Honra padre y madre para tener una larga vida en la tierra

 

El cuarto mandamiento incluye una promesa para aquél que lo observa. Dice:

"Respeta a tu padre y a tu madre, para que se prolongue sobre la tierra la vida que Yavé, tu Dios, te da" (Ex 20, 12).

¿Cuál es el sentido de este mandamiento? El texto de la Biblia es claro: todos estamos obligados a honrar padre y madre. ¿Pero en qué sentido este respeto por nuestros padres puede contribuir a prolongar la permanencia del pueblo en la tierra que va a conquistar? Los egipcios también decían a sus hijos: "honra a tu padre y a tu madre".

Cuando hoy decimos: "honra a tu padre ya tu madre", pensamos en las familias en las que hemos nacido. Familias relativamente pequeñas: padre, madre e hijos. Cada una de ellas vive su vida, independiente de la otra. En la Biblia, por el contrario, la familia era más amplia, era lo que actualmente llamamos la "gran familia patriarcal". Era un conjunto de varias familias que vivían en el mismo lugar y que estaban unidas entre sí por lazos de parentesco. La "familia" de aquel tiempo correspondía a nuestro poblado (rancho, comunidad). Dentro de la sociedad, la familia ejercía la función que actualmente está comenzando a ser ejercida por las comunidades. Así, la frase "honra a tu padre y madre" no sólo quería decir respetar a los padres; significaba también respetar la autoridad de los padres de la comunidad.

¿De qué manera el cumplimiento de este mandamiento prolonga la vida y la permanencia del pueblo en la tierra? ¿Cómo respondía al clamor del pueblo? ¿Cuál es la causa de la opresión que es combatida por este mandamiento? Aquí tocamos uno de los puntos más importantes de los diez mandamientos. En Egipto y en Palestina todo estaba sometido al poder centralizador del Faraón y de los reyes. El Faraón y los reyes imponían al pueblo sus administradores y capataces, sus "inspectores de obras" (Ex l' 11). Era una organización no igualitaria, hecha de arriba abajo. El único poder o autoridad reconocida era la del Faraón y de los reyes. La autoridad de los otros venía del Faraón. Venía de arriba, no venía del pueblo. Los "inspectores de obras" eran funcionarios nombrados por el Faraón. Ellos se imponían al pueblo no por la autoridad sino por la fuerza (Ex 5, 6-14). La organización de la sociedad era como la pirámide de Egipto: el Faraón estaba arriba junto con los reyes; los inspectores de obras, en el medio, al servicio de los intereses del Faraón; el pueblo oprimido, abajo. Gracias a este sistema, el Faraón y los reyes podían explotar al pueblo impunemente y usar los hijos y las hijas del pueblo como querían (1 Sam 8, 11-6). A todos se les exigía honrar al Faraón, honrar a los reyes, respetar la autoridad impuesta del poder central, ejercida en nombre de los dioses. Esta organización era una de las causas de la opresión que arrancaba el clamor del pueblo.

Esta situación no podía repetirse en el pueblo que se liberó de la esclavitud del Faraón (Deut 17, 16). Para que este pueblo pudiese sobrevivir como pueblo libre y prolongar sus días en la tierra, su organización tenía que ser radicalmente diferente. Por eso, en la nueva organización, la autoridad ya no venía de arriba, venía de la base de las "familias". Venía de las comunidades, de las unidades menores de la organización social. Era a partir de la base que la autoridad subía hacia los niveles más altos. Cada familia tenía su jefe, su "padre". Varias familias se reunían en un clan. Cada clan tenía su más "anciano". Varios clanes se reunían en tribu; cada tribu tenía su jefe, su "príncipe", como decían ellos. Regularmente, los representantes de los clanes y de las tribus hacían sus asambleas para discutir y decidir los rumbos y la organización del pueblo. El libro de Josué ofrece el relato de una de aquellas asambleas (Jos 24, 1).

Este nuevo sistema comenzó a ser introducido luego, después de la salida de Egipto. Obedeciendo a una sugerencia de su suegro, Moisés descentralizó el poder (Ex 8, 17-26). La base de este nuevo sistema era el respeto por la autoridad de los "padres", era el respeto por la comunidad. Ninguno de los diez mandamientos pide que el rey o el jefe del pueblo sea honrado. Se dice, en cambio: "honra a tu padre ya tu madre para que se prolongue sobre la tierra la vida que Yavé tu Dios te da" (Ex 20, 15). Cuando más tarde los israelitas reintrodujeron el sistema de los reyes para poder enfrentar las amenazas de los filisteos, exigieron que el rey se comportara como "hermano" y no se levantara "lleno de soberbia sobre sus hermanos" (Deut 17, 20, 17, 15).

Con este nuevo sistema de organización, el pueblo estaba en condiciones de controlar los abusos de poder por parte de los grandes. Así, por ejemplo, conseguirían derrumbar a Abimelec que había tomado el poder por un golpe de estado (Jueces 9, 1-57). Controlado por la organización del pueblo, el poder de los jefes y de los príncipes era menos prepotente y éstos estaban obligados a rendir cuentas al pueblo. Así, por ejemplo, Samuel, al concluir su gestión, rindió cuenta de los años que ejerció la función de juez (1 Sam 12, 1-5). Así se impedía que alguien se convirtiese en dueño de todo y comenzase a oprimir a los hermanos. Sólo así le era posible al pueblo "prolongar sus días en la tierra que Yavé le dio".

En el Nuevo Testamento Jesús refuerza el poder de las comunidades. En el caso de algún abuso o crimen, dice que se debe procurar resolver el caso en un grupo lo más pequeño posible. Si esto no da resultado, se debe apelar a la "iglesia", es decir, a la "comunidad eclesial". Y aquello que la comunidad decida, es como si el mismo Dios lo hubiera decidido (Mat 18, 15-18) .

Por todo eso, el renacimiento de comunidades eclesiales en América Latina es una semilla de esperanza para el surgimiento de una nueva sociedad menos opresora y más fraterna; y es esto lo que Dios quiere.