3. "Me has echado en lo profundo de la fosa". (Salmo. 88,7)

 

Orar con los salmos

Todo lo que hemos dicho más arriba de la oración que brota de lo hondo del corazon, que se enfrenta con la toma de conciencia de su miseria, pertenece todavia a la creatividad del hombre y, en cierto sentido, permanece bastante subjetivo. Llega un momento en que el hombre descubre que su propia oración coincide con la de los salmos, y la asimila. En lo tocante a la oración, Bonhoeffer subraya que Dios no nos comunica tan sólo su palabra, sino también la respuesta que espera de nosotros. Así nuestra oración personal se estructura en la oración dejos salmos. He aquí como lo expresa Bonhoeffer:

Es un error peligroso, muy extendido hoy entre los cristianos, creer que el hombre puede obrar naturalmente. Esto sería confundir el deseo, la esperanza, el suspiro, la queja -todo aquello de lo que nuestro corazón es capaz por si mismo- con la oración. Esto sería confundir la tierra y el cielo, el hombre y Dios. No, orar no es solamente desahogar su corazón, es, ya se tenga el corazón lleno o vacío, encontrar-el camino que lleva a Dios y dialogar con él. Puesto que la Biblia contiene también un libro de oración, concluiremos que la palabra de Dios no es tan sólo aquella que él tiene que decirnos, sino también aquella que él quiere escuchar de nosotros 1.

Se da un juego mutuo constante entre la oración personal improvisada y espontánea, que depende de nuestra propia creatividad, y la oración aparentemente más objetiva y más sobria de los salmos. Cada uno debería esforzarse en traducir su propia oración en la oración que Dios nos ha entregado en los salmos. Se oye a menudo decir: "¿Qué es orar? ¿Con qué orar?". En esto, seamos sencillos, la Biblia entera nos enseña y nos da una pedagogía de la oración. Desde hace mucho tiempo -¿quién puede pretender hacerlo mejor?- Dios ha enseñado a los hombres, haciéndoles experimentar la oración, lo que era orar, y como había que orar.

Basta rezar esos salmos, esas bendiciones, esas invocaciones, esos gritos, esas acciones de gracias, esos sencillos gestos, cuando no se puede ya decir una palabra. Abramos nuestra Biblia, dejemonos conducir por aquel que ha inspirado al salmista y que está siempre allí para inspirar a los corazones que están en vela. Jesús ha resumido la actitud profunda de la oración en lo que llamamos oración dominical.

Dejémonos guiar por estas oraciones, y recordemos que siempre habrá que esforzarse para orar, pues no es una cosa fácil por mucho que se diga. Orar es duro; si no fuese así, no hubiéramos tenido que ser llamados al orden por el mismo Jesús. No se trata de una búsqueda, de una fácil seguridad o de tranquilidad, como una especie de olvido de este mundo. La verdadera oración es una cosa totalmente distinta, introduce en nosotros una disciplina de vida, y por eso tal vez la esquivamos tan fácilmente. Oremos, porque si no, no nos mantendremos. Todos los esfuerzos humanos, aún los más inteligentes; no podrán hacer nada sin la oración.

Así la oración espontánea,y la oración más objetiva de los salmos, van juntas y no pueden estar nunca separadas; la una llama a la otra y viceversa. Habrá que esperar a la mitad del siglo IV -al principio, las comunidades fabricaban sus propios textos de oración (2 Tim. 2,11-13; FIp. 2,6-11: Ef, 5,14)- para que los salmos comiencen a estructurar la oración comunitaria. Una pregunta se nos plantea todavía hoy a nosotros; ¿cómo rezar los salmos en verdad? ¿Cómo expresar nuestra propia oración en la de otro?.

Tal pregunta no se resuelve intelectualmente; la síntesis de estas dos formas de oración se realiza en nosotros, a nivel de nuestra experiencia espiritual. Llega un día en que ,.e» nuestro corazón es realmente deslumbrado por una Palabra de Dios que le traspasa. El disparo tiene lugar en el momento en que esta Palabra toca y hiere el corazón, y nos llama por nuestro nombre. Deberíamos estar al acecho de este deslumbramiento del corazón por la Palabra de Dios, desearla, esperarla, y no dejar la oración hasta que no haya tenido lugar 2. Escuchemos lo que dice a este propósito san Juan Clímaco:

Lees los salmos y dejas correr los salmos; pero si de pronto una frase entra en tu corazón como un puñal, entonces te detienes y te quedas allí, y llevas en ti esta frase, esta herida; Dios te ha herido... Tu amor me ha herido y marcho cantándote.

Mientras no ha tenido lugar esta experiencia, los salmos corren peligro de repelernos, sobre todo por su contenido. ¿A qué clase de Dios oramos: a un Dios vengador, a un Dios que tolera el sufrimiento de su amigo? ¿Quienes son estos hombres de oración que dicen cosas tan malas de su prójimo?. Por eso, no hay que detenerse en las palabras que son testimonio de una época sino dejarse llevar por el 'movimiento que desarrollan.,

 

"En espíritu y en verdad".

Sería necesario haber vivido la trágica experiencia de Job para comprender esos gritos indignados contra Dios, nacidos siempre de la confianza. Sin duda vale más protestar por amor que callarse por resignación. Y- además, a fuerza de gritar. Dios nos responde como a Job: "Dime ¿cómo se hace una flor?". Y entónces Job se arrepiente, adorando la ciencia creadora de Dios. El conoce la prueba que estamos sufriendo, vela sobre cada instante de nuestra vida y cuenta cada uno de nuestros cabellos (Lc. 12,7). Y entonces no tenemos más remedio que adorarle con confianza.

A fuerza de suplicar, comprendemos también que los enemigos para los que el salmista desea la ruina y la muerte no son exteriores a nosotros. Hay un ser que merodea alrededor de nosotros y que hará todo lo posible para impedir el encuentro con Dios: es Satanás, el padre de la mentira. A su aplastamiento apunta en ultimo lugar la oración de los salmos. Y este combate, repitámoslo, no es exterior a nosotros, pues hay dos hombres que luchan en lo más profundo de nuestro corazón: ""Realmente, mi proceder no lo comprendo ; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?"" (Rom. 7,15-24).

Se dice que es difícil orar con los salmos. Sería sin duda mas justo decir que nos es difícil orar '"en espíritu y verdad". Y es precisamente en el momento en que descubrimos la verdad de nuestra condición de criaturas, divididas interior-mente, cuando se nos hace fácil orar con los salmos, pues traducen exactamente lo que vivimos. Tendríamos miedo de gritar nuestro sufrimiento a Dios, o de manifestarle nuestros deseos, por una especie de cortesía mal entendida, o para no blasfemar; pero, cuando oímos al salmista que ruge su angustia. experimentamos con él una especie de connivencia y vaciamos nuestra oración en la suya.

Queremos siempre que nuestra oración entre en esquemas organizados de antemano, ya sea en el plano de las fórmulas o.en 21 de las estructuras de lugares y tiempos determinados. En Israel, no existe un término propio para designar la oración. Basta abrir el salterio no para oir hablar de ella, sino para ver al hombre de Israel rezar delante de nosotros. Para él, orar es gritar a Dios. Según las circustancias, lanza gritos de alegría o de angustia, ríe, llora, injuria o suplica. No hay ritos fijos, lugares privilegiados,ni tiempo de oración prescritos; la oración brota verdaderamente de la experiencia íntima de alegría o de angustia o de la situación del pueblo.

En las relaciones del pueblo con Dios, la tendencia dominante, es que todo está permitido. Así todos pueden orar, en todas las escalas de la sociedad, en todas las situaciones, tanto el justo como el pecador. El Dios de Israel es espacio y libertad, al que podemos verdaderamente decirle todo. ¡Qué liberación experimentamos cuando podemos ser autenticos en nuestra oración!. Es a menudo en el sufrimiento y en la alegría, estos dos grandes dones de Dios, donde caen nuestras máscaras y podemos orar "en espíritu y en verdad".

Se comprende entonces lo que dice Mons. Antony Bloom del diálogo con Dios 3. La oración se hace verdadera a partir del momento en que somos capaces de dar a Dios un nombre propio y no un nombre abstracto o como de llave maestra. Pensemos en Job, que está arrinconado en las fronteras de su fe consciente y que acude a Dios de una manera trágica. El mismo grito se encuentra en el salmista:

¡Oh Dios de mi alabanza, no te quedes callado!...
En pago de mi amor, se me acusa,
y yo soy sólo oración (Sal. 109,1-4).

Del mismo modo, Dios debe poder darnos un nombre cuando viene a llamar a nuestra puerta, si no corremos el peligro de no reconocerle.

Para llevar a cabo esta experiencia de entrada en lo hondo, habría que recorrer todos los salmos; si son infinitamente diversos por las ideas que expresan —y por eso no podemos analizar todos— se puede señalar un número limitado de estructuras. Considerándolos de cerca, se perfilan un juego relativamente limitado de reglas. Se tiene la impresión de que hay algunos bocetos, o algunos "patrones", que han servido para cortar numerosos vestidos, un poco como había un ,"cánon"" para pintar los iconos.

En muchos salmos se puede rastrear una estructura, que revela una triple actitud del hombre frente a Dios. En la primera, está al fondo del abismo, y siente duramente su miseria y su frustración como una penuria. Entonces se vuelve hacia Dios para exponerle su sufrimiento y pedirle que venga a llenarle. Esta actitud se podría llamar el lamento y la súplica. Es la que intentaremos desarrollar, pues se identifica con nuestro propósito.

En la segunda, al contrario, el hombre desborda de felicidad y parece colmado. Experimenta un sentimiento de plenitud y expresa a Dios su alegría. Esta actitud de alabanza se expresa en forma de himno, de salmos de acción de gracias o de-bendición. Se encuentra también una tercera forma de estructura, en la que el que ora pasa de una a otra actitud: después de haber suplicado a Dios que ha venido en su ayuda, le da gracias con alegría. El tipo mismo de esta estructura es el salmo 18, llamado "Tedeum real".

En el punto de partida, hay una certeza fundamental: "Te amo, Yavé" (Sal. 18,1) que responde a otra actitud más importante todavía: "Me salvó porque me ama" (v. 20). Entonces se desarrolla un movimiento que parte de lo hondo del infierno (v. 6) y que hace del obstáculo un medio de crecer en el amor. El grito del hombre hace que baje el amor de Dios que le atrae y le libera. Luego viene la experiencia de la resurrección, que da al hombre una confianza invencible frente a sus enemigos. Volveremos sobre este salmo 18 más adelante. pero de momento veamos el análisis de la primera estructura.

 

Un grito de angustia

No hace falta tener una larga experiencia de la oración para descubrir que los comienzos de la oración son de una importancia capital. En el Diario espiritual de san Ignacio, hay una expresión que se repite sin cesar y que nos hace sospechar la gran importancia que concedía a lo que él llamaba los preliminares: "Saber por donde comenzar"; hoy diríamos el entorno y arraigo de la oración. Aunque nuestra oración depende esencialmente del Espíritu, sin embargo está en nosotros el empezarla bien y el establecernos firme-mente en una relación de diálogo con Dios. Una vez pasados los primeros diez minutos, nos las arreglaremos lo mejor que podamos con el Espíritu Santo.

Quisiera sencillamente confiaros una experiencia que he aprendido en los salmos, y que nos coloca de entrada en una zona profunda capaz de despertar la oración que duerme en el corazón. Esta oración no se parece a la que nos aconsejan los métodos, pero tiene la ventaja de brotar de lo .hondo y de evitar las falsificaciones o los sentimientos superficiales. Habitualmente, se nos aconseja partir de un movimiento de adoración o de acción de gracias, pero.hace falta mucho tiempo para que la alabanza se convierta en el movimiento espontáneo de nuestro corazón. La actitud espontánea del niño es llamar a su mamá en cuanto abre los ojos.

Si Jesús nos aconseja hacernos como niños, es que quiere vernos orar como los pequeñines que llaman sin cesar a sus padres. Y el grito que brota espontáneamente dé nuestros labios es el que abre todas las horas del Oficio: "¡Dios mío ven en mi ayuda! ¡Señor dáte prisa en socorrer-me!"; este grito se parece a una interjección y brota de una manera imperativa en un momento de angustia: "¡Oh Dios, ven a librarme!" (Sal. 70,2); "Ténme piedad, oh Dios!" (Sal. 51.3; 56,2). Mucho antes que la oración de Jesús, este grito constituía el fondo de la oración de los primeros monjes. que lo repetían a lo largo de la jornada. Todavía hoy, no es raro ver monjes que la repiten despacio a media voz, mientras se dedican a sus ocupaciones.

Así el grito aparece como el acto de fe inicial de la oración. El salmista grita a Dios, porque es como se le presenta aquí y ahora, no de una manera intemporal, sino como interviniendo en su favor. El niño no gritaría a su mamá si no la supiese presente y pronta a intervenir. No es necesario pasar mucho tiempo con ese grito, pero puede tomar forma en una actitud corporal que lo exprese y lo refuerce. Santo Domingo la llamaba "oración de imploración":

Se veía también, otras veces, al santo padre Domingo elevarse con toda su altura hacia el.cielo, como una flecha que*un arco bien tenso hubiera lanzado recta hacia el azul. Levantaba por encima de la cabeza las manos muy tensas, juntas una contra otra, o ligeramente abiertas como para recibir algo del cielo.

Se cree que entonces era objeto de un incremento de gracia, y que arrebatado de si mismo, obtenía de Dios para la Orden, de la que había echado los cimientos, los dones del Espíritu Santo, para sí mismo y para los hermanos, un poco de la suavidad deleitable que se encuentra en las obras de las bienaventuranzas...

El santo padre no oraba largo tiempo de esa manera, pero cuando volvía a tomar posesión de sí mismo, parecía que llegaba de una lejana región, y parecía un extraño, como era facil de notar por su aspecto y sus modales.

Algunas veces los hermanos le oían rezar en alta voz y decir como el profeta: "Oye la voz de mis plegarias, cuando grito hacia ti, cuando elevo mis manos, oh Yavé, al santuario de tu santidad". (Sal. 28;2) 4.

La interjección es la forma mas sencilla del grito porque no sirve para entrar directamente en comunicación con otro, sino para exteriorizar el sufrimiento; es como una descarga emotiva que reproduce por onomatopeya el ruido de los sollozos o de los suspiros. En este sentido no es todavía una llamada al diálogo, ni una petición de respuesta, sino una manera de aliviar el corazón.

En la Biblia, esta forma de oración va siempre acompaña-da de frases que explicitan la causa de la interjección. Entre los textos más típicos, recordemos la queja de Nehemías: "Al oir estas palabras (el anuncio de la destrucción. de Jerusalén) me senté y me puse a llorar; permanecí en duelo algunos días ayunando y orando ante el Dios del cielo. Y dije: "¡Ah. Yavé, Dios del cielo...! ¡Ea Señor!..." (Neh. 1.4-5,1 1).

De este modo, comenzar una hora de oración por un grito que brota de lo hondo, nos orienta de entrada hacia el rostro de Dios a quien hablamos. En un segundo tiempo, después de la interjección, la fórmula se amplifica, se modula y se desarrolla. Estamos en presencia de dos seres: uno que se queja a otro. Veremos enseguida que puede intervenir un tercer personaje: entonces se queja de alguien o de algo. Un "yo" .se dirige a un "tú", en una relación dialogal. Notemos inmediatamente la diferencia que existé entre una conversación serena y tranquila. y una conversación que se abre con grito de queja; aquí el salmista se ve forzado a gritar a Dios:

Hacia Yavé, cuando en angustias me encontraba, clamé, y él me respondió (Sal. 120.1).

Es siempre una situación de angustia o desamparo lo que empuja al salmista a gritar hacia Dios:

Cuando clamo, respóndeme, oh Dios mi justiciero,
en la angustia tú me abres salida;
tenme piedad, escucha mi oración (Sal. 4,2).

Para gritar así a Dios hay que estar en estado de incandescencia o en una situación sin salida. Por eso el grito es violento y trágico:

A voz en grito clamo hacia Yavé,
y él me responde desde su santo monte. (Sal. a,5)

Notemos de pasada la intencionalidad de esta súplica, no es un grito lanzado en el vacío, sino orientado hacia el rostro de Dios:

Mi grito llegue hasta tu faz, Yavé...
Mi súplica llegue ante tu rostro. (Sal. 1 19.169-170).

Subyacente a este grito, existe la convicción de que Dios ve, mira, escucha y oye. Cuando un niño grita a su mamá es porque la' sabe muy cercana y atenta para escucharle. Tal vez sea bueno anotar aquí algunos textos, para que nos permitan entrar en oración y lanzar un grito que traspase el corazón de Dios:

Escucha mis palabras, oh Yavé,
repara en mi lamento,
atiende a la voz de mi clamor. (Sal. 5,2-3)

Escucha, Yavé, la justicia, atiende a mi clamor,
presta oído a mi plegaria...
Mi juicio saldrá de tu presencia,
tus ojos ven lo recto. (Sal. 17,1-2)

Yavé es también el que ve y mira, no se detiene en lo exterior, sino que su mirada va hasta el fondo y desvela las intenciones secretas del corazón:

Mi corazón tú sondeas, de noche me visitas;
me pruebas al crisol sin hallar nada,
ni un impulso en mí. (Sal. 17,3)

Escrútame, Yavé, ponme a prueba,
pasa al crisol mi conciencia y mi corazón;
está tu amor delante de mis ojos,
y en tu verdad camino. (Sal. 26.2-3)

Estamos aquí muy cerca de la revelación de Jesús en el Evangelio, donde el Padre ve y conoce el menor de nuestros deseos: "Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo" (Mt. 6,8). Jesús ha vivido de esta mirada atenta de amor del Padre, y quiere hacer compartir esa misma confianza a sus discípulos.

Habitualmente, el pobre es aquel al que no se le escucha pues no tiene ningún título para hacerse valer. Es el desprovisto, el abandonado, el que no cuenta. No puede hacer jugar sus amistades porque no las tiene. Por eso Dios es su único sostén y su único apoyo:

Oh Dios mío,
En ti confío, ¡no sea confundido,
no triunfen de mí mis enemigos! (Sal. 25,2)

Y para ablandar el corazón de Dios, el hombre une el gesto a la palabra. Junta las manos en actitud de súplica:

Hacia ti clamo, Yavé,
roca mía, no estés mudo ante mí;
no sea yo ante tu silencio
igual que los que bajan a la fosa.

Oye la voz de mis plegarias,
cuando grito hacia ti,
cuando elevo mis manos, oh Yavé,
al santuario de tu santidad.

(Sal. 28,1-2)

Desgraciado aquel que no grita a Dios, y que pone su confianza en su propia fuerza o en los poderes extranjeros. No cuenta ya únicamente con Dios:

Yavé mira de lo alto de los cielos...
a todos los habitantes de la tierra,
él, que forma el corazón de cada uno,
y repara en todas sus acciones.
No queda a salvo el rey por su gran ejército
ni el bravo inmune por su enorme fuerza.
Vana cosa el caballo para la victoria,
ni con todo su vigor puede salvar.

(Sal. 33,-13-17)

El pobre tiene continuamente los ojos fijos en las manos del Señor, y todo lo espera de él. Y porque ha puesto toda su confianza en Dios, encuentra en él toda la alegría de su corazón. Conoce la verdadera seguridad de los pobres:

Nuestra alma en Yavé espera,
él es nuestro socorro y nuestro escudo;
que en él se alegra nuestro corazón
y en su santo nombre confiamos.
Sea tu amor, Yavé, sobre nosotros,
como está en ti nuestra esperanza.

(Sal. 33.20-22)

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1 BONHOEFFER, D.: Bible ma priére, Labor et Fides. Geneve. 1931, págs. 51-59.

2 Habría que releer aquí lo que dice Dom André LOUF sobre el corazón y la Palabra en su hermoso libro., El Espíritu ora en nosotros, Narcea, Madrid, 1979, pág. 48 ss

3 BLOOM. A.: L'école de /a pribre, Seuil. Paris, 1972, pág. 135 ss.

4 Santo Domingo en oración, según el Codex Rosianum. págs. 16-17.