RESURRECCIÓN - TEXTOS
1. J/RS:
La tumba no es el punto central del mensaje de la resurrección; este
punto central es el Señor en su nueva vida. Pero la tumba no ha de
suprimirse, sin más, de este mensaje. Si en este texto, extremadamente
denso, se menciona la sepultura de forma tan concisa y lapidaria es
porque se quiere dar a entender con toda claridad que no fue éste el
último acto de la vida terrena de Jesús. La siguiente formulación, la
proclamación de la resurrección «al tercer día según las Escrituras», es
ya una tácita alusión al /sal/015/10 (1Co/15/03-11). Este texto es uno
de los elementos fundamentales de la prueba veterotestamentaria que
el cristianismo primitivo elaboró para demostrar el carácter mesiánico
de Jesús. Ateniéndonos al testimonio de las predicaciones que nos han
sido transmitidas por los Hechos de los Apóstoles, este salmo
representa el principal punto de referencia de la fórmula «según las
Escrituras».
Según el texto de los LXX, que fue el Antiguo Testamento de la
Iglesia naciente, este versículo reza así: «No abandonarás mi vida en el
sepulcro, no dejarás que tu Santo vea la corrupción». De acuerdo con
la interpretación judía, la corrupción comenzaba después del tercer día;
la palabra de la Escritura se cumple en Jesús porque él resucita al
tercer día, antes de que se inicie la corrupción. El texto se vincula aquí
también al versículo que habla de la muerte: todo esto tiene lugar en el
contexto de las Escrituras; la muerte de Jesús conduce a la tumba,
pero no a la corrupción. El es la muerte de la muerte, muerte que se
halla escondida en la palabra de Dios y, por tanto, en la relación con la
vida, que despoja a la muerte del poder que tiene de destruir el cuerpo
y deshacer al hombre en la tierra.
Semejante superación del poder de la muerte, justamente allí donde
ésta despliega su irrevocabilidad, pertenece al centro mismo del
testimonio bíblico, prescindiendo del hecho de que hubiera sido
absolutamente imposible anunciar la resurrección de Jesús en el caso
de que cualquiera hubiera podido saber y comprobar que su cuerpo
yacía en el sepulcro. Tal cosa sería imposible en la sociedad de
nuestro tiempo, que maneja teóricamente conceptos de resurrección
en los cuales el cuerpo resulta indiferente; con mucha más razón era
impensable en el mundo judío, en el que el hombre se identificaba con
su propio cuerpo y no con algo que con éste se vinculaba de algún
modo. Profesar la resurrección del cuerpo no significa aceptar un
milagro absurdo, sino afirmar el poder de Dios, el cual respeta la
creación sin atarse a la ley de su muerte. La muerte es, sin duda, la
forma típica de este mundo nuestro. Pero la superación de la muerte,
su eliminación real, y no solamente conceptual, es hoy, como lo era
entonces, el anhelo y el objetivo que impulsa la búsqueda del hombre.
La resurrección de Jesús afirma que esta superación es efectivamente
posible, que la muerte no pertenece por principio e irrevocablemente a
la estructura del ser creado, de la materia. También afirma,
ciertamente, que la superación de los confines de la muerte no es
posible, en definitiva, a través de métodos clínicos sofisticados, a
través de la técnica. Acontece únicamente en virtud de la potencia
creadora de la palabra y del amor. Sólo estas potencias son lo
bastante fuertes como para modificar la estructura de la materia con tal
radicalidad que se haga posible superar las barreras de la muerte. Por
esta razón, la inaudita promesa de este acontecimiento entraña un
llamamiento extraordinario, una vocación, toda una interpretación de la
existencia del hombre y del mundo. Pero especialmente se pone aquí
de manifiesto que la fe en la resurrección de Jesús es una profesión de
la existencia real de Dios y una profesión. también, de su creación, del
"Sí" con el que Dios se sitúa frente a la creación, frente a la materia. La
palabra de Dios penetra verdaderamente hasta el fondo último del
cuerpo. Su poder no se circunscribe a los límites de la materia. Lo
abraza todo. Y, por tanto, también la responsabilidad ante esta palabra
penetra ciertamente en la materia, en el cuerpo, y allí se afirma. En la
fe en la resurrección se trata, en definitiva, de esto: del poder real de
Dios y de la significación de la responsabilidad humana. El poder de
Dios es esperanza y alegría. Este es el contenido liberador de la
revelación pascual. En la Pascua, Dios se revela a sí mismo, revela su
fuerza -superior a las fuerzas de la muerte-, la fuerza del amor
trinitario.
He ahí por qué la revelación pascual nos da derecho a cantar
«Alleluia» en un mundo sobre el que se cierne la sombra de la muerte.
JOSEPH
RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL
BAC POPULAR
MADRID-1990.Págs. 136 ss.)
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2. RS/FUERZA:
I. Para conocerlo a él y la fuerza de su resurrección
No sólo hemos contemplado los padecimientos de Cristo, sino que
hemos «participado» en ellos. Comulgamos en su pasión y en su
muerte, prolongándolas y complementándolas. Ahora queremos no
sólo admirar, sino participar del «poder de su resurrección» penetrar
en el misterio de su Pascua, «para llegar un día a la resurrección».
"Conocer". Se trata, como ya hemos dicho, de un conocimiento de
experiencia, no de teoría. Un conocimiento de participación.
«La fuerza de la resurrección». Una fuerza capaz de remover la losa
del sepulcro, las losas de todos los sepulcros. Una fuerza capaz de
poner en movimiento ascendente a la materia hasta conseguir la
conjunción escalofriante de la vida. Una fuerza que es como un soplo
que todo lo dinamiza. Una fuerza que nos ofrece el milagro de cada
aurora y cada primavera. Una fuerza que da fecundidad al grano que
se pudre en tierra. Una fuerza que crea al hombre y lo recrea en cada
instante.
La fuerza de la resurrección: capaz de poner en pie de vida a todos
los huesos secos. Es la fuerza que supera todo decaimiento y toda
depresión, toda tristeza y toda esperanza, todo cansancio y todo
miedo. Es la fuerza que enciende el corazón.
Dios sopló sobre el cuerpo de Cristo que descansaba en la tumba
después de tanto sufrimiento, y el cuerpo se levantó de la tierra, espiga
victoriosa, como primicia de todas las Pascuas.
Necesitamos el poder de la resurrección, pero no sólo para después
de muertos, sino para ahora que vivimos muertos. Necesitamos vivir
resucitados. Necesitamos ser testigos de la resurrección. Necesitamos
participar de la vida de Cristo resucitado. O mejor, necesitamos que
Cristo resucitado viva en nosotros.
Es el Reino de Dios, «que no está aquí o allí» sino que está dentro
de vosotros». (Lc. 17,21) Una semilla aún, pero ya está dentro de
nosotros. Es el principio de la vida eterna. La vida eterna es «conocer»
el poder de resurrección, es poseer la fuente de la alegría inagotable,
es gozar de una esperanza indestructible, es vivir el amor que no tiene
fin. La vida eterna es estar bautizados y embriagados en el Espíritu y
sentirse esponjados en Dios.
La vida eterna ya está aquí en nosotros gracias a Jesucristo.
Abrámonos a la fuerza de la resurrección. El poder de Dios que
resucitó a Jesús llega hasta mí y se puede resucitar. El poder de Dios
puede sacar de una roca agua salvadora. Yo soy la roca, que tengo un
corazón de piedra. El poder de Dios puede convertir un gusanito en
trillo dentado. Yo soy el más débil de los gusanos que lo espera todo
del poder de Dios. El poder de Dios puede hacer que un pobre ciego
se convierta en luz. Yo soy el ciego que quiere ver. El poder de Dios
puede hacer que un muerto resucite. Yo estoy muerto, pero espero
resucitar. «Si el Espíritu que resucitó a Jesús de la muerte habita en
nosotros, El mismo que resucitó al Mesías dará vida también a vuestro
ser mortal, por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros»
(Rm. 8,11).
CARITAS
UN CAMINO MEJOR
CUARESMA 1987.Pág. 141 s.
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3. J/RS/SENTIDO:
En la resurrección de Jesús se ha hecho ya realidad lo que significa
el futuro último y acabado de Dios; por eso en la misma resurrección es
posible conocerlo, mas aún, percibirlo. La resurrección significa algo
más que la mera infracción del límite de la muerte. La resurrección es
la respuesta última de Dios a una vida que -vista tan solo desde fuera-
se perdía en la falta de sentido. Jesús anuncia el "Reino" como el
mensaje último y definitivo de Dios. Pero Israel lo rechaza; sus
discípulos le abandonan; él mismo se ve condenado a morir en la cruz;
su mensaje del Dios de la vida y del amor parece ser impugnado.
¿Carece todo, pues, de sentido?; ¿es todo vano y destinado a
desaparecer?
La oscura experiencia de la ausencia de Dios en la cruz y su
impotente grito de muerte parecen ser los síntomas extremos del
fracaso con que culmina la vida de Jesús. Únicamente reflexionando
sobre esto es como queda claramente de relieve lo que significa la
resurrección: la resurrección significa que Dios no abandona a Jesús al
absurdo y a la futilidad del destino humano, sino que el Dios de Jesús
hace posible que todo, aun cuando parezca que ha llegado a su fin,
tenga ante sí un futuro de salvación y de realización. Jesús, a quien la
muerte trata de sumergir en la nada, es acogido en la gloria del Padre,
donde crucificado, es decir, a pesar de su fatal destino humano, tiene
eternamente su futuro en Dios. Su vida, aparentemente bajo el signo
de la inutilidad, es sancionada por Dios como "el camino" que conduce
a la meta; el reducido círculo de sus discípulos es nuevamente
congregado por obra y gracia del espíritu de la resurrección y
destinado a constituir la célula originaria de la Iglesia, que ha recibido
la promesa irrevocable de la vida. En suma, Aquel que despoja a la
muerte de su nombre, recibe un nuevo nombre: Jesús es el Señor que
en adelante, y por toda la eternidad, determina el futuro del mundo
como un futuro de salvación, de vida definitiva y de plenitud absoluta.
En la resurrección de Jesús Dios se revela, pues, de un modo
sumamente claro, como Dios del futuro: su futuro no excluye nada y se
impone a todos los poderes de las tinieblas y del absurdo. Y esto no se
refiere únicamente a Jesús, sino a todos nosotros, como ya hemos
visto. En su resurrección habita ya la promesa de nuestro futuro. Lo
que ha sucedido a Jesús lo tenemos ante nosotros como objeto cierto
de la esperanza; más aún, está actuando ya anticipadamente en
nosotros como fuerza del espíritu, es decir, en el gozo, en el amor, en
la esperanza, en la voluntad y en la capacidad de seguir a Cristo, en la
perseverancia y en el compromiso activo.
EP/FUTURO: La esperanza de los cristianos se funda, pues, en la
resurrección de Jesús. En este acontecimiento se ha anticipado ya
nuestro futuro. La meta de nuestra esperanza, por consiguiente, es en
último término la comunión con el Señor resucitado. Esto precisamente
es lo que significa la imagen del retorno de Cristo, de la venida del
Señor en su gloria.
Aquí se expresa la esperanza de que la venida de Cristo a nosotros y
nuestra vuelta a él, es decir, nuestra comunión con Jesús en la casa
del Padre, es lo que constituye el futuro último. Por lo tanto, si Jesús no
hubiese resucitado, ciertamente habría una esperanza humana, pero
ésta seguiría siendo profundamente incierta y, en definitiva, no sería
posible pronunciarse más por ella que por la desesperación.
La resurrección de Cristo es, por consiguiente, fundamento, núcleo y
eje de toda esperanza cristiana. Es esto lo que expresa San Pablo
cuando dice: «Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe... y si
solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo,
¡somos los mas desgraciados de todos los hombres! ...comamos y
bebamos, que mañana moriremos» (/1Co/15/17-19/32). Es verdad que,
al poner tal esperanza en Dios y ser éste esencialmente el
Inconcebible, el Oculto y el Velado, el cristiano sabe muy poco del
futuro. Mucho menos que los que piensan poder tomar en sus propias
manos, programar y llevar a feliz término el futuro de la humanidad. Un
rasgo esencial de la doctrina cristiana sobre la "realidad ultima" es la
"pobreza de su saber" (J. B. Metz). El creyente no está mejor
"informado" sobre los acontecimientos, los lugares y las situaciones del
futuro, como equivocadamente solía presuponer la escatología
tradicional, sino que es propio de la fe cristiana la esperanza de que el
Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos habrá de llevar todo a
buen fin.
GISBERT-GRESHAKE
MAS FUERTE QUE LA MUERTE
LECTURA ESPERANZADA DE LOS "NOVISIMOS"
Sal Terrae Col. ALCANCE 21
Santander-1981. .Págs. 33-36
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4.
"¡Este hecho de una pura ausencia ha transformado la historia!".
Dice Raimón ·Panikkar-R en su Ecosofía, cuando habla de la
resurrección y del sepulcro vacío.
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5. RS/LIBERACIÓN-TOTAL
La resurrección no es un fenómeno de fisiología celular y de biología
humana: Cristo no fue vuelto a la vida que tenía antes. La resurrección
significa la entronización total de la realidad humana (espiritu-corporal)
en la atmósfera divina y por consiguiente implica la hominización y
liberación completas. Por ella la historia ha alcanzado su término en la
figura de Jesús. Por eso se la puede presentar como la liberación
completa del hombre. La muerte ha sido vencida y se inaugura un tipo
de vida humana que ya no está regido por los mecanismos de
desgaste y de muerte, sino que está vivificada por la misma vida
divina.
En este sentido la resurrección posee el significado de una protesta
contra la «justicia» y el «derecho» con los que fue condenado Jesús.
Es una protesta contra el sentido meramente inmanente de este mundo
con su orden y sus leyes que acabaron rechazando a aquel que Dios
confirmó por la resurrección. De este modo la resurrección se convierte
en la matriz de la esperanza liberadora que transciende este mundo
dominado por el fantasma de la muerte.
OPRESION/LIBERACIÓN LBC/OPRESION MU/LIBERACIÓN-RS:
Con acierto dice James Cone, reconocido teólogo de la teología negra
de la liberación: «La resurrección de Cristo es la manifestación de que
la opresión no derrota a Dios sino que Dios la transforma en posibilidad
de libertad. Para los hombres que viven en una sociedad opresora esto
significa que no deben proceder como si la muerte fuese la última
realidad. Dios, en Cristo, nos ha liberado de la muerte y ahora
podemos vivir sin preocuparnos por el ostracismo social, la inseguridad
económica y la muerte política. En Cristo Dios inmortal gustó la muerte,
y al hacerlo, destruyó la muerte» («Teología negra», 148). El que
resucitó fue el crucificado; el que libera es el Siervo sufriente y el
Oprimido. Vivir la liberación de la muerte significa no permitir ya que
ella sea la última palabra de la vida y determine todos nuestros actos y
actitudes por el miedo al morir. La resurrección ha demostrado que vivir
por la verdad y por la justicia no es algo sin sentido, que al oprimido y
liquidado le esta reservada la Vida que se manifestó en Jesucristo.
Partiendo de esto puede acumular valentía y vivir la libertad de los hijos
de Dios sin estar subyugado por las fuerzas inhibidoras de la muerte.
Partiendo de la resurrección, los evangelistas fueron capaces de
releer la muerte del profeta mártir Jesús de Nazaret Y.a no era una
muerte como las demás por heroicas que puedan haber sido. Era la
muerte del Hijo de Dios y del enviado del Padre. El conflicto no se
entablaba únicamente entre la libertad de Jesús y la observancia
legalista de la ley: era el conflicto entre el reino del hombre decrépito y
el Reino de Dios. La cruz no es só1o el suplicio más vergonzoso de la
época: es el símbolo de lo que el hombre es capaz de hacer con su
piedad (fueron los piadosos los que condenaron a Jesús), con su celo
fanático por Dios, con su dogmática cerrada y su revelación reducida a
la fijación de un texto. Por eso aquella piedad le pareció a Cristo, que
siempre vivió a partir de Dios, algo repugnante y absurdo (cfr. Hbr 5,7).
Asumiéndola a pesar de ello, la transformó en señal de liberación
onerosa de aquello precisamente que había provocado la cruz: de la
cerrazón autosuficiente, de la pequeñez y del espíritu de revancha. La
resurrección no es sólo el acontecimiento glorificador y justificador de
Jesucristo y de la verdad de sus actitudes, sino la manifestación de lo
que es el Reino de Dios en su plenitud como epifanía del futuro
prometido por Dios. Es la patentización de lo que el hombre puede
esperar porque le ha sido prometido por Dios).
LEONARDO
BOFF
PASION DE CRISTO-PASION DEL MUNDO
SAL TERRAE. Col. ALCANCE 18
SANTANDER 1980.Págs. 148-150
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6.
1.-Cristo glorioso, vencedor de la muerte
-Realidad de la Resurrección J/RS/QUÉ-COMO
Es notable que la Iglesia no haya celebrado nunca la Cruz de Cristo
sin celebrar al mismo tiempo su Resurrección. Este hecho tiene una
importancia primordial. Porque la tradición vivida por la Iglesia siempre
estuvo orientada hacia la meta definitiva de la Cruz: la vida, y la vida
orientada a la reconstrucción del mundo y la Parusía. No hay momento
ni lugar en la historia de la Iglesia -pese a ciertas interpretaciones
fáciles que pudieran pretender lo contrario-, en que se celebre
solamente la muerte de Cristo. En todas partes, ésta va íntimamente
unida a la Resurrección. No podría ser de otro modo, ya que la
Escritura afirma como un solo acto esta muerte y esta resurrección.
(...) Es interesante comprobar la gran discreción de los evangelistas
en lo relativo a la Resurrección. Nos sentiríamos tentados a pensar que
acaso debieran haber insistido más en ello. ¿No era la Resurrección
una apologética extraordinaria que consagraba la actividad y la
divinidad de su Maestro? Precisamente, y al revés de cierta visión
teológicamente estrecha de la Resurrección, los evangelistas no
consideraron a ésta como materia de apologética, sino como un signo
de la victoria de la vida sobre la muerte, victoria extendida desde
entonces a todos los que creen. En efecto, si examinamos los pasajes
en que los evangelistas escriben sobre la Resurrección, nos
encontramos con que son muy numerosos: Mateo habla de ella en
cuatro sitios (12, 39-41; 17, 22-23; 26, 32; 28, 2); Marcos, en tres (8,
31; 9, 31; 16, 1-20); Lucas, seis veces (9, 22; 11, 30; 18, 33; 24, 1-52;
24, 5, 24, 15, cuatro veces, en realidad). Juan escribe de ella más, y
más "teológicamente"; en siete sitios (2, 19; 7, 33-34; 7, 39; 12, 16; 13,
31-32; 14, 18-19; 20, 1-10).
Si queremos sintetizar lo que estos pasajes nos dicen, podríamos
clasificarlos alrededor de tres puntos: la afirmación de la Resurrección
al tercer día, el sepulcro vacío, la glorificación y la acción del Espíritu.
Ninguno de los evangelistas se interesa por el "cómo" de la
Resurrección; consignan el hecho: el sepulcro vacío. Pero a partir de
ahí, especialmente san Juan, se dedican a recalcar la realidad del
cuerpo humano de Jesús después de su Resurrección, aunque algo
haya quedado modificado en él profundamente. Por esta razón son tan
importantes los relatos de las apariciones de Jesús después de su
Resurrección. Cristo se comporta de muy distinta manera que antes de
su muerte: súbitamente aparece y desaparece; no está ya sujeto ni al
espacio ni a la resistencia de los materiales: entra estando cerradas
todas las puertas. Y sin embargo, es él con toda certeza, y posee un
cuerpo que come como los demás. No aportan teología alguna de lo
que es un cuerpo glorioso, pero los evangelistas, sobre todo san Juan,
nos comunican su experiencia de aquel cuerpo glorioso. Así pues, la fe
de los Apóstoles va construyéndose paulatinamente partiendo de unos
hechos; lejos de darnos una teología de la Resurrección, nos hacen
partícipes de su experiencia. Cristo resucitado aparece en el mundo,
históricamente, después de su muerte y, sin embargo, no está ya
visiblemente sujeto a los condicionamientos del espacio y del tiempo; a
pesar de eso, sigue siendo él mismo, sin ser ya el mismo; esto es lo
que los relatos de las apariciones quieren recalcar, sin intentar la más
mínima explicación.
-La gloria de la Resurrección
Las dificultades con que tropezamos para entrar en estos puntos de
vista se deben, en su totalidad, a nuestra mentalidad actual. En efecto,
para nosotros, el hecho de la Resurrección provoca el interés de
nuestra curiosidad "médica", podría decirse. Ahora bien, los Apóstoles
nunca se colocan en este punto de vista. No tienen ninguna necesidad
de saber cómo sucedió aquello: depositaron en el sepulcro el cuerpo
de Jesús, después aquel sepulcro se encontró vacío y, más tarde,
todos pudieron ver a Jesús. Eso es todo. A nosotros, por el contrario,
nos resulta difícil no pensar cómo sucedió todo aquello. Un cadáver
vuelto a la vida; pero, ¿cómo se produce esto? En la perspectiva de los
escritos apostólicos no existe ninguno de estos elementos. Se trata del
Cristo crucificado, y ahora en la gloria, del Cristo que envía el Espíritu
que a él le resucitó, y que nos comunica a nosotros su vida gloriosa.
Esto es lo único que les interesa a los evangelistas. Nos dejan, pues,
ante una visión negativa: el sepulcro vacío; y ante una visión positiva:
las apariciones junto con la experiencia del cuerpo real, pero glorioso,
de Cristo.
-Resurrección, ¿reanimación de un cuerpo muerto?
CUERPO/LIBERACIÓN: Porque la objeción existe ya en tiempo de
san Pablo. La filosofía griega, al considerar al cuerpo como un lastre
que entorpece al alma, esperaba la absoluta liberación de un cuerpo
que es materia; ¿qué sentido tiene, en esta mentalidad, resucitar los
cuerpos? Sin poner en duda el poder de Dios todopoderoso para
reanimar un cadáver, sin embargo no se ve por qué lo hace, por qué
devolver la vida a lo que es inferior y no otra cosa que una humillación
para el hombre. Pablo puntualiza lo que ya había enseñado en su
primera carta a los Tesalonicenses; aquí se hace más concreto: "...se
siembra lo corruptible, resucita incorruptible, se siembra lo miserable,
resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un
cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual" (/1Co/15/42-44).
San Pablo intenta dar una especie de definición de lo que es un
cuerpo glorioso. El cuerpo de Cristo resucitado posee esas cualidades
en grado sumo. Ni la carne ni la sangre pueden poseer el Reino de
Dios. Cristo, Señor glorioso, una vez resucitado posee un cuerpo
celestial, incorruptible. Sigue siendo siempre el mismo Cristo: el que los
Apóstoles vieron y tocaron con sus manos antes de que muriera, y el
que vieron y Tomás tocó después de la resurrección; pero es un
cuerpo glorioso que no está ya sujeto al espacio, al tiempo ni a la
materialidad de las cosas de este mundo.
-Resucitados en Cristo: CR/RESUCITADO SO BAU/RESUCITADO:
La resurrección de Cristo tiene dos consecuencias, o más bien sólo
una que puede ser considerada atendiendo a dos grados: garantiza
nuestra resurrección; pero es que, además, en cierto modo hemos
resucitado ya. Así podría resumirse el pensamiento de san Pablo, ya
que para él no se trata de la resurrección sólo en la Parusía, sino que
una especie de resurrección presente es ya el comienzo de la Parusía.
Si tenemos que creer en aquella resurrección final de cada uno de
nosotros, por la misma virtud de la resurrección de Cristo, debemos
creer desde ahora que esa resurrección ha comenzado ya para cada
uno de nosotros.
La resurrección está unida con la escatología. Así, numerosos textos
relacionan nuestra resurrección al final de los tiempos con la
resurrección de Cristo: "Si por un hombre vino la muerte, por un
hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por
Cristo todos volverán a la vida" (/1Co/15/21-25), y esa resurrección
hará que seamos imagen de Cristo resucitado (1 Co 15, 49). Más
arriba, en la misma carta, repetía san Pablo: "Dios, con su poder,
resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros" (1 Co 6, 14).
Mas no hay en esto un hecho extrínseco a nosotros mismos: "seremos
salvados por su vida. Más aún, ponemos nuestro orgullo en Dios por
nuestro Señor Jesucristo" (Rm 5, 10-11); somos verdaderamente
asemejados a su resurrección (Rm 6, 8) y glorificados con él (Rm 8,
17). Esta obra de resurrección es la del Espíritu: "Si el Espíritu del que
resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que
resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros
cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros" (Roma
8, 11).
Por otra parte, hemos resucitado ya en cierto modo, y nuestros
cuerpos están ya revestidos de gloria: son templos del Espíritu Santo
(1 Co 5, 1-19); poseemos ya las riquezas celestiales (1 Co 4, 8). Así
pues, Cristo resucitado es el manantial de donde mana toda vida (Rm
1, 4; 1 Co 15, 45).
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág.
27-33
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7. RS/JUSTICIA-D:
El Dios liberador: parcialidad y justicia para con las víctimas
Comencemos por algo bien sabido: según el Nuevo Testamento, la
resurrección de Jesús, por ser la acción escatológica de Dios, es el
momento privilegiado de la revelación de Dios.
«La resurrección y elevación de Jesús, en efecto, contrae y
concentra la acción escatológica de Dios en una sola persona: Jesús
crucificado y resucitado. El misterio inefable de Dios, que todo lo
abarca sin ser abarcado, se nos manifiesta de un modo visible y
perceptible únicamente en la figura de un hombre: el hombre Jesús»1.
a) La resurrección de Jesús como justicia a las víctimas. Es muy
importante que esta afirmación, verdadera y decisiva, sea mantenida
en su totalidad para que realmente la pascua sea el acontecimiento
revelador de Dios por antonomasia. Es decir, hay que mantener como
algo central que el resucitado no es otro que el crucificado, de modo
que lo que revela a Dios de manera específica es la totalidad del
acontecimiento pascual; es decir, no cualquier resurrección, sino la de
un crucificado.
Si esto es así, según el Nuevo Testamento, la resurrección de Jesús,
la acci_n fundante de la revelación de Dios, es formalmente una acción
liberadora: hace justicia a una víctima. Es cierto que pronto se
universalizó lo ocurrido a Jesús, de modo que «cruz» y «resurrección»
empezaron a funcionar como símbolos universales del destino de todo
ser humano: la cruz como expresión de la esclavitud a la muerte, y la
resurrección como respuesta al anhelo de inmortalidad; y así el poder
resucitante de Dios se presentó como garantía de esa esperanza más
allá de la muerte. Y todo ello es legítimo. Pero esta universalización es
también peligrosa, porque puede ponernos en una pista inadecuada,
por reduccionista, sobre lo que la Pascua revela del misterio de Dios, y
por eso hay que insistir y volver a lo concreto de la acción de Dios.
Pues bien, en los discursos de los Hechos de los Ap6stoles, el
resucitado Jesús es identificado como «el santo», «el justo», «el autor
de la vida» (Hch 3,14s); y Pedro hace un resumen de su vida como la
de quien «pasó haciendo el bien y liberando a todos los poseídos por
el diablo» (Hch 10,36). El resucitado es, pues, Jesús de Nazaret, el cual
anunció la venida del reino de Dios a los pobres, denunció y
desenmascaró a los poderosos, y por ello fue perseguido, condenado
a muerte y ejecutado; y en todo ello mantuvo una radical fidelidad a la
voluntad de Dios y una no menos radical confianza en el Padre
Esta identificación del resucitado es decisiva para esclarecer qué es
lo que la resurrección de Jesús revela específicamente de Dios. Dios
ha resucitado a quien, por haber vivido de una determinada manera,
había sido crucificado. En una palabra, Dios ha resucitado a un justo e
inocente y, por ello, a una víctima. La resurrección de Jesús, pues, no
es sólo símbolo de la omnipotencia absoluta de Dios -como si Dios
hubiese decidido arbitrariamente, sin conexión con la vida y el destino
de Jesús, mostrar su omnipotencia y revelarse así como Dios-, sino que
es presentada como la defensa que hace Dios de la vida del justo y de
las víctimas.
Lo más específico de la resurrección de Jesús para conocer a Dios
no es, pues, lo que Dios hace con un cadáver, sino lo que hace con
una víctima. La resurrección de Jesús muestra en directo el triunfo de
la justicia sobre la injusticia, no simplemente el triunfo de la
omnipotencia de Dios sobre la muerte. La resurrección de Jesús se
convierte directamente en buena noticia para las víctimas: por una vez,
y en plenitud, la justicia ha triunfado sobre la injusticia, la víctima sobre
el verdugo -como anhelaba Horkheimer-, y Dios se convierte -como en
el Éxodo, en los profetas, en Jesús de Nazaret- en el Dios de las
víctimas.
b) Las víctimas, lugar hermenéutico por antonomasia. Si hoy se
acepta la necesidad e importancia de analizar quién es el destinatario
de una buena noticia, para establecer su contenido -en concreto, la
importancia de los pobres para comprender la buena noticia del reino
de Dios, de modo que «reino» y «pobres» se esclarecen mutuamente-,
lo mismo hay que hacer al hablar de la resurrección de Jesús.
El Dios resucitante y el Jesús resucitado se esclarecen mutuamente,
y de ahí la importancia -obvia, si se quiere, pero decisiva- de identificar
quién ha sido resucitado por Dios. Y éste no es otro que la víctima
Jesús de Nazaret. Indudablemente, esa víctima es, además, el Hijo;
pero la razón para la resurrección es que es víctima.
Resumiendo, la acción parcial y justificante -«Dios es aquel que
resucitó a Jesús de entre los muertos»: Rom 4,24- es lo que permitirá
universalizar la formulación de la realidad de Dios: Dios es aquel que
«da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que
sean» (Rom 4,17). Pero de esa universalización no debe desaparecer
lo concreto y parcial, pues con ello se mutilaría el carácter revelador de
la resurrección de Jesús. Y la consecuencia para la fe es que «fe en el
misterio de Dios» significa «esperanza de las víctimas en la justicia de
Dios»)
H. KESSLER, La resurrección de Jesús, Salamanca 1989, p. 256.
JON
SOBRINO
SAL TERRAE 1995/03
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8. RS/EU
-Resurrección y Eucaristía
Conviene que dediquemos unos momentos a dar al menos las
grandes líneas que nos permitan conocer la unión que existe entre la
resurrección y la eucaristía.
En su vida terrena, Jesús fue el instrumento de nuestra salvación, al
permitirnos tocar y ver en él al Padre. Esta es la misma afirmación de
Cristo en su respuesta al ruego impaciente de Felipe, "Muéstranos al
Padre": "Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre". Por otra
parte, el Padre fue quien envió a Jesús para que, por su mediación,
volvamos a tomar contacto con él. Todo hombre, al encontrar al
hombre Jesús, el encontrarle personalmente, encuentra el acceso al
Padre. Este quiso que su Hijo fuera instrumento de salvación también
para el mundo. Pues bien, henos aquí desconcertados por una
situación que parece estar en absoluta contradicción con el plan mismo
del Padre. Si el Padre envió a su Hijo en la carne fue para que, al ver
su corporeidad real, estuviéramos en contacto con una persona,
persona divina, sin duda, pero verdadero hombre. Y he aquí que el
propio Cristo declara: "Os conviene que yo me vaya". Aquí ya no
entendemos. En el intermedio entre la Pascua y la resurrección del
Señor por un lado y la parusía, su segunda venida, por otro, ¿no
tendríamos ya posibilidad de estar en contacto con el instrumento de
nuestra salvación enviado por el Padre para salvarnos y restablecer la
unión con él? Según esto, únicamente gozaríamos de un encuentro
con Cristo a base de recuerdos, recordando lo que hizo, como se
recuerdan los gestos de las personas que nos dieron la vida y nos
ayudaron a vivir. (...) Cristo resucitado posee un cuerpo glorioso; y ese
cuerpo glorioso que no está sujeto a los condicionamientos del tiempo
ni del espacio, ¿no puede entrar en contacto con nosotros a través de
los signos?
Esto es lo que se realiza ciertamente a través de la Iglesia y de sus
sacramentos, que pueden ser considerados, cada uno de ellos según
su modo peculiar, como prolongación en la tierra, del cuerpo glorioso
de Cristo. La condición de esta posibilidad de contacto con Cristo, la
única posibilidad de su presencia, eran su resurrección y su marcha,
para que por medio del Espíritu que vivifica, ya que la carne no sirve de
nada, pudiéramos estar siempre y en todas partes en contacto con el
cuerpo glorioso del Señor resucitado. Así pues, la presencia de Cristo
entre nosotros no es una presencia; con la fe podemos palpar esta
presencia al estar en contacto con la Iglesia, al celebrar los
sacramentos entendidos de una manera amplia, pues también tocamos
a Cristo presente al escuchar su Palabra, y al estar en contacto con la
Iglesia tal como ésta se presenta ante nosotros.
EU/ENCARNACION Así pues, Cristo ha querido tener la
posibilidad de encontrarse con nosotros; su humanidad glorificada se lo
permite sin reserva. Pero para que nosotros pudiéramos llegar a él,
concretamente, era preciso que la Encarnación se prolongara de
alguna manera; la corporeidad celestial de Cristo debía tener una
visibilidad en el plano terreno. Al asumir Cristo realidades terrenas,
signos, nos garantiza la presencia de su corporeidad gloriosa. El
sacramento nos da estar en contacto, a través de lo visible, con lo que
es invisible pero que es cuerpo real glorioso de Cristo. El sacramento
es, pues, prolongación en la tierra de la humanidad glorificada de
Cristo, y cada uno de los sacramentos es su presencia actual. Sin
embargo, donde esta presencia alcanza su forma más importante es en
la eucaristía. En ella, en virtud de la transubstanciación, está Cristo
realmente presente (también lo está realmente en los demás
sacramentos) y de un modo particular que cambia la substancia del
signo de su presencia.
EU/PRESENCIA-J: Cristo está presente en la eucaristía como
sacrificador y como víctima. Tanto, que a través del signo eucarístico,
está en contacto tan real con el mundo de hoy como lo estaba con el
mundo de su tiempo. Volver a repetir la Cena hubiera sido imposible y
habría quedado todo en un mero gesto exterior si Cristo, al resucitar,
no hubiera tomado su cuerpo glorioso, en contacto con nosotros ahora
a través del signo eucarístico. Por lo tanto, establecemos contacto con
Cristo como con el Señor dominador de la muerte. Así pues, el mundo
entero es "cambiado", "asumido" por Cristo glorioso, y está en contacto
personal con él. Cuando Cristo se apareció después de su
resurrección, se apareció con su cuerpo visible, con toda su persona.
En el signo eucarístico tenemos la misma presencia, pero esta
presencia se mantiene invisible, y tomamos contacto con Cristo bajo el
signo y a través del signo. Así pues, estos signos son vivificantes
precisamente en razón de la resurrección de Cristo, de su Ascensión y
de la misión del Espíritu. Si estamos en posesión de lo que amamos,
sin embargo no lo vemos, y esperamos a que cese el régimen de los
signos para entrar en contacto directo con el Cristo glorioso.
La resurrección de Cristo es, pues, esencial para el significado
profundo de la Iglesia como sacramento y como base de todos los
sacramentos, especialmente de la eucaristía, ¿cómo podría hablarse
de presencia real eucarística si Cristo no hubiera resucitado y su
cuerpo real no hubiera sido glorificado? Así, la vida de todo cristiano
está centrada en la resurrección y en el Cuerpo glorioso de su Señor.
Al mismo tiempo, la eucaristía se celebra siempre con la mira puesta en
el día en que desaparecerán los signos, cuando vuelva Cristo, y
nosotros podremos verle directamente, como los Apóstoles pudieron
verle aparecerse en medio de ellos. Celebrar la eucaristía es celebrar
al mismo tiempo nuestra resurrección, y esperar activamente el día en
que nuestro cuerpo será glorioso, como el del Señor, del que "fuimos
revestidos" en nuestro bautismo.
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.
34-36
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9.
Este punto necesita quizá una breve explicación. Jesús no revivió,
sino que resucitó. Esto quiere decir que Jesús no volvió a esta vida,
sino a la vida de Dios. Esto no es un invento moderno, sino que es de
lo más estrictamente tradicional. Ésta ha sido siempre la fe de la Iglesia,
que se ha formulado de diversas maneras. Siempre hemos expresado
nuestra fe a este respecto diciendo que Jesús resucitó para nunca más
morir. Si Jesús hubiera vuelto a esta nuestra forma de existencia,
habría estado sometido de nuevo a la muerte. Jesús no volvió a esta
vida, sino que resucitó para la vida de Dios.
La resurrección de Jesús no es lo mismo que la resurrección de
Lázaro o la de la hija de Jairo. La hija de Jairo resucita y vuelve a morir,
porque ha vuelto a esta vida.
TUMBA-VACIA: En consecuencia, si se mostrara el cuerpo de Jesús
en la tumba, ello no argüiría nada en contra de la resurrección. Jesús
resucitado no puede ser fotografiado. Si intentáramos sacar una foto al
Señor resucitado, no saldría nada, porque Jesús no ha vuelto a esta
vida. Está fuera del espacio, del tiempo, de las dimensiones.
Jesús resucitado no vive ya nuestra vida, sujeta a las coordenadas
de espacio, tiempo, peso...
Y esto lo dan a entender los textos del Nuevo Testamento cuando
nos presentan a Jesús penetrando en la estancia donde se encuentran
los apóstoles «estando cerradas las puertas» (Jn 20, 19.26). El cuerpo
de Jesús es, pues, en principio, innecesario para la resurrección. La
exégesis historicocrítica entiende que, habida cuenta de que el cuerpo
es innecesario para la resurrección, no tuvo, de hecho, ninguna parte
en ella.
(...) La tumba vacía es innecesaria e insuficiente para la resurrección
de Jesús. «Innecesaria» quiere decir que Jesús puede resucitar sin que
el cuerpo tenga nada que ver en la resurrección. El cuerpo, en cuanto
ese conjunto de átomos de hidrógeno, de carbono, de oxígeno, etc., es
innecesario para la resurrección. En la vida de Dios no hay oxígeno ni
carbono.
Lo físico del cuerpo no necesariamente tiene que ver en la
resurrección de Jesús. Lo cual no quiere decir que no sea necesaria en
la resurrección de Jesús, como también en la nuestra, la incorporación
en la vida de Dios de nuestra dimensión corporal. Pero entonces, como
dice Pablo, nuestro cuerpo será un cuerpo espiritual (1 Cor 15,44).
SABANA-SANTA: El hecho histórico de la tumba vacía no sólo es
innecesario, sino que es además insuficiente, como los mismos
evangelios dan a entender. Ante la tumba vacía se pueden dar otras
interpretaciones. Y lo lógico es pensar en algunas de ellas antes de
pensar en la resurrección.
La tumba vacía es tan innecesaria y tan insuficiente como la Sábana
Santa. La Sábana Santa es innecesaria para demostrar la
resurrección, y además es insuficiente. Cuando algunos tratan de
demostrar la resurrección de Jesús a partir de la Sábana Santa, se
equivocan, porque, si demuestran la resurrección, han demostrado otra
cosa distinta de la resurrección. Porque la resurrección es la entrada
de Jesús en la vida de Dios, y la entrada de Jesús en la vida de Dios no
es demostrable. No se puede demostrar ni por fotografía ni por rayos
de ningún tipo, porque, evidentemente, Dios no produce radiaciones.
Por tanto, cuando se quiere demostrar la resurrección haciendo
hincapié en la tumba vacía, o se quieren medir radiaciones en la
Sábana Santa, se está haciendo un flaco servicio a la fe.
JOSE RAMON BUSTO
SAIZ
CRISTOLOGIA PARA EMPEZAR
EDIT. SAL TERRAE COL. ALCANCE 43
SANTANDER 1991. Pág. 95-100
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10. J/RS/APARICIONES
JESÚS RESUCITADO: Apariciones
Con frecuencia se nos testimonia el no reconocimiento del Señor en
un primer momento.
María Magdalena no reconoce a Jesús. Los discípulos de Emaús no
reconocen al Señor. Con ello se nos da a entender que, al no haber
vuelto Jesús a esta nuestra vida, no es perceptible como un objeto o
como una persona que vemos objetualmente frente a nosotros, sino
que Jesús ha entrado en la vida de Dios y se puede estar al lado de
Jesús sin caer en la cuenta de que es él.
El Señor resucitado tiene que ser reconocido con los ojos de la fe.
¿No nos hemos preguntado alguna vez por qué Jesús nunca se
aparece a nadie que no sea creyente? Jesús se aparece al que puede
creer. No se sabe qué es antes: si uno cree porque el Señor se le
aparece o si el Señor resucitado se aparece al que ya ha recibido y
aceptado el don de la fe. Son dos elementos que van
interrelacionados. Se cree en el Señor resucitado, y el Señor
resucitado se aparece al que cree.
La comunidad va cayendo en la cuenta de que existen momentos en
los que se hace presente el Señor resucitado y en los que se le puede
reconocer. Y eso lo expresa también en los relatos. Ejemplo típico es el
relato de los discípulos de Emaús. El Señor se apareció al partir el pan.
La cuestión es: ¿dónde está el Señor resucitado presente en la
Iglesia? En el partir el pan. Ahí es donde se reconoce la presencia del
Señor resucitado. En el evangelio de Juan, cuando María Magdalena
no le reconoce y cree que es el hortelano, Jesús se da a conocer al
decirle: «María»; fue al oír su palabra cuando ella le reconoció.
¿Dónde está el Señor resucitado? Según esto último, está presente en
su Palabra. A los discípulos de Emaús, Jesús se les aparece en el
camino. ¿Dónde se encuentra uno al Señor resucitado? En el camino
de la vida. El Señor resucitado les explica las Escrituras según va
caminando con ellos. ¿Qué es lo que nos indica el evangelista ahí?
Que en la fe en el Resucitado nos estamos encontrando con la
verdadera interpretación de las Escrituras del Antiguo Testamento y
cómo las Escrituras testifican el misterio de Jesús; que en Jesús se ha
cumplido el Antiguo Testamento.
Estas narraciones dramatizadas expresan la experiencia mística del
encuentro de los discípulos con el Señor mediante las categorías que
están a su alcance para poderlo hacer, y con frecuencia dando
indicaciones sobre los lugares y formas en que el Señor va a estar
presente en la Iglesia.
JOSE RAMON BUSTO
SAIZ
CRISTOLOGIA PARA EMPEZAR
EDIT. SAL TERRAE COL. ALCANCE 43
SANTANDER 1991. Pág. 103 ss.)
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11. J/RS/EP-H
Lo que los evangelios quieren anunciar es la presencia de una
nueva realidad y, por ello, de una nueva esperanza en el corazón de la
historia: Jesús resucitado, vencedor de la muerte, del pecado y de todo
lo que aliena al hombre. No quieren anunciar primordialmente una
doctrina nueva y una nueva interpretación de las relaciones del hombre
para con Dios. Lo que quieren mostrar es la realidad de un hombre a
partir del cual cada ser humano puede tener esperanza acerca de su
situación delante de Dios y del futuro que le está reservado: vida plena
en comunión con la vida de Dios; la carne tiene un futuro: la
divinización; y la muerte, con lo que significa, no volverá a darse. Ese
hecho histórico asume un carácter universal y eterno, porque
representa la anticipación del futuro dentro del tiempo.
LEONARDO
BOFF
JESUCRISTO Y LA LIBERACION DEL HOMBRE
EDICIONES CRISTIANDAD. MADRID 1981. Pág.
57