PARTICIPACIÓN DE LOS LAICOS EN LA FUNCIÓN PROFÉTICA 


1. JUAN-PABLO-II:LAICO/PROFETA: ECCLESIA 2672/19 

Según el Concilio Vaticano II, en la Iglesia, cuerpo místico de 
Cristo, todos participan no sólo de la dignidad y misión de Cristo, 
sumo y eterno sacerdote, como hemos visto en las catequesis 
dedicadas al sacerdocio común, sino también de su dignidad y 
misión de gran profeta, como deseamos explicar en esta 
catequesis.
Comencemos releyendo el texto de la constitución Lumen 
gentium, según la cual Cristo "cumple su misión profética hasta la 
plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía, 
que enseña en su nombre y con su poder, sino también por medio 
de los laicos, a quienes, consiguientemente, constituye en testigos 
y los dota del sentido de la fe y de la gracia de la palabra, para 
que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria familiar y social" 
(n. 35; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 904).

2. Como se puede observar en ese texto, se trata de una 
investidura, realizada por Cristo mismo, que constituye en testigos 
a los laicos, dotándolos del sentido de la fe y de la gracia de la 
palabra, con una finalidad netamente eclesial y apostólica, pues el 
objetivo del testimonio y de la investidura es hacer que el 
Evangelio de Cristo resplandezca en el mundo, o sea, en los 
diversos campos donde se desenvuelve la vida de los laicos y 
donde realizan sus deberes terrenos. Añade el Concilio: "Tal 
evangelización, es decir, el anuncio de Cristo pregonado por el 
testimonio de la vida y por la palabra, adquiere una característica 
específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a 
cabo en las condiciones comunes del mundo~ (ib.; cf. Catecismo 
de la Iglesia católica, n. 905). Así pues, la característica de la 
vocación de los laicos a participar en la función profética de Cristo, 
el testigo veraz y fiel (cf. Ap 1, 5) es mostrar que no existe 
oposición entre su seguimiento y el cumplimiento de las tareas que 
los laicos deben realizar en su condición secular y que, por el 
contrario, la fidelidad al Evangelio sirve también para mejorar las 
instituciones y estructuras terrenas.

-Los laicos anuncian el Evangelio con sus obras 
3. Ahora bien, conviene aquí precisar, también con palabras del 
Concilio, la naturaleza del testimonio y, podríamos decir, del 
profetismo de los laicos y de toda la comunidad cristiana. De ese 
testimonio habla Jesús cuando, antes de la Ascensión, dice a los 
discípulos: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá 
sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1, 8). Para el 
cumplimiento del oficio de testimonio, al igual que para el ejercicio 
del sacerdocio universal, es necesaria la intervención del Espíritu 
Santo. No sólo es cuestión de un temperamento profético, 
vinculado a carismas particulares de orden natural, como a veces 
se entienden en el lenguaje de la psicología y de la sociología 
modernas. Más bien, es cuestión de un profetismo de orden 
sobrenatural, tal como se nos presenta en el oráculo de Joel (3, 
2), citado por San Pedro el día de Pentecostés: "En los últimos 
días [...] profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas" (Hch 2,17). Se 
trata de anunciar, comunicar, hacer vibrar en los corazones las 
verdades reveladas, portadoras de la vida nueva concedida por el 
Espíritu Santo.

4. Por esto, el Concilio dice que los fieles laicos se constituyen 
en testigos, y los dota del "sentido de la fe y de la gracia de la 
palabra» (Lumen gentium, 35). Y la exhortación apostólica 
Christifideles laici añade que son habilitados y comprometidos «a 
acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las 
obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía~ (n. 14). Todo 
ello es posible porque reciben del Espíritu Santo la gracia de 
profesar la fe y de encontrar el camino más adecuado para 
expresarla y transmitirla a todos.

-Permanecerán cristianos valientes 
5. Los laicos cristianos, como hijos de la promesa, están también 
llamados a dar en el mundo testimonio de la grandeza y la 
fecundidad de la esperanza que llevan en su corazón una 
esperanza fundada en la doctrina y en la obra de Jesucristo, 
muerto y resucitado para la salvación de todos. En un mundo que, 
a pesar de las apariencias, se encuentra tan a menudo en 
situación de angustia por la siempre nueva y decepcionante 
experiencia de los límites, las carencias e incluso el vacío de 
muchas estructuras creadas para la felicidad de los hombres en la 
tierra, el testimonio de la esperanza es particularmente necesario 
para orientar los espíritus en la búsqueda de la vida futura, por 
encima del valor relativo de las cosas del mundo. En eso los 
laicos, como agentes al servicio del Evangelio a través de las 
estructuras de la vida secular tienen una importancia específica: 
muestran que la esperanza cristiana no significa evasión del 
mundo ni renuncia a una plena realización de la existencia terrena, 
sino su apertura a la dimensión trascendente de la vida eterna, 
única que da a esa existencia su verdadero valor.

6. La fe y la esperanza, bajo el impulso de la caridad, dilatan su 
testimonio en todo el ámbito de vida y de trabajo de los laicos, 
llamados a hacer que "la virtud del Evangelio brille en la vida diaria 
familiar y social" (Lumen gentium, 35). Es la virtud del Evangelio 
que se manifiesta en la continua conversión del alma del Señor, en 
la lucha contra las potencias del mal que actúan en el mundo, en 
el esfuerzo por remediar los daños causados por las potencias, 
oscuras o manifiestas, que tienden a apartar a los hombres de su 
destino. Es la virtud del Evangelio que reflejan en la conducta de 
cada día, cuando, en todo ambiente y en todas las circunstancias, 
permanecen cristianos valientes, sin miedo de mostrar sus 
convicciones, recordando las palabras de Jesús: "Quien se 
avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el 
Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y 
en la de los santos ángeles" (Lc 9, 26; cf. Mc 8, 38). "Todo el que 
se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se 
declarará por él ante los ángeles de Dios" (Lc 12, 8). Es la virtud 
del Evangelio que se manifiesta cuando conservan la paciencia en 
las pruebas y se comportan como testigos de la cruz de Cristo.

7. La virtud del Evangelio no se exige sólo a los sacerdotes y a 
los religiosos en su misión de ministros de la palabra y de la gracia 
de Cristo; también es necesaria a los laicos para la evangelización 
de los ambientes y las estructuras seculares donde se desarrolla 
su vida diaria. En esos sectores del mundo su testimonio impacta 
aún más y puede tener una eficacia inesperada, comenzando por 
el ámbito de la "vida matrimonial y familiar", como recuerda el 
Concilio (Lumen gentium, 35). Para ellos y para todos los 
seguidores de Cristo, llamados a ser profetas de la fe y de la 
esperanza, pedimos la fuerza que sólo se puede obtener del 
Espíritu Santo con la oración asidua y fervorosa. Juan Pablo II

2. PROFETA/QUIEN-ES «Profeta es el hombre de Dios en el 
mundo del hombre».

(Misal de la Comunidad)

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3. 
«Un profeta auténtico reconoce que dice la verdad cuando al 
decirla le duele la boca y no cuando se regodea pensando cómo 
herirá a éstos o a aquéllos. Hay que atreverse a decir la verdad 
entera, es decir, sin añadirle el placer de hacer daño». 

G. ·Bernanos

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