SEGUIR A JESÚS CONTEMPLATIVO


«... Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú 
misma me pedirías a mí, y yo te darla agua viva... el que beba del agua que yo 
le daré no volverá más a tener sed. Porque el agua que yo le daré se hará en 
él manantial de agua que brotará para la vida eterna...» (Jn 4,10-14).

El seguimiento de Jesús en su amor al hermano y al pobre, hasta estar 
dispuestos a entregar nuestra vida, no es el resultado de nuestro puro 
esfuerzo o de la decisión de nuestra voluntad. Ser fieles a este seguimiento no 
sólo por un tiempo o impulsados por la juventud o el entusiasmo, sino por toda 
la vida, va más allá de nuestras posibilidades. Pero «lo que es imposible para 
los hombres es posible para Dios».
El seguimiento de Jesús se nos revela así como un don de Dios. El don que 
Cristo 
ofreció a la samaritana en el pozo de Jacob, que se hace en nosotros como fuente de agua 
inagotable, que hace que no volvamos a tener más sed (Jn 4,10-14); que nos hace nacer 
de nuevo, en el Espíritu (Jn 3,5ss), y que nos transforma de egoístas en seguidores. Hablar 
del seguimiento de Cristo es hablar de disponernos a recibir y a crecer en este don. Es 
hablar de la dimensión contemplativa de la vida cristiana y del camino de nuestra oración.
El don de Dios se nos comunica privilegiadamente en la oración, en la cual nos 
revestimos de Cristo, que nos transmite de su plenitud. La oración nos comunica la 
experiencia de Jesús. Esta experiencia, contemplativa, es necesaria para mantenernos 
siempre fieles a las exigencias de su seguimiento. Más aún, la oración es parte integral de 
este seguimiento: seguir a Jesús es seguirlo también en su oración y contemplación, en la 
cual El expresaba su absoluta intimidad con el Padre y la entrega a su voluntad.
La oración es además inseparable del seguimiento por los motivos que a éste lo inspiran: 
por su mística. Lo que le da calidad a todo compromiso es la mística que lo anima o los 
motivos de ese compromiso. Si no hay motivaciones profundas y una mística estable, el 
compromiso se seca. Esto es especialmente cierto en la espiritualidad cristiana, cuyas 
motivaciones no se extraen de la pura razón humana o de los análisis e ideologías, sino de 
las palabras de Jesús, acogidas en la fe. Nutrir, hacer una experiencia personal de esas 
palabras en nuestra oración contemplativa es nutrir nuestra mística y hacer de nuestros 
motivos para seguirlas una «fuente de agua viva».
La mística de nuestro seguimiento es inseparable de la experiencia de nuestra oración.

La oración cristiana
El ponernos el problema de si la oración tiene aún sentido en el mundo de hoy no es 
inútil. En la teoría y en la práctica muchos cristianos dudan de la eficacia y significación de 
su oración, en una cultura que se seculariza, donde las estadísticas y la técnica prevén el 
futuro cercano más y más, donde el hombre adquiere creciente responsabilidad y dominio 
sobre la naturaleza y sus leyes. Más aún, en este contexto la oración puede parecer una 
evasión, una alienación...
En fin, a muchos les parece que la oración refuerza un dualismo (encuentro con Dios en 
la oración - Dios en el servicio a los hombres) hoy día ya superado.
En los principios de solución que aportamos en seguida suponemos que la formulación 
de la oración cambia, aunque sea un valor permanente de nuestra vida cristiana. Se puede 
formular en forma muy diferente, según las culturas y según la sensibilidad de una época. 
No logramos integrar nuestra oración con nuestra vida porque es diferente el modo como 
debemos formularnos hoy la oración y la manera como nos formaron sobre la misma. Esto 
ha producido crisis. No se sabe cómo integrarla dentro de las exigencias psicológicas del 
momento actual.
Tenemos en primer lugar un hecho impresionante: que Cristo, perfecto hombre y Cabeza 
de la humanidad, oró. Oró e hizo de la oración uno de los centros de su vida. Y Jesús -el 
mismo ayer, hoy y siempre- continúa hoy su vida de oración junto al Padre «siempre vivo 
intercediendo por nosotros» (Heb 7,25). Esta oración fue y es salvadora para los hombres, 
y actúa e influye en aquellos que ni la técnica ni el hombre pueden alcanzar: el pecado, la 
libertad, la fe, el amor y la redención. Por nuestra oración nos incorporamos a esta oración 
de Cristo, y entramos muy realmente a colaborar con El en la salvación profunda de los 
hombres y de la historia. Dios quiere que colaboremos con El, y en esta perspectiva la 
oración -tanto como la acción apostólica- nos hace entrar de lleno en la misión de Cristo 
más allá de los sentidos y del poder del hombre.
Por otra parte, para dar todo el sentido a la oración cristiana es necesario estar 
convencidos de que nuestro Dios es un Dios personal, una Persona que oye, que se 
comunica, con la cual podemos relacionarnos y entrar en intimidad como con cualquier 
persona. El Dios que se nos revela en Jesucristo no es una causa primera o un abstracto 
filosófico. Es una persona real, con inteligencia y voluntad, que ha decidido entrar en 
nuestra historia, llevarnos a la participación de su vida, escucharnos e introducirnos a su 
colaboración. Si estamos convencidos de todo esto, la oración no es una práctica o un 
«ritualismo», sino más bien una respuesta a la vocación cristiana, una necesidad del amor y 
una comprobación de que no hay verdadera amistad y colaboración con la Persona-Dios 
sin permanente diálogo y comunicación con El.
El hombre, por su misma naturaleza y por el dinamismo del germen bautismal, está 
llamado a encontrarse con Dios no sólo por mediaciones (el prójimo, el trabajo, los 
acontecimientos, etc.). Puede y debe encontrarlo tal cual es. Contemplar a Dios, la Verdad 
y el Bien tal como es. Este es un valor al cual el hombre no puede renunciar.
COMPLA/VOCACION: Hay entonces, históricamente en el hombre, una vocación nata a 
contemplar a Dios cara a cara (vocación contemplativa). Si no lo logra, será un ser no 
realizado. Difícilmente podrá luego encontrar a Cristo en los demás. Y la oración 
esencialmente es la respuesta a esta vocación del hombre, es la única actividad que nos 
une a Dios «cara a cara», sin mediaciones, a no ser la oscuridad de la fe. El tipo de 
encuentro con Dios en la oración es de otro nivel y calidad que los otros encuentros 
(prójimo, etc.), y no podemos renunciar a él sin cercenar nuestra realización y destino. Por 
lo mismo, la oración se constituye en la garantía de que realmente hallamos a Cristo en el 
prójimo y en la historia y de que no nos quedamos en buenos deseos.
La capacidad para encontrar a Cristo en los demás no proviene de nuestro esfuerzo 
psicológico, sino de una gracia que emerge de nuestra conciencia, fruto de la fe nutrida por 
la oración, que nos da la experiencia de Cristo en su fuente.
La oración cristiana entonces está en otro nivel que el de las estadísticas, la psicología o 
el avance técnico. No entra en competencia con éstos ni tampoco está en peligro por el 
progreso del hombre. Como igualmente Dios y la libertad o el progreso no se excluyen. Eso 
sí, con tal que la oración sea auténtica, es decir, expresión de un amor personal a Dios y a 
los demás. Al fin de nuestros días seremos juzgados por nuestro amor (no tanto por la 
oración...), pero la oración precisamente es una prueba privilegiada de nuestro amor a Dios, 
y nos lleva igualmente al amor de los demás, ineludiblemente, si es auténtica. La disyuntiva 
«o la oración o el servicio de los otros» es falsa, supone una «oración» que no es cristiana, 
alienada, sin referencia al mundo y a nuestros hermanos. La oración no es un refugio en 
Dios que nos aleja de nuestro compromiso con el hombre; es impulso progresivo que nos 
revela que esa Persona que encontramos en la oración debemos igualmente encontrarla en 
los demás.
ORA/PETICION¿Y la oración de petición? ¿Tiene sentido cuando el hombre domina las 
leyes de la naturaleza? Ya dijimos que la oración cristiana nos hace participar de la oración 
de un Cristo que pide incesantemente por la conversión y el desarrollo del hombre. Y esta 
oración es lo único que puede influir en lo que el hombre tiene de trascendente sobre 
cualquier ley o progreso: su libertad. Oramos y pedimos porque sabemos que sólo Dios 
puede cambiar una libertad sin anularla, y que en definitiva de la libertad del hombre 
dependen las grandes decisiones personales e históricas. En el apostolado, en concreto, la 
oración va más allá de los límites de la acción. La misma experiencia nos demuestra que 
todo nuestro celo y organización se enfrenta al fin con una realidad que no podemos 
cambiar: la libertad humana Y ahí es donde la fe nos revela nuestra posibilidad de 
transformar esa libertad en colaboración con Dios, para salvar, convertir, hacer llegar la 
paz, llegar a las decisiones que preparen la justicia y la fraternidad.
Por todo lo dicho vemos que la oración no está en el nivel de lo empírico, no es una 
necesidad psicológica o sentimental. Es una convicción de la fe. Esto mismo implica las 
dificultades que encontramos para orar o para creer verdaderamente en la oración. Sus 
efectos, sociales, apostólicos o psicológicos, no se comprueban inmediatamente. Se 
realizan a largo plazo, profundamente, envueltos en las decisiones de la libertad humana, y 
en la marcha de la historia. Pues Dios ha querido asociarnos a su Providencia para que 
colaboremos en el quehacer de la historia no sólo actuando, sino también orando.
De ahí la necesidad de basar nuestra oración en firmes convicciones enraizadas en la fe 
cristiana. De otro modo, si nuestra adhesión a ella es sólo psicológica o sensible, fácilmente 
abandonamos su práctica por cualquier actividad o cosa más o menos importante. 
Habitualmente, el problema de la «falta de tiempo» para orar está ligado a esto.
Por último, y ahora desde el punto de vista de la vida, y de la vida cristiana y del 
apostolado, sabemos que hay ciertas exigencias evangélicas, sobre todo en el orden de la 
caridad heroica, de la generosidad y de la cruz, de la fidelidad a nuestra misión más allá de 
toda decepción, ante las cuales necesitamos gracias «sobrehumanas», una presencia muy 
especial de Cristo.
Ahora bien, hay gracias y hay experiencias de Cristo en nuestra vida que Dios no nos da 
sino en la oración. Es ahí, en un encuentro con Jesús-Persona, cada día renovado, donde 
desarrollamos la connaturalidad con Dios para ver las cosas, para juzgar, para reaccionar y 
amar según el Evangelio. La falta de oración necesaria en nuestra vida, si es culpable y 
habitual, nos conduce a una especie de anemia espiritual y apostólica, con la consiguiente 
impotencia de ser fieles a todas las exigencias del Evangelio.
CRMO/RL-DISTINTA: Otra característica de la oración cristiana estriba en que es una 
respuesta a la iniciativa de Dios, de Dios que habla. No es el hombre el que toma la 
iniciativa en la oración, es Dios quien le ha hablado primero, quien lo ha llamado en el curso 
de su vida, llamado al cual responde el hombre con su actitud de oración. El cristianismo no 
es una religión como las demás, en que el hombre busca a Dios y satisface en su vida 
religiosa su necesidad natural de relacionarse con su Creador; el cristianismo es ante todo 
la religión de un Dios que busca al hombre, que ha tomado la iniciativa para amarlo, 
salvarlo y formar con El una unidad en la caridad
La liturgia, maestra de la oración, se encarga de significar este misterio de llamada y de 
respuesta a través de su estructura misma: en la liturgia habitualmente la oración (cantos, 
silencios, oraciones comunes, etc.) sucede a la proclamación de la palabra, es una 
respuesta del hombre que acaba de escuchar en primer lugar la Palabra de Dios que le ha 
hablado. Esta estructura de la liturgia revela todo el profundo sentido de la oración 
cristiana.
Esta oración, que ha de ser una respuesta de Dios en Cristo, adquiere un carácter 
histórico y encarnado que también es característico del cristianismo. Si hubiera que hacer 
una distinción fenomenológica entre la oración de un budista y la de un cristiano, habría 
que hacer esta distinción en el nivel de la historia y la Encarnación: el diálogo del cristiano 
con su Dios forma parte de una Historia personal y colectiva, localizable en el tiempo y 
relacionada con experiencias y acontecimientos.
Por eso la oración cristiana se caracteriza por tener una antropología. Toma en cuenta al 
hombre concreto, histórico, encarnado, con un cuerpo, con una existencia y un ser sensible 
a palabras y a signos. Este elemento antropológico de la oración cristiana ha sido a 
menudo olvidado por los pastores, no solamente en la oración litúrgica, sino también en la 
oración privada.
Para que la oración abarque la plenitud de una persona que se relacione con su Dios no 
podemos menospreciar las posturas, las actitudes corporales; la inteligibilidad y el valor 
afectivo de los signos religiosos, de las expresiones vocales, de los textos que nutrirán la 
oración... Esto, que es esencial a la liturgia, no debe ser tampoco descuidado en la 
educación de la oración personal.
Por eso el problema de nuestra oración está ligado a nuestro modo de vivir. Hay estilos 
de vida sin ningún control ni disciplina personal, psicológicamente incompatibles con 
actividades que nos exigen el ejercicio de la fe, como la oración. Si ello no existe no 
tendremos la libertad necesaria para un encuentro con Dios auténticamente contemplativo.
Hace falta la disciplina de vida, es indispensable tener un mínimo de autocontrol para ser 
fieles a la oración y a sus leyes humanas.
Otro elemento importante en esta antropología es el método. Desde el siglo XVI se 
insistió mucho en los métodos para orar. Aquí no nos referimos a la rigidez de esos métodos 
tradicionales, sino a la manera personal de ayudar a nuestras facultades para 
concentrarnos en Dios. Esto no hay que descuidarlo si no se quieren multiplicar 
innecesariamente las dificultades prácticas y las distracciones en la oración.
Nuestras distracciones no nos deben afectar. Lo que importa es la eficacia del trabajo 
que el Espíritu Santo hace en nosotros. Las distracciones tienen que ver con nuestra parte 
afectiva, y durante las mismas aflora todo aquello que nos ayuda a conocernos mejor. 
Afloran en esos momentos las motivaciones profundas de nuestro subconsciente, las 
personas y asuntos que nos preocupan. Todo eso hemos de entregar también al Señor; 
forma parte de la sinceridad de nuestra oración.
Y en fin, toda oración cristiana tiene un sentido eclesial. Es decir, nunca el cristiano ora 
verdaderamente solo, aun en sus momentos de oración más privada. Siempre ora como 
parte de un todo que es la Iglesia, siempre es solidario con sus hermanos, siempre reza en 
cierta manera «con la Iglesia».
Por último, debemos decir que las reflexiones que hemos hecho sobre la naturaleza de la 
oración nos llevan a redefinir al auténtico contemplativo cristiano.
La contemplación no es lo que teníamos como imagen tradicional. No es la fidelidad a 
prácticas de oración. Las prácticas son sólo un medio, no constituyen la contemplación de 
la fe.
El contemplativo hoy es aquel que tiene una experiencia de Dios, que es capaz de 
encontrarlo en la historia, en la política, en el hermano, y más plenamente, a través de la 
oración.
En el futuro no se podrá ser cristiano sin ser un contemplativo, y no se puede ser 
contemplativo sin tener una experiencia de Cristo y su Reino en la historia. En este sentido, 
la contemplación cristiana garantizará la supervivencia de la fe en el mundo secularizado o 
politizado del futuro.

SEGUNDO GALILEA
RELIGIOSIDAD POPULAR Y PASTORAL. 
Edic. CRISTIANDAD. Madrid-1980. Págs. 289-297