EXPERIENCIAS MÍSTICAS DE LA
PASIÓN DE JESÚS

La Pasión es la obra de Dios por excelencia y, por tanto, es la 
obra en la que Dios se manifiesta con tanto poder que nosotros no 
podemos captarlo sino en algunos puntos particulares.
Cuando hablo de Pasión, evidentemente me refiero a la Pasión 
de Jesús, Hijo de Dios, que desembocará en la Resurrección. Entre 
la Pasión y Resurrección existe una unión íntima pero, me parece, 
Van Balthasar insiste en el hecho de que no debemos trivializar 
esta unión creyendo que la Pasión es un preludio de la 
Resurrección.
La Pasión es, en verdad, a su modo, una finalidad: la muerte de 
Cristo. Como tal, es en sí misma definitiva, como la necesitaban los 
hombres y como lo toca en la experiencia. Insiste él en que entre 
Pasión y Resurrección hay un abismo; solamente después de 
haberlo comprendido, podemos entender cómo la potencia de Dios 
pasa de uno a otro.
Pero para comprender esto, hay que meditar la Pasión y la 
Muerte del Hijo de Dios en toda su terribilidad y, por sí misma, tal 
como la han vivido los hombres que la causaron, en su 
definitividad. Por tanto, por Pasión entiendo todo este vasto 
misterio que luego se convierte en Misterio Pascual.

-Algunas experiencias místicas
Aquí se descubren precisamente misterios de contemplación y 
también de experiencia misteriosísima de la Cruz, porque aparece 
lo que Balthasar llama el "misterio del abandono", Cristo 
entregado, Cristo abandonado en las manos de los hombres, que 
vive el abandono del Padre.
Aquí, pues, aparece toda la línea mística de la desolación 
interior, es decir, todas esas experiencias que los hombres que 
aman a Dios tienen a veces larga y amargamente, experiencias de 
un aparente abandono de Dios.
Quien pasa por estas experiencias dolorosísimas, purificadoras, 
terribles, dice que en el mundo no hay sufrimientos que se les 
puedan comparar: esto es, el sufrimiento de quien, habiendo 
puesto en Dios toda su esperanza, todo su amor, sufre momentos 
de oscuridad, de abandono, de soledad, de aridez.
A partir de estas experiencias nuevamente su puede entrar en la 
del Hijo abandonado e intuir, por consiguiente, algo de este 
misterio de la angustia del hombre-Dios y la nuestra. DESOLACIÓN 
Balthasar recuerda aquí a algunos de los principales hombres y 
mujeres que supieron hacer objetiva esta experiencia del 
abandono. Recuerda algunos místicos de Oriente, como Isaac de 
Nínive, que habla de un infierno mental que vivió en esta situación 
de abandono, de un gusto de la Gehena, en la que se experimenta 
la ausencia de tiempo: "Un hombre así ya no cree que pueda 
cambiar algo en su vida, que algún día pueda encontrar la paz. La 
esperanza en Dios y el consuelo de la fe desaparecen 
completamente de su alma, y esta alma se encuentra 
continuamente llena de duda y de angustia".
Después Balthasar recuerda sobre todo muchos místicos de 
Occidente, desde San Bernardo, que describe el abandono de la 
esposa, comentando el Cantar de los Cantares, hasta Angela de 
Foligno y Santa Rosa-de-Lima.
Es interesante la descripción que de esta última hace un gran 
biógrafo de la mística: "Esta santa tenía diariamente pruebas de 
terribles tinieblas del espíritu y del sentimiento. Permanecía horas y 
horas en estados de tanta angustia que no sabía si estaba en la 
tierra o en el infierno. Permanecía así, gimiendo bajo el peso 
insoportable de las tinieblas; la voluntad quería lanzarse hacia el 
amor, pero parecía más congelada que el hielo. La memoria, se 
rehusaba a pensar, ni siquiera trataba de recordar las imágenes de 
los consuelos anteriores; no lograba encontrarlos. Temores y 
angustias se adueñaban totalmente de ella y su corazón gritaba: 
¡Dios mío. Dios mío, por qué me has abandonado! Pero nadie 
contestaba. El sufrimiento más grande era de que esto duraría 
siempre, como si fuera un muro de bronce que no le permitía salir 
de este laberinto en el que se encontraba".
En forma más velada de delicadeza Santa Teresa del Niño Jesús 
describía de sí estas mismas cosas, cuando habla de que se 
encontraba en una galería oscura que no terminaba nunca, y ella 
seguía adelante. En el fondo es la misma experiencia que aparece 
en palabras menos dolorosas en los "novissima verba" en las 
últimas palabras recogidas por la hermana.
Estas descripciones las encontramos también en los Ejercicios, 
en San Ignacio de Loyola, que había pasado en Manresa por estas 
pruebas, cuando quería lanzarse al pozo por el horror de la 
desolación que lo invadía: también él describe, con palabras muy 
sobrias, muy delicadas, pero claramente alusivas, experiencias 
terribles.
La experiencia de la desolación, en la que él sintetiza esta 
tradición oriental y occidental de las noches, está descrita en el 
pasaje: "llamo desolación a todo lo que se opone a la tercera regla, 
esto es, la regla de la consolación, todo lo que es contrario: por 
ejemplo, la oscuridad del alma, su turbación, la inclinación a las 
cosas bajas y terrenas, la inquietud causada por varios tipos de 
agitaciones y tentaciones, cuando el alma está desanimada, sin 
esperanza, sin amor, y se encuentra perezosa, tibia, triste y como 
separada de su Creador y Señor" (E. E. n. 317). Aquí tenemos una 
descripción muy clara que va hasta la teología de la separación, 
del abandono, como si el Señor no contestara.
Balthasar insiste diciendo que, a través de estas experiencias, se 
puede intuir algo del misterio del abandono de Cristo, que está en 
el centro de la Pasión.
El dice, al concluir este breve análisis de las personalidades 
espirituales que han hablado de esta situación, de este estado del 
alma: "Aquí, evidentemente, no podemos indagar en cada uno de 
estos casos cuál es la autenticidad, cuál es el carácter teológico 
específico de todas estas experiencias, que son distintas para cada 
uno, y en muchos casos pueden ser también fantasías o formas de 
agotamiento nervioso".
Y añade: "Pero hay que recordar que muy a menudo estos 
estados de sufrimiento son la respuesta a la generosa oferta de 
almas que han pedido sufrir la pena del daño por otras almas". Por 
eso él recuerda también la posibilidad, que se encuentra en la 
historia de la mística, de ofrecerse en lugar de otro, y esto lo hacen 
porque intuyen qué fue lo que sucedió en Cristo, que se ofreció por 
nosotros.
Dice también: "Todo esto hace de estas experiencias del tiempo 
de la Iglesia como un espejo de la experiencia 
Vetero-Testamentaria del abandono, que se encuentra en muchos 
salmos; solamente quien dice en verdad ha poseído a Dios en la 
Alianza, es decir, ha tenido al menos una vez la sensación de lo 
que significa poseer a Dios en una alianza de amor, sabe qué 
quiere decir sentirse abandonado por él.
¿Cuál es, pues la gracia que debemos pedir en estas 
meditaciones? San Ignacio nos presenta dos formulaciones un 
poco distintas una de otra, que me parece indican la diversidad de 
las posibles experiencias. En el tercer preámbulo de la meditación 
de la Cena (E.E.n. 193) dice: "Pedir lo que quiero: será aquí pedir 
dolor, aflicción y vergüenza porque el Señor va a la Pasión por mis 
pecados". Aquí me parece leer especialmente la línea 
existencial-salvífica de la reflexión.
En el n. 203 sobre la meditación del Huerto de Getsemaní dice 
en cambio: "Pedir lo que quiero: lo que hay que pedir propiamente 
en la Pasión es dolor con Cristo dolorido, tormento con Cristo 
atormentado, lágrimas e íntima pena por la enorme pena que 
Cristo sufrió por mí". Aquí, aunque permanece todavía el aspecto 
existencial-salvífico, para mí, sin embargo, está en el centro el 
tormento de Cristo y la íntima pena. Claro que también puede 
verse en el aspecto histórico-afectivo, pero me parece que San 
Ignacio nos hace intuir, como lo sabe hacer él, la íntima pena, es 
decir, la apertura trinitaria del misterio: el Hijo abandonado por el 
Padre.
Cada uno tiene que pedir lo que cree poder hacer, nadie debe 
pedir lo que es superior a sus fuerzas. San Francisco, en el 
episodio de la gruta de Verna, que es la cumbre de su experiencia 
mística, había pedido sentir lo que Cristo mismo sentía sobre la 
Cruz, es decir, entrar en el corazón de Cristo, en el corazón de esta 
experiencia. Cada uno puede hacer la petición de lo que crea 
poder hacer, con lo percepción de que estas son peticiones 
trampa, es decir, Dios nos puede tomar en serio y entonces 
podemos quedar comprometidos por la petición que hemos hecho. 

CARLO M. MARTINI
EL EVANGELIO ECLESIAL DE S.MATEO
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986.Pág. 162ss