Para evitar esto, a veces Dios parece renegar aun de sus promesas.

Sin embargo, es bueno apoyarse firmemente en la promesa de Cristo, que nos invita a pedir todo en su nombre al Padre. Si nos creemos propietarios, podemos tener la certeza de que esta promesa no será vana y que Dios nos volverá a dar alcance a la vuelta del camino purificando nuestra fe. Se ve esto bien en el Evangelio: en el punto de partida, la oración es siempre interesada, pero poco a poco. Jesús enseña al que suplica a no poner su confianza más que en él, más allá de toda promesa. Desde el momento en que Jesús ve en nosotros el menor movimiento de confianza, se inclina a darnos la verdadera fe, y nos pone en estado de total confianza. Tan sólo hay que ayudarle, dejándole eliminar los movimientos por los que nos apoyamos en otra cosa.

Una oración de niño

Si la oración traduce y expresa nuestra fe, también purifica y alimenta. Por eso Jesús, insiste tanto en la súplica como movimiento natural del que se pone en oración. ¿Se puede decir que esta actitud es natural? No lo creo, a menos que. nos convirtamos en niños pequeños. Quisieramos fiarnos, y todo nuestro ser se resiste a este movimiento de abandono. ¿Por qué tenemos tanta dificultad para pedir, y sobre todo para perseverar en esta oración? ¿Por qué tenemos necesidad constante de renovar esta resolución de pedir? Algunos piensan que es la falta de tiempo o las circunstancias exteriores lo que hace difícil la oración; ¿no valdría más reconocer que se da en nosotros una resistencia interior que se opone a la confianza absoluta?

Queremos conseguir por nosotros solos los bienes a los que aspiramos. Cuánto más cierto sería confesar humildemente que nos cuesta muchísimo ponernos de rodillas, física y moralmente, y confesar que pedimos al beneplácito de Dios aquello a lo que no tenemos ningún derecho. Hace falta mucho tiempo para que esta oración de súplica brote del corazón de un hombre, porque es una oración de niño; se comprende que Cristo.haya dicho: "Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos" (Mt. 18.3).

Cuando un niño, .dice el P. Molínié, desea una cosa, sus padres le enseña a decir: por favor y gracias. Al niño que rehúsa pedir amable y educadamente, no hay que darle en absoluto lo que exige: los padres que condescienden en este punto son malos padres. Pero si pide con dulzura, aceptando el decir: "por favor", no tan sólo con los labios, sino del fondo del corazón, entonces no se le puede resistir. Dios resiste porque discutimos. El día en que no discutamos, nos dará todo 1.

La oración de úna viuda

Si queremos tener un modelo de esta oración de pobre, volvamos a leer la parábola del juez inicuo y de la viuda importuna, relatada en Lucas (18,1-8). Ya hemos comentado este texto para decir que Lucas habla el lenguaje de Pablo; sin duda valdría más decir que ambos tiene una fuente común, que es el lenguaje de Cristo.

El personaje central de esta parábola es una pobre viuda, es decir alguien que está solo y no tiene a nadie que salga en su defensa. Pertenece a esa categoría de pequeños y pobres que cuentan únicamente con Yavé. Tiene pues que conseguir que el juei se ablande. Jesús elije una situación extrema; en el lado opuesto, pone a un juez inicuo que no teme a nadie. La viuda no apela a la misericordia del juez, pues sabe muy bien que no es la cuerda de la ternura la que hay que hacer vibrar. •Lo mismo ocurre en el diálogo de Abraham y de Yavé a propósito de Sodoma; todo está centrado en la justicia, pero es la misericordia lo que Dios va a hacer brillar.

Pues bien, si me permitís esta comparación un poco vulgar, la viuda somete al juez a desgaste, y con una perseverancia muy oriental (pensad en los comerciantes de alfombras...), presenta sin descanso su queja, hasta el momento, en que no pudiendo más, el juez cede .a su petición, para tener paz: "Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias. le voy hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme»" (Lc. 18,4-5).

Ahí es, me parece, donde hay que comprender cómo Jesús maneja la paradoja para hacernos penetrar en su pensamiento sobre el Padre. Al tomar la comparación del juez inicuo, es como si Jesús nos dijera: "Tenéis un corazón duro, os imagináis que mi Padre es un juez inicuo, y ved lo que os dará", mientras que Jesús nos repite continuamente en el Evangelio que el Padre ve y sabe lo que necesitamos. Solamente espera nuestra súplica, pues es la única cosa que podemos darle. Por eso cuando oramos, le damos gusto y le damos alegría: "Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche y les va hacer esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?»" (Lc. 18, 6-8).

Retengamos bien esto: "Los elegidos que claman a Dios día y noche". No se trata de la oración fugaz de un instante sino de la súplica arrancada al corazón y tan permanente como el deseo que vive en él.

La oración del publicano que viene a continuación (Lc. 18,9-14) nos indica la calidad de esta oración; viene de un corazón humilde y roto, que reconoce su miseria. Dios tendría muchísimas razones para no escuchar nuestra oración, porque no somos dignos, pero se lo pedimos por su nombre que es misericordia: "El publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador». Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce,' será humillado; y el que se humille, será ensalzado" (Lc. 18,13-14).

Dios está cerca de los corazones quebrantados que le invocan con confianza, pero se aleja de los que se escudan en su suficiencia. Descubrimos así la esencia de nuestro diálogo de amor con Dios. Los que rehusan suplicar con temor y temblor, en otras palabras los que rechazan decir a Dios "por favor", no tienen una confianza absoluta. Se apoyan un poco en ellos, aunque se apoyen mucho en Dios. Y no basta hacer esta oración con los labios, sino desde el fondo del corazón.

Orar para saber orar

Orar así, es confesar de manera eficaz y costosa que Dios no está obligado a concedernos lo que le pedimos. Desea concedernos todo a condición de que le demos esa confianza absoluta que desaloja cualquier espíritu de propiedad. Notemos de paso que esta parábola de la viuda importuna termina con una interrogación que impresionó siempre a los cristianos, pues les interpela sobre la calidad de su fe: "¿A su vuelta el Hijo del hombre, encontrará fe?" ¿Encontrará hombres sufucientemente confiados en el poder de su oración como para acoger al Hijo del hombre y conquistar el mundo? No olvidemos lo que dice Silvano: "El mundo se mantiene gracias a la oración. Si la oración pesase, el mundo perecería" 2.

En la historia de su pueblo, Dios no ha cesado de suscitar hombres de fe como Abraham, Moisés y la Virgen. Existe ciertamente la iniciativa gratuíta de Dios y su elección, pero se da también la respuesta del hombre. Es preciso que haya sobre la tierra cierto número de hombres justos, que abran las compuertas del cielo por actos de fe como el de Abraham. Entonces los torrentes de vida trinitaria podrán regar el mundo. Cuando un hombre hace humildemente un acto de confianza, "se produce silenciosamente, dice el P. Molinié, una deflagración más fantástica que todas las bombas de hidrógeno. porque se abren las compuertas del cielo, ytodos los méritos y los tesoros acumulados por Cristo y los santos pueden derramarse sobre la tierra. Por eso Dios guía al mundo para obtener esos actos". Es también él quien ha suscitado en su Iglesia grandes hombres de oración de los que habla Santiago: "La oración ferviente del justo tiene mucho poder. Elías era un hombre de igual condición que nosotros; oró intensamente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Después oró de nuevo y el cielo dió lluvia y la tierra produjo fruto" (Sant. 5,16-18).

Dios responde infaliblemente a la súplica humilde y paciente de un hombre de oración. Toda la Biblia nos confirma que esta respuesta de Dios es ordinaria y normal: "¡si me invocan les escucharé!" Si necesitáramos otro testimonio de la oración infaliblemente escuchada, nos bastaría tomar la palabra de Cristo en san Juan. Traduce el fondo de su experiencia de intimidad con el Padre. él que afirmaba antes de la resurrección de Lázaro: "Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas" n. 11.41-42).

Para Jesús, Dios responde normal y ordinariamente a una 'oración de este género: es infalible. Pero cuando no hay oración, Dios no puede responder. Por eso Jesús dirá a sus discípulos en san Juan: "Yo os aseguro: lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado". (Jn. 16, 23-24).

Desde el momento en que un hombre ha encontrado la justa actitud de súplica confiada, queda libre de todos los problemas que complican su vida espiritual. Pero se encuentra con otra lucha, la de la fe, y la de reanudar sin cesar su oración. "Reanudaba continuamente mi oración", dice el salmo.

Hay días en los que no sabemos orar, cuando estamos bloqueados por el sufrimiento o por el pecado. Algunos hombres no quieren orar. Están entonces en una situación semejante a la de los sordomudos o ciegos del Evangelio. No ven la misericordia de Dios en el rostro de Jesús y no escuchan su llamada a la conversión. Es necesaria entonces una manifestación especial del amor de Dios para arrancarlos de ese estado y hundirlos en la humildad. Dios responde a todas las llamadas, pero cuando no hay llamada. hace falta una nueva irrupción de la gloria del resucitado en el mundo de la miseria, para devolver la palabra a estos mudos que no saben ya dialogar y orar.

Entonces, ¿qué tiene que hacer el que no sabe dialogar? Algunos dirán: "¡Que haga esfuerzos para orar!" Sabemos a dónde llevan esos esfuerzos agotadores, que nos hacen penosa la vida y que no tienen gran valor a los ojos de Dios. No obremos como si hubiésemos alcanzado un grado superior de oración, sino que reconozcamos humildemente nuestro estado. Los resultados de tales esfuerzos son desesperantes, porque proceden muy poco del amor y mucho del deseo de convencerse de que se ama. Lo que viene a ser como querer realizar las obras del amor antes de que la caridad sea derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo. (Rom. 5,5). No obremos como si fuéramos hombres de oración, cuando no lo somos.

En la oración, como en el amor fraterno, no basta querer. hay que recibir y acoger. Ambos son dones de Dios, y si está a nuestro alcance el desearlos, no está a nuestro alcance realizarlos. ¿Qué hacer entonces? Reconocer sencillamente ante el Padre que no sabemos orar, y hasta que no lo deseamos del todo. Desde el momento en que un orgulloso o un mudo empieza a orar en verdad, sobre todo si pide la gracia de la oración, ya ha dejado de ser mudo delante de Dios y de sus hermanos. Conozco a una persona que tardó diez años en perdonar una grave injusticia cometida contra él. Primero hacía esfuerzos para perdonar, pero se dió cuenta muy pronto de la vanidad e inutilidad de sus esfuerzos. Entonces cambió de táctica, y en vez de decir, "quiero perdonar" repitió miles de veces: "Señor, tú sabes muy bien que no sé perdonar, ayúdame, ¡ten piedad de mi!". Al cabo de diez años, el Señor le ha concedido la gracia de un corazón humilde y dulce, capaz de perdonar.

 

Perseverar en esta oración.

Podría parecer que minimizamos el papel del esfuerzo en la vida espiritual. No en absoluto; pero hay que poner el esfuerzo en su sitio,, que es el segundo respecto de la oración. Aquí, el esfuerzo se concentra esencialmente en la perseverancia en la oración. Para ganar infaliblemente la partida, esa persona tuvo que perseverar en su esfuerzo de oración durante diez años. No era bastante pobre y no sabía mendigar. El Espíritu se pone manos a la obra en el fondo del corazón, para hacer pedir al que no sabe pedir. Dios responde siempre gratuita e infaliblemente a este género de oración.

No basta con escuchar la palabra de Jesús sobre la oración continua. (Lc. 18,1), sin ponerla en practica, es decir introducirla en la praxis de nuestra vida, en trabajo de alegría de pena o de amistad. En la medida en que empecemos a practicarla, descubriremos también nuestras resistencias profundas a la oración. El que se conforma con escuchar estas palabras, si.n ponerlas por obra, no debe quejarse de que no alcanza la oración continua. Le falta lo esencial: la perseverancia y la permanencia de su deseo, único fruto casi infalible de la hondura de su deseo. Hagamos la experiencia de permanecer unas horas con una sola oración, y veremos muy pronto, cómo se levantan una serie de objeciones, como ésta: ¿para qué seguir orando?, hace tanto tiempo que pido esta gracia y no la consigo nunca. Cambiamos los términos de referencia de nuestra oración. siguiendo la superficialidad de nuestros deseos.

La oración se ofrece en primer lugar a los pecadores.

No podemos saber lo que vale el fondo de nuestro corazón pues es doble e insondable, y nuestro deseo de perdonar o de orar permanece en la superficie; pero podemos saber con bastante claridad lo que significa la perseverancia para esforzarnos en practicarla 'y para verificar que lo hacemos. Hace falta mucho tiempo para bajar al fondo de nuestro corazón y enraizar nuestro verdadero deseo. La oración abre en nosotros un verdadero grito que no llega a brotar, pero que acabará por salir un día; ese día. Dios nos dará todo.

Entonces se nos presenta a menudo una objeción que podríamos formular, así: ¿es honesto orar, cuando experimento cada día mi debilidad y mi miseria? ¿El camino de la oración estará cerrado a los pecadores, o a aquellos que no han sabido darlo todo? A este propósito. Teresa de Avila dice que la necesidad de orar se impone primero a los pecadores, y afirma que si perseveran en la oración, abandonarán la vida de pecado. pero ¡ay de aquellos que abandonen la oración!

Hay que repetirlo sin cesar: la oración se ofrece en primer lugar a los grandes pecadores, como un recurso universal de salvación a la cual son invitados. No se puede comulgar sin tener fe y esperanza fundada de estar en amistad con Dios; pero para orar, ni siquiera es necesario tener fe, puesto que se nos da en la oración. Solo Dios conoce el fondo de nuestro corazón, que se nos escapa muy a menudo, y solo él puede convertirlo.

Recogemos el testimonio de Serafín de Sarov a propósito de la fuerza de la oración en la vida de un pecador. En su diálogo con Motovilov, citado en la introducción de este libro, Serafín revela eh poder de la oración para todos los hombres.

Otro espiritual, Macario el Grande, patriarca de Escitia y discípulo de san Antonio afirma que el hombre por más que se haga violencia en la lucha contra las pasiones, no puede conseguirlo:

Sólo el poder divino es capaz de suprimir radicalmente el pecado y el mal que de él se sigue. Pues es absolutamente imposible al hombre estirpar por sí mismo el pecado. Puede luchar, resistir, dar y recibir golpes; solo Dios puede arrancar las malas raíces 3.

En esta lucha, no hay que desesperar, aunque se experimente dolorosamente el fracaso, hay que apoyarse únicamente en la gracia de Dios; la única decisión en nuestro poder es orar, pues Dios está siempre pronto a socorrernos:

La única cosa en su poder (del monje), es la resolución de darse a Dios, de pedirle e invocarle para que le purifique él mismo de Satanás y de sus operaciones, y que se digne venir a su alma por su gracia y reinar en ella, que él mismo cumpla en él sus propios mandamientos y su propia voluntad, que le confíe todas las virtudes que hacen al hombre justo 4.

 

San Alfonso María de Ligorio, el gran teólogo de laoración, afirma que la perseverancia es una de las virtudes de la oración siempre escuchada. En cuanto a las otras cualidades, la confianza o la humildad; nos llevan en suma a pedir esta invasión del corazón por la oración continua. En este camino de la perseverancia no faltarán los obstáculos, en particular las caídas o la repetición más o menos frecuente de accesos de orgullo. Es ahí donde no hay que desanimarse y emprender de nuevo sin cansarse el camino, pase lo que pase, después de cualquier tormenta o período de indolencia. Debemos gritar a Dios aún en medio dé nuestras miserias, nuestras faltas y nuestras perezas. No hay que hacer como si pudiéramos borrar esta etapa de retroceso, sino que hay que bajar más hondo para llamar en nuestra ayuda a Dios.

¿Qué es la perseverancia?

La perseverancia conoce períodos de desfallecimiento y de infidelidad en los comienzos, que tenderán a reducirse poco a poco, hasta que nos veamos invadidos por la oración continua. Estamos lejos aquí de la oración de un instante, que sería un capricho, un acto de entusiasmo fugitivo, la expresión de una necesidad pasajera y que se olvida inmediatamente después. El padre Molinié define así la perseverancia:

Es la paciencia de la araña que vuelve a empezar indefinidamente su tela cada vez que la ve destruida. Es una tenacidad, íntima, secreta y dócil, en los antípodas de la testarudez, de la rigidez o del entusiasmo. Es una virtud profundamente humilde, y recíprocamente la humildad es profundamente perseverante, no se desanima nunca. Sólo el orgullo y solo él es el que se desanima 5.

Se podrá decir lo mismo de todos los obstáculos, de todas las traiciones que nos apartan de la oración. En la medida en que volvemos sin cansarnos a la oración, estamos seguros de la victoria, pero no hay que cansarse ni desanimarse. ¿Hay que añadir algo más? No lo creemos, pues ya hemos abordado la perseverancia como cualidad fundamental de la oración al hablar de la súplica en san Pablo. Para el que quiera aprender a orar, este fundamento esencial aparece como la única roca sobre la cual puede edificar su vida de oración.

No tenemos que añadir nada, pues no haríamos más que repetirnos fastidiosamente,sino tal vez un consejo necesario al principiante en la vida de oración que estará tentado de pedirnos nuevos métodos, o nuevos libros sobre el tema; estos serán útiles, en la medida en que haya echado el cimiento esencial de la perseverancia y cuando el que ora descubra, según el pensamiento de san Pablo que no sabe orar: "pues nosotros no sabemos pedir como conviene". (Rom. 8,26).

Entonces buscará a nivel de ideas y de técnicas. Debe convencerse que antes de saber cómo orar bien importa mucho más saber cómo "no cansarse nunca", "no desanimarse nunca-. Cuanto más avance, mayor será la impresión desesperante de no saber orar, y todos los consejos de los autores espirituales no le podrán librar de esta dolorosa impresión. Más aún, irá de mal en peor, hasta el día en que ya no se preguntará acerca de la oración, porque no tendrá ya conciencia de que ora. ""La oración no es todavía perfecta, dice Casiano, mientras el monje es consciente y sabe que ora'" e.

Poco a poco no se preguntará ya si ora bien o mal, pero será arrastrado por el deseo de que su oración invada toda su vida. Entonces ya no se tratará de su oración, sino de esta . realidad que viene de Dios, y que es la oración de Dios en él, el gemido inefable del Espíritu Santo, que los Padres de Oriente llaman la oración pura.

Pablo nos indica el camino de esta oración misteriosa cuya presencia no puede ser señalada por ningún nervio psicológico: ,"El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rom. 8,26-27).

Hay pues en nosotros una oración misteriosa, que escapa a toda experiencia psicológica, pero que sin embargo es muy real, que surge de nuestro ser más profundo. Cuando intentamos dar a nuestra oración una expresión o un contenido por ideas o por palabras, son oraciones conscientes.

Pero la inteligencia expresa sobre todo la superficie de la persona. Muy pronto es cogida desprevenida y el silencio se le impone, hasta el punto de que parece significar una ausencia de Dios. En vez de dejarse bloquear por las arideces del silencio, hay que saber que nos abren a la misteriosa oración del Espíritu en nosotros. En el mundo subyacente de la persona humana, en el infraconsciente, el Espíritu ora mucho más de lo que nosotros nos imaginamos. En relación con esta oración secreta del Espíritu en nosotros, nuestra oración explícita se reduce a muy poca cosa; se puede decir con Casiano, que lo esencial de la oración transcurre sobre todo en un gran silencio.

Es el silencio de la oración contemplativa. En cada uno de nosotros yacen abismos misteriosos de lo desconocido, de duda. de violencia, de deseos carnales y penas íntimas. Sentimos también abismos de culpabilidad, de necesidades inconfesables, de impulsos anárquicos. Dejemos que el Espíritu baje a esas profundidades. con la confianza del niño. que medita: "¡Abbá Padre!" (Rom. 8.15). Un día, todos nuestros abismos serán habitados por Jesús resucitado, y nuestra vida se convertirá en oración hasta el interior de nuestras células.
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1 MOLINIE. M.D.: Retiro a los dominicos de Montlignon, texto ciclostilado. n 2. págs. 6-7

2 SILVANO: Ob. cit., pág. 57.

3 MACARIO EL GRANDE: Homilías. 3,4.

4 Ibidem, 56, 5.

5 MOLINIE, M.D.: Lettre no 1 sur la pobre, diciembre 1967. pág. 7.

6 ANTONIO, citado por CASIANO: Conferencias, 9. 31.