Qué significa predicar la cruz de Nuestro Señor Jesucristo hoy

por LEONARDO BOFF

Cambian los clavos, otros son los verdugos; la víctima sigue siendo la misma: Cristo que es crucificado y agoniza en los pobres, oprimidos y pequeños. ¿Cómo denunciar hoy los verdugos? ¿Cómo alertar a la "turbamulta" que es, en su inconsciencia, seducida y manipulada por la destreza de las raposas de este mundo? ¿Cómo traducir, en la predicación, la primacía paulina de la sabiduría de la cruz?

Inicialmente es preciso ampliar nuestra comprensión de cruz y de muerte. Muerte no es solamente el último momento de la vida. Es la vida toda que va muriendo, limitándose, hasta sucumbir en un límite último. Por esto preguntar: ¿Cómo murió Cristo? equivale a preguntar: ¿Cómo vivió? ¿Cómo asumió los conflictos de la vida? ¿Cómo acogió el caminar de la vida que va hasta terminar de morir? Él asumió la muerte en el sentido de haber asumido todo lo que trae la vida: alegrías y tristezas, conflictos y enfrentamientos, por causa de su mensaje y de su vida.

Algo semejante vale para la cruz. Cruz no es solamente el madero. Es la corporificación del odio, de la violencia y del crimen humanos. Cruz es aquello que limita la vida (las cruces de la vida), que hace sufrir y dificulta el andar, por causa de la mala voluntad humana (cargar la cruz de cada día). ¿Cómo soportó Cristo la cruz? No buscó la cruz por la cruz. Buscó el espíritu que hacía evitar la producción de la cruz para sí y para los otros. Predicó y vivió el amor y las condiciones necesarias para que pueda haber amor. Quien ama y sirve, no crea cruces para los demás por su egoísmo, por la mala calidad de la vida que genera. Anunció la buena nueva de la Vida y del Amor. Se entregó por ella. El mundo se cerró a él, le creó cruces en su camino y finalmente lo levantó en el madero de la cruz.

La cruz fue consecuencia de un anuncio cuestionador y de una práctica liberadora. El no huyó, no contemporizó, no dejó de anunciar y atestiguar, aunque esto lo llevara a tener que ser crucificado. Continuó amando, a pesar del odio. Asumió la cruz en señal de fidelidad para con Dios y para con los seres humanos. Fue crucificado por Dios (fidelidad a Dios) y crucificado por los seres humanos y para los seres humanos (por amor y fidelidad a los seres humanos).

 

LOS SIGNIFICADOS ACTUALES DEL ANUNCIO DE LA CRUZ DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO


1) Comprometerse a fin de que exista un mundo en el que sea 
menos difícil el amor, la paz, la fraternidad, la apertura y la entrega 
a Dios Esto implica la denuncia de situaciones que engendren 
odio, división y ateísmo en términos de estructuras, valores, 
prácticas e ideologías. Implica también el anuncio y la realización, 
por medio de una praxis comprometida, del amor, la solidaridad y la 
justicia en la familia, en las escuelas, en el sistema económico, en 
las relaciones políticas. Este compromiso acarrea como 
consecuencia crisis, confrontaciones, sufrimientos y cruces. 
Aceptar la cruz proveniente de esta lucha y cargar con ella lo 
mismo que cargó con ella el Señor, en el sentido de soportar y 
sufrir en razón de la causa y de la vida que llevamos, forma parte 
de ese compromiso.

2) El sufrimiento que hay que soportar en ese empeño, la cruz 
con la que hay que cargar en ese camino, son un sufrimiento y un 
martirio por Dios y por su causa en el mundo. El mártir lo es en 
razón de Dios y no en razón del sistema. Es mártir del sistema pero 
para Dios. Por eso el sufriente y el crucificado por la causa de la 
justicia en este mundo, es un testigo de Dios. Rompe el sistema 
cerrado que se considera justo, fraterno y bueno. El que sufre es 
un mártir de la justicia y lo mismo que Jesús y que todos los que lo 
siguen, ayuda a descubrir el futuro, deja abierta la historia a fin de 
que crezca y produzca una justicia mayor de la que ya existe y 
contribuye a que haya más amor del que existe en la sociedad. El 
sistema intenta cerrar y encubrir el futuro. Es fatalista. Cree que no 
necesita de reforma y de modificación. Quien soporta la cruz y 
sufre en la lucha contra ese fatalismo interno al sistema, carga con 
la cruz y sufre con Jesús y como Jesús. Sufrir de ese modo es algo 
digno. Morir de ese modo es un valor.

3) CZ/LLEVAR: Cargar con la cruz tal como lo hizo Jesús 
significa, por consiguiente, solidarizarse con los crucificados de 
este mundo: los que sufren violencia, los que son empobrecidos, 
deshumanizados, ofendidos en sus derechos. Defenderlos, atacar 
los modos de proceder en virtud de los cuales se los convierte en 
infrahombres, asumir la causa de su liberación, sufrir por ella: en 
eso consiste cargar con la cruz. La cruz de Jesús y su muerte 
fueron consecuencia de ese compromiso en pro de los 
desheredados de este mundo.

4) Un sufrimiento y una muerte semejantes, en favor de los 
demás crucificados, implican el soportar la inversión de los valores 
que fabrica ese sistema en contra del cual uno se compromete. El 
sistema dice: los que asumen la causa de los pequeños e 
indefensos son individuos subversivos, enemigos de los hombres, 
maldecidos por la religión y abandonados de Dios («Maldito sea el 
que muere en la cruz») ¡Son los que pretenden subvertir el orden! 
Pero el sufriente y el mártir se oponen precisamente al sistema y 
denuncian sus valores y prácticas porque constituyen un orden en 
el desorden. Lo que el sistema llama justo, fraterno y bueno es en 
realidad injusto, discriminatorio y malo. El mártir desenmascara el 
sistema y por eso sufre violencia de su parte. Sufre a causa de una 
justicia mayor, en razón de otro orden («Si vuestra justicia no fuese 
mayor que la de los fariseos...») Sufre sin odiar, soporta la cruz sin 
huir de ella. La lleva por amor a la verdad y a los crucificados por 
los que ha arriesgado la seguridad personal y la vida. Así hizo 
Jesús. Así deberá proceder cualquier seguidor suyo a lo largo de 
toda la historia. Un servidor así sufre como «maldito» cuando en 
realidad ha sido bendecido, muere «abandonado» cuando en 
verdad ha sido acogido por Dios. De ese modo Dios confunde la 
sabiduría y la justicia de este mundo.

5) Y sin embargo, la cruz es un símbolo del rechazo y de la 
violación del sagrado derecho de Dios y del hombre. Es un 
producto del odio. Al comprometerse en la lucha por abolir la cruz 
en el mundo, la persona que lo hace sufre sobre sí la cruz 
impuesta e infligida por los que la han ideado. La acepta, no 
porque vea en ella un valor, sino porque así rompe su lógica de 
violencia empleando el amor. Aceptarla es ya ser mayor que la 
cruz; vivir de este modo es ser mas fuerte que la muerte.

6) Predicar la cruz puede signifìcar una invitación a un acto 
extremo de amor y de confianza, a la vez que de total 
descentralización de sí mismo. La vida tiene su faceta dramática: 
existen los derrotados por una causa justa, los desesperados, los 
condenados a cadena perpetua, los entregados a una muerte 
fatal. Todos cuelgan de alguna manera de la cruz, cuando no 
tienen que cargar pesadamente con ella. Muchas veces tenemos 
que asistir al drama humano, silenciosos e impotentes, porque 
cada palabra de consuelo podría parecer un parloteo sin sentido y 
cada gesto de solidaridad, una resignación inoperante. La 
garganta estrangula entonces la palabra y la perplejidad seca las 
lágrimas en su fuente. Y eso especialmente cuando el dolor y la 
muerte son resultado de una injusticia que dilacera el corazón o 
cuando el drama es fatal, sin salida posible. Aun así tiene sentido, 
contra todo cinismo, resignación y desesperación, hablar de la 
cruz. El drama no tiene necesariamente por qué transformarse en 
tragedia. Jesucristo, que pasó por todo eso, transfiguró el dolor y 
la condena a muerte haciendo de ellos un acto de libertad y de 
amor de autodonación, un posible acceso a Dios y una nueva 
forma de aproximación a los que lo rechazaban; en consecuencia 
fue capaz de perdonar y de entregarse confiado a alguien que era 
Mayor que todo eso. El perdón es la forma dolorosa del amor. La 
entrega confiada es la total descentralización de sí mismo hacia 
Alguien que nos sobrepasa infinitamente, es arriesgarse al misterio 
en cuanto portador último de sentido; de un sentido en el que 
participamos pero que no hemos creado nosotros. Tal es la 
oportunidad que se ofrece a la libertad del hombre. Este la puede 
aprovechar y entonces halla sosiego en la confianza; o puede 
perderla y entonces zozobra en la desesperación. Tanto el perdón 
como la confianza constituyen las formas mediante las cuales no 
permitimos que el odio y la desesperación tengan la última palabra. 
Son el gesto supremo de la grandeza del hombre.
Que un vivir así, en la confianza y la descentralización, sea el 
que alcanza el sentido defìnitivo, nos lo revela la resurrección que 
es la plenitud de manifestación de la Vida, presente tanto en la 
vida como en la muerte. El cristiano sólo puede afirmar esto 
dirigiendo su mirada hacia el Crucificado, que ahora es ya el 
Viviente.

7) Morir de este modo es ya vivir. Al interior de esta muerte en 
cruz existe una vida que no puede ser devorada. Está oculta en la 
muerte. No es que venga después de la muerte, sino que está ya 
dentro de la vida de amor, de la solidaridad y de la valentía para 
soportar y morir. Por la muerte se revela en su poder y su gloria.
No otra cosa expresa San Juan cuando dice que la elevación de 
Jesús en la cruz es también su glorificación y que la «hora» lo es 
tanto de pasión como de glorificación. Existe, por tanto, una unidad 
entre la pasión y la resurrección, entre la vida y la muerte. Vivir y 
ser crucificado de este modo por la causa de la justicia y por la 
causa de Dios, es vivir. Por eso el mensaje de la pasión va siempre 
junto al mensaje de la resurrección. Los que murieron por su 
insurrección en contra del sistema de este siglo y se negaron a 
entrar «en los esquemas de este mundo» (Rom 12,2), son los que 
ahora experimentan la resurrección. Pues la insurrección por la 
causa de Dios y del otro es resurrección. La muerte podrá parecer 
algo sin sentido, pero es la única que posee futuro y salvaguarda 
el sentido de la historia.

8) Predicar hoy la cruz es predicar el seguimiento de Jesús. No 
es dolorismo ni magnificación de lo negativo. Es anuncio de la 
positividad, del compromiso por hacer cada vez más imposible el 
que unos hombres continúen crucificando a otros hombres. Esa 
lucha implica asumir la cruz y cargarla con valentía, lo mismo que el 
ser crucificado con dignidad. Vivir de ese modo es ya resurrección, 
es vivir a partir de una Vida que la cruz no puede ya crucificar. Lo 
único que la cruz puede hacer es convertirla en más victoriosa. 
Predicar la cruz significa seguir a Jesús. Y seguir a Jesús es 
per-seguir su camino, pro-seguir su causa y con-seguir su 
victoria.

9) Dios no ha quedado indiferente ante las victimas y los 
sufrientes de la historia. Por amor y solidaridad (cfr. Jn 3,16) se 
convirtió en un pobre, un condenado, un crucificado y un 
asesinado. Asumió una realidad que contradice objetivamente a 
Dios pues él no quiere que los hombres empobrezcan y crucifiquen 
a otros hombres. Este hecho revela que la mediación privilegiada 
por Dios no es ni la gloria ni la transparencia del sentido histórico, 
sino el sufrimiento real del oprimido. «Si Dios nos amó de este 
modo, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros» (1 
Jn 4,11). Acercarse a Dios es acercarse a los oprimidos (Mt 
25,46ss) y viceversa. Decir que Dios asumió la cruz no debe 
implicar una magnificación de la cruz, ni tampoco su eternización. 
Lo único que significa es hasta qué punto amó Dios a los que 
sufren, toda vez que él sufre y muere al lado de ellos.
Por otro lado, Dios no queda indiferente ante los crímenes, ni 
ante el peso negativo de la historia. No deja que la llaga quede 
abierta hasta la manifestación de su justicia al fin del mundo. 
Interviene y justifica en Jesús resucitado a todos los empobrecidos 
y crucificados de la historia. La resurrección intenta presentar el 
verdadero sentido y el futuro garantizado de la justicia y del amor, 
así como el de las luchas aparentemente fracasadas del amor y de 
la justicia dentro del proceso histórico. Estas triunfarán al final y se 
producirá el reino de la auténtica bondad.


LEONARDO BOFF
PASION DE CRISTO-PASION DEL MUNDO
SAL TERRAE. Col. ALCANCE 18
SANTANDER 1980.Págs. 271-279