Oración y experiencia de Dios hoy
Aspectos cristológicos y socio-culturales


Toni CATALÁ
Jesuita
Centro Arrupe
Valencia


A. INTRODUCCIÓN

Abordar el asunto de la oración en nuestro tiempo, con todo lo que ésta conlleva, no es 
tarea fácil; da la impresión de que todo está ya prácticamente dicho. Sólo en la medida en 
que situemos la oración en un contexto más amplio, me atreveré a decir algo sobre ella. 
«Contexto más amplio» quiere decir tener presentes aspectos cristológicos y 
socio-culturales que atañen a la oración y a su práctica. «La oración» no existe; lo que 
existe son hombres y mujeres que invocan al Dios en contextos culturales concretos, 
configurados por tradiciones que los determinan.
Por lo tanto, esta reflexión no pretende hablar sobre «la oración»; pretende presentar 
algunas dimensiones que—para los hombres y las mujeres que oramos en el ámbito de la 
tradición judeo-cristiana y en nuestra cultura occidental y de primer mundo—conviene tener 
presentes de alguna manera. Tampoco vamos a hablar de modos y métodos de oración.

Inquietudes y perplejidades
Siempre me ha inquietado y me ha producido malestar escuchar afirmaciones 
contundentes y rotundas que no dejan lugar a ningún tipo de duda: siempre las he 
percibido como opresivas y agobiantes, y siempre nos han hecho sospechar, a quienes 
compartimos inquietudes y malestares, que detrás de ellas se escondía algo no dicho y que 
era lo más importante.
En lo referente a la oración, se afirmaba y se afirma rotundamente que sin ella no hay 
vida cristiana ni vida religiosa; que sin vida de oración no hay posibilidad de experiencia de 
Dios. La inquietud surge cuando se cae en la cuenta de que no se afirmaba ni se afirma 
con tanta rotundidad que el despreciar a los pequeños (Mt 18,10) sea una prohibición 
teológica; que el anteponer cualquier «sábado», cualquier obligación religiosa, a la 
liberación de los doblados y dobladas por el peso de la sociedad, endiabladamente 
opresora, sea lo que Dios quiere (Lc 13,10-17); que Dios visite a su pueblo cuando a la 
viuda indefensa se le devuelve su sustento y compañía (Lc 7.11-17)... ¡No! No se insiste 
con la mlsma fuerza e interés en todas las dimensiones de «lo religioso» en el ámbito 
cristiano. De entrada, la oración se presenta como algo problemático y sospechoso de 
enmascarar otras cosas.
Normalmente, a esto se contesta diciendo que sin oración no es posible vivir el aprecio 
a los pequeños como preferidos del Padre; que no son posibles las prácticas de liberación 
«como Dios manda»; que sin oración no es posible adquirir la sensibilidad para percibir 
dónde se encuentran las viudas indefensas; etc. En el juicio de las naciones (Mt 25), los 
Benditos del Padre aparecen como gentes que han vestido al desnudo, acogido al 
forastero, visitado al encarcelado, dado de comer al hambriento... y no da la impresión de 
que hayan tenido que recurrir a ningún tipo de pirueta ni malabarismo interior para caer en 
la cuenta de lo evidente: que había y hay criaturas hambrientas, sedientas, desnudas, 
humilladas y ofendidas...

Cuestión de sensibilidad
Parece ser que los «Benditos del Padre» tenían un corazón y una sensibilidad que les 
empujaba a aliviar el sufrimiento de los otros, del Otro, sin necesidad de una instancia 
exterior a la realidad sufriente que les hiciera caer en la cuenta de las necesidades que 
están ahí, que se ven y se oyen, que se tocan y se olfatean y que tienen sabores muy 
concretos. Al samaritano se le presenta como evidente aquello que para el sacerdote y el 
levita no lo es. El samaritano es un hombre que, como va por los caminos, percibe con los 
sentidos lo que acontece. El sacerdote y el levita pasan por el camino «casualmente» (Lc 
10,31) y no perciben lo que el samaritano percibe, porque en el templo se ven, se oyen, se 
gustan, se saborean y se tocan otras cosas; sus sentidos están embotados y atrofiados 
para percibir lo que la gente percibe.
Es sintomática la profunda desconfianza ante los sentidos en la mayoría de las 
tradiciones espirituales de marcado carácter gnóstico. Como los sentidos son engañosos y 
se prestan a mezclarse con el mundo empecatado, es mejor recurrir a los «sentidos 
interiores y espirituales», que nos eleven a una divinidad que sólo se manifiesta en el 
interior de un yo «apático» ante lo que acontece. Hoy es urgente ajustar cuentas con esta 
«tradición», posiblemente mal recibida, que ha hecho fortuna y que lastra más de lo que 
creemos la oración. Lo que en un momento cultural supuso el descubrimiento del yo y, por 
lo tanto, la interioridad, no se puede convertir prácticamente en el único criterio de lo que es 
oración. La mística cristiana es de ojos abiertos. Nos dice Metz: «La experiencia de Dios 
inspirada bíblicamente no es una mística de ojos cerrados, sino una mística de ojos 
abiertos; no es una percepción relacionada únicamente con uno mismo, sino una 
percepción intensificada del sufrimiento ajeno»1. Es necesario tener los ojos bien abiertos y 
los oídos atentos ante lo que acontece.
Es indudable que no se daba ni se da la misma densidad a la oración que a otras 
dimensiones profundamente evangélicas; de hecho, en ambientes en los que es 
«obligada», la oración ha sido y es motivo de profundos sentimientos de culpa cuando se 
«deja»; la oración se vigilaba, se sometía a un auténtico control institucional—en muchos 
noviciados bajo el eufemismo de «visitadores de la oración»—; era materia de confesión si 
te dormías en ella o te distraías; ver a uno(a) fiel a la oración ya parecía y parece garantía 
de su fidelidad al Señor, garantía de ser un hombre o una mujer coherente y como debe 
ser. Los grandes orantes han sido hombres y mujeres muy recelosos sobre la misma 
oración.

Oración como peligro ineludible
ORA/PELIGROSA: Esta oración tenía una función evidente de control social, de 
indoctrinación y de introyección de los valores y normas institucionales; esta oración no 
llevaba necesariamente a tener «los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús». Ignacio 
de Loyola, sin duda uno de los grandes hombres orantes, sospechaba de los hombres de 
mucha oración, pues a la mayoría los percibía como hombres dados a ensoñaciones e 
ilusiones2. La práctica de la oración, un espacio y un tiempo dedicado a ella, parece que no 
asegura por sí misma la experiencia del Dios Vivo, la experiencia del Otro que es capaz de 
trastocar una vida y de situarla en la realidad de otra manera.
Por otra parte, lo que es indudable y no se puede banalizar de ningún modo es que, 
cuando un aspecto del comportamiento religioso como es la oración ha sido y es objeto de 
tantas vidas enteras dedicadas a ella en todas las tradiciones religiosas, cuando ha sido 
fuente de tantos temores, escrúpulos y miedos a perderla, así como fuente de tanto gozo, 
de tanta Vida, de tantas y tantas páginas, más que escritas sufridas y luchadas, que nos 
acercan a lo Inefable, este aspecto orante merece no sólo toda la atención, sino también el 
descalzarse, porque da la impresión de que entramos en territorio Santo.
Vamos a intentar adentrarnos en un territorio en el que parece que se nos muestra el 
que da consistencia a todo, percibido como un Tú Misericordioso. Es necesario volver los 
ojos a Jesús y su Buena Noticia para poder encontrar caminos que nos orienten en la 
oración cristiana, no en «la oración» en abstracto; una vuelta que, en la medida de lo 
posible, deje que el relato evangélico se exprese, renunciando a buscar «argumentos de 
Escritura» para supuestos establecidos.

B. LA ORACIÓN CRISTIANA

Mi preocupación es que nuestra oración sea cristiana, pues no nos referimos a «la 
oración» como necesidad natural3 de trascender la espesura de lo que se da como realidad 
mostrenca; que sea una oración en el ámbito de la Buena Noticia de Jesús que nos revela 
al Dios como Padre y Creador; y que en virtud de esta percepción del Dios se configuren 
en nosotros los mismos sentimientos que tuvo Él. Para tener estos mismos sentimientos, 
sentir y percibir al Dios y a las criaturas como Él los sintió y percibió, es necesario dejarse 
afectar por Jesús y su Buena Noticia de un modo práctico, de un modo dinámico; y esto se 
da en el seguimiento.
SGTO/QUE-ES: El seguimiento es un modo de estar en la vida, es una cultura 
entendida como «manera de sentir e interpretar el mundo previa a toda reflexión»4. Jesús 
da gracias al Padre porque la gente sencilla entiende las cosas del Reino, y los sabios y 
entendidos no (Mt 11,25); la gente sencilla es para Jesús aquella gente que antes de todo 
discurso entiende la Misericordia. Jesús da gracias por aquellas gentes que tienen un 
corazón limpio y no han entrado en dinámicas de querer traficar con Dios para asegurarse 
la vida. La oración cristiana no puede ser una oración gnóstica, una oración de elevación a 
no sé qué alturas en las que se pierda la sensibilidad para percibir lo que acontece en los 
caminos de la vida.

La fascinación de lo religioso
La oración cristiana tiene que tener la mirada puesta en Jesús y sólo en Jesús, y esto es 
el seguimiento. Debemos aguantar esta mirada, porque en nuestra cultura hoy podemos 
cambiar la mirada hacia algo fascinante para la sensibilidad religiosa y caer en una trampa 
mortal: hoy resurge lo religioso y lo sagrado; da la impresión de que los dioses están 
saliendo de sus tumbas; esta fascinación es seductora y nos puede llevar a confundir a los 
dioses con el Dios Vivo. Un tema urgente en los ámbitos cristianos, en cuanto a la oración 
se refiere, es discernir el terrible engaño en que se puede caer ante la seducción del 
renacer «religioso».
Esta tentación es real, y se está cayendo en ella. En muchos ambientes se percibe este 
retorno de lo religioso como una buena noticia, cuando puede ser una mala noticia: 
replegarse a la interioridad apartando la mirada del mundo de Dios y de sus criaturas 
sufrientes. En este renacer religioso parece que priman más los derechos del yo que los 
derechos del sufrimiento del Otro5.
J.B. Metz nos avisa con lucidez y dureza del riesgo de la religión, de la vuelta a lo 
sagrado, sin Dios. Este aviso es fundamental tenerlo presente en todos los ámbitos del 
seguimiento de Jesús, especialmente en aquellos en los que se trata de iniciar en el 
seguimiento y en la práctica de la oración:

"Vivimos en cierto modo en una era de la religión sin Dios. Por tanto. la 
frase clave podría ser ésta: '¡Religión, sí; Dios, no!', pero sin que ese 'no' se 
entienda a su vez categóricamente, como lo entienden los grandes 
ateísmos. Ya no hay grandes ateísmos. La 'polémica sobre la trascendencia' 
parece estar ya fuera de lugar; se ha apagado definitivamente el rescoldo 
del más allá. Si en los años sesenta se lo trasladó, polémicamente, al futuro, 
vemos que ahora, en sentido terapéutico, se lo traslada a la psique. Y, así, 
hoy día puede volverse a pronunciar—distraída o serenamente—el nombre 
de Dios sin referirse realmente a Él: entendiéndolo como una metáfora 
colgada del aire, en las conversaciones de las tertulias o sobre el sofá del 
psicoanalista, en el discurso estético o de cualquier otra manera. La religión 
como nombre del ensueño de una felicidad sin sufrimientos, como hechizo 
mítico del alma, como juego postmoderno de abalorios: ¡sí! Pero ¿y Dios, el 
Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el Dios de Jesús?»6.

Este texto de Metz da que pensar. No podemos dejarnos seducir si no es por el Dios de 
Jesús. No se niega la necesidad en nuestra cultura de cultivar la serenidad ante tanto 
ajetreo, la necesidad de pararse ante tantas prisas y urgencias. Ni se niega, por supuesto, 
la necesidad de la escucha interior ante tanto ruido ambiental. Lo que dudamos es que 
estas actividades sean oración cristiana sin más, aunque todas ellas estén impregnadas de 
un lenguaje evangélico. La oración, si es cristiana, no puede quedarse en un diálogo yo-tú; 
el Dios revelado como Padre es «nuestro», no puede quedarse en un ejercicio «espiritual» 
que hincha el yo hasta límites insoportables. El yo orante de ningún modo puede olvidar 
que está implicado en la trama de este mundo nuestro, que es un yo vinculado a otros, y 
que esta implicación no es fruto de la oración, sino una condición previa para que la oración 
sea cristiana. Jesús tiene que pasar por la prueba del desierto antes de retirarse a lugares 
desiertos para orar.
No se trata de un juego de palabras; se trata de percibir en el relato evangélico que la 
oración de Jesús no es posible entenderla, en su novedad ante el Dios de Israel y sus 
criaturas, sin la prueba. En el desierto es donde Jesús depura su percepción de Dios y de 
la realidad, su modo de percibir el Reino, su modo de anunciarlo y practicarlo.
Jesús de Nazaret, después de ser bautizado por Juan, comienza su vida de anuncio y 
práctica de la inminencia del Reino. Jesús es tentado en la ralz de su misión. Esta tentación 
es la clave para entender todo el modo de situarse Jesús ante Dios y las criaturas.

La oración de Jesús
J/ORACION: Resulta sorprendente que en la tradición evangélica Jesús ore en solitario, 
se separe de los seguidores y de la gente para situarse delante del Dios de Israel sin 
decirnos palabra, excepto en Getsemaní, sobre qué hace, qué dice ni qué postura corporal 
adopta. Jesús no aparece como un «maestro de oración» que enseñe técnicas o modos de 
orar.
Más sorprende aún que Jesús no empiece su vida de misión enseñando a orar a los 
suyos. Parece que no es percibido como un hombre de grandes rezos, ni excesivamente 
preocupado de que los suyos aprendan a orar desde el momento de la llamada. Al 
contrario, da la impresión de que para los fariseos y para los seguidores de Juan el Bautista 
la imagen de los discípulos de Jesús es bastante penosa y escandalosa: comen y beben y 
no guardan ayunos. Lo que aparece como novedoso ante la gente es el modo de enseñar 
con autoridad y la incidencia práctica de su anuncio: da órdenes a los espíritus inmundos, y 
éstos obedecen... (Mc 1,27).
Es evidente que Jesús ora, pero no parece que la oración ocupe un lugar central, en el 
sentido de que absorba la totalidad de la narración evangélica. La centralidad parece estar 
en la inminencia del Reino y en la consecuente liberación de los poderes opresores 
(«espíritus inmundos») que atenazan a los excluidos de la casa de Israel.
Es evidente que Jesús se retira a orar, pero el material narrativo nos lo presenta más 
como un «hombre de hechos» que como un «guru» o maestro de oración rodeado de 
discípulos; nos lo presenta como un taumaturgo que despliega su fuerza a favor de los 
amenazados en su vivir. Tomando el relato evangélico con una cierta distancia, y haciendo 
una lectura serena y atenta, nos encontramos, en primer lugar, con que al principio del 
relato tiene más fuerza y densidad el «desierto» como lugar de prueba, y al final con el 
aviso de que Getsemam también es lugar de prueba y hay que resistirla. Jesús es 
empujado al desierto (ten ermon) como lugar de prueba, no como lugar de oración. Jesús, 
cuando se retira a orar, lo hace a un lugar desierto, al despoblado (ermon topon). La 
diferencia merece atención.
DESIERTO/QUE-ES: El desierto como lugar teológico de depuración y de prueba no es 
una decisión de libre elección, Jesús es empujado por el Espíritu. El desierto, más que un 
lugar geográfico situado en el espacio y el tiempo concreto como los lugares (topoi) a los 
que Jesús se retira para orar, es la misma vida vivida desde la terrible amenaza satánica de 
sus trampas y de sus seducciones. Jesús tiene que anunciar y «practicar» el Reino de 
Dios, no un Reino suyo, y menos aún un Reino configurado según el mundo, es decir, 
configurado por la mentira y el homicidio. Jesús tiene que anunciar y practicar un Reino que 
sea la visita de Dios a su pueblo para curarlo de todo achaque y enfermedad (Mt 4,23), y 
no otra cosa. Nosotros somos empujados a la vida, y en ella, y no en otro lugar, tenemos 
que seguir a Jesús para que, configurados con Él, seamos portadores de Buena Noticia.

Retirarse a orar desde la prueba, no retirarse para evitarla
Cuando hoy hablamos de oración, normalmente nos referimos a retirarnos un tiempo del 
mundanal ruido, y a ser posible en un lugar desierto: en casa, cuando no hay nadie o los 
demás están durmiendo, los más piadosos y piadosas un rato en la capilla o en la Iglesia 
cercana; y las élites unos días a una casa tranquila, pero a ser posible con todo lo 
necesario, y más que lo necesario, para que el «yo» pueda orar sin inquietud, esté 
tranquilo, cómodo y atendido.
Si estos retiros a «lugares desiertos» no han supuesto ni siguen suponiendo el vivir en 
el desierto de nuestro mundo concreto, con todas sus amenazas y trampas, 
experimentando la dificultad de que la Misericordia y la justicia se abran espacio ante tanta 
vileza e injusticia, luchando para que la verdad se acredite, y así se santifique el Nombre de 
Dios en un mundo muy mentiroso, no valen para gran cosa. Relajarse, descansar, «cargar 
pilas», es mejor hacerlo sin necesidad de recurrir al lenguaje evangélico. Para orar con 
Jesús y ponerse a tiro del Dios vivo es necesario ser empujados a la prueba, es necesario 
ponerse a prueba.
No negamos la necesidad de recuperar el silencio, la interioridad, la necesidad de paz; 
pero ¿tiene que ver esto con la prueba desértica de Jesús, desde la cual, y sólo desde ella, 
podrá retirarse a orar? Tiene que ver, pero tendremos que prestar absolutamente la misma 
atención a los «tiempos de oración» que a los modos de estar en la vida; la misma 
atención a lo que pasa por dentro que a lo que pasa por fuera y, sobre todo, desde dónde y 
cómo lo percibo.
Si queremos re-descubrir la oración, tenemos que dejarnos empujar por el Espíritu al 
lugar de la prueba, la prueba de poner en cuestión nuestras «definiciones de la realidad». 
Esto ya es un asunto más complejo, apasionante y difícil que retirase al descampado; lo 
que se tiene por verdadero o falso, las persuasiones que operan en nuestro vivir cotidiano, 
sólo se modifican en contacto con la realidad; es un asunto de sensibilidad, de sentidos. La 
prueba supone en Jesús un cambio radical en su modo de estar en la vida, un cambio en lo 
que se esperaba de él como anunciador del reino y hacedor de milagros.

El desierto como criterio de la oración.
No toda oración es la de Jesús
El cambio radical que Jesús experimenta en la prueba es confiar y esperar en que Dios 
se acredite por sí mismo sin necesidad de mediadores ni búsqueda de seguridades, sin 
esperar que Dios se revele de un modo que no sea el alivio de sus criaturas, y sin caer en 
la trampa de imponer a Dios apabullando a las criaturas.
El objeto de la prueba, de la tentación, no es el abandono del Reino, no es volver la 
espalda al objeto de su misión, sino el hacer y decir Reino según el orden de este mundo, 
configurado por la mentira y el crimen. Jesús es tentado en cuanto a su modo de estar en la 
vida. A Jesús se le plantea la tentación de «arriba» y del «centro»—alero del templo—para 
provocar una intervención de Dios; es tentado en su modo de ubicarse en la realidad 
cotidiana. El tema es que desde el centro y desde arriba no se ven las mismas cosas que 
desde abajo y descentrado; desde este otro lugar—abajo y márgenes—se ven otras 
gentes, otras situaciones. Ya hemos visto que los sacerdotes y levitas que pasan por el 
camino lo hacen casualmente; su «topos» normal no es el camino.
Sólo venciendo esta tentación, ser centro y estar arriba, la oración es otra, se convierte 
en otra. Sólo desde el des-centramiento se perciben otros modos de procesar la realidad. 
Pero este descentramiento no es un puro malabarismo interior, sino otro modo de estar en 
el espacio y en el tiempo. Desde abajo y descentrados se perciben otras cosas, 
normalmente feas, muy feas: mujeres dobladas, mujeres indefensas, leprosos, ciegos cojos, 
tullidos... Estas realidades no se ven desde el alero del templo; posiblemente se sabe que 
existen, pero no afectan. Desde el alero del templo no se interacciona con la realidad, no se 
modifica la sensibilidad. La «oración» como solo ejercicio de interioridad no modifica la 
sensibilidad; y sin modificación de la sensibilidad no se puede percibir al Dios de Jesús.
Desde abajo y descentrados, la oración es otra cosa. No es hinchar el yo, sino que, 
desde la perplejidad y el no saber ni entender la mayoria de las veces lo que acontece, se 
percibe que los hombres y mujeres son criaturas de Dios, por causa de algo tan sencillo 
como es verles cara a cara; no es fácil aguantar miradas en horizontal. Orar es ver rostros 
desde el Padre y Creador.
Posiblemente la oración no «solucione» gran cosa, pero sí que entramos en proceso de 
más ternura e implicación, y así nos disponemos para percibir al Misericordioso como el 
que está presente, invitando a generar espacios de respiro y descanso para los agobiados 
y cansados por la vida, una vida que les resulta in-soportable. Nosotros, seguidores y 
seguidoras, también encontramos descanso cuando experimentamos que el seguimiento 
nos pesa porque el peso de los demás lo compartimos; encontramos descanso cuando 
experimentamos nuestros propios límites y carencias como criaturas que somos, y 
encontramos alivio cuando Jesús nos recuerda que el seguimiento no es sólo tarea, sino 
fundamentalmente don.
La oración desde la vida nos hace caer en la cuenta de que lo que llamamos 
«experiencia de Dios» normalmente se da a posteriori. Cuando se está en los caminos de la 
vida, no se puede prescindir, por que está ahi, del dolor del viernes santo y del silencio del 
sábado santo. Se aprende, y esto es prueba y desierto, que muchas veces no podemos, al 
mismo tiempo que vivimos situaciones, personales y colectivas, encontrar el significado de 
lo que vivimos. Tenemos que saber orar el silencio del Sábado Santo, ese silencio sobre 
situaciones de la propia vida y sobre lo que acontece; muchas veces es in-soportable, pero 
lo que hay que pedir es fortaleza para permanecer en él. Sospecho que esto hoy no se 
asocia con la oración cristiana, sino con algo que hay que eliminar de nuestra persona. 
¡Qué poca cosa parecen muchos «silencios» que tan sólo son un «que no nos molesten en 
la oración», frente al Silencio de Dios sobre nuestra propia vida y sobre la realidad...!
Orar en cristiano es aprender con dolor y reverencia que Dios tiene también derecho a 
callar, y nuestra oración no puede consistir en una lucha narcisista para que Dios nos esté 
continuamente hablando; orar es caer en la cuenta de que no somos tan importantes ante 
tanto dolor acumulado en las víctimas. Esto es humildad. Gracias una vez más, Juan de la 
Cruz, porque nos haces sospechar de la «riqueza» espiritual y nos enseñas a quedarnos 
muchas veces tan sólo con un gemido cuando el Amado se esconde.

Orar en el sin-sentido
ORA/QUE-ES/BONHOEFFER: Es demasiado pretender que la oración se convierta en 
búsqueda de significados solamente, o en quererlos encontrar a priori. Antes de lanzarse a 
cualquier compromiso, queremos ver el sentido y tener todas las garantías... ¿No será la 
oración más bien vivir confiadamente en Él, y no forzar respuestas? El dolor del mundo es 
demasiado desgarrador como para convertir la oración en una especie de sedante. La 
oración cristiana—nunca podremos olvidar lo que muy bien dijo y acreditó con su vida 
Bonhoeffer—es permanecer con Cristo en Getsemaní... aunque nos durmamos muchas 
veces.
No todo tiene sentido, no podemos ser cínicos; la oración no puede reforzar el cinismo. 
Orar es saber estar en Getsemaní, pasar por el sin-sentido y no anularlo con artificios. El 
gemido sigue siendo gemido, y la esperanza sigue siendo esperanza ¡Cuidado con las 
oraciones que quieran llenarlo todo inmediatamente de sentido! Son palabrería hueca o 
puro esteticismo.
Tenemos que aprender que orar es aprender a vivir con ternura y pasión por las 
criaturas, despojándonos de la pretensión de saberlo todo. Mt 25 nos dice algo de esto: en 
este mundo se alivia mucho sufrimiento por gente que lo alivia sin saber todo lo que los 
creyentes normalmente pretendemos saber; hay mucha gente que sin saberlo santifica 
todos los días parcelas de la creación, como diría Elie Wiesel. Orar es tener una mirada 
limpia y gratuita sobre la creación; entonces en la oración aflora la acción de gracias por 
tanta bondad anónima. La oración cristiana no es una oración pretenciosa que pretende 
saberlo y abarcarlo todo; la oración cristiana es pasión por el Creador y por las criaturas. 
Gracias a Francisco de Asís, la oración cristiana se llenó de bondad, de limpieza y de 
ternura.
Jesús pasa por la prueba del no retener para sí, de no ejercer el poder en su propio 
provecho. Jesús tiene poder (exousÍa). El tentador lo pone a prueba en algo nuclear de su 
misión: cómo procesar «su poder decir y hacer Reino». Jesús tiene poder, palabra con la 
que se nos llena la boca diciendo que corrompe. ¡Claro que puede corromper y corrompe!; 
pero si la prueba es prueba, es porque tocó a Jesús y nos toca a nosotros zonas 
personales y de la realidad que puede destrozarnos. La mejor manera de huir de la realidad 
es negarla.

Orar en la realidad tramposa
La oración cristiana no puede de ninguna manera evadirnos de la realidad en su 
complejidad. Como la realidad es tramposa y asusta, se puede dar una huida muy sutil en 
los seguidores y seguidoras de Jesús personal y comunitariamente. Una huida que supone 
horas y horas dedicadas a jugar a «construir casitas y mecanos según los criterios del 
Reino», cuando las casas y las obras están ahí delante, no en las salas de reunión, sino en 
la realidad social tramposa. En muchos ambientes cristianos se está dando una auténtica 
negación de las mediaciones largas y espesas, por miedo a quedar atrapados. La oración 
cristiana, si es oración ante el Padre y Creador, adentra en la espesura de la realidad 
creatural para hacerse cargo de ella; es más fácil «jugar a recortables» que intentar estar 
en la vida ajustándola, aunque sea un poco, al Reino.
Cuando Jesús supera la prueba, su oración siempre le devuelve a la realidad, y la 
realidad le lleva a la oración; porque entonces la oración no es huida, sino centramiento en 
el Padre y Creador. La oración cristiana es vivir la confianza en la inquebrantable fidelidad 
del Padre y Pastor, y aunque pasemos por cañadas oscuras sabemos que él nos 
acompaña. Esta confianza produce vértigo, pero sólo cuando se ha pasado por cañadas 
oscuras, muy oscuras, se sabe que Dios es un Dios leal. Esta lealtad de Dios salva la 
vida.
Los que poseemos la palabra podemos declinar el verbo poder; los que no pueden 
declinarlo son otros. No hay autoengaño más terrible que decirnos que ni tenemos ni 
queremos poder: es una manera de no implicarse en la trama de lo que acontece. En virtud 
de la Buena Noticia y la fortaleza del espíritu (Lc 11,13), podemos y debemos desvivirnos 
por las criaturas aunque tengamos que estar toda la vida en actitud vigilante para no caer 
en el dominio sobre ellas. Porque el dominio sí que no es de Dios, ningún tipo de dominio 
nos está permitido. Jesús procesó el poder como servicio a los que no podían declinar el 
verbo poder. Jesús no domina ni pisa; Jesús no es un asalariado de un dios-Amo; es el Hijo 
que no nos hace siervos, sino amigos. La oración, si es cristiana, lleva a sanar todas las 
tendencias dominadoras, porque en la oración no se experimenta a un Amo que nos 
domina, sino a un Padre que se enternece ante nuestra debilidad reconocida. Este amor 
del padre es un amor activo; y «cuando es activo, el amor religioso nos libera de la ilusión 
de que ser humano significa convertirse en un 'ego' que trata de dominar y controlar a todos 
los demás»7.
La oración no separó a Jesús de la vida, lo adentró en ella. Y en ella se encontró la 
Bondad y la Misericordia, que le llevó a tener compasión. La oración del seguidor y 
seguidora de Jesús pasará por la prueba de poner en cuestión seguridades, adquisiciones 
ideológicas inamovibles; para ponerse en cuestión es necesario estar atentos a la realidad 
de lo que acontece, como hemos visto, y estar atentos a lo que se nos ha entregado. «Los 
creyentes conversarán con la tradición, a fin de ser transformados. Aquellos que tienen un 
éxito parcial en dicha empresa son llamados testigos, justos, iluminados, santos»8; para 
tener éxito en esta conversación con la tradición, con cuantos que nos han precedido en la 
fe y han sido testigos de la Buena Noticia, es necesario que en nuestra oración «traigamos 
a la memoria» las historias de testigos, iluminados, justos y santos, y que nos empapemos 
de ellas; es necesario que nunca el Santo Nombre de Jesús se nos caiga de la boca y del 
corazón.

SAL TERRAE 1998/12 págs. 865-877 

.......................
1. J.B. METZ, El clamor de la tierra. El problema dramático de la Teodicea, Verbo Divino, 
Estella 1996, p. 26. 
2. Recuerdos Ignacianos. Memorial de Luis Gonçalves da Camara (versión y comentario 
de Benigno Hernández), col. «Manresa», Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1992.
3. «La oración es una necesidad natural del corazón humano, pero esto no la justifica 
ante Dios... Quien está vinculado a Jesús por el seguimiento tiene por Él acceso al Padre»: 
D. BONHOEFFER, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme Salamanca 1986, p. 
104.
4. Tengo muy presente en este trabajo la siempre sugerente obra de A. TORNOS, 
Cuando hoy vivimos la fe. Teologia para tiempos difíciles, San Pablo, Madrid 1995.
5. Para el asunto del sufrimiento del otro, cf. E. LEVINAS, Entre nosotros. Ensayos para 
pensar en otro, Pre-textos, Valencia 1993.
6. J.B. METZ, op.cit., p. 9.
7. D. TRACY, Pluralidad y ambigüedad. Hermenéutica, religión, esperanza, Trotta, 
Madrid 1997, p. 160
8. Ibid., p. 161.