4. "He llegado hasta el fondo de las aguas" (Salmo 69,3)


Yavé, Dios mío, de día clamo,
grito de noche ante ti;
llegue hasta ti mi plegaria,
presta oído a mi clamor.

(Sal. 88,2-3)

¿Quiénes son esos hombres en oración, que gimen y lloran como seres perdidos? Son hombres que han penetrado como Cristo y como Job en el misterio del sufrimiento. No se sabe ya si se trata de un sufrimiento físico o moral, pues todo el cuerpo está como embargado por el dolor:

Cerrado estoy y sin salida,
mi ojo se consume por la pena. (Sal. 88,9-10)

Es gustar de antemano la experiencia de la muerte:

Pues mis días en humo se disipan,
mis huesos arden lo mismo que un brasero:
trillado como el heno, mi corazón se seca,
y me olvido de comer mi pan;
ante la voz de mis sollozos,
mi piel a mis huesos se ha pegado.

(Sal. 102,4-6)

Entonces roto, aplastado, a tope ruge y brama su corazón. Es la oscuridad total de los abismos en la que se ve rebasado por todas partes.

Sobre mí pesa tu furor
con todas tus olas me hundes. (Sal. 88,8)

El salmista acumula las comparaciones en las que se mezclan las olas de la muerte, los torrentes de Belial y las redes del seol. Se ve como levantado y rechazado por las olas de la tempestad, y cae rodando en el abismo. Sus días son como la sombra que declina o la hierba que se seca. Y para mejor hacer comprender la profundidad de su sufrimiento, amplifica su lamento, ya repitiendo el nombre de Dios: "Dios mío, Dios mío" (Sal. 22.2), "ténme piedad oh Dios, tenme piedad" (Sal. 57,2), ya modulando la intensidad de su súplica; aveces incluso parece que hace reproches a Dios: .

¡Despierta ya! ¿Por qué duermes, Señor? (Sal. 44,24)

 

La angustia de la soledad.

Pero el sufrimiento moral es más doloroso de soportar que el sufrimiento físico, del cual es señal:

Hambrientos, y sedientos',
desfallecía en ellos su alma. (Sal. 107,5)

A través de este hambre y de esta sed materiales, el hombre experimenta otra hambre, la del otro; por eso la angustia y la soledad se sienten como una impresi indefinible que se pega al cuerpo, oprime la garganta e impide vivir. Sobre todo cuando toca las puertas de la muerte es cuando desborda la prueba de, la soledad el desamparo. Y aunque algunos amigos, como los amigo de Job, vengan a visitarle es para atormentarle y reprocharle sus pecados. Pero en general se crea a su alrededor el vacío, pues Dios aleja amigos y prójimos (Sal. 88,19), por miedo a que ponga su confianza en un ser de carne:

Vuélvete a mi, ténme piedad,
que estoy solo y desdichado. (Sal. 25,16).

Al mismo tiempo tiene que ir abandonando todos sus apoyos y puntos de referencia. ¿No es esto lo que todos nosotros tendremos que hacer el día de nuestra muerte, cuando nuestro último acto sea un movimiento de abandono y de confianza en la misericordia de Dios? Por eso, es preciso que nos acostumbremos a sufrir a lo largo de nuestra existencia algunas pequeñas agonías para ejercitarnos en la confianza de Dios solo. Es el mismo sentido de la soledad del desierto:

Me parezco al pelícano del yermo,
igual que la lechuza de las ruinas;
insomne estoy y gimo
cual solitario pájaro en el tejado. (Sal. 102,7-8).

Y cuando Dios no tiene a mano un desierto material, se encarga de crear uno, haciendo el vacío a nuestro alrededor:

Has alejado de mí a mis conocidos,
me has hecho para ellos un horror,
cerrado estoy y sin salida.

(Sal. 88.9).

Sería preciso describir todos los matices de este sufrimiento, pero, en todos los casos, el hombre se siente desgraciado, frustrado, y experimenta un sentimiento de penuria. Entre Dios, que ""reina sobre las alabanzas de Israel" y el hombre, que "se acuesta en el polvo de la muerte", hay un abismo que aparece infranqueable. Y sin embargo, el hombre se vuelve hacia Dios, esperando que él mismo colmará este abismo, aunque aparezcan enemigos de toda clase para perturbar el encuentro.. Antes de ser escuchado, ofrece a Dios una confianza sin garantía, pues sabe que responde siempre y no abandona jamás a su pueblo. En general, el lamento permanece próximo a la impresión sentida: dolor, soledad y angustia.

Sin ser por tanto un grito instintivo, pues desde el momento en que hay palabras hay relación y.comunicación con el otro, el lamento permanece todavía centrado sobre el que grita. Poco a poco, se da como una pacificación que se opera no porque el dolor se difumine, sino porque el hombre se familiariza con el sufrimiento y no le opone ya ninguna resistencia, lo deja penetrar en él. De hecho, estamos ahí' ante el misterio del sufrimiento.

Digo bien el misterio del sufrimiento y no el sufrimiento a secas. Mientras se es capaz de aguantar el golpe, de enfrentarse con el sufrimiento, no se ha entrado en el monasterio del dolor. Este comienza precisamente allí donde ya no se soporta el choque, donde este toma proporciones de agonía y de muerte 1.

Llega un momento en que el sufrimiento toma tales proporciones que se hace imposible enfrentarse con él y aguantarlo. Como decía un día un hombre que había vuelto de los campos de concentración. ""Allí, yo no era ya un hombre, estaba reducido. a la bestialidad". Esto es lo que Cristo ha querido decir, cuando ha abrazado nuestra condición de hombre hundido en el fango del lodazal: "Y yo, gusano, que no hombre" (Sal. 22.7). En el fondo, Cristo no ha tratado de permanecer hombre bajo los golpes, ha aceptado convertirse en un gusano. En este sentido, no ha soportado el sufrimiento, se ha dejado deslizar dentro. No tenía nada que temer, podía abandonarlo todo, pues tenía la unción del Espíritu Santo.

Se convirtió en un excluido de la sociedad, y en ua presa para muerte:

No tenía apariencia ni presencia:
(le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar...
varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro.

(ls. 53,2-3).

Todo su ser se ha como dislocado y se ha fundido en el horno de la prueba. No ha luchado. y por eso la unción del Espíritu le ha penetrado hasta el subsuelo de su ser:

Soy como el agua que se vierte,
todos mis huesos se dislocan,
mi corazón se vuelve como cera,
se
me derrite entre mis entrañas.
Mi. paladar está seco lo mismo como una teja
y mi lengua pegada a mi garganta:
se me echa en el polvo de la muerte. (Sal. 22,15-16)

Poco a poco, el salmista aprende a realizar este movimiento: es cierto, tiene todavía miedo al sufrimiento, pero porque se fía de Dios y vive en estado de obligación, no se endurece ya contra el sufrimiento. Después del grito de queja, hay siempre un movimiento de confianza. que termina en alabanza. pues Dios no desprecia la pobreza del pobre y no le oculta su rostro:

Mas cuando le invocaba le escuchó.
de tí mi alabanza en la gran asamblea,
voy a cumplir mis votos ante quienes le temen.
los pobres comerán, quedarán hartos,
los que buscan a Yavé le alabarán.
¡Viva su corazón eternamente! (Sal. 22.25-26).

Ante el sufrimiento Cristo no se ha puesto tieso, no ha endurecido su rostro. pues era infinitamente dulce; no ha adoptado la virtud pasiva de los blandos, sino la fuerza dele no opone resistencia. Cristo ha tenido mucho miedo en tsemaní, pero no ha rehusado nada, pues vivía contintamente en un movimiento de oblación y de amor, y por esó mismo, era incapaz de encoger su corazón. Tenía el corazón líquido. "Rehusar, es coagularse, retractarse. Se escapa de ello por la dulzura" (P. Molinié).

Cristo tiene su alma en paz y en silencio, como un niño apretado contra su madre (Sal. 131,2). En el Diario de un cura rural, Bernanos hace decir a su héroe:

La experiencia me ha enseñado que conservo de mi madre, y sin duda de muchas otras pobres mujeres de mi raza, una especie de fortaleza casi irresistible a la larga, porque no trata de medirse con el dolor, se desliza en su interior convirtiéndolo en hábito poco a poco. Nuestra fuerza reside ahí 2.

 

¿Dónde estás, Dios mío?

Como ya hemos dicho, el hombre que grita está siempre en presencia de alguien: a veces viene a interponerse un tercer personaje. Entonces se queja de alguien o de alguna cosa. Primero, dirige a menudo un reproche a Dios, luego gime sobre su propia suerte o su pecado y por fin acusa a los demás. Pero el sufrimiento que alcanza más profundamente al corazón, es el silencio o aparenté alejamiento de Dios. Y entonces a cada instante aparece un grito en sus labios:

¿Es que has desechado a Judá?
¿O acaso de Sión se ha hastiado tu alma?
¿Por qué nos has herido, que no tenemos cura? (Jr. 14,19).

Además, este grito no tarda en transformarse en oración; "has impuesto a tu pueblo duras pruebas" (Sal. 60.5), pero:

Tú lo has visto; Yavé, no te estés mudo,
Señor, no estés lejos de mí. (Sal. 35.22).

Dios parece inaccesible al hombre, que está separado ce él como por un espacio infranqueable. ""No estés lejos" 'e repetirá como un leitmotiv en algunos salmos (22,12-0; 31,10-17; 102,2-3; 109,1-26). Dios ve cómo le reprochan su ausencia o su silencio cómplice.

Dios mío, de día clamo, y no respondes (Sal. 22,3).

No retires tu rostro de tu siervo (Sal. 69,18)

A veces incluso, se le sospecha como incorporado a los enemigos:

Han pasado tus iras sobre mí,
tus espantos me han aniquilados.
Me envuelven como el agua todo el día. (Sal. 88,17-18

Un refrán acompasa esta oración:

¿Por qué, alma mía, desfalleces
y te agitas por mí?
Espera en Dios: aún le alabaré,
¡salvación de mi rostro y mi Dios! (Sal: 42,6 y 12; 43,5).

Se toca aquí el fondo del sufrimiento del hombre: ha sido hecho para el rostro de Dios y la comunión con él, y aparentemente parece que Dios le ha abandonado. Entonces se pone a gritar hacia él día y noche:

Dios, tú mi Dios, yo te busco,
sed de tí tiene mi alma,
en pos de ti languidece mi carne,
cual tierra seca. agotada, sin agua.
Cuando pienso en ti sobre mi lecho,
en ti medito en mis vigilias.

(Sal. 63.2 y 7).

Y para el salmista, meditar sobre Dios, no es reflexionar para pensar los pros y los contra, ni hacer una meditación de tipo cartesiano, sino murmurar lentamente a media voz el nombre de Dios. El justo es aquel que medita la ley de Dios noche y día; la palabra empleada para designar esta meditación es "susurrar":

Dichoso el hombre aquel...
que se complace en la ley de Yavé,
su ley susurra día y noche.

(Sal. 1,1-2).

Lo mismo encontramos en:

La boca del justo sabiduría susurra,
su lengua habla rectitud;
la ley de su Dios está en su corazón.
sus pasos no vacilan. (Sal. 37,30).

El hombre es esencialmente ""deseo de Dios" y este deseo se enraiza en lo más profundo de sí mismo, en ese lugar oscuro donde se acumulan sus carencias, sus defectos y sus angustias; allí donde concluye sus necesidades más viscerales: el hambre, la sed, la necesidad de poseer y dominar, el deseo del otro bajo todas sus formas. Todas estas fuerzas se dan en nosotros y condicionan nuestras relaciones.

Cuando la Biblia trata de definir al hombre y se pregunta lo que es, responde enseguida: ""Lo has hecho a falta de Dios", es decir que el hombre no encuentra su acabamiento más que en Dios. El Padre Trublet traduce así: "Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Lo has hecho teniendo un-poco-de-necesidad-de-Dios". Y añade: "El texto hebreo me parece contiene esta idea, más que la que expresa la traducción habitual: "le hiciste un poco menor que un dios" 3. Todo este salmo subraya el lugar supereminente del hombre frente a Dios; está tenso ""hacia" él en quien encuentra su plenitud, pero indica a la vez su límite: el hombre no es Dios, y esto implica que está en segundo lugar y que depende de él. En esta situación se le ofrecen al hombre dos voces: el camino del justo y el del ímpio.

Estas dos voces abren el salterio (Sal. 1). El justo es el pobre que reconoce su finitud, su falta de Dios y por tanto su deseo de él. Actúa sin cesar como "teniendo-necesidad-de-Dios". Es la actitud de dependencia y de acogida que se traduce en oración de una manera admirable, en el salmo '138; el hombre debe aceptarse y recibirse de Dios. El impío, al contrario, es el que rechaza su condición de criatura y se conduce como si Dios no existiese. Toda la Biblia es la historia de estos dos comportamientos del hombre ante Dios. Cada vez que el hombre obra como si no tuviese necesidad de Dios, atrae sobre sí la desgracia, tanto en plano personal como colectivo:

A mí me dejaron,
manantial de aguas vivas
para hacerse cisternas,
cisternas agrietadas,
que e) agua no retienen.

(Jr. 2,13).

Puede surgir otra tentación en el corazón del hombre, cuando Dios se hace lejano y el sufrimiento le aplasta: la de reflexionar y preguntarse el por qué. Reflexionar así es a menudo una fuga .a lo imaginario, mientras que orar con insistencia es siempre una vuelta a lo real. ¡Si supiéramos sencillamente gemir y gritar: "Dios mío, ten piedad de mi, estoy al cabo de mis fuerzas y no puedo más" Permitidme una comparación que a primera vista puede parecer impertinente, pero que resume muy bien toda la oración de los salmos: es la oración de los pobres, de los anawin, de los que tienen-necesidad-de-él. Dios no cesa de telefonear a los hombres y de llamarles: ¡Oiga, oiga, aquí Dios!". Y nuestra respuesta es poco más o menos esta: ""Aquí, los servidores que te aman que tratan de cumplir la ley y ser gente bien". Pero Dios no contesta a tales respuestas y sigue telefoneando hasta el momento en que le decimos: "Aquí, un pobre que no puede más y grita hacia ti" Entonces Dios nos responde inmediatamente, pues está muy cerca de los corazones que le invocan.

Pero Dios no puede responder más que a un corazón pobre, enteramente consumido por el deseo de ver su rostro. Una de las primeras palabras que Dios dice a Adán en la Biblia es: "¿Donde estás?" (Gn. 3.9). Y Adán responde que está oculto, porque está desnudo. Dios no cesa de llamarnos y decirnos: ""¿Dónde estas?"". Toda nuestra vida espiritual es la historia de esta respuesta a la pregunta de Dios. Por nuestra parte, dejamos penetrar esta pregunta de Dios en nosotros, hasta el momento en que brota la verdadera respuesta: ""¿Dónde estás. Dios mío?". Sería bueno leer aquí la magnífica lamentación de Adán, compuesta por el staretz Silvano, que va a dar en línea recta con la oración de los salmos 4.

¡Qué amables son tus moradas,
oh Yavé Sebaot!
Anhela
mi alma y languidece
tras de los atrios de Yavé,
mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo...
¡Oh Yavé Sebaot, escucha mi plegaria, tiende tu oido, oh Dios de Jacob!...
Como un día en tus atrios vale más que mil, yo he preferido
estarme en el umbral de la casa de mi Dios
más que habitar en las tiendas de impiedad.
($al. 84,1-3,9-1 1).

 

He pecado contra ti

Otra causa de sufrimiento, y no la menor, nace también del hecho de que el hombre es pecador y que su pecado le aleja de Dios. Habría que llevar aquí a la oración, uno tras otro, los siete salmos penitenciales, en los que el pecado es realmente considerado como una ruptura o una distensión de los lazos con Dios. No se ha pecado contra una ley sin rostro, sino contra una persona. El pecado es el hombre frente a Dios en actitud de ruptura o de rechazo:

Contra ti, contra ti solo he pecado,
lo malo a tus ojos cometí

(Sal. 51,6).

El gran pecado es sobre todo el olvido de Dios, el hecho de no escuchar su palabra: "No hemos suplicado al rostro del Señor" (Bar. 2,8). La falta de oración en nuestra vida o el poco ardor en suplicar al rostro del Señor, nos hunden en el gran abismo.

Pero más allá de los actos de pecado, se da la toma de conciencia dolorosa del estado de pecado en el que el hombre.no hace el bien que quiere y hace el mal que no quiere. En todos los tonos, el salmista repetirá:

Mira que en culpa ya nací,
pecador me concibió mi madre. (Sal. 51,7).

Está verdaderamente inmerso en sus pecados:

Que mis culpas sobrepasan mi cabeza,
como un peso harto grave para mí. (Sal. 38,5).

Al experimentar cada día su debilidad, llega a tener la tentación de bajar los brazos y confesar que nunca llegará a librarse:

Hasta ti toda carne viene
con su§ obras culpables;
nos vence el peso.de nuestras rebeldías;
pero tú las borras. (Sal. 65,3-4).

Y luego, casi a la vez, ya no busca saber en qué es pecador pues comprende que hay en él un mal oculto, un pecado secreto ligado al orgullo, y que debe ponerse "boca abajo" ante Dios antes de saber de qué es responsable. Desde el momento en que el hombre ha hecho este gesto de humildad radical, Dios le perdona su pecado y, más aún, se lo descubre. Nuestro pecado es verdaderamente descubierto y reconocido en el momento en que es perdonado:

De las faltas ocultas declárame inocente.
Guarda también a tu siervo del orgullo,
no tenga dominio sobre mi.
Entonces seré irreprochable,
de delito grave exento.

(Sal. 19.13-14)

Entonces no queda más que una salida: ir a confesar su pecado a Dios:

Mi tormento sin cesar está ante mí.
Sí, mi culpa confieso,
acongojado estoy por mi pecado. (Sal. 38,18-19)

Pero al mismo tiempo que confiesa su pecado, confiesa la misericordia de Dios que perdona, no antes ni después, sino al mismo tiempo. En el momento en que el pecador descubre la ternura de Dios para con él, no antes ni después, es cuando es, perdonado:

Tenme piedad, oh Dios. según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, Lávame a fondo de mi culpa,
y de mi pecado purifícame.

(Sal. 51,1-2)

De aquí se deriva una actitud concreta: la conciencia del pecado no nace de una mirada sobre mí, sino de un acto de confianza en Dios.

En el terreno cristiano, no hay experiencia de Dios, y por tanto, de oración, fuera de un movimiento de conversión. Por eso toda oración cristiana debe comenzar por una confesión de la misericordia de Dios y un reconocimiento de nuestro pecado. Decíamos más arriba que una buena manera de entrar en oración es lanzar un grito hacia Dios; añadamos ahora que ese grito es en primer lugar el del publicano y el del ciego del Evangelio: "Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mí. pecador".

Entre las causas de sufrimiento, está finalmente el ambiente real o imaginario, interno o externo que toma muy a menudo las características de un enemiga o de un animal peligroso. Será acusado de dañar o de atentar contra el suplicante:

¿Hasta cuando triunfará sobre mí mi enemigo? (Sal. 13,3)

Han profanado tu sagrado Templo;
han dejado en ruinas a Jerusalén...
Han derramado como agua su sangre. (Sal. 79,1-3)

Es un tema que volvemos a encontrar en Jeremías: el del justo perseguido por sus enemigos. Este tema se presenta también en la filosofía griega, cuatrocientos años antes de Jesucristo. Platón afirmaba que, si un hombre plenamente justo venía sobre la tierra, su justicia sería de tal manera insoportable a sus enemigos que lo encarcelarían, le sacarían los ojos y por fin, lo ejecutarían. Pero al mismo tiempo es el sufrimiento del justo lo que justifica a fa multitud (Is. 53).

Los mismos animales se convierten en peligrosos enemigos, capaces de aumentar la angustia:

Novillos innumerables me rodean,
acósanme los toros de Basán;
ávidos abren contra mí sus fauces,
leones que desgarran y rugen...
Perros innumerables me rodean,
una banda de malvados me acomete; atan mis manos y mis pies.

(Sal. 22,13-17)

¿No es éste un lenguaje simbólico, que sirve para designar los monstruos de nuestro zoo interior? Cualquiera que sea la realidad mítica subyacente, podemos siempre hacernos cargo de esta súplica, pues refleja muy bien la situación interior de un hombre dividido y zarandeado.

Así, para añadir el horror al espanto, toda una abigarrada multitud desfila delante del que suplica e invade el campo de su conciencia: es la "gente que gesticula " o esos "toros y novillos de pueblos" (Sal. 68,31), que vienen a agredir al hombre ya enfrentado con Dios. Siempre abrumado por su mal, el hombre no tiene otro medio de expresión que gritar su sufrimiento, repetir que está mal, que hace mucho tiempo que sufre y que lo ha ensayado. Ora, no sólo con su corazón y su voz, todavía más con sus lágrimas. Es un gemido lastimero y punzante:

¿Hasta cuándo tendré congojas en mi alma? (Sal. 13,3)

Estoy exhausto de gritar, arden mis fauces (Sal. 69,4)

 

La petición

Otra manera de expresar el sufrimiento y la carencia, es la petición. El suplicante consigue en cierto modo orar con su mismo sufrimiento y por tanto, distanciarse un tanto de su mal, en el que ya no está totalmente inmerso. Está menos obsesionado, menos centrado en sí, que en aquel que puede liberarle. Hay un desplazamiento de su centro de interés que puede llegar a ser hasta un movimiento de abandono entre las manos del Padre. Ve, sabe y percibe la queja. ¿Por qué atormentarse? Ni un cabello de' nuestra cabeza cae sin su permiso.

El modelo de esta súplica es la oración de Jesús en Getsemaní. Emplea su confianza en el Padre, pues sabe que nada le es imposible, pero al mismo tiempo, se abandona a su voluntad. El ardor de su oración está de manifiesto en su postura. Se prosternó. ""Y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Y decía: ¡Abbá, Padre!: todo es posible para tí; aparta de mi este caliz; pero no sea lo que yo quiero. sino lo que quieras tú'".(Mc. 14,35-36).

Después de la queja. el salmista formula lo que espera de Dios: en la enfermedad, la salud, en la angustia, la paz, en la guerra, la victoria; pero sobre todo. suplica a Dios que tenga a bien mostrarle su rostro, que le conceda el clon de su presencia y de su amistad. Para tratar así de ablandar a Dios, en primer lugar. apela a la relación que existe entre Dios y él, o el pueblo al que pertenece: "Yavé. Dios de Abraham, de Isaac y de Israel que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he ejecutado todas estas cosas" (1 Re. 18,36-37). A menudo, pensará que es imposible que el enemigo triunfe: "No diga mi enemigo: ¡Le he podido!" (Sal. 13,5).

En medio del sufrimiento, el humor no pierde sus derechos, y según un procedimiento semítico corriente en Oriente, se deja creer a Dios que salvando a su amigo lo gana todo: su prestigio y su gloria crecerán sobremanera: "Yavé, obra por amor de tu ,Nombre" (Jr. 14,7).

Para tener acceso al estado de plenitud, es decir para que su oración deje de ser un grito o una petición, el suplicante hace todo porque su penuria sea colmada. Inicia una serie de diligencias no sólo para suprimir el mal, sino para encontrar su raiz o el remedio eficaz. Nos encontramos aquí cerca del trabajo a destajo, tal como se encuentra a veces en la Biblia.

En cierto número de casos, el individuo o el pueblo buscan en su propia historia el origen del mal. Volvemos aquí a los amigos de Job, que quieren explicar la causa del sufrimiento por una cierta teología de la retribución.

Si tiene que reprocharse algo, sospecha que ha cometido una falta e intenta por la confesión de su falta, quitar el obstáculo para la curación. "Porque nuestros crímenes se han multiplicado hasta sobrepasar nuestra cabeza, y nuestro delito ha crecido hasta el cielo'".(Esd. 9.6). La mayor parte del tiempo, se limitará a confesar que el fondo del corazón del hombre es doble e impenetrable, y que solo Dios puede escrutarlo (Sal. 64,7).

Si se estima irreprochable, puede calmar su inocencia ante Dios. Esta proclamación de su inocencia tiene cierto poder sobre el' mal que exorciza:

Pero él mis pasos todos sabe:
¡probado en el crisol, saldré oro puro!
Mi pie se ha adherido a su paso,
he guardado su ruta sin desvío;
del mandato de sus labios no me aparto,
he albergado en mi seno las palabras de su boca. (Job 23,10-12)

En otras circunstancias pone término a la búsqueda de las causas de su mal y rehusa buscar lo que ha podido provocarlo, para apoyarse en Dios solo, sea evocando el pasado, sea prometiendo algo para el porvenir. Es probablemente la única actitud valedera en la prueba: ¿es por nuestra culpa por lo que atravesamos esos momentos? Poco importa, ,se trata en primer lugar de orar y de avanzar por la confianza, a partir de donde nos encontramos ahora. Del mismo modo, después de una falta, para que tratar de discernir nuestra responsabilidad; haremos mucho mejor si miramos a Jesús solo. El desenlace de un sufrimiento no está nunca en el pasado, sino en la confianza orientada hacia el porvenir. La dinámica de la confianza es siempre la que nos atrae al mundo de la fe, allí donde todo es posible a Dios.

En cierto sentido, la imaginación amplifica siempre el sufrimiento, la prueba imaginaria es insostenible, mientras que la real, vivida a la manera de un niño, hace entrar siempre en el mundo de lo posible. Basta esperar la gracia del momento, para la prueba del momento. Teresa de Lisieux decía que ocuparse del porvenir, es meterse a crear, actitud que corresponde a Dios solo.

La mayor parte del tiempo, el que suplica busca en el pasado razones para esperar su salvación. Para él, la historia colectiva o personal toma el cariz de una serie de acontecimientos, dispuestos por la mano paternal de Dios que. siempre ha liberado a los que se fian de él. Tal confianza ahuyenta el miedo; aunque el hombre siga temiendo todavía los acontecimientos que le desconciertan, ya no tiene miedo del que dirige los acontecimientos, pues sabe de quién se ha fiado:

El día en que el miedo me invade,
en ti pongo mi confianza.
De Dios alabo la palabra,
en Dios confío y ya no temo,
¿qué puede hacerme un ser de carne? (Sal. 56,4-5)

Las desgracias de antaño no permanecen en su memoria sino en el lugar en el que el Todopoderoso manifestó su gloria. Por eso, en vez de inclinarse sobre su propio caso, por muy desesperado que sea. recuerda las proezas de Dios en la historia de su pueblo:

En ti esperaron nuestros padres,
esperaron y tu los liberaste;
a ti clamaron, y salieron salvos,
en ti esperaron, y nunca quedaron confundidos. (Sal. 22,5-6)

Si este acto de fé resulta inoperante, o si el hombre aplastado es incapaz de hacerlo, se volverá al porvenir e intentará persuadir a Dios de que si interviene tendrá su recompensa. Hace un voto. Promete ofrecer un sacrificio o llevar a cabo un acto de alabanza ante al comunidad. Dicho de una manera más sencilla, ntregarse más a la oración:

Nos darás vida y tu nombre invocaremos. (Sal. 80,19)

De ti mi alabanza en la gran asamblea,
voy a cumplir mis votos ante quienes le temen. (Sal. 22,26)

Cuando ha agotado todos los medios de persuadir a Dios, el suplicante guarda silencio. En la prueba hay un reconocimiento mudo de la santidad de Dios, que está al alcance de los más humildes adoradores:

Para ti, Dios de Sión,
aun el silencio es alabanza. (Sal. 65,2)
5

Luego, ya sea después de mencionar la intervención de Dios ""Ya de mañana, oyes mi voz" (Sal. 5,4), o sin transición, se pasa a la alabanza. Para expresar en plenitud su alabanza, el que ora manejará dos tipos de argumentos.

Alaba a Dios por sus hazañas en la historia del pueblo, de cada persona o de la creación. Ora con el himno de acción de gracia a Dios, que ha colmado la pobreza de sus fieles y les ha librado del yugo del opresor:

Dad gracias a Yavé...
Hizo los cielos con inteligencia...
y sacó a Israel de (Egipto)

(Sal. 136.15 y 11)

Dios es alabado por si mismo y no por lo que ha realizado. Este tipo de alabanzas es mucho más raro y está muy cercano de la oración de bendición. Se es feliz de que Dios sea Dios, y se dice de él toda clase de, bienes (bene=bien; dicere=decir). Los hebreos afirman pocas cosas sobre el ser de Dios, pero le encuentran en la historia o en la creación:

                                Dad gracias a Yavé, porque es bueno. (Sal. 136,1)

 

Salmo 18

Hemos elegido el salmo 18, porque la estructura que hemos evocado más arriba aparece muy clara en él. Interesa en primer lugar captar bien el movimiento de conjunto antes de analizar cada una de las partes.

Hay de entrada una afirmación que da un tono general al salmo. Es un acto de fe y de confianza en Yavé, nuestra roca y nuestra fortaleza. Puesto que Dios se ha revelado como aquel con quien se puede contar, se le entrega toda la fe y el amor:

Yo te amo, Yavé, mi fortaleza...
Yavé, mi roca y mi baluarte,
mi liberador, mi Dios (vs. 2-3).

He aquí la roca sobre la cual se construye nuestra oración, y también nuestra relación con Dios.

Pero, si podemos amar a Dios, no es por el amor que nuestro corazón es capaz de dar, sino porque hemos experimentado el amor poderoso y activo de Dios: y esta experiencia está hecha no en los libros o en las declaraciones verbales, sino en una obra de salvación o de liberación, pues Dios ha intervenido directamente para arrancarnos del enemigo. Por eso el movimiento que parte de un acto inicial de confianza nos proyecta en el punto culminante del salmo:

Me sacó a espacio abierto.
me salvó porque me amaba.

Este versículo 20 es verdaderamente el corazón del salmo, la cumbre de una sinfonía o la bisagra entre una ascensión de lo más hondo y un nuevo impulso hacia Dios. Después de haber contemplado desde esta cima las dos vertientes del salmo, podemos más fácilmente descomponer su movimiento.

El punto de partida de la experiencia es realmente el hundimiento en las profundidades del infierno. No se precisa la naturaleza de la prueba, pero el hombre está como aprisionado y cercado en las redes del infierno. En otro tiempo se contaba este versículo en el introito de Septuagésima: "Circumdederunt me..."" Para ser capaz de rezar estos versículos en verdad, hay que haber experimentado este emparedamiento en el que roza la muerte.

Las olas de la muerte me envolvían,
me espantaban las trombas de Belial,
los lazos del seol me rodeaban,
delante de mí trampas de muerte. (v. 5).

De este modo dejamos que las palabras del salmo penetren en nosotros, para que enciendan en nuestro corazón la hoguera de la oración, pues esta palabra es viva, enérgica, dice la Carta a los hebreos, más afilada que una espada de doble filo, penetra hasta el punto de división del alma y del espíritu. criba los pensamientos y los movimientos del corazón. En este sentido, la Palabra de Dios está llamada a ser oración a través de nuestro corazón, pues se hunde cada vez más profundamente en nosotros, hasta el momento en que despierta: descubre y libera, por decirlo así, la verdadera oración del Espíritu oculta en el fondo del corazón... Es la respuesta que Dios da a nuestra oración.

En efecto, la respuesta va inscrita en la petición, pues Dios, ve, escucha y entiende la oración del pobre. Es además lo que Jesús nos dice en el Evangelio: "Pedid y recibiréis". La respuesta de Dios es infalible, no puede resistir al que le llama de esta manera, pero si no hay llamada vehemente, no puede haber tampoco respuesta. Me acuerdo de .aquella carmelita que había atravesado una dolorosa crisis de purificación, y que me decía un día: "He comprendido la fuerza que hay en esta palabra de Cristo: Hasta ahora, no habéis pedido nada. Pedid y recibiréis, y vuestra alegría será perfecta".

Una oración así no sucede de ordinario, pues implica la toma de conciencia de que se corre un peligro, y si no hay temor, no podrá nacer una súplica semejante..Es preciso entonces una revelación muy especial de Dios para derribar nuestro orgullo y hacer hablar a un mudo que no sabe gritar.. A menudo la verdadera oración de confianza nace de un sobresalto de desesperación.

Entonces, la respuesta de Dios no se hace esperar. Desde el momento en que la fe roza la tecla de la omnipotencia de Dios, los grandes órganos de su ternura se derraman sobre el hombre. El obstáculo se convierte así en un medio en el cual Dios despliega la potencia de su gloria. Hay que leer los versículos 8 a 20, en los que la creación misma se asocia a la acción salvadora de Dios. El grito lanzado por la miseria y el encenagamiento hace bajar realmente al amor de Dios:

La tierra fue sacudida y vaciló...
El inclinó los cielos y bajó,
un espeso nublado debajo de sus pies...
Extiende su mano de lo alto para asirme,
para sacarme de las profundas aguas;
mé libera de un enemigo poderoso...
Me asaltaron el día de mi ruina,
mas Yavé fue un apoyo para mí;
me sacó a espacio abierto.
me salvó porque me amaba.

El hombre grita en su miseria, y este grito hace bajar a Dios infaliblemente. Parecía separarle de Dios un abismo infranqueable, pero, sobre cada orilla de este abismo se levantan pilares de hormigón: del lado de Dios el amor omnipotente y misericordioso, en el que el hombre cree con todas sus fuerzas; del lado del hombre, la humildad y la súplica constante. Entre esas dos orillas se lanza un puente, el de la confianza por el que el hombre puede ir hacia Dios o más bien por el que Dios viene a arrancar al hombre de su miseria por la dinámica de.la confianza. Así, el obstáculo se convierte en un medio ,de crecer en el amor.

Al bajar, Dios reviste al hombre fiel de su fuerza y de su santidad. ,La imagen del foso que se salta o de la muralla que se franquea, representa la fuerza de Dios, que se nos da en Jesucristo para derribar los muros de separación:

Con el piadoso eres piadoso...
tú que salvas al pueblo humilde,
y abates los ojos altaneros
tú eres, Yavé, mi lámpara.
mi Dios que alumbras mis tinieblas;
con tu ayuda las hordas acometo,
con mi Dios escalo la muralla.

(vs. 26,30).

Desde el momento en que el hombre ha puesto su confianza en Diós, se llena de valentía, tiene la agilidad del ciervo, se mantiene en las alturas (v. 34) y ve a sus enemigos desde lo alto de las montañas. Les abate y no podrán volver a levantarse (v. 39). En su debilidad transfigurada por la gloria, se ha convertido en testigo de la fuerza de Dios:

De las contiendas de los pueblos me libras,
me pones a la cabeza de las gentes;
pueblos que no conocía me sirven...
Son todo oídos, me obedecen.  (vs. 44-45)

Así, la oración de los salmos nos permite acceder a la verdad y a la autenticidad. Nada se excluye de esta oración, ni el pecado, ni la rebelión, ni aun las reacciones más violentas que no son nunca censuradas. A menudo, no nos comunicamos a Dios más que con lo mejor de nosotros mismos. y nos cuidamos de calmar los nervios cuando nos volvemos hacia él, por miedo a desquitarnos de manera poco noble. Sin embargo, el hombré satisfecho de su existencia conoce también decepciones, golpes. deseos no confesados. soledad, enfermedad o angustia. Todo esto debe entrar en su oración y convertirse en ocasión para gritar a Dios. Los salmos estan tejidos de las angustias y miserias del hombre, pero son también una escuela en la que éste aprende la ciencia supereminente de la confianza en Dios.

Todo el final del salmo (versículo 32 y siguientes) es un himno de alabanza a Dios, que da la victoria al que confía en él:

¡Viva Yavé, y bendita mi roca,
el Dios de mi salvación sea ensalzado,
el Dios que me concede la venganza
y abate los pueblos a mis plantas!

(vs. 47-48)

San Francisco Javier dirá que la virtud fundamental! del apóstol es la ciencia de la esperanza y confianza eh Dios: "Acostumbraos en las pequeñas dificultades a poner toda vuestra confianza en Dios."

 

De la experiencia a la palabra...

He aquí rápidamente esbozada la presentación de una estructura, susceptible de aparecer en muchos salmos y de servir de modelo a nuestra oración espontánea. Puede ser también que estos versículos tan numerosos aparezcan como un encadenamiento farragoso, cuya lectura resulta molesta para el que no ha entrado a fondo en el rezo de los salmos. Por eso, nos parece importante volver a afirmar que la oración debe ser siempre una experiencia de encuentro con Dios y que este encuentro deberá necesariamente tomar cuerpo en un lenguaje.

Cuando se pasa en tren junto a un bosque de pinos, aparecen superpuestos, pero desde un punto focal —uno sólo—los vemos alineados en paralelo. Lo mismo sucede con los salmos. El que ha descubierto este punto focal, o este tono —es decir la hondura de su miseria— puede tocar todas las cuerdas de su instrumento, y cada palabra de su oración emitirá sonidos variados, si permanece acorde con ese tono fundamental.

Como todo lenguaje. el de la oración de los salmos tiene sus reglas, sus leyes y su gramática. Puede decir cualquier cosa en la oración, pero no puede hacerlo de cualquier manera, Las palabras aparecerán siempre demasiado estrechas para traducir nuestra experiencia profunda. Del mismo modo, estas palabras no significarán nada para el que no vive un alto grado de incandescencia.

Puedo transgredir las normas de una lengua, pero mi conversación se hará incoherente, aunque las palabras se encuentren todas en el diccionario. Estas leyes de la oración no están promulgadas en cuanto tales en la Biblia, pero la repetición atenta de los salmos nos las hará familiares. Tal vez a fuerza de repetir las palabras de los salmos en la oración vocal despertará en nuestro corazón la verdadera oración de fuego que toca el corazón de Dios.

El peregrino ruso afirma que la recitación asidua y perseverante de la "oración de Jesús", le dio la inteligencia espiritual de las Escrituras. Comprendió entonces el sentido profundo de algunas expresiones del Evangelio, como "el reino de Dios está en vosotros" o "permaneced en mi amor". La experiencia me ha enseñado que la oración de Jesús era una llave para entrar en la oración de los salmos. En la medida en que esta manera de orar se hace tan permanente como nuestra respiración, la oración de Jesús profundiza nuestro corazón de piedra y hace brotar la súplica de los salmos. Este método tiene de original que es exclusivo, es. decir que .no conozco ningún otro.

Jesús ha resumido maravillosamente esta oración de los salmos, que es ante todo un grito, en la parábola del juez inicuo y la viuda importuna (Lc.18,1-8).Volveremos sobre ella cuando abordemos el tema de la fe y la oración en el Evangelio. Hay que leer en paralelo la palabra del amigo importuno y toda la enseñanza de Jesús sobre la eficacia de este grito (Lc.11,5-13). Jesús resume así la oración:"gritar hacia él día y noche" (Lc.18,7) e importunar al cielo con nuestras oración.

Jesús sabía muy bien lo que significaba "gritar a Dios". En Getsemaní. pasará la noche suplicando al Padre que le aparte el cáliz. Además Jesús escuchará el grito de los hombres: el del ciego, el del paralítico, el de la viuda de Naím, y también el grito de la cananea que insistirá ante Jesús de manera casi insolente (Mt. 15,21-28).

Hoy también, el hombre de oración acoge el grito de los hombres torturados de los que tienen hambre y frío, de los ancianos y seres solitarios que no tienen ya fuerza para gritar. Es ciertamente la voz de los sin voz, para liberar la queja de la creación entera, que gime con dolores de parto. Hace también brotar gritos de alegría, como el de la madre ante el recién nacido, el del que vuelve a encontrar al que ama, y el de la creación liberada. Gritos de dolor, gritos de alegría, todo esto sube, mezclado, hacia Dios.

El grito que el Señor acoge y escucha eon ternura, es la queja silenciosa de la oración que hace subir hacia él el grito de los hombres. En el nombre del pueblo de Israel, el salmista ha gritado hacia el Señor, y el Señor ha renovado su alianza. Gritemos hacia Dios con fe,y él nos escuchará. Depongamos nuestro orgullo y nuestra suficiencia, y hagamos como niños que gritan hacia su Padre, sabiendo bien que les dará todo lo que es bueno para ellos.
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1 MOLINIE, M.D.: Ob. cit.. pág. 209.

2 BERNANOS. G.: Ob. cit.. pág. 283.

3 TRUBLET. S.: La pribre des psaumes. (2). en 'Me chrétienne ". nQ 193. noviembre 1976. pág. 14.

4 SILVANO: Ecrits spirituels, Bellefontaine, 1969. pég.72 ss.

5 Ver la nota de este versículo de la Biblia de Jerusalén