Lic.
Eduardo Cattaneo
Entre
los años 1997 y 2000 hemos tenido una serie de desgracias familiares. La
primera de ellas, constituida por la muerte de mi suegro, fue motivo para largas
charlas entre mi esposa, mis hijos y yo. Luego sobrevinieron la muerte de una de
nuestras hijas (María Guadalupe), que falleció el día que debía nacer después
de un importante accidente sufrido por mi esposa, y de una tía muy cercana.
Todo esto puso, por primera vez, la muerte en la vida de nuestros hijos de una
manera muy fuerte.
Antonio,
así se llamaba mi suegro, vivía desde hacía ya algunos años con nosotros y
con sus ochenta y un años resultaba ser la mayor de las siete personas que vivíamos
en la casa y murió muy rápidamente, sin manifestar enfermedad, sin darnos
tiempo a preparar nuestro ánimo para este triste evento. Esto nos llevó a
pensar cómo afrontar el problema de dar la noticia a nuestros hijos y ayudarlos
luego a superar el dolor, lo hicimos como pudimos, tal vez ahora estamos mejor
preparados para afrontar una situación como esta. Entonces nos dimos cuenta que
casi siempre nos preparamos para la muerte de un ser querido, aunque nunca
pensamos que podemos perder a nuestros hijos, pero no nos preparamos para ayudar
a nuestros hijos en este asunto. He aquí algunos consejos.
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Es importante explicar en forma clara a nuestros hijos lo sucedido, No es bueno
decir que la persona fallecida se ha ido de viaje, ni decir que se ha dormido.
Ambas afirmaciones crean en los niños la idea de que esa persona retornará de
su viaje o despertará de su sueño. Se sabe además de algunos niños que temen
dormirse porque han identificado el sueño con la muerte. No se debe temer al
uso de palabras como "muerte" o "muerto" que, en los niños
mayores, darán una idea clara de lo que ha sucedido.
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No es bueno abundar en detalles sobre cómo se produjo la muerte del ser
querido, la explicación debe ser breve y clara.
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Se debe estar atento y escudriñar los sentimientos de los niños ya que, los más
pequeños, suelen tener la sensación de ser culpables de la muerte del ser
querido. Se le debe explicar en forma clara que lo que ellos hayan dicho o
pensado no ha provocado la muerte del ser querido.
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Los niños, según sus edades, entienden la muerte de diversas maneras. Por lo
general los chicos no entienden el significado de la muerte hasta los tres años.
Entre los tres y los cinco años suelen considerar a la muerte como un estado
reversible y temporal. Después de los cinco años entienden que la muerte es un
estado definitivo, pero hasta los diez años no creen que pueda pasarles a
ellos. Luego de los diez años suelen entender que la muerte es un estado
definitivo y que necesariamente todos llegamos a ella. Claro que esto no es
matemático y muchos de los niños que ya han pasado por la triste experiencia
que significa perder a un ser querido, suelen ser muy adelantados en la
comprensión de este fenómeno.
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Creo que no debe impedirse que participen del velatorio y sepelio, aunque
tampoco se los debe obligar a participar de ello. En el caso de que ellos
quieran hacerlo, se les debe explicar con anterioridad lo que van a ver en ese
momento. Al permitirles participar de estos eventos les damos la posibilidad de
experimentar la sensación de una despedida definitiva. Nuestros hijos
participaron del velatorio de su abuelo, rezaron junto a su madre, y sirvieron
de consolación a su madre que también pudo ayudarles a ellos a entender tal
situación.
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No debemos temer llorar ante nuestros hijos, ellos comprenderán y nos acompañaran
en el dolor, pero creo que debemos evitar las situaciones de gritos escandalosos
y signos de desesperación, pueden dejar en ellos una imagen sumamente negativa
y desesperanzada.
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Si los niños sienten deseos de expresar su dolor, no debemos impedirlo. Quizás
lo mejor es ayudarles a que lo hagan comunicándoles que nosotros también
compartimos esa pena. Cuando el dolor no se exterioriza puede manifestarse de
maneras no conscientes (pesadillas, dificultades en la escuela, etc.)
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Los niños se sienten mas consolados con un abrazo que con palabras sentidas.
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Si se tiene fe y se cree en la vida eterna, la cuestión será más sencilla,
menos penosa. Porque esa separación definitiva, se transforma en la esperanza
de reunirnos con al persona amada al final de nuestros días en presencia del
Padre Eterno.