El primer amor
Quiero comenzar haciéndoles una pregunta: ¿Cuántos de ustedes creen que ya
han terminado de conocer al Señor? Levanten la mano los que creen que ya
terminaron de conocer al Señor. ¡Amén, qué bueno que no hay manos alzadas!
Apenas hemos comenzado a conocerlo. ¡Aleluya!
Yo me siento como el río Toltén. Ayer fui a conocer la desembocadura del río,
y mientras íbamos, me pareció tan majestuoso e imponente; pero cuando llegamos
a la desembocadura, parecía un simple hilito comparado con la inmensidad del
mar.
Yo quisiera invitarles a que ustedes tengan esa figura en la mente en esta mañana.
Cuando miramos para atrás, nuestra historia es como el Toltén antes de la
desembocadura: ¡tanto que Dios nos ha dado, tanta gloria, tanta revelación!,
pero comparado con lo que está por delante... ¡Aleluya! Yo quiero profetizar
esta mañana que estamos en los albores de una experiencia que jamás hemos
tenido, de una gloria que todavía no nos imaginamos. Yo percibo en mi espíritu
que estamos adentrándonos ... estamos en la orilla, metiendo los pies en algo
que muy pronto el Señor ha de manifestar en nosotros.
La verdad final
Precisamente, hermanos, quisiera reflexionar con ustedes, y vislumbrar lo
siguiente: ¿Cuál creen ustedes habrá de ser la verdad que va a cautivar a la
Iglesia en los días previos a la venida del Señor? ¿Qué verdad escatológica,
qué verdad final, es la que va a manifestarse en su Iglesia, que hará que ella
esté cautivada por esa verdad, en los días previos al inminente regreso del Señor?
Tengo una pequeña percepción de lo que creo será esa verdad. ¿Irá a ser la
verdad de la unidad del cuerpo de Cristo, de la unidad de la Iglesia? Sin lugar
a dudas, a la venida del Señor la iglesia ha de estar unida, manifestadamente,
como Jesús oró por ella en Juan 17.
Pero yo creo que la verdad que va a cautivar a la Iglesia en estos días finales
es una verdad que contiene la unidad, que implica la unidad, pero que es mayor
que la unidad.
Éfeso y Laodicea
/Ap/2/4: Trataré de compartirles lo que está en mi corazón. Veamos Apocalipsis capítulo
2. Lo que voy a compartirles es por donde el Señor me ha estado llevando en
este último tiempo. Más que una teoría, compartiré mi experiencia con el Señor
en este último tiempo. Ustedes conocen los mensajes del Señor Jesucristo a las
siete iglesias que estaban en Asia. El primer mensaje es a la iglesia en Éfeso.
Dice así: “Escribe al ángel de la Iglesia en Éfeso: El que tiene las siete
estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro,
dice esto: Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes
soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo
son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y hasta tenido paciencia, y
has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado, pero tengo
contra ti que has dejado tu primer amor”. ¿Digamos juntos el versículo 4?
“Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”.
Quisiera llamar la atención sobre dos cosas que me parece importante destacar
aquí. ¿Ustedes creen en la inspiración divina de las Escrituras? ¡Amén! La
inspiración bendita de las Escrituras por el soplo de Dios quiso que de estos
siete mensajes a las iglesias, el de Éfeso fuese puesto en primer lugar, y yo
creo que eso tiene un sentido. Así como también tiene un sentido que el
mensaje a Laodicea esté puesto en el último lugar.
En Asia existían más iglesias que siete, por ejemplo Colosas, y Colosas no está
aquí. El Espíritu Santo quiso, por decir así, seleccionar siete realidades
espirituales, que yo creo que representan la espiritualidad posible de toda la
Iglesia en cualquier tiempo y en cualquier lugar. Yo creo que aquí está el
espectro de la espiritualidad de la Iglesia de cualquier época y de cualquier
lugar. De alguna manera nosotros estamos interpretados en alguna de estas siete
iglesias. Y el Señor quiso poner como primer mensaje el mensaje a la iglesia en
Éfeso. ¿Por qué? ¿Para qué? Creo que la razón es porque la Iglesia a
finales del primer siglo, que es cuando se escriben estas cartas,
lamentablemente había comenzado a decaer – aunque parezca asombroso.
Cuando uno ve el libro de los Hechos y ve toda la gloria de la Iglesia del
primer siglo –una iglesia que todos hasta el día de hoy añoramos,
admiramos–. Esa iglesia, asombrosamente, a finales del primer siglo comenzó a
decaer, y a Juan, el único de los apóstoles vivos, sobreviviente de los doce,
le tocó presenciar esa decadencia. Dios quiso preservarlo hasta este tiempo,
para que él contemplara esa decadencia. Pero no sólo para que la contemplara,
sino por sobre todo para que nos mostrara el camino de regreso. ¡Alabado sea el
Señor!
Entonces, para mí, el hecho de que Éfeso esté en primer lugar –una iglesia
a la cual se le reprocha haber abandonado su primer amor–, es para que nos
quedase claro a todos nosotros que la decadencia comenzó el día en que la
iglesia comenzó a abandonar su primer amor. Ustedes ven que si no estuviera el
versículo 4, donde está este reproche, esta sería una carta extraordinaria. Y
ustedes leen la carta a los efesios, escrita por el apóstol Pablo, y también
es una carta extraordinaria, una iglesia a la cual se le podía hablar de las
profundidades del Señor, de las riquezas de pleno entendimiento.
Pero 40 años después, Dios usa a Juan para hablarle a esta Iglesia, y yo creo
que ni la misma iglesia en Éfeso podía examinarse a sí misma y notar esta
deficiencia, porque todo parecía tan bien, todo se veía tan perfecto, hay
tanta aprobación del Señor a todo lo que se hace. Pero el ojo de Dios, que
puede ver lo que nosotros no vemos, que ve el corazón, detectó que había una
falla. Algo había comenzado a declinar, que todavía no tiene grandes efectos,
pero el día que comienza a perderse eso, comenzamos a caer. Esa es la
importancia que tiene para mí que Éfeso esté en primer lugar. El Señor nos
está diciendo que por aquí comienza la decadencia, la ruina de la iglesia:
Cuando comenzamos a abandonar el primer amor.
¿Y qué significa que Laodicea esté al final? Significa que el comienzo de la
caída (Éfeso) tiene su clímax en Laodicea. Porque si a la iglesia en Éfeso
se le reprocha que ha perdido su primer amor, a Laodicea ¿qué se le reprocha?
¡Mira hasta dónde puede llegar la ruina de la iglesia! En Laodicea no tenemos
una iglesia con el problema que ha abandonado el primer amor, el problema de la
iglesia de Laodicea es que tiene a Cristo afuera, ¡Oh, qué tremendo! Puede
seguir todo el aparataje, puede seguir toda la estructura, pero ya el Señor no
está. Y el Señor, que es amoroso y que es paciente, sigue llamando
incansablemente, aun a esa iglesia, y le dice: “He aquí, yo estoy a la puerta
y llamo; todavía si hay alguno allí que abra la puerta de su corazón yo voy a
entrar, yo voy a morar y voy a cenar con él”.
Pero es trágico. Esta iglesia tiene ni más ni menos que a Cristo fuera.
Nosotros usamos este pasaje para evangelizar, pero es para la iglesia. ¿Cómo
la iglesia puede llegar a ser Laodicea? ¿Cómo la iglesia puede llegar a esa
condición? Como se nos decía anoche, la iglesia es un vaso para contener a
Cristo, y ¿cómo la iglesia puede llegar a ser un vaso sin Cristo? ¿Cómo
comienza todo? Porque esa es la ruina total a la que se puede llegar. ¿Pero cómo
comienza esa decadencia? ¡Éfeso, Éfeso! Allí comienza. “Tengo contra ti
que has dejado tu primer amor.”
El primer amor
¿Qué querrá decir esto de que “has dejado tu primer amor”? Creo que la
clave está en la palabra primer amor. Tu primer amor. ¿Cuál es tu primer
amor? ¡El primer amor es Cristo! ¡El primer amor es el amor que le debemos al
Primero! Y ese amor el Señor lo especificó muy bien. El Señor dijo: “El que
ama a padre o a madre, o a hijo o a hija más que a Mí, más que a Mí, el que
ama su vida mas que a Mí, el que ama a cualquier otro más que a Mí no es
digno de Mí, no puede ser mi discípulo”.
Ahí estaba diciendo: “Yo soy el primer amor de tu vida. Yo soy el primer amor
de la Iglesia”. ¡Aleluya! Has dejado tu primer amor, has dejado de amar al
Primero, lo has dejado de amar como lo primero, al Primero lo has dejado de amar
como tu prioridad. Otras cosas han cautivado tus afectos, tu amor, y el Señor
ya no es tu primero.
Creo que la expresión “el primer amor”, quiere decir también “el amor
que sólo puede producir el Primero”. No estamos hablando de un amor producido
por la naturaleza humana, sino de un amor que sólo lo puede producir el
Primero, que es el Señor. El amor del Primero. No es sólo el amor al Primero,
sino también es el amor del Primero. Un amor entrañable, un amor celestial, un
amor divino.
La experiencia de la iglesia del primer siglo
Hermanos queridos, la Iglesia del primer siglo vivía esta experiencia. Con la
expresión “primer amor” Juan estaba refiriéndose – y el Señor estaba
refiriéndose a través de Juan – a la experiencia de la Iglesia, a la
experiencia de vida de Iglesia del primer siglo. Una experiencia espiritual
profunda, que a mi modo de ver Juan y el Señor Jesucristo la llaman aquí
“primer amor”. Un amor que es sólo fruto de la vida divina en nosotros. Sólo
la vida de Dios en nosotros puede hacernos experimentar esta clase de amor.
Pero la iglesia comenzó a decaer. Entonces el Señor dijo: “Cuidado, cuidado,
se ha comenzado a perder esta experiencia. Se está comenzando a perder esta
experiencia llamada “primer amor”. Esta era la experiencia de vida de la
Iglesia, una experiencia de vida donde Cristo era el centro, donde Cristo era la
vida de la Iglesia, donde Cristo era el todo de la Iglesia. Pero dicho ahora en
términos subjetivos, era una Iglesia que vivía apasionadamente por Cristo, una
Iglesia que tenía a Cristo como su primer amor, donde los afectos estaban
puestos en su debido lugar y donde, en esa escala de valores y de amores y
afectos, Cristo era el mayor afecto, el mayor valor en el corazón de los
hermanos. ¡Bendito sea el Señor! ¡Alabado sea el Señor!
Hermano, mire, escuche esto: Cuando el Señor le dice a Éfeso: “Recuerda por
tanto de donde has caído y arrepiéntete y vuelve a las primeras obras, vuelve
al primer amor”, para ellos significó volver a algo que tuvieron y que habían
perdido, porque la iglesia del primer siglo sí lo tuvo. Pero yo tengo la
sospecha que para nosotros este mensaje de volver al primer amor no es volver a
algo que tuvimos nosotros en nuestra experiencia. Creo que para nosotros el
llamado de Dios a volver al primer amor es volver a una experiencia que nosotros
no hemos tenido, por lo menos no plenamente. Para ellos fue lo primero que
perdieron y que implicó que la iglesia comenzara a decaer; en cambio, eso que
ellos perdieron, se convierte ahora para nosotros en la meta a la cual tenemos
que llegar.
Las verdades y la Verdad
Pero mi pregunta es: ¿Cuál es finalmente la verdad, la verdad a la
cual tenemos que llegar, que hará que la iglesia esté gloriosa y preparada
para el regreso inminente del Señor? Yo digo que no son las verdades en plural,
porque podemos seguir recuperando verdades, pero creo que finalmente tenemos que
llegar a la Verdad.
Cuando el lunes viajaba como a las 5 de la mañana, la familia venía en el vehículo
durmiendo, yo venía hacia el sur y a mi izquierda tenía la cordillera, y pude
tener mi devocional con el Señor mientras viajaba: me tocó presenciar un
amanecer. El día estaba despejado y lo pude presenciar completo. Cuando salimos
estaba oscuro, pero en medio de toda la oscuridad a mi izquierda, detrás de la
cordillera, comenzó a asomarse un resplandor, muy tenue. Poco a poco, mientras
eso iba en aumento, las tinieblas comenzaron a desaparecer. En mi conversación
con el Señor, mientras presenciaba eso, entendía que el Señor me decía:
“Así es la revelación. Es progresiva y va en aumento.” Pero el punto es éste:
llegó un momento en que la claridad dio paso a un hermoso sol. Lo que amaneció
finalmente fue el sol, ¡Aleluya! La claridad, los rayos, son las verdades, pero
finalmente tras esas verdades, debe aparecer Cristo, ¡sólo Cristo!
La verdad final a la cual tenemos que ir, hermanos, es Cristo. No las doctrinas,
no las verdades, sino Cristo. Cristo como la gran doctrina, Cristo como la gran
verdad, Cristo como la verdad suficiente. ¡Alabado sea el Señor!
La búsqueda del Señor
Hace algún tiempo atrás comencé una búsqueda personal del Señor, porque me
sentía cansado. Notaba que me esforzaba mucho, pero había poco fruto; notaba
que compartía la palabra, pero que no llegaba. Inicialmente mi oración era sólo
esta: “Señor, si tú no edificas la casa, en vano trabajamos los que la
edificamos”. “Señor, si tú no edificas la casa, en vano velamos. Por demás
es que nos levantemos de madrugada y vayamos y nos esforcemos. Señor, si tú no
estás en esto, si no eres tú el que estás edificando, todo esfuerzo es
vano”. Pero mientras hacía esta única oración todos los días, me sentía
como ir atravesando un bosque, como ir corriendo las ramas a un lado para
avanzar. Hasta que en un momento sentí que había cruzado ese bosque y ya no
había más ramas ni árboles que apartar, que ya había cruzado, por decir así,
lo que de alguna manera no me dejaba ver. Y al otro lado del bosque estaba sólo
el Señor.
Él, ni siquiera “lo de Él”, sino simplemente Él, Él mismo. Y frente a Él
escuché su voz decirme: “¿Sabes? tú me has estado buscando para que yo te
use, has estado buscándome por mi poder, por mi unción, para que yo trate con
los hermanos, para que yo obre en ellos; por la palabra, por tu ministerio; pero
yo te quiero a ti, y quiero que tú me quieras a mí.” Hemos estado
compartiendo esto con los hermanos en Santiago y un pastor decía un día: “¿Saben?
lo que más ha llegado a quebrantar mi corazón es saber que por muchos años yo
he querido usar al Señor, porque hasta nuestra búsqueda de Él es para nuestra
conveniencia”. ¿Cómo se siente usted cuando se sabe usado? Yo lo entendí
por primera vez también allí.
El Señor me decía: “No quiero que estés interesado por lo que yo te pueda
dar, en lo que puedas sacar de mí ... (que es tanto ¿no es cierto?) ... quiero
que seas para mí, y yo quiero ser para ti.” Cristo el todo. Cristo el todo en
mi vida. Para mí este encuentro con el Señor significó: “Yo quiero ser tu
doctrina de aquí en adelante, no quiero que tengas más doctrinas, yo voy a ser
tu doctrina; no quiero que tengas más teologías, yo voy a ser tu teología”.
Cristo mi doctrina, Cristo mi teología. Creo que si vamos a avanzar, hermanos,
si vamos a llegar al cenit de la revelación, se nos tiene que aparecer Cristo,
y Cristo ser todosuficiente para nosotros.
Y entonces yo decía: “¿Qué hay ahora? Si Cristo es todo, si Cristo es la
doctrina, ¿qué vendrá? ¿cómo funciona la vida? ¿en qué va a consistir la
vida?”. En algo tan simple y tan glorioso ¡aleluya! Vamos a amar a Cristo con
todo el corazón, vamos a amarle con toda la mente, con todo el alma y con todas
las fuerzas, y vamos a amar al prójimo como a nosotros mismos. El Señor dijo:
“De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”. En esta
verdad está implicada la santidad y la unidad, y la humildad, y la
misericordia. El Señor dijo claramente que de estos dos mandamientos depende
todo lo demás.
¿En qué más va a consistir la vida? En que vamos a creerle al Señor, vamos a
amarle, vamos a seguirle, vamos a vivirlo. ¿Y qué mas? ¡Nada más! Esto es
plenitud. Esto es la vida eterna: que lo conozcamos a Él y a Jesucristo su Hijo
que nos fue enviado. Un corazón cautivado por El, una vida completa al servicio
de Él, amándole. Hermanos, creo que aquí está el motor práctico, aquí está
lo que despierta la pasión, la fuerza y el fervor, ¡el amor, el amor! Y yo le
dije al Señor: “Señor, no sé amar, no puedo amarte como dice el primer
mandamiento. ¿Qué será amarte con todo el corazón, con toda la mente, con
toda el alma, con todas las fuerzas? No lo sé”. Y por primera vez el Señor
me llevó al Cantar de los cantares. Nunca había estado ahí. Para mí era un
libro tan enigmático como el Apocalipsis.
El Señor me llevó al Cantar de los Cantares, y me dio esta orientación:
“Vas a leerlo, vas a orarlo, vas a meditarlo, como si fuera un manual donde yo
te voy a enseñar cómo amarme y cómo tú puedes experimentar mi amor; vivir y
experimentar cómo yo te he amado, y cómo tú puedes amarme, cómo yo soy digno
de ser amado, cómo merezco ser amado.” Ahora tengo mi propia versión del
Cantar de los cantares, que es como lo viví en mi relación con el Señor. Él
me lo fue mostrando. No digo que sea la interpretación, a lo mejor es para mí
no más, y estoy ahí recorriendo ese camino, de estar con Él y hacerlo a Él
mi todo.
El discípulo al que Jesús amaba
¿Por qué tenía que ser Juan y no otro el que el Señor usara para advertir a
la iglesia sobre esta verdad? Porque fíjense, hermanos queridos, que mirando
los evangelios uno descubre que, dentro de los doce, el Señor tenía un círculo
más íntimo compuesto de tres: Pedro, Juan y Jacobo. Con ellos el Señor vivió
algunas cosas que no vivió con los demás. Pero aun dentro de estos tres, Juan
tuvo una relación con Cristo que no la tuvo ninguno de los otros dos.
Veamos en el evangelio de Juan capítulo 13. Esto para mí es tremendo. Desde
Juan 13 hasta Juan 17 está la última enseñanza que le entregó a sus discípulos
en esa noche antes de ser entregado. Después en Juan 18 usted lee y el Señor
sale camino a la cruz. En el 13:21 él dice: “De cierto, de cierto os digo,
que uno de vosotros me va a entregar. Entonces los discípulos se miraban unos a
otros, dudando de quién hablaba. Y uno de sus discípulos ... fíjense “y uno
de sus discípulos” ¿cómo se identifica a este discípulo? “al cual Jesús
amaba”. Yo leo este pasaje y me da un poco de celo, digo ¿y yo qué? Me
imagino que así se sentían los otros.
Todos eran discípulos, pero de entre los discípulos hay uno al cual Jesús
amaba. ¿Qué quiere decir eso? ¿Que a los otros no los amaba? ¿Que sólo
amaba a Juan? Esta expresión aparece cuatro veces en los evangelios: “Juan,
el discípulo al cual Jesús amaba”. ¡Oh, qué tremendo!, ser conocido como
el discípulo al que Jesús amaba. No quiere decir que a los demás no los
amaba, pero quiere decir que Juan había abierto su corazón de tal manera, había
sido un recipiente tan abierto, que había sido alcanzado por el amor de Cristo
más profundamente que los demás. No es que el Señor haga diferencia y que
quiera amar a uno más que otro. La diferencia la hacemos nosotros. Usted hace
la diferencia. Si su disposición es como la de Juan, si su corazón es como el
de Juan, si la abertura de su vasija es como la de Juan, usted va a experimentar
el mismo amor que experimentó Juan, el mismo amor de Jesús.
Entonces dice el relato: “Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba,
estaba recostado al lado de Jesús”. Esto parece simplemente un detalle del
relato, pero tiene significado. Juan era el que estaba más cerca, el que estaba
recostado al lado del Señor, y esto tiene importancia, porque enseguida dice:
“A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel
de quien hablaba”. El Señor acababa de decir: “Alguien de ustedes aquí me
va a entregar ...”, y Pedro que estaba más lejos ..., ¿van entendiendo la
figura? Pedro que estaba más lejos le dice al que estaba más cerca, ¿por qué
no le preguntas tú, por favor? Tú que estás más cerca ... Pedro no estaba lo
suficientemente cerca de Él como para preguntarle a Él directamente, sino que
lo hizo a través de Juan, el que estaba más cerca.
Y mira el versículo 25, aquí está el clímax: “Él entonces ...” El discípulo
al que Jesús amaba, “recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién
es?”. Estaba recostado al lado, pero cuando le dijeron: “Juan, pregúntale tú”,
¿saben lo que hizo Juan? Se acercó más y se acurrucó en el pecho del Señor.
¿Eso fue una improvisación, hermanos? ¿Eso fue algo que se le ocurrió a Juan
hacer en ese momento? ¿Se salió del libreto y del protocolo y de todo? No; aquí
estamos al final del ministerio del Señor, de aquí sale a la cruz, entonces
aquí está reflejada la experiencia de Juan con Jesús durante esos tres años
y medio. Juan sabía lo que era ser amado por Jesús y Juan sabía lo que era
amar a Jesús. ¿Saben, hermanos? Juan escuchó los latidos del corazón de Jesús.
Él sabía lo que era sentir latir el corazón de Jesús. Probablemente no lo
supo ninguno de los demás.
“Juan, el discípulo al cual Jesús amaba” suena un poco escandalizante para
nosotros. Pero no es escandalizante, ¡es desafiante! Si hacemos de Cristo
nuestro todo, hermanos queridos, y dejamos que él cautive nuestro corazón,
nosotros también seremos Juan, también se dirá de nosotros “el que Jesús
ama”, “este discípulo amado por Jesús”. Y Juan cuando escribe sus cartas
dice: “Nosotros amamos a Dios, pero porque él nos amó primero.”
Si hay algo que resume lo que vivió Juan durante esos tres años y medio, y que
lo marcó y lo transformó para el resto de sus días, fue que Jesús lo amó.
El Señor me decía: “No me vas a poder amar como dice el primer mandamiento
hasta que experimentes mi amor primero”. Porque uno no puede dar lo que no
tiene; nosotros le amamos porque Él nos amó primero. A veces para nosotros
esto es información bíblica, pero quien lo dice es Juan, y cuando él está
diciendo: “Nosotros le amamos porque Él nos amó primero”, él está remitiéndose
a esa experiencia gloriosa, no a teoría, no a conceptos, ¡a experiencia! “Yo
sé lo que es ser amado por Jesús –dice Juan–; yo era su regalón, yo me
recosté sobre su pecho, yo oí latir su corazón.”
La necesidad de una experiencia con Cristo
Ahí hay una experiencia reflejada, profunda, el primer amor que embargó a la
iglesia, que cautivó a la iglesia del primer siglo. ¡Bendito sea el Señor!
Yo digo que esto lo podemos aprender intelectualmente, pero tiene que haber una
experiencia, tiene que haber un momento en que se le aparezca a uno Él, Él
solo, ni siquiera “lo de Él”, Él solito. Él vale por sí mismo, Él es el
tesoro. Que Él nos sea suficiente. ¡Bendito sea el Señor!