Oración y experiencia de Dios hoy
Aspectos cristológicos y socio-culturales
Toni CATALÁ
Jesuita
Centro Arrupe
Valencia
A. INTRODUCCIÓN
Abordar el asunto de la oración en nuestro tiempo, con todo lo que ésta conlleva, no es
tarea fácil; da la impresión de que todo está ya prácticamente dicho. Sólo en la medida en
que situemos la oración en un contexto más amplio, me atreveré a decir algo sobre ella.
«Contexto más amplio» quiere decir tener presentes aspectos cristológicos y
socio-culturales que atañen a la oración y a su práctica. «La oración» no existe; lo que
existe son hombres y mujeres que invocan al Dios en contextos culturales concretos,
configurados por tradiciones que los determinan.
Por lo tanto, esta reflexión no pretende hablar sobre «la oración»; pretende presentar
algunas dimensiones que—para los hombres y las mujeres que oramos en el ámbito de la
tradición judeo-cristiana y en nuestra cultura occidental y de primer mundo—conviene tener
presentes de alguna manera. Tampoco vamos a hablar de modos y métodos de oración.
Inquietudes y perplejidades
Siempre me ha inquietado y me ha producido malestar escuchar afirmaciones
contundentes y rotundas que no dejan lugar a ningún tipo de duda: siempre las he
percibido como opresivas y agobiantes, y siempre nos han hecho sospechar, a quienes
compartimos inquietudes y malestares, que detrás de ellas se escondía algo no dicho y que
era lo más importante.
En lo referente a la oración, se afirmaba y se afirma rotundamente que sin ella no hay
vida cristiana ni vida religiosa; que sin vida de oración no hay posibilidad de experiencia de
Dios. La inquietud surge cuando se cae en la cuenta de que no se afirmaba ni se afirma
con tanta rotundidad que el despreciar a los pequeños (Mt 18,10) sea una prohibición
teológica; que el anteponer cualquier «sábado», cualquier obligación religiosa, a la
liberación de los doblados y dobladas por el peso de la sociedad, endiabladamente
opresora, sea lo que Dios quiere (Lc 13,10-17); que Dios visite a su pueblo cuando a la
viuda indefensa se le devuelve su sustento y compañía (Lc 7.11-17)... ¡No! No se insiste
con la mlsma fuerza e interés en todas las dimensiones de «lo religioso» en el ámbito
cristiano. De entrada, la oración se presenta como algo problemático y sospechoso de
enmascarar otras cosas.
Normalmente, a esto se contesta diciendo que sin oración no es posible vivir el aprecio
a los pequeños como preferidos del Padre; que no son posibles las prácticas de liberación
«como Dios manda»; que sin oración no es posible adquirir la sensibilidad para percibir
dónde se encuentran las viudas indefensas; etc. En el juicio de las naciones (Mt 25), los
Benditos del Padre aparecen como gentes que han vestido al desnudo, acogido al
forastero, visitado al encarcelado, dado de comer al hambriento... y no da la impresión de
que hayan tenido que recurrir a ningún tipo de pirueta ni malabarismo interior para caer en
la cuenta de lo evidente: que había y hay criaturas hambrientas, sedientas, desnudas,
humilladas y ofendidas...
Cuestión de sensibilidad
Parece ser que los «Benditos del Padre» tenían un corazón y una sensibilidad que les
empujaba a aliviar el sufrimiento de los otros, del Otro, sin necesidad de una instancia
exterior a la realidad sufriente que les hiciera caer en la cuenta de las necesidades que
están ahí, que se ven y se oyen, que se tocan y se olfatean y que tienen sabores muy
concretos. Al samaritano se le presenta como evidente aquello que para el sacerdote y el
levita no lo es. El samaritano es un hombre que, como va por los caminos, percibe con los
sentidos lo que acontece. El sacerdote y el levita pasan por el camino «casualmente» (Lc
10,31) y no perciben lo que el samaritano percibe, porque en el templo se ven, se oyen, se
gustan, se saborean y se tocan otras cosas; sus sentidos están embotados y atrofiados
para percibir lo que la gente percibe.
Es sintomática la profunda desconfianza ante los sentidos en la mayoría de las
tradiciones espirituales de marcado carácter gnóstico. Como los sentidos son engañosos y
se prestan a mezclarse con el mundo empecatado, es mejor recurrir a los «sentidos
interiores y espirituales», que nos eleven a una divinidad que sólo se manifiesta en el
interior de un yo «apático» ante lo que acontece. Hoy es urgente ajustar cuentas con esta
«tradición», posiblemente mal recibida, que ha hecho fortuna y que lastra más de lo que
creemos la oración. Lo que en un momento cultural supuso el descubrimiento del yo y, por
lo tanto, la interioridad, no se puede convertir prácticamente en el único criterio de lo que es
oración. La mística cristiana es de ojos abiertos. Nos dice Metz: «La experiencia de Dios
inspirada bíblicamente no es una mística de ojos cerrados, sino una mística de ojos
abiertos; no es una percepción relacionada únicamente con uno mismo, sino una
percepción intensificada del sufrimiento ajeno»1. Es necesario tener los ojos bien abiertos y
los oídos atentos ante lo que acontece.
Es indudable que no se daba ni se da la misma densidad a la oración que a otras
dimensiones profundamente evangélicas; de hecho, en ambientes en los que es
«obligada», la oración ha sido y es motivo de profundos sentimientos de culpa cuando se
«deja»; la oración se vigilaba, se sometía a un auténtico control institucional—en muchos
noviciados bajo el eufemismo de «visitadores de la oración»—; era materia de confesión si
te dormías en ella o te distraías; ver a uno(a) fiel a la oración ya parecía y parece garantía
de su fidelidad al Señor, garantía de ser un hombre o una mujer coherente y como debe
ser. Los grandes orantes han sido hombres y mujeres muy recelosos sobre la misma
oración.
Oración como peligro ineludible
ORA/PELIGROSA: Esta oración tenía una función evidente de control social, de
indoctrinación y de introyección de los valores y normas institucionales; esta oración no
llevaba necesariamente a tener «los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús». Ignacio
de Loyola, sin duda uno de los grandes hombres orantes, sospechaba de los hombres de
mucha oración, pues a la mayoría los percibía como hombres dados a ensoñaciones e
ilusiones2. La práctica de la oración, un espacio y un tiempo dedicado a ella, parece que no
asegura por sí misma la experiencia del Dios Vivo, la experiencia del Otro que es capaz de
trastocar una vida y de situarla en la realidad de otra manera.
Por otra parte, lo que es indudable y no se puede banalizar de ningún modo es que,
cuando un aspecto del comportamiento religioso como es la oración ha sido y es objeto de
tantas vidas enteras dedicadas a ella en todas las tradiciones religiosas, cuando ha sido
fuente de tantos temores, escrúpulos y miedos a perderla, así como fuente de tanto gozo,
de tanta Vida, de tantas y tantas páginas, más que escritas sufridas y luchadas, que nos
acercan a lo Inefable, este aspecto orante merece no sólo toda la atención, sino también el
descalzarse, porque da la impresión de que entramos en territorio Santo.
Vamos a intentar adentrarnos en un territorio en el que parece que se nos muestra el
que da consistencia a todo, percibido como un Tú Misericordioso. Es necesario volver los
ojos a Jesús y su Buena Noticia para poder encontrar caminos que nos orienten en la
oración cristiana, no en «la oración» en abstracto; una vuelta que, en la medida de lo
posible, deje que el relato evangélico se exprese, renunciando a buscar «argumentos de
Escritura» para supuestos establecidos.
B. LA ORACIÓN CRISTIANA
Mi preocupación es que nuestra oración sea cristiana, pues no nos referimos a «la
oración» como necesidad natural3 de trascender la espesura de lo que se da como realidad
mostrenca; que sea una oración en el ámbito de la Buena Noticia de Jesús que nos revela
al Dios como Padre y Creador; y que en virtud de esta percepción del Dios se configuren
en nosotros los mismos sentimientos que tuvo Él. Para tener estos mismos sentimientos,
sentir y percibir al Dios y a las criaturas como Él los sintió y percibió, es necesario dejarse
afectar por Jesús y su Buena Noticia de un modo práctico, de un modo dinámico; y esto se
da en el seguimiento.
SGTO/QUE-ES: El seguimiento es un modo de estar en la vida, es una cultura
entendida como «manera de sentir e interpretar el mundo previa a toda reflexión»4. Jesús
da gracias al Padre porque la gente sencilla entiende las cosas del Reino, y los sabios y
entendidos no (Mt 11,25); la gente sencilla es para Jesús aquella gente que antes de todo
discurso entiende la Misericordia. Jesús da gracias por aquellas gentes que tienen un
corazón limpio y no han entrado en dinámicas de querer traficar con Dios para asegurarse
la vida. La oración cristiana no puede ser una oración gnóstica, una oración de elevación a
no sé qué alturas en las que se pierda la sensibilidad para percibir lo que acontece en los
caminos de la vida.
La fascinación de lo religioso
La oración cristiana tiene que tener la mirada puesta en Jesús y sólo en Jesús, y esto es
el seguimiento. Debemos aguantar esta mirada, porque en nuestra cultura hoy podemos
cambiar la mirada hacia algo fascinante para la sensibilidad religiosa y caer en una trampa
mortal: hoy resurge lo religioso y lo sagrado; da la impresión de que los dioses están
saliendo de sus tumbas; esta fascinación es seductora y nos puede llevar a confundir a los
dioses con el Dios Vivo. Un tema urgente en los ámbitos cristianos, en cuanto a la oración
se refiere, es discernir el terrible engaño en que se puede caer ante la seducción del
renacer «religioso».
Esta tentación es real, y se está cayendo en ella. En muchos ambientes se percibe este
retorno de lo religioso como una buena noticia, cuando puede ser una mala noticia:
replegarse a la interioridad apartando la mirada del mundo de Dios y de sus criaturas
sufrientes. En este renacer religioso parece que priman más los derechos del yo que los
derechos del sufrimiento del Otro5.
J.B. Metz nos avisa con lucidez y dureza del riesgo de la religión, de la vuelta a lo
sagrado, sin Dios. Este aviso es fundamental tenerlo presente en todos los ámbitos del
seguimiento de Jesús, especialmente en aquellos en los que se trata de iniciar en el
seguimiento y en la práctica de la oración:
"Vivimos en cierto modo en una era de la religión sin Dios. Por tanto. la
frase clave podría ser ésta: '¡Religión, sí; Dios, no!', pero sin que ese 'no' se
entienda a su vez categóricamente, como lo entienden los grandes
ateísmos. Ya no hay grandes ateísmos. La 'polémica sobre la trascendencia'
parece estar ya fuera de lugar; se ha apagado definitivamente el rescoldo
del más allá. Si en los años sesenta se lo trasladó, polémicamente, al futuro,
vemos que ahora, en sentido terapéutico, se lo traslada a la psique. Y, así,
hoy día puede volverse a pronunciar—distraída o serenamente—el nombre
de Dios sin referirse realmente a Él: entendiéndolo como una metáfora
colgada del aire, en las conversaciones de las tertulias o sobre el sofá del
psicoanalista, en el discurso estético o de cualquier otra manera. La religión
como nombre del ensueño de una felicidad sin sufrimientos, como hechizo
mítico del alma, como juego postmoderno de abalorios: ¡sí! Pero ¿y Dios, el
Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el Dios de Jesús?»6.
Este texto de Metz da que pensar. No podemos dejarnos seducir si no es por el Dios de
Jesús. No se niega la necesidad en nuestra cultura de cultivar la serenidad ante tanto
ajetreo, la necesidad de pararse ante tantas prisas y urgencias. Ni se niega, por supuesto,
la necesidad de la escucha interior ante tanto ruido ambiental. Lo que dudamos es que
estas actividades sean oración cristiana sin más, aunque todas ellas estén impregnadas de
un lenguaje evangélico. La oración, si es cristiana, no puede quedarse en un diálogo yo-tú;
el Dios revelado como Padre es «nuestro», no puede quedarse en un ejercicio «espiritual»
que hincha el yo hasta límites insoportables. El yo orante de ningún modo puede olvidar
que está implicado en la trama de este mundo nuestro, que es un yo vinculado a otros, y
que esta implicación no es fruto de la oración, sino una condición previa para que la oración
sea cristiana. Jesús tiene que pasar por la prueba del desierto antes de retirarse a lugares
desiertos para orar.
No se trata de un juego de palabras; se trata de percibir en el relato evangélico que la
oración de Jesús no es posible entenderla, en su novedad ante el Dios de Israel y sus
criaturas, sin la prueba. En el desierto es donde Jesús depura su percepción de Dios y de
la realidad, su modo de percibir el Reino, su modo de anunciarlo y practicarlo.
Jesús de Nazaret, después de ser bautizado por Juan, comienza su vida de anuncio y
práctica de la inminencia del Reino. Jesús es tentado en la ralz de su misión. Esta tentación
es la clave para entender todo el modo de situarse Jesús ante Dios y las criaturas.
La oración de Jesús
J/ORACION: Resulta sorprendente que en la tradición evangélica Jesús ore en solitario,
se separe de los seguidores y de la gente para situarse delante del Dios de Israel sin
decirnos palabra, excepto en Getsemaní, sobre qué hace, qué dice ni qué postura corporal
adopta. Jesús no aparece como un «maestro de oración» que enseñe técnicas o modos de
orar.
Más sorprende aún que Jesús no empiece su vida de misión enseñando a orar a los
suyos. Parece que no es percibido como un hombre de grandes rezos, ni excesivamente
preocupado de que los suyos aprendan a orar desde el momento de la llamada. Al
contrario, da la impresión de que para los fariseos y para los seguidores de Juan el Bautista
la imagen de los discípulos de Jesús es bastante penosa y escandalosa: comen y beben y
no guardan ayunos. Lo que aparece como novedoso ante la gente es el modo de enseñar
con autoridad y la incidencia práctica de su anuncio: da órdenes a los espíritus inmundos, y
éstos obedecen... (Mc 1,27).
Es evidente que Jesús ora, pero no parece que la oración ocupe un lugar central, en el
sentido de que absorba la totalidad de la narración evangélica. La centralidad parece estar
en la inminencia del Reino y en la consecuente liberación de los poderes opresores
(«espíritus inmundos») que atenazan a los excluidos de la casa de Israel.
Es evidente que Jesús se retira a orar, pero el material narrativo nos lo presenta más
como un «hombre de hechos» que como un «guru» o maestro de oración rodeado de
discípulos; nos lo presenta como un taumaturgo que despliega su fuerza a favor de los
amenazados en su vivir. Tomando el relato evangélico con una cierta distancia, y haciendo
una lectura serena y atenta, nos encontramos, en primer lugar, con que al principio del
relato tiene más fuerza y densidad el «desierto» como lugar de prueba, y al final con el
aviso de que Getsemam también es lugar de prueba y hay que resistirla. Jesús es
empujado al desierto (ten ermon) como lugar de prueba, no como lugar de oración. Jesús,
cuando se retira a orar, lo hace a un lugar desierto, al despoblado (ermon topon). La
diferencia merece atención.
DESIERTO/QUE-ES: El desierto como lugar teológico de depuración y de prueba no es
una decisión de libre elección, Jesús es empujado por el Espíritu. El desierto, más que un
lugar geográfico situado en el espacio y el tiempo concreto como los lugares (topoi) a los
que Jesús se retira para orar, es la misma vida vivida desde la terrible amenaza satánica de
sus trampas y de sus seducciones. Jesús tiene que anunciar y «practicar» el Reino de
Dios, no un Reino suyo, y menos aún un Reino configurado según el mundo, es decir,
configurado por la mentira y el homicidio. Jesús tiene que anunciar y practicar un Reino que
sea la visita de Dios a su pueblo para curarlo de todo achaque y enfermedad (Mt 4,23), y
no otra cosa. Nosotros somos empujados a la vida, y en ella, y no en otro lugar, tenemos
que seguir a Jesús para que, configurados con Él, seamos portadores de Buena Noticia.
Retirarse a orar desde la prueba, no retirarse para evitarla
Cuando hoy hablamos de oración, normalmente nos referimos a retirarnos un tiempo del
mundanal ruido, y a ser posible en un lugar desierto: en casa, cuando no hay nadie o los
demás están durmiendo, los más piadosos y piadosas un rato en la capilla o en la Iglesia
cercana; y las élites unos días a una casa tranquila, pero a ser posible con todo lo
necesario, y más que lo necesario, para que el «yo» pueda orar sin inquietud, esté
tranquilo, cómodo y atendido.
Si estos retiros a «lugares desiertos» no han supuesto ni siguen suponiendo el vivir en
el desierto de nuestro mundo concreto, con todas sus amenazas y trampas,
experimentando la dificultad de que la Misericordia y la justicia se abran espacio ante tanta
vileza e injusticia, luchando para que la verdad se acredite, y así se santifique el Nombre de
Dios en un mundo muy mentiroso, no valen para gran cosa. Relajarse, descansar, «cargar
pilas», es mejor hacerlo sin necesidad de recurrir al lenguaje evangélico. Para orar con
Jesús y ponerse a tiro del Dios vivo es necesario ser empujados a la prueba, es necesario
ponerse a prueba.
No negamos la necesidad de recuperar el silencio, la interioridad, la necesidad de paz;
pero ¿tiene que ver esto con la prueba desértica de Jesús, desde la cual, y sólo desde ella,
podrá retirarse a orar? Tiene que ver, pero tendremos que prestar absolutamente la misma
atención a los «tiempos de oración» que a los modos de estar en la vida; la misma
atención a lo que pasa por dentro que a lo que pasa por fuera y, sobre todo, desde dónde y
cómo lo percibo.
Si queremos re-descubrir la oración, tenemos que dejarnos empujar por el Espíritu al
lugar de la prueba, la prueba de poner en cuestión nuestras «definiciones de la realidad».
Esto ya es un asunto más complejo, apasionante y difícil que retirase al descampado; lo
que se tiene por verdadero o falso, las persuasiones que operan en nuestro vivir cotidiano,
sólo se modifican en contacto con la realidad; es un asunto de sensibilidad, de sentidos. La
prueba supone en Jesús un cambio radical en su modo de estar en la vida, un cambio en lo
que se esperaba de él como anunciador del reino y hacedor de milagros.
El desierto como criterio de la oración.
No toda oración es la de Jesús
El cambio radical que Jesús experimenta en la prueba es confiar y esperar en que Dios
se acredite por sí mismo sin necesidad de mediadores ni búsqueda de seguridades, sin
esperar que Dios se revele de un modo que no sea el alivio de sus criaturas, y sin caer en
la trampa de imponer a Dios apabullando a las criaturas.
El objeto de la prueba, de la tentación, no es el abandono del Reino, no es volver la
espalda al objeto de su misión, sino el hacer y decir Reino según el orden de este mundo,
configurado por la mentira y el crimen. Jesús es tentado en cuanto a su modo de estar en la
vida. A Jesús se le plantea la tentación de «arriba» y del «centro»—alero del templo—para
provocar una intervención de Dios; es tentado en su modo de ubicarse en la realidad
cotidiana. El tema es que desde el centro y desde arriba no se ven las mismas cosas que
desde abajo y descentrado; desde este otro lugar—abajo y márgenes—se ven otras
gentes, otras situaciones. Ya hemos visto que los sacerdotes y levitas que pasan por el
camino lo hacen casualmente; su «topos» normal no es el camino.
Sólo venciendo esta tentación, ser centro y estar arriba, la oración es otra, se convierte
en otra. Sólo desde el des-centramiento se perciben otros modos de procesar la realidad.
Pero este descentramiento no es un puro malabarismo interior, sino otro modo de estar en
el espacio y en el tiempo. Desde abajo y descentrados se perciben otras cosas,
normalmente feas, muy feas: mujeres dobladas, mujeres indefensas, leprosos, ciegos cojos,
tullidos... Estas realidades no se ven desde el alero del templo; posiblemente se sabe que
existen, pero no afectan. Desde el alero del templo no se interacciona con la realidad, no se
modifica la sensibilidad. La «oración» como solo ejercicio de interioridad no modifica la
sensibilidad; y sin modificación de la sensibilidad no se puede percibir al Dios de Jesús.
Desde abajo y descentrados, la oración es otra cosa. No es hinchar el yo, sino que,
desde la perplejidad y el no saber ni entender la mayoria de las veces lo que acontece, se
percibe que los hombres y mujeres son criaturas de Dios, por causa de algo tan sencillo
como es verles cara a cara; no es fácil aguantar miradas en horizontal. Orar es ver rostros
desde el Padre y Creador.
Posiblemente la oración no «solucione» gran cosa, pero sí que entramos en proceso de
más ternura e implicación, y así nos disponemos para percibir al Misericordioso como el
que está presente, invitando a generar espacios de respiro y descanso para los agobiados
y cansados por la vida, una vida que les resulta in-soportable. Nosotros, seguidores y
seguidoras, también encontramos descanso cuando experimentamos que el seguimiento
nos pesa porque el peso de los demás lo compartimos; encontramos descanso cuando
experimentamos nuestros propios límites y carencias como criaturas que somos, y
encontramos alivio cuando Jesús nos recuerda que el seguimiento no es sólo tarea, sino
fundamentalmente don.
La oración desde la vida nos hace caer en la cuenta de que lo que llamamos
«experiencia de Dios» normalmente se da a posteriori. Cuando se está en los caminos de la
vida, no se puede prescindir, por que está ahi, del dolor del viernes santo y del silencio del
sábado santo. Se aprende, y esto es prueba y desierto, que muchas veces no podemos, al
mismo tiempo que vivimos situaciones, personales y colectivas, encontrar el significado de
lo que vivimos. Tenemos que saber orar el silencio del Sábado Santo, ese silencio sobre
situaciones de la propia vida y sobre lo que acontece; muchas veces es in-soportable, pero
lo que hay que pedir es fortaleza para permanecer en él. Sospecho que esto hoy no se
asocia con la oración cristiana, sino con algo que hay que eliminar de nuestra persona.
¡Qué poca cosa parecen muchos «silencios» que tan sólo son un «que no nos molesten en
la oración», frente al Silencio de Dios sobre nuestra propia vida y sobre la realidad...!
Orar en cristiano es aprender con dolor y reverencia que Dios tiene también derecho a
callar, y nuestra oración no puede consistir en una lucha narcisista para que Dios nos esté
continuamente hablando; orar es caer en la cuenta de que no somos tan importantes ante
tanto dolor acumulado en las víctimas. Esto es humildad. Gracias una vez más, Juan de la
Cruz, porque nos haces sospechar de la «riqueza» espiritual y nos enseñas a quedarnos
muchas veces tan sólo con un gemido cuando el Amado se esconde.
Orar en el sin-sentido
ORA/QUE-ES/BONHOEFFER: Es demasiado pretender que la oración se convierta en
búsqueda de significados solamente, o en quererlos encontrar a priori. Antes de lanzarse a
cualquier compromiso, queremos ver el sentido y tener todas las garantías... ¿No será la
oración más bien vivir confiadamente en Él, y no forzar respuestas? El dolor del mundo es
demasiado desgarrador como para convertir la oración en una especie de sedante. La
oración cristiana—nunca podremos olvidar lo que muy bien dijo y acreditó con su vida
Bonhoeffer—es permanecer con Cristo en Getsemaní... aunque nos durmamos muchas
veces.
No todo tiene sentido, no podemos ser cínicos; la oración no puede reforzar el cinismo.
Orar es saber estar en Getsemaní, pasar por el sin-sentido y no anularlo con artificios. El
gemido sigue siendo gemido, y la esperanza sigue siendo esperanza ¡Cuidado con las
oraciones que quieran llenarlo todo inmediatamente de sentido! Son palabrería hueca o
puro esteticismo.
Tenemos que aprender que orar es aprender a vivir con ternura y pasión por las
criaturas, despojándonos de la pretensión de saberlo todo. Mt 25 nos dice algo de esto: en
este mundo se alivia mucho sufrimiento por gente que lo alivia sin saber todo lo que los
creyentes normalmente pretendemos saber; hay mucha gente que sin saberlo santifica
todos los días parcelas de la creación, como diría Elie Wiesel. Orar es tener una mirada
limpia y gratuita sobre la creación; entonces en la oración aflora la acción de gracias por
tanta bondad anónima. La oración cristiana no es una oración pretenciosa que pretende
saberlo y abarcarlo todo; la oración cristiana es pasión por el Creador y por las criaturas.
Gracias a Francisco de Asís, la oración cristiana se llenó de bondad, de limpieza y de
ternura.
Jesús pasa por la prueba del no retener para sí, de no ejercer el poder en su propio
provecho. Jesús tiene poder (exousÍa). El tentador lo pone a prueba en algo nuclear de su
misión: cómo procesar «su poder decir y hacer Reino». Jesús tiene poder, palabra con la
que se nos llena la boca diciendo que corrompe. ¡Claro que puede corromper y corrompe!;
pero si la prueba es prueba, es porque tocó a Jesús y nos toca a nosotros zonas
personales y de la realidad que puede destrozarnos. La mejor manera de huir de la realidad
es negarla.
Orar en la realidad tramposa
La oración cristiana no puede de ninguna manera evadirnos de la realidad en su
complejidad. Como la realidad es tramposa y asusta, se puede dar una huida muy sutil en
los seguidores y seguidoras de Jesús personal y comunitariamente. Una huida que supone
horas y horas dedicadas a jugar a «construir casitas y mecanos según los criterios del
Reino», cuando las casas y las obras están ahí delante, no en las salas de reunión, sino en
la realidad social tramposa. En muchos ambientes cristianos se está dando una auténtica
negación de las mediaciones largas y espesas, por miedo a quedar atrapados. La oración
cristiana, si es oración ante el Padre y Creador, adentra en la espesura de la realidad
creatural para hacerse cargo de ella; es más fácil «jugar a recortables» que intentar estar
en la vida ajustándola, aunque sea un poco, al Reino.
Cuando Jesús supera la prueba, su oración siempre le devuelve a la realidad, y la
realidad le lleva a la oración; porque entonces la oración no es huida, sino centramiento en
el Padre y Creador. La oración cristiana es vivir la confianza en la inquebrantable fidelidad
del Padre y Pastor, y aunque pasemos por cañadas oscuras sabemos que él nos
acompaña. Esta confianza produce vértigo, pero sólo cuando se ha pasado por cañadas
oscuras, muy oscuras, se sabe que Dios es un Dios leal. Esta lealtad de Dios salva la
vida.
Los que poseemos la palabra podemos declinar el verbo poder; los que no pueden
declinarlo son otros. No hay autoengaño más terrible que decirnos que ni tenemos ni
queremos poder: es una manera de no implicarse en la trama de lo que acontece. En virtud
de la Buena Noticia y la fortaleza del espíritu (Lc 11,13), podemos y debemos desvivirnos
por las criaturas aunque tengamos que estar toda la vida en actitud vigilante para no caer
en el dominio sobre ellas. Porque el dominio sí que no es de Dios, ningún tipo de dominio
nos está permitido. Jesús procesó el poder como servicio a los que no podían declinar el
verbo poder. Jesús no domina ni pisa; Jesús no es un asalariado de un dios-Amo; es el Hijo
que no nos hace siervos, sino amigos. La oración, si es cristiana, lleva a sanar todas las
tendencias dominadoras, porque en la oración no se experimenta a un Amo que nos
domina, sino a un Padre que se enternece ante nuestra debilidad reconocida. Este amor
del padre es un amor activo; y «cuando es activo, el amor religioso nos libera de la ilusión
de que ser humano significa convertirse en un 'ego' que trata de dominar y controlar a todos
los demás»7.
La oración no separó a Jesús de la vida, lo adentró en ella. Y en ella se encontró la
Bondad y la Misericordia, que le llevó a tener compasión. La oración del seguidor y
seguidora de Jesús pasará por la prueba de poner en cuestión seguridades, adquisiciones
ideológicas inamovibles; para ponerse en cuestión es necesario estar atentos a la realidad
de lo que acontece, como hemos visto, y estar atentos a lo que se nos ha entregado. «Los
creyentes conversarán con la tradición, a fin de ser transformados. Aquellos que tienen un
éxito parcial en dicha empresa son llamados testigos, justos, iluminados, santos»8; para
tener éxito en esta conversación con la tradición, con cuantos que nos han precedido en la
fe y han sido testigos de la Buena Noticia, es necesario que en nuestra oración «traigamos
a la memoria» las historias de testigos, iluminados, justos y santos, y que nos empapemos
de ellas; es necesario que nunca el Santo Nombre de Jesús se nos caiga de la boca y del
corazón.
SAL TERRAE 1998/12 págs. 865-877
.......................
1. J.B. METZ, El clamor de la tierra. El problema dramático de la Teodicea, Verbo Divino,
Estella 1996, p. 26.
2. Recuerdos Ignacianos. Memorial de Luis Gonçalves da Camara (versión y comentario
de Benigno Hernández), col. «Manresa», Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1992.
3. «La oración es una necesidad natural del corazón humano, pero esto no la justifica
ante Dios... Quien está vinculado a Jesús por el seguimiento tiene por Él acceso al Padre»:
D. BONHOEFFER, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme Salamanca 1986, p.
104.
4. Tengo muy presente en este trabajo la siempre sugerente obra de A. TORNOS,
Cuando hoy vivimos la fe. Teologia para tiempos difíciles, San Pablo, Madrid 1995.
5. Para el asunto del sufrimiento del otro, cf. E. LEVINAS, Entre nosotros. Ensayos para
pensar en otro, Pre-textos, Valencia 1993.
6. J.B. METZ, op.cit., p. 9.
7. D. TRACY, Pluralidad y ambigüedad. Hermenéutica, religión, esperanza, Trotta,
Madrid 1997, p. 160
8. Ibid., p. 161.