NECESIDADES ESPIRITUALES DEL ENFERMO TERMINAL
por J. H. Thieffrey
Después de los debates sobre eutanasia y el empeño terapéutico, asistimos,
en Francia, desde hace algunos años, al desarrollo de los cuidados de
acompañamiento o cuidados paliativos. Estos cuidados se refieren a las
personas al término de su vida.
Comprenden un conjunto de técnicas, de prevención y de lucha contra el dolor.
También se añade la toma en consideración de sus necesidades individuales,
sociales y espirituales.
La noción de espiritual designa aquí una propiedad mucho más amplia que la
fe religiosa.
Este trabajo tiene como objetivo precisar lo que recubre para los cuidadores y
los acompañantes esta noción de necesidades espirituales, cómo responder a
ello, y a qué lectura teológica acuden.
Es mucho lo que se juega. Para los cuidadores, esta clarificación puede
favorecer la salida de una antropología reductora y precisar su rol en el apoyo
que se debe dar a los enfermos. Para los cristianos, el juego consiste en percibir
cómo las necesidades que se observan interpelan su fe y su forma de ser
testigos. El juego consiste también para todo hombre en descubrir los valores
que se mantienen al final de la vida.
Ante todo tomaremos las publicaciones medicales y de enfermería para
localizar la noción de necesidades espirituales. Luego propondremos un ensayo
de tematización de estas necesidades a partir de las diferentes aproximaciones.
Desarrollaremos la noción de apoyo espiritual.
En fin, en una última parte, propondremos una lectura teológica y evocaremos
ciertas incidencias pastorales.
Estas páginas son el fruto de una experiencia de un cuidador --médico en
servicio de reanimación y radioterapia, luego cuatro años en el Senegal en un
dispensario como coordinador de un programa de medicina preventiva-- de una
corta experiencia de capellán de hospltal y de una reflexión al final de un
recorrido teológico. Reclamarán una profundización en el porvenir.
OCURRENCIA DE LA PREGUNTA
ENFERMOS-TERMINALES: Desde hace varios años en los
cuidadores se desarrolla un concepto de necesidades espirituales que
cubre parcialmente el dominio religioso. Algunos puntos de referencia
nos ayudarán a descubrir lo que abarca esta noción. Recorremos la
Declaración Francesa de los Derechos del Hombre, las publicaciones
medicales y de enfermería, las directrices ministeriales y ciertas
iniciativas concretas. Evocaremos luego algunas razones de interés
en los cuidadores para la dimensión espiritual del hombre enfermo.
El derecho francés
La Declaración Francesa de los Derechos del Hombre de 1789
reconoce y garantiza la libertad religiosa y la libertad de expresión
(artículos 7.10). Desde la separación de la Iglesia y del Estado, el
artículo I de la ley del 9 de diciembre de 1905 estipula que la
República asegura la libertad de conciencia. «Garantiza el libre
ejercicio del culto bajo la sola restricción emanada del interés del
orden público». En virtud de este artículo, las capellanías permanecen
de derecho en los hospitales, teniendo como tarea el permanecer
efectiva, con la posibilidad para todo ciudadano, incluso hospitalizado,
de ejercer libremente su culto. No pudiendo asistir al culto, es preciso
que el culto llegue hasta él...
Actitud de los cuidadores
según las publicaciones medicinales
y de enfermería
El personal cuidador ha tomado ventaja en la conciencia de la
dimensión espiritual y religiosa de los pacientes, después de haber
tenido como objetivo principal el aspecto puramente medicinal de las
enfermedades. Ante todo esta atención se ha volcado sobre la
transmisión de las peticiones religiosas a los ministros del culto. Luego
se ha ligado con la identificación y la respuesta que se debe dar a las
necesidades espirituales de los enfermos, descubierto en el sentido
más amplio y no restringido del aspecto religioso.
En 1968, la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) publicó una
guía para la dotación de un hospital con personal de enfermería.
Margarita Paetznick abordaba las necesidades espirituales en el
cuadro del confort psicológico: en este campo, el rol del personal de
enfermería consistía en «ofrecer al enfermo la posibilidad de recibir la
asistencia del ministro de su culto, de tener acceso a libros u objetos
religiosos susceptibles de apoyo en la prueba".
En este documento, espiritual y religioso, se recupera la asistencia
del ministro del culto, solicitada en razón del apoyo que puede aportar
en la prueba y no como un derecho en sí mismo.
En 1969, Virginia Henderson, en otro documento de la OMS, afirma
que respetar las necesidades espirituales de los enfermos y asegurar
que puedan satisfacerlas en todas las circunstancias hace parte de
los cuidados de enfermería de base. El sentido de la palabra espiritual
está aún cerca de religioso. No obstante, la introducción de la obra,
sin hablar explícitamente de las necesidades espirituales, vuelve a
situar el cuidado de enfermería en el más vasto cuadro de las
necesidades fundamentales de todo hombre: todos conocen que el
nursing toma su fuente en las necesidades fundamentales del hombre
(H/NECESIDADES-FMS). La enfermera no debe perder jamás de
vista que todo hombre está animado por un deseo innato de
seguridad, de nutrición, de albergue, de vestido: de una necesidad de
afecto y comprensión, de un sentimiento de utilidad, de confianza
mutua en sus relaciones sociales y que es así en la persona que le
asiste, enferma o con salud.
Admitido sin réplica, estas necesidades elementales reconocidas y
aceptadas por los sociólogos y los filósofos, han sido muchas veces
desfiguradas u olvidadas. Cada cultura las interpreta diferentemente y
cada individuo lo hace a su guisa. No las presentaremos como una
fórmula pudiendo explicar el comportamiento humano, el cual guarda
su aspecto misterioso en despecho de todo lo que se ha conocido en
esta materia. Estas necesidades enunciadas no incluyen
particularmente este deseo común de una fe reconfortante en el Ser
supremo o una forma ética sirviendo de finalidad al hombre o de guía
en su comportamiento. Tampoco expresan su deseo de responder a
las exigencias de esta fe ni del sentir que anda bajo la mirada de
Dios.
En París, en 1971, en las Jornadas de perfeccionamiento del Centro
Cristiano de Profesiones de la Salud, se reunieron más de mil
cuidadores, en su mayoría enfermos. Tras una larga exposición sobre
nefrología, se pidió al padre P. Deschamps, una intervencion sobre
las necesidades psicológicas y espirituales del paciente con larga
enfermedad. Numerosos participantes no reclamaban explicitar la fe
cristiana. El hecho mismo de esta conferencia en el curso de un
congreso técnico es pues significativo de lo que podía ser capaz de
interesar este tema en los cuidadores más allá de la comunidad
creyente. Pero el padre Deschamps rechazaba el distinguir lo que era
específico del dominio espiritual en relación con la propiedad
psicológica afirmando que «la gracia no asciende en el aire pero que
se enraiza en el mantillo humano». En su intervención, el concepto
espiritual desborda el religioso, no está asimilado al psicológico, pero
no está aún lo suficiente definido.
En el Canadá, en 1973, Kozier du Gas, después de haber afirmado
que no se puede tratar a un enfermo en su conjunto sin aportarle una
ayuda física, psicológica y espiritual, distinguía el apoyo directo que
puede dar el mismo cuidador de la cohesión necesaria a tener entre el
paciente y sus propias fuentes de asistencia espiritual. Aquí lo que
depende de religiosos está situado en el interior de lo espiritual.
En 1975, la traducción francesa de la obra completa de E.
Kubler-Ross iba a permitir examinar otra actitud frente a la muerte que
la estéril alternativa entre el encarnizamiento terapéutico y la
eutanasia. Las necesidades espirituales no son evocadas como tales,
pero la autora trata de la relación del enfermo grave con su
enfermedad, de la persona colocada frente a sí misma y a su historia.
La expresada experiencia desmantela el mutismo del personal médico
y de enfermería desvelando el deseo de los enfermos de hablar de su
enfermedad, de su muerte, de sus cosas y de su esperanza.
MU/5-ETAPAS: La doctora E. Kubler-Ross identifica cinco etapas
observadas con frecuencia en el acercamiento de la muerte: rechazo,
despecho, regateo, depresión y aceptación. No propone un saber
conducir a una terapia, pero sí unos puntos de referencia exaltando la
naturaleza indeformable de nuestra humanidad y el bloqueo pernal
requerido por aquel que le acompaña.
Por otra parte, la presentación del Centro «St. Christopher» de
Londres en la revista Laennec (1975), describía, no sólo la necesidad
de un nuevo acercamiento al final de la vida, sino la realidad de una
institución fundada desde el año 1967 para concretizar una respuesta
adaptada a esa necesidad.
Odette Thibault, siempre en el año 1975, que luchará para el
derecho de la eutanasia, recuerda sin embargo que es importante el
no reducir el acompañamiento al final de la vida a la asistencia médica
puramente técnica: «La utilización de los medios técnicos es un (falso)
substituto a una ayuda psicológica infinitamente más difícil». También
evoca la asistencia religiosa ofrecida por el Hospicio «St.
Christopher».
En 1978 reaparecía el artículo del padre Deschamps, en la revista
Laennec y la escuela de graduación del personal de enfermería de
Poissy aceptaba que Jacques Cougnaud consagrara su memoria
sobre el tema preciso de las necesidades espirituales.
El objetivo de este trabajo era dar la nota sobre la controvertida
actitud de los cuidadores frente a esta noción.
NECESIDADES-ESPAS: C. Jomain definía en 1984 las necesidades
espirituales tomadas en un sentido amplio: se trata de necesidades de
las personas creyentes o no, a la búsqueda de la nutrición del
espíritu, de una verdad esencial, de una esperanza, del sentido de la
vida y de la muerte, o también deseando transmitir un mensaje al final
de la vida.
En 1986, B. Simsen publicaba un estudio sobre las necesidades
espirituales de los enfermos hospitalizados, desvelando que la
mayoría de entre ellos posee una forma de buscar: sobre el sentido
de su enfermedad y de su vida.
El doctor Renée Sabag Lanoe describía los determinantes de la
identidad de las personas mayores acogidas en los servicios de
hospitalización de mediana y larga duración, determinantes a tener en
cuenta necesariamente por el personal de enfermeria.
El mismo año el primer congreso de cuidados paliativos de Ginebra
reunía a más de 600 profesionales de la salud. Roette Polletti
evocaba la dimensión espiritual del sufrimiento del canceroso, al cual
debe responder un acompañamiento espiritual.
Estuvo organizada una mesa redonda sobre el apoyo psicológico y
las necesidades espirituales de los pacientes y de las familias y
Cosette Odier, capellán del CESCO (Centro de Estudios y de
Cuidados Continuos) intervenía sobre las modalidades del
acompañamiento espiritual».
J. Pillot, psicólogo, en 1987, entraba en los problemas psicológicos
del sufrimiento de las personas al final de su vida. Distinguía el
sufrimiento físico accesible a un tratamiento médico del sufrimiento
psicológico, moral. Para el autor, este sufrimiento moral es la
expresión de una búsqueda del significado en medio del caos
provocado por la irrupción de la enfermedad y de la muerte.
El padre Jean Vimort publicaba el mismo año un capitulo entero
sobre las necesidades espirituales de los enfermos y de sus familias
del cual hablaremos más adelante.
En 1988, el doctor C. Saunders explicaba cómo el final de la vida
hace nacer el deseo de acceder y colocar en primer lugar lo que se
considera como verdadero y valioso. Pero también ella subraya cómo
este deseo puede correr el riesgo de dar nacimiento al sentimiento de
sentirse incapaz o indigno de vivir según estas prioridades,
engendrando un sufrimiento espiritual. Paralelamente la revista Jalmay
publicaba un número especial en el cual el padre J. Pillot había
hablado hasta entonces de sufrimiento psicológico, casi moral, utiliza
explícitamente el término de necesidades espirituales del moribundo.
Este tema, numerosas conferencias (1989) lo trataron
explícitamente. La revista AH (Capellanías Hospitalarias) consagraba
el número de abril a la «experiencia espiritual de la enfermedad»,
cuyo primer articulo se titulaba: Necesidades espirituales y andadura
religiosa. Cuando el Congreso de Ginebra sobre los cuidados
paliativos, reuniendo esta vez más de 1.100 cuidadores, C. Odier
intervenía con la noción de apoyo espiritual. En cuanto al Centro de
Pluridisciplina de Gerontología de Grenoble, programaba una sesión
de cuatro días sobre espiritualidad y fin de la vida.
En los cuidadores, hay pues una convergencia de interés para un
tercer campo de comprensión de la persona enferma. Se asiste al
reconocimiento explicito de necesidades que no son, ni estrictamente
fisiológicas, ni precisamente psicológicas, calificadas unánimamente
como «necesidades espirituales».
Evolución de las normas ministeriales
en materia de formación y de cuidados
El retoño de interés para un más allá del acercamiento técnico y
psicológico de las personas y de la enfermedad se encuentra en la
orientación de las normas ministeriales en materia de formación de
enfermaría y de los cuidados terminales.
--La reforma hospitalaria de 1970 tenía en cuenta los problemas
que planteaba la defunción en el hospital. Pretendía quitar a la muerte
en el hospital «su carácter atroz porque era público». La solución que
prevalecía, como más humana, consistía en trasladar el enfermo a su
casa para que allí terminara su vida.
--El decreto del 14/01/1974 preveía siempre la evacuación a
domicilio «si el mismo enfermo o su familia, expresaban el deseo. Pero
si no abandona el hospital, está previsto el trasladarlo a una
habitación particular. Se admite a sus allegados a permanecer cerca
de él y a asistirle en sus últimos momentos.» (Art. 67). En él no se
menciona el «deber de asistencia» por parte de los cuidadores. Éste
estaba reservado a la familia.
--En 1979 la Orden Ministerial referente al programa de estudios
preparatorios al diplomado de Enfermería identificaba cinco
necesidades fundamentales a tener en cuenta en la perspectiva de
cuidados: necesidades fisiológicas, necesidades de seguridad, de
pertenencia, de consideración, del más allá. Este análisis, tomado a
Maslow, abre un horizonte más amplio que la bipolaridad
psicofisiológica.
--En febrero de 1984, la Dirección General de Salud Pública del
Ministerio Francés de Asuntos Sociales organizaba dos jornadas de
información y de intercambio sobre el modelo conceptual de los
cuidados propuestos por Virginia Henderson. Este modelo se aceptó
oficialmente por la Asistencia Pública de los hospitales de París en
1984. Ya hemos mencionado sus orientaciones.
--En julio de 1984, en el artículo primero del decreto referente al
ejercicio de la profesión de enfermería, el Ministerio de la Salud
consideraba la asistencia de las personas en sus últimos instantes de
vida como el tercer objeto de los cuidados de enfermería, citado
seguidamente después de promoción, conservación, restauración de
la salud y el alivio del sufrimiento.
--En agosto de 1986, el profesor J. F. Girard, Director General de la
Salud, emitía una circular sobre los cuidados terminales a fin de
apartarse de la falsa alternativa entre la eutanasia y el
encarnizamiento terapéutico y evitar los riesgos de una actitud
únicamente esmerada frente a la muerte. Según la circular, «los
cuidados de acompañamiento tienden a responder a las necesidades
específicas de las personas llegadas al término de su existencia.
Comprenden un conjunto de técnicas de prevención y de lucha contra
el dolor, de un asidero psicológico del enfermo y de su familia, de una
toma de consideración de sus problemas individuales, sociales y
espirituales. Espiritual está pues diferenciado aquí del psicológico en
una antropología a cuatro bandas.
Las unidades de cuidados paliativos
y las asociaciones de acompañamiento
Las publicaciones medicinales o de enfermería y las normas
ministeriales no son los solos testigos de la atención a la dimensión
espiritual del hombre. En cinco años han nacido 50 asociaciones de
acompañamiento reagrupando cuidadores y acompañantes
benévolos; y desde 1987 han salido a la luz 16 unidades de cuidados
paliativos.
Algunas razones
de la atención a las necesidades espirituales
Pero, por qué es así? ¿Qué es lo que ha cambiado en el mundo de
la salud para que se tenga necesidad de estar atento a lo que en otro
tiempo había pasado bajo el silencio o parecía ir como una seda?
La exclusión de la muerte fuera de la vida social
MU/MARGINADA-SOCIAL: La muerte en la sociedad tradicional.
Durante milenios, el hombre ha sido el amo soberano de su muerte y
de las circunstancias de su muerte. Hoy ha cesado de serlo. Hasta los
siglos XVIII y XIX, si no se había dado cuenta él mismo, su entorno, su
familia, su médico juzgaba como un deber el advertirle, pues la muerte
repentina era temida. «Señor, ¡líbranos de la muerte repentina!
(letanías). El moribundo podía poner orden en sus asuntos, dar los
adioses a los suyos, dictar sus ultimas voluntades, ver al sacerdote
para estar preparado delante de Dios. El moribundo era también el
autor de su forma de partir. Ya en el siglo XIX, si el anuncio de la
muerte era siempre un deber de sus allegados, había llegado a ser
difícil. Los ritos funerarios tenían mucha menos importancia. A
principios del siglo XX, la forma oficial del luto declinó progresivamente
y luego desapareció.
La muerte en la sociedad técnica. La ética de la muerte se ha
invertido en algunas generaciones. El enfermo condenado o en grave
peligro no debe tener conciencia de su estado. Se pueden evocar
varias razones: la secularización, el progreso de la medicina (cada vez
se sabe menos si una enfermedad es grave o mortal), la
medicalización de la fase terminal, la visión de la muerte como un
fracaso, o el desplazamiento del lugar de la muerte hacia el hospital.
El paciente se ve desposeído del derecho de morir conscientemente.
Louis Vincent Thomas, en 1980, constataba lo siguiente: «Para una
sociedad dirigida por la rentabilidad, el provecho, el agonizante está
de sobra y de más, y se le hace comprender indirectamente. Su
muerte ha cesado de ser un acontecimiento social y público. En su
casa, pero sobre todo en el hospital el moribundo agoniza y luego
muere solo, sin estar preparado para ello... Escondido y sin testigo,
todo se pasa como si la muerte no existiera. A lo mejor se le estará
agradecido de morir discretamente. Si se queja muy fuerte, se le
agravia. Si cierra los ojos y se vuelve hacia la pared, se le reprocha
secamente su rechazo antisocial de comunicación, su renuncia
culpable en la lucha vital. El ideal es precisamente "la muerte de aquel
que tiene apariencia de que no va a morir"».
Hoy hay.una evolución en relación con la muerte. El cuerpo médico
se encarga cada vez más del fin de la vida de los enfermos y poco a
poco pone de relieve la necesidad y las ventajas de estar en verdad
con los pacientes.
Del desplazamiento hacia el hospital
del lugar de la muerte
El hospital se ha convertido principalmente en el lugar de defunción
en Francia. En 1964, el 63,2 % de personas morían en su domicilio, el
33,5 % lo hacían en el hospital (en otros, 3,2 %).
En 1976, el tanto por ciento es el mismo en el hospital como en el
domicilio. En 1982, la relación es inversa: el 30,6 % mueren en su
domicilio y el 67,8 % lo hacen en el hospital. Después de esta fecha
se estabiliza: en 1987 los porcentajes respectivos eran de 29,9 %
contra el 66,3 %.
Así, la muerte en el hospital es mucho más frecuente que en el
domicilio y esto sucede muy rápidamente sin que el hospital esté
preparado; sin que ningún médico, enfermera o auxiliar hayan estado
debidamente formados para asumir estas funciones; sin que hayan
podido aprender un mínimo del saber hacer, de saber estar, algo
indispensable para hacer frente correctamente a la situación.
Ciertamente se puede deplorar este fenómeno medicinal de la
muerte que conlleva el desplazamiento del domicilio hacia el hospital.
Pero está ligado probablemente a toda suerte de elementos
diferentes, tales como: el mejor acceso a los cuidados medicinales, la
creencia en la eficacidad de la medicina, la nuclearización de la
familia, la soledad, el espacio exiguo del domicilio.
A esto hay que añadir las dificultades materiales a veces insolubles
y la angustia que provoca la presencia de un agonizante en el seno
del hogar, en una sociedad donde la mayoría de las mujeres trabajan
y ya no aseguran el rol tradicional que les estaba asignado en otro
tiempo.
Por ello, progresivamente se encuentran profesionalizados los
cuidados a los moribundos. Es toda la persona que se encuentra en
manos de los cuidadores. Deben considerar todas las necesidades de
los enfermos, estar atentos al hombre más allá de su enfermedad y de
su psíquico y descubrir lo que se debe hacer cuando ya nada se
puede hacer.
El aumento de la técnica de los cuidados
El enfermo está actualmente rodeado en el hospital de un personal
con numerosas tareas, cada vez más técnicas, aumentando el número
de los intermediarios; acarreando cada vez más lejos las relaciones
cuidadores-cuidados. Aún más, el doctor Jean Roger expresa como
«la muerte de otro reaviva nuestros propios miedos y subraya nuestra
impotencia». Hay que reaccionar rápido para no huir de ese enfermo y
protegerse contra nuestra propia imagen refiejada en el rostro
atacado por el sufrimiento. Se tiene tendencia a luchar más contra la
muerte que hacia la agonía, a ocuparse más de la enfermedad que
del enfermo. La respuesta técnica invade entonces el campo
relacional.
Con el tiempo, esta actitud genera en el enfermo el sufrimiento de
estar considerado solamente a través de su cuerpo, de no estar
reconocido en su identidad de hombre, único, con su historia, sus
cuestiones, sus esperanzas.
C. Jomain relata el análisis de las aprendices y de los cuadros de
enfermería donde testifican la soledad del moribundo en el hospital,
de la ausencia casi absoluta de ayuda moral. Demuestran un
sufrimiento del personal ante la muerte que constituye no solamente
una demora en cuestión de su competencia profesional, sino también
una llamada a su propia finitud.
Estos cuadros de enfermería constataban que el saber y la
habilidad del personal médico de los hospitales generales, expertos
en la práctica de cuidados curativos y somáticos, estaban inadaptados
para satisfacer la ayuda moral necesaria en el caso del fin de la vida;
esta ayuda requiere una respuesta de orden relacional.
Hay pues necesidad de buscar en qué consiste esta ayuda y cuáles
son esas necesidades espirituales. Vamos a contrastar las diferentes
semejanzas y empezar por precisar ciertos términos utilizados, pues
varía el sentido según los autores.
Vocabulario
Enfermedades-graves
Entendemos por enfermedades graves las situaciones donde se
perfila la eventualidad de la muerte o donde acontece un handicap
grave y duradero, que va a trastornar el sentido de la vida del
enfermo, sus seguridades y la jerarquía de sus valores. Por
enfermedades graves, entendemos también las afecciones con un
claro pronóstico, pero que conllevan mitos sociales, como el cáncer;
tocan entonces a la persona más allá de su cuerpo, y alteran toda la
forma de estar en el mundo. Éstas son las enfermedades que
conducen al paciente a la toma de conciencia de su posible
mortalidad, de su precariedad y de los límites del dominio que
pensaba tener sobre su vida. Por definición, estas enfermedades
subrayan los límites del poder médico.
Para no ahogarse frente a estos trastornos, la persona enferma
busca las modalidades de adaptación a su situación.
Necesidades (espirituales)
El concepto de necesidad es ambiguo, y por lo mismo, es aquel que
han retenido los cuidadores. El término necesidad se refiere
clásicamente a un objeto cuya ausencia puede estar colmado por el
mismo objeto. La no satisfacción de las necesidades físicas en el
hombre (necesidad de comer, de beber, de respirar, de dormir) lleva
de inmediato a un sufrimiento, y a largo plazo una amenaza vital.
Ciertos déficits en el organismo reclaman ser colmados. El consumo
del objeto que falta hace desaparecer la necesidad inicial.
La medicina considera también al hombre en sus necesidades
físicas. El programa de formación de las enfermeras reconoce bajo la
rúbrica de necesidades fundamentales del hombre, después de las
necesidades fisiológicas, las necesidades de seguridad, de
pertenencia y de consideración.
A diferencia de necesidad fisiológica colmada por un objeto, las
necesidades psicológicas hacen un llamamiento a las relaciones
interpersonales, requiriendo a los individuos en su libertad.
La respuesta a estas necesidades compromete al sujeto que le
responde. El objeto deseado no es consumado, se ciñe a sí mismo.
Este objeto conserva su modificación. La noción de necesidad es
pues analógica. Debemos anotar que las necesidades fisiológicas y
las necesidades psicológicas se han de distinguir, pero sería en vano
querer separarlas.
¿Se puede hablar de necesidad cuando se trata de la dimensión
espiritual del hombre? En efecto, si se puede medir las necesidades
fisiológicas en relación con la falta de algo preciso que debe estar
colmado, si se puede evocar las necesidades psicológicas solicitando
una relación de ayuda, puede hablar en términos de necesidad
cuando se trata de un exceso o de un interrogante del hombre sobre
sí mismo. La palabra deseo es más apropiada, pero la noción de
necesidad significa para el cuidador que el no tener en cuenta este
aspecto del paciente, está en posibilidad de provocar un sufrimiento.
La necesidad espiritual solicita a sus allegados a dar un apoyo. ¿De
qué apoyo tiene necesidad el paciente afrontado a una enfermedad
grave que trastorna toda su forma de vivir y que derrumba
seguridades y esperanzas? Tal es la pregunta que se plantean
progresivamente los cuidadores y que lo hacen con una precisión y
claridad creciente.
Espiritual
Hemos hecho notar como el desplazamiento al lugar de defunción
del domicilio al hospital obliga al personal de enfermería a considerar
al enfermo en su globalidad y no una antropología implícita en dos
términos (bio-psicológica): «La vida no se resume en el silencio de los
órganos.
Hemos remarcado en las publicaciones de los cuidadores un
aspecto que desborda la cercanía psicológica. El cuerpo y el psíquico
no lo dicen todo del hombre. Hay un tercer elemento, una tercera
instancia, es aquella por la cual el hombre puede asumir su condición,
llevar su fardo de hombre, sea la enfermedad o la miseria. La salud
según la tercera instancia está al principio de la salud psíquica porque
está justamente ordenada a la buena iniciación del hombre. Está al
principio de la salud del cuerpo en la medida en que el cuerpo, no
separado, testifique la concordia del hombre consigo mismo y con
todo».
Esta tercera instancia espiritual no hace número con las otras dos,
pero las atraviesa. Es el hilo rojo que entrelaza los elementos.
Aquí espiritual no está tomado en sentido religioso. Ha sido a veces
expresado por moral (sufrimiento moral). Se refiere al interrogante
existencial del hombre. Este interrogante y las respuestas dadas
pueden expresarse en un vocabulario y a través de convicciones
religiosas. El sufrimiento, la enfermedad, la muerte son circunstancias
donde aparece el interrogante de forma explícita.
ANÁLISIS DE LAS NECESIDADES ESPIRITUALES
Preliminar
Siendo el hospital el lugar habitual de residencia de los enfermos
graves o en el final de su vida, hemos ya mencionado cómo el
personal de enfermería se ha visto confiar el cuidado de los pacientes
según una cercanía global, física, psíquica, espiritual. Será pues útil el
circunscribir los diferentes aspectos de la demanda espiritual para
mejor conocerla y tenerla en cuenta mejor.
No obstante en el relato del congreso de Ginebra, C. Durand y P.
Nouspikel se dan cuenta de cómo es delicado de discernir y evaluar
una petición espiritual en su contexto siendo al mismo tiempo
sociocultural y personal. Esto es más difícil aún cuando la demanda
está en pleno movimiento, bajo el impacto de la enfermedad, de la
desorientación espacio-tiempo y de la sed de encontrarse mejor.
Virginia Henderson recuerda también que en todo enunciado de
necesidades humanas, se debe tener en cuenta que la motivación es
más fuerte en algunas personas que en otras; y que, a lo largo de la
vida, las necesidades pueden crecer y decrecer.
Así pues, la conceptualización de las diferentes necesidades que
proponemos aquí en este capítulo no constituyen puntos de
referencia. En razón de la convergencia de los autores hemos
retenido la necesidad de ser considerado como persona, la de releer
su vida, la búsqueda del sentido, la necesidad de liberarse de
culpabilidad, la de reconciliarse, la de abrirse a la transparencia y de
percibir un más allá a los límites de su propia vida. Evocaremos las
modificaciones con relación al tiempo y a la expresión religiosa de las
necesidades espirituales.
Necesidad de ser reconocido como persona
La prueba de la enfermedad y de la hospitalización amenazan a la
persona en su identidad de distintas maneras.
La ruptura de la unidad de la persona
La enfermedad con frecuencia toca al sujeto en la unidad de su
persona; se le aparece como una intrusa que la acordona a pesar de
ella y que invade su conciencia sin su consentimiento... El enfermo se
ve forzado a comprometerse en una obscura discusión donde el
compañero es el cuerpo, hasta aquí sumiso y dócil, y ahora rehúsa
obedecer. Impone su ley por la fatiga, la fiebre, la parálisis, el
entumecimiento o el sufrimiento. El cuerpo se desolidariza. Pone en
descalabro la unidad de la persona... La enfermedad determina un
desgarro, una división de sí, consigo y puede llevar a una
desavenencia consigo mismo. Prueba el yo, que ya no se reconoce en
el espejo y busca en la mirada del otro la seguridad de ser
reconocido.
El anonimato
Estas amenazas por la identidad de aquel que sufre pueden
aumentar por el cambio del lugar de residencia. Desde su entrada al
hospital, sobre todo la primera vez, el enfermo puede experimentar el
sentimiento de estar despersonalizado. A veces tiene la impresión de
que es sólo una matrícula. «Y por tanto, tiene un nombre, una familia,
una historia, sus inquietudes y sus proyectos los cuales son su razón
de vida. Al exterior es alguien; aquí sólo un número». Se da cuenta
como se imprime delante de él 25, 30 etiquetas llevando su número
de inscripción, su nombre, fecha de entrada. Está fichado. En la sala,
a pesar de todas las órdenes contrarias, se hablará del número X, en
lugar de decir el señor Tal o el señor Cual. Le despojarán de sus
ropas, las que expresan su personalidad, y revestido del pijama y de
la bata, uniforme del hospital. Estará sumergido en el anonimato. «Se
siente reducido o identificado con su enfermedad». Se arriesga a vivir
como algo que se manipula. La indiferencia y la reducción del otro al
estado de objeto niega la relación y mata al sujeto».
La ruptura social
La privación de los roles sociales, de sus responsabilidades y de
sus compromisos amenaza también al sujeto en su identidad y aviva
su soledad. Dependiente, se encuentra obligado a poner entre las
manos de otro, con frecuencia apartado de las decisiones que le
conciernen, con la impresión de ser inútil. Estas diferentes rupturas
avivan en el paciente la sensación de soledad.
El deber de ser reconocido como persona es una necesidad. El no
tenerlo en cuenta es mortal como testifica R. Sebag Lanoe: «Desde
nuestra llegada al hospicio, hemos estado impresionada por la
evidencia del rechazo, de la exclusión social que representa esta
puesta en gheto de la vejez en los hospicios situados al exterior de las
ciudades con el mismo rótulo que los cementerios (...). Nos hemos
dado cuenta de la rapidez con que el anciano pierde su identidad en
el hospicio. Esta muerte de la propia identidad precedía y provocaba
con frecuencia la muerte biológica.
¿Cuáles son los determinantes de nuestra identidad?
IDENTIDAD/CONSISTE: Ante todo somos un apellido, un nombre,
una historia, un rostro, un cuerpo que tienen necesidad de aprecio.
Pertenecemos a un país, a una ciudad. Estamos marcados por
nuestra función social, un oficio, un saber-hacer. Somos igualmente
un fuero familiar. Nuestra identidad, es aun un espacio familiar,
nuestra petenencia a un movimiento o a una confesión religiosa.
Nuestra identidad procede también de los demás, de la
representación que se hacen de nosotros. Así la necesidad de ser
reconocido como persona se expresa por la necesidad de ser
nombrado, de estar señalado más esencialmente que por el lugar del
tumo o el número de la habitación. De hecho, ser identificado
regularmente por su número o por su órgano enfermo --incluso si se
está bien atendido-- puede en la negación de sí como persona llegar
incluso al deseo de curar: curar, ¿para qué, si no existo? ¿Cómo
tolerar en sí las huellas de la enfermedad sin acumular en un solo
centro de gravedad bajo su nombre, inscrito en la historia de la cual
se busca el sentido? Ser reconocido en la unidad de su persona
cuando el cuerpo está mutilado, es tener necesidad también de ser
mirado con aprecio. «Id a visitar a la señora X... pues tiene necesidad
de ser apreciada», decía un cirujano a un miembro de un equipo de
capellanía, a propósito de una mujer después de una operación de
cáncer en el rostro.
Continuar vigilando la estética de un cuerpo que se degrada es
testimoniar el respeto que se le da, es luchar contra el desprecio que
el enfermo podría tener, y esto estimula y apoya el deseo de vivir.
Frente a este sentimiento de desvalorización de sí mismo, el paciente
busca un amor incondicional y gratuito en una especie de contrato de
no abandono.
Ser considerado como un sujeto es beneficiarse de una información
leal sobre su estado de salud, ventajas e inconvenientes
desprendidas de tal o cual tratamiento, estar asociado a las
decisiones terapéuticas, incluso cuando éstas no son quirúrgicas. De
este modo --cuenta P. Deschamps--, una joven mujer de treinta años,
leucémica, podía describirme su enfermedad, las reacciones
previsibles, los fracasos, los recursos en este caso... y ella añadía la
expresión exacta del médico: «es grave, pero no trágico». Gracias a
las explicaciones que le habían dado, participaba plenamente. Tenía
la impresión de dominar la situación».
La necesidad de ser reconocido como sujeto comprende la
necesidad de ser amado en su diferencia. Ser amado al final de la
vida es sentirse aceptado tal cual, en la situación donde se encuentra.
En este adelantamiento terminal, poder ser uno mismo, sin
reprobación, encontrar la libertad de expresar sus actitudes, sus
aprehensiones, su pena, su miedo, sus dificultades». Se podría añadir
en esta sección, la necesidad de amar, de dar, de tener iniciativa en el
amor, no sólo de recibir.
Terminaría con una frase de Pr. Geindre, decano de la facultad de
medicina de Grenoble, pronunciada poco antes de morir de cáncer:
«Una medicina humana sería una medicina de persona a persona,
una medicina de escucha de la persona en su globalidad, que no
fuera de cuerpo a cuerpo con la vida, con la muerte negando la
persona de la cual es la sede».
Necesidad de volver a leer su vida
La enfermedad o el accidente grave coloca al sujeto delante de su
propia vida. Esta relectura puede ser casi automática, durar algunos
minutos o algunas horas, hasta toda la noche. Puede hacerse también
en varias semanas con un testigo, en presencia de otro. La grave
enfermedad suscita la necesidad de volver a su pasado para
apreciarlo. El enfermo tiende de nuevo a vivir su vida, a volvérsela a
apropiar en todo.
«El relato llena una función clarificadora encadenando los
acontecimientos de la vida". Cada enfermo se cuestiona en el
momento de mayor riesgo. Algunos prefieren desechar estos
pensamientos para luchar mejor. Otros elevan el hilo de su historia y
se aventuran a buscar un sentido allí donde no veían otra cosa que la
casualidad. El paciente amenazado en su identidad trata de
redescubrirse como sujeto a través de cierta continuidad y coherencia
de los diferentes momentos y actividades de su vida. «El hombre no
es el desarrollo de un sentido fijado ya al nacer, pero, en los
momentos cruciales, procura mirar su pasado con un trayecto".
La enfermedad grave provoca una urgencia de verdaderas
palabras. Hay como una necesidad vital que esta palabra sea
escuchada, atendida. No basta hablar para curar... pero la cuestión
¿no es también volver a unir lo que había sido desligado por esta
prueba? Existe una necesidad de formular la confusión, de agarrarse
al hilo de su historia con sus líneas de tensión, sus fracturas, y su
continuidad.
Martine Douillet recuerda la necesidad de hablar de su vida pasada,
de lo positivo realizado y del deseo de ser reconocido en lo mejor de
sí mismo. Se observa, en el transcurso de esta lectura una búsqueda
de lo que pesa, de lo que se mantiene ante la prueba, de lo que es
más fuerte que la muerte. Se organiza una nueva jerarquía de
valores: después de haberse dado cuenta que el fin de su vida estaba
próximo y haber visto toda su vida durante la noche, este hombre
cuya vida había sido tortuosa, me dijo: «La sola cosa que valga la
pena investigar en la vida es amar".
Descubriendo con retraso lo que no hubiéramos podido ver,
comprendiendo de otra forma los confines y salidas de los
acontecimientos que nos han acometido, nos podemos cambiar y así
volver a tomar en mano el pasado para vivirlo de una forma nueva.
J. Vimort observa que es necesario tener una idea suficientemente
positiva de su propia existencia para afrontar la muerte en las mejores
condiciones. Mirando su experiencia, los enfermos aceptan más
fácilmente ver llegar el fin de su vida cuando pueden pensar que todo
ha ido bien, el balance es más bien positivo.
Pero Cecily Saunders hace notar que, si el fin de la vida hace nacer
el deseo de llegar a lo que se considera como verdadero y precioso,
este deseo puede hacer brotar el sentimiento de ser incapaz o indigno
de acceder a ello.
Esta situación puede suscitar sentimientos de amargura, de rabia y
de ausencia total de opinión, engendrando lo que se llama un
sufrimiento espiritual.
El ardid de esta relectura es adherirse a lo que se ha recibido para
continuar recibiéndolo; hay un sufrimiento de muerte sin haber dicho
sí a su propia vida.
La búsqueda de un sentido
MU/CRISIS-EXISTENCIAL: La búsqueda de un sentido (opinión) es
mencionada por todos los autores, pero expresada muy
diferentemente. Maslow coloca esta necesidad en la cima de su
pirámide. Subyace ya en el deseo de ligar los diferentes momentos de
su existencia y de apreciar lo que se sostiene cuando está amenazada
la vida. «Este hombre encamado busca a atar la gavilla de sus
acciones y a recogerle el fruto». La cercanía de la muerte coloca a
cada uno frente a lo esencial, de la extrema necesidad de encontrar
un sentido a su propia existencia.
Para J. Pillot, esta cercanía de la muerte se presenta como la última
crisis existencial del hombre, en el curso de la cual, al momento de
dejar su vida, la cuestión del sentido de lo que ha sido, de lo que ha
vivido se va a plantear con agudeza. La idea de su muerte le coloca
delante el sentido de su historia personal. El problema del fin se
impone a su conciencia para dar un sentido al sufrimiento en un
ensayo de comprensión de su vida. Con frecuencia este interrogante
del ser no se le planteará de una manera tan fuerte como en el
transcurso de su existencia. ¿Es que existe un lazo entre el principio y
el fin de su vida, una orientación discernible, una utilidad? A través de
este difícil balance, el sujeto intenta encontrar su unidad. Si no es
comprendido, este ensayo de comprensión de su vida permanecerá
como un «sufrimiento apagado», resentido como un malestar
indefinible. Esta búsqueda, dolorosa a veces, conducirá a otros
enfermos en un proceso doloroso pero creador hecho de renuncias y
de nuevos bloqueos, como un último parto de ellos mismos.
J. Vimort dice también como el enfermo busca identificar y rectificar
las decisiones y las orientaciones fundamentales que han guiado su
vida. Es esta rectificación que da sentido a su vida y seguridad
delante de la muerte.
P. Deschamps cita que en el curso prolongado del enfermo, la gran
prueba es tomar conciencia de que es un ser limitado y acabado. Ya
no puede eliminar la muerte por el rechazo de contemplarla o el
alejarlo por el olvido; le pertenece darle un sentido. Pero este sentido
no puede darse, debe encontrarse. Victor Frankel afirma que todo
hombre puede encontrarle un sentido a su vida (incluso al sufrimiento,
punto capital según él, delante del cual el psicoanálisis clásico
permanece sin respuesta). Este sentido puede encontrarle en un
verdadero dialogo en el cual él puede expresar lo que le preocupa.
«Si no hay alternativa al sufrimiento, entonces somos responsables de
la actitud que manifestamos al sufrir». No obstante, en despecho de
todas las opiniones dadas, en algunos casos permanece la angustia
de la dislocación del yo.
Así esta búsqueda del sentido podrá encontrar una respuesta en la
percepción de un hilo rojo a lo largo de su existencia, pero también la
decantación de los valores dejando emerger lo que le mantiene...".
Este sentido puede expresarse a través de la fe religiosa renovada en
una verdadera relación con Dios más allá de la forma exterior de los
ritos. El sentido encontrado frente a la muerte vuelve a dar sentido a
la vida.
Liberarse de culpabilidad
«¿Por qué a mí?». «¿Qué es lo que he hecho al Buen Dios para
que me suceda esto?» ¿Por qué ahora? El sentimiento de
culpabilidad en el curso de graves enfermedades puede tener dos
orígenes. El primero está en relación con el deseo de encontrar una
explicación al mal. El segundo es lo que ya hemos citado bajo la
expresión sufrimiento espiritual. Muchos pacientes buscan una
explicación, un sentido, cuando sucede un accidente grave o una
enfermedad mortal irrumpe en su historia. Algunos viven esta ruptura
como una expiación de su vida pasada, como un castigo, sea con
relación a Dios, o a la vida en general.
Si hay castigo es que ha habido falta, incluso si no ha sido
identificada por el que se tiene como culpable... Esta actitud engendra
en segundo lugar lo que E. Kubler llama el regateo. Para ornamentar
esta actitud, J. Vimort invita a distinguir las circunstancias de la
muerte, con la misma mortalidad. Sea cual fuere nuestra vida, todos
somos mortales, pero nuestra manera de vivir puede influenciar el
momento y las condiciones de nuestra muerte.
Disociar eventualmente estos dos aspectos y cambiar lo que puede
ser su modo de vida, permitirá al sujeto medir la realidad y los límites
de su responsabilidad.
El segundo aspecto de la culpabilidad proviene de la percepción de
una infidelidad con relación a las opciones fundamentales tomadas
anteriormente por el sujeto. La adhesión a una nueva jerarquía de
valores o el retorno a las opciones fundamentales según las cuales el
sujeto estaba orientado al umbral de su vida de adulto, puede hacer
aparecer una distancia con lo que se es o con lo que realmente se ha
vivido. «En el momento en que nuestra culpabilidad nos descalifica, la
adhesión a los valores nos revaloriza al mismo tiempo que nos
juzga».
Para salir de esta culpabilidad se puede conducir a la persona a
descubrir como este sentimiento revela de hecho que no estaba
enteramente bloqueada en sus deplorables actos y a volver a escoger
las opciones fundamentales que han guiado su vida. El que acompaña
también puede ayudar al enfermo a no limitar la relectura de su vida
frente a su lado negativo... Esto nos conduce a evocar la necesidad
de hacer la verdad, de reconciliación.
Deseo de reconciliación
Cada ser humano lleva consigo gestos de odio, de ruptura,
repliegue sobre sí mismo. La enfermedad es a veces el momento en
que estos gestos brotan de forma viva en la memoria. B. Batray
recuerda la importancia en los moribundos (que uno se imagina tan
débiles) de su inclinación a la relación». Explayan energía de una
intensidad insospechada para expresar la verdad: Ios pasos dados
para solicitar el perdón no son raros (...). Esta verdad lleva también la
esperanza que, ellos muertos, la vida del otro seguirá bajo el signo de
la reconciliación». Jung habla de la «urgencia en el moribundo a
enderezar lo que ha mal vivido»; y Douillet del deseo de poner en
orden lo que ha sido una falta hacia él y hacia los demás. C. Odier cita
el deseo expresado por un enfermo «de ser correcto para el más
allá». Para C. Suande permitir a los enfermos confrontarse con la
realidad, de reconciliarse y de dar sus adioses, en una palabra, de ser
verdaderamente ellos mismos, es uno de los desafíos continuos de los
que acompañan a los enfermos. Es el mismo paso enfocado por los
Simonton para ayudar a sus pacientes y luchar contra el cáncer
solucionando los lugares de conflicto por la reconciliación y no por
complicidad con la muerte». La identificación de este deseo, de esta
necesidad recuerda la expresión antigua. Fulano de tal, sintiendo su
muerte cercana, puso en orden sus asuntos.
Para J. Vimort, jamás es tarde para rechazar, negar y retira el mal
que hemos hecho. Pero, para esto hay que creer al bien posible y
pues, beneficiar con el perdón alguna parte, de una confianza que no
puede venir sino de los otros. Incluso si los ministros del culto están
habitualmente mejor calificados para acompañar y dar este paso
cuando se expresa en términos religiosos, es deseable que aquel que
se encuentre cerca de un paciente, partir de lo que es y de lo que él
vive, pueda entender, comprender, respetar, reconciliar. Hay sonrisas,
manos colocadas delicadamente sobre la frente o una palabra
pacífica que serán para el paciente, fuente de cierta reaceptación de
él mismo.
Así para afrontar la muerte de una manera apacible y serena es
necesario recibir el perdón de los otros, de perdonar a los otros, de
perdonarse a sí mismo, de estar en armonía con la trascendencia, sea
expresada o no bajo la forma religiosa. La postura con relación a la
trascendencia es por otra parte, otra de las constates observadas por
los que están cerca de enfermos graves.
Necesidad de establecer su vida más allá de sí mismo
Esta necesidad se manifiesta de dos formas: apertura a la
trascendencia y necesidad de reencontrar el sentido a la solidaridad.
C. Odier arranca del presupuesto de que todos hemos vivido
momentos privilegiados en donde nos hemos encontrado a nosotros
mismos y al mismo tiempo abiertos a la realidad que nos excede
infinitamente. Son momentos de intensa felicidad o de profundo pavor
porque nos hacen ver que no nos pertenecemos.
TRASCENDENCIA Graf Durkeim distingue cuatro motivos
privilegiados de recurso y de apertura a la trascendencia: la
naturaleza, el arte, el reencuentro, el culto. C. Odier los aclara con su
experiencia: «La naturaleza: es y con mucho un lugar privilegiado,
fuente de recursos y de paz. Al Cesco, hospital situado en plena
campiña ginebrina, se reconoce a las personas por su forma de
contemplar los árboles, las flores, los pájaros, por no sentir la
necesidad de compañía o de disponer de un televisor... Estas
personas reciben las fuerzas que necesitan a través de esta sencilla
contemplación.
El arte: la creatividad humana, que expresa la belleza de los seres y
de las cosas, dice para los otros lo esencial de su relación con el no
importa quien...
El reencuentro: entre un hombre y una mujer, un joven y un anciano
puede abrir con frecuencia el camino de esta comunicación profunda
donde cada uno se descubre a sí mismo como único, pero cercano y
semejante al otro. Este lugar donde el amor puede tener un rostro,
sea de un instante o de toda la vida puede ser percibido como el
signo de un amor que nos superó con largueza ...
El culto: en la organización del tiempo y del espacio, el rito del culto,
sea cual fuere su tradición, expresa a los fieles reunidos la apertura al
tiempo y a la presencia de Dios. En la adoración como partida,
consideran que pertenecen a un mundo que les supera, dando al
mismo tiempo sentido a su vida actual.
Será útil localizar cual de estos campos es un lugar de encuentro
privilegiado con no importa quien por aquel de quien es
acompañado.
C. Jomain recuerda también el deseo de muchos enfermos de
encontrar más allá de ellos mismos una fuente donde llenarse.
Reencontrar una idea, el pensamiento de un autor, la obra de un
músico, la contemplación de una creación artística. Un enfermo
creyente se siente siempre reconfortado al poder hablar de sus
dudas, de su esperanza. El impacto de grupos fundados alrededor de
Maggy Lebrun es un testigo de esa necesidad de trascendencia por
encima de las fronteras de confesiones religiosas.
En el umbral de la muerte, el sentimiento que puede dominar es el
de la angustia de la desintegración del Yo. Pero, para J. Vimort, si el
hombre tiene el sentimiento bastante despejado de estar en comunión
con otros, como miembro de un todo, está asido con un nosotros que
le sobrepasa, un nosotros bastante sólido para resistir frente a la
muerte. Esta necesidad de extender su vida individual en las
dimensiones de una vida comunitaria puede extenderse hasta el
horizonte de la humanidad entera. «Esta comunidad de destino es
fuente de sentimientos; y es por lo mismo, en el cuadro del
acompañamiento, toda relación, incluso en bosquejo (...) puede ser
una respuesta a esta necesidad de percibir la solidaridad. Esta
apertura a la trascendencia se manifiesta también en la necesidad de
continuidad.
Necesidad de continuidad, de un más allá
La necesidad del sentido citado anteriormente, no es sólo una
mirada hacia atrás, sino también una mirada hacia adelante. Algunos
buscan el situar su existencia en un conjunto más extenso, a coger
algunos restos de una continuidad en la defensa de los valores de
fraternidad, de justicia, de respeto, seguido por otros a través de un
sindicato, un partido o una iglesia. Esta continuidad puede vivirse por
sus descendientes cuando las relaciones familiares son buenas.
Puede realizarse a través de una obra, una empresa, pero, hoy son
raras las que ven sucederse en varias generaciones de una misma
familia. Puede ser la necesidad para aquel que parte de entregar un
mensaje, una palabra, el fruto de lo que ha recogido después de
haber pesado lo que tenía delante de la muerte. Debe el familiar
recoger este esencial como si tuviera que volver a coger la antorcha.
Esta necesidad de continuidad se manifiesta también por la vitalidad
actual de las creencias en la reencarnación, al ciclo energético, al
ciclo vital. Se la encuentra en el sentido de la continuidad de la
historia y el renuevo de la fe en la Resurrección.
Existe también con frecuencia un deseo de continuidad después de
la muerte, pero acompañado de muchas dudas, incluso entre los
creyentes, en cuanto a la realidad de esta vida en el más allá. Existe
una vaga noción de la inmortalidad del alma, en la percepción de que
se da una realidad vital que no proviene del que la vive. Podrá ser
nombrada y conceptuada convenientemente cuando el enfermo se
inscriba en una fe religiosa.
La conexión con el tiempo
La situación de crisis que representa la enfermedad grave coloca al
sujeto en una nueva relación con el tiempo. El tiempo puede ocultarse
al negar la gravedad de la enfermedad. Es el tiempo irreal, la
ausencia del tiempo en la ausencia de las verdaderas relaciones.
Pero con frecuencia, el sujeto enfermo intensificará su relación con el
pasado, con el presente y con el porvenir: en el pasado por la
necesidad de volver a leer, de conectar, de volver a apropiarse su
vida. El sujeto se coloca delante de los acontecimientos y la duración
de su vida pasada.
Con el porvenir: el tiempo limitado puede ser vivido como una
frustración, una angustia, la inconcebible. Pero también puede ser
apertura a la trascendencia sobre lo que se mantiene delante de la
muerte.
Con el presente: la proximidad del fin de la vida provoca a veces al
que es confrontado a considerar una nueva jerarquía de valores. Esta
proximidad puede revalorizar peso, gusto y sentido en el instante
presente. Conduce al deseo de verdaderas relaciones aquí y ahora.
«Saber vivir al día» es un aprendizaje doloroso pero fecundo.
La expresión religiosa en las necesidades espirituales
Citamos aquí sencillamente, en el límite de nuestra exposición, el
punto de vista cristiano de la dimensión religiosa en las necesidades
espirituales. Lo repetiremos en el análisis teológico.
En muchos creyentes, la fe es puesta a prueba por la enfermedad
grave o crónica, por el sufrimiento y la cercanía de la muerte. Hay una
rebeldía en todo el ser. Puede expresarse en blasfemar contra Dios
que ha sido presentado como el todopoderoso y que no hace nada
para curarlo y apaciguar su sufrimiento. ¿Por qué no interviene Dios?
¿Está sordo Dios? «Debe ser muy viejo». ¿Por qué las oraciones no
son eficaces? La apertura a una fe más profunda no se hará sin un
paso a través de esta crisis.
La petición de la visita del sacerdote o del pastor puede ser la
expresión de apertura a la trascendencia, de un deseo de relación
con Cristo. Los visitadores laicos contribuyen a mantener al paciente
en una relación de sujeto a sujeto, de creyente a creyente, la oración
en común lleva a incorporarse en el centro de sus interrogantes y de
sus esperanzas.
El enfermo puede encontrar en la lectura de los salmos la fórmula
de su exclamación y de su confianza. Puede encontrar en la adhesión
al mensaje evangélico la expresión cristiana de su nueva jerarquía de
valores: ¡Oh! ¡sabe usted! cuando pienso en mi vida pasada, me digo
que «sólo cuenta el amor».
La petición del sacramento de los enfermos a veces es ambigua.
Con frecuencia es la familia quien solicita la administración del
sacramento de la extrema unción en el momento donde la proximidad
de la inconcebible desaparición de un pariente cercano necesita el
signo de una continuidad, de una trascendencia.
Cuando el enfermo está ya inconsciente, la extrema unción es más
un signo y apoyo para los familiares que para el mismo enfermo.
El sacramento de los enfermos expresa en algunos el deseo de
estar juntos, en el centro de su amenazadora historia, por Aquel que
perciben como fuente y origen de su identidad. En fin, este
sacramento es también la sencilla expresión de la fe en la acción
concreta de Dios y principalmente en las circunstancias donde la
medicina llega a sus límites.
En continuidad con la relectura de toda su vida, ciertos pacientes
expresan el deseo de vivir una confesión generaL Otros solicitan, a
más de los pasos interpersonales de reconciliación, la seguridad
sacramental del perdón. Después de haber medido en su vida lo que
les faltaba, descubren en Dios Aquel que podía tocarles en las raíces
de su misma historia. Esta expresión del perdón viene a confirmar que
pueden atreverse a vivir según su nueva jerarquía de valores. Otros
encuentran en la comunión sacramental al cuerpo de Cristo, expresión
de su apertura a la trascendencia y la seguridad de permanecer
miembro de una comunidad creyente.
La fe en la resurrección será para otros enfermos, la expresión de
la esperanza del sujeto responsable habiendo optado por valores que
se mantienen ante la muerte.
Conclusión
La tematización de las necesidades espirituales que hemos
propuesto requiere varias observaciones:
-- No hay fronteras semánticas impermeables entre el contenido de
las diferentes necesidades enunciadas.
-- Existe cierta organización entre ellas. No hemos desarrollado este
aspecto. No obstante, se puede ya dar a conocer varios artículos: la
necesidad de volver a leer su vida está condicionada por la búsqueda
de un juicio; el sentimiento de culpabilidad está ligado a la relectura y
al deseo de reconciliación. La necesidad de colocar su vida en un más
allá de si mismo es distinta pero dependiendo del sentido encontrado
y de la apertura a la trascendencia. La toma de conciencia y la
respuesta a estas necesidades espirituales presuponen un sujeto
reconciliado, libre y responsable. En fin, como lo decíamos al principio
de este capitulo no se trata de un saber pero de referencia para
caminar siempre con adelantos, retrocesos y ambivalencias.
EL APOYO ESPIRITUAL
Al término del acompañamiento, cuyo sentido puede ser demasiado
pasivo, hemos reservado el de apoyo. Veremos en qué sentido se
puede hablar de apoyo espiritual, llamado a desempeñar este rol y
cuáles son las condiciones de este apoyo.
¿Tiene sentido la noción de apoyo?
La noción de apoyo se relaciona con el actuar cuyo principal actor
es el sujeto sostenido. Si la dimensión espiritual del hombre no hace
número con su psicología, su fisiología, su inserción social, pero las
atraviesa, ¿es que tendrá lugar para un apoyo espiritual específico?
La mayoría de los autores se avienen a subrayar que no hay técnica
de cercanía espiritual de los enfermos o de los moribundos.
No obstante, las diferentes necesidades descritas en los capítulos
anteriores requieren de los parientes una atención particular. Esta
atención de apoyo, se expresa de múltiples formas. Pasan por los
cuidados (en relación con el cuerpo), por la escucha (en la relación de
sujeto a sujeto), por el facilitar las diligencias de reconciliación, el
mantener un rol social y el discernimiento de los lugares de recursos.
La relación al cuerpo: prodigar un cuidado sin proferir una palabra,
corre el riesgo de ser percibido por aquel que lo recibe (o el que lo
sufre) como una negación de su condición de sujeto, una reducción al
estado de objeto. Pero este cuidado expresado como signo de
atención al otro acompañado de la palabra; palabra de explicación, de
felicitación, palabra que nombra. Hay palabras que matan la vida que
se pretende salvar. Hay otras que apoyan el esfuerzo de vivir y lo
inscriben en la urgencia terapéutica con la misma rúbrica que los
tratamientos médicos».
Hay formas de examinar un enfermo, de prodigar un cuidado que
sólo son ejecución y otros que suscitan el deseo de vivir
La escucha: se trata de provocar un espacio de tiempo donde el
enfermo podrá tomar el riesgo de formular sus angustias y su dudas,
sus esperanzas y sus temores. Esta escucha no evita todo el
sufrimiento, ni el luto, ni el trabajo de renacer, pero abre un pasillo
humanizado y preserva la identidad de aquel que lo sufre.
Facilitar las gestiones de reconciliación: una petición de eutanasia,
el rechazo de comunicar, el sentimiento de culpabilidad, la rigidez ante
un acontecimiento ya pasado, son a veces signo de sufrimiento en
nexo con un deseo de reconciliación que no ha podido expresar o
terminar. El rol de los allegados es de identificar este deseo y facilitar
ciertas gestiones: puede ser el facilitar un encuentro con un miembro
de la familia, escuchar con benevolencia la historia de una vida que el
mismo paciente ya no puede mirar con agrado o de provocar la
posibilidad de una diligencia sacramental. La apuesta es ayudar al
enfermo a amar su vida; para aceptar mejor el perderla.
Mantener el rol familiar y social: es por ejemplo permitir; enfermo
tras una larga enfermedad el que pueda votar, asociar a una decisión
o acontecimiento familiar. Es también permitirle «poner en orden sus
asuntos", redactar un testamento, tomar las decisiones necesarias
para la paz después de muerto.
Discernir los lugares de recursos: Hemos evocado ya esta
confrontación a la trascendencia y las diferentes formas de expresar
su apertura a otro cualquiera: arte, naturaleza, bloqueo en la relación,
y participación en el culto. Sostener esta apertura conducirá a veces a
leer un poema o un pasaje bíblico que le gusta al paciente, a
permitirle la audición de tal o cual música, a facilitar su desplazamiento
al lugar del culto. Para el equipo de capellanía, será el permitir y
autentificar una transformación de la imagen de Dios o de acompañar
la expresión de la oración: «Los salmos nos ofrecen numerosos
ejemplos de la forma como un creyente expresa sus sentimientos y
sus esperanzas, sus decepciones y se dirige a Dios». El rol del
acompañante es de percibir lo que oprime al enfermo y de formular
con él una oración ante Dios.
Sin este apoyo, el creyente corre el riesgo de sentirse
incomprendido, de no poder orar hasta tal punto de vivir las últimas
etapas de su vida como un abandonado de Dios.
¿Quién sostiene?
Después de haber subrayado el deseo de las personas enfermas
de ser reconocidas en su globalidad, su individualidad, el error sería
reservar el apoyo espiritual a sólo los profesionales de la relación
interpersonal: «Esto no sería confiscado por los clérigos, no fuera
que, porque el hombre fragilizado por su enfermedad, el hombre
presentando intuitivamente la cercanía de su muerte, soporta mal (...)
una dicotomía entre su cuerpo físico objeto de cuidados de un equipo
medical (...), su personalidad confiada al psicólogo y finalmente su ser
espiritual a quien se entregaría in extremis al capellán de servicio.
El apoyo se traduce en múltiples formas; es asunto de todos: El
médico; en la forma de desvelar la verdad al enfermo, no como un
condenado sino como una situación nueva donde todos los recursos
disponibles deberán ser movilizados.
El equipo cuidador: en la forma de prodigar los cuidados. Por otra
parte, parece que una pequeña parte de cuidadores para quien esto
no plantea ninguna dificultad, la mayoría de entre ellos no se
encuentran a gusto con la invitación a considerar al paciente en su
globalidad (comprendiendo también la dimensión religiosa). Por otra
parte, por su trabajo, están implicados en las relaciones intensas con
ciertos pacientes, y comparten con todos la misma condición de
humanidad con sus interrogantes y sus esperanzas. Reconocer esto,
es para ellos admitir que tal paciente utiliza un sexto sentido,
chanceándose de las etiquetas profesionales, podrá escoger entre
ellos la persona con la cual podrá caminar.
El rol del equipo cuidador pasa también por la observación de la
actitud del enfermo frente a sus allegados, de su manera de hacer
hacia la enfermedad, y de los signos exteriores de una práctica
religiosa (biblia, oración, medallas...). Su rol será saber pasar el relevo
a otros, si fuera necesario.
Las asistentas sociales: contribuyen a mantener el rol social
asociando el enfermo a las decisiones que les conciernen
directamente (p. ej., traslado a cierta casa de reposo).
El apoyo espiritual es también un asunto de familia. Por su ternura y
la fidelidad de su presencia afirma la continuidad entre lo que el
enfermo vive hoy y lo que era ayer (a pesar de los cambios de su
cuerpo y la variación de sus humores).
Es también asunto del equipo de capellanía. Su rol es responder de
su fe y de su esperanza sin imponer su mirada sobre la vida.
Es más proclamar a Dios que anunciarle. Se ha de cuestionar con
ellos y con ellas, pacientes y cuidadores, que buscan el sentido de su
vida, de sus acciones, y de subrayar por su presencia y su atención
hacia cada uno, que todo ser humano, sea cual fuere su edad o su
enfermedad, queda un ser humano íntegro digno de respeto y de
amor.
Si los laicos de un equipo de capellanía son dignos de solidaridad
humana y fraterna, el sacerdote es aún más el signo de la presencia
personal de Jesucristo. En el caso de rebelión contra Dios, si no se
puede decir nada, se puede probar de ser como Jesucristo: meterse
con los que sufren, estar cerca de ellos, compartir en la medida de lo
posible, sus sufrimientos, sus interrogantes, dejarse incluso interrogar
por ellos mismos. Tratar de testimoniar nuestra fe y nuestra esperanza
a través de una verdadera amistad hacia estos enfermos.
Gracias a esa asistencia, el moribundo podrá sentir o incluso
experimentar la misteriosa presencia de Dios a su lado, y confiarse en
la fe al misterio de la muerte».
Pero la capellanía, en un ambiente hospitalario, no podrá llenar su
rol sino en estrecha colaboración con las demás personas que
intervengan. Puede vivir bajo la forma de un regreso de información
en el respeto de las confidencias. Sin este regreso, los cuidadores
tienen la impresión de que se les hurta «lo mejor de su relación». Este
regreso puede sostener al equipo de cuidadores recordando como el
enfermo se siente sostenido por el mismo por la actitud o la presencia
de tal cuidador/a, hasta de todo el equipo.
Los otros enfermos tienen también su lugar: así el padre Guy
Deblic, jesuita-obrero, muerto a los treinta y dos años, escribía en
1970: «Para el personal cuidador/a se es ante todo un enfermo (...).
Para los otros enfermos, sois un compañero de fatigas, alguien que
tiene su pasado, su trabajo, sus proyectos, en una palabra, una
persona, a quien se le puede hablar y decir sus temores y sus
esperanzas".
El enfermo tiene necesidad de un confidente, pero es él quien lo
escoge y no se puede prever con antelación quien dentro de los
miembros del equipo será el escogido. Podrá recaer en aquel que
desempeña las tareas más humildes sin la pantalla de un aparato
médico o clerical.
El rol de los que intervienen en el apoyo espiritual muestra la
necesidad de un trabajo en equipo pluridisciplinar y de una
comunicación más allá del de los roles precisos, predeterminados.
Esta necesidad revela como cada uno es requerido en su
humanidad más allá de sus competencias. Tal vez sea un camino de
humanización en el campo de la medicina.
Las condiciones del apoyo
El acompañar requiere un cierto número de condiciones. B. Millison
formula cinco para los cuidadores:
-- Atreverse a comprometerse el compartir espiritualmente con el
enfermo.
-- Ser consciente de su propia espiritualidad, sea religiosa o no.
-- No imponer sus propios valores espirituales al enfermo.
-- Aceptar que alguien poco religioso llegue a ser más religioso en
un momento de crisis.
-- Alentar la demostración de la espiritualidad de los pacientes
incluso si esta manifestación difiere o se opone a la suya.
Se pueden añadir a las descritas por Millison estas otras
condiciones:
-- Aceptar la ambivalencia de ciertos deseos del enfermo como lo
expresa este paciente: «El entorno, en su conjunto, debería ayudar a
la persona gravemente enferma a permanecer el mayor tiempo
posible fiel a lo que era ella antes de la enfermedad, en su
personalidad, sus roles y sus responsabilidades pues su imagen
forma parte integrante de su persona, y participa de su misma
estima.
-- «Pero al mismo tiempo, lo que puede parecer paradoxal, es ser
capaz de una escucha y adaptación de lo que puede vivir el enfermo
en momentos de debilidad, de dependencia como una parte aceptable
de él mismo; la ternura y la acogida de la otra cara del espejo no la
mobilizará, al contrario, ello será la condición necesaria para un nuevo
resurgimiento de esperanza".
-- ...Ser uno mismo apoyado en el interior de un equipo.
-- ...Saber pasar el relevo.
-- ...Haber hecho un trabajo de duelo si ello fuera necesario.
-- ...No fundar la relación con el enfermo buscando una gratificación
(por ejemplo la satisfacción de llenar el hueco del otro) pero desear
entrar en relación de persona a persona centrado en el ser del
otro)).
Conclusión
El apoyo espiritual es asunto de todas las personas cercanas a los
enfermos graves, cada una a su nivel. El apoyo no impide el
sufrimiento, ni toda la angustia, pero humaniza el paso. Pone en juego
la propia palabra y la subjetividad de aquellos que se comprometen.
Se agota si vive solo. Puede ser enriquecedor si se vive en el seno de
una red de relaciones... Hace, de los que acompañan, los depositarios
de palabras de sabiduría y de testimonio de las actitudes de fe de los
que han atravesado la prueba y encontrado la paz.
LECTURA TEOLÓGICA
Introducción
Nuestra lectura teológica no será ni dogmática, ni directamente
pastoral. Nuestro objetivo es percibir a qué estructuras fundamentales
del hombre atribuyen las necesidades espirituales ya descritas y
analizadas. Así veremos cómo el paso de la fe se enraiza en estas
necesidades. Nuestra principal referencia será el Tratado
Fundamental de Karl Rahner.
El hombre como sujeto responsable
Hemos narrado cómo la reducción del hombre a un objeto de
cuidado era causa de un sufrimiento profundo, casi mortífero. Esto
que es observado de forma empírica, K. Rahner lo trata como una
gestión reflexiva. Define al hombre como persona sujeta a salir más
allá de las antropologías particulares reductoras. Su razonamiento
comporta dos puntos: constata ante todo que todas las ciencias
empíricas que tratan del hombre tienen por fin analizarle, explicarle,
deducirle: le observan y le explican como el producto de datos que no
son este hombre concreto. El hombre se toma entonces como
advenedizo por otra casa que él.
Pero seguidamente hace notar que este hombre experimenta
paradojalmente su subjetividad cuando se pone frente a sí mismo
como el producto de esto que le es radicalmente extraño. Justamente
es la confrontación con la integración de sus condicionamientos que le
manifiestan como aquel que es más que la suma de sus elementos.
Poder referirse a sí mismo, cuestionarse a sí mismo, es lo que
constituye el carácter subjetivo del hombre.
Ser persona significa de tal manera la autoposesión de un sujeto
como tal en una dependencia consciente y libre en relación al todo. El
hombre es persona y sujeto; esto quiere decir que él es el que no
prevalece, aquel que no puede edificarse de forma adecuada a partir
de otros elementos disponibles. Es aquel que desde siempre se remite
a él mismo. La experiencia de la enfermedad grave es un momento
particular donde el sujeto experimenta como el resultado de aquello
que no es otra cosa que él.
Vive la enfermedad como una intrusa. Pero, por otra parte esta
situación le coloca frente a él mismo, le interroga sobre su historia.
Habérselas con uno mismo, refuerza su subjetividad. Ahora bien, la
medicina con frecuencia funciona según una antropología
implícitamente reductora, tomando solamente al hombre como el
producto de unos datos físicos y psicológicos. La negación de las
individualidades le han dado la eficacia que se le conoce. Pero,
particularmente al término de la vida donde la eficacia de la terapia es
limitada, la ausencia de no tener en cuenta la individualidad del
paciente es fuente de sufrimiento. Esto invita a la medicina a
redescubrir que ella es sólo una antropología particular... No dice el
todo del hombre que permanece sujeto responsable más allá de lo
que le determina; ignorarlo perjudica al destino de vivir de aquel que
pretende cuidar.
La enfermedad grave como lugar donde emerge la experiencia
trascendental
Hemos citado la apertura a la trascendencia y la necesidad d una
continuidad; ¿cómo esto se junta con el hombre en su profunda
estructura? K. Rahner describe cómo el hombre efectúa la experiencia
de su trascendencia y por qué se puede distraer. En efecto, a pesar
de la finitud de su sistema, el hombre está puesto desde siempre
delante de sí mismo como un todo y como una cuestión.
Experimentando su limitación de forma radical, pasa esta limitación y
la sufre como ser trascendente, como espíritu. Experimenta el infinito
de su interrogante como un horizonte que se aleja siempre. Pero el
hombre puede intentar dejar aquí la limitación alarmante a la cual se
encuentra expuesto en su cuestionamiento. Por angustia se puede
refugiar en su quehacer cotidiano para evitar la cuestión.
Puede también distraerse de esta experiencia de la trascendencia
consagrándose enteramente a su tarea en un actuar situado en el
espacio y el tiempo. Algunos lo hacen de forma sencilla, viviendo lejos
de sí mismos, inmersos en lo concreto. No desean preocuparse de
cuestiones que sobrepasen lo que pueden abarcar con la mirada.
Otros son conscientes de englobar la existencia concreta pero
deciden soportar la cuestión declarando que no hay respuesta
posible. Otros optan por el contrasentido y abogan la cuestión .
De hecho, es porque la experiencia originaria de la trascendencia
no puede realizarse normalmente si no es por la mediación del mundo
circundante o del mismo hombre que esta experiencia puede
escaparse fácilmente a la mirada.
MU/CRECIMIENTO: Ahora bien, la enfermedad grave es un
momento privilegiado donde el sujeto, libre del actuar cotidiano, es
llevado a entrar en un interrogante consigo mismo: ¿por qué yo?
¿Cuál es el sentido de esta enfermedad? ¿Cuál es el sentido de mi
vida? El problema de su limitación se impone a su conciencia. A
veces, esta cuestión del ser no será planteada de la misma manera de
forma tan fuerte como en su pasada existencia. Ciertos enfermos
rechazan este interrogante y la verdad de su situación en complicidad
con su entorno. Pero muchos viven entonces en un malestar
incomprensible. Otros pueden sufrir manteniéndose en un
interrogante sin respuesta, sobre todo si no son ayudados. Otros aún
viven esta apertura a la trascendencia, no sin adelanto, como un
explayamiento de ellos mismos. Adquieren su plena condición de
hombre. E. Kubler-Ross habla de la muerte como la última etapa del
crecimiento.
En fin, se puede decir con K. Rahner que esta apertura a la
trascendencia es la presuposición de una auténtica adhesión a la fe.
Se comprende el porqué numerosos enfermos viven descubriendo o
profundizando en la fe a lo largo de su enfermedad. Para muchos este
paso no es un refugio, el auxilio de la fe. Ésta significa la adhesión a
su condición de hombre abierto a la trascendencia, de la que se
habían apartado hasta ahora.
Necesidades espirituales y fe en la resurrección
¿Qué presuposiciones son necesarias en el hombre para que la fe
en la resurrección tenga sentido? ¿Qué relación hay entre las
necesidades espirituales y esta fe en la Resurrección?
K. Rahner considera la esperanza trascendental de la resurrección
como el horizonte de experiencia de la Resurrección de Jesús. Todo
hombre quiere afirmarse él mismo en un estado definitivo. Así por una
necesidad trascendental, realiza bajo el sistema de acogida libre el
acto de esperanza que concierne su propia resurrección, o su rechazo
por una libre negación.
Para Rahner, la esperanza del hombre en su propia resurrección se
expresa bajo la forma de un consentimiento a considerar su existencia
como habitante válido a salvar. Este consentimiento se expresa
también en la decisión donde el sujeto se compromete totalmente.
Aquel que, una vez, ha sido confrontado a una decisión éticamente
buena comprometiéndose en la vida y en la muerte, de forma radical
(...) éste ya ha hecho la experiencia de la eternidad.
La vida eterna es pues la dimensión definitiva de nuestra libertad y
de nuestra responsabilidad.
Así, cuando un enfermo cuya vida está amenazada en recoger el
fruto y se compromete en lo que se mantiene delante de la muerte,
éste considera su existencia como válida a salvar. Hace la experiencia
de la espera trascendental de su propia resurrección. Esto es el
horizonte ininteligible en el seno del cual sólo puede estar previsto y
experimentado algo como la Resurrección de Jesús.
Pero en la etapa del desprendimiento de lo que se mantiene frente
a la muerte, sostenido por el deseo de continuidad, el relato de la
Resurrección de Jesús va a ratificarlo y concretizar la esperanza en su
propia resurrección.
En la Resurrección de Jesús, hay correspondencia lograda e
indisoluble entre la esperanza trascendental de la resurrección y el
antecedente real de tal resurrección. (...).
Es en la fe y en la esperanza de su propia resurrección donde se
experimenta el valor de mantenerse por encima de la muerte, y está
inclinando la mirada hacia el Resucitado que aparece ante nosotros
en el testimonio apostólico.
Esto es una invitación a afirmar el testimonio de la fe en la
Resurrección de Cristo con el caminar del enfermo, con lo que
descubre como válido a salvar. En esta etapa, este anuncio es tanto
un llamamiento a la fe como la revelación de lo que ya ha vivido.
¿Qué salvación puede haber cuando Dios, Jesucristo,
no ha podido ser mencionado en un acompañamiento?
La cuestión se plantea particularmente para los equipos de
capellanía. ¿Qué objetivo apuntar? En efecto, ciertos enfermos
acompañados mueren sin haber reconocido a Cristo como su origen y
su porvenir. Incluso ni el mismo nombre de Cristo ha podido ser
mencionado. ¿Qué puede pensar el creyente? ¿Que este
acompañamiento ha ido hasta el final? ¿Se debía haber pronunciado
el nombre de Cristo? ¿En dónde está la salvación de estas
personas?
Las razones que pueden conducir a estas situaciones son distintas.
Retenemos:
-- La diversidad de confesiones religiosas de los pacientes en
Francia.
-- La actitud de no decir la verdad el entorno del paciente quien
oculta la gravedad de la enfermedad y le prohíbe un acto de fe en
relación con la eventualidad de un fin cercano.
-- La rapidez de la evolución de la enfermedad cuando la persona
permanece en el estado de denegación de la gravedad de la afección
que le ha acometido.
-- El rechazo de la fe cristiana en razón de una falsa imagen del
Dios de Jesucristo achacado en nombre de la justicia. Esta imagen de
Dios puede ser la que domine en el ambiente familiar o social, o ser la
consecuencia de un contra-testimonio de cristianos.
-- La apertura a la trascendencia expresada a través del arte, la
naturaleza, el reencuentro y la necesidad de amar, pero que no ha
reconocido al otro cualquiera en Jesucristo.
-- El rechazo de la apertura a la trascendencia y a Cristo, puede ser
también la expresión de un acto libre y consciente.
¿Cuál es la salvación de las personas fallecidas en estas
disposiciones? Una primera respuesta nos la da el Concilio Vaticano II
con esta afirmación:
«En fin, en cuanto a los que no han recibido el Evangelio, bajo
formas diversas, ellos también constituyen el Pueblo de Dios. Y en
primer lugar, este pueblo ha recibido la alianza y las promesas, y del
que Cristo desciende según la carne (Cf. Rm 9, 4-5) mas en cuanto a
la elección son amados en atención a sus padres porque los dones y
la vocación de Dios son irrevocables (Rm 11, 28-29). Pero el destino
de salvación envuelve también a los que reconocen al Creador, en
primer lugar los musulmanes que profesan tener la fe de Abraham,
adoran con nosotros al Dios único misericordioso, futuro juez de los
hombres en el último día.
Incluso otros, que buscan aún en la sombra y bajo imágenes de un
Dios que ignoran, de estos mismos, no está lejos Dios, puesto que El
es el que da vida a todos, el aliento y todas las cosas (Ac 17, 25-28),
y puesto que como Salvador quiere conducir a todos los hombres a la
salvación. En efecto, los que, sin tener culpa por su parte, ignoran el
Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con corazón
sincero y se esfuerzan, bajo la influencia de su gracia, en actuar y
cumplir su voluntad tal como su conciencia se lo revele y se lo dicte,
ellos también pueden llegar a la salvación eterna.
Así es reconocida la posibilidad de salvación para una gestión de fe
hecha en el interior del Islam o del Judaísmo, cuando estas personas
no han rechazado voluntariamente el anuncio del Evangelio. Esto es
importante para la práctica habitual del acompañamiento en una
sociedad multiconfesional. Pero ciertos pasos artísticos, la
contemplación de la naturaleza, el deseo de darse, de amar pueden
traducir una primera etapa de consentimiento a su propia
transcendencia, un acto de fe no tematizado... Por otra parte, la
negación del Dios de Jesucristo puede ser una adhesión real a los
valores de justicia y de verdad, si el conocimiento del cristianismo no
se ha hecho hasta entonces mas que a través de cristianos
practicando la injusticia, en contradicción con su afirmación de fe.
Se pueden deducir varias connotaciones como consecuencias: si la
salvación no puede ser obtenida mas que por la fe, este acto de fe
puede ser mediatizado por la adhesión a la religión de su ambiente y
por las otras formas de apertura a la trascendencia en las cuales la
persona busca un corazón sincero al actuar según la verdad de su
conciencia. Una necesidad de verdad se ha observado a lo largo de
enfermedades graves.
¿Hay que atenerse a esto? No, según K. Rahner, pues la
esperanza, la búsqueda de la verdad, la fe no tematizada están en
búsqueda de Revelación y de expresión categorial de la esperanza
trascendental. La misión de los cristianos es pues ser testigos por su
vida y su fe "con suavidad y respeto» de ser capaces de dar cuenta
de su esperanza en JESUCRISTo.
Pero ¿dónde se origina explícitamente esta misión de los cristianos
al lado de los enfermos? Ante todo en la misma vida de Cristo, una de
cuyas partes más importante del ministerio se ha efectuado al lado de
los enfermos. De esto testimonian los numerosos relatos de
curaciones en los Evangelios y el sentido que da Jesús a su misión: El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha dado la unción para
anunciar la buena nueva a los pobres... Me ha enviado a librar a los
cautivos, a devolver la vista a los ciegos, a licenciar a los oprimidos y
ponerlos en libertad, proclamar un año de acogida por el Señor (Lc 4,
18-19 TOB).
Esta misión de los cristianos tiene su origen en las palabras de
Jesús: cuando envía a sus discípulos a curar a los enfermos y cuando
bendice a los que han llegado hasta él en la persona de los enfermos
(Mt 25).
Los mismos apóstoles han efectuado curaciones (Mc 5, 12; 14, 8).
La primitiva Iglesia ha continuado llevando la inquietud de los que
sufren: como testimonio la epístola de san Jaime: «Uno de vosotros
está enfermo, que llame a los ancianos de la Iglesia y que recen
después de haberles ungido con el aceite en nombre del Señor» (Jc
5, 14). La carta de Policarpo a los Filipenses contiene esta
prescripción a los presbíteros: "Que hagan volver a los descarriados
que visiten a todos los enfermos». Este afán se transmite en la Iglesia
por la práctica sacramental de la unción, por las estructuras
hospitalarias, las cofradías, y hoy por el desarrollo de las capellanías
en los hospitales.
Así:
-- Todo hombre esperando la revelación de Jesucristo tiene acceso
a la salvación, en la verdad de un paso en la fe.
-- La presencia de enviados al lado del enfermo procedentes de
una comunidad cristiana debe ser el signo de este Dios deseado
aunque desconocido.
Esta presencia será para algunos la ocasión de un cambio de la
imagen de Dios hasta ahora rechazada, y la posibilidad de un
adelanto de fe en Cristo.
Lo categorial y lo trascendental /
apoyo espiritual y sacramentos
En el párrafo 5-2, hemos citado la nota de K. Rahner precisando
que la experiencia origen de la trascendencia no puede realizarse
normalmente si no es por la mediación de la objetividad del mundo
ambiental o del mismo hombre. Así en el transcurso de enfermedades
graves, esta experiencia es mediatizada por el cuerpo, la relectura de
la vida, la cuestión del sentido de la enfermedad, la presencia del otro
y la relación al Dios personal.
El apoyo espiritual pasará por las mismas mediaciones concretas: la
forma de prodigar los cuidados, la de asociar al paciente a las
decisiones, la presencia gratuita y fiel de la familia, la del equipo
cuidador y de la capellanía y la comunión en la oración. Esto es una
invitación a la colaboración de todos los que intervienen.
Es también una invitación a articular la práctica sacramental con la
andadura de los enfermos, y a rechazar una concepción de los
sacramentos como en un para sí, cercano a lo mágico. Hemos
reflejado ya cómo aquel que lleva la comunión a un enfermo es él
mismo signo de comunión entre ese enfermo y la comunidad, ella
misma signo de comunión con Dios. El padre Philippe Deschamps
testimoniaba del contra-sentido de un respuesto eucarístico
depositado sobre una mesa de noche para comulgarse todos los
días.
La escucha atenta llena de estima hacia aquel que relee su vida o
todo lo que contiene de actos de los que se arrepiente, es ya signo de
una posible reconciliación con Dios que puede desear y acoger.
La presencia, la fidelidad, el respeto y el bloqueo de aquel a quien
cuida o acompaña son ya signos de la presencia, de la fidelidad y del
amor de Dios que un gesto sacramental, una unción de aceite podría
sellar simbólicamente.
El gesto sacramental revela el don de Dios habitando en los
grandes símbolos de la humanidad. No se limita a significar alguna
cosa de Dios ya prefigurada en la actitud del prójimo. Une los
extremos de lo divino y de lo humano, tiene acceso a la realidad del
misterio.
Pero, el padre Deschamps pregunta: «si es por su humanidad
primero, por su comportamiento humano, su atención a las personas,
su respeto a cada una de ellas, sus actividades humanas que
Jesucristo ha revelado y hecho experimentar el amor de Dios; ¿no
será por la misma vía, los mismos medios, los mismos sentimientos
que tenemos, nosotros también, el testimoniar de este amor de
Dios?".
Así los gestos sacramentales toman todo el sentido si están
enraizados en una gestión humanitaria, en un apoyo espiritual que
concierne a todos los cercanos más allá de la misión específica de la
capellanía. Si el mismo Dios se ha ligado por los sacramentos, se da
también libremente fuera de ellos y particularmente en el encuentro
con el otro; «estaba enfermo y me visitasteis" (Mt 25, 36).
CONCLUSIÓN
La emergencia, en el mundo de la salud, del concepto de
necesidades espirituales, no reducida a la fe religiosa, es el testigo de
un cambio de la antropología implícita de los cuidadores e interroga a
los creyentes.
Hemos demostrado, cómo entre la estéril alternativa del
encarnizamiento terapéutico y la eutanasia, las experiencias de
cuidados paliativos habían abierto una tercera vía considerando a los
enfermos en su globalidad.
Hemos seguido cómo la ética de los cuidados había integrado
progresivamente la atención a las necesidades espirituales de los
enfermos.
Pero la diversidad de acercamientos obligaba a un ensayo de
tematización. Hemos conservado siete aspectos de estas
necesidades: la necesidad de ser reconocido como persona, la de
releer su vida, la búsqueda de un sentido, la necesidad de liberarse
de culpabilidad, de reconciliarse, de abrirse a la trascendencia y de
percibir un más allá a los límites de su propia vida.
Se trata más de un deseo que de necesidades pero la ausencia de
respuesta provoca sufrimiento: lo llaman apoyo... Este apoyo al deseo
de ser requiere aquel que le corresponde para fijarse en sí mismo
más allá de su función: Es asunto de todos. Se expresa por la forma
de aplicar los cuidados, la fidelidad de sus allegados, la verdad de las
relaciones, la escucha de los interrogantes existenciales, la acogida
de las palabras que surgen cuando se desliga lo esencial de una vida,
y por la comunión de la apertura a la trascendencia.
Estas necesidades están formuladas con frecuencia fuera de la fe
religiosa pero interpelando la fe cristiana.
El deseo de releer su vida y de asir lo que resiste a la muerte
subetiende la esperanza de la Resurrección. Descubrir el amor como
lo esencial de la vida nos repite el corazón del mensaje evangélico.
La experiencia de falibilidad y el deseo de reconciliación nos hablan
de la necesidad de la salvación y de la importancia del perdón.
La salvación es accesible a todos en una real gestión de la fe,
incluso si no ha sido explícitamente ordenada a Cristo. Pero esta fe
aspira implícitamente a la buena nueva revelada en Cristo.
Cristo aparece como el Salvador capaz de responder a las
aspiraciones de aquel que se encuentra frente a si mismo, pero la
acogida del Evangelio depende en parte de la autenticidad de los
testigos.
La relectura, la reconciliación, el discernimiento de lo que sostiene
en la vida y en la muerte para comprometer son elementos presentes
en la grande Tradición de la Iglesia, en particular en los Ejercicios
Espirituales de San Ignacio. Es una invitación a todo cristiano, para
todo hombre, de no esperar el fin de su vida para ver claro y para
comprometerse radicalmente en lo que tiene sentido.
En fin, el retroceso y la sed de verdad hacen del que se va un
conductor sabio de una palabra de vida para los que se quedan Aquí
hay una encuesta vital para la medicina, para los cuidadores, para los
creyentes y para todo hombre.
¿Quién sabrá asirlo?
THIEFFREY
LABOR HOSPITALARIA, 225. Págs. 222-236