CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA SOBRE LA IGLESIA - VATICANO II

"LUMEN GENTIUM" = LA LUZ DE LOS PUEBLOS

 

GUIA DE LECTURA Y ESTUDIO

Hernando Sebá López

 

INDICE E IDEAS BÁSICAS DEL DOCUMENTO

Cap 1º: El misterio de la Iglesia

Cap 2º: El Pueblo de Dios

Cap 3º: Constitución jerárquica de la Iglesia, y particularmente el Episcopado

Cap 4º: Los Laicos

Cap 5º: Universal vocación a la santidad en la Iglesia

Cap 6º: Los Religiosos

Cap 7º: Indole escatológica de la Iglesia peregrinante y su unión con la Iglesia celestial

Cap 8º: La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

 

DESCRIPCIÓN DE LOS CAPÍTULOS

1º.- EL MISTERIO DE LA IGLESIA:

 

La palabra "misterio", que aquí se aplica a la Iglesia, no significa algo escondido, desconocido, oscuro, sino una realidad divina, trascendente, que tiene relación con la salvación que Dios ha revelado y actualizado en Jesucristo. Decir, por lo tanto que la "Iglesia es un misterio", no significa negarle su naturaleza de sociedad visible y autónoma; lo que se quiere decir es que es una realidad trascendente y hace parte del designio salvífico de Dios.

El término griego "mystérion" se traduce en latín por "sacramentum" (en español = sacramento). Esta traducción expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la salvación, indicada por el término "mystérion". En este sentido Cristo es, él mismo, el Misterio de la salvación. La obra salvífica de su humanidad es el sacramento de salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia.

Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada "sacramento". "La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). La Iglesia, "sacramento universal de salvación" (LG 48), es, según palabras de Pablo VI "el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad" (cf Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) 774-776).

Para penetrar en el "Misterio de la Iglesia", es conveniente contemplar su origen dentro del designio de la Santísima Trinidad y su realización progresiva en la historia.

La palabra "Iglesia" significa convocación. En ella, Dios convoca a su Pueblo desde todos los confines de la tierra. Así, Dios PADRE "estableció convocar a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del Pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos" (LG 2).

Corresponde al HIJO realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos. "Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención" (LG 3). "Nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la Buena Nueva, es decir, la llegada del Reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura...Este Reino brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo...La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino" (LG 5).

El Reino de Dios es la expresión bíblica para significar un mundo nuevo, que un día va a existir en plenitud porque Dios prometió, pero que ha comenzado ya desde que Jesús lo inició con su misión entre los hombres. "El Reino de Dios está en medio de ustedes" (Lc 17, 21). Jesús viene para poner de pie un mundo que el pecado de los hombres ha puesto boca abajo. Jesús anuncia un Reino donde se da una reconciliación fraterna con la naturaleza y con los hombres, y una reconciliación filial con Dios (cf 1 Jn 4, 20-21).

Cuando Jesús consumó la obra que le había encomendado su Padre, fue enviado el ESPIRITU SANTO, "a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf Ef 2, 18)...El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf 1 Co 3, 16;6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf Gal 4, 6; Rom 8, 15-16 y 26)" (LG 4). Como la Iglesia es "convocatoria" de salvación para todos los hombres, es por su misma naturaleza misionera enviada por Cristo a todas las naciones. Para realizar su misión, el Espíritu Santo "guía a la Iglesia a toda la verdad (cf Jn 16, 134), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Gal 5, 22)" (LG 4).

Para expresar de algún modo el misterio inefable de la Iglesia, el hombre recurre a símbolos e imágenes. La Iglesia es, en efecto, redil, labranza o campo de Dios, edificio, templo, familia, esposa. Las imágenes tomadas del Antiguo Testamento constituyen variaciones de una idea de fondo, la del "Pueblo de Dios". En el Nuevo Testamento todas esas imágenes adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo viene a ser la "Cabeza" de este Pueblo, el cual es desde entonces su Cuerpo.

"Y del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo (cf 1 Co 12, 12). También en la constitución del cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de miembros y oficios. Uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios (1 Co 12, 1-11)" (LG 7).

2º.- EL PUEBLO DE DIOS:

"Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente. Por eso eligió al Pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una Alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para Sí. Pero todo esto sucedió como preparación y figura de la Alianza Nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo y de la revelación completa que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne...Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento en su sangre (cf 1 Co 11, 25), lo estableció Cristo convocando un pueblo de judíos y gentiles, que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo Pueblo de Dios" (LG 9).

Las características del Pueblo de Dios:

1ª- Es pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero El ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa" (1 Pe 2, 9).

2ª- Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn 3, 3-5), es decir por la fe en Cristo y el Bautismo.

3ª- Este pueblo tiene por jefe (cabeza) a Jesús el Cristo (Ungido, Mesías): porque la misma Unción del Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo; es "el Pueblo mesiánico".

4ª- La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo.

5ª- Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó (cf Jn 13, 24). Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rom 8, 2; Gal 5, 25).

6ª- Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf Mt 5, 13-16). Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano.

7ª- Su destino es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección. (cf LG 9 y CIC 782).

Por el Bautismo todo el Pueblo de Dios es partícipe de la triple misión de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey:

Los cristianos participan en el oficio sacerdotal por el que Jesús se ha ofrecido en la Cruz y se ofrece continuamente en la celebración de la Eucaristía. "Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, de su nuevo pueblo hizo...un reino y sacerdotes para Dios, su Padre. Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo" (LG 10).

La participación en el oficio profético habilita y compromete a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía. El Espíritu Santo "reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12, 11) sus dones, con los que les hace aptos y pronto para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia" (LG 12).

Los bautizados participan en el oficio real de Cristo, Rey y Señor, el cual se hizo el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Así los cristianos viven la realeza en la propia entrega para servir, en la justicia y el amor, al mismo Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños y pobres.

Dentro del Pueblo de Dios existe una igualdad y complementaridad entre todos sus miembros. "Es común la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección...No hay, de consiguiente, en Cristo y en la Iglesia ninguna desigualdad por razón de la raza o del sexo, porque no hay judío ni griego, no hay siervo o libre, no hay varón ni mujer (Gal 3, 28)...Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo" (LG 32).

 

3º.- LA CONSTITUCIÓN JERÁRQUICA DE LA IGLESIA:

"Para apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios, ordenados al bien de todo el Cuerpo. Pues los ministros que poseen la sacra potestad están al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos pertenecen al Pueblo de Dios y gozan, por tanto, de la verdadera dignidad cristiana, tendiendo libre y ordenadamente a un mismo fin, alcancen la salvación" (LG 18).

"Nadie puede conferirse a sí mismo la gracia, ella deber ser dada y ofrecida. Eso supone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo...Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan, por don de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no pueden hacer ni dar, la tradición de la Iglesia lo llama "sacramento". El ministerio de la Iglesia se confiere por medio de un sacramento específico" (CIC 875).

"El Señor Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que El quiso, eligió a doce para que viviesen con El y para enviarlos a predicar el reino de Dios; a estos Apóstoles los instituyó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, al frente del cual puso a Pedro, elegido de entre ellos mismos. Los envió primeramente a los hijos de Israel, y después a todas las gentes, para que participando de su potestad, hiciesen discípulos de El a todos los pueblos y los santificasen y gobernasen" (LG 19).

 

4º.- LOS LAICOS:

 

Este capítulo hay que complementarlo con el Decreto "Apostolicam actuositatem", es decir, sobre "el apostolado de los seglares". La primera afirmación que hace el capítulo sobre los Laicos es que los Obispos no han sido constituidos por Cristo para asumir ellos solos toda la misión salvífica de la Iglesia, sino que deben reconocer los servicios y carismas de los fieles laicos de modo que todos cooperen unánimemente en la obra de la Iglesia (cf LG 30).

Se entiende por laico a todos los fieles cristianos, exceptuando a los miembros del orden sagrado, llamados clérigos, y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Son todos aquellos fieles que "en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde" (LG 31).

El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. "A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios... Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento...Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor" (LG 31).

Además, el apostolado de los laicos debe ser considerado como una auténtica "participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación...Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos...Incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra" (LG 33).

"La evangelización, es decir, el anuncio de Cristo pregonado por el testimonio de la vida y por la palabra, adquiere una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del mundo" (LG 35).

 

5º.- UNIVERSAL VOCACIÓN A LA SANTIDAD EN LA IGLESIA:

 

Todos, sin excepción, en la Iglesia están llamados a la santidad. Se manifiesta de manera muy variada por medio de los frutos de gracia del Espíritu Santo y según los diversos géneros de vida. Esta santidad de vida fue predicada, a todos y cada uno de sus discípulos, por el mismo Jesús. "Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena" (LG 40).

Pero en la Iglesia cada uno debe caminar en la santidad según los dones y las funciones que le son propias. Así, es importante que los Pastores desempeñen su ministerio santamente y con entusiasmo, lo mismo que los presbíteros y diáconos que son sus colaboradores inmediatos. Los esposos cristianos, siguiendo su propio camino, deben sostenerse mutuamente en la gracia. También los que viven en la viudez o el celibato contribuyen enormemente a la santidad y a la actividad de la Iglesia. Están de una manera especial unidos a Cristo los que padecen sufrimientos, la enfermedad, los achaques de la vejez, o están oprimidos por la pobreza y padecen persecución por la justicia. La santidad de la Iglesia se manifiesta también a través de los hombres y mujeres que, en la vida religiosa, se consagran a Dios de manera radical.

"Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado. Estén todos atentos a encauzar rectamente sus afectos, no sea que el uso de las cosas del mundo y un apego a las riquezas contrario al espíritu de pobreza evangélico les impida la prosecución de la caridad perfecta" (LG 42).

 

6º.- LOS RELIGIOSOS:

 

Este capítulo hay que leerlo teniendo el cuenta lo que se dice en el Decreto "Perfectae caritatis", o sea sobre "la adecuada renovación de la vida religiosa". "Este estado, si se atiende a la constitución divina y jerárquica de la Iglesia, no es intermedio entre el de los clérigos y el de los laicos, sino que de uno y otro algunos cristianos son llamados por Dios para poseer un don particular en la vida de la Iglesia y para que contribuyan a la misión salvífica de ésta, cada uno según su modo" (LG 43).

Los religiosos, para extraer de la gracia del bautismo un mayor fruto, se consagran más íntimamente al servicio de Dios y se comprometen con votos. Por eso este estilo de vida "imita más de cerca y representa perennemente en la Iglesia el género de vida que el Hijo de Dios tomó cuando vino a este mundo para cumplir la voluntad del Padre, y que propuso a los discípulos que lo seguían" (LG 44).

Este estado de vida no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, pero sí, y de manera indiscutible, a su vida y santidad.

7º.- ÍNDOLE ESCATOLÓGICA DE LA IGLESIA PEREGRINANTE Y SU UNIÓN CON LA IGLESIA CELESTIAL:

 

La palabra "escatología" significa reflexión sobre las realidades finales o últimas. Aquí, último o final no indica sólo lo que sucede al final, sino también y sobre todo, aquello que constituye el fin, la finalidad de un proyecto o de una vida y dirige su desarrollo. Su ámbito específico es el futuro; su actitud distintiva es la esperanza que consiste en la tensión constructiva hacia el futuro.

"La originalidad de la escatología cristiana deriva de la novedad del mensaje central del cristianismo, la encarnación del Hijo de Dios culminada en la resurrección. Las realidades finales y últimas que ella anuncia son precisamente la resurrección de Jesús y la que de ella se deriva, la de los hombres y el cosmos. El futuro absoluto es Jesucristo en persona, en cuanto recapitulación de todo lo creado...Como el hacernos semejantes a Jesús resucitado se realiza en el tiempo presente, o tiempo intermedio entre el ya de Jesús y de los glorificados, y el todavía no de los hombres en la tierra, la escatología habla del futuro a partir del presente para iluminar el presente; reflexiona sobre el futuro absoluto para desvelar el alcance del presente y distinguir en él lo que es irrenunciable de lo que es solamente importante" (Diccionario de Catequética, Edit. CCS, p. 319).

"La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús y en la cual conseguimos la santidad por la gracia de Dios, no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas y cuando, junto con el género humano, también la creación entera, que está íntimamente unida al hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovada en Cristo (cf Ef 1, 10; Col 1, 20; 2 Pe 3, 10-13)" (LG 48).

"La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo (2 Pe 3, 13; cf Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10). En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4; cf 21, 27).

"Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de la incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas que Dios creó pensando en el hombre" (GS 39).

8º.- LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS, EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA:

 

La función de la Santísima Virgen María en la economía de la salvación ha sido y sigue siendo de capital importancia. Por otro lado, el papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo. "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57)...Después de la Ascensión de su Hijo, María "estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones" (LG 69).

Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra. Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59).

La Virgen María colaboró durante su vida terrena de forma íntima y generosa en la obra salvadora de su Hijo de modo que la podemos considerar como nuestra Madre en el orden de la gracia. Esta maternidad de María en la economía de la gracia continúa después de su Asunción. "Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada" (LG 62).

La Virgen Santísima es honrada en la Iglesia con un culto especial. Dicho culto se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo. "Recuerden los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes" (LG 67).