La globalización, ¿amenaza u oportunidad? Por una visión cristiana

Entrevista exclusiva con Jesús Villagrasa, catedrático de filosofía

ROMA, 24 abril 2001 (ZENIT.org).- La Cumbre de las Américas concluida este domingo en Quebec será recordada, entre otras cosas, por las protestas de eso que los sociólogos llaman el primer gran movimiento de contestación del siglo XXI. Un conjunto de sensibilidades e ideologías reunidas gracias a un enemigo común: la globalización.

La globalización constituye un fenómeno que también interpela directamente a los cristianos y sobre el que Juan Pablo II está ofreciendo su propia contribución. El pontífice, de hecho, dedicó un interesante discurso el pasado 9 de abril al argumento (Cf. Zenit, 9 de abril de 2001).

Para comprender mejor sus implicaciones, Zenit ha entrevistado a Jesús Villagrasa (Zaragoza, España, 1963), sacerdote y catedrático de filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, quien acaba de publicar un libro sobre el argumento:"¿Un mundo mejor? Pautas para vivir en la aldea global" (Logos Press, Roma, 2000)

Este ágil opúsculo sintetiza la reflexión de Juan Pablo II sobre la globalización, iluminada por la doctrina social de la Iglesia.

--Zenit: ¿Es la globalización un peligro, una amenaza o una oportunidad?

--Jesús Villagrasa: Es un hecho, un dato; un fenómeno aparentemente irresistible e irreversible y que va a adquirir cada vez mayor relieve. No es un hecho fatal porque es fruto de la opciones libres: como todas las cosas humanas está cargada de promesas y oportunidades, pero también de serios peligros. El Papa lo llamó hace unos meses "gran signo de nuestro tiempo". La Iglesia está leyendo atentamente este signo, y con su Doctrina Social ofrece principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción. En el libro he querido recoger los principales. La globalización es ante todo un reto moral, porque se juegan demasiadas cosas importantes para el destino del hombre, y hay que aprovechar las oportunidades y evitar sus inconvenientes.

--Zenit: El Papa habla de aspectos positivos y negativos en la globalización.¿Cuáles son según usted?

--Jesús Villagrasa: Siendo la globalización un fenómeno tan complejo habría que distinguir al menos tres dimensiones: técnico-económica, sociopolítica y cultural. Pero mezclando un poco todo parecen elementos positivos, el incremento de la eficiencia y de la producción, las intensas relaciones entre los países y las culturas, el fortalecimiento del proceso de unidad de los pueblos, las nuevas posibilidades para desplegar la solidaridad con los miembros menos favorecidos de la familia humana; son riesgos, la prepotencia de la economía sobre cualquier otro valor humano y que deja a las culturas sin alma; la lógica mercantilista que con su injusta competencia agranda el abismo entre ricos y pobres; los grandes poderes que tienden a configurar monopolios, anulan las soberanías nacionales, uniforman los modelos culturales... De todos modos, es mejor hacer estas consideraciones en concreto: este aspecto de la actual globalización ¿para quién es positivo?

--Zenit: Los críticos de la globalización la ven como una fatalidad controlada por pocos grupos de poder. ¿No hay manera de romper este sistema "perverso"?

--Jesús Villagrasa: La globalización no es "intrínsecamente perversa". No es justo achacarle la responsabilidad de todos los males presentes. Tampoco es un proceso fatal. Los procesos históricos y culturales dependen, hasta cierto punto, de la libertad de los hombres. Y está también la providencia de Dios. Dudo mucho que la globalización sea un proceso "controlado". Hay, ciertamente, grandes grupos de poder que ejercen fuertes, aunque ocultas, tiranías. La globalización no necesariamente debe llevar a nuevas oligarquías. Podrá parecer simplista pero creo que la manera de romper, donde los haya, "sistemas perversos" es la evangelización: el compromiso evangélico de los cristianos en la economía, en la política, en el diseño de legislaciones, en la educación, en los medios de comunicación... No hay recetas, pero los principios de la Doctrina Social de la Iglesia adquieren en el nuevo contexto globalizado una relevancia extraordinaria.

--Zenit: Esta lectura teológica de la realidad, ¿es proponible?

--Jesús Villagrasa: No veo otra mejor. En sí mismo, el fenómeno de la globalización tiene mucho futuro porque va de acuerdo con la naturaleza humana: los hombres aspiramos a la comunión y a la comunicación con los demás. Por su origen y por su destino los hombres estamos llamados a formar una sola familia, como "hijos de Eva" y como "hijos del Padre que está en los cielos". Pero Dios pone en manos del hombre su destino y su futuro. Somos nosotros, con su ayuda, los constructores de esta "familia humana" y de la "comunidad de naciones". Algo nada fácil, porque el pecado y sus secuelas globales son patentes. En la construcción de la Torre de Babel los hombres aspiraron a la unidad "global" y les fue mal. Por ahora, la globalización parece ser un fenómeno babélico: prescindiendo de Dios se ahondan las divisiones entre los hombres. Pero Dios puede hacer lo que los hombres solos no podemos hacer sin él: reunir la humanidad en una familia. La Iglesia, sacramento de unidad del género humano, nació el día de Pentecostés y es una familia que habla todas las lenguas; los arquitectos el nuevo orden global, aun los no creyentes, harían bien en escuchar su magisterio. Necesitamos una globalización pentecostal, no babélica.

--Zenit: El Papa denuncia el peligro de la "uniformización". Un peligro que usted llega a definir como "imperialismo cultural". ¿Cuál es la amenaza? ¿Cómo es posible evitarla?

--Jesús Villagrasa: En su exhortación "Iglesia en América", el Santo Padre advertía la imposición de nuevas escalas de valores, a menudo arbitrarios y materialistas, frente a los cuales es muy difícil mantener viva la adhesión a los valores del Evangelio y que destruyen los valores de las culturas locales en favor de una mal entendida homogeneización. Ahora bien, esta situación no se evita aislando las culturas o "folklorizándolas". Las culturas necesitan "vida interna" no aduanas o murallas. La Iglesia, con el anuncio del Evangelio y su universalidad católica, vivifica desde dentro a las culturas y sirve a una globalización cultural respetuosa de las diferencias. El reto para la Iglesia es viejo y nuevo: la inculturación, la transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas. La globalización pone en contacto las religiones y las culturas, que son realidades vivas; fuera de algunos regímenes represivos se dan "juntas y revueltas", cada una con su pretensión de validez. Las palabras mágicas de "tolerancia y dialogo" no solucionan nada; los problemas siguen abiertos. La tolerancia tiene su propio límite: determinar qué es intolerable. La tolerancia como "ideología", no como virtud, es peligrosa porque es relativista y germen de totalitarismo. El diálogo, también entre las culturas, para ser auténtico debe discurrir dentro de unos criterios y debe estar fundado en la "gramática" del espíritu que es la ley moral universal inscrita en el corazón humano. De nuevo, el magisterio de la Iglesia está dando unas orientaciones inapreciables.

--Zenit: ¿No cree que en el fondo los contestatarios de Seattle tienen mucha razón?

--Jesús Villagrasa: Entre ellos hay de todo. Una cierta unidad se percibió en el Foro Social Mundial celebrado en Porto Alegre a finales del pasado mes de enero. La declaración que hicieron los movimientos sociales conserva el tono ideológico de la vieja izquierda; sin embargo, el Foro Social de los Parlamentarios critica con acierto aspectos deficientes del sistema de mercado actual y se asocia a campañas muy laudables, que tienden a abolir la deuda de los países pobres, a favorecer sus exportaciones y a contrastar el desinterés de las multinacionales de los países ricos por el impacto de sus decisiones en los países pobres: en un contexto globalizado las multinacionales tienen que asumir la responsabilidad por las consecuencias globales de sus decisiones. Sería un lamentable error identificar estas reivindicaciones y exigencias con las pretensiones utópicas de activistas violentos o "ignorantes". De todos modos, creo que nadie ha puesto exigencias tan radicales como Juan Pablo II; él no es un crítico a ultranza de la globalización; su magisterio es muy luminoso porque es evangélico, realista y exigente, orientado a propuestas constructivas, razonables y operativas; no es un crítico "global" porque sabe ver tantas oportunidades latentes en este complejo y ambiguo fenómeno.

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Libro del cardenal de Génova en vísperas del G-8

"La globalización: un desafío"

GÉNOVA, 5 julio 2001 (ZENIT.org).- "La globalización: un desafío". Este es el título de un libro escrito por el cardenal Dionigi Tettamanzi, publicado en vísperas de la cumbre de los países más industrializados (G-8), que tendrá lugar en Génova, ciudad de la que es arzobispo, del 18 al 21 de julio.

El cardenal Tettamanzi, quien fue durante años catedrático de Teología moral, plantea una pregunta en el volumen, publicado por la editorial "Piemme": ¿qué se puede decir en la situación actual sobre el fenómeno de la globalización económico-financiera?

El purpurado responde sin caer en los extremismos de quien demoniza o idolatra este fenómeno. De hecho, reconoce que la globalización ha producido y sigue produciendo efectos positivos, incluso para el desarrollo de los países del tercer mundo.

Ahora bien, considera que hay que preguntarse seriamente si una globalización que no está gobernada por los principios éticos de la justicia y de la solidaridad no llevará a una profundización de la brecha entre pueblos ricos y pobres, entre la concentración de la riqueza en manos de unos pocos "Epulones" y la marginación de los millones de "Lázaros" de la tierra.

La globalización económico-financiera no puede tener como criterio absoluto y exclusivo la ganancia, afirma el arzobispo de Génova, sino que más bien, en la lógica de una libertad responsable, debe ponerse al servicio del hombre y de sus derechos, entre los que se encuentra el derecho al trabajo.

La globalización, concluye, es un "dato", del que no se puede huir. No se trata sólo de un simple dato exterior y marginal al hombre, pues el hombre está involucrado como destinatario, como sujeto activo, en su libertad, cuyo ejercicio conduce al bien o al mal.


Intelectuales católicos critican la alineación con los antiglobalizción

Denuncian el peligro de confusión ideológica

MILÁN, 5 julio 2001 (ZENIT.org).- Un grupo de treinta intelectuales, periodistas y científicos católicos han firmado un documento de seis páginas en el que se distancian de las organizaciones de protesta de los grupos antiglobalización. Y lanzan un eslogan: "¡No os conforméis!".

Se trata también de una respuesta al manifiesto suscrito por cuarenta asociaciones y ONG católicas ante la cumbre del G-8 de Génova "que --acusan los firmantes-- con este nuevo escrito, corren el riesgo de hacer volver a los católicos a la situación de hace veinticinco años", es decir, una "subordinación a ideologías y eslóganes de grupos y movimientos políticos que nada tienen que ver con nuestra fe".

El documento ataca la postura de las asociaciones católicas italianas firmantes del manifiesto (entre ellas la Acción Católica de los Trabajadores Italianos y el Movimiento Cristiano de Trabajadores) porque, en su opinión, "los firmantes del manifiesto se alargan hablando de las materias más variadas, pero en ninguna parte se ha considerado necesario mencionar que Jesucristo es el único salvador del hombre y que este anuncio es su tarea fundamental".

Subrayan también que los firmantes cierran filas de modo acrítico con el "pueblo de Seattle" (los antiglobalización), tanto que , "por si fuera poco han eliminado todos aquellos temas que habrían podido diferenciarles del pueblo de Seattle". "No se dice una palabra -afirman- contra el aborto de masa, la eutanasia, los programas de esterilización colectiva en los países del tercer mundo, ni contra el uso experimental de la genética en seres humanos".

Pero la culpa mayor reside en la ideología del movimiento anti G-8 que -consideran- tiene su raíz en "un esquematismo ideológico, una brutalidad maniquea, un desprecio de la razón humana que son absolutamente irreconciliables con la positiva apertura a la búsqueda de la verdad a la que nos educa la experiencia cristiana". Para los firmantes, esto es consecuencia del componente marxista del movimiento antiglobalización, que llega "incluso a demonizar el desarrollo, la tecnología y la ciencia". Junto a ello, se da un "ecologismo que es casi un fanatismo religioso", culpable de "alimentar de manera irresponsable fobias colectivas", inspirado en una concepción pagana en antítesis con el cristianismo.

El documento recuerda cómo el progreso científico, tecnológico, cultural y económico han convertido en más habitable nuestro planeta. Y que los "países que están más abiertos al comercio tienen un crecimiento mayor que los que no lo están". Esto sin olvidar que "existen graves injusticias en el mundo".

En conclusión, los firmantes suscriben las afirmaciones del editorialista del "New York Times", Thomas Friedman, que define a los antiglobalización como "la coalición que quiere mantener pobres a los más pobres".

El manifiesto ha sido firmado por el momento por el padre Piero Gheddo, famoso misionero de PIME (Pontificio Instituto de las Misiones en el Exterior); por Tullio Regge, premio Einstein de Física; por veinte profesores e investigadores del Centro Italiano de Investigación (CNR); por Luigi Amiconi, director de "Tempi", revista cercana a Comunión y Liberación; y por el periodista Antonio Gaspari.