Resucitó al tercer día
Creer en la resurrección no es fácil. Cuando San Pablo fue a Atenas
y hablo del Dios desconocido, le escucharon; cuando empezó a hablar
de la resurrección, se pusieron a reír, se fueron y le dejaron solo. En
Corinto acogieron bastante fácilmente el mensaje del Evangelio; pero
cuando se hablaba de la resurrección, muchos se cerraban. Imagino
que esto sigue pasando hoy. Si, ya sé que hablamos de la
resurrección, pero no sé con qué convicción. Quizá es porque la más
definitiva de las experiencias humanas es que la muerte es irreversible.
Cuando alguien muere, se ha acabado. Imaginaos qué os pasaría si,
después de haber ido al entierro de una persona muy querida, la
encontrarais en la calle a los tres días...
El tema de la resurrección es difícil y no hay que quitarle la dificultad.
Por otro lado, es un tema absolutamente fundamental, el centro del
cristianismo. Es decir, si no hay resurrección -San Pablo lo dice
claramente-, "vana es nuestra fe". Para decirlo con el lenguaje de hoy:
todo quedaría reducido a «un tinglado», un montaje.
Y no sólo es difícil creer en la resurrección -que ya lo es bastante-,
sino también imaginarla. Aunque uno quiera creer en ella, es difícil
pensar en ella, imaginarla, darle contenido. La gran dificultad de creer
en la resurrección, pienso que viene de otra, no menor, de no poder
concebirla de una manera que no sea totalmente mitológica, como si
fuese un cuento de hadas, que hoy día no estamos dispuestos a
admitir en serio. Quisiera ayudar, no digo a entender o a demostrar
(porque no se puede ir aquí por caminos puramente racionales), pero
sí a pensar de una manera que no sea absolutamente mitológica la
resurrección de Jesús.
Lo primero de todo podría ser darnos cuenta de que la resurrección
de Jesús no es un acontecimiento histórico como otro cualquiera. Un
acontecimiento histórico es algo que pasa porque se ha dado un
conjunto de causas que hace que se produzcan unos determinados
efectos. Si Truman manda que se arrojen sobre Hiroshima y Nagasaki
sendas bombas atómicas y se produce aquella catástrofe, se trata de
algo constatable a través de testimonios y documentos acerca de las
causas y efectos de los hechos. Los historiadores investigan los
documentos necesarios y constatan cómo y por qué sucedieron estos
hechos. La resurrección de Jesús no es un hecho de este tipo, que se
pueda deducir de una serie de causas que podrían haber quedado
testificadas en unos documentos. Es un acto absolutamente gratuito de
Dios, que Dios hace porque sí, porque quiere y como quiere. La
resurrección no se deduce de nada natural. El historiador no puede
averiguar las causas y las consecuencias naturales y necesarias que
comporta el hecho. Sólo pueden dar testimonio de él los que se han
beneficiado, los que de alguna manera lo han experimentado. Se trata
de algo que no está sometido propiamente a la historia, a los métodos
históricos habituales. No es un acontecimiento directamente histórico.
No quiero decir que indirectamente no tengamos unos recuerdos de
aquellos testimonios y que, si nos merecen confianza, no podamos y
aun debamos aceptarlos. Quiero decir que la resurrección,
propiamente, científicamente, no la podrá probar nadie. Es más, ni para
los contemporáneos fue un hecho al alcance de todos. Sólo el que
estaba dispuesto a creer en Jesús aceptaba propiamente la
resurrección. El que no estaba en disposición de creer tenía que decir
que había ocurrido una cosa extraña, fenómenos, apariciones, la
tumba vacía... Pero creer en la resurrección, que quiere decir creer en
el poder de Dios, en la gratuidad de Dios, sólo lo hace quien está
dispuesto a admitir aquellos fenómenos como signos de este poder y
de esta gratuidad de Dios.
La resurrección de Jesús es un hecho histórico sólo
tangencialmente. Es decir, la resurrección misma no se puede
constatar históricamente, pero es el lugar donde una vida histórica, la
vida de Jesús de Nazaret, desemboca en la eternidad. Ahora bien, ese
otro lado donde esta vida desemboca no se ve. Pasa lo mismo con
nuestra muerte y nuestra resurrección. Vemos hasta dónde llega una
vida humana aquí en el mundo, y el que cree en el poder de Dios y
está dispuesto a aceptarlo tendrá signos, pero no una evidencia
palpable, de que esta vida no se ha acabado. El que busca una
evidencia palpable busca que esta vida traspasada siga siendo la vida
anterior. Pero esto no es posible. Porque, si Jesús Resucitado fuese un
ser de nuestra historia que podemos constatar en el tiempo, en la
temporalidad, entonces no habría muerto y seguiría estando aquí.
En este sentido, la Resurrección no se ha de concebir -y en esto la
imaginación nos traiciona- como una simple vuelta a la vida, que
parece ser lo que la mayoría de la gente se imagina cuando se habla
de resurrección. Es decir, no es un volver a nuestra manera de vivir
actual, a esta vida, a nuestra situación histórico-temporal, de espacio,
de tiempo, de relación... porque entonces sería sólo volver a empezar
lo mismo. Esta parece que fue la resurrección de Lázaro, la
resurrección del hijo de la viuda de Naim y cualquier otra resurrección
que haya podido haber de este género. La resurrección de Jesús es de
otro tipo, totalmente diferente. La vida terrena y temporal de Jesús se
ha acabado. Ya hemos dicho antes las razones: como consecuencia
del pecado, la muerte, paga del pecado, había puesto fin a la vida
humana de Jesús. Ahora bien, cuando el mal ha ejercido todo su
poder, entonces empieza la acción de Dios, y la acción de Dios hace
comenzar un nuevo tipo de vida que ya no esta sujeto al pecado, ni a
las condiciones del pecado ni de la temporalidad ni de la muerte.
La resurrección, decíamos, puede concebirse como un hecho sólo
tangencialmente histórico; el lugar donde la historia toca la eternidad,
donde el tiempo toca la escatología. Sin embargo, tampoco se puede
decir que, por el hecho de que no sea algo puramente histórico, sea
sólo algo puramente subjetivo, mera creación de la propia conciencia o
simple imaginación de las personas que lo creen. Ante la resurrección
nos encontramos en una situación un tanto extraña: la aceptan sólo
aquellos que están en disposición de creer; pero esto no quiere decir
que sea sólo imaginación de los que creen. Es algo objetivo, pero con
una objetividad especial: la objetividad de las cosas de la fe. No es la
objetividad inmediatamente constatable por nuestros sentidos, como
puede ser la vista, o desde el puro análisis de documentos históricos.
Pero tampoco es algo puramente subjetivo que, en definitiva, se da
porque yo lo creo, que sólo depende de mi subjetividad. No es algo que
sólo existe en mi conciencia, sino que es algo dado real y
objetivamente, pero en unas condiciones que sólo podrá constatar
aquel que tiene un determinado tipo de conciencia. Dios ha hecho algo
en Cristo -no sólo en mi, sino en Cristo-, y esto Dios me lo hace
conocer de alguna manera si estoy dispuesto a creer.
La resurrección, decíamos, no es volver a la misma vida de antes. Es
una vida distinta, pero en real continuidad con la situación anterior, con
la vida previa. Creer en la resurrección de Jesús es creer que el mismo
Jesús, que había vivido con nosotros y como nosotros, en condiciones
naturales de espacio, de tiempo, etcétera, que pareció vencido y
muerto por las fuerzas del mal y del pecado... este mismo Jesús sigue
viviendo, por la acción poderosa del Padre, en una forma nueva de
vida: una vida ya plena y total, definitiva participación de la vida misma
de Dios, exaltado y glorificado a la derecha de Dios.
Querría subrayar algo que es como el gran principio de toda la
economía de la salvación: Dios no desecha lo que es viejo para hacer
algo totalmente nuevo, como hacemos nosotros casi siempre.
Desechamos un mueble viejo, lo damos al trapero y compramos uno
nuevo, porque nos cuesta menos que componerlo, o porque lo nuevo
nos gusta más. Ante nuestra vida destruida por el pecado, que vale
poco, porque está corrompida, nosotros quizá diríamos: vale más que
Dios lo deshaga todo y haga de raíz una criatura nueva. Pero nuestro
Dios es como esas personas que aprecian las cosas de su casa
paterna porque son suyas, obra suya. Y a nosotros nos ama como
obra suya, obra de sus manos; y por eso, antes que desecharnos,
prefiere renovar nuestra misma vida, hacerla nueva. Por eso los Santos
Padres hablan de la restauración del hombre. La Salvación es como
una restauración. Es renovar. También se dice «una re-creación»,
dando al re- el sentido de recuperar lo que ya era antes, no
destruyéndolo, sino mejorándolo de una manera espléndida.
CUERPO/ESPIRITUAL: En la resurrección, la vida humana de Jesús
de Nazaret es plenamente asumida en la vida de Dios, y de ello resulta
otro tipo de vida. Su antigua realidad adquiere nuevas cualidades
insospechadas, al pasar mas allá del espacio y del tiempo. Jesús
resucitado entra en el cenáculo con las puertas cerradas, atraviesa las
paredes. Tiene lo que llama San Pablo un "cuerpo espiritual", el
«cuerpo glorioso" de la teología clásica. Parece contradictorio hablar
de «cuerpo espiritual». La expresión quiere decir que se trata del
mismo cuerpo de antes, pero con unas cualidades totalmente nuevas
que le hacen casi contradictorio con lo que era.
La Biblia habla de la resurrección de Jesús utilizando diferentes
modelos de expresión. El modelo que parece más antiguo es el de la
exaltación de Cristo, no precisamente el biológico de recobrar la vida o
el de la resurrección de la carne. Según este modelo, Cristo, que tuvo
que morir por nuestros pecados, finalmente ha sido exaltado y
glorificado. «Siendo de condición divina, se humilló hasta la muerte, y
muerte de cruz. Por eso Dios lo ha exaltado y le ha dado un nombre
que está por encima de todo nombre» (Fil 2,5 ss.). Aquí se concibe la
resurrección como exaltación, como glorificación. Expresado de manera
más imaginativa aún: "Jesús murió... pero Dios le ha hecho sentar a su
derecha". Parecía muerto, pero no: está sentado a la derecha de Dios.
Es una manera de hablar muy imaginativa, pero teológicamente muy
profunda. Hablar de Cristo sentado a la derecha de Dios resulta más
claro y catequético que otras formas de hablar de la resurrección: es
hablar patentemente de Cristo vivo, en la gloria de Dios, igual a Dios.
Por otra parte, a partir de la promesa hecha a David y del salmo que
dice: «no dejarás a tu santo ver la corrupción» (Sal 16,10), se empezó
a hablar de la resurrección como de un volver a la vida, de un salir de
la corrupción. Lo encontramos en los Hechos de los Apóstoles, en el
discurso de San Pedro el día de Pentecostés (Hech 2,22 ss.).
Pentecostés es el momento en que la resurrección empieza a tener
plena efectividad, en que los apóstoles comienzan a vivir plenamente la
resurrección. Cuando los apóstoles llegan finalmente a captar la
resurrección de Jesús, sale San Pedro y dice: «Vosotros, los judíos,
habéis crucificado a aquel que Dios había enviado... Pero Dios lo ha
resucitado, de acuerdo con lo que él mismo había dicho: que no dejaría
a su santo ver la corrupción».
Decía antes que creer en la resurrección es difícil, pero importante.
La imaginación y el pensamiento nos traicionan constantemente. Y, sin
embargo, tenemos que buscar la manera de hacerlo creíble para
nosotros y para los demás. El Nuevo Testamento nos ofrece distintos
modelos que son muy expresivos. Pero tenemos que interpretarlos de
manera adecuada, y no se pueden tomar simplemente a la letra. Se
nos habla de Cristo sentado a la derecha del Padre, pero no nos
tenemos que imaginar una silla o un trono y a Jesús sentado, con el
mismo cuerpo exactamente que antes. ¿Qué sentido podría tener un
cuerpo así allá arriba, en el cielo? Pero tampoco hemos de imaginar a
Jesús resucitado como una realidad puramente espiritual, sin conexión
con la corporeidad con la que vivió y murió en solidaridad con nosotros.
La imaginación nos traiciona. Es mejor, más segura, mantenernos en la
línea que indicábamos: el resucitado es la persona humana recuperada
por Dios.
Para hablar de la resurrección, lo mejor sería acudir al documento
más antiguo que nos habla de ella: el capítulo 15 de la carta a los
Corintios, escrita antes de que los mismos evangelios tomasen forma
definitiva. Los Corintios no «se tragaban» lo de la resurrección. San
Pablo tuvo que hacerles una catequesis especial. «Os recuerdo,
hermanos, el evangelio que ya os anuncié, que vosotros aceptasteis,
en el que perseveráis y en el que encontráis vuestra salvación si lo
retenéis tal como os lo anuncié; porque, de otro modo, hubierais creído
en vano. Os transmití, ante todo, la tradición misma que yo había
recibido. Y lo que yo recibí es que Cristo murió por nuestros pecados
según las Escrituras, que fue sepultado, y que resucitó al tercer día
según las Escrituras; y que se apareció a más de quinientos hermanos
a la vez, la mayoría de los cuales aún viven y otros ya están muertos.
Después se apareció a Santiago y a todos los apóstoles, y al ultimo de
todos, como a un aborto, se me apareció también a mí». Después de
cinco o seis años, Pablo considera aún que a él se le ha aparecido
también el resucitado. Toda esta gente ha tenido experiencia indudable
de que Cristo vive. Y de esto hay testigos que aún viven; y yo también,
dice el Apóstol. Y por eso predicamos. Porque aquel que matasteis
vive, y nosotros hemos tenido experiencia de ello, y podemos afirmarlo
con toda certeza. «Si se os predica que Cristo ha resucitado de entre
los muertos, ¿cómo algunos de vosotros dicen que no habrá
resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos,
tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, nuestra
predicación no tiene sentido, y vuestra fe es vana». Esto San Pablo lo
tiene muy claro. Si Cristo no ha resucitado, la predicación no tiene
sentido. No se trata solo de un argumento apologético, como decían los
apologetas clásicos, para probar la divinidad de Jesús. Se trata del
contenido mismo de la fe. El contenido es que Cristo ha resucitado. Es
decir, que la muerte no es la palabra definitiva sobre nuestra realidad
humana. Esto es lo que Cristo vino a anunciar. La palabra definitiva es
el amor de Dios, y el amor de Dios es fiel y permanece para siempre.
Es el cumplimiento de las promesas de Dios. De manera que, si Cristo
no hubiese resucitado, nuestra fe no tendría sentido, aunque tuviera
argumentos. Sigue San Pablo: «Y hasta resultaría que nosotros somos
falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra Dios
diciendo que ha resucitado a Cristo, cuando, de hecho, no lo habría
resucitado». Seríamos unos impostores. San Pablo no tiene reparo en
declararlo así, convencido como está de la verdad que predica.
Continúa San Pablo: «Si sólo por esta vida hemos puesto nuestra
confianza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los
hombres. Pero, efectivamente, Cristo ha resucitado de entre los
muertos como primicias de todos los que murieron. Ya que por un
hombre vino la muerte, también por un hombre ha de venir la
resurrección de los muertos. Desde un punto de vista humano, si tuve
que luchar con fieras en Efeso, ¿que provecho saco? Si los muertos no
resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos». El apóstol es
realista: pasar la vida luchando, siendo perseguido, atareado de un
lado para otro, no tendría sentido si Cristo no ha resucitado y si no
tengo otra perspectiva que la de morir definitivamente en cualquier
momento. Si fuese así, si todo se acaba en este mundo, si no existe un
Dios con poder para dar sentido a la vida de los justos desheredados
de este mundo, lo único que tendría un poco de sentido sería disfrutar
todo lo posible el mucho o poco tiempo que nos quede y a costa de
quien sea. Y el que no pueda, peor para el. Cuando se niega el poder
y la justicia y el amor de un Dios trascendente, solo queda la ley de la
jungla: sálvese quien pueda, como pueda y contra quien sea.
Esta es la conclusión de la primera parte de la catequesis que San
Pablo hace a los Corintios. Añade después una segunda parte, que va
dirigida a superar las dificultades de la imaginación que hacen tan difícil
la fe en la resurrección: "Pero alguno dirá: ¿Cómo resucitarán los
muertos? Y ¿con qué cuerpo volverán?". Son preguntas que todos nos
hacemos. Y contesta el mismo San Pablo: "¡Necio! Lo que siembras no
llega a tener vida si no muere antes; y lo que siembras no es el cuerpo
de la planta que ha de nacer, sino un simple grano de trigo, por
ejemplo, o de cualquier otra semilla. Y Dios le da un cuerpo como
quiere a cada una de las semillas, un cuerpo distinto". Es decir: si Dios
hace el milagro de hacer salir una cosa tan distinta y maravillosa de
una semilla, puede hacer el milagro de hacer salir otra cosa de lo que
nosotros enterramos. Es la discontinuidad en la continuidad. Hay una
continuidad: de nuestra vida terrena sale la resurrección; pero hay una
discontinuidad: aquello que sale ya no es terreno. Es una nueva vida
que sobrepasa todo lo que podemos imaginar.
ATEISMO/RS SILENCIO/D JUSTICIA/COMPROMISO
Los cristianos orientales tienen una manera muy bella y
teológica de hablar de la resurrección. Dicen que el ateísmo es no
creer en la resurrección. Sólo se puede creer en Dios si hay
resurrección: la de Jesús y la nuestra. Porque si Dios permanece
impasible e impotente en su bienaventuranza celeste, contemplando la
historia de las injusticias, opresiones y asesinatos que es la historia
humana, si ve cómo los injustos y malvados casi siempre triunfan,
mientras que los justos e inocentes padecen en sus manos, y no hace
nada, este Dios no es creíble. Pensemos sólo en los seis millones de
judíos deportados y exterminados cruelmente en los campos de
concentración nazis, o en los millares de "desaparecidos" bajo los
regímenes militares sudamericanos, o de "campesinos" asesinados en
Centroamérica, o de negros de Sudáfrica... Ante esta injusticia radical,
si Dios no actúa, no es Dios, sino un monstruo o un impotente. Sólo un
Dios que pueda resucitar a los muertos es digno de fe. Si no podemos
creer en la resurrección, no podemos creer en Dios. La resurrección es
el gran acto de justicia de Dios hacia su Hijo JC, y esperamos que
también, hacia sus otros hijos que han sufrido absurdamente, que han
padecido inocentemente. Esto es esencial. La palabra definitiva de
Dios no puede ser el oscuro silencio del Calvario, sino la luz
resplandeciente de la Pascua; y por eso hablamos del Misterio Pascual.
(J/RS/VENGANZA/D) El Misterio Pascual es la protesta de Dios contra
la malicia e injusticia de los hombres. La resurrección es el acto de
protesta de Dios contra la injusticia que mata a su Hijo inocente, la
protesta de Dios contra la maldad de los hombres que se matan unos a
otros. Si la resurrección no ha acaecido "vana es nuestra fe"
(/1Co/15/14). Se ha de poder creer en un Dios que hace justicia, y la
justicia es que el inocente injustamente aplastado sea restablecido a la
vida. Por eso la resurrección es realmente la llave de la Historia.
Parece que los justos e inocentes son abandonados y que el mal
siempre triunfa. Los malvados odian, engañan, hacen violencia,
explotan, matan al débil, al pobre, al indefenso, y Dios parece que no
hace nada para impedirlo. "Esta es vuestra hora y el poder de las
tinieblas" (/Lc/22/53). Como si Dios no se entrometiera en este mundo.
Es que éste es el mundo de nuestra responsabilidad, de nuestra
libertad. Aquí hay que recurrir a lo que Jesús nos quiso decir con las
parábolas del Reino de Dios. Dios es aquel señor de las parábolas que
se fue a tierras lejanas (Lc 19. 11-27). Dejó a sus administradores a
cargo de sus bienes, y ellos los malgastaron. Pero el Señor volvió. La
resurrección es el momento en que el Señor vuelve, o en que nosotros
volvemos al Señor y le tenemos que dar cuentas. Si no hubiese este
momento, este señor que se va y deja que los otros hagan lo que
quieran y no se preocupa de nada no es un Señor de verdad.
RS/COMPROMISO: Por eso la resurrección es la clave de
nuestra vida cristiana. Creer en la resurrección no es sólo creer una
doctrina. Se ha de creer en la resurrección con la vida; no sólo con la
cabeza. Tenemos que hacer nuestra la resurrección haciendo nuestro
el juicio de Dios contra el mal. Dios no tolera impasible el mal de los
oprimidos, y nosotros tampoco lo debemos tolerar. Sólo cree en la
resurrección el que no está conforme con el mundo tal como es.
Tenemos que creer en la resurrección con nuestra actitud y nuestras
obras. Tenemos que hacer resurrección. Tenemos que preguntarnos si
nuestra vida, nuestra existencia, es causa de vida o causa de muerte a
nuestro alrededor, si es causa de crucifixión o de resurrección para los
que nos rodean. Esto es importante, porque quizá podemos pasarnos
la vida cantando el misterio pascual y "haciendo la pascua" a todo el
mundo.
S. Pablo nos dice: "Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los
muertos habita en vosotros -¿y cómo habita el Espíritu en nosotros
sino haciéndonos decir 'Abba, Padre' y haciéndonos vivir la
fraternidad?-, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos
vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu que
habita en vosotros" (/Rm/08/11). Si hacéis las obras del Espíritu, tenéis
la semilla de la resurrección, estáis haciendo verdad la resurrección.
Pero si hacéis las obras de la carne, vais por el camino de la muerte. Si
hacéis obras de muerte, aumentáis la muerte en el mundo; si hacéis
obras de resurrección, aumentáis la resurrección.
Podríamos decir, así, que nosotros somos como colaboradores de la
resurrección. "Tenemos que completar lo que falta a la pasión de
Cristo" (/Col/01/24). Y tenemos que completar también lo que falta a la
resurrección de Cristo. Los Santos Padres decían que Cristo no está
todavía totalmente resucitado y, según como se entienda, hay en esto
cierta verdad. Cristo no posee el pleno gozo de la resurrección
mientras haya alguien que sufra. No le dejamos, por así decir, ser
plenamente resucitado, porque se ha identificado con todos nosotros.
Si engañamos, si explotamos, si hacemos violencia, si estamos con las
fuerzas del mal y de la muerte contra la resurrección, continuamos la
pasión de Cristo y atrasamos la Pascua total. Si, por el contrario,
amamos, servimos, compartimos, ayudamos, estamos con Dios contra
el padecimiento del justo y a favor de la resurrección, hacemos
resplandecer la gloria de la resurrección. La resurrección no es algo
del último día, sino que la vamos haciendo. San Pablo lo dice de
manera muy bella: Cristo es las primicias (/1Co/15/20), el primer fruto,
el comienzo de una abundante y espléndida cosecha. Cristo ha
resucitado ya, ciertamente. Pero nosotros vamos haciendo nuestra
resurrección y la de los otros a medida que vamos madurando en el
amor.
JOSEP
VIVES
CREER EL CREDO
EDIT. SAL TERRAE. COL. ALCANCE 37
SANTANDER 1986.Págs. 137-152