Estudio comparativo
entre los planteamientos filosóficos
y las
enseñanzas del Vaticano II
"Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien centrará las explicaciones que van a seguir". (Gaudium et spes, 3)
El filósofo moderno y, con él toda la filosofía, ha centrado todas sus reflexiones e inquietudes filosóficas alrededor del hombre; la filosofía ha llegado a ser, así, antropológica.
Los metafísicos que están preocupados por hacer verdadera filosofía del ser, y en este sentido han superado felizmente los desvíos del racionalismo, idealismo y positivismo de épocas anteriores, han tomado como punto de partida del quehacer metafísico al hombre, el ser–ahí, el Dasein.
Por su parte la Iglesia, reunida en Concilio, ha dado una gran importancia, en su meditación y reflexión teológica, al hombre.
Son extraordinarios, por lo sencillos y modernos, los pensamientos que a lo largo de todos sus documentos, el Vaticano II ha ido presentándonos sobre el hombre. Se ha dicho, y con razón, que el Vaticano II ha empleado en la elaboración de algunos de sus documentos una metodología teológica nueva, muy actual y muy de acuerdo con el pensamiento y el sentir del hombre moderno.
Uno de esos documentos es la Constitución pastoral "Gaudium et spes". Los análisis que sobre el hombre y la sociedad encontramos en este documento conciliar, tienen una gran sencillez y a la vez una penetrante profundidad; son ricos y sugestivos, al mismo tiempo que sobrios y equilibrados, con ese equilibrio característico de la secular Madre y Maestra Iglesia.
El propósito de las líneas que siguen es el de hacer un pequeño estudio comparado entre el pensar filosófico moderno sobre el hombre, y lo que la Iglesia del Concilio Vaticano II nos dice sobre la persona humana en la "Gaudium et spes".
La filosofía moderna se ha enriquecido enormemente con el empleo del método llamado "fenomenológico". Es una descripción y acercamiento lo más posible a los fenómenos, para luego hacer una profunda reflexión sobre ellos.
Haciendo una fenomenología de la persona humana, llegamos a descubrir los siguientes aspectos:
Esto lo dice expresamente Teilhard de Chardin, así: "La reflexión es el poder adquirido por una conciencia de replegarse sobre sí misma y de tomar posesión de sí misma como de un objeto dotado de su consistencia y de su valor particular; no ya sólo conocer, sino conocerse; no ya sólo saber, sino saber que sabe"
Este fenómeno de la conciencia de sí tiene incalculables e insospechadas consecuencias para el hombre. El hombre se desarrolla, así, en una esfera completamente distinta de las otras esferas de la creación.
Es un mundo distinto en donde hay:
Esto mismo lo dice otro pensador en la siguientes forma: "Por la conciencia de sí mismo, por la conciencia del "yo", se sabe el hombre un "yo", y se define, como tal, frente a todo "tú". En cuanto "yo" posee el hombre su propio ser, su propia vida, pensamiento y volición, que son diferentes del ser, de la vida, pensamiento y volición de cualquier otro".
Del hecho de que el hombre tenga conciencia de sí podemos sacar algunas consecuencias importantes:
Esta conciencia que tiene el hombre de sí lo hace aparecer como algo único: es él y no otro; algo que no se repite, sino que subsiste único en el tiempo y singular en su condición.
Además se sabe el hombre subsistente, es decir, su ser no hace parte de otro ser. El hombre existe en sí mismo.
Por último el hombre se sabe dotado de una poderosa unidad interior e indivisión. Por eso todos sus actos, tanto interiores como exteriores, reciben del yo carácter unitario. A pesar de todos los cambios que sufre por su evolución natural, el yo subsiste como una unidad permanente.
Estos mismos pensamientos los enfoca de una manera sintética la Constitución "Gaudium et spes", cuando, al hablar del hombre, dice: "No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza, o como elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones...".
Dice el filósofo W. Luypen: "La libertad del hombre como
sujeto entraña una cierta autonomía. No todo lo que es el hombre resulta de
procesos y de fuerzas, sino que el ser del hombre como sujeto es un auto-ser.
El hombre no se puede explicar por completo mediante sus antecedentes: el ser
del hombre como sujeto es un ser-de-sí-mismo. El ser del hombre no es
meramente ser una parte del cosmos, no es solamente un pertenecer al cosmos,
sino que en tanto sujeto el hombre es subsistente y se pertenece a sí
mismo". El hombre, entonces, se nos aparece como capaz de
determinarse, dueño de sus actos. Tiene ante sí un horizonte ilimitado para
que desarrolle sus potencialidades; por esto podemos llamarle un proyecto, más
bien autoproyecto que tiene que realizarse, o mejor,
autorealizarse. Mediante este tener-que-ser es como logra el hombre su
plena realización y conquista de veras su libertad. El hombre puede llegar
cada día a ser más libre. Esta libertad el hombre la conquista frente a los instintos,
frente a la herencia y frente al medio ambiente. Veamos algunos pensamientos
del psiquiatra Viktor Frankl, a este respecto: " El hombre tiene instintos,
pero los instintos no le tienen a él...El hombre es un ser que frente a sus
instintos siempre puede decir que no, y no tiene necesidad de decir siempre
que sí...El hombre tienen instintos, el animal "es" sus instintos. En cambio,
lo que el hombre "es", es su libertad, y eso por cuanto ella le es
peculiar a priori e inamisiblemente, pues algo que yo "tengo" sin esa
condición podría también perderlo." "Por lo que respecta a la herencia,
precisamente la seria investigación de la transmisión hereditaria ha mostrado
en qué medida el hombre, al fin y al cabo, posee libertad incluso frente a su
predisposición..." "...Por lo que respecta al medio ambiente, nos encontramos
con que éste tampoco determina la hombre, sino que más bien depende todo de lo
que el hombre hace de él, de la actitud que adopta frente a él". Pero la libertad tiene una consecuencia importantísima para
el hombre; al hacerse dueño de sus actos, se hace al mismo tiempo
responsable de los mismos. La responsabilidad es otra característica
del hombre. El hombre, en este sentido, sabe para qué es libre. Al ser
responsable, el hombre acepta las consecuencias del ejercicio de la libertad.
Acepta el tener-que-ser, el realizarse como persona humana, el darle un
sentido a su existencia, a los valores creadores y vivenciales, y se
compromete plenamente con todos ellos. "La responsabilidad del hombre es más
que su libertad, en cuanto que él es libre de algo, mientras que es
responsable de algo y ante alguien". Ante quién es responsable el hombre es una pregunta que
contestaremos más adelante. ¿Qué nos dice la "Gaudium et spes" sobre la libertad
del hombre? La libertad humana no la entiende el Vaticano II como un simple
añadido al hombre, sino que por el contrario, piensa que es algo constitutivo
y esencial. La libertad humana adquiere, así, una dimensión dramática, pues
está en la mano del hombre el realizarse plenamente, o el frustrarse
irremediablemente. Dice así el texto de la Constitución: "La dignidad humana
requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir,
movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un
ciego impulso interior o de la mera coacción externa". Según el documento conciliar, la libertad constituye la
dignidad el hombre: "La verdadera libertad es signo eminente de la imagen
divina en el hombre. Dios ha querido dejar el hombre en manos de su propia
decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose
libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección". La libertad para el Concilio es algo que el hombre conquista
progresivamente en su tener-que-ser. Es algo que se le da en germen,
constitutivo de su condición humana, pero que tiene que conquistar y
acrecentar mediante actos libres. "El hombre logra esta libertad cuando,
liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la
libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y
esfuerzo creciente". Estos pensamientos nos dan a entender que el hombre realmente
"conquista" la libertad si verdaderamente se "libera" de las muchas
esclavitudes a que está expuesto en el plano intelectual, en el volitivo y en
el afectivo. El Concilio, con fina psicología, nos da a entender que el
desequilibrio y el desorden que acompañan a nuestra condición humana, es un
dato del cual no podemos desentendernos. Desequilibrio y desorden que la
moderna psicología profunda, por su parte, nos enseña también, hablándonos de
un yo superficial que busca lo transitorio, lo material y lo mudable; y un yo
profundo que quiere lo estable, lo eterno y lo trascendente. Por eso el
documento del Vaticano II añade: "La libertad humana, herida por el pecado,
para dar la máxima ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la
gracia de Dios". Esto quiere decir, que el hombre posee en sí mismo la norma o
ley de su actividad. El hombre es por esencia, un ser ético. La eticidad del
hombre le compromete consigo mismo, con sus semejantes y con el Absoluto. Esta ley y norma que el hombre encuentra en sí mismo, para
que sea válida y consistente debe tener un apoyo, algo en qué fundamentarse.
El fundamento último de toda moralidad lo encuentra el hombre en el
Absoluto. Ahora podemos contestar la pregunta dejada sin respuesta un
poco más arriba. ¿Ante quién es responsable el hombre?, puesto que él no se
responsabiliza ante sí mismo... Dice V. Frank: "¿Qué quiere decir esto? Que
tiene que tener presente una norma objetiva; que al menos no puede ser él su
propia norma. Lo ridículo que es el hombre cuando intenta hacerse a sí mismo
su propia medida –no sólo moral y espiritualmente, sino también corporalmente–
me lo ha mostrado un niño que a los cuatro años se acercó una mañana a su papá
y le dijo: "Mira, papá, hace dos años era yo así de pequeñito, entonces no me
llegaba más que aquí"; y señaló su propia cintura. Este alguien ante quien el hombre es responsable no puede ser
una ficción, ni tampoco un mero ente ideal; debe ser personal. Por eso el
autor anteriormente citado afirma: "El análisis existencial no estima que la
conciencia (al menos en forma del super-yo identificado con la conciencia) sea
una instancia sujetiva (es decir, emanada del sujeto), en último término
auto-creada; más bien entiende que esta instancia no puede ser concebida sino
como una instancia objetiva, por no decir absoluta...Ese ser personal que en
su esencia trasciende al hombre y que tiene que ser por lo tanto de naturaleza
superior al hombre, es a lo que desde muy antiguamente venimos llamando
Dios". Este último pensamiento coincide en su esencia con lo
expresado por la Constitución "Gaudium et spes", en estos términos: "En
lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley
que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz
resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que
debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto y
aquello". Ante esta solicitud o "llamada", como prefieren decir otros
autores, de su conciencia, está la íntima división o tragedia del hombre. Es
curioso cómo el documento conciliar, en repetidas ocasiones, hace mención de
esta situación humana. Escojamos algunos pensamientos para mostrarlo: "En realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al
mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental
que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se
combaten en el interior del hombre"... "Como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no
quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí
mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la
sociedad". "El hombre, cuando examina su corazón, comprueba su
inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener
origen en su santo Creador". "Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se
presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal,
entre la luz y las tinieblas...Más todavía, el hombre se nota incapaz de
domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de
sentirse como aherrojado entre cadenas". Ante estos planteamientos, la Iglesia presenta su solución,
enseñada por la revelación: "Pero el Señor vino en persona para liberar
y vigorizar al hombre, renovándolo interiormente y expulsando al
príncipe de este mundo, que le retenía en la esclavitud del pecado". Examinando sus procesos mentales y cognoscitivos se siente
limitado; no conoce todo de una vez, sino que tiene que avanzar penosamente
para desenmascarar la realidad y apoderarse de ella. Su voluntad no hace todo
lo que quiere, y a pesar de sus idealismos y de sus ansias de amor, el egoísmo
le carcome y le invade. Se siente un ser arrojado en la existencia, no puede evitar
estar-en-el-mundo y con los demás. Ciertamente el hombre se reconoce como
autor de sus actos, pero no se reconoce como el autor y la razón de ser de su
existencia. Se siente el hombre un ser limitado por el espacio y por el
tiempo, a pesar de sus deseos de inmortalidad y de su trascendencia
cognoscitiva.
La muerte: máximo enigma de la vida humana, como lo llama el Concilio. Ante la idea de desaparecer, de aniquilarse, el hombre tiembla. "Mi cuerpo mantiene constantemente viva la escena visible, la anima, la nutre. Cuando mi cuerpo se desintegra, mi mundo se pulveriza del mismo modo, y la completa disolución de mi cuerpo implica un rompimiento con el mundo, y al mismo tiempo la muerte: el fin de mi ser como ser-consciente-en-el-mundo, el fin de mi ser-hombre".
El documento conciliar también analiza al hombre como ser-para-la-muerte, cuando se expresa así: "El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo".
Pero la Iglesia "aleccionada" por la sabiduría que le viene de la Revelación divina se resiste a considerar al hombre solamente como un ser-destinado-a-la-muerte, y defiende vigorosamente su postura contra toda filosofía nihilista: "La semilla de eternidad que lleva en sí, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte...Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre".
Es, en definitiva, una victoria-sobre-la-muerte la que la Iglesia proclama para el hombre. Esta victoria está fundada en otra Victoria, la de Jesús, el Salvador de los hombres, que con su muerte y resurrección nos ha ganado la inmortalidad: "Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte".
En este breve recorrido fenomenológico, y llegados al término de él, sólo nos cabe afirmar esta idea: EL HOMBRE ES UN GRAN MISTERIO.
Misterio que toda la filosofía moderna no hace más que corroborar, al leer, por ejemplo, los estudios antropológicos de sus más altos exponentes. Misterio que la psicología y psiquiatría modernas no cesan también de reconocer.
La filosofía ante muchos problemas humanos se siente impotente; llega ante esos problemas que se han denominado: problemas "tope". Y ante este resultado el hombre recurre a otra sabiduría más elevada.
Ante este problema del misterio del hombre sólo la revelación divina nos hace ver más claro; el hombre es un misterio, porque es imagen de Dios.
"Cada hombre es una palabra de Dios única e irrepetible, algo absolutamente nuevo e imprevisible que contra toda esperanza y expectativa no está puesto, en su origen, en las líneas del comportamiento del cosmos –que por consiguiente no se puede explicar totalmente por las líneas convergentes de la evolución o por un salto dialéctico–, y que en su plenificación, en su término final, desconcierta totalmente a la razón, puesto que la misma Palabra de Dios se hace hombre".