¿Qué significa que Cristo
subió a los cielos?
Leonardo Boff
El cielo no es un lugar al que vamos sino una situación en la que
seremos transformados si vivimos en el amor y en la gracia de Dios.
El cielo de las estrellas y de los viajes espaciales de los astronautas y
el cielo de nuestra fe no son idénticos. Por eso cuando rezamos el
Credo un domingo tras otro y decimos que Cristo subió a los cielos
no queremos decir que El, anticipándose a la ciencia moderna,
emprendiera un viaje sideral. En el cielo de la fe no existe el tiempo,
la dirección, la distancia ni el espacio. Eso vale para nuestro cielo
espacial. El cielo de la fe es Dios mismo de quien las Escrituras
dicen: (1 Tim 6,16).
Del mismo modo, la subida de Cristo al cielo no es igual a la subida
de nuestros cohetes; éstos se trasladan constantemente de un
espacio a otro, se encuentran constantemente dentro del tiempo y
nunca pueden salir de estas coordenadas por más lejanos que viajen
por espacios indefinidos. La subida de Cristo al cielo es también un
pasar, pero del tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible. de la
inminencia a la transcendencia, de la opacidad del mundo a la luz
divina, de los seres humanos a Dios.
Con su ascensión al cielo Cristo fue por consiguiente entronizado
en la esfera divina; penetró en un mundo que escapa a nuestras
posibilidades. Nadie sube hasta allí si no ha sido elevado por Dios
(cfr. Lc 24,51; Hch 1,9). El vive ahora con Dios, en la absoluta
perfección, presencia, ubicuidad, amor, gloria, luz, felicidad, una vez
alcanzada la meta que toda la creación está llamada a lograr.
Cuando proclamamos que Cristo subió al cielo pensamos en todo
eso.
¿Qué decir entonces de la narración de san Lucas al final de su
evangelio (/Lc/24/50-53) y al comienzo de los Hechos de los
Apóstoles (/Hch/01/09-11) donde cuenta con algunos detalles la
subida de Cristo a los cielos hasta que una nube lo ocultó de los ojos
de los espectadores? Si la ascensión de Cristo no significa una
subida física al cielo estelar, ¿por qué entonces San Lucas la
describió así? ¿Qué pretendía decir? Para dar respuesta a esto
tenemos que comprender una serie de datos acerca del estilo y
género literario de la literatura antigua.
La ascensión, ¿fue visible o invisible?
En primer lugar constatemos el hecho de que es Lucas el único
que narra el acontecimiento de la ascensión en términos de una
ocultación palpable y de un desaparecer visible de Cristo en el cielo,
cuarenta días después de la Resurrección. Marcos sólo dice: «El
Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y está
sentado a la derecha de Dios» (16, 19). Sabemos que el final de
Marcos (16, 9-20) es un añadido posterior y que este fragmento
depende del relato de Lucas. Mateo no conoce ninguna escena de
ocultamiento de Jesús; termina así su evangelio: «Jesús les dijo: se
me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra... Yo estaré con
vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos»
(/Mt/28/18-20). Para San Mateo, Jesús ya ascendió al cielo al
resucitar. El que dice «todo poder me ha sido dado en el cielo y en la
tierra» ya ha sido investido de ese poder; ya está a la derecha de
Dios en los cielos. Para San Juan la muerte de Jesús significó ya su
pasar al Padre (Jn 3, 13): «Dejo el mundo y voy al Padre» (16,28).
Cuando dice: «Recibid el Espíritu Santo», según la teología de Juan
eso significa que Jesús ya está en el cielo y envía desde allá su
Espíritu (Jn 7, 39; 16, 7). Para Pablo la resurrección significaba
siempre elevación en poder junto a Dios (Rom 1,3-4; Flp 2, 9-11).
Pedro habla también de Jesucristo «que subió al cielo y está sentado
a la derecha de Dios» (1 Pe 3, 22). 1 Tim 3, 16 habla de su
exaltación a la gloria.
En todos estos pasajes la ascensión no es un acontecimiento
visible para los apóstoles, sino invisible y en conexión inmediata con
la resurrección. Esta perspectiva que contemplaba conjuntamente
resurrección y ascensión se mantuvo, a pesar del relato de Lucas,
hasta el siglo IV, como atestiguan los Padres como Tertuliano,
Hipólito, Eusebio, Atanasio, Ambrosio, Jerónimo y otros. San
Jerónimo, por ejemplo, predicaba: «el domingo es el día de la
resurrección, el día de los cristianos, nuestro día. Por eso se llama el
día del Señor, porque en este día Nuestro Señor subió, victorioso, al
Padre» (Corpus Christianorum, 78,550).
De igual manera la liturgia celebró hasta el siglo V como fiesta
única la pascua y la ascensión. Sólo a partir de entonces, con la
historificación del relato lucano, se desmembró la fiesta de la
ascensión en cuanto fiesta propia.
El sentido de la ascensión era el mismo que el de la resurrección:
Jesús no fue revivificado ni volvió al modelo de vida humana que
poseía antes de morir. Fue entronizado en Dios y constituido Señor
del mundo y juez universal, viviendo la vida divina en la plenitud de
su humanidad.
Y aquí se impone la pregunta: si la ascensión no es ningún hecho
narrable sino una afirmación acerca del nuevo modelo de vivir de
Jesús junto a Dios, ¿por qué Lucas la transformó en una narración?
Finalmente, ¿estaba él interesado en comunicar sobre todo hechos
históricos externos? ¿o es que a través de semejante narración nos
quiere transmitir una comprensión más profunda de Jesús y de la
continuidad de su obra en la tierra? Creemos que esta última
pregunta ha de transformarse en una respuesta.
La ascensión, esquema literario
Veamos en primer lugar los textos. Al final de su evangelio nos
cuenta: «Condujo a los discípulos cerca de Betania y alzando las
manos, los bendijo. Y sucedió que mientras los bendecía se separó
de ellos y era elevado al cielo. Y ellos, después de postrarse ante él
volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban continuamente en el
templo bendiciendo a Dios» (24, 50-53).
En los Hechos se nos cuenta: «Y dicho esto, se elevó mientras
ellos miraban y una nube lo ocultó a sus ojos. Y según estaban con
los ojos fijos en el cielo mientras él partía, he aquí que se
presentaron ante ellos dos varones con vestiduras blancas que les
dijeron: Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este Jesús
elevado de entre vosotros al cielo volverá tal como lo habéis visto ir
al cielo» (1,9-11).
En estos dos relatos se trata realmente de una escena de
ascensión visible y de ocultamiento. Escenas de ocultamiento y de
ascensión no eran desconocidas en el mundo antiguo greco-romano
y judío. Era una forma narrativa de la época para realzar el fin
glorioso de un gran hombre. Se describe una escena con
espectadores; el personaje famoso dirige sus últimas palabras al
pueblo, a sus amigos o discípulos; en ese momento es arrebatado al
cielo. La ascensión se describe en términos de nubes y oscuridad
para caracterizar su numinosidad y transcendencia.
Así, por ejemplo, Tito Livio en su obra histórica sobre Rómulo,
primer rey de Roma, narra lo siguiente: Cierto día Rómulo organizó
una asamblea popular junto a los muros de la ciudad para arengar al
ejército. De repente irrumpe una fuerte tempestad. El rey se ve
envuelto en una densa nube. Cuando la nube se disipa, Rómulo ya
no se encontraba sobre la tierra; había sido arrebatado al cielo. El
pueblo al principio quedó perplejo; después comenzó a venerar a
Rómulo como nuevo dios y como padre de la ciudad de Roma
(«Livius», I,16). Otras ascensiones se narraban en la antigüedad,
tales como las de Heracles, Empédocles, Alejandro Magno y Apolonio
de Tiana. Todas siguen el mismo esquema arriba expuesto.
El Antiguo Testamento cuenta el arrebato de Elías descrito por su
discípulo Eliseo (2 Re 2, 1-18) y hace una breve referencia a la
ascensión de Henoc (Gen 5, 24). Es interesante observar cómo el
libro eslavo de Henoc, escrito judío del siglo primero después de
Cristo, describe la «ascensio Henoch»: «Después de haber hablado
Henoc al pueblo, envió Dios una fuerte oscuridad sobre la tierra que
envolvió a todos los hombres que estaban con Henoc. Y vinieron los
ángeles y cogieron a Henoc y lo llevaron hasta lo más alto de los
cielos. Dios lo recibió y lo colocó ante su rostro para siempre.
Desapareció la oscuridad de la tierra y se hizo la luz. El pueblo asistió
a todo pero no entendió cómo había sido arrebatado Henoc al cielo.
Alabaron a Dios y volvieron a casa los que tales cosas habían
presenciado» (Lohfink, G., «Die Himmelfahrt Jesu», 11-12).
Los paralelos entre la narración de Lucas y las demás narraciones
saltan a la vista. No cabe duda de que el paso de Jesús del tiempo a
la eternidad, de los hombres a Dios, está descrito según una historia
de ocultamiento, forma literaria conocida y común en la antigüedad.
No que Lucas haya imitado una historia de ocultamiento anterior a él.
Hizo uso de un esquema y de un modelo narrativo que estaban a su
disposición en aquel tiempo.
Nosotros hacemos lo mismo cuando en la catequesis empleamos el
sicodrama, el teatro o aun el género novelístico para comunicar una
verdad revelada y cristiana a nuestros oyentes de hoy. Al hacerlo
nos movemos dentro de un esquema propio de cada género sin que
con ello perdamos o deformemos la verdad cristiana que
pretendemos comunicar o testimoniar. La Biblia está llena de
recursos como éste. Nos alargaríamos si quisiéramos presentar más
ejemplos. Existe una amplia literatura científica y de divulgación
referente a este asunto.
Como conclusión podemos mantener que la verdad dogmática de
que «Cristo subió al cielo» (1 Pe 3,22) o que «fue exaltado a la
gloria» (1 Tim 3, 16) fue historificada muy probablemente por el
mismo Lucas.
¿Qué quiso decir Lucas con la ascensión?
Por qué historificó Lucas la verdad de la glorificación de Jesucristo
junto a Dios? Analizando su evangelio descubrimos en él no sólo un
gran teólogo sino también un escritor refinado que sabe crear la
«punta» en una narración y sabe cómo comenzar y concluir de forma
perfecta un libro. En ese sentido se entienden las dos narraciones de
la ascensión, una al concluir el evangelio y otra abriendo los Hechos
de los Apóstoles.
En cuanto conclusión del evangelio cobra una gran fuerza de
expresión porque utiliza un género que se prestaba exactamente
para exaltar el fin glorioso de un gran personaje. Jesús era mucho
mayor que todos ellos pues era el mismo Hijo de Dios que retornaba
al lugar del que había venido, el cielo. A eso le añade motivos más
que destacan quién era Jesús: en el Evangelio lucano Jesús nunca
había bendecido a los discípulos; ahora lo hace; nunca había sido
adorado por ellos y ahora es adorado por vez primera. Queda así
claro que con su subida al cielo la historia de Jesús alcanzó su plena
perfección; con la ascensión los discípulos comprenden la dimensión
y profundidad del acontecimiento.
Pero, ¿por qué se relata la ascensión dos veces y con formas
diversas? En los Hechos, además de los motivos literarios presentes
en el evangelio lucano, entran también motivos teológicos. Sabemos
que la comunidad primitiva esperaba para pronto la venida del Cristo
glorioso y el fin del mundo. En la liturgia recitaban con frecuencia la
oración «Marana tha», ¡Ven Señor! Pero el fin no llegaba. Cuando
Lucas escribió su evangelio y los Hechos, la comunidad y
principalmente Lucas, se dan cuenta de ese retraso de la Parusía.
Muchos fieles ya habían muerto y Pablo había extendido la misión
Mediterráneo adelante. Esto exigía una aclaración teológica: ¿Por
qué no ha llegado el fin? Lucas intenta dar una respuesta a esa
cuestión angustiosa y frustradora.
Ya en su evangelio reelabora los pasajes que hablaban muy
directamente de la próxima venida del Señor. Así, cuando el Jesús de
Marcos dice ante el Sanedrín: «Veréis al Hijo del Hombre sentado a
la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (14,62),
Lucas hace decir a Jesús únicamente: «Desde ahora, el Hijo del
Hombre estará a la derecha del poder de Dios» (22,69).
Para Lucas la venida de Cristo y el fin del mundo ya no son
inminentes, aprendió la lección de la historia y ve en ello el designio
de Dios. El tiempo que ahora se inaugura es el tiempo de la misión,
de la Iglesia y de la historia de la Iglesia. Esa constatación, Lucas la
pone en el frontispicio de los Hechos y se contiene igualmente en la
narración de la ascensión de Jesús al cielo. Cristo no viene como
esperaban; se va. Volverá otra vez un día, pero al fin de los
tiempos.
Tal como dice acertadamente el exegeta católico Gerhard Lohfink,
al que seguimos en toda esta exposición: «El tema de Hch 1, 6-11 (la
ascensión) es el problema de la parusía. Lucas intenta decir a sus
lectores: el hecho de que Jesús haya resucitado no significa que la
historia haya llegado a su fin y que la venida de Jesús en gloria sea
inminente. Por el contrario, la pascua significa exactamente que Dios
crea un espacio y un tiempo para que la Iglesia se desarrolle,
partiendo de Jerusalén, Judea y Samaría, hasta los confines de la
tierra. Por eso es erróneo quedarse ahí parado y mirar para el cielo.
Sólo quien dé testimonio de Jesús ha entendido correctamente la
pascua. Jesús vendrá. ¿Cuándo? Eso es asunto reservado a Dios.
La tarea de los discípulos está en constituirse ahora en el mundo en
cuanto Iglesia» (53-54). En otras palabras eso es lo que Lucas
intentó con el relato de la ascensión en los Hechos.
Comparando las dos narraciones, la del evangelio con la de los
Hechos, se perciben notables diferencias. Las nubes y los ángeles
del relato de Hechos no aparecen en el evangelio. En éste, Jesús se
despide con una bendición solemne; en los Hechos ésta falta
totalmente. Las palabras de despedida en el evangelio y en Hechos
difieren profundamente. Esas diferencias se comprenden porque
Lucas no pretendía hacer el relato de un hecho histórico. Quiso
enseñar una verdad, como ya dijimos arriba, y a tal fin debían servir
los diversos motivos introducidos.
La verdad del relato no está en si hubo o no bendición, en si Jesús
dijo o no dijo tal frase, si aparecieron o no dos ángeles o si los
apóstoles estaban o no estaban en el monte de los Olivos mirando al
cielo. Quien busque este tipo de verdad no busca la verdad de la fe,
sino únicamente una verdad histórica que hasta un ateo puede
constatar. El que quiera saber si la historia de la ascensión de Jesús
al cielo es verdadera, y eso es lo que intenta saber nuestra fe,
deberá preguntar: ¿Es cierta la interpretación teológica que Lucas da
de la historia después de la resurrección? ¿Es verdad que Dios ha
dejado un tiempo entre la resurrección y la parusía para la misión y
para la Iglesia? ¿Es cierto que la Iglesia en razón de esto no debe
sólo mirar hacia el cielo sino también hacia la tierra?
Pues bien, ahora estamos en mejor situación para responder de lo
que estaban los contemporáneos de Lucas, pues tenemos detrás de
nosotros una historia de casi dos mil años de cristianismo. Podemos
con toda seguridad y toda fe decir: Lucas tenía la verdad. Su
narración sobre la ascensión de Jesús a los cielos en Hechos,
además de interpretar correctamente la historia de su tiempo, era
una profecía para el futuro; y se realizó y todavía se está realizando.
Jesucristo penetró en aquella dimensión que ni ojo vio ni oído oyó
(cfr 1 Cor 2, 9). El, que durante su vida tuvo poco éxito y murió
miserablemente en la cruz, fue constituido por la resurrección en
Señor del mundo y de la historia. Sólo es invisible pero no es un
ausente.
Lucas lo dice en el lenguaje de la época: «se elevó mientras ellos
miraban, y una nube lo ocultó a sus ojos» (Hch 1, 9). Esa nube no es
un fenómeno meteorológico; es el símbolo de la presencia misteriosa
de Dios. Moisés en el Sinaí experimenta la proximidad divina dentro
de una nube: «Cuando Moisés subía a la montaña las nubes
envolvían toda la montaña; la gloria de Yahvé bajó sobre el monte
Sinaí y las nubes lo cubrieron por seis días» (Ex 25, 15). Era la
proximidad de Dios. Cuando el arca de la alianza fue entronizada en
el templo de Salomón se dice que «una nube llenó la casa de Yavé
Los sacerdotes no podían dedicarse al servicio a causa de la nube,
pues la gloria de Yahvé llenaba toda la casa» (1 Re 8, 10). La nube
por consiguiente significa que Dios o Jesús está presente, aunque de
forma misteriosa. No se le puede tocar y sin embargo está ahí, a la
vez revelado y velado. La Iglesia es su signo-sacramento en el
mundo, los sacramentos lo hacen visible bajo la fragilidad material de
algunos signos, la Palabra le permite hablar en nuestra lengua
invitando a los hombres a una adhesión a su mensaje que, una vez
vivido, los llevará hacia aquella dimensión en la que él existe ahora,
al cielo.
Todo esto está presente en la teología de la ascensión de Jesús al
cielo. Esta es la verdad del relato que Lucas, hoy todavía, nos quiere
transmitir, para que «nos postremos ante él, Jesús, y volvamos a
nuestra Jerusalén llenos de una gran alegría» (cfr. Lc 24, 52).
Leonardo Boff